Superman nº 23

Titulo: Errante (III): Recuerdos de la Alhambra
Autor: Jose Luis Miranda
Portada: Montaje de Roberto Cruz
Publicado en: Febrero 2011
Desprovisto de poderes y separado de Lois, Clark continúa con su viaje. Y es que ni el que fué el hombre mas poderoso del mundo puede evitar caer bajo el influjo de la Alhambra...


Enviado a la Tierra desde el moribundo planeta Krypton, Kal-El fue criado por los Kent en Smallville. Ahora como un adulto, Clark Kent lucha por la verdad y la justicia como...
Superman creado por Jerry Siegle y Joe Shuster


"Es imposible transmitir al lector la idea de aquella nariz piramidal, de la boca de herradura, del ojo izquierdo tapado por una ceja rojiza e hirsuta, del derecho confundido por una enorme verruga, de aquellos dientes amontonados, mellados por muchas partes, como las almenas de castillos (…) y, sobre todo, la expresión que adquiría su rostro con mezcla de maldad, sorpresa y tristeza. (…) Más bien su persona era toda una pura mueca. Su enorme cabeza erizada de pelos pelirrojos y una gran joroba entre los hombros que se proyectaba incluso hasta el pecho. Tenía una combinación de muslos y piernas tan extravagante que sólo se tocaban en las rodillas y mirándolas de frente parecían dos hojas de hoz que se juntaran en los mangos, unos pies enormes y unas manos monstruosas. Por si no bastasen todas estas deformidades, tenía un aspecto de vigor y de agilidad casi terribles (…) algo así como un gigante roto y mal compuesto.
(Nuestra Señora de París, Víctor Hugo)"

Prólogo: Año 2010
¡Ay, qué oscura está la Alhambra!, gemía Federico García Lorca en un verso de su poema dedicado a Granada. Clark Kent lo leía sentado en el mirador de San Nicolás, en lo alto del barrio del Albaicín. Había subido muy temprano para contemplar el amanecer desde allí. La vista era fabulosa y estaba encantado de percibir como la iluminación nocturna de la Alhambra menguaba mezclándose con los tonos anaranjados de la luz natural. Así, detenía su vista en varios de los edificios que la conformaban como la Torre de Comares, la Iglesia de Santa María, el Palacio de Carlos V de Pedro Machuca, la Torre de la Vela o las Torres Bermejas. Sus ojos buscaban ávidos frases de la guía turística y repasaba poemas y comentarios escritos a la ciudad. Manuel Machado definía Granada como agua oculta que llora; Juan Morales Rojas la ensalzaba a los altares, en la belleza estática perdura con la gloria sin fin de tu hermosura ¡La hermosura infinita de tu gloria!; Antonio Pardal aseveraba a la ciudad que jamás tendrás el olvido de aquel que os ha contemplado; y Francisco Alarcón de Izaca explicaba que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada. Pero el que más le impresionó fue el poema de Borges sobre la Alhambra: 

Grata la voz del agua
a quien abrumaron negras arenas,
grato a la mano cóncava
el mármol circular de la columna,
gratos los finos laberintos del agua
entre los limoneros,
grata la música del zéjel,
grato el amor y grata la plegaria
dirigida a un Dios que está solo
grato el jazmín.

Vano el alfanje
ante las largas lanzas de los muchos,
vano ser el mejor.
Grato sentir o presentir, rey doliente,
que tus dulzuras son adioses,
que te será negada la llave,
que la cruz del infiel borrará la luna
que la tarde que miras es la última.

Parece ser que Borges estaba ciego cuando visitó la Alhambra por última vez y en la primera parte del poema describía lo que percibía con el resto de sentidos. Los últimos versos, clara alusión a la conquista de la Granada islámica por parte de los Reyes Católicos, se conformaban como un epitafio a la derrota. Clark que había estado cerca de la muerte millones de veces se emocionó con el último verso de la composición. Nunca se sabe cuál puede ser la última vez que se mira algo.

Capítulo 1: Año 1370. La Alhambra (Granada)
Mohamed V entró en el amplio salón donde realizaba audiencias públicas. Era el rey, o sultán, de Granada, pero no lo había tenido fácil. Su primera etapa como monarca se había extendido desde el 1354 hasta 1358. En ese año fue destronado por su medio hermano Ismail II y tuvo que refugiarse en el norte de África. Recabó la ayuda del rey castellano Pedro I para conformar un ejército que le permitiese recuperar el trono. Así lo hizo en 1361, enfrentando y derrotando a Mohamed VI, que había suplido a Ismael. Luego, aprovechó la guerra civil castellana de 1366 hasta 1369 entre Pedro I y su medio hermano, Enrique II, que terminó con la victoria de éste último, para consolidar Granada frente a los reinos cristianos. Fue el monarca que más engrandeció la Alhambra. En estos momentos el rey tenía 32 años y estaba en la flor de su vida.(1)
A su lado se situaron el primer ministro, Ibn Al-Jatib, político poeta que llevaba con el rey desde antes de su destierro, y el consejero Ibn Zamrak, también poeta promocionado por el anterior. Las poesías de ambos sobre hechos gloriosos del reino, elogios a gobernantes o descripciones del lugar, engalanaban muros y paredes de la Alhambra (2) Por último, hizo su aparición Ahmed Sarr, apodado el Trueno de Alá. Era un feroz guerrero de treinta y cinco años que llevaba quince al servicio personal del rey. Había luchado junto a él en la guerra civil que le expulsó y le acompañó en la que le devolvió al trono. En la última contienda contra Mohamed VI, la espada de un enemigo le había herido horrendamente en el rostro. El arma había penetrado por su mejilla izquierda arrancándole parte de los labios, ocho dientes, un trozo de las encías, media nariz, hasta llegar al ojo reventándolo y dejando una cuenca vacía. La otra mitad de la cara quedó intacta. Los médicos consiguieron salvarle la vida, pero nada pudieron hacer para recomponer lo perdido. Visto de frente su rostro se dividía en dos mitades: la izquierda parecía la de un cadáver putrefacto, mientras que la derecha conservaba trazas de la belleza de antaño.
Ahmed nunca llevaba el rostro descubierto. Rechazaba totalmente que alguien pudiera verlo. Situó un parche en el ojo dañado y colgó de las orejas un velo negro que cubría su cara desde el final de sus ojos. Esto le confería un aspecto terrorífico. El único momento en el que se quitaba el velo y el parche era en la soledad de la noche en sus estancias privadas. Le gustaba salir al balcón y recibir el viento frío en su faz. El aprecio del monarca por él no tenía límite, le había hecho jefe de su ejército y guardaespaldas personal (3)
El acto que les congregaba era la presentación de nuevas mujeres para el harén del sultán. Mohammed V les daba la bienvenida y las dejaba en manos de Amina, su favorita y jefa del harén. Amina, en una breve ceremonia, las aleccionaba sobre cómo debían comportarse a partir de ahora: es decir, supeditar sus deseos a la voluntad del monarca y convertirse en instrumentos de su placer. Después, comenzaría la instrucción en las artes de canto, danza y poesía, además, por supuesto, de las amatorias. Ahmed había asistido muchas veces a ceremonias parecidas, sin embargo ésta fue muy diferente. Una de las recién llegadas llamó su atención. Se trataba de Soraya, hija de un bibliotecario persa, vendida como esclava para pagar las deudas de su familia, de cabellos negros y rizados, ojos verdes, senos turgentes y rostro juvenil pero inteligente. Mantenía la mirada en el suelo. Ahmed no retiraba la vista de ella.

Capítulo 2: Año 2010
La sala de las taquillas estaba a rebosar. La fila de personas parecía no tener fin. Aunque la paciencia era una de sus virtudes, tamaña muchedumbre exasperó un poco a Clark Kent. Un hombre tocaba una guitarra en el exterior. Se trataba de una canción que hablaba de un joven que viajaba de Granada a Madrid para triunfar y hacía paralelismos entre él y la derrota de Boabdil el chico, (Mohammed XII) el rey que perdió la ciudad en 1492. La canción le gustó, nunca la había oído, la buscó en su ipot y la encontró. Pertenecía al repertorio de un cantante granadino llamado Miguel Ríos, al parecer tenía un componente autobiográfico.
Por fin, le tocó el turno y accedió a la ventanilla de compra. Inmensa y enorme la Alhambra le daba la bienvenida. Calor, poesía, música, se sentía feliz. De su vida pasada tan solo añoraba a Lois. Nada más. Le gustaba no tener responsabilidades, dejar de estar al servicio de los demás en una eterna e interminable cruzada. Lo mejor era que el mundo no parecía necesitarle. La Tierra seguía girando, ninguna amenaza extraterrestre, ningún cataclismo cósmico, ninguna destrucción masiva. A veces, cuando en los periódicos leía sobre alguna catástrofe sentía algo de remordimiento. Pero entendía que ya no tenía poderes, que la culpa de lo sucedido no era suya y, aunque quisiera, tampoco tenía ya capacidad para interferir en el devenir de los acontecimientos. ¿Realmente era necesario Superman? ¿Podría esto significar el inicio de una nueva vida sin cargas, sin obligaciones que superan a todo mortal? ¿Podría ser el inicio de una vida simple y llanamente normal? Una voz atronó a su espalda y le sacó de sus pensamientos:
- ¡¡Clark Kent!!¡Cojonudo! ¡Olé! No me lo puedo creer.
Dos personas se le acercaban. Las reconoció enseguida. Se trataban de George y Mildred, dos americanos cincuentones que también estaban de ruta turística por España. Cuando se despidió de ellos en Madrid (4) pensó que nunca volvería a verles. George seguía tan discreto como siempre. En esta ocasión su cabeza portaba un sombrero mejicano, que alguien le había dicho era típico de allí. Sombrero suficiente para no pasar desapercibido ni para los ciegos, al que, para más inri, complementaba con una camiseta que llevaba un gran toro de Osborne en relieve de goma espuma. No abandonaba de su discurso la palabra cojonudo, pero ahora le añadía un repetitivo ¡olé!, porque, según él, los andaluces lo utilizaban en todas sus frases. Por suerte, Mildred era otra cosa, persona discreta e interesada por el saber. Clark no llegaba a entender que extraño lazo amoroso les había llegado a unir. La mujer se alegró de verle, sabía que su gran cultura sería útil en aquel enorme enclave.
- Qué agradable volver a veros, mintió Clark. Pero, ¿no ibais a pasar unos días a Barcelona?
- Ya sabes, una provincia andaluza u otra lo mismo da. ¡Olé!– contestó George.
- Barcelona está en la otra punta del país- le corrigió su mujer.
- Estos cojonudos países liliputienses europeos. ¡Olé! Medio metro más allá, más acá.
- Tenemos una ruta por Andalucía y luego acabaremos subiendo por el levante hasta llegar a la ciudad condal. ¿Y tú?- volvió a hablar Mildred.
- Estoy improvisando un poco.- respondió Clark.
- Menudas vacaciones tiene usted. Se nota que en Metrópolis se trabaja poco.- De nuevo, cómo no, George.
- George no seas impertinente.- dijo Mildred.
- ¡Olé, olé y olé! Clark nos servirá de guía. Empecemos a visitar la Alhambra de Barcelona.
- Estamos en Granada.- volvió a corregirle su mujer.
- Cojonudo. Ya lo he dicho antes, kilómetro arriba, kilómetro abajo.
La atención de Clark se desvió a la familia que entraba tras ellos. Más concretamente al hijo mayor. Se trataba de un chico de unos 15 años. Poseía los dedos de ambas manos fusionados con la misma malformación: el meñique y el anular estaban unidos en un grueso dedo, lo mismo que el índice y el corazón, carecía de pulgares. En sus piernas también aparecían secuelas de otra cruz genética, la ausencia de rótulas provocaba que las piernas casi no pudieran doblarse, que su altura menguara y que su andar fuese bamboleante aunque fuerte y decidido. Parecía como si con cada movimiento quisiera arrancar algo de la deformidad que le atenazaba. Era de rostro agradable aunque apretaba las cejas contra los ojos en un rictus de odio que no abandonaba ni un segundo. A su lado, su hermano, de unos 12 años, normal físicamente, con ellos sus padres, ambos altos y agraciados. Algo más allá, otro matrimonio igualmente sin taras con una hija de entre 14 y 15. Sin duda eran dos parejas turísticas que viajaban con sus hijos a Granada. El primer chico respondía al nombre de Jaime y llamaba la atención sin quererlo. Todos, con mayor o menor disimulo, le miraban. Mildred sacó a Clark de su ensimismamiento con la siguiente frase:
- ¿A qué esperamos? Empecemos la visita.

Capítulo 3: 1370
Aquella noche Ahmed salió a la balaustrada de sus estancias. Desde allí, mirando hacia abajo, podía ver el jardín del harén de Mohamed V. Solamente las habitaciones del propio rey daban al mismo lugar. Aquel era un enclave prohibido. Esto habla de la importancia y consideración que el monarca tenía para con él. Incluso el sultán Mohamed V sabedor que, desde que Ahmed sufrió la desfiguración de su rostro, no había estado con ninguna mujer, salvo prostitutas con las que nunca descubría la cara, le había ofrecido alguna de aquellas mujeres. El Trueno de Alá siempre las había rechazado por considerarlas patrimonio de su señor. Además, aunque no lo reconociera poseía un gran complejo por el estado de su faz y no era capaz de enseñarlo a nadie.
Hacía calor, estaba solo. Se quitó el velo y el parche que ocultaban sus marcas y sintió el frescor de la brisa. Pasó su mano izquierda por las heridas que lo afeaban y aunque era un hombre de gran fortaleza interior, deseó que su rostro fuese como antes. De repente un ruido le sobresaltó. Era una de las mujeres del harén del sultán. No eran horas normales para darse un baño. La piscina iluminada por antorchas cobraba una mágica luz vista desde la terraza. El balcón de Ahmed tenía también dos antorchas que le bañaban de luz. El guerrero las apagó para poder contemplar sin ser visto. Sin ellas, desde abajo, sólo se apreciaba una enorme sombra.
Ahmed se estremeció cuando se dio cuenta que se trataba de Soraya. Su belleza le pareció inmensa. Estaba desnuda. Su pelo largo y oscuro cubría la parte superior de las nalgas, sus senos grandes y mojados le excitaron y se odió asimismo por sentir tal pasión. Cerró los ojos y dio un paso atrás para no seguir viéndola, pero la tentación fue más fuerte y volvió asomarse y a contemplarla. La mujer cruzó la piscina a nado y salió por el otro extremo. Un eunuco vigilante, encargado de aquella zona del jardín la observaba sin asomo de deseo. Pero Ahmed sentía crecer un fuego en sus entrañas que le llevó a situar una de sus manos encima de su miembro viril. Volvió a odiarse, cesó en la tentación y entró en sus estancias. En futuras noches Soraya adquirió como costumbre ese baño nocturno y Ahmed acudía al mismo lugar para verla y desearla. La visión de la mujer le obsesionaba.
Cuando el rey quería satisfacer sus deseos elegía del harén una, dos o tres mujeres. La primera vez que escogió a Soraya estaba acompañado por Ahmed. El monarca le pidió que bajara con él. Ahmed sufrió cuando vio como Mohamed V la citaba para esa noche. Ahmed no apartaba su ojo sano de ella y aunque la mujer casi no alzó la cabeza, y el parche y el velo hacía casi imposible apreciar la mirada del guerrero, supo y entendió de sus deseos. Soraya asintió al monarca y se retiró. Aquella noche fue terrible para el Trueno de Alá. El sultán le pidió que guardase personalmente su puerta. Allí plantado, espada al cinto, escuchaba resignado los gemidos del monarca y las susurrantes palabras de la fémina. Podía imaginarse el contoneo de su cuerpo y los lujuriosos juegos con boca y manos que le brindaba al sultán. El rey alcanzó el orgasmo tres veces esa noche. Algo inusual en él. No escuchó, sin embargo, gemidos de Soraya. Ahmed se confortaba pensando que ella no había gozado. La rabia le inundaba el cuerpo y, por primera vez desde que lo conocía, odio a su rey. Se puso de rodillas y rezó en dirección a La Meca pidiendo fuerzas y consuelo a Alá.
Aquella escena se repetiría muchas veces. El sultán se prendó de ella. La maestría que demostraba en el lecho, la sensualidad, la culta conversación la convirtieron en la principal amante del monarca. Soraya no tardó en convertirse en la favorita del sultán desplazando de tal posición a Amina, que resentida la odiaba y envidiaba a la vez.

Capítulo 4:Año 2010
Los tres turistas americanos llenaban los sentidos de arte, agua y verdor. Clark, a petición de Mildred, iba describiendo los lugares por los que pasaban, intercalando anécdotas históricas. Clark se sorprendió de recordar cada pequeño detalle de lo que había leído hace casi 20 años de su anterior visita. ¿Su super memoria seguía vigente? ¿De ser así sería posible que mantuviese otras habilidades? Ese pensamiento le molestó. No las quería. No quería recuperar sus poderes. En Mildred generaba una sana atracción, ella, aunque parezca poco creíble, amaba a George, pero casi llegaba a desear que aquel hombre tuviese veinte años más o, más bien, ella veinte menos. Lo que más le impresionó fue que era capaz de leer las inscripciones de poemas que decoraban los diferentes monumentos. Mildred estaba ávida de saber:
- ¿Qué era la Alhambra exactamente?
- En su origen probablemente se trataría de un emplazamiento defensivo. Piensa que estamos en lo alto de una colina a la izquierda del río Darro, frente al barrio del Albaicín. Parece que el nombre de la Alhambra viene de sus muros de color rojizo (Al Qual’a al-hamra- Fortaleza Roja- al hamra –la roja-) otros opinan que es el nombre en femenino de su fundador Abu al-Ahmar, que en árabe significa "el Rojo”.
- ¿Los musulmanes estuvieron mucho tiempo en la península ibérica?
- La expansión del Islam llegó a España en el año 711. Los musulmanes derrotaron al reino visigodo y conquistaron la península. poco a poco en el norte se fueron conformando reinos y condados cristianos que comenzaron la Reconquista proceso que duró ocho siglos. El Califato de Córdoba, se dividió por guerras intestinas en unas 25 taifas diferentes, esto facilitó el avance cristiano. Aunque varios imperios norteafricanos intentaron reunificarlas, no consiguieron hacerlo con éxito y, sobre todo, después de la batalla de Las Navas de Tolosa (1212) el empuje cristiano fue imparable, excepto en Granada.
- ¿Por qué?
- Porque Granada sobrevivió como única taifa, ocupaba Granada parte de Málaga, Almería...
- ¿Y de Barcelona?- interrumpió George.
- Me temo que Barcelona ya llevaba siglos en ese momento sin presencia musulmana.
- ¡Olé! Cojonudo, los catalanes son indomables.- volvió a intervenir George.
- El primer monarca de la dinastía nazarí que gobernó Granada, Mohamed I, trasladó su residencia al interior de la Alhambra dando comienzo su época dorada. Los monarcas se sucedieron engalanándola con edificios, baños públicos, jardines, mezquitas, pero a los que más debe su esplendor actual son Yusuf I y Mohamed V, desde la reforma de la Alcazaba, la Puerta de la Justicia, los Baños, el cuarto de Comares, la sala de la Barca hasta el Patio de los Leones y sus dependencias.
- Es absolutamente impresionante todo lo que sabes.
- Ya se lo dije. Recordaba todo lo que leía. Se trataba de un don.
En el espléndido Patio de los Leones Mildred se maravilló de la fuente y le pidió a Clark que tradujera una de las inscripciones. Clark leyó un fragmento:
En apariencia, agua y mármol parecen confundirse
sin que sepamos cuál de ambos se desliza
¿No ves cómo el agua se derrama en la taza
pero sus caños la esconden enseguida?
Es un amante cuyos párpados rebosan de lágrimas,
lágrimas que esconde por miedo a un delator.
- Es un poema de Ibn Zamrak, que además de poeta fue político. Su maestro Ibn Al-Jatib le promocionó hasta llegar a ser secretario privado del rey Mohamed V. Cuando Ibn Al-Jatib cayó en desgracia con el rey en el año 1371, y asesinado por orden real, Zamrak ocupó el puesto de primer ministro. También sería asesinado con Mohamed VII. Según alguna interpretación, la fuente de los leones es un símbolo del sultán, es el centro de todo. El agua es su generosidad que se derrama sobre sus fieles que son simbolizados por los leones. Se confunde con el mármol, es decir, generosidad y sultán son uno.
Así transcurría la visita. El fabuloso palacio renacentista construido en época de Carlos I por parte de Pedro Machuca destacó a los ojos de George porque según él debió haber servido para la defensa en múltiples batallas. Clark no quiso contradecirle. Al llegar a la entrada del Generalife, palacio interno de impresionantes jardines Mildred señaló otra inscripción:
- ¿Qué dice ahí Clark?
- Entra con compostura, habla con ciencia, sé parco en el decir y sal en paz.
- George no si se deberías pasar.
- Cojonudamente graciosa. ¡Olé, olé, y olé!
Allí, Clark desvió de nuevo su atención cuando vio al joven de las manos y piernas deformes con la hija del otro matrimonio. Se llamaban Almudena y Jaime. Escuchó sus nombres. Se alejaban algo de los padres de ambos:
- Almu, dijo Jaime.
- ¿Sí?
- Vaya latazo. Estábamos mejor en el barrio.
- Sí. Se podía notar que la chica no estaba muy interesada en la conversación con Jaime.
- Esto de venir con los viejos... Podíamos haber hecho nosotros el viaje con Álvaro y los otros.
- Sí, hubiera estado bien.
- Es que Álvaro mola.
- Sí.
- Y Antonio, Javier, Marta también hubieran podido venir.
- Sí.
- Oye, hoy es tu cumpleaños. Felicidades.
- Gracias.
- Recuerdo que el año pasado lo celebramos en tu casa. Luego salimos y nos cogimos unos litros en el parque.
- Fue divertido.
- Es un rollo celebrarlo con padres. ¿Qué te han regalado?
- Varias cosas. Ropa, música, un peluche de Pluto, mi padre piensa que todavía soy una niña…
- Que “pringaos”… un Pluto, ja, ja, ja. ¿Hubo algo que quisieras y que no te hayan regalado?
- Pues… me hubiera gustado un juego de química.
- ¿Y eso?
- De pequeña quería tener un juego de química, nunca me lo regalaron. No es que la química se me dé muy bien en el insti, pero una vez vi un anuncio y se me antojo.
- Bueno, me muero por echarme un piti. ¿Quedará mucho? Esto es un coñazo, plantas y casas. A ver si volvemos ya.
- Sí, sí. Bueno, vayamos con todos.
- Almu, joder.
- ¿Qué pasa?
- Tengo que decirte algo.
- Jaime, no empieces.
- Tia, es que ya sabes lo que me obsesiona.
- Jaime… no…
- No puedo estar sin ti. Tienes que darme una oportunidad.
- No, ya sabes que no. Te lo dije en Madrid, ahora…
- Tia, es por mi aspecto, ¿verdad?
- No, no lo es. Eres guapo, pero yo no siento nada.
- Ya.
- Venga luego hablamos.
La chica se fue dejando a Jaime solo, que se mordía las uñas de rabia. Su mente fusilaba pensamientos:
- Hija de puta. Ya, que no es por mi aspecto. Si has dejado que te magree medio cole, hasta Raúl y el Josito. No me jodas. ¡Qué asco!
Jaime se miró la fusión de los dedos, meñique y anular, índice y corazón, se tocó las rodillas sin rótula y avanzó con rabia hacia el centro de los jardines. La edad era el problema, cuando era un niño no caía en la cuenta de su situación física, a pesar de las operaciones que cada cierto tiempo probaban a enderezar sus piernas y a conseguir aumentar su movilidad. Sin embargo, la adolescencia de los 15 años era terrible. Sus amigos ya salían con chicas y a él ni le miraban. Al menos como él quería que le mirasen. Porque sí tenía amigas, la propia Almudena, Marta, pero él necesitaba algo más, poder acercar su boca a la de la chica y no ser rechazado, sentir que las lágrimas de sus ojos podían ser secadas por una mano femenina que le besara las mejillas sin que le importara la deformidad. No lo conseguía y esto era motivo de frustración absoluta. Era razón para que el odio hacia sí mismo apareciese y sintiera ganas de acabar con todo. Siguió alejándose con paso firme de donde estaban sus padres.
Clark había captado a la perfección la conversación y aunque no estaba seguro de las intenciones del chico decidió seguirle.

Capítulo 5: Año 1370.
Ahmed, el Trueno de Alá, decidió que debía hablar con ella. Una mañana acudió al harén. Aunque sólo el sultán podía entrar en él, los eunucos que vigilaban la puerta le dejaron pasar. Tal era la importancia y el prestigio de Ahmed, su presencia era incluso más temida que la del rey. Paseó por entre las mujeres sin que ninguna se atreviese a mirarle. Su velo, el parche, la cruda mirada de su único ojo, todo ello inspiraba terror. Nadie se atrevió a preguntarle qué hacía allí.
Sólo Amina le miraba. Aunque había sido desplazada en el favor sexual del sultán, seguía comandando el harén. A sus 40 años sentía que el paso del tiempo hacía que Mohammed V buscará placeres más noveles y aunque reconocía que Soraya la aventajaba en belleza, no lo hacía en astucia y perfidia. Resentida con la joven pensaba cómo hacer que quedara mal ante los ojos del monarca. La ocasión se le brindaría sin buscarla. Ahmed avanzó hacia Soraya ante el asombro de todos:
- ¿Sabes quién soy?
- No hay musulmán o cristiano en toda la península que no te conozca. Eres Ahmed Sarr, Trueno de Alá, general en jefe del ejército.
Ahmed quedó sin palabras. No sabía como seguir la conversación. Se sentía observado. Todas suponían que Ahmed estaría allí para transmitir instrucciones del rey y era consciente de que cualquier palabra podría comprometerle. Así que le entregó un papel doblado:
- Traigo un mensaje del sultán.- dijo en voz alta en un intento de justificar su presencia. Y en voz silenciosa para que nadie pudiera escucharle: por favor, destrúyelo una vez lo hayas leído.
Luego, abandonó la morada. Soraya abrió el papel y lo leyó. Se trataba de un lugar y una hora. Era una cita. Hacía referencia a un rincón del jardín del harén. En un extremo de la piscina donde cada noche Soraya se bañaba, existía un antiguo túnel que canalizaba el alcantarillado. Era ancho para que cupiera una persona de pie. Aunque había cesado de utilizarse, sustituido por sistemas más avanzados, no se había derruido. Poseía una gran reja de cuadros de acero en cada extremo para impedir el acceso al jardín. Ahmed ordenó a dos poceros que arrancasen la reja del extremo opuesto al harén. Personalmente la colocó con arcilla sabiendo que podía romperla en cualquier momento. Su intención era llegar hasta el jardín desde allí y encontrarse con ella al otro lado. Soraya sumergió el papel en agua y lo deshizo entre los dedos.
Esa noche el rey estaba enfermo, no utilizó los servicios de Soraya y ésta tras su baño nocturno se vistió y acudió a donde había sido citada. Un eunuco la siguió. La mujer colocó un cojín en el suelo y se sentó al lado del túnel delante de su reja. El eunuco se quedó a distancia. Ella se tumbó cómodamente en el cojín. Dentro del túnel Ahmed ya esperaba. Al verla le susurró que le escuchara pero que no mirara hacia él. Envuelto en la oscuridad era inapreciable para el vigilante, pero si Soraya demostraba que allí había alguien se levantaría y podría sorprenderle. Ahmed declaró su amor, leyó poemas de Zamrak y otros y estuvo una hora alabando su belleza. Soraya se sintió alagada. Le asombraba el valor de aquel hombre. Sabía que si el rey se enteraba les mandaría matar. En una mínima mirada discreta intento ver el rostro del hombre que hablaba, pero sólo apreció el velo negro y el parche.
Todas las noches que el rey no requería sus favores sexuales se veían allí. Ahmed narraba historia de sus batallas o leía cuentos y poemas de otros autores, pues él carecía de inventiva para hilar frases. En las siguientes citas Soraya también conversó, en susurros, con la mano delante de la boca para que el eunuco siempre a unos veinte metros de ella, no pudiese advertirlo. Le contaba su vida en Persia, la cultura de su padre, cómo habían quemado su biblioteca, la defensa de la libertad de pensamiento que él enarbolaba. Soraya empezó a sentirse atraída por el atrevido militar y guardó el secreto. Las noches que el rey la tomaba, Ahmed sufría con fuerza porque muchas veces era el encargado de guardar la puerta y se moría de deseo. Así que tras cuatro noches seguidas sin verla, a la quinta, no pudo sino preguntar:
- ¿Añoras la libertad?
- ¿Se puede añorar lo que nunca se ha tenido?
- ¿Si pudieras ser libre, qué harías?
- Ir hasta algún lugar en el que nadie me conociera. ¿Y tú, te sientes libre?
- Sí. He elegido vivir para servir a Alá y a mi rey. Aunque ahora sé que traiciono a ambos. Mi existencia se contradice por mis acciones presentes.
- Mi padre decía que Alá era justo y sabio, que si nos dejaba comportarnos con libertad era porque debíamos tenerla. Para él hubiese sido fácil convertirnos a todos en esclavos sin mente. Quizá Alá acepte esta relación.
- Alá juzga al final. Yo creo que le ofendo.
- ¿Por qué haces esto entonces? ¿Por qué vienes cada noche?
- Porque no puedo dejar de pensar en ti. No consigo aplacar el fuego de mi corazón. Necesito verte, tocarte…
En ese momento llevó la mano a la frontera de la reja asiendo uno de los cuadrados que conformaba. Soraya hizo lo mismo apoyando su mano en el mismo punto. Cuando Ahmed sintió el contacto un relámpago de placer le recorrió el cuerpo, la sensación térmica del centro de su estómago aumentó y por vez primera vez en su vida, desde que era un niño, sonrió. El guardián eunuco no apreció nada, pero, desde una de las ventanas, Amina pudo ver con claridad la mano de un hombre asomando de la reja. Cuando Soraya se retiró a sus aposentos, Amina, con celeridad subió por la muralla y la recorrió hasta el lugar donde desembocaba el túnel. Desde allí vio, con absoluta y diáfana claridad, a un hombre emerger de él. Le reconoció en segundos, era el Trueno de Alá.

Capítulo 6: Año 2010
Jaime llegó hasta una parte del Generalife en el que una escalinata de piedra llevaba hasta lo alto de un muro. Allí había una caída de varios metros contra rocas puntiagudas que alfombraban el suelo. Pensó que si saltaba con fuerza su cabeza se partiría en un golpe seco contra ellas sin enterarse siquiera. Su grado de desesperación era grande. En el instituto no conseguía centrarse en ninguna clase. Se volvía literalmente loco cuando pensaba y meditaba en los porqués de su situación. No entendía como la vida había sido tan injusta con él. Su abuela le contaba que Dios tenía un plan para cada persona. Eso era peor porque pensaba que si existía se comportaba con él como el peor de los tiranos. Deseaba a Almudena con todas sus fuerzas y jamás la tendría. No pudo soportarlo más. Miró abajo, cerró los ojos y su pierna derecha dio un decidido paso hacia delante.
- Vas a caerte.
La voz de Clark asustó a Jaime que se creía solo. El pie derecho retornó al punto de apoyo.
- No.
- No quiero molestarte, pero tus padres estarán algo preocupados.
- ¿Y a ti que te importa? Vete a pasear por ahí.
- Vale, vale… pensé que podías necesitar ayuda.
- ¿Ayuda? Nadie puede ayudarme.
- Prueba.
- Vaya, un listo. Odio a los listos. No te jode. Nadie puede comprenderme.
- Yo sé lo que es estar como tú.
- Nadie lo sabe.
- ¿Te crees único en el mundo? No lo eres. Yo también me he sentido ciego, sordo, cojo, mudo… casi tetrapléjico. He sufrido dolores inmensos, he estado a punto de morir muchas veces. Una vez incluso estuve muerto.
- Joder, un puto zombi. Tú andas normal, medirás un metro noventa, eres guapo, sonrisa perfecta.
- Las cosas no son lo que parecen, además el tiempo cambia a las personas, he tenido momentos de desesperación. Lo creas o no.
- ¿Cómo saliste de ello?
- Nunca se sale del todo. Las cosas te acompañan siempre, el sufrimiento no te abandona pero aprendes a vivir con ello.
- Mi estado físico no puede cambiarse. Hablas de cosas que te suceden. Eso puede olvidarse, pero no puedes cuando tu propio cuerpo es un constante recuerdo de tu situación. No son las manos, ni las rodillas, es el rechazo…
- ¿Tu familia te rechaza?
- No es eso. Mi familia me quiere, tengo muchos amigos, es…
- Ya… las mujeres.
- Sí, ellas no quieren… no me ven como….
- Es una pesada carga.
- Claro que lo es, mis amigos, todos, empiezan a tener relaciones y yo… aunque me aceptan y hablan conmigo, cuando yo planteo algo más no…
- No quieren salir contigo.
- Me vuelvo loco. Necesito alguna salida.
- Yo en el instituto tampoco tenía mucho éxito con las chicas. Era tímido y me sentía muy solo. Tuve unos padres maravillosos, amigos magníficos, pero existía algo en mi interior que me producía soledad.
- ¿Lo superaste?
- Crecí. Te lo he dicho antes. La vida en la adolescencia puede parecer establecida, pero cuando creces cambia tu percepción de lo que te rodea, cambia la perspectiva de la gente y cambia el mundo. Se hace más duro pero adquieres más recursos para afrontar el camino.
- No lo entiendo.
- Piensa en un bebé al que le quitas un juguete. Llora porque es el centro de su mundo. Él cree que no hay nada más importante. ¿Tú le das esa importancia?
- No.
- Pues cuando tú crezcas verás que las cosas son más relativas de lo que te parecen ahora. Además, las mujeres, y no es que yo sea un gran experto… Bueno, realmente, no sólo las mujeres, todas las personas, no se enamoran únicamente de un cuerpo espléndido, se enamoran de palabras, de intelecto, de bondad, de la esencia de la otra persona.
- Vamos que espere y me resigne.
- ¿Resignación? Jamás he creído en ella. Creo que uno debe luchar por lo que quiere, aunque no puede llegar a obligar a las personas que tiene alrededor para que le obedezcan o le amen.
- ¿Crees que todo se puede lograr?
- Todo, todo quizá no, pero el éxito no está en lograr las cosas. A veces el que queda segundo se esfuerza tanto como el que gana. No se le debe llamar fracaso. El verdadero éxito es intentarlo.
- El intento fracasado trae frustración.
- Claro, pero nunca sabes antes si será fracaso o victoria. Además, puede que no consigas la relación con esa chica, pero puede también que la chica de tus sueños esté a la vuelta de la esquina y la conozcas dentro de dos días o veinte años. Si uno se rinde jamás llegará ese momento. La vida es ganar y perder. Nadie gana siempre. Ni siquiera Superman.
- Superman es un “pringao”.
- ¿Cómo?

Capítulo 7: 1370
Ibn Zamrak, el poeta del que ya hemos hablado, estaba en su estudio. Intentaba componer un nuevo poema que le había encargado el rey sobre las gestas de su reinado. El honor de ser nombrado poeta de la corte y de que sus palabras engalanasen muros de la Alhambra le daba un enorme prestigio y se hablaba de su sabiduría para los asuntos amorosos. Muchos eran los enamorados que acudían a pedirle consejos o frases para perfumar los oídos de sus queridas. Jamás se le podría haber imaginado que, cuando escuchó tocar la puerta de la estancia, al abrirla, estuviese frente a él, el mismísimo Trueno de Alá. Ahmed Sarr le saludó y pidió permiso para entrar. Zamrak se lo concedió. La relación entre ambos no había sido nunca muy cordial. No se trataba de envidias. Cada uno tenía su lugar en el aprecio del sultán, pero eran muy diferentes de carácter y pensamiento. Ahmed comenzó la conversación:
- ¿Podemos hablar?
- ¿Necesita algo de un pobre poeta el poderoso Trueno de Alá?
- No vengo a competir en burlas ni disputas.
- Perdón. No es normal que vengas a pedirme consejo o algún otro tipo de favor.
- Por favor, sólo quiero preguntarte…
- Tú dirás.
- El amor…
- ¿No entiendo?
- Necesito saber. Desde que quedé desfigurado no he tenido más consuelo de mujer que el de las prostitutas que me saciaban con una máscara puesta en el rostro. No me he atrevido a mostrar mi faz a nadie. Y cuando alguna mujer se ha visto atraída por mi posición nunca la he correspondido y he preferido alejarla sin contacto alguno.
- ¿Algo ha cambiado ahora?
- Necesito que me digas, poeta del amor, si esa sensación existiese en un hombre y una mujer y fuera compartida. Es decir, que se amen ¿el aspecto físico deja de importar? ¿Es cierto, que da igual que se fuera cojo, tullido o enfermo? ¿El amor puede sobreponerse a cualquier tara física?
- Trueno de Alá, el amor lo puede todo, pero debe haber verdad.
- ¿Cómo?
- No puede existir engaño hay que mostrar lo que uno es, dejar máscaras y velos para que la otra persona contemple en su plenitud al amado. Entonces si surge amor, surge por encima de defectos.
- Yo no puedo enseñar mi rostro.
- Entonces engañarás a la persona y cuando lo vea tendrá que volver a poner a prueba su amor.
- No me sirve tu consejo.
- No te gusta porque no es la respuesta que quieres oír. Enséñame tu cara.
- No.
- Si no eres capaz de mostrárselo a un desconocido, que en el fondo es lo que somos, y cuyo pensamiento te da lo mismo, ¿cómo lo vas a mostrar a quien te preocupe lo que piensa? El amor no puede sobreponerse a la mentira.
- Estúpido poeta. Guárdate tus juegos de palabras. No entiendo de letras, no sé qué poesía hay en la mirada de una mujer. Peor sí entiendo de lucha y sé que uno debe pelear por conseguir lo que ansía. Sé que el sentimiento curará mis lacras. Aunque deba conquistar ese sentimiento.
- Ya que todo lo tienes claro. Sobra mi presencia. Que Alá te guarde.
- Que Alá quede contigo.
Esa noche recorrió el túnel con una enfebrecida ansia. Deseaba llegar y verla más que nunca. Apoyó sus manos en la reja, la aferró con fuerza deseando arrancarla y tocar aquellos senos que le obnubilaban la razón. Ella se demoró algo más. La espera se le hizo eterna. Cuando por fin apareció, Ahmed preguntó impaciente:
- ¿Si yo pudiera sacarte de aquí vendrías conmigo?
- Es una locura, el rey nos mataría.
- Puedo arreglarlo. Te llevaría lejos donde nadie nos conociera.
- Contrariaremos los designios de Alá.
- ¿No decía tu padre que Alá permite la libertad? Cada hombre puede labrarse su destino. Si sentimos este amor es porque Alá lo concede.
- Pero, se trata de incendiar la ira del rey. ¿Dejarías tu vida? ¿Vivirías con el odio del monarca?
- Sí.
- ¿Por qué?
- Por ti. Esperaré tu respuesta y si es un sí me pondré a ello y si es un no, no volveré a este lugar.
El silencio fue absoluto, ella le miró y sintió un profundo amor. Pensó en cómo sería vivir una vida plena, sin ataduras, sin necesidad de dar placer por obligación. Estuvieron varias noches sin verse porque el rey durmió con ella. Pero, en la primera ocasión que tuvieron, Soraya, se acercó a la reja y mirando al ojo de Ahmed pronunció un sonoro:
- Sí.
- Será pronto. Cuando en mi balcón veas el estandarte de la media luna, sal preparada para no volver.
Dicho esto, se dio la vuelta y volvió a sus estancias. El corazón de Ahmed se hinchó de alegría. El Trueno de Alá empezó a planificar la fuga.

Capítulo 8: 2010
- ¿Un pringao?- preguntó Clark. ¿Por qué opinas eso de Superman?
- Porque si yo tuviera su poder haría lo que me diera la gana. Me haría fichar por el Real Madrid o el Barça, el que me pagara más, y batiría todos los records de goles del mundo, en todas las competiciones. Ganaría la Liga, la Champion, el Mundial. Estaría con las mujeres más bellas. Sería multimillonario.
- ¿Eso llenaría tu vida?
- Por supuesto, sería una vida magnífica.
- Superman opina de otro modo.
- ¿Cuál?
- Él se siente… solo.
- ¿Solo? Todo el mundo quiere ser su amigo.
- Por eso le es muy difícil distinguir entre quien se le acerca por amistad o para que le haga un favor. El estar con gente es parte de esa soledad. Hace cosas que nadie puede hacer y, aunque ese poder es magnífico, ya que le permite vivir una vida repleta de experiencias, son hechos que le separan de la mayoría de las personas. Se siente extraño y tiene necesidad de ser aceptado.
- La gente le quiere.
- Piensa en lo que has dicho, ¿por qué le quieren?
- Porque les ayuda.
- Eso es. ¿Crees que si fuera egoísta y sólo hiciera cosas para él, si se enriqueciera y ridiculizara en el fútbol, como has dicho, a los que no pueden competir con su fuerza y velocidad le querrían?
- No, quizá no.
- Claro, pero para él es fundamental tener relación con los otros, por eso para sentirse realizado les entrega sus poderes. Es decir, sus poderes no son suyos son de aquel que los necesite. Así es aceptado, además de ayudar cumple una función para él mismo.
- Pero entonces renuncia a vivir… no descansa jamás. Siempre estará preocupado de los otros.
- Claro, a pesar de tener esa necesidad de no estar solo y sentirse aceptado, no puede dedicar 24 horas al día al mundo. Además, la gente se acostumbraría a recurrir a él incluso para las tareas que pudieran realizar por si solos. Por tanto, necesita un espacio propio. Yo creo que se quita el traje, se viste de persona normal e intenta pasar desapercibido.
- Venga hombre, se pone una barba postiza y se pasea por ahí.
- Yo creo que sí, una barba postiza, unas gafas, un sombrero.
- Bah, se le reconocería enseguida. Es el rostro más popular de la Tierra. Sería verle y decirle: quítate esas gafas o esa barba, Superman.
- Era una idea.- Clark con su dedo índice se tocó el puente de unión de sus gafas mientras sonreía.
- De todas formas yo prefiero a Batman.
- ¿Sí? ¿Por qué?
- Porque mete miedo a los criminales. No se le chulea a Batman, te parte las piernas.
- Creo que Superman prefiere la confianza al miedo.
- Bah, la confianza… al final todos te traicionan.
- No lo creo.
- Sí.
- Superman no.
- ¿Le has llegado a ver?
- ¿A Superman? Soy de Metrópolis, muchas veces.
- ¿Qué le ha pasado? Después de la batalla de Washington, cuando derrotaron a Luthor (5), no ha vuelto a dar señales de vida.
- Quizá esté herido y se esté recuperando, quizá deba descansar un poco. Por muchos poderes que tenga no deja de ser una persona normal.
- ¿Volverá?
Clark dudó un segundo la respuesta.
- Seguro, Superman siempre vuelve. Nunca se rinde. Siempre estará por aquí.
- Yo tampoco me rendiré.
- Oye, llevamos un rato hablando. Tu familia estará más preocupada todavía. Es hora de volver.
- Vale. Vamos.
Jaime volvió con sus padres que le recriminaron la tardanza. Intentó hablar de nuevo con Almudena. No lo consiguió. Recordó las palabras de Clark sobre lo de no rendirse y se decidió intentar algo nuevo.

Capítulo 9: 1370
El sultán eligió esa noche a Amina, llevaba mucho sin acostarse con ella y sintió deseos de recuperar experiencias pasadas. Amina, sueño para cualquier hombre, era una amante pasional y entregada. Sin embargo, una vez comenzó el acto amoroso, el rey no acababa de sentirse cómodo porque pensaba en Soraya. Se arrepintió un poco de su decisión. Con todo, alcanzó el orgasmo y pidió un masaje que Amina concedió. Fue el momento en el que la antigua favorita se atrevió a pronunciar la siguiente frase:
- Oh, amado sultán, bendito de Alá. Ha nacido una traición en el seno de tus servidores. Soraya clava un puñal en tu espalda cada noche.
El golpe fue como el de una cobra. Amina apenas sintió el impacto cuando ya estaba aplastada contra el muro. Notaba la sangre brotando de sus labios. El rey enfurecido agarró la daga que siempre tenía bajo el colchón y Amina temió por su vida. Mohammed V gritó:
- Habla.
Y dominada por el miedo, Amina, inventó una historia de engaño y traición mucho mayor que la que realmente había tenido lugar. En su descargo diremos que hubiese bastado la más pulcra verdad para que la reacción del rey hubiese sido exactamente la misma:
- Vigílalos y cuando sospeches de traición da la voz de alarma. Quiero que sean sorprendidos.
Ahmed ya tenía preparado su plan de huída. Había comprado cuatro caballos que esperarían con uno de sus sirvientes personales al pie del muro, en el punto por donde esperaba bajar. También un barco que aguardaría su llegada en el puerto más próximo. Su pretensión era la de alcanzar el norte de África donde partiría para la corte abásida de El Cairo. Llevaría consigo una pequeña fortuna en joyas suficiente para vivir los primeros tiempos. Aunque en realidad no pensaba demasiado en el futuro, sólo en escapar de allí.
El plan era sencillo. La parte del túnel por donde entraba la tenía trucada para poder pasar con facilidad, hizo lo mismo en el otro extremo. Así, en un par de noches, y con cuidado extremo, había escarbado, personalmente, en el muro los puntos de contacto con la reja hasta que la dejó preparada para descolgarla de una patada. El único problema era el eunuco guardián. Debía silenciarle en segundos. No podía permitir que un solo grito escapase de su boca. Si conseguía solventar ese obstáculo, lo demás sería pan comido. Recorrería el túnel con ella hasta su final, en donde había situado una escala. En menos de un minuto estarían montados en los caballos y para cuando dieran la voz de alarma habrían pasado horas, tiempo suficiente para estar muy lejos de allí. Para facilitar todo ello había modificado los puestos de vigilancia esa semana, nada extraño porque lo hacía todas las semanas, haciendo que el recorrido de los soldados pasase por aquel punto una hora después del momento que tenía previsto fugarse.
Su sirviente ya le esperara fuera con los caballos y un cofre con joyas. Ahmed, se apretó el parche y en lugar de velo anudó un pañuelo negro de seda en su nuca que le tapaba la cara desde el límite inferior de los ojos. Se colocó un arco a la espalda y dos flechas en un mini carcaj, su espada y un puñal colgados en el cinto. Soraya vio por la tarde como en el balcón de su enamorado ondeaba una bandera con la media luna islámica. Era la señal. Como casi todas las noches salió al jardín, en esta ocasión vestida. Los nervios erizaban su piel. Al eunuco le resultó raro verla con ropa, pero no dijo nada. Soraya fue avanzando hacia el punto donde siempre se recostaba. Ahmed estaba ya en el límite de la reja. Envuelto en sombras con el arco cargado y apuntando al guardia. Era un lanzamiento harto dificultoso, el ángulo era muy malo y no quería hacer ruido tirando la reja abajo antes de tiempo. Si fallaba o, simplemente, le hería, su plan corría serio riesgo de fracaso. Necesitaba que el gordo vigilante se moviera un par de metros a su derecha. Soraya estaba tumbada donde siempre y cuando miró a la reja y vio a Ahmed enarbolar el arco entendió la situación. Se acercó al eunuco y le pidió que le llevase al lado del túnel varios cojines para dormir allí. Para su desgracia le hizo caso. En cuanto se situó en el punto necesario la flecha surcó el aire envuelta en un silbido mortal. La saeta le atravesó por la nuca asomando por la nuez. Ni siquiera se dio cuenta del momento en el que moría. Ahmed empujó la reja hasta que dejó suficiente espacio para que ella entrara. Cuando Soraya pasó, recolocó la reja y asiéndola de la mano avanzaron juntos hacia el otro extremo.
Soraya sintió que era llevaba por la mano de un gigante. El corazón atronaba en su pecho. Nunca había estado tan cerca de él. Al salir, gracias a la luna llena vio el pañuelo y el parche con nitidez. También, apreció la escala ya preparada para que subieran por ella. Quedaban segundos para salir de allí. Entonces, algo palpitó en el corazón de la mujer. Soraya quiso ver el rostro de su liberador. Levantó su mano izquierda y tiró del pañuelo que se lo cubría. Ahmed notó como el nudo que lo sostenía se deshizo. Giró la cara hacia la dirección contraria pero sólo consiguió que cayese con mayor celeridad. Soraya le miró. Ahmed se había puesto de perfil y la mujer sólo apreciaba la mitad de rostro sano:
- ¿Por qué?, - dijo Ahmed.
- Quiero ver tu cara.
- Por favor, no tenemos tiempo.
- Será un segundo, te quiero. No me importa cómo seas pero necesito verte.
En aquel momento, Amina, que estaba intentando encontrar a Soraya se topó con el eunuco ensangrentado y sus gritos movilizaron a toda la guardia. Ahmed escuchó el escándalo y supo que en menos de dos minutos aquel lugar estaría repleto de soldados. Aún tenían tiempo suficiente para subir la escala, saltar el muro y montar en los animales.
- Vámonos, moriremos si no lo hacemos.- insistió.
- Enséñame tu rostro.
- No podemos esperar más.
- Debo verlo… por favor.
El hombre dio un paso hacia ella a la par que giraba su rostro y se quitaba el parche del ojo ciego. Ella le contempló: las cicatrices, la mitad inexistente de los labios, las encías rotas, la ausencia de ocho piezas dentales, el ojo yermo y un agujero en lugar de media nariz. Ahmed sintió la muerte cuando, ante él, la mujer que amaba cambiaba su expresión hacia la del horror más puro.
- No sabía… no podía saber…
- Me cubriré el rostro… no me mires… jamás me verás sin él. Debemos irnos.
- No, no puedo… yo no puedo…
- Soraya… por favor…dame la mano. Tenemos pocos segundos. Si nos capturan seremos horriblemente torturados.
- No, no puedo. lo siento.
Soraya conmocionada por la visión dio media vuelta y se introdujo en el túnel. No pensó en las consecuencias. La visión del deforme rostro de Ahmed le enturbió los sentidos y sólo se dio cuenta de sus acciones cuando escuchó las zancadas de los soldados que acudían en tropel. El guerrero sintió como su corazón se fragmentaba en un millón de pedazos. Vio la escala. Aún tenía tiempo de huir, pero renunciaba a su rey, a su patria, a su vida, incluso a su Dios. ¿Por qué? ¿Por una mujer que huía de su persona? La guardia ya la habría apresado. Seguía pudiendo escapar. No lo hizo. Sacó la espada y permaneció en pie. Al aparecer los soldados quedaron petrificados. Incluso en aquel momento podía haber dado órdenes a todos ellos y le hubiesen obedecido. Era el Trueno de Alá. De hecho, lo primero que pensaron era que también Ahmed había acudido a la llamada de alarma. Nadie podía imaginar que intentara escaparse. Sin embargo, desechó toda opción de seguir engañando. Arrojó la espada a los pies de los soldados y dijo llevadme ante el sultán. Su cerebro daba vueltas a la misma idea: Libertad sin Soraya. Muerte con ella. La elección no es difícil.

Capítulo 10: 2010
Por la tarde, las parejas llegaron a su hotel. Jaime con la excusa de bajar al hall a comprar un par de botellas de agua, salió de nuevo a la calle no sin antes preguntarle al empleado de recepción la información que necesitaba. Llevaba suficiente dinero en la cartera porque le había cogido a su padre 100 euros aquella mañana. Alzó la mano y pidió un taxi. El taxista dudó si recogerle o no, pero Jaime, que ya sabía que su juventud y su aspecto podían echarle para atrás, enseñó la cartera con el dinero y prometió un billete de diez euros de propina si le esperaba para volver. En una hora el chico estaba de vuelta. Subió con un paquete envuelto de regalo y entró en la habitación ante la bronca de sus padres.
Cenaron todos en un restaurante elegante. Jaime se mostró más alegre que de costumbre. Quiso ponerse cerca de Almudena, pero ella prefirió sentarse entre sus padres. Cuando acabó la cena retornaron al hotel y todos se sentaron para charlar un rato en una zona del hall con mesas. Jaime aprovechando que todos se quedaban, incluso su hermano, se acercó de nuevo a Almudena y le pidió que subiera un momento a su habitación. La chica se mostraba reticente. No le apetecía nada:
- Mira, Jaime, no sé.
- Es un regalo por tu cumple, por favor. No me lo rechaces.
- De acuerdo, pero estoy cansada quiero acostarme. Sólo subo, me lo das y ya.
Ambos pasaron a la habitación. Jaime sacó de debajo de la cama el paquete que había comprado esa tarde. Almudena rasgó el envoltorio de regalo y se quedó asombrada. Era un juego de química. Cuando Jaime apreció que los ojos se le habían puesto como platos, sintió como su corazón daba la vuelta. La veía ilusionada y por un segundo creyó que Almudena iba a besarle.
- Gracias, Jaime.
- Era lo que querías.
- Sí, cuando tenía diez años. Mira, te lo agradezco pero si lo has hecho para que…
- No, no… es sólo porque quería tener un detalle por tu cumpleaños.- dijo mintiendo.
- Pues muy bien. Muchas gracias. Bueno, me bajo ya…
- Espera…
- Jaime…
- Almu, yo…
- Déjame Jaime. Me has regalado esto esperando que nos enrolláramos o algo así.
- No…, pero pensé que te haría ilusión.
- Y me la ha hecho. Mira, mañana hablamos.
- Alumu…, joder. Bueno…
Almudena se levantó y se fue. Jaime se sintió la persona más miserable de la tierra. Esperaba un beso, un abrazo, una seña de amor. No hubo absolutamente nada más que indiferencia. Se asomó a la ventana y de nuevo se le pasó por la mente la idea del suicido. Se sentó en la ventana. Sólo debía dar un pequeño saltito. Ni lo notaré, se decía. Miró sus manos, tocó sus rodillas. ¿Por qué se me ha castigado con esta lacra? ¿Por qué soy diferente? ¿Por qué no puedo ser como los demás?

Capítulo 11: 1370
Después de ser torturados ambos por separado el rey les llevó a su presencia. Soraya no le miró ni una vez. Su mirada quedaba fija en el suelo. Aquel gesto le dolió más a Ahmed que los latigazos y la castración que había sufrido. Él no hacía otra cosa que mirarla. Seguía siendo bella a pesar de las horribles torturas que había padecido, le apreciaba un pezón arrancado y, sin duda, los muslos los tenía recorridos de cortes. Los dos estaban encadenados de rodillas frente al sultán. La voz de Mohamed V sonaba terrible en sus oídos:
- Jamás hubiera esperado que mi mano derecha me traicionase. Salvaste mi vida, no puedo tomar la tuya. Así que vagarás por la ciudad castrado sin poder ser varón completo y sin poder ver nada de lo que te rodea. Mírala, mira bien tu perdición. Que su imagen sea la última imagen estampada en tus ojos. Serás desterrado de la Alhambra y pedirás limosna en las calles de Granda. Serás vigilado noche y día por soldados que impedirán que te suicides, que te alimentarán si es preciso y que no te permitirán salir de la ciudad jamás. El destino de Soraya te será vedado, nunca sabrás que ha sido de ella.
El rey hizo una señal y un verdugo con un puñal al rojo vivo se acercó. Cinco hombres sujetaron su cabeza situándosela en dirección a Soraya. No hubiera hecho falta Ahmed no hubiera querido mirar otra cosa. El puñal incandescente se acercó a su ojo sano y lo seccionó de un tajo. Ahmed gritó y se desmayó por el dolor.

Capítulo 12: 2010
Cuando sus padres entraron en la habitación vieron la ventana abierta. Se preocuparon al ver que la cama del chico estaba vacía. La madre miró al marido con miedo y él dio unos pasos hasta que llegó a la ventana y se asomó a la calle. No había señales de ningún impacto. La cisterna del cuarto de baño sonó y Jaime apareció con el pijama de la puerta. Miró a sus padres y simplemente dijo:
- Tengo sueño.
Mañana sería otro día. Quizá jamás estuviera con Almudena, pero no podía asegurar, como le dijo Clark, que no habría otra mujer dispuesta a aceptarle como era. Además, había prometido no rendirse, como Superman. Se acostó y se durmió enseguida. Esa noche sonó que volaba, como el hombre de acero, directo a un palacio de hielo sobre el que se encontraba una princesa en peligro. Tres dragones alados se disponían a devorarla. Debía intentar salvarla.

Epílogo. 30 años después.
Año 1400. El ciego malvivía de contar historias en la plaza del mercado. Aquel día supo que aquellas iban a ser sus últimas palabras. Llegaba el momento de rendir cuentas a Alá, aunque pensaba que cualquier deuda que tuviera había sido pagada con creces en la Tierra. Sostuvo las pocas monedas que estaban depositadas frente a él en su turbante y las arrojó con la mayor fuerza que pudo. Algunos transeúntes se acercaron a coger las que podían. Elevó la voz todo lo que pudo y habló:
- ¿Qué fue de Mohamed V? Muerto. ¿Del gran poeta Zamrak, cuyos versos siguen volando entre los muros de la Alhambra? Muerto. ¿Y de las mujeres del harén? Muchas muertas, otras sustituidas por jóvenes. ¿Y de la gran favorita llamada Soraya? Nadie lo sabe. Posiblemente muerta también. ¿Y del poderoso soldado invencible, Ahmed Sarr, al que apodaban el Trueno de Alá? Éste que veis. Yo, que recorrí los cielos… el andar por la vida me convirtió en un gusano al que alimentaron y condenaron a existir. Hasta que la muerte me importó tanto como la vida no me dejaron en paz. Yo, que fui señor de la guerra y del amor puedo al fin descansar. Que Alá me perdone y me otorgue dos cosas, descanso en su seno y una última visión de mi amada.
El ciego se recostó y mientras exhalaba su último aliento, tuvo la sensación de que sus ojos recuperaban la capacidad de ver y que Soraya aparecía ante ellos para decirle: ven.
Año 2040. El niño se cayó del tobogán al intentar deslizarse de pie por su rampa, cosa que había hecho cien veces. En esta ocasión el pie se le dobló y salió despedido. Cumplía diez años ese mismo día. Paula, su madre, le recogió, pero el chico enseguida soltó su abrazo y volvió a subir de nuevo. Paula se alejó y se sentó en la terraza donde estaba su marido, Jaime. Éste pidió la cuenta. Al pagar levantó un billete para que la camarera lo cogiera. Ella enseguida apreció que las manos del cliente tenían los dedos fusionados. Evitó tocarlos al coger el dinero. Jaime estaba acostumbrado a esa reacción. Miró a Paula y volvió a sentir un amor sin límite por ella. Miró a su hijo y dio gracias por vivir. De una casa cercana sonaba una maravillosa música compuesta por Francisco Tárrega e interpretada magistralmente por la mano de Andrés Segovia. Cerró los ojos y evocó la Alhambra.

Continuará...

Diciembre 2010-enero 2011
José Luis Miranda Martínez
jlmirandamartinez@hotmail.com
Otros trabajos en Action Tales hasta enero de 2011. Superman 6 a 20, Superman Anual 1 y 2, Action Comics 1 a 3, Wonder Woman 1 a 9, JSA 1, Leyenda de Superman 1, Especiales Imperio: Escuadrón Suicida, Patrulla Condenada, Wonder Woman, Aquaman, Batman y Robin, Capitán Marvel y Liga de la Justicia.

Referencias:
(1) Monarca que existió en la realidad.
(2)Ambas figuras históricas.
(3) La figura de Ahmed y su historia posterior es plenamente ficticia.

2 comentarios :

  1. Leído este tercer número de "Errante", la verdad es que me ha gustado bastante más que los dos anteriores, no se si porque lo entiendo mejor, me siento más identificado con la historia o simplemente porque me ha llegado más a la patata.
    Eso sí, muy triste sobretodo la historia de Ahmed, quien al final no consigue ni una mirada de su amada. Y que a pesar del rechazo de esta no se olvida de ella y la sigue amando hasta el final.
    A ver que nos depara el siguiente número ^^

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  2. Este número se divide en dos partes muy bien diferenciadas, con sólo dos puntos en común: Granada y la relación amor/aspecto físico.

    Al igual que ocurría en el primer capítulo de "Errante", Superman vuelve a intervenir en la historia protagonizada por una persona normal (aunque con serios problemas físicos), no limitándose a "pasar por allí" como en el número anterior, sino que de hecho, afectará en gran medida al futuro de este personaje. Además, como punto extra para que este número pueda ser considerado como una historia de Superman, al mismo tiempo se analizan el papel del héroe y sus propios sentimientos (un análisis, por cierto, muy bien argumentado). En cuanto a la historia situada unos cuantos siglos atrás, bueno, me atrevería a decir que sin ella el número seguiría funcionando igual, aunque bien es cierto que subraya y amplía el mensaje principal de la historia que ocurre en el presente.

    En conclusión, y sin darle más vueltas al asunto, creo que simplemente se trata de una buena historia, bien escrita, amena al tiempo que intensa y protagonizada por unos personajes que se sienten reales (tantos los que viven en el presente como en el pasado).

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