Green Lantern nº 25

Titulo: El Juicio de Hal Jordan (III): Venganza
Autor: Gabriel Romero
Portada: Roberto Cruz
Publicado en: Febrero 2011

Hal Jordan es el Espectro, Siniestro es Parallax, y en este número verás el combate definitivo entre ellos, con la aparición también de Ganthet, Mongul, el Cyborg, Nerón, los Controladores, Hulka, los Cuatro Fantásticos, el Escuadrón Supremo, Thanos… ¡y el auténtico villano detrás de esta guerra!!!
Nacido sin miedo y honrado a carta cabal. Dos requisitos indispensables para convertirse en el mayor defensor
de la verdad y la justicia por todo el Universo. Para vestir los colores y el anillo de poder de…

Hal Jordan creado por John Broome y Gil Kane

Resumen de lo publicado: Los Cuatro Fantásticos se enfrentan sin éxito a los demonios–sombra del Anti–Monitor, y descubren que su única esperanza radica en el Universo–712, donde se encuentra la llave para vencer al demonio.
Mientras, John Stewart y Kyle Rayner caen abatidos bajo el poder de Siniestro, el nuevo Parallax, de modo que Hal Jordan realiza el sacrificio definitivo… ¡y se convierte de nuevo en Espectro!
 
–Explícame otra vez la historia –dice Hulka, mientras sus manos se aferran al timón sacudido por la velocidad de escape–. No llego a entender la razón por la que voy a jugarme la vida esta vez.
–Su nombre es Qward –responde la cara holográfica del anciano–, aunque otros le llaman el Anti–Monitor. Es una presencia metafísica del Mal Encarnado, y que se manifiesta como una nube de antimateria que lo consume todo. Su existencia consiste en devorar universos y asimilarlos a sus posesiones malignas. En el lugar de donde procede hay una lucha permanente entre el Bien y el Mal que toma sustancia en forma de la oposición constante entre materia y antimateria.
–Una especie de yin y yang cósmicos, ¿no es así? Y ahora se han venido de vacaciones al 616.
–Más o menos. El problema es que, para extender su esencia con propiedad, el Anti–Monitor necesita de un vehículo mortal que comulgue con sus ideas esencialmente sacrílegas. En su primer ataque multiversal le ayudaron el Psico–Pirata, Luthor y Brainiac, y aquí en nuestro territorio ha encontrado un amigo de la misma clase.
–¿Un amigo? ¿Quién?
–Obsérvalo tú misma. Has llegado.
La nave perdió velocidad conforme iba adquiriendo una órbita estable, y en las pantallas surgió la luz anaranjada que era marca de Titán, la luna de mayor tamaño de Saturno. Y en su superficie, como un gigantesco tótem sentado sobre un trono de cráneos humanos, le aguardaba el artífice de la batalla. El ser que había vendido la salud del Universo por treinta monedas de plata.
–Acércate, Jennifer Walters, y contempla el horror que te aguarda, pues este dios caído ha encontrado la forma de agradar a su Señora Muerte de un modo absoluto. ¡Pues hoy es a Thanos a quien te enfrentas, y no habrá salvación posible para los tuyos!
Y un escalofrío enorme sacudió la espalda de Hulka. Porque ahora sí que las cosas se estaban poniendo feas de verdad.
La pelea dura menos de un instante, pero para nosotros es toda una vida, infinitas vidas. Nos movemos en el espacio entre los nanosegundos, entre las vidas de millones de mundos habitados, que nos contemplan estuporosos. Luchamos en los cielos de Vega, sobre los enfrentamientos de Khunds y el Enjambre Araña, y los sueños de libertad de los Omega Men. Luchamos sobre Atlantis y su rey medio–humano, que no sabe si quiere ser rey o superhéroe. Luchamos en Durla y en los restos de Krypton, en el viejo Psion que crearon los Guardianes, en el Marte yermo y en Neptuno. Luchamos en el pasado y el futuro, en las Guerras Clónicas que terminó el Erradicador, en las Guerras Mágicas que asesinaron a Magnético. La guerra es una constante a lo largo de todo el Universo Material, y no me extraña, pues los mismos dioses son igual de violentos y crueles que los hombres, y no enseñan lecciones mucho más pacifistas. Tan pronto como hubo humanos en el planeta Maltus, éstos lucharon por ascender al estatus de dioses, y luego se mataron entre ellos. Primero Krona, luego los Controladores, los Manhunters, los Psiones, los Marcianos… y luego yo. Aunque en todo eso tuvo mucho que ver el ser contra el que lucho, mi hermano de sangre y origen, mi contrario absoluto.
Mi nombre era Hal Jordan, pero ahora vuelvo a ser el Espectro. Corre otra vez por mis venas el fuego de la Ira Divina, el Hambre de Justicia que lo devora todo. Escucho otra vez los susurros de mi madre, que me han condicionado desde siempre: “No hay justicia en el mundo, Hal. Mueren hombres buenos, y quedan vivos los peores: Nos creemos que hay justicia, porque necesitamos creer que existe, pero la verdad es que lo único que hay es suerte, buena o mala, a cada uno según le toque”.
Y grito, rechazando esas ideas. No puede ser cierto, no puede ser cierto, no puede ser cierto… Tiene que haber justicia, debe haberla, ¿si no qué sentido tendríamos todos aquí? ¿Para qué vivimos? ¿Para qué venimos al mundo, si da igual lo bueno o lo malo que hagamos en ese tiempo? Si podemos actuar como los más terribles canallas o los héroes más impresionantes, y a nadie le importa lo más mínimo, ¿qué razón hay para que vengamos al mundo?
Tengo que vencer esta batalla. Tengo que derrotarlo, como sea. Yo soy el Espectro, la representación viva de la Responsabilidad en los actos, de la Justicia sobre lo que cada uno hace o piensa. Mi poder es casi infinito. Mis capacidades son míticas. Por desgracia, las de mi oponente son iguales.
Parallax. Así lo llaman los mortales, aunque sé que tiene tantos nombres como niveles de poder hay en este Universo. Ganthet lo denomina de otra forma, una más propicia al nivel que ocupa en Oa. Sé que Darkseid también lo conoció, y el Alto Padre, y el Anti–Monitor en la Crisis, cuando fue su perrito faldero encerrando a los Guardianes en un campo de estasis, para que no le molestasen en la batalla. Yo también lo conocí mucho tiempo, cuando estuve unido a él tras la muerte de Coast City, en el tiempo en que hizo conmigo lo mismo que ahora le hace a Siniestro: ofrecerle el poder más absoluto de la Creación, y luego sentarse a contemplar el caos, riendo como un loco sobre las cenizas del Universo. Parallax es el Albedrío, la locura sin explicación ni responsabilidad. Hace lo que hace porque quiere, porque responde a su naturaleza caótica sin pensar en consecuencias, sin que le importe. Busca la restitución del Multiverso porque en él dan lo mismo la culpa y el compromiso, porque siempre hay otro lugar donde se actuó de forma distinta. El Espectro busca un Universo Único, como hubo al principio, para que todo ser se responsabilice de lo que haga, sin segundas oportunidades, sin opciones alternativas. Los dos se han enfrentado ya muchas veces, y en ningún caso han logrado solventar las deudas.
El Cosmos nació único, poderoso y terrible, con oleadas de energía pura nadando en todas direcciones, pero enseguida se las arregló Parallax para corromper la mente hiperdesarrollada de Krona y desatar el caos. Rompió en mil pedazos la Creación y de cada astilla nació una realidad paralela, y su poder creció imparable con cada cruce de caminos, porque de cada cruce surgían más infinitos, en una reacción en cadena que ya era incapaz de detener. El segundo asalto lo ganó el Espectro. Fue en la Crisis en Tierras Infinitas, cuando el Anti–Monitor se intentó tragar el Multiverso entero, y el Monitor y el Fantasma Verde se las arreglaron para reconstruir todo del mismo modo que había sido al principio, brillante y magnífico, sin copias. Ahí es donde intervine yo. Ahí es donde Parallax se introdujo en mi cuerpo y manipuló mis sentimientos, potenciando el odio y la frustración por haber perdido mi ciudad, y convirtiéndolos en armas para golpear al Bien. Terminó con Oa y los Guardianes, y arrasó todas las galaxias para fabricar el Hipertiempo. Su sueño. Su interés desde el comienzo. Un mapa de corrientes que fluyen en todas direcciones, un río de muchos cauces divergentes, con nudos que provienen de una sola corriente principal, que es la nuestra. Una lucha continua, por existir y desaparecer a cada instante.
Peleo, y sé que me estoy jugando el Universo. Esta batalla quizá sea la última para todos, y no puede haber errores. Parallax frente al Espectro. Siniestro frente a Hal Jordan. Otra vez, y sin duda la última. Un combate para decidir en qué realidad viviremos.
Luchamos, sobre el movimiento imperturbable de las manecillas del reloj, sobre mareas que van y vienen, sobre rutas comerciales entre estrellas, y la necesidad de los hombres de vivir. Le observo, apenas un instante tan breve que no es nada, y sé que estamos macabramente empatados. Que ni él ni yo decidiremos este día, sino poderes que llevan demasiado tiempo decretados. Que ya sabemos cómo va a acabar esto, por desgracia. Hoy tampoco solventaremos la guerra, sólo será un enfrentamiento más en una lista tan larga como la propia Historia del Cosmos.
¡De modo que vuelves a rebelarte contra mí, Jordan! –habla en un espacio sin aire, junto al nacimiento de las galaxias y el ascenso de la entropía–. ¡Llevas demasiado tiempo cuestionando mi poder, desafiando la voluntad de Siniestro! ¡Es hora de que pagues por tu falta de fe!
¿De verdad crees que esto va de ti y de mí, Kane? Esta lucha está por encima de nosotros, por encima de Oa y de los Green Lantern Corps. Es un combate de ideas, de conceptos sobre la naturaleza del Cosmos. Y sabes tan bien como yo la forma en que termina. Es ridículo que lo neguemos.
Ridículo eres tú. Sigues siendo el perro faldero de los Guardianes, aunque en este caso sólo quede uno. Dime: ¿también ladras y haces cabriolas cuando te lo ordena?
Cruzamos nebulosas y agujeros negros, contemplamos el ascenso de Anthro, el primer hombre de la Tierra, y la invasión de los durlanianos muchos siglos después. Incluso me veo a mí mismo, rodeado de energía esmeralda y transportado hacia los escombros de una nave espacial en California, donde me aguarda mi destino. Un alienígena, un ser noble llamado Abin Sur, que decide traspasarme su poder y sus obligaciones. Y yo acepto, inconsciente de lo que me espera. Inconsciente de que salvaré a innumerables personas en miles de mundos, y de que asesinaré también a muchos, por culpa de un espíritu emergido de la Fuente.
El Espectro me habla, y me cuenta cosas. Me explica que ambos son dioses de un tiempo previo al Big Bang, cuando no existía nada, previo incluso al nacimiento del Mundodios, y a su ingrato y caótico final. Me dice que son Hijos de la Fuente, aspectos y representaciones materiales del mismo Corazón del Universo, que cada ser capta según su propia naturaleza. La forma en que mis ojos ven al Espectro no tiene nada que ver con la forma en que lo ve Ganthet, o Darkseid, o el maldito Parallax. Son como dedos que la Fuente envía hacia nuestra realidad, y que desde siempre usa para jugar con nosotros. Somos sólo piezas de un tablero misterioso.
Estás perdido, Jordan. Ríndete ahora que puedes, y evita que te torture durante eones.
–¿No es lo que querrías? ¿No tienes tanta furia que quemar? Estoy seguro de que Parallax te está diciendo ahora mismo, como me dice a mí el Espectro, que ambos estamos empatados en nuestra energía, y que ninguno puede vencer sobre el otro. Así que, ¿por qué continuar luchando? ¿Por qué hacemos esto? ¿Hacia dónde estamos yendo, Kane?
–Desde luego, y por mucho que lo niegues… ¡hacia tu final!
Redobla su poder, fuerza los límites del Universo para derrotarme, pero es incapaz. Las dimensiones paralelas tiemblan, las galaxias se resquebrajan por nuestros gritos, y no hay nada que podamos hacer para terminar la batalla. Cada uno es idéntico al otro, y contrario en todo. Nuestras energías se neutralizan mutuamente, evaporándose sin riesgo hacia los límites de la realidad, de vuelta a la Fuente.
Su poder… Mi poder… Entonces me doy cuenta que poseo de nuevo el manto del Espectro, y que hay muchas cosas que están a mi alcance.
Ondeo mi capa, y un sinfín de avatares místicos cruzan el Universo, dispuestos a cumplir mis órdenes. Hay demasiadas cuentas que saldar, y no suelo tener oportunidades como ésta.
Es la hora del Espectro.

El portal del tiempo se abrió con un sonoro estallido, como si el mismo aire explotara a su contacto, y la luz inundó el valle plagado de bestias. Los recién llegados tardaron apenas microsegundos en adaptar sus ojos a las nuevas condiciones, y se esparcieron en dirección al muro brillante con la práctica que hacen los años de combates.
–¡Zumbador, flanco derecho! ¡Cosa, por la izquierda! –gritó el campeón de músculos de acero–. ¡Míster Fantástico y yo nos ocupamos del grupo central!
–Reed, ¿puedes decirme quién se ha muerto y ha nombrado rey a este memo?
–Bueno, Ben, en realidad Hiperión es un héroe con décadas de experiencia, y tenemos que admitir que éste es su mundo.
–Vale, vale, ya lo pillo: Ahora manda el de la capa. ¿Pero cómo demonios hace para que no se le enganche en todos lados?
La respuesta quedó perdida en las gargantas de los cuatro guerreros, pues sus movimientos fueron demasiado rápidos para que nadie pudiera pensar en el diálogo. El gigante Hiperión movió con sus propias manos a dos temibles Tyrannosaurus rex hambrientos de carne, mientras el velocísimo Zumbador golpeaba un millar de veces en segundos a los no menos peligrosos Velociraptor, y la Cosa se empleaba a fondo con los impredecibles Triceratops. Y en este segundo que le habían ganado sus compañeros, Míster Fantástico se estiró hasta el centro del valle ocupado por dinosaurios, y recogió del suelo lo que habían venido a buscar.
–¡Noah estaba en lo cierto! En la Prehistoria de la Tierra–712 se ocultaba el primer fragmento de nuestro objetivo. ¡Cuando los tengamos todos, el enemigo será fácil de batir!
–Espero que esté en lo cierto, doctor Richards –musitaba Zumbador con poca confianza–. Nos hemos jugado mucho en esta empresa, y no tendremos vuelta atrás. Hemos dejado nuestra época indefensa sólo con el Doctor Spectrum y su amigo Kilowog, que ya están ocupados con ese Faro Cósmico que pretenden construir. ¡Como esto no funcione, no vamos a tener un mundo al que llamar hogar!
–Tranquilo, sé lo que hago. Esta nube de antimateria ataca a la vez todas las épocas de cada universo, como puedes ver allí delante, así que no podemos hacer mucho más aquí que en vuestro tiempo. Sin embargo, este objeto puede ser la clave de toda la guerra, no sólo de una batalla.
–Estamos contigo, amigo Richards –dijo Hiperión, solemne–. Así que conecta eso que llamas Boom Tubo y devuélvenos a casa. Me gusta la tecnología que manejas. Ese Noah Baxter del que tanto hablas debe ser un inventor prodigioso.
–Bueno, esto en realidad no es obra suya, sino de otro… compañero. Uno mucho más antiguo.
Y con el mismo estruendo que retumbaba en los suelos, los cuatro héroes se volatilizaron en el aire, abandonando por ahora los tiempos más antiguos de su mundo.
Buscando un nuevo escenario en el que luchar.
La imagen es tan absolutamente bella que incluso un villano megalómano puede quedar extasiado. Le contemplo en silencio, e intento adivinar lo que piensa. Henry Henshaw mira a la Tierra sentado en una piedra del Mar de la Tranquilidad, en la Luna, y no hay en su rictus una sola emoción, un sentimiento puro. Sólo mira, y recuerda.
Henshaw fue una vez piloto y astronauta, como yo, pero la vida le trató amargamente. En su última misión viajaba con su esposa y dos buenos amigos cuando la nave atravesó un cinturón radiactivo de enorme poder, que les hizo caer como una piedra y les provocó horrendas mutaciones. Los amigos murieron, pero Henshaw quedó transformado en un ser de impulsos eléctricos, en un conglomerado de metal con capacidad para poseer toda forma de tecnología y emplearla para sus fines. Cuando su esposa lo descubrió, se quitó ella misma la vida, horrorizada.
Pero el problema no fue éste.
Henshaw se había quedado solo en el mundo, y además convertido en lo que él creía que era un monstruo, de modo que su única solución fue la salida fácil: culpar a otro, en este caso a Superman, que no había sido capaz de salvarle. No puedo condenarle demasiado por ello, al fin y al cabo yo mismo culpé a los Guardianes por no haber sido capaces de salvar a Coast City, y eso fue lo que me hizo vulnerable a Parallax, y propició el desastre. No, yo no odio a Hank Henshaw por culpar a Superman de lo que sólo era responsable él mismo, yo le odio por transferir esa culpa a toda la especie humana, y buscar los medios más terribles para exterminarla. Ya convertido en el Cyborg, puso en marcha una maquinaria extraterrestre para aniquilar todas las ciudades del planeta y sustituirlas por máquinas, que él podía controlar fácilmente, y se rodeó de un canalla tan despreciable como Mongul. Visto que no podía ser nadie entre los humanos, sólo un perdedor temeroso de sí mismo, prefirió vivir entre robots, que no le cuestionarían. Por suerte, los héroes del planeta fueron capaces de detenerle… no antes de que borrara del mapa mi ciudad.
Sé que toda la culpa no es suya, que gran parte también me corresponde a mí, por no estar en Coast City cuando hacía falta, por no protegerla como había jurado. Pero mi culpa es algo que tardaré años en expiar, puede que el resto de mi vida… y Henshaw fue quien disparó la bomba. Quien se disfrazó de Superman y exterminó la vida de un millón de personas sólo para emborronar la figura de mi amigo, sólo para vengarse de algo que en verdad fue responsabilidad suya.
Y es Henshaw el que tiene que pagar.
Ataco rápido y sin piedad, pero de modo extremadamente doloroso. Una columna de fuego verde brota del suelo de la Luna, consumiendo su carne, fundiendo sus circuitos kryptonianos. Una esfera de estasis le inmoviliza, y mis manos atraviesan su corazón cibernético, provocándole un shock.
–Espero que me recuerdes, asesino, y que sepas por qué hago esto. Tú mataste a un millón de personas inocentes, voces que me gritan que acabe contigo. Hoy no morirás, desde luego, pero te juro que vas a sufrir como nunca imaginaste.
–¿Jo… Jordan? ¿Eres tú… debajo de esa capucha? ¿Al final has decidido castigarme a mí… por tus propios errores?
–No. Te castigo por la muerte de la población de Coast City, de la que nadie es responsable más que tú. Mi deber como héroe es algo que no te incumbe, y por lo que ya responderé ante quien deba, que no eres tú.
–Como quieras… explicarlo. Espero que disfrutes con tu venganza… porque esto te convierte en la misma clase de persona que soy yo.
–El Espectro no disfruta con lo que hace. El Espectro sólo ejerce la Justicia.
Levanto una mano, y las llamas del Infierno le torturan. Le arranco la lengua, para no tener que oír sus protestas nunca más, y le reviento los órganos como fruta madura. Es tan fácil, todo tan fácil. Podría acabar con su vida en sólo un instante, pero no se merece eso. No le otorgaré la paz que él le dio a la inocente Coast City, el Cyborg se ha ganado un trato especial.
Rompo la barrera del tiempo, y lo llevo a Oa, cuando aún no era Oa ni había un Universo. Extiendo sus moléculas sobre el fuego atómico del Big Bang, y le regalo una eterna agonía. El Cosmos explota sobre los restos de su cuerpo masacrado, arrasándolo. Henshaw ya no es nada salvo dolor. No tiene ser, ni materia, ni identidad propia ni voluntad, pero todavía siente el dolor que le entrego, y conserva intactos sus recuerdos. Quiero que sepa por qué hago esto, que se acuerde de sus pecados una y otra vez. Pasan los siglos, y el Cyborg continúa en el nacimiento del Universo, muriendo a cada segundo y renaciendo otra vez, en una muerte continuada del mismo tipo que Perseo. Recuerda, Henshaw, recuerda lo que hiciste.
Se acaban el Tiempo y el Espacio, y Kismet es asesinada por el Señor del Tiempo. Lo único que existe ya es la Entropía, y me llevo los escasos restos del Cyborg a un lugar muy lejano. El Amo del Caos me observa, y bajo su capucha roja sé que está sonriendo, porque me entiende.
–¿Y puedes culparme –dice entre dientes– por querer hacer lo mismo con la Legión de Súper–Héroes?
–No es lo mismo. Henshaw masacró impunemente, y tú lo que quieres es matar a los auténticos héroes de su época. Lo mío es Justicia, lo tuyo es perverso.
–¿No sabes quién soy? Ya he ganado, Espectro. Todo el Universo ha muerto, incluida la Legión de Súper–Héroes. Al final yo gano, por mucho que os duela.
Y ríe, con una siniestra carcajada que prevé el final de todo cuanto existe. Sé que estamos destinados a eso, sé que la Creación va a ser tragada algún día por la fuerza irrefrenable de la Entropía… pero mientras tanto, haré lo imposible por llevar la Justicia al Universo, al menos el tiempo que dure.
Acuno en mis manos el residuo carbonizado que es Hank Henshaw, y sé que aún siente el dolor, y los recuerdos. No pienso otorgarle el descanso, no pienso dejar que muera. En vez de eso le doy el final que se merece.
–Siempre quisiste ser feliz, pero no lo lograste. Te otorgaron un poder inmenso, y lo empleas para matar. Querías volver a ser humano, pero estabas encadenado a la máquina que hay en ti. Yo te dedicaré a otra cosa. Desde hoy serás plenamente una máquina, el ordenador central que gobierne Coast City. Sufrirás la agonía de servir a la misma ciudad que aniquilaste, y por mi poder no tendrás capacidad para otra cosa. Serás consciente de ti mismo y tus recuerdos, pero no podrás volver a ser humano jamás. Serás una computadora al servicio de los hombres, satisfaciendo sus caprichos y sus necesidades, eternamente servil. Y en cada uno de los días que te quedan por delante, sabrás que fue por mi mano que estás en esta situación, por la Mano de la Justicia. Hasta nunca, Hank Henshaw. Hola, Andrómeda, Ordenador Madre.
Abre su único ojo computerizado, un ojo profundo e inexpresivo, de color rojo láser. Y cuando habla, es sólo por su programación, no por deseos.
–“Funciones primordiales en marcha. Ciudad al 98 % de efectividad. Iniciando protocolos de supervisión”.
Sé que él está ahí abajo, en la profundidad de un infinito mar de cables y circuitos, y sé que sufre, porque de esta prisión no le será posible escapar.
Porque esta prisión es él mismo, y su propio cuerpo.
La tierra estaba oscura y sucia, quemada por fuegos radiactivos que habían tardado siglos en desaparecer. Los restos de las últimas batallas aún perduraban en los suelos y los valles, en las lomas carcomidas por las bombas y las ciudades que ahora sólo eran ruinas. Observándolas con detenimiento todavía podían sentirse los gritos de agonía, el pavor de la gente que vivió entre sus calles, y que sufrió por ello un indescriptible tormento. Grandes luchas se habían gestado aquí, y al final todos perdieron. No hubo un solo vencedor en esta historia, salvo la muerte, que ahora reinaba suprema entre sus torres.
–De modo que éste será nuestro final –dijo Halcón Nocturno, con un pesar renovado que sentía como culpa–. Después de tanto, no seremos capaces de arreglar las diferencias, y apretaremos el botón del Apocalipsis. Eso dice poco de nosotros.
–Es sólo un posible final –respondió la Mujer Invisible, poniendo una mano cálida en el hombro de su nuevo aliado–. Como dice Reed, todo futuro, e incluso todo pasado, es sólo uno entre infinitas posibilidades. Sí, es una opción que acabemos así, pero todos luchamos por impedirlo, día tras día.
–Tienes razón… pero verlo… no es agradable.
–Desde luego que no. Pero esto tiene que servirte como una motivación añadida para seguir peleando. Tenemos una misión en este futuro remoto, y una guerra que ganar. ¿Puedes localizar el objeto entre tanto horror?
–Desde luego que sí. No es fácil detectarlo, pero está allí, en ese edificio ruinoso del que apenas queda nada.
Se desplazaron a gran velocidad sobre los toboganes invisibles de Sue Richards, y pronto estuvieron frente al motivo de su viaje en el tiempo. Halcón Nocturno lo guardó cuidadosamente en el bolsón cuántico que llevaba colgado, y apenas derramó una lágrima breve ante la visión de lo que colgaba de una pared frente a su rostro.
–Es usted una mujer increíble, ¿sabe? El profesor Richards es afortunado.
–Puede estar seguro que se lo recuerdo todos los días. ¿Está listo? Activaré el Boom Tubo y volveremos al presente.
Asintió, y la nube de protones les envolvió de forma amorosa, mientras el doctor Kyle Richmond le dedicaba una última mirada a los restos carbonizados de la enigmática Gioconda, y se preguntó si los siglos y las aberraciones no habían hecho aún más deliciosa su sonrisa. Como si ella supiera todo lo que había pasado, y les sonriera feliz a ellos que todavía conservaban la esperanza.
Descender al infierno nunca es tarea fácil, ni grata. Dante Alighieri escribió que el infierno se compone de nueve círculos concéntricos, cada uno más terrible y profundo que el anterior. Y en un día como éste camino con paso firme a través de los nueve, consciente de mi misión, ignorando los gritos de los condenados y las risas de los demonios. Me envuelvo en mi capa de un verde grisáceo, y sólo miro al frente, a mi amargo destino: Mongul.
Hacía mucho que esperaba este momento, y es únicamente a través del poder del Espectro que puedo acercarme hoy al amargo pozo de fuego en el que está mi enemigo.
Mongul era un poderoso dictador alienígena que gobernaba con mano de hierro un lugar de sufrimiento y dolor llamado Mundoguerra. Era una nave, pero también un planeta que se desplazaba por el Universo esparciendo su doctrina de terror y muerte programada. Era una arena de combate, donde gladiadores forzosos combatían por su vida para divertimento de un millar de mundos habitados.
Los piratas de Mongul recorrían las galaxias capturando a los seres más poderosos y que dieran mejor espectáculo luchando, y una audiencia ansiosa de dolor y sangre consumía frenética lo que él les daba. Agonía y sufrimiento. Tortura y fuerza. Hasta que Superman cayó en sus redes y deshizo la firme estructura de Mundoguerra, destrozando sus pilares y ridiculizando al mismo Mongul en la arena que tantos beneficios le reportara. El Señor de la Guerra cayó en desgracia, y el inmenso poder que había ostentado se le retiró para siempre, quedando reducido a menos que los esclavos a los que él había humillado, a una pobre burla de sí mismo. Y eso creó en su alma un odio y un rencor infinitos hacia el héroe responsable de su caída, y por esta razón se unió al Cyborg en una venganza horrenda con mi planeta como víctima indiscriminada. Atomizó Coast City, voló en pedazos el lugar donde nací sólo para convertirlo en un nuevo Mundoguerra, en un segundo imperio sangriento que satisficiera su rabia homicida. Quería poder, quería reinar sobre otros, y la única forma que halló fue un acto cobarde y genocida.
Camino sin detenerme entre los restos de Anton Arcane, que como una formidable pestilencia abonan el suelo. Marcho frente a Abnegazar, Rath y Ghast, los Tres Demonios con los que luché en repetidas ocasiones cuando era el Green Lantern oficial de la Liga de la Justicia. Veo de reojo a Etrigan, el Demonio Rimador que estuvo en la caída de Camelot, y al que el mago Merlín ligó al humano Jason Blood sólo para que Blood no conociera jamás la paz y el descanso. Contemplo las legiones de diablos mayores y menores, cuyas habilidades con la tortura y el horror son infinitas. Los hombres hicieron bien su trabajo al crear el Infierno.
Porque toda esta monstruosidad no es obra de Dios, ni de la Fuente, según en lo que cada uno crea, sino de la imaginación portentosa que tienen los hombres para el Mal. Cuando empezó a haber mortales en el Universo, y éstos pudieron elegir libremente su camino, el Mal quiso tentarlos para ensombrecer sus almas, y nació el Infierno, como representación material de hasta qué punto podían ser terribles los humanos, de hasta dónde podían corromper sus almas y ser monstruos. Igual que los ángeles son modelos de los hombres perfectos, de qué virtudes pueden engalanarlos y hacerlos puros, los demonios son ejemplos de la putrefacción absoluta de la especie humana. De todo lo mezquino y brutal que hay en nosotros, por mucho que nos aterre y no queramos admitirlo.
El hombre puede ser un ángel o un demonio, según lo que en cada elección escoja, y entre uno y otro se mueve como extremos de un péndulo que es nuestra vida.
Y sin duda el más terrible de los demonios es Nerón. Su porte es altivo, su aspecto elegante, pero sus ojos despiden un fuego más intenso que el de los mismos pozos de Apokolips. Sus dientes rechinan hambrientos al contemplar mi figura, pues ansía el poder del Espectro desde hace eones, aunque sabe tan bien como yo que tal poder le está negado, por su misma naturaleza. Hay quien dice que es el más antiguo de la estirpe de los diablos, que fue quien instigó las primeras guerras en la Prehistoria, y la matanza de mujeres de la que luego serían creadas las Amazonas. Que estuvo presente en el nacimiento de Cleopatra y le enseñó a seducir a los hombres, que se enfrentó a Nabú y le dictó a Hath–Seth la maldición que habría de atrapar el alma de Hawkman… Qué más da. Yo conozco sus secretos, y por ello no le menosprecio. Es un enemigo a evitar, un aliado voluble y un nombre que no debe pronunciarse en vano.
Y desde luego es el que asesinó a Mongul, y a quien pertenece ahora su alma para divertirse.
Cuando me acerco lentamente, el gigantesco alienígena amarillo está atado a un inusual potro de tortura, con sus intestinos devorados por ratas, su cara en llamas y sus miembros medio arrancados por la fuerza de cuatro toros en estampida. Descansa sobre carbones encendidos, una inmensa columna de acero le revienta las costillas, y el aire es insano, irrespirable. Y Nerón se carcajea a su lado, sentado sobre la espalda de cinco asesinos que maté.
–¡Bienvenido, mi querido Fantasma Verde! O al menos, su joven sustituto. Has cambiado tantas veces de rostro en esta eternidad que nos conocemos, Espectro, que ya nunca sé bien a quién dirigirme.
–Al Avatar de la Justicia. Será suficiente con eso. Veo que te has apropiado de los restos de Mongul. Deseaba comprobar si mi trabajo era necesario aquí.
–¿Bromeas? Yo mismo le castigué por sus crímenes cobrándome su vida, y además tuve la fortuna de que me correspondiera ocuparme de él en el Infierno. La Justicia Divina ha sido buena conmigo.
–La Justicia no mira a quién golpea, Nerón, sólo a quién se lo merece. Mongul fue uno de los mayores genocidas de la Historia, y se ha ganado a pulso la eternidad de agonía que tú le proporcionarás. Ése es tu cometido. Cumple bien con él y te serán entregadas almas parecidas.
–Soy únicamente un humilde servidor. Realizo mi trabajo y disfruto haciéndolo. No tendrás queja al respecto. Así que me marcho.
Nerón es un ser monstruoso, una aberración, pero hay veces en que hace falta que existan las aberraciones. Sin él, ¿quién podría castigar a Mongul como se debe? ¿Quien estaría por los siglos de los siglos destrozándole? Ni siquiera yo. Ni siquiera todo mi odio y mi necesidad de revancha podrían conseguirle un tormento como ése, de modo que ya sé que puedo seguir con mi vida. Y si esto hace que Nerón se vuelva un poco más presuntuoso, y que incluso en algún momento se convierta en una amenaza real para el Universo... Bueno, como digo a veces hace falta que existan las aberraciones.
A ciertas profundidades, ni la luz puede alcanzar a alumbrar las guerras, y los seres vivos luchan y mueren en la más completa oscuridad. Esto debían estar pensando La Antorcha Humana y la Princesa Poder a los mandos del ultraveloz mini–submarino de Reed Richards, mientras cruzaban la Fosa de las Marianas en pos de la última pieza del intrincado puzzle.
–Es increíble que vuestro amigo haya tenido desde siempre la clave de nuestra victoria hoy. No pensé que esto fuera a ser tan fácil.
–Anfibio es un mutante que sirve como embajador de Atlantis desde hace mucho, Johnny, y lo que ahora le hace tanta falta a tu líder lleva siglos siendo una reliquia tremendamente poderosa que idolatran los atlantes desde tiempos inmemoriales. Localizarlo no ha sido un problema. Otra cosa es que nos la dé.
–Pero es el último fragmento. Si él no podremos derrotar al Anti–Monitor.
–Kingsley Rice es un hombre justo, y defenderá a su pueblo adoptivo por encima de cualquier otra cosa. Guarda fuertes lazos con la gente de la superficie, pero realmente de nosotros sólo ha obtenido desprecio por ser mutante y una familia que no quiso criarlo. De modo que si para contentar a sus amigos del Escuadrón Supremo tiene que privar a Atlantis de aquello en lo que creen más que nada… no sé qué decisión puede tomar.
–La cuestión no es ésa, nena. Si no nos da el objeto, puede despedirse de su pueblo, de Atlantis y de toda la maldita Tierra–712. ¡Y nosotros de la nuestra!
–Créeme, Johnny… ¡Ésa es la única baza que tenemos para negociar!
La Antorcha respiró hondo y agarró con fuerza el timón, sudando ríos de fuego al pensar en la aventura que se cernía ante él. No habría vuelta atrás. De nuevo el destino de todo el universo, de todos los universos paralelos, recaía pesadamente sobre sus hombros en llamas. Y no estaba dispuesto a equivocarse.
–Nena, si esto sale bien, pienso invitarte a unas birras en el mejor local de Brooklyn, el pub de mi amigo Stanley Lieber. ¡Y no voy a aceptar un no por respuesta!
–¿Y quién te ha dicho que vaya a decir que no, mi querido señor Storm?
Y rió como un tonto. “¡Quizá después de todo sí valga la pena enfrentarse a los ejércitos de Atlantis y a la destrucción del Cosmos entero!”.
Me pasaría mirándola toda la vida, lo juro, y estoy convencido de que no me cansaría fácilmente. Es tan hermosa. Tan, tan hermosa... La primera vez que traje a una chica a este mirador, lo más impresionante que había era la Base Militar de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos, y desde luego ya era todo un espectáculo. Nada que ver con las naves galácticas de Rann o los ascensores espaciales de la ONU que despegan ahora a cada momento, pero ya puedo jurar que era digno de observarse. Un continuo trajín de aviones de la USAF yendo y viniendo, un preciso mecanismo de relojería que no podía fallar nunca, armado con exactitud por hombres que servían con lealtad a nuestro Gobierno. No hombres perfectos, no, pero sí entregados a su causa con una determinación y un valor que no suelen tener reconocimiento. Cuando traía aquí a una chica, ella siempre miraba los aviones, tan preciosos, tan elegantes, y soñaba con volar por el cielo como un ángel. Yo en cambio sólo miraba a los soldados. Pilotos, mecánicos, hasta a los conductores de camiones. Los hombres cuyo valor hacía posible que todo esto tuviera sentido, y que eran los que habían construido la fama de la USAF por el mundo. Sin ellos nada podía funcionar. Sin ellos no seríamos la potencia líder del mundo. No era por los aviones. Era por la gente que iba dentro de ellos.
Por eso me convertí en piloto. Para ser uno de esos hombres únicos.
Coast City siempre ha sido una ciudad pionera, y eso muchas veces no le ha traído más que perjuicios. Fue una de las principales bases de portaaviones durante los años cuarenta, y los japoneses le mandaron unos cuantos regalos en su camino hacia Pearl Harbor. Acogió a un superhéroe mucho antes que otras (solo la Trinidad y Barry Allen aparecieron antes que yo, y sus ciudades respectivas se hicieron tan famosas como ellos), y justamente por eso se ganó la furia de Mongul y del Cyborg, y murió un millón de personas. Ahora es centro de integración de culturas alienígenas, y sepa Dios que nuevos horrores le traerá esto. Las cosas siempre pueden ir a peor. Contemplo la perspectiva de mi hogar desde el viejo mirador donde traía a las chicas que me gustaban, y soy consciente de todo lo que puede deparar el futuro. De las bombas que esconden los Dominadores en los almacenes del puerto, de las pruebas secretas que hacen los daxamitas para controlar sus poderes y algún día conquistar la Tierra, de las últimas esperanzas de los trommianos, que pronto desaparecerán del Universo por la mano de un pirata espacial, y nadie puede saberlo más que yo. El Espectro tiene el don de la omnisciencia, y creo que es más una condena, porque su misión es castigar el Mal en todas sus formas, pero nunca de un modo preventivo. Puedo saber exactamente lo que piensa cada hombre, lo que planea y lo que intentará en un futuro más o menos cercano... pero siempre debo respetar su libertad, y esperar a que actúe antes de condenarlo.
Pues ya está bien.
No pienso quedarme de brazos cruzados nunca más. No pienso permitir que mi gente corra riesgos innecesarios, ni que muera sólo para servir al propósito del Mal. La misión del Espectro no debe ser sólo punitiva. Estamos aquí para hacer el Bien, no sólo para saciar nuestra Venganza.
Extiendo mi mano derecha, y ésta se convierte en una gigantesca cúpula transparente que rodea la ciudad. Me esfuerzo, y la hago absolutamente impenetrable. Atravieso el suelo, excavando en raíces y alcantarillas de siglos de antigüedad, hasta que no queda un solo rincón de Coast City que no posea. La levanto, observándola en mi mano como un juguete. Como una preciada posesión que no quiero perder. “Tranquila... Ahora estás segura”. Asciendo, llevándola conmigo a territorios que nadie ha explorado jamás. A sitios donde le está vetado entrar al hombre. Atravieso realidades y dimensiones paralelas, algunas de las cuales ya fueron visitadas por los Guardianes hace muchos siglos, otras ni siquiera ellos las conocen. Mi destino es un lugar sin nombre más allá de la conciencia, un plano hundido en la materia de los sueños donde nadie podrá venir a buscarla. Una fortaleza onírica absolutamente impenetrable. Floto sobre las nubes, y deposito mi valiosa carga en un banco de cirros y estratos de color parduzco. Aquí no sopla ni una brizna de aire, y podrán tener luz del sol constantemente. Las plantas crecerán, y vivirán por sí solos durante toda la eternidad. Aislados, pero al fin seguros de cualquier desgracia. Sonrío, y me alejo muy despacio, sin dejar de mirarla.
Pero una voz gritona en mi conciencia no me deja marcharme.
–¡Hal, Hal, espera! ¡No nos dejes aquí, por Dios!
Me acerco de nuevo, y veo a la mayor parte de los ciudadanos de Coast City reunidos en la Plaza del Milenio, donde se celebra la unión de culturas bajo una misma bandera. Pero hoy no están contentos. Gritan, me insultan, y a la cabeza de todos ellos esta su alcalde, mi viejo amigo y mecánico de aviones Tom Kalmaku (ahora más ocupado como “mecánico de un pueblo”).
–Hal, espera, no te marches. No puedes abandonarnos aquí.
–No estáis abandonados, Tom, sino seguros. En este lugar no volverá a ocurriros nada, y podréis ser felices al margen de las maldades del mundo. No habrá más muertes, ni más sufrimientos sin sentido.
–Pero Hal, tú sabes que éste no es el camino. No queremos escondernos de esas maldades, sino enfrentarnos a ellas.
–¿Para qué? ¿Para morir? No voy a permitirlo, Tom. Ahora que tengo el poder de un Dios, lo voy a emplear en protegeros.
–Amigo, esto no es protección, sino también muerte. ¿No te das cuenta de que esta cúpula es tan impenetrable que no deja pasar ni el aire? Nos has salvado de cualquier maldad, pero al mismo tiempo conseguirás que muramos. Por eso la gente está enfadada, porque si no retiras pronto la cúpula, vamos a morir todos asfixiados.
Ahora me doy cuenta al fin. Esto es una locura. Es la condena. He intentado proteger a los míos, y lo único que consigo es ponerlos en peligro nuevamente. Cada cosa que hago es aún más temeraria, cada nueva acción pone en riesgo a los que me quieren. El camino no es éste, tiene razón el Cara de Tarta. No hay que esconderse debajo de las mantas, hay que ponerse en pie y encarar el peligro, aunque duela. Es el único modo de afrontar el Mal, por mucho que nos tiente el vivir protegidos. La protección es una necedad, es una falsa sensación segura que no satisface más que a los cobardes.
Y yo debería saberlo mejor que nadie, ya que soy un hombre nacido sin miedo y honrado a carta cabal. Pero a veces, incluso alguien así necesita que un viejo amigo le ponga en su sitio.
Devuelvo Coast City al lugar que le pertenece, y pido perdón público a sus autoridades. Es el momento de saber hacia dónde va todo esto, de encontrar cuál es el lugar al que pertenezco yo.
Y sé exactamente quién es la persona con la que tengo que hablarlo.

La cortina de energías descontroladas seguía avanzando de forma inexorable sobre la desprevenida Nueva York de la Tierra–712, sin que ninguno de sus autoproclamados defensores hubiera sido capaz de protegerla. Muros de antimateria circulaban por las calles tragándose a su paso los sueños y esperanzas de veinte millones de habitantes, condenándolos al olvido. Tres equipos de superhéroes habían partido hacia destinos alejados en el tiempo y el espacio, sabiendo que aquéllos que ya habían sido devorados por su enemigo nunca jamás podrían regresar, pero aún esperanzados en que podrían evitar una matanza mucho mayor que ésta.
Mientras, en el último piso de un abarrotado Empire State Building, montados sobre una precaria estructura que sólo los ojos más sabios del mundo podrían entender, Kilowog y el Doctor Spectrum ponían todas sus esperanzas en poder construir el llamado Faro Cósmico.
–¿Estás seguro de lo que haces? –dijo el único miembro presente del todopoderoso Escuadrón Supremo.
–Desde luego que sí. Nuestras baterías de poder funcionan como radiofaros a través del tiempo y el espacio, de modo que cualquier Green Lantern puede ser localizado por otro o por los mismos Guardianes en cualquier universo y cualquier época donde haya caído. Por desgracia, mi anillo ha quedado inservible debido a la frecuencia vibracional del Universo Eternidad, que es sustancialmente distinta de la mía, y me veo incapaz de enviar un mensaje de vuelta a casa, o llamar a mi propia batería. Para eso es para lo que utilizaré tu Prisma de Poder, que es como un anillo de Green Lantern pero sintonizado con la Tierra–712, y por tanto idóneo para esta tarea.
–Por lo que parece, entiendes mejor el Prisma que yo, aunque lleve años usándolo.
–Entiendo de lo que está hecho, cosa que tú pareces desconocer. Es un anillo de poder similar al mío, pero adaptado a las características de tu realidad. Los Guardianes eran incapaces de tener patrulleros en la infinitud del Multiverso, bastantes problemas les daba ya el Universo–1, de modo que enviaron fragmentos de su poder a los planos más remotos, para que éstos localizaran por sí mismos a individuos nobles y capaces de extender el Bien y la Justicia por sus propios planetas. ¿Tú cómo obtuviste el Prisma de Poder?
–Era astronauta, y lo recibí de manos de Skymax, un poderoso Skrull al que salvé de morir en el espacio, y junto al que fundamos el Escuadrón Supremo. Digamos… que más bien fue el Prisma quien me encontró a mí. Me inspiró a convertirme en héroe y extender el Bien, tal y como has dicho.
–Es su programación. El resto proviene de ti, Joseph Ledger, no creas que los Guardianes convierten a nadie en mejor persona, sino al revés. Es cada portador el que convierte a su sector en un lugar mejor donde vivir. Esto ya está. Terminado y funcionando. Tendríamos que obtener respuesta en breve.
–¿Tú crees que captarán la señal en el lugar del que vienes?
–Deberían. Ganthet tiene sentidos que nadie entiende, y puede captar cosas incluso a varios universos de distancia.
–Eso espero, porque si no… Eh, ¿qué es eso?
Pero nunca llegó a haber respuesta, porque antes de que pudieran moverse un poderoso rayo de energía los abatió a ambos, y otro más voló en pedazos el Faro Cósmico. Y entre los cuerpos inconscientes de los héroes caminó una misteriosa figura metalizada.
–Yaced en el suelo, monstruos, y contemplad el final de vuestro mundo, tal y como lo habéis conocido hasta ahora, porque en tan sólo un instante, tan breve que no puede ser medido, pasará a mis manos para siempre. Y cuando ellos vuelvan del viaje, no habrá nada que puedan reconocer, de todo lo que dejaron atrás. ¡Ja, ja, ja, ja!
Sabía que lo encontraría aquí, que él habría tenido las mismas intenciones que yo: ver de nuevo su casa, protegerla.
Desciendo invisible sobre las laderas rojizas de Korugar, y allí me espera, paciente. Siniestro contempla su hogar, la misma ciudad que conquistó a pulso de manos de los crueles invasores Khund, y que más tarde transformó en cabeza de su propio reinado. El núcleo de su inclemente tiranía, y que ahora a duras penas intenta levantar cabeza. Mi amiga Katma Tui fue su reemplazo en el puesto de Green Lantern, y luchó durante años para recuperar la fe y el apoyo de los míseros korugarianos… sin conseguirlo. La sombra de Siniestro fue demasiado alargada para ella.
Y hoy el dictador ha vuelto a casa, invisible, dotado del infinito poder de un dios nacido de la Fuente, pero vestido con las ropas que usó cuando no era más que Jon Kane de Korugar, libertador y promesa de un pueblo. Héroe aclamado, y ejemplo de niños.
Aterrizo a su lado, y me dejo ver como Hal Jordan, su antiguo amigo y estudiante. Su hermano de anillo.
–Supuse que estarías aquí.
–Sabía que vendrías. Y no me importaba. Creo que ya es hora de que hablemos, Hal. Sin anillos, y sin dioses cósmicos que nos manejen. Solos tú y yo.
–Y el universo alrededor.
–El universo puede esperar. Para mí lo más importante es esa gente de ahí abajo. Peleé muchos años para que fueran felices, aunque luego todo quedara olvidado. Los Guardianes, los Corps, tú mismo… Corristeis a hablar mal de mí, me condenasteis por “actos innobles de la condición de un Green Lantern”… Pero sabes lo que es proteger a un pueblo, jurarles que nunca permitirás que les ocurra nada malo. Yo había hecho ese juramento, y no iba a abandonarles pasara lo que pasara.
–Ya. Ahora vemos que tú también estabas influido por Parallax, y perdiste la cabeza igual que yo. Supongo que todos te debemos una disculpa.
–¿Influido por Parallax? ¿De verdad te has creído esa mentira? Hal, lo único que Parallax hace es dar poder a los mortales. Para lo que cada uno emplee ese poder depende de ti.
–No, Parallax influye en su huésped, igual que hace ahora el Espectro conmigo.
–Falso. Es una argucia más. ¿Ahora pretendéis exculparme de todo, igual que antes me cargasteis de delitos? Hal, los Guardianes fueron estúpidos al crear su red de policías galácticos. No existen personas “nacidas sin miedo y honradas a carta cabal”. Todo fue una mentira para ligarnos a ellos para siempre, igual que la debilidad al amarillo, que es culpa de los Controladores, y nunca nos lo dijeron.
–Sé que ellos lo sabían, y Ganthet encontró la forma de anular esa debilidad en el anillo de Kyle. O al menos disminuirla. Ha cometido errores, pero está tratando de arreglarlos. Yo creo que es hora de que cada uno admitamos lo nuestro, ¿no crees, Jon?
–¿Qué quieres, que diga que fui un dictador en Korugar? ¡Claro que fui un dictador! Pero es que es natural que nos transformemos en dictadores, por supuesto que lo hemos sido, y lo seremos. Nadie en su sano juicio con semejante poder puede actuar sólo como un consejero, por mucho que ellos lo quieran así. Somos humanos, y terminaremos esclavizando siempre a nuestro pueblo. Es la única forma de protegerlos.
–Pero es que nuestro deber no es protegerlos a cualquier precio. Precisamente vengo de Coast City, y por mi afán he estado a punto de matarlos a todos. La respuesta no es ésa, Jon. Tenemos que guiarlos, que estar con ellos para cualquier cosa, pero no someter su voluntad a la nuestra.
–¿Por qué no? Tenemos el poder, y la información y el alma para actuar correctamente. ¿Por qué no debería contar más nuestra voluntad que la suya? ¿Acaso no hemos sido elegidos?
–Pero eso no nos hace más especiales. No hay nosotros y ellos. Somos iguales que el resto, Jon.
–No. Eso no lo aceptaré. Puede que no seamos los soldados perfectos que pretendían los Guardianes, pero tampoco somos parte de la chusma. Estamos aquí para enseñarles, para que aprendan de nuestro poder, de nuestra moral, y también de nuestros fallos. Y el que no quiera aprender… bueno, lo hará por las malas.
–Por eso nunca llegaremos a un acuerdo. Porque yo valoro a la gente por encima de cualquier otra cosa, sobre todo si su seguridad es impuesta por la fuerza.
–Entonces es que sigues siendo el mismo idiota. Antepondrás esa estúpida moral a la vida de tu gente, y conseguirás que vuelvan a matarlos a todos.
–No, lucharemos por vivir, juntos, y ganaremos juntos.
–Y volverás a enfrentarte a ti. Como siempre.
–Por eso estamos aquí, ¿no? Para hablar una última vez antes de que esta guerra se decida.
–Muy bien, pues ya hemos hablado. ¿Puedes marcharte y dejar que observe mi ciudad a solas? Estaré contigo enseguida, en Oa, pero hasta entonces querría un instante de paz.
Le miro, me mira, y sabemos que nunca pensaremos igual. El problema es que nuestras discusiones ponen en peligro toda la salud del Universo.
Como siempre.
Desaparezco, y me reúno con mi auténtico yo sobre el Planeta del Guardián. Es hora de que toda esta historia se termine.
Los equipos volvieron casi al unísono: Hiperión, la Cosa y Mister Fantástico que habían visitado la Prehistoria; la Mujer Invisible y Halcón Nocturno que estuvieron en el más remoto futuro; y la Antorcha Humana y la Princesa Poder, que fueron hasta Atlantis a pedir la ayuda del Embajador Anfibio. Pero cuando regresaron a la Nueva York de la que habían partido, y sus respectivos Boom Tubos rasgaron el tiempo y el espacio para completar su misión, la imagen que se presentó ante ellos era tan horrorosamente cruel que hasta lloraron. La ciudad había quedado por completo arrasada, los edificios estaban carbonizados y tirados por el suelo como juguetes rotos, y no se escuchaba ni un solo ruido en las calles. No había cadáveres a la vista, pero sí muchos signos de lucha y un combate feroz. Había tanques deshechos como si fueran madejas de lana, cazas de guerra estrellados en el asfalto, y el suelo abierto como una calabaza. El aire se había vuelto rancio, como si de algún modo reflejara el intenso dolor y la pérdida de aquella gente, y el cielo estaba cubierto por una tupida capa de nubes grises, sin duda de origen industrial. ¿Qué había sucedido allí? ¿Cómo era posible que alguien hubiera causado este desastre?
–¡Te lo dije, Richards! ¡Estaba convencido que si dejábamos solo este mundo, quedaría indefenso ante cualquier ataque externo de nuestros enemigos!
–¡Pero es imposible, Hiperion! ¡Nos hemos materializado justamente en el mismo microsegundo en que desaparecimos! ¡Nadie podría haber causado estos daños en el transcurso de nanosegundos!
–¿Nadie, Reed? –gritó una voz tenebrosa que venía de detrás de una máscara de acero–. ¿Acaso realizar lo imposible no es la marca de identidad del Doctor Muerte?
Y los humos se apartaron para permitir la llegada de una poderosa figura que vestía armadura de combate. Un ser acostumbrado a la guerra y el poder, y a enfrentarse de modo repetido a los Viajeros del Mañana.
- ¡Víctor! ¡De modo que esto es cosa tuya! ¿Cómo has sido capaz de semejante atrocidad?
–¡Fácilmente, Richards, porque sois un montón de inútiles con enormes poderes, y al final todos sucumbís ante el genio de Muerte! Llevo años monitorizando tus viajes, y en el momento en que apareció la nube de antimateria en la Tierra–616 y vosotros os vinisteis a ésta, fue fácil seguiros y darme cuenta de las posibilidades. Un mundo entero a mi disposición, aunque sólo durante un brevísimo instante, pero más que suficiente para mí. ¿O tengo que recordaros que fui yo quien reinventó la tecnología de viaje por el tiempo que había investigado tu padre? Ha sido divertido, sí, y muy estimulante. Creé un bolsillo del tiempo en el que éste transcurría a una velocidad mucho menor que la vuestra, de forma que lo que para tus máquinas ha sido un simple microsegundo, para los habitantes de la Tierra–712 han sido veinte años de dura guerra contra mis Muertebots y mis tanques–androide. Una guerra que por supuesto han perdido. ¡Contemplad ahora al señor de este mundo, y tragaos vuestra furia, porque Victor von Muerte es or fin el amo absoluto de la Tierra!
Ojos, vida, muerte y caos.
Los avatares restituyen de nuevo mi ser, y estoy exactamente en el mismo lugar y ni un microsegundo más tarde. La pelea sigue en el mismo punto en que la dejamos hace eones, Parallax enfrentado a muerte al Espectro, sin que Siniestro ni yo seamos capaces de arreglar diferencias. Luchamos, nos enfrentamos con el destino de todos los Universos en juego, y los Universos sufren contemplando nuestra ira. La Atlantis de Aquaman se resquebraja, mientras Arión impide que la capa de hielo avance sobre ellos, y Power Girl descubre que no es una princesa atlante. En Titán se establece una colonia de poderosos telépatas que harán historia dentro de miles de años, y en Durla se fusionan dos bacterias para crear un nuevo ser multiforme. Todo ello se contrae y muere ante el fervor homicida de los dioses cósmicos. Nada ni nadie se salvará hoy, sólo nuestros más fieles seguidores.
–¡Siniestro, detén ahora este horror! ¡No tiene sentido lo que estamos haciendo!
–¡No lo tendrá para ti, cobarde! ¡Afronta tu destino, Jordan, y muere!
Redobla su ataque, y justo entonces me retiro.
No puedo seguir siendo el Espectro, no soy el hombre indicado para esto, ni siquiera cuando pueda suponer el final de todo. No pude arrasar Thanagar como él deseaba, y mis intentos por proteger mi ciudad sólo han conseguido ponerla aún más en peligro. El Espectro ha utilizado mi alma como vehículo para proyectar su furia sobre el Cosmos, pero si ha de ser así como exista, no lo hará con mi ayuda.
Siniestro nota que flaqueo, y se engrandece. Floto de vuelta a la superficie de Oa, envuelto en la capa que no llevaré por mucho tiempo, y ya noto en mi interior cómo la voz del Espectro chilla furiosa.
–¡Jordan, no seas estúpido! ¡Sin tu presencia no podré combatir a Parallax, y tú y los tuyos moriréis en segundos!
–Esta conversación ya la zanjamos en Thanagar, y el resultado será el mismo. Incluso entonces me devolviste la vida, como premio a mi honestidad.
–¡Pero ahora vuelves a ser necesario! ¡Esta batalla no la venceré solo!
–Tienes razón en que soy necesario, pero no como Espectro… ¡sino como un hombre!
Le abandono, y soy de nuevo únicamente Hal Jordan, piloto de pruebas de Coast City. Soy nada menos que Hal Jordan, y terminaré venciendo de un modo u otro. Me yergo sobre la arena rojiza de los desiertos de Oa, con las imponentes ruinas de la Ciudadela a mi espalda, y sé que no va a ser fácil. Sé que Kyle y John no serán las únicas víctimas de esta guerra, sé que hay mucho más en juego de lo que cualquiera pueda imaginar.
Pero, ¿cuándo ha sido fácil este trabajo?
Siniestro luce en el cielo como un sol maligno y terrorífico, una luz dorada cada vez más oscurecida, y a su espalda descubro ahora un número indeterminado de figuras negras. Seres pequeños de piel blanca y orejas puntiagudas, de ojos llenos de actos crueles, que irradian por cada uno de sus poros una impenetrable aura de completa oscuridad. Y él los idolatra como un peregrino que llega a su meta.
–¡Contempla, Oa, el destino de todo ser vivo! ¡Descubre a Siniestro, el nuevo Parallax, Rey de la Creación y Señor de la Existencia! ¡Y adorad a los que fueron mis maestros, los todopoderosos Controladores, aquéllos que vinieron a mí cuando los crueles Guardianes me desterraron al Universo de Antimateria, y allí me adoctrinaron en los secretos del Bien y del Mal! ¡Ellos, que una vez fueron dueños de Oa igual que los ridículos enanos de piel azul, y que por sus enseñanzas quedaron desterrados al olvido! ¡Enseñanzas que son las mismas en las que yo creo! ¡El Bien a través de la Fuerza! ¡El Poder como única moneda de cambio!
–¡Ellos se han olvidado del Bien! –le grito con las pocas fuerzas que me quedan–. ¿Es que no puedes verlo? ¡Fíjate en sus auras, Jon! ¡Son negras, como el Mal que hay en sus almas! ¿Es en eso en lo que crees?
Se gira, y por una vez contempla a sus maestros de forma objetiva. No por lo que fueron, sino por aquello en lo que se han convertido. Bucea en sus ojos poderosamente oscuros, explora la terrible energía que exudan, y en menos de un segundo ya tiene la respuesta.
–¿A… Amos? ¿Es… Es posible lo que dice? No habéis sucumbido al Mal, ¿no es cierto? Somos… Somos guerreros del Bien, pero a nuestro modo. Con… nuestras propias reglas.
–Las reglas son a las que nos obliga el Universo –dice una voz única con la que hablan todos, un sonido atroz salido de las profundidades del Infierno–. Tú mismo has contemplado el horror, Siniestro. Sabes lo que tenemos que hacer, a cualquier coste.
–¡No! No, por Dios, el coste también importa. Puedo aceptar la muerte y la tortura, y puedo someter a universos enteros a mi voluntad, pero será siempre por un fin mayor. Perseguimos el Bien, pero no a través de la Compasión, como hacen los Guardianes. La Fuerza es nuestro Credo, pero siempre para obtener el Bien.
–¡La Fuerza es lo único que importa! –chilla la voz, y sus rayos negros impactan en el cuerpo de mi antiguo amigo, consumiéndolo–. ¡Si no sirves por entero a nuestros fines, serás eliminado!
–¡No! –dicen los montes y la tierra de Oa, mientras emerge de su vieja Ciudadela una figura exultante de energía esmeralda, un pequeño cuerpo azul vestido con ropas ceremoniales de color escarlata, y cuyas manos chisporrotean de luz. A su paso el aire se convierte en torbellino, y las estrellas parecen sonreír, complacidas. Su rostro vuelve a ser milagrosamente joven, tan joven como puede ser un inmortal de miles de millones de años, y su voz suena terrible de nuevo–. ¡Soltad a ese hombre, pues me pertenece! ¡Jon Kane fue elegido Green Lantern del Sector 1417, y pese a todas las manipulaciones a que lo habéis sometido, aún sigue siendo mío!
–¿Crees que tienes algo que decir en esto, Ganthet? –se ríen los Controladores, como hienas de un infinito poder cósmico–. Él es ahora Siniestro, ya no es más tu soldadito fiel, y aceptó por propia voluntad las enseñanzas que le transmitimos.
–Pero no fuisteis honrados, no ha sido más que un medio para obtener vuestros fines: primero la infestación de Hal Jordan con el manto de Parallax, logrando así la muerte de los Guardianes y el inicio de la Edad Oscura del Universo; y ahora la invasión de Oa, y el pretendido asesinato de todos los defensores del Bien. ¡Pero aún quedo yo en pie, y no os será fácil!
–¡Ja, ja, ja! ¿Un solo Guardián contra veinte Controladores? ¿Realmente crees tener alguna posibilidad, idiota?
–¡Veámoslo!
Mueve las manos, y a su orden la propia atmósfera de Oa golpea al frente de energía oscura. Las nubes desatan una tormenta eléctrica como nunca se ha contemplado en la Historia, los suelos se bañan de lava y la derraman sobre el enemigo, y la misma luna que orbita el mundo se lanza ferozmente contra ellos. Ganthet juega entre sus dedos con las fuerzas más inamovibles del Cosmos, y los Controladores son violentamente rechazados. Su mirada es feroz, temible, dotada de una vitalidad y unas crueles energías primarias que nadie habría sospechado.
–¿Cómo es posible? ¡Nuestro poder emana del mismo origen que el tuyo, y tendríamos que poder neutralizarlo!
¿Estáis seguros? ¡Nuestro poder viene de Oa, y hoy es Oa lo que atacáis! ¿De verdad os imaginabais que el Dios del Bien seguiría otorgándoos sus favores a partir de este acto traicionero? ¡Que os los dé vuestro auténtico Señor!
Y cada una de sus palabras es reafirmada por columnas de fuego y redes de pura voluntad, por el mismo Corazón de la Luz Verde, que anida en su pecho. Tiemblo, solo en la superficie caótica del ser que está en el centro del Universo, y que empiezo a pensar que es mucho más que sólo un planeta. Oa respira, grita, ruge su furia aprisionada durante demasiados eones. El Bien se defiende de un enemigo al que dejó crecer en exceso, y que ahora se ha vuelto arrogante. Los Controladores, que una vez fueron Hijos del Bien igual que Ganthet, ahora regresan con sus pensamientos enturbiados, y con un inmenso poder que sólo sirve a la guerra. Igual que hizo Siniestro, y antes yo, y antes los Manhunters. Todo está unido, todo es la misma batalla. El Mal se dedica a tentar a los inconscientes mortales, y luego se ríe disfrutando los resultados. Parallax es sólo el mensajero del Mal, el arma que utiliza para captar a los más valiosos. Les habla de Albedrío, de los poderes que podría otorgarle y los actos maravillosos que podría realizar. A Krona le ofreció sabiduría, a los Manhunters libertad, a los Controladores poder, a Siniestro dominio. Y a mí… a mí me ofreció una segunda oportunidad, para mí y para todos los mortales que consideraba responsabilidad mía.
Y uno tras otro caímos como estúpidos.
Ahora Ganthet es el único que puede defendernos, porque él es el Defensor del Bien Absoluto, el poder que no flaqueará. Porque él sabe que Parallax es sólo el lacayo, pero hoy tendrá que enfrentarse al Dios del Mal en todas sus formas, y no puede perder. Siniestro era el portador del mensaje, los Controladores sólo una distracción, pero el aire rezuma ya al aliento pútrido del verdadero responsable de esto. Una fuerza tan antigua como la que anida en la Ciudadela de Oa, y tan inagotable y eterna como ella. Un ser que ya presentó batalla antes, y al que ni Ganthet ni yo nos enfrentamos, pero que hoy librará la última y definitiva de las guerras, la más oscura.
La que decidirá si la Luz del Bien alumbra de nuevo las conciencias del Universo.
Los pequeños seres de aura negra levitan juguetones sobre el cielo estrellado, y a su espalda empieza a materializarse una forma, un horror, un mal puro como la mente no es capaz de imaginarse. Nuestro verdadero enemigo.
–¿Crees ser alguien con este juego de luces, Guardián? Te has quedado solo, por mucho que te pese, y no hay más salida para ti que la muerte. Puede que tengas el respaldo de Oa, el mismo que hoy nos ha sido vetado, pero nosotros también tenemos a un dios de nuestra parte. Uno mucho más salvaje y verdadero que el tuyo, y que no tendrá problema en aniquilarte y dejar para nosotros tu poder. Observa a quién servimos, y tiembla, porque no habrá un mañana para el Cosmos después de la venida de… ¡Qward, a quien los humanos conocen como el Anti–Monitor!
Y entre la nube oscura se adivinan dos figuras crueles, dos luces carmesíes terroríficamente inhumanas. Dos horrores del Universo de Antimateria.
Dos ojos.

Continuará....

REFLEXIONES CÓSMICAS
Por Gabriel Romero

Termina así uno de los últimos capítulos de esta saga, y el primero en el que todas las cartas están ya sobre la mesa.
Qward (el Anti–Monitor) es el responsable de este movimiento de tropas hacia Oa, igual que de la invasión del Universo Marvel, y ha conseguido poner contra las cuerdas a los pobres defensores del Bien. Los Green Lantern Corps destruidos, los Guardianes aniquilados, John Stewart y Kyle Rayner muertos, y Hal Jordan desposeído del poder del Espectro. Ganthet es el único que sigue luchando cuando las cosas se ponen realmente feas, pero ¿será capaz de mantenerse mucho tiempo en pie?
Por otro lado, en el Universo Eternidad, Hulka se enfrenta a Thanos en la superficie de Titán, descubriéndose que el adalid de la Muerte ha hecho un pacto con Qward para actuar como su representante en esta Crisis en Universos Infinitos, y mientras, en la Tierra–712, el Doctor Muerte ha capturado al Escuadrón Supremo y los Cuatro Fantásticos para evitar que protejan su Universo del ataque de la antimateria.
El próximo número os va a sorprender.
Vale, unas cuantas claves de esta historia: El hecho de repartir a los miembros del Escuadrón Supremo y los 4F en equipos con diferentes misiones es un claro homenaje a las historias clásicas de la JLA, cuando absolutamente todo se podía arreglar actuando en equipos pequeños (al fin y al cabo, el Escuadrón es un homenaje oficial a la Liga). La inclusión de Hulka y el Proyecto Baxter es un deseo personal (me encantan esos personajes y sus conceptos, como una fuerza cohesionadora de todos los héroes del Universo Marvel, sin las connotaciones evidentemente políticas y de espionaje de SHIELD). Dejo ya con este número zanjadas las cuentas pendientes que tenía Hal hacia el Cyborg y Mongul, de una forma que me parece bastante adecuada, a medio camino entre la venganza homicida (que siempre se puede achacar al Espectro) y la Justicia más pura (me parece increíble que en la DC real nadie se haya preocupado de este asunto, ni siquiera mi idolatrado Geoff Johns; es como si realmente quisieran olvidarse de lo que se le hizo al personaje, echándole la culpa de todo a Parallax y siguiendo hacia delante como si nada). Y al mismo tiempo explico la relación del Espectro con el Infierno y el componente mágico del Universo DC (si realmente es un dios cósmico nacido en La Fuente, como se dejaba claro en el número anterior, ¿qué relación tiene eso con Dios y su papel de Ira Divina? ¿No es acaso el Ángel de la Venganza, como se decía en otras narraciones? Pues ya vemos aquí que todo es lo mismo, La Fuente y Dios son dos formas distintas de entenderlo, según las creencias de cada uno, y sus ángeles y demonios son agentes del Bien y del Mal que sirven de faro a los que pueden acercarse o no los mortales según quieran… Todo muy metafísico).
Un punto que sí me interesaba dejar claro en este número es que Siniestro no es maligno de por sí, únicamente entiende mal las cosas, y cree que los problemas siempre pueden solucionarse por la fuerza. Considera débiles a los Guardianes y a Hal Jordan, y sólo busca poder para mejorar el Universo como cree que podría, lo que le hizo especialmente vulnerable a las maquinaciones de Parallax y de los Controladores (que sí son malignos realmente). Pero aquí, cuando tiene que afrontar el hecho de que la Fuerza por sí misma no conduce más que al Mal, se arrepiente, y es eliminado por sus antiguos maestros. Una forma de redimirse de algún modo, y de hallar un equilibrio en su forma de pensar. Admite que asesinó a miles de personas, pero en su interior cree que fue por mejor. Esto es lo mismo que discuten él y Jordan en las colinas de Korugar (otra de las cuentas por arreglar, y un último momento de paz antes de la guerra), y que por supuesto no les lleva a ningún acuerdo. Nunca me gustó la imagen de Siniestro como netamente maligno (imagen que aún se usa hoy en día en DC), ya que al fin y al cabo los Guardianes le escogieron una vez como Green Lantern, y me niego a pensar que estuvieran tan, tan, tan equivocados. Algo bueno debieron ver en su interior, algo que no se ha explorado hasta el momento. Tal vez no es que sea un villano… es que no comprendemos cómo piensa (un poco en la tradición de “explora psicológicamente a los héroes, pero más a los villanos” que hace tan bien Geoff Johns, y que ya hizo mucho antes el Maestro Byrne).
Otro aspecto que me parecía vital era el tema de proteger Coast City. Desde siempre se ha asociado a cada superhéroe con una ciudad, y se le ha nombrado automáticamente protector de ella. Pero Hal es el único que realmente sabemos que ha fallado en esa tarea, y que por su culpa (mayor o menor) murió aproximadamente un millón de personas. Tenía que quedar claro que ningún héroe es perfecto, y que la única forma de evitar eso no es la culpa, ni la venganza, sino seguir luchando día tras día por mejorarse, junto a los suyos. El único momento en que Coast City está realmente protegida es el momento en que corre más peligro de todos, y en el que Hal por fin abre los ojos para siempre. Una bonita parábola, ¿no creéis?
Y no me digáis que no os encantan las apariciones especiales: el Señor del Tiempo, Nerón, Etrigan, varias versiones de Atlantis, el pasado y el futuro de la Tierra… ¿Soy yo acaso el único con alma de friki al que le apasionan estas cosas?
Pues en el próximo número, más, y mejor.

1 comentario :

  1. Genial, no puedo decir menos que eso, la historia es espectacular, usar todo tipo de personajes que nadie se esperaria que aparezcan, las ideas de Jordan y Sinestro, me gusto demasiado

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