Superman nº 22

Titulo: Errante (II): La Luna Llena (The Whole of the Moon)
Autor: Jose Luis Miranda
Portada: Montaje de Roberto Cruz
Publicado en: Diciembre 2010
Ella miró al cielo observó una luna llena radiante y gigante que ocupaba el centro del espacio de la plaza, giró la mirada hacia la estatua ecuestre deteniéndola en el rostro del rey. Él volteó la mirada al cielo y contempló la esfericidad blanca del satélite terráqueo. La noche de la Plaza Mayor se inundó de música. ”Todos tenemos derecho a realizar alguna locura”


Enviado a la Tierra desde el moribundo planeta Krypton, Kal-El fue criado por los Kent en Smallville. Ahora como un adulto, Clark Kent lucha por la verdad y la justicia como...
Superman creado por Jerry Siegle y Joe Shuster
Prólogo
Ya había estado en España otras veces, aunque nunca de esta manera. Generalmente se ocupaba de ayudar en alguna catástrofe o atentado terrorista. Era un país que le llamaba poderosamente la atención debido a la diversidad de climas, de costumbres, de lenguas y de opiniones políticas. Le agradaba la accesible forma de ser de casi todo el mundo, el arte, la cultura, la gastronomía. Cuando pisó el aeropuerto de Barajas miró el cielo y se sintió como en casa. Clark Kent se dirigió a la cinta por donde anunciaban la llegada de sus maletas.

Capítulo 1
Calle de La Diligencia, Barrio de Vallecas, Madrid, España. El despertador atronaba. Gema lo detuvo soñolienta. Odiaba madrugar. Tenía la sábana enredada en las piernas. Hacía calor. La cama estaba ardiendo. Dio un par de vueltas buscando una zona más fría. Malhumorada por no lograr encontrarla decidió sentarse en su borde. Miró al despertador y le dieron ganas de arrojarlo por la ventana. En lugar de ello, se levantó y pensó: Odio el calor. Ojalá tuviera dinero para comprar aire acondicionado. Se dirigió al servicio.

Capítulo 2
Calle de la Gran Vía, Zona Centro de Madrid, España. El despertador de Gabriel también le estropeó el sueño. Soñaba con que acababa de marcar el gol definitivo de la final de la Copa del Mundo. La multitud del estadio le aclamaba y sus compañeros le llevaban en hombros hacia una copa rodeada de presidentes y personalidades mundiales. Pero, era curioso porque el que portaba la copa para entregarla, apartando entre otros a Obama, Sarkozy, Zapatero y Merkel, era el mismísimo Bruce Willis. Sin embargo, justo cuando Bruce le iba a dar el trofeo, plof, el horrible ruido de la peor máquina jamás inventada hizo que, tanto Bruce, como la gloria, se desvanecieran en un segundo. El calor era horrible. Gabriel se levantó y conectó el aire acondicionado. En un momento la casa se enfrió.

Capitulo 3
Gema salía apresurada del portal. Llegaba tarde a trabajar. Entró en el metro. Lo odiaba. Aunque tenía carnet de conducir, no poseía dinero suficiente para mantener un coche. Apenas sacaba para el alquiler de la casa. El sueldo de la contrata de limpieza no era para presumir. Lo único bueno es que solían destinarla a los mismos grandes almacenes del Centro de Madrid y le encantaba esa zona. Cuando salió del Metro Callao, vio en el cine del mismo nombre el estreno de la última película de Bruce Willis. Era su actor preferido, aunque a sus amigas no les hiciera demasiada gracia y, casi siempre, tuviera que ir sola a las salas cinematográficas. Le volvía loca su pícara sonrisa de truhán. Rápidamente entró en el trabajo para enfundarse un uniforme de limpieza y comenzar la jornada. Al salir vio como unas rosas rojas estaban tiradas en el suelo del pasillo. Seguramente alguien habría tropezado con el jarrón que las acogía. Las recogió. Estaban frescas, parecían que habían sido recién cortadas. Las volvió a situar en su recipiente, echó en él un poco de agua y las observó. Le encantaban las rosas rojas.

Capítulo 4
Gabriel salió a la calle recibiendo un aroma a chocolate. Provenía de una cafetería cercana. Entró en ella y compró dos gofres para llevar con chocolate fundido por encima. Era una de sus perdiciones. Hay pecados que son imposibles de evitar, se dijo. Los empezó a comer mientras encaminó su paso hacia su oficina. Se había pasado los últimos quince años trabajando en diferentes sucursales del Corte Inglés por todo el país. Por fin, había conseguido el traslado a la capital como director de uno de los almacenes más grandes e importantes de la cadena en la calle Preciados de Madrid. Su piso, un ático en la Gran Vía, estaba a diez minutos andando de su trabajo. Todo ello daba cuenta de la importancia económica del cargo. Le encantaba esta parte de Madrid. A pesar de que había perdido algo de ¿glamour?, ¿idiosincrasia?, ¿casticismo? No sabía definirlo muy bien. No era la Gran Vía que él había conocido de niño. Pero aún mantenía una mezcolanza de lo antiguo y lo nuevo que le atraía enormemente. Era una sensación de que todos los caminos acababan confluyendo en esa zona de la capital. Sensación que se iba perdiendo en la ciudad paulatinamente, pero que aún permanecía en muchos madrileños. Realmente su lugar preferido de Madrid era la Plaza Mayor. Le atraía como a una polilla la luz, siempre buscaba alguna excusa para pasear por allí. Al llegar a la puerta del Corte Inglés despertó de su ensimismamiento. Entró, saludó al guardia de seguridad y subió a su despacho. Cuando lo abría con la llave advirtió un jarrón con rosas rojas. Se las quedó mirando. Él siempre las compraba a sus parejas. Deseaba en secreto que alguna de ellas le hubiera regalado una al menos. ¿Deseo estúpido? Quizá, pero ninguna lo hizo. Cogió una del jarrón y entró en el despacho con ella.

Capítulo 5
Gema acabó la jornada a las dos de la tarde. Su amiga de la infancia y, casualidades de la vida, compañera en el mismo trabajo, Virginia, salía en el mismo instante:
- ¡Gema! ¿Vas ya a casa?
- No, voy a hacer una entrevista de trabajo por la tarde. Comeré algo por aquí cerca y…
- ¿Te importa que comamos juntas? Me recoge Jorge, pero tardará todavía una hora.
- Claro que no.
- ¿Cuál es el trabajo al que aspiras?
- Directora General de Banesto.
- Aunque seas la elegida, no lo aceptes. Mira lo que le pasó a Mario Conde.(1)
- Tienes razón. Mira, mejor voy a la segunda entrevista que es para ser camarera en un Foster los fines de semana.
Ambas se rieron. La conversación en la comida derivó hacia lo poco que cobraban y lo duro que resultaba el jefe de personal, el señor García, siempre dictatorial en el trato. Al término de la comida el camarero les ofreció la carta de postres. Virginia la rechazó y pidió un café con leche. Gema repasó visualmente las diferentes opciones y sus ojos se detuvieron en un pastel de chocolate al que no pudo resistirse.
- Yo éste, señaló al camarero. Luego, mirando a los ojos de su amiga dijo. Ya sabes. No puedo resistirme al chocolate. Oye, ¿qué tal con Jorge? Hace mucho que no me cuentas…
- Supongo que hemos superado la crisis… No sé, no quiero plantearme nada, sigo dolida… ¿Y tú? ¿Tenemos pareja en el horizonte?
- Nada de nada. No tengo suerte, el último, Pedro, roncaba.
- ¿Roncaba? Mujer, pones el listón muy alto.
- No, es que si te despiertas a las tres de la mañana con unos ronquidos de oso y amas al emisor, probablemente te parezca gracioso, pero si encima no sientes lo más mínimo por él lo único que te apetece es ahogarle con la almohada. Si al menos…
- Si al menos…
- … me hubiese corrido como Dios manda, pero duró un par de minutos y se fue y se durmió…
- Típico.
- No quiero que lo sea. Además, ¿sabes lo que pasó la otra noche? Salimos y nos encontramos con un vendedor de rosas. Para hacer algo original y sorprender a Pedro, me acerco y le compro una para él. Pues me miró como si le estuviese regalando un rollo de papel del váter. Y empieza a deleitarme con una charla sobre que son los hombres quienes deben llevar la iniciativa, que sus padres llevan treinta y cinco años casados porque su padre llevó, con mano firme y responsable, palabras textuales, las riendas de la relación...
- Y encima roncaba y no te corriste. Los eliges bien.
- Acabó diciéndome que si quería ir a casa de sus padres a ver una película de DVD con ellos el viernes por la tarde.
- Ja, ja, ja, ja, Un plan perfecto.
- Si al menos la película hubiese sido de Bruce Willis. Pero no, era esta en la que salía Marisol cantando la vida es una tómbola. Una y no más… Lo dejamos un día después.
- O sea que fuiste. Dios mío. No me imagino tortura peor. ¿Entre quiénes te sentaste en el sofá? ¿Cuando llegó la canción de Tómbola todos os pusisteis a cantarla?
- Vete al carajo.
- Vale, vale. Dejemos el tema.
- Quiero compartir mi vida con alguien pero no tengo suerte en este terreno. Las personas apropiadas que tuve se me fueron, a veces por mi culpa otras por la suya. Creo que no sé ni lo que es estar de verdad enamorada.
- Chica, no empieces con las lágrimas. Estás estupenda. ¿Cuántos años tienes? ¿38?
- 39. Y estupenda o no se me pasa la vida, el arroz y la cordura a veces.
- Necesitas un buen polvo.
- Necesito eso y que se quede a dormir después.
- Y que no ronque.
- Y que no ronque. Por cierto, ¿qué haces esta noche? ¿Te vienes a ver la última de Bruce Willis?
- No puedo, tengo cena familiar, pero si quieres el sábado salimos a bailar. ¿Qué me dices?
- En fin, iré como siempre sola a ver a Bruce. Pero, ok, el sábado fiesta.

Capítulo 6
Gabriel llegó a casa cansado. Sin embargo, estrenaban la última película de Bruce a dos pasos de su casa y se decidió a llamar a su mejor amigo, Óscar, para ver si le apetecía ir a verla. Óscar miró como aparecía el nombre de su amigo en la pantalla del móvil. Contestó con vigor:
- Hola, jefe, ¿qué tal estás?
- Bien, ¿estás haciendo algo ahora? ¿Vamos a la última sesión a ver la de Bruce Willis?
- Paso, tronco, mañana madrugo. Quedamos el sábado.
- Estoy harto de hacer lo mismo: copas, locales de música cargados de humo, ruido…
- Y mujeres…
- ¿Mujeres? No nos comemos un colín.
- Serás tú, ya sabes que mi charla Jedi consigue que se vuelvan locas por mí.
- Óscar, se realista, la última mujer con la que ligaste con ese método tenía ochenta y cinco años, era mi abuela y estábamos en la boda de mi hermana.
- Mira tio. Necesitas echar un polvo… Estás volviéndote un amargado…
- Ya estamos…
- Cumples 40 en dos semanas. ¿No es momento de que sientes la cabeza?
- Sentarla, como si la moviera alguna vez…
- ¿Quedamos entonces el sábado?
- Qué remedio.
- No te arrepentirás. Nos vemos.
Gabriel colgó el móvil algo decepcionado. Apreciaba a Óscar pero era un poco friki en algunos momentos. Se sentó en el sofá e intentó dar una vuelta a los canales de televisión: programas del corazón, películas empezadas, un partido de fútbol de la Copa de Europa con dos equipos que ni le iban ni le venían y un par de tertulias políticas en las que criticaban ferozmente a Zapatero. Apagó la tele, cogió la chaqueta y salió a la calle. Llegó hasta el cine, quedaban diez minutos para que empezara la película. Compró una entrada para la fila diez. El cine estaba vacío así que no presto mucha atención a la fila y, en lugar de la décima, se fue a la octava. Se sentó en el centro y esperó con impaciencia a que Bruce hiciera su aparición.
Gema llegó un par de minutos después que él al mismo cine y el taquillero le entregó una entrada en el medio de la fila diez. Gema entraba ya con la publicidad de otras películas y el acomodador la llevó al sitio elegido. Dos filas delante de ella estaba Gabriel. Los sentimientos de ambos al ver la película eran similares. Las ocurrencias de Bruce les hacían reír, las peripecias de acción les tenían en vilo y su triunfo final les llenó de satisfacción. Se sintieron como niños por tener los pelos de punta con una simple cinta de acción que, desde luego, no pasaría a la historia, ni del cine ni de la carrera de su protagonista, pero que les había dejado un buen sabor de boca. Los créditos aparecieron. Gema cansada y sabedora de que todavía tenía un buen recorrido hacia su casa se levantó antes. Unas diez personas la acompañaban en la sala, era un jueves y ya eran las doce y media de la noche. Salió del cine, sin reparar en Gabriel que, un minuto más tarde, se puso en pie soñoliento y se encaminó a la salida.

Capítulo 7
Clark se había alojado en una pensión del Centro de Madrid. Pagó tres días por adelantado. Se duchó y muy temprano salió a la calle con un mapa en las manos a recorrer la ciudad. Su plan de aquella mañana era visitar el Museo del Prado, comer por allí y entrar en el Thyssen por la tarde. Al día siguiente, planificó ir al Reina Sofía y una ruta por Madrid para ver diferentes enclaves y monumentos. No tenía prisa, lo único que quería era disfrutar con pequeñas cosas, paladearlas y sentir que formaban parte de su nueva vida.
Aunque eran las siete de la mañana del sábado cuando llegó a las puertas del Prado, ya había una fila de turistas en la entrada. Aunque era un julio caluroso a esa hora hacía algo de frío. Simplemente llevaba una camiseta azul oscura, pantalones vaqueros, zapatillas deportivas, una riñonera y sus características gafas. Él, que había estado en el punto más frío, no ya de la Tierra, sino de Plutón, deseó haber llevado consigo una chaqueta. Un par de horas después se alegraría de no haberla traído, pues el calor empezó a hacerse sofocante.
Tras él, se situó una pareja de estadounidenses de unos cincuenta años de edad. Ella iba más discreta, con un vestido verde claro, pero el hombre, con sus calcetines blancos subidos casi hasta la rodilla, sus nike de cámara de aire que abultaban como los zapatos de un payaso circense, su camisa naranja y roja jalonada de varias reproducciones de latas de sopa Campbell pintadas por Warhol, y, sobre todo, su enorme y exagerado sombrero de paja, que sorprendentemente algún avispado vendedor había conseguido quitarse de encima, era todo un poema. Completaba su atuendo una cámara de fotos digital colgada al cuello y, en sus espaldas, una mochila de viaje. Además, hablaba a voz en grito, en ingles aunque mezclaba, cosa que él creía que hacía mucha gracia, palabras en castellano. Como no dominaba el idioma de Cervantes más allá de un “hola”, “adiós” y un “cojonudo”, absolutamente desafortunado cada vez que salía de sus labios, resultaba un personaje grotesco y ridículo. De hecho, como la palabra “cojonudo”, que había escuchado a su llegada, le producía una hilaridad absoluta la aplicaba a múltiples y diversas situaciones.
Clark conocía todos los idiomas y dialectos que existían en la tierra. Su supercerebro había sido capaz de asimilarlos con una dicción perfecta. Le resultaba curioso ver como seguía conservando la capacidad de hablar en todas las lenguas del planeta. Es como si esa supercapacidad de almacenar datos siguiera vigente, quizá, se interrogó, el cerebro de todos sea capaz de hacer esto. Cuando la pareja se situó en fila y el orondo y estrafalario americano empezó a hablar en inglés, elevando el volumen exageradamente e intercalando palabras en español, ni siquiera Clark era capaz de entenderle con total acierto.
- Cojonudo, cojonudo, Mildred. Estamos en la fila del Prado para ver el Guernica de Velázquez y esto está lleno de gente. Cojonudo. Ya sabía yo que teníamos que haber dormido un poco más. Y, ¿no decían que este era el país del sol? Porque tengo un frío cojonudo
- George, no grites tanto. El Guernica es de Picasso y está en otro museo. Aquí vamos a ver la obra de Velázquez, Goya… Además, hoy hará calor.
- Huelo a sal marina. Lo percibo en el ambiente. Se nota que estamos cerca del mar.
- Madrid no tiene mar.
- Cojonudo, cojonudo,… encima sin puerto.
Aunque Clark se hizo el despistado e intentó pasar desapercibido, la mujer le reconoció porque había comprado una novela que publicó hace algunos años, Bajo un sol amarillo, y le había encantado. Tras las presentaciones nuestro héroe no consiguió encontrar una excusa para separarse de la pareja. Como una lapa le acompañaron en un recorrido por el museo. Se detuvieron en multitud de obras de Fra Angélico, El Bosco, Tiziano, El Greco, Rubens, Velázquez, Goya... En todas ellas los estúpidos e inapropiados comentarios de George conseguían alterar los nervios de Superman más que si Darkseid hubiese invadido la Tierra. Por ejemplo, delante de Las Meninas, Clark estudiaba detenidamente las pinceladas velazqueñas hasta que el americano perdió, como siempre, otra ocasión de callarse.
- ¿Qué tiene este cuadro de importante? Un pintor, unas niñas y un perro. Pues vaya, donde esté Norman Rockwell.
Clark que había intentado no entrar al trapo intentó explicarle algo de la importancia de la obra.
- Posee una gran maestría en el trazo, utiliza magistralmente la perspectiva aérea que consigue una sensación de profundidad absoluta.
- Pues… yo sólo veo una niña en el medio y un perro en el suelo.
- La niña es la infanta Margarita, primogénita de los reyes, y hasta que nació Carlos II, heredera al trono español. Tenía cinco años. Va acompañada de sus meninas o pajes femeninos, de ahí uno de los nombres que recibió el cuadro, que son las dos mujeres que están más próximas a Margarita. Se llamaban, la de nuestra derecha, que hace la reverencia, Isabel de Velasco, la de nuestra izquierda, María Agustina Sarmiento de Sotomayor, que le ofrece agua mientras se inclina a la Infanta.
- ¿Y el resto?, intervenía interesada Mildred.
- En la esquina derecha inferior, según miramos el cuadro, encontramos a Mari Bárbola, enana hidrocéfala del séquito de la reina y a Nicolasito Pertusato, enano italiano que golpea al mastín. Probablemente ambos tendrían, entre otras funciones, la de divertir a la Infanta.
- ¿Y detrás?
- Marcela de Ulloa, Camarera Mayor, responsable de la vigilancia de la Infanta, y va acompañada de Diego Ruiz Azcona, guardadamas real. En la puerta abierta del fondo se sitúa José Nieto Velázquez, que era aposentador real.
- Y Velázquez.
- Por supuesto, en la izquierda, acompañado de un gran lienzo, el autor de la obra. Sostiene la paleta y el pincel con actitud pensativa. Pero faltan dos: los reyes, Felipe IV y su mujer Mariana de Austria. Los pinta en el espejo. ¿Están entrando en la estancia o posan para el pintor?
- ¿A quién pinta Velázquez? ¿A los reyes? ¿A la infanta?
- Según alguna interpretación la Infanta acude a ver trabajar al pintor. Pide agua y una de las meninas se la trae. El rey y la reina entran en ese momento en la habitación. Las personas empiezan a reaccionar ante esa llegada: la otra menina comienza a hacer una reverencia, Velázquez detiene su trabajo, Mari Bárbola queda paralizada de sorpresa, la Camarera Mayor no se entera y sigue hablando al Guardadamas que sí los aprecia y ya tiene su atención fija en los reyes, Nicolasito tampoco se da cuenta y le pega una patada al perro y el aposentador real les abre la puerta para cuando deseen salir de la habitación. La clave de esta aparición de los reyes se encuentra en la cabeza de la Infanta, sus ojos miran hacia los monarcas, pero la cabeza sigue pendiente de Nicolasito y el perro, que era lo que estaba contemplando.
- ¿Entonces? ¿Era un autorretrato?
- Poco probable rodeado de tanta gente. Velázquez querría reivindicar a la pintura como arte noble, por ello se pinta en un cuadro formando parte de la Corte. Además, como la presencia de los reyes no es “real” sino que aparecen en el reflejo del espejo, Velázquez mantiene el respeto no equiparándose a ellos. Hay múltiples interpretaciones, que si la Infanta ve a sus padres como ejemplo de gobernante, era ella quien en ese momento era la heredera, que la monarquía era un reflejo de lo que debía ser sin presencia política real, que si Nicolasito vestido de rojo es símbolo de Mal (se asociaba al rojo con el mal en cierta iconografía) y molesta al perro que sería la fidelidad… Bueno podría extenderme durante horas.
- ¿Y los cuadros del fondo?
- Son copias de Minerva y Aracne de Rubens, y Apolo y Pan de Jordaens, quizá alusiones a la obediencia que se les debe a los superiores y el castigo que se obtiene de incumplirla. Parece ser que estaban en esa sala en realidad. Puede ser que los reprodujera sin simbolismo, simplemente porque estaban allí.
- Entonces, ¿quién está en el lienzo que pinta Velázquez?
- Pues, la interpretación más audaz es que está pintando al espectador, presente y futuro, de su obra. Le sitúa en un espacio inexistente, al lado de la presencia fantasmagórica de los reyes. Le integra en el cuadro, a la par que actualiza éste constantemente en el tiempo. Además de encumbrar a la pintura como arte liberal, superior al poder político, cambiante, y al simple artesano que realiza objetos sin inteligencia creadora detrás.
- Vaya.
- Es una obra maestra. Espero que después de esta larga explicación, George, aprecie usted algo más la pintura…
- Estoy de acuerdo, es una obra… cojonuda… Ja, ja, ja. Bueno me he cansado ya de arte. Cariño, vámonos a tomar algo.
- Ya voy. Escuche, señor Kent.
- Llámeme Clark.
- Pues Clark, ¿cómo sabe usted tanto?
- Digamos que era capaz de retener todo lo que leía.
- Me encantaría seguir escuchándole y tertuliar con usted de arte. Esta noche vamos a ir a cenar a uno de los mesones que hay en la Plaza Mayor
- Sí a la caverna de Luis ardiendo-, interrumpió su marido.
- No, le haga caso el nombre real se llama las cuevas de Luis Candelas, al parecer era un antiguo bandolero de leyenda romántica. ¿Le apetece?
No le agradaba demasiado cenar con George, pero tampoco hacerlo solo. Ya tendría tiempo de no tener a nadie con quien hablar. Además sentía que la mujer se había prendado de sus conocimientos de arte y le apetecía hablar con alguien inteligente. Así que, tras un segundo de duda, asintió:
- Será un placer cenar con ustedes.

Capítulo 8
La calle Huertas de Madrid acogía en sus locales a gran número de treintañeros y cuarentones que se arremolinaban por entre sus recovecos intentando divertirse, charlar, bailar, ligar. Convivían desde cretinos autoproclamados reyes del mambo, que escondían el anillo de casados, hasta divas de aguardiente que se pensaban diosas de la noche y no llegaban a tanto. La inmensa mayoría era gente normal que buscaba olvidar las miserias cotidianas en un rato de evasión.
A Óscar, el amigo de Gabriel, le encantaba este ambiente. Le gustaba denominarse cazador sexual, aunque pocas veces, por no decir ninguna, le había servido para conseguir su objetivo. Y su objetivo, casualidades de la vida, esta noche era Gema. La vio pedir una copa en la barra y se acercó sin pensarlo. Gema se sintió agobiada antes de que llegara. Se le aproximó cinco o seis veces antes de entablar la conversación. Ella llevaba su segundo martíni blanco con limón y ya sentía que su estómago le indicaba que parase. No soportaba el alcohol. Su grupo de amigas bailaba a un escaso medio metro. Cuando Óscar empezó a desglosarle el funcionamiento de la espada láser de Luke Skywalker o la pormenorizada búsqueda de puntos en común entre la raza de los wookies y la de los vulcanianos de Star Trek, Gema sintió que las nauseas aumentaban. Realmente no tenía ni idea de lo que era un wookie o un vulcaniano y, francamente, no sólo es que le importase un bledo, sino que a cada minuto que pasaba casi llegaba a odiar a ambas razas intergalácticas tanto como a su interlocutor. Pero, Óscar no se daba cuenta de esas sensaciones, al revés, creía que la estaba encandilando. La gota que colmó el vaso fue imitar la voz de Santiago Segura en Torrente para decirle que sus ojos brillaban como los de la Princesa Leia bajo las estrellas de la noche de Tatooine. Gema, muy amablemente, se excusó y se pegó a sus amigas para bailar. Terreno, el del baile, dicho sea de paso, que quedaba fuera del alcance del Jedi. Éste le contó que la esperaría en la barra y que la fuerza la acompañara. Cosa que en Gema provocó ganas de pegarle un puñetazo. Virginia al verla regresar mencionó que se había librado del lado oscuro. Se rieron y siguieron bailando. El Jedi volvió a la barra. Allí le esperaba su amigo Gabriel con una tónica delante.
- Joder, Gabriel, ya me estás bebiendo mariconadas.
- Sabes que el alcohol me sienta fatal. Estoy cansado y no tengo ganas de acabar vomitando.
- Estás acabadete. Deberías intentar hablar con alguna de estas gentiles damas. ¿Sabes? yo he ligado en la pista de baile. Encandilé a una joven con mi análisis comparativo entre Star Wars y Star Trek. No pudo sino quedarse anonadada de mis conocimientos sobre tecnología e ingeniería futurista. Lástima que no quisiera dejar a sus amigas.
- ¿Conseguiste su teléfono?
- Ah, pues no. Pero ahora me acercaré otra vez y se lo pediré.
- ¿No te das cuenta que esa charla friki de cine sólo las asusta?
- Perdona, hablar de Star Wars no es hablar simplemente de cine friki. Es una filosofía vital que la interiorizas o no. Las mujeres sienten atracción por ese lado misterioso y místico de los Jedi. Y ya sabes que yo me considero un Jedi en espíritu.
- De acuerdo, de acuerdo, eso me pasa por preguntar.
- Mira, ¿sabes lo que vamos a hacer?, voy a observar al grupo de la chica con la que he ligado y cuando acaben de bailar un minuto nos acercamos y retomo la conversación con ella y te presento a sus amigas. A ver si tienes suerte y consigues pescar algo.
- Me siento tremendamente fuera de lugar en situaciones como la que describes. No sé si he hecho bien en venir.
- No me seas amargado.
Gema observó horrorizada como en cuanto se habían parado y puesto a hablar apoyadas en una pared se aproximaba el retorno del Jedi y esta vez con un amigo al lado.
- Creo que voy un momento al servicio, les dijo.
- Te acompaño, comentó Virginia.
Y ambas fueron hacia el baño, dejando al Jedi un poco desesperado al no encontrarla con la mirada.
- Vaya, se acaba de ir.
- Mira, Óscar, no es por desilusionarte, pero esa chica no tiene muchas ganas de cabalgar contigo en el Halcón Milenario.
- Ella se lo pierde. Otra vez será. Hay muchos peces en el mar.
Mientras, Gema se precipitaba con celeridad a una taza de váter del baño para vomitar el martíni que había consumido.
- Siempre igual en cuanto bebo un poco acabo echando la pota. No está hecho mi estómago para esto.
- Anda venga vamos a bailar otra vez.
Algo repuesta del vómito Gema salió a la pista y bailó con sus amigas durante largo rato. Gabriel y Óscar habían vuelto a la barra. El local se llenaba y el humo era cada vez más agobiante. Se sentía aburrido y extraño, pidió otra copa y observó a diestra y siniestra como la gente hablaba, bebía, bailaba y se reía. Se sintió fuera de lugar, más si cabe cuando su amigo se acercaba a otro grupo de mujeres intentando explicarles la forma de apareamiento de los wookies.
Virginia decidió ir a la barra a pedir otro Gin tonic y Gema la acompañó. Se situaron justo al lado de Gabriel. La espalda de Gema y la de Gabriel casi chocaban. Gema hablaba con su amiga mientras esperaban que el camarero acabase de servir a otra pareja.
- Gema, parece que estemos en un velatorio., Anímate y pídete otra cosa.
- ¿Para vomitarla de nuevo? Sabes que el alcohol y yo no hacemos muy buenas migas…
- Pero, por favor…. no estamos de entierro.
- Quizá debería irme para no amargarte la noche.
- No quiero decir eso y lo sabes… Venga pide un deseo, la noche es joven, aún queda mucho rato, quizá tus sueños se cumplan…
- ¿Un deseo….?
- Sí pide un deseo… algo imposible… algo que sea realmente difícil de que se realice…
- Ok… voy a pedir…
- Disculpa… otro de estos, dijo Virginia cuando el camarero se acercó a ella. Dime tu deseo.
- Un beso de amor en el centro de la Plaza Mayor, bajo la estatua de Felipe III, de noche y de fondo una canción…
- ¿Un chotis?
- No te burles de mí. The Whole of the Moon.
- ¿Moon?
- Es una vieja canción de los ochenta de los Waterboys, de Mike Scott.
- No los conozco. pues vaya deseo, porque estamos bastante lejos de la Plaza Mayor y que yo sepa no tienen megafonía en los áticos.
- Un deseo es un deseo…
Óscar, rechazado de nuevo por una andaluza rubia de treinta y dos años, se acercó de nuevo a ver a Gabriel. Ninguna de las parejas advirtió la presencia de la otra.
- Bueno, tío. Diviértete algo, joder. La próxima vez quedamos en la Biblioteca Nacional. Creo que allí hay una marcha que te cagas. Pídete otro trago y…
- El estómago se me revuelve. Si pruebo una copa más vomitaré.
- Eres la alegría de la huerta.
- Ya sabes que estos sitios no me van demasiado.
- Ya lo sé ¿dónde te gustaría estar?
- Quizá en uno de los mesones de la Plaza Mayor… hablando y charlando… No con esta música machacona y repetitiva que no deja casi escucharnos.
- O la Biblioteca Nacional o un asilo. Siempre acabamos en la Plaza Mayor. Estás obsesionado. Yo ponía una bomba en esa plaza a ver si así podemos olvidarla un ratito.
- La Plaza Mayor es para mí lo que Tatooine para Luke.
- ¿Un lugar en el que fue obligado a exiliarse tras el alumbramiento del imperio y del que renegaba al crecer y que sirvió de tumba a sus familiares y…?
- No, una especie de hogar.
- Ya. ¿Y que esperas encontrar allí?
- Siempre encuentro paz. Aunque me gustaría besar a alguien justo en el Centro de esa plaza.
- A mí no me mires. Y de fondo música de violines…
- No… una canción… que también me obsesiona…
- ¿Cuál?
- Pues…
Virginia se había acercado al discjockey y le había pedido la canción de los Waterboys que Gema había dicho. Los acordes de The Whole of the Moon empezaron a sonar. Gema alzó la vista y se quedó paralizada. Su amiga le guiñó un ojo. Y se dieron un abrazo. A su espalda, Gabriel también quedó congelado, miró hacia la mesa del D. J. y le dijo a su amigo:
- Esto parece magia.
- ¿Por…?
- Porque estaba a punto de referirme a esta canción.
- Casualidad. Venga tío anímate. Tómate otra.
Las chicas bailaron la canción hasta su fin. Cuando lo hizo, Gema, susurró en el oído de Virginia:
- Quizá en esta noche se cumpla mi deseo.
- Estás tonta. La canción es una cosa, pero…
- Vamos a la Plaza Mayor.
- Pero, estás loca o se te ha subido el cubata más de la cuenta.
- No, tengo un pálpito…vamos a la Plaza ahora… acompáñame.
- Gema, por Dios… hace frío, los restaurantes de la Plaza estarán cerrando en este momento… no va a haber música alguna.
- Me da igual. ¿Nunca has sentido que tienes que hacer algo aunque nadie lo entienda?
- Llegaremos y no va a estar allí esperándote tu príncipe azul, ni van a sonar los Waterboys, ni…
- Eso lo comprobaremos al llegar, ¿verdad?
- Estás loca.
- Venga.
Agarrándola fuertemente de la mano las dos salieron del local encaminándose a una parada de taxis. Gabriel, dentro del local, seguía sorprendido:
- La canción sonó cuando estaba a punto de mencionarla.
- Tío, puta potra. No te compliques más.
- Quizá…
- ¿Quizá qué? ¿Qué cojones estás maquinando?
- Quizá sea una señal.
- Vete a cagar. El destino no está escrito. No te creas que por ahí va andando un tipo encapuchado con un libro en las manos donde está escrito todo lo que fue, es y será.
- No sé, tengo un presentimiento.
- Mira tío…
- Acompáñame a la Plaza Mayor.
- ¿Qué?
- Ya lo has oído.
- Mira tronco, la Plaza estará muerta a estas horas. Los restaurantes estarán cerrando y los turistas buscarán cobijo en los garitos de otras zonas.
- Iré solo. Debo ir.
- Pero, ¿qué crees que vas a encontrar, una mujer desnuda esperándote en el centro de la Plaza diciendo tómame con Mike Scott tocando la guitarra detrás?
- No lo sé, quizá no haya nada de eso, pero lo comprobaremos yendo, ¿no?
- Estás absolutamente, perdona que te lo diga, gilipollas profundo.
- Vamos.
- Y yo debo estarlo también por acompañarte.

Capítulo 9
En el taxi los rostros de Gema y Virginia se iluminaban a causa de las variopintas luces nocturnas de la ciudad. Reflejos blancos y amarillos recorrían sus caras como si echaran una carrera. Un grupo de jóvenes bailaba alegre por el alcohol alrededor de unos contenedores de basura. La luna estaba llena en el cielo. Otra señal pensó Gema. Virginia estaba ya meditando en que aquello era una estupidez.
- Creo que todo esto es una pérdida de tiempo, vaya ocasión para estropear la noche del sábado.
- Yo te pago el taxi de vuelta no hace falta que te bajes,
- Gema, no eres consciente de que estamos haciendo el imbécil.
- ¿Y para qué sirve vivir si de vez en cuando no hacemos el imbécil? Es simplemente un sueño.
- Sueño que va explotar como una pompa de jabón.
- Probablemente...
Gabriel y Óscar habían cogido otro taxi que se dirigía al mismo lugar.
- De todas las tonterías que hemos hecho juntos esta se lleva la palma.
- Estoy de acuerdo, pero si no voy me estaré preguntando toda la vida qué hubiera pasado.
- Tío, conciénciate que no vamos a encontrar nada allí.
- Lo más probable es que así sea, pero debo comprobarlo.

Capítulo 10
El taxi de las mujeres paró en el Arco de Cuchilleros. Bajaron del vehículo y subieron la escalinata hacia el interior de la Plaza. Casi a la vez, el de los hombres les dejó en la Puerta del Sol, al otro extremo. Desde allí apresuraron los pasos hacia la Plaza. Era tarde, los bares y restaurantes estaban cerrando y aunque algunos mantenían gente en su interior no admitían ya nuevos clientes.
Las dos parejas entraron casi a la vez por un extremo diferente. Como siempre majestuosa, amplia, forjada por muchas manos y épocas, desde que el espacio se denominaba Plaza del Arrabal, cruce de mercados y comerciantes. Diego Sillero en el siglo XVII diseñó la Casa de la Panadería y, luego, Juan Gómez de Mora, el contorno basándose en dicha casa. Sufrió tres incendios, el último la arrasó por completo teniendo que ser rediseñada por Juan de Villanueva en el XIX, con jardines en su interior, e, incluso, algo después, paradas de tranvías. Los dibujos de una de sus fachadas eran originales de Gonzalo Velázquez y, sobre todo, Enrique Guijo, pero fueron reelaborados y actualizados por Carlos Franco en 1992. La reina Isabel II emplazó en el centro la estatua del rey Felipe III, por ser en su reinado cuando comenzó la historia de la Plaza, es una escultura ecuestre obra de Juan de Bolonia y su discípulo Pietro Tacca. Felipe III siempre a la sombra de su padre y de su abuelo, se mantenía erguido, quizá el permanecer en aquel emplazamiento privilegiado fuera el único triunfo sobre sus antepasados.
Cada pareja se acercó a Felipe III, pero la escultura se interponía entre ellos y servía de muro separatorio. Virginia hablaba enfadada:
- Ya estamos aquí, ¿dónde está tu caballero andante? ¿Y la música? No puedo creerme que te haya hecho caso… Además con el calor que hacía esta mañana y el frío que hace ahora…
Gema miró al cielo observó una luna llena radiante y gigante que ocupaba el centro del espacio de la plaza, giró la mirada hacia la estatua ecuestre deteniéndola en el rostro del rey. Al otro lado de la estatua, Óscar pronunciaba parecidas palabras a su amigo:
- Ahora no te preocupes que bajará de los cielos volando una valquiria cantando como Mike Scott lo de la luna y te la chupará.
No seas imbécil.
Gabriel volteó la mirada al cielo y contempló la esfericidad blanca del satélite terráqueo. Las parejas estaban a escasos metros pero no se llegaban a ver. Gema se abrazó a Virginia y fijó la vista en el suelo. Virginia le musitó: todos tenemos derecho a realizar alguna locura. Sin embargo, Gabriel empezaba a andar hacia la cabeza de la estatua donde estaban las dos. Las vio abrazadas y dudó si seguir acercándose. De repente, un grupo de turistas ingleses hizo su irrupción en la Plaza. Salían de alguno de los restaurantes cantando y vociferando el himno del Liverpool, nunca caminarás solo. La atención de Gema se dirigió hacia ellos, la de Gabriel también. El grupo se situó en breves segundos rodeándolos y diciendo gracietas sobre ellos. Virginia cogió del brazo a Gema y la alejó unos pasos para evitar la marabunta humana. Gabriel también se apartó hacia el otro lado y cuando los ingleses habían despejado su presencia. Las dos parejas protagonistas, de nuevo, perdieron contacto visual entre sí. Óscar se dirigió a su amigo:
- Hey, Gabriel. Lo hemos intentado. Era normal que no apareciese nadie. Hace un frío de muerte. Vayamos a dormir un rato.
- Tienes razón. No sé que demonios se me ha pasado por la cabeza, ni qué pretendía encontrar.
Algo alejadas, Virginia desglosaba una frase semejante:
- Venga, vamos a tomar algo por ahí, quizá en la Gran Vía quede algún local abierto. Tomamos la última aunque sea una Coca Cola Light y nos volvemos a casa.
- De acuerdo, perdona el viajecito, estoy imbécil… Fue la maldita canción que me enturbió los sentidos.
- No pasa nada.
Las dos parejas empezaron a alejarse cada una por el extremo contrario al que habían accedido a la Plaza. Casi habían llegado a sus límites cuando tres turistas americanos entraban en la Plaza charlando amigablemente. Uno de ellos introdujo las manos en el bolsillo de la chaqueta y se paró un segundo.
- ¿Pasa algo, Clark?, dijo Mildred.
- No, es el ipot… me lo regaló un amigo, me lo he traído en el bolsillo sin querer.
- Es de última generación, parece caro- apreció George.
- Mi amigo tiene mucho dinero. Me es bastante útil en los aviones cuando me canso de leer, tiene más de 20.000 canciones. Además, si pulso este botón posee una fuerza sonora como si se tratase de una cadena musical.
- A ver como suena.
- ¿Tenéis alguna preferencia? Tiene más de 20.000 canciones metidas.
- Dejemos que el azar decida.
- Bien, a ver, selección aleatoria.
Clark pulsó el botón y el aparatito hizo bailar su señal electrónica por encima de la discografía completa de varios conjuntos y solistas musicales. Los tres miraban absortos el baile de números, que giraban como una bola en la ruleta. Gema y Gabriel llegaban a los extremos de la Plaza. Por fin, la selección se detuvo. Clark pulsó el botón de escucha activa para que sonara con fuerza. El sonido era diáfano como si estuviese siendo tocada en directo con los mejores amplificadores. La noche de la Plaza Mayor se inundó de música. Gema no dio crédito, se paró en seco. Gabriel hizo lo mismo. The Whole of the Moon irrumpió en el ambiente como una explosión. Virginia le dijo a Gema:
- Pero si esa es…
- Lo es
Óscar agarró del hombro a Gabriel:
- Tío, espera, la música…
- Sí
Gema se fue acercando hacia donde provenía la canción y Gabriel hizo lo mismo. Ambos vieron, por lugares diferentes, el grupo de tres turistas que poseían el aparato en la mano, pero cuando se acercaban a ellos, se percataron de la presencia del otro. Se miraron y con la música de fondo siguieron aproximándose el uno al otro. No se conocían, no se habían visto jamás, no sabían si tenían algo en común, pero en aquel determinado instante algo en el interior de aquellas personas les decía que estaban en el momento justo, en el lugar señalado y con la persona adecuada. Envueltos en The Whole of the Moon los labios de ambos se cruzaron en un relampagueante beso que duró dos segundos. Sus miradas se entrelazaron intentando definir la situación y a la persona que estaba enfrente. Desistieron de cualquier explicación. Gabriel se acercó a Gema y le susurró al oído:
- The Whole of the Moon…
Gema respondió lo mismo:
- The Whole of the Moon…
Epílogo. Treinta años después
El sonido de la lápida cayendo sobre las paredes de la tumba sonó como un martillazo seco contra el mármol. Las lágrimas de muchos de los presentes hicieron su aparición. La vida dura un latido. Alguien murmuraba no puede ser esto el final si fuera así seria una perfecta estafa. Otros más escépticos, nadie nos asegura que haya más de lo que tenemos aquí. Cuando el sacerdote leyó el último responso la gente empezó a marcharse del lugar. Además, una fría lluvia empezaba a dejarse notar. Poco a poco el silencio y la soledad se adueñaron de aquel enclave. Entonces, Gema se acercó. Sentía en su interior una sincera pena que no le dejaba casi hablar. Pensaba en décadas atrás cuando las cosas parecía que iban a durar para siempre. Depositó sobre la lápida una rosa roja y se dio la vuelta. Allí estaba Gabriel para recibirla, la abrazó con fuerza y ambos quedaron un segundo en silencio. ¿Hemos hecho bien en venir?, dijo ella. Claro, teníamos que darle nuestro último adiós en persona. Bruce ha sido mucho Bruce- respondió Gabriel. A treinta metros los técnicos de televisión recogían apresurados el equipo con el que habían cubierto el sepelio de una estrella de Hollywood. La pareja se alejaba abrazada cuando Gabriel se frenó en seco.
- Espera, me ha faltado dejarle esto. No es que tenga mucho que ver con él, pero sí con nosotros.
Volvieron a la tumba y depositaron sobre ella un papel escrito. La lluvia iba borrando las letras de tinta y empapando la hoja, pero durante varios segundos aún podía leerse una canción.


Yo dibujaba un arco iris,
tú lo sostenías entre las manos.
Yo tenía visiones,
pero tú veías todo el conjunto.


Yo vagué durante años por el mundo
mientras que tú no saliste de tu habitación.
Yo la vi en cuarto creciente,
tú viste la luna llena.
La luna llena...


Estuviste en el torbellino,
con el viento en los talones.
Te alzaste en pos de las estrellas
y supiste qué se siente
al llegar tan alto, tan lejos y tan pronto.
Viste la luna llena...


Yo estaba en tierra
mientras tú llenabas los cielos.
Yo estaba confuso a causa de la verdad,
tú te movías entre las mentiras.


Yo vi el valle de la sucia lluvia
tú viste Brigadoon.(2)
Yo la vi en cuarto creciente,
tú viste la luna llena


Yo hablé acerca de las alas,
tú, simplemente, volabas.
Yo preguntaba, suponía, intentaba,
tú, simplemente, sabías.


Yo suspiré,
pero tú te desmayaste.
Yo la vi en cuarto creciente,
tú viste la luna llena,
la luna llena...


Con una antorcha en tu bolsillo
y el viento en tus talones,
subiste escalas
y supiste qué se sentía
al llegar tan alto, tan lejos, tan pronto.
Viste la luna llena...
la luna llena...


Unicornios y balas de cañón,
palacios y embarcaderos.
Trompetas, torres y viviendas.
Amplios océanos llenos de lágrimas.
Banderas, harapos, transbordadores, cimitarras y pañuelos.


Cada precioso sueño y cada visión bajo las estrellas.
Tú trepaste por la escala,
con tus velas hinchadas por el viento.
Tú llegaste como un cometa
que deja un rastro de llamas
tan alto, tan lejos, tan pronto.


Viste la luna llena.


(Traducción con alguna licencia de The Whole of the Moon del compositor Mike Scott, alma y líder de los Waterboys)

Continuara...


julio-diciembre 2010
José Luis Miranda Martínez
jlmirandamartinez@hotmail.com
Otros trabajos en Action Tales hasta julio de 2010: Superman 6 a 20, Superman Anual 1 y 2, Action Comics 1 y 2, Wonder Woman 1 a 8, JSA 1, Leyenda de Superman 1, Especiales Imperio: Escuadrón Suicida, Patrulla Condenada, Wonder Woman, Aquaman, Batman y Robin, Capitán Marvel y Liga de la Justicia.

Referencias:

(1) Abogado del estado y presidente de Banesto en los años finales de los ochenta y principios de los  noventa. Fue acusado y sentenciado por estafa y apropiación indebida aunque él siempre defendió su inocencia. Cumplió condena. 
(2): La única referencia que he encontrado es una película de 1954, protagonizada por Gene Kelly y dirigida por Vincente Minelli. Es un musical basado en una obra homónima de Broadway creada por Alan Jay Lerner y Frederick Loewe. Su argumento trata de dos amigos que en un viaje a Escocia encuentran un pueblo que aparece un día cada cien años. 

2 comentarios :

  1. Bueno, leído este segundo número del arco, desde luego tiene de todo menos Superman. Es una historia de amor bastante bonita, si bien se echa un poco en falta la aparición de algún que otro personaje DC.
    Parece que "errante" nos va a dejar una visión de 30 años en el futuro de Tierra 53, aunque no afecte en nada a los héroes jejejeje

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  2. Después de haber leído (y comentado) hace ya unos años el primer número de la saga "Errante", por fin he retomado una de las pocas series de Tierra-53 que aún no llevo al día, y tras releer el episodio anterior, me he lanzado de cabeza sobre este segundo capítulo.

    ¿Y qué decir sobre esta nueva etapa de Superman sin Superman? La verdad es que en su día, justo después de haber leído la macrohistoria centrada en Zod y Luthor que desembocaría en "Imperio", todo acción y epicidad extrema, el primer episodio de "Errante" me pareció un cambio de ritmo muy bien traído, que además insuflaba aire fresco a la serie. Sin embargo, ahora, leídos estos números en frío y de manera aislada, debo reconocer que Jose Luis Miranda se la jugó con este nuevo enfoque, porque su apuesta me parece ciertamente arriesgada: la probabilidad de que un nuevo lector que no haya leído ningún otro número de la serie previamente acabe "espantado" al encontrarse con historias como las que va a encontrarse en esta saga creo que es bastante alta; pero por otra parte, si no nos arriesgamos nosotros, que escribimos fan-fictions y no cobramos un duro por lo que hacemos, ¿quién se va a arriesgar si no? :)

    Y bueno, en el número anterior teníamos a Clark implicado, aunque de manera algo tangencial, en la historia de tipo más "mundano" en la que se centraba el episodio, pero en este segundo número es que directamente sólo pasaba allí. Respecto a la historia en sí, reconozco no tener ninguna queja, a pesar de que no crea en el destino (aunque bueno, en el Universo DC el Destino existe y es el hermano de Muerte :P ); la historia funciona bien, los personajes están perfectamente caracterizados y es bonita. Lo que ya no tengo tan claro es que funcione como historia de Superman, pero en cualquier caso, si uno disfruta con una lectura, poco más debe plantearse.

    A ver qué nos depara el siguiente episodio :)

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