Wonder Woman nº 01


Título: La maldición de Pandora (I)
Autor: Jose Luis Miranda
Portada: Juan Luis Rincón
Publicado en: - 2005

¡La Princesa de las Amazonas, la más importante superheroina de DC, consigue por fin su propia serie en AT! Acompáñala en esta épica aventura que la llevará más allá de sus propios límites
Nací como Diana, princesa de Themyscira, heredera mortal de los Dioses griegos y su embajadora en el mundo patriarcal, donde ellos me llaman...
Wonder Woman creada por William Moult

Prólogo

Atenas 550 a.c.

Un anciano caminaba, apoyado en un bastón, por el Ágora ateniense. La plaza estaba muy concurrida, era día de mercado. Los puestos estaban repletos de comida, aceites, telas, anillos, pulseras, armas, animales... La gente se arremolinaba en los mercadillos y hacía difícil el paso. Pero el delgado anciano, que no alzaba la cabeza del suelo, evitó el bullicio andando por detrás de los tenderetes. Nadie hubiera adivinado que era ciego porque evitaba todos los obstáculos sin tropiezo alguno.

Cuando llegó al punto elegido se sentó en el suelo. Frente a él colocó el bastón que le había ayudado a llegar allí. Alzó su cabeza y husmeó el aire. Un comerciante freía carne para darla como muestra a los transeúntes. Buen aroma- pensó. Después, aguzó el oído escuchando el traqueteo de los carros y las pisadas de la gente que abarrotaba el Ágora. Buen momento para empezar- se dijo. El anciano colocó un pañuelo frente a él, con la intención de ser receptor de monedas. Aclaró su voz y comenzó su narración de manera nítida y firme. Era difícil creer sin verlo que aquella poderosa voz provenía de tan débil personaje:

- ¡Escuchadme atenienses, gentes de la Hélade! ¡Mayores y pequeños! ¡Escuchad a este pobre ciego que nada tiene salvo sus historias! ¡Escuchad a este alfeñique al que los dioses maldijeron con la pobreza por las atrocidades que cometió; pero al que dejaron como consuelo la capacidad de contar los hechos de los dioses y los hombres!



Poco a poco muchos se fueron acercando formando un corro alrededor del ciego. Tantos querían escucharle, que se formaron cinco o seis filas de personas. Algunas de las cuales no podían llegar a verle. Cuando el anciano notó que ya tenía público inició su relato:

- Cuentan las leyendas que cuando los hombres fueron creados no tenían nada de nada. Desnudos y sin provisiones vagaban por la superficie del mundo esperando la muerte. Sin embargo, Prometeo, hijo del titán Jápeto, se apiadó de ellos. Subió al Olimpo y entró en los aposentos privados de Atenea. Allí, entre marfil, caoba y mármol encontró lo que buscaba: la sabiduría. Cogió un pedazo y lo guardó en un saco. Después, se dirigió a las mazmorras donde habitaba Hefesto. Allí, entre herrumbre, sudor e hierro encontró el fuego. Prendió una tea y huyó. Con ambas posesiones bajó de nuevo a la tierra y las entregó a los hombres. Los hombres aprendieron con la sabiduría y con el fuego controlaron a la naturaleza. Se habían vuelto independientes de los dioses. Ya no los necesitaban.

La muchedumbre crecía para escuchar la historia. Entre las piernas de los adultos multitud de chiquillos intentaban abrirse paso para ver al orador:

- Entonces, Zeus descubrió los robos. Indignado, planeó su venganza. Venganza contra Prometeo, por haberse atrevido a mancillar el sagrado hogar de los dioses. Y venganza contra la humanidad, por haber dado la espalda a la protección divina. Prometeo fue desterrado al Caúcaso y encadenado a una estaca donde cada amanecer un águila le desgarraba la carne y le comía el hígado. Por la noche, su cuerpo se regeneraba mágicamente y la tortura volvía a comenzar. Después, Zeus volvió su ira hacia los hombres...

- ¿Qué pasó con Prometeo? ¿Sigue encadenado allí?- interrumpió un niño.

El anciano cortó su discurso molesto por la pregunta. Giró la cabeza en dirección a la voz y con tono seco contestó:

- Estuvo treinta años padeciendo aquella tortura. En lo que le parecieron siglos. Hasta que Heracles, héroe entre los héroes, en uno de sus viajes se apiadó de él. Mató al águila y le liberó.

Retomó aire y prosiguió con su narración:

- La venganza contra los hombres fue también terrible. Con el fuego y la sabiduría los hombres habían controlado su entorno. La prosperidad era grande. Tenían todo lo que necesitaban, no había dolor, hambre o sed. Nadie se acordaba, ni rezaba a los dioses. Zeus ordenó a Hefesto, dios del fuego y de la forja, que con barro y agua hiciera a una mujer tan bella como la más bella diosa. Pidió a cada deidad que le otorgara un don. Así, Afrodita, diosa de la belleza y del amor, le dio gracia y pasión; Atenea, diosa de la sabiduría, le entregó sapiencia y habilidad; Hermes, mensajero de los dioses, dios de los ladrones, le otorgó la habilidad de engañar. Una vez acabada la bautizó con el nombre de Pandora e hizo que conociera a Epimeteo, hermano de Prometeo. Epimeteo se enamoró perdidamente de ella y la hizo su esposa.

- ¡Vaya maldición!- rió un borracho que formaba parte de la muchedumbre.

- Eso no fue todo. Zeus en su juventud había encerrado en una vasija nueve calamidades que martirizaban a los dioses. Las ocho primeras eran horribles lacras: dolor, odio, esclavitud, enfermedad, olvido, envidia, hambre y guerra. La vasija había sido forjada por Hefesto, de tal manera que ninguna mano divina podía abrirla o quebrarla. Sólo un mortal podría hacerlo. Dicha vasija se la entregó a Epimeteo como regalo de bodas, pero éste desconfió de Zeus y la guardó en una alacena haciendo prometer a su esposa que nunca la abriría. Pandora así lo juró. Sin embargo, aunque dichosa en su matrimonio, su curiosidad era insaciable. Una noche que su marido faltaba destapó la vasija. Rápidamente salieron de ella todos los males ocultos. Pandora horrorizada se apresuró a cerrarla pero sólo pudo retener al noveno.

- ¿Cuál fue?- Volvió a preguntar el mismo niño.

En esta ocasión, el anciano esperaba la pregunta. Aunque mantuvo su rostro firme, en el fondo de su corazón estaba sonriendo. Aquel chico estaba totalmente enganchado a su historia. Hizo una pausa, volvió la cabeza hacia dónde provenía la voz del niño y contestó:

- La esperanza. Sólo quedó la esperanza. Es el único mal que no tiene remedio. Pandora lo contempló, por eso lo extendería entre los hombres pero puedo cerrar la tapa y quedó en el fondo de la vasija.

El anciano, se concentró y volvió a la historia:

- Pero, dejadme finalizar el relato. Cada uno de los males que surcaban el aire se introdujo en un mortal que lo extendió en su entorno. El DOLOR hizo sufrir a los hombres; el ODIO les enfrentó por causas tan simples como la del color de la piel; la ENVIDIA les hizo pretender lo que era ajeno; la ESCLAVITUD situó a unos por encima de los otros; la ENFERMEDAD les hizo marchitarse y padecer; el OLVIDO hizo que negaran tanto su Historia, como a sí mismos; el HAMBRE les hizo agonizar por la carencia de comida y agua; y la GUERRA asoló sus campos, sus vidas y enfrentó nación contra nación.

El silencio se había adueñado de los que le rodeaban. Todos estaban pendientes de la narración.

- Cuando Zeus contempló lo que habían provocado sus actos, se arrepintió. Bajó a la Tierra y volvió a capturar a las ocho lacras primigenias, pero ya fue tarde. Igual que los hombres habían extendido la sabiduría y el fuego, también habían propagado el dolor, el odio, la envidia, la esclavitud, la enfermedad, el olvido, el hambre y la guerra. Desgracias que acompañarán a los hombres en lo que dure su caminar por la vida.

El anciano hizo una breve pausa y prosiguió:

- Aún así, por si los hombres eran capaces de exterminar las maldiciones guardó de nuevo en la vasija las ocho lacras primigenias, junto con la esperanza que allí reposaba. Pero, esta vez, acudió a Morfeo, dios del sueño, y le entregó la vasija para que la guardara en su reino. Morfeo prometió nunca jamás abrirla. Aquí acaba esta historia. El señor de los sueños guarda todavía esta terrible carga. Ahora este pobre ciego agradecería alguna moneda que le sirva para cambiar por comida que si las fuerzas le acompañan os contará otra historia de dioses y hombres.

Muchas monedas empezaron a caer sobre el pañuelo. El anciano se sintió satisfecho. Cuando el tintineo cesó, alargó la mano para guardarlas en su alforja. De repente, entre la oscuridad de su ceguera algo se iluminó. Hacía veinte años que en aquellos ojos no entraba una brizna de luz. Y, sin embargo, ahora, allí, le estaba viendo. Era tal y como se lo había imaginado... alto, de pelo negro, tez blanquecina y ojos tan oscuros como brillantes. Era Morfeo, el mismísimo dios de los sueños estaba ante él, había escuchado su historia entre la muchedumbre. Maravillado por la visión se frotó los ojos y ésta desapareció. De nuevo, las tinieblas cegaron su vista. Las lágrimas encharcaron sus ojos.

A partir de aquel día el anciano pudo ver en sueños. Nunca había soñado en veinte años, desde que aquel cuchillo segó para siempre su mirar. Pero ahora, todas las noches contemplaba no sólo las cosas que se pueden ver con los ojos sino las que existen más allá. Veía el pasado, el presente y el futuro en sus sueños. Veía los colores invisibles que rodean a las cosas, veía los pensamientos, las almas, los sentimientos... En sueños, simplemente, veía.

Capítulo 1.

Luganda, marzo 2005

Diana respiró profundamente. Acarició brevemente sus brazaletes y centró su atención en los grupos armados que se situaban bajo ella. Su avión invisible planeaba sobre las dos guerrillas africanas que estaban a punto de enfrentarse. El general hechicero, M’ Otumba, dirigía una de ellas. Contaban que era capaz de pervertir el orden natural con su magia negra. Pretendía el poder absoluto de Luganda. El llamamiento de la ONU por la paz y por el mantenimiento del recién creado gobierno democrático, no había tenido ninguna reacción en los gobiernos occidentales. Los representantes europeos y americanos habían prometido, muy educadamente, que estudiarían la situación y apoyarían el envío de tropas de paz para intentar frenar la terrible matanza que la guerra civil estaba provocando en aquel pequeño país africano. Diana miraba a aquellos jóvenes que estaban a punto de enfrentarse, muchos no superaban siquiera los trece años. ¿Cómo es posible que el ser humano sea capaz de componer las más bellas piezas musicales y a la par capaz de imaginar las mayores atrocidades? – pensó Diana.

Bajó el volumen de la música que escuchaba en el avión. El segundo movimiento del Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo. Diana cerró los ojos y casi sintió como las notas resbalaban por su piel para introducirse en su cuerpo. Debo agradecerle a Kal la música que me prestó – susurró. Paró el compact y pulsó el segundo. Esta vez eran los Rolling Stones, quienes tras sentir piedad por el diablo comenzaban a pintarlo todo de negro. Mientras, Diana se colocó su dorada armadura de combate, el casco y su capa blanca con bordes azules. En la mano derecha el escudo y en la izquierda la espada. Quería que su primera visión fuese impactante. Lo era, sin duda. La mayor guerrera que los tiempos han visto salió por la portezuela del avión y, antes de que los contendientes dispararan la primera bala, gritó en un dialecto que entendían ambos bandos:

- ¡¡¡Alto, en nombre de las Naciones Unidas!!!

Todos los presentes quedaron con la boca abierta, cientos de soldados de ambos bandos, con las armas automáticas en la mano no salían de su asombro. Wonder Woman hacía honor a su nombre. Descendió majestuosamente. El tiempo pareció quedarse congelado:

- Hoy la tierra no beberá sangre. Las hostilidades cesarán. Dejaréis las armas en el suelo.

Tras la sorpresa, uno de los capitanes del bando de Otumba dio una orden. Toda la facción que comandaba alzó las armas y apretó el gatillo. Miles de balas se estrellaban contra el escudo de la amazona, y sus brazaletes. Diana estuvo más de cinco minutos repeliendo balas desde el aire. En ese momento, la facción contraria, se supone que la que representaba al gobierno legítimo, también recibió la orden de disparar contra ella. Diana no mostró un ápice de preocupación. De hecho, sonrió. Todas las armas de ambos ejércitos se pusieron al rojo vivo. Sus portadores no podían sujetarlas y caían al suelo. Un hombre con una capa roja y una gran ese en el pecho se situaba a su lado.

- Llegas tarde Kal.- dijo Wonder Woman.

- Lo siento, Diana, un avión en problemas. Además, tuve que entregar el furgón de alimentos y medicinas que traje.- replicó Superman.

- Cumplamos el mandato de la ONU y del presidente democrático del país. Terminemos con esta batalla

- De acuerdo, ¿dónde está M’ Otumba? Acabemos con esto cuanto antes.

Las palabras fueron acalladas con un rayo mágico que impactó en el cuerpo de Superman. El rayo creó un campo rojizo y corrosivo en torno al héroe que le chupaba la vida. Otumba no estaba allí, se encontraba a tres kilómetros de la contienda. Musculoso, fuerte, con los dientes ennegrecidos y una calavera pintada en el rostro. Estaba en el campamento de su guerrilla con una gran olla oxidada frente a él. Allí entre los vapores que emanaba veía las imágenes de lo que sucedía. Lanzó un hechizo destructivo pero el hombre de acero seguía vivo. Aunque dolorido, pugnaba por liberarse del aura mágica que le oprimía y absorbía fuerzas. Otumba, se preocupó y ordenó a sus secuaces:

- ¡¡Preparad a la mujer!!

Inmediatamente tres esbirros sacaron a una mujer embarazada de ocho meses que se resistía y gritaba con todas sus fuerzas. La obligaron a tumbarse en una camilla y la ataron de pies y manos. Otumba se situó frente a ella y murmuró unas palabras:

- ¡¡Mujer, voy a bañarme en la sangre de un hijo llamado a la vida antes de tiempo!! ¡¡Dioses de la jungla, del mal, de la guerra, dadme vuestra furia, aumentad mi fuerza y mi magia, dadme los secretos del poder!!

Otumba blandió un enorme cuchillo que acercó al vientre de la mujer.

Superman a pesar del dolor que aquella magia le producía emitió su visión telescópica en la dirección del ataque. A la par, concentró su superoído. Pudo ver y escuchar a Otumba. Miró hacia Diana y le habló:

- Debes ir en aquella dirección. ¡Rápido! Otumba va a sacrificar a una mujer. No te preocupes por mí. En cuanto me libere estaré contigo.

- Volveré. Aguanta.- dijo Diana lanzándose hacia donde le había indicado su compañero.

Capítulo 2

Hogar de Destino

Destino caminaba por su jardín. Con una túnica marrón y una capucha que le cubría el rostro. Era el más anciano de los Eternos, una raza de seres inmortales. Destino conocía todo lo sucedido y todo lo que iba a suceder. El libro que llevaba encadenado al brazo contenía la historia de todos los seres del universo. Destino sintió la necesidad de abrir el libro. Allí, en una de las páginas observó a uno de sus hermanos. Era el nuevo Sueño. El antiguo, llamado Morpheus, dador de forma, Sandman, había muerto hace poco. Pero el equilibrio había sido repuesto. Pues su lugar había sido ocupado por el anteriormente llamado Daniel, nacido en el mismísimo reino de los sueños. Sueño estaba preocupado, su piel y cabellos blancos y plateados adquirían una tonalidad grisácea. Su túnica también blanca se estremecía al compás del viento. Sus ojos oscuros recordaban a su anterior encarnación. Sueño había convocado a Zeus, padre de los dioses olímpicos, en el reino de los sueños. Sueño hablaba:

- Zeus, te saludo en tu segunda visita a este reino. Acudo a ti para pedir tu ayuda. He realizado un recuento de todas las posesiones de mi reino y falta una. La vasija de Pandora, aquella que contiene los males primigenios, aquella que entregaste a mi anterior encarnación, a Morfeo, ... ha desaparecido.

Zeus no cambió su expresión ni por un segundo. Pero en su interior nació un terrible miedo.

Capítulo 3

Superman empezó a girar sobre sí mismo como un enorme trompo humano. De repente, frenó en seco abriendo los brazos con toda su fuerza. La aureola mágica se deshizo dejándole libre. Odio la magia- pensó. Aunque todavía notaba el dolor observó como los dos ejércitos recogían las armas y se disponían a utilizarlas. A supervelocidad comenzó a desarmar a la mayoría de los presentes. Dejo inconscientes a los que más arengaban a la lucha. Sopló y forjó muros de hielo que separaban en pequeños grupos a los contendientes. Y poco a poco ambos ejércitos quedaron inutilizados.

Diana ya podía ver a Otumba alzando el cuchillo sobre la embarazada. Rápidamente levantó su espada y la arrojó hacia el brujo. Pero éste se concentró y lanzó dos nuevos hechizos. El primero detuvo la espada de Diana que cayó al suelo sin fuerza, el segundo se estrelló en el escudo de la amazona arrancándoselo de los brazos. Diana seguía determinada a detenerle, pero Otumba sopló unos polvos extraños que se convirtieron en afiladas cuchillas que se clavaron con violencia en la armadura de la amazona. Cada una empezó a emitir el aura rojiza corrosiva y comenzaron a destrozar el metal. Diana notaba el dolor en su piel. Otumba aprovechando la pugna de Wonder Woman por quitarse la armadura, levantó el cuchillo y lo hundió en el vientre de la mujer. En pocos segundos extrajo el feto casi formado de ocho meses que latía con vida. Diana horrorizada se revolvió y con un gesto pleno de agilidad se despojó de la armadura.

Otumba se manchó las manos y la cara con la sangre que brotaba del cuerpo de la mujer. Depositó al recién nacido, que aún respiraba, en la camilla y emitió un aullido mirando a Diana. Su habla se deformaba por momentos:

- Maldita zorrrrra. Ahorrrra he obtenido el poder. Tenía que esperrrrar a una noche sin luna y no a un día con sol. No obtendrrrré la inmorrrrrtalidad, pero sí la suficiente fuerrrrza para triturrrrrrar tus huesos.

Wonder Woman se puso en pie. Tenía su traje clásico, su tiara en la cabeza, sus brazaletes, el lazo de Hestia sujeto en la cintura. Contemplaba como Otumba mutaba en un ser horrible. Dos cuernos brotaban de su frente y sus piernas parecían convertirse en patas de cabra. Su tamaño se había doblado y de sus ojos y manos brotaban chispas de magia negra. Otumba lanzó otro hechizo en forma de rayo hacia la amazona. Diana lo esquivó y el rayo impactó contra un árbol marchitándolo. Diana recogió su espada del suelo y la lanzó hiriendo en la pierna derecha a su enemigo. Otumba cayó y recibió acto seguido un puñetazo en la cara. Se rehizo agarrando a la amazona por el brazo y estrellándola contra el suelo. Alzó su pierna herida para acabar con ella. Pero Diana paró el golpe con los brazaletes, se puso de pie y golpeó con las piernas dos veces y otra con el brazo a su enemigo.

Superman llegaba al campamento. Lo primero que le llamó la atención fue el pequeño que luchaba por seguir respirando. Alzó la camilla con la madre agonizante y el bebé aún unido por el cordón umbilical. Con una leve visión calorífica cauterizó las heridas más importantes de la mujer. Y, al ver que Wonder Woman parecía imponerse, alzó el vuelo hacia el hospital más cercano.

Wonder Woman seguía golpeando a Otumba. Los hechizos del mago perdían poder, no podía concentrarse y entendió que aquella mujer iba a derrotarlo. Diana puso toda la fuerza de que disponía en un último ataque, un puñetazo fracturó la nariz del mago y le tumbó en el suelo. Rápidamente agarró su lazo mágico para envolver con él a Otumba y terminar la pelea. El lazo brillaba y Otumba cerró los ojos, se sentía derrotado. Pero cuando Diana se disponía a enlazarlo quedó congelada. Como si frente a ella se hubiera aparecido algo que nadie más podía ver. Así era. Otumba entendió que aquella suponía una oportunidad de oro. Se preparó, pronunció un conjuro y emitió una energía desintegradora hacia Diana.

Sin embargo, un muro de hielo que había salido de la nada protegió a la amazona. Superman retornaba a toda velocidad hacia Otumba. Éste lanzó tres rayos que Superman eludió con facilidad. Otumba se frotó los cuernos y el aire que rodeaba al kryptoniano se convirtió en un millón de clavos mágicos que se introdujeron en su piel. Kal- El no perdió la calma. Volvió a girar a gran velocidad y todas las agujas salieron despedidas en dirección al brujo. Antes de que le impactaran giró su mano derecha y desaparecieron. Cuando miró hacia donde suponía que estaba Superman no vio más que un agujero en el suelo. ¿Dónde había ido? Notó un breve temblor bajo sus pies y a su espalda emergió Superman. Un último superpuñetazo dejo inconsciente al hechicero.

Superman se dirigió hacia Diana. Seguía de pie, como si estuviera absorta en sus pensamientos. Con los ojos fríos y abiertos mirando al infinito. Cuando la sostuvo entre sus brazos la amazona pareció despertar de un profundo sueño:

- ¿Qué ha pasado, Diana? ¿Te ha paralizado con algún hechizo?

- ¿Kal? ¿He vuelto?

- ¿Volver de dónde? No te has movido de aquí.

- He viajado al Olimpo, he hablado con Zeus y con el Eterno Sueño. Me han encargado una misión. La vasija de Pandora ha sido robada. Debo encontrarla antes de que sea abierta.
Epílogo
Gotham City, marzo 2005

Maxie Zeus había sido dado por muerto. Había sido un criminal enfrentado a Batman. Su particularidad consistía en creerse ser el mismísimo dios Zeus. Cuando los dioses camparon por Gotham, Max fue brutalmente golpeado por una de las fuerzas mitológicas. El golpe le mantenía meses en coma. Ahora dos enfermeros le bajaban de la cama para situarle en una silla de ruedas. Allí, esperaba solitario a que se cumpliera la hora de volver a la cama. ¿Qué piensa una persona en coma? ¿Hay una luz en algún rincón de su cerebro? ¿Qué hace sino soñar...? Si pudiéramos entrar en la mente de Maxie veríamos cómo se imaginaba a sí mismo en lo alto de un trono sobre las nubes. En la mano derecha sostenía un cetro tan largo que su extensión se prolongaba hasta tocar tierra y en la mano izquierda agarraba diez lanzas en forma de rayo con las que podría destruir un mundo. En ese preciso instante, una voz le habló desde las alturas. Max en su trono miró hacia arriba y una sombra más grande que el cielo le cubrió:

- Maxie Zeus. Siempre quisiste ser grande, ahora tendrás en tus manos la grandeza. Despierta y acepta esta vasija. Acabo de robarla del reino del sueño, por eso puedo llegar a ti por este medio. Yo no puedo abrirla, tú sí. Cuando lo hagas tendrás el poder que siempre has deseado.

En ese mismo instante Max despertó. Se vio en aquella silla de ruedas, se arrancó los cables y tubos que salían de su cuerpo y observó a sus pies una vasija que parecía de barro.

Continuará...


Febrero-Marzo 2005
José Luis Miranda Martínez
A Raúl Peribáñez, por abrirme la puerta.

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