Titulo: Agente del Caos Autor: Alexis Brito Delgado Portada: Gabriel Dell'Otto Publicado en: Febrero 2009 Joker ha vuelto a escapar de Arkham. No tardará en llenar Gotham de cadaveres. ¿Porque Batman consiente que esto ocurra una y otra vez? ¿Se atreverá a dar el paso definitivo? |
Hice una promesa ante la tumba de mis padres: librar a esta ciudad de la maldad que les quitó la vida. Soy Bruce Wayne, filántropo multimillonario. De noche, los criminales, esos cobardes y supersticiosos, me llaman...
Batman creado por Bob Kane
“Pero yo no quiero estar entre locos”, señaló Alicia. “Oh, no puedes evitarlo”, dijo el Gato. “Aquí todos estamos locos. Yo estoy loco. Tú estás loca”. ¿Cómo sabes que estoy loca?, preguntó Alicia. “Debes estarlo”, dijo el Gato. “De otra forma no habrías venido aquí”.
Lewis Carroll
LA AMENAZA DEL PAYASO
Con una expresión inquieta, James Gordon, comisario del departamento de policía de Gotham, utilizó una cerilla para encender su vieja pipa. Después de unas caladas, el humo remolineó hacia el techo del despacho a oscuras, creando espirales grises. Gordon desvió la vista hacia la mesa atestada de dossiers, expedientes medio cumplimentados y periódicos. Los titulares no presagiaban nada bueno:
"EL JOKER HA ESCAPADO DEL SANATORIO DE ARKHAM"
Sin proponérselo, recordó el inmenso manicomio de diseño victoriano, sombrío y perturbador, donde estaban encerrados los peores criminales de la ciudad. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral: aquel lugar destilaba demencia por los cuatro costados. Gordon soltó un gruñido: sabía que el Joker era un psicópata sin escrúpulos, un individuo que no dudaría en asesinar a quien fuera necesario por el simple placer de hacerlo. Su fuga del sanatorio había dejado cinco muertos, guardias de seguridad y doctores; los mismos que lo habían atendido durante los últimos meses. Para sus adentros, el comisario deseaba acabar con los crímenes de aquel lunático de una vez por todas, enviarlo a la silla eléctrica o a la cámara de gas, pero dada su condición mental, siempre terminaba ingresado en Arkham. A veces, la manera de obrar de la justicia le daba ganas de arrojar la toalla: las víctimas merecían algo más que un veredicto absolutorio.
Gordon era un hombre de unos cincuenta años de edad, de estatura media y manos firmes, que vestía chaqueta y corbata. En su rostro, franco y cubierto de pequeñas arrugas, destacaba un poblado bigote y unas gafas de montura gruesa. El despacho, pulcramente ordenado, estaba silencioso y tranquilo. El comisario tenía al noventa por ciento de las unidades en las calles, desde primeras horas de la mañana, siguiendo el rastro del Joker. Atrapar a aquel maníaco era una prioridad fundamental: de no conseguirlo continuaría muriendo gente. La bilis pastosa le ascendió por la garganta, al recordar el aspecto de los cadáveres, cosidos a balazos o espantosamente mutilados, que había visto en la morgue. Aquellos pobres diablos no merecían un final tan cruel.
Dios santo, pensó. ¿Cuándo terminará esta locura?
Gordon miró su reloj de pulsera y corroboró la hora: había anochecido sin que se diera cuenta. Una corriente de aire helado penetró por la ventana y le puso la carne de gallina: tendría que decirle a la mujer de la limpieza que no se olvidara de cerrarla. La voz ronca y amenazadora que surgió entre las sombras le produjo un respingo:
—Creí que habías dejado de fumar, Jim.
El comisario soltó un suspiro de alivio.
—Me gustaría que alguna vez entraras por la puerta como todo el mundo —replicó—. Me has dado un susto de muerte.
La figura oculta en las tinieblas no respondió a su aseveración.
—Supongo que te habrás enterado de que el Joker anda suelto, ¿verdad?
—Sí.
Gordon entrecerró los ojos, intentado distinguir la silueta de su interlocutor, pero el traje azabache lo ocultaba en la penumbra demasiado bien. Durante un momento, las dudas y la necesidad crearon un espacio entre ambos: ¿Quién era aquel hombre? ¿Por qué luchaba contra la delincuencia ataviado como un murciélago? ¿Qué escondía detrás de la máscara?
—He revisado todos los detalles de la fuga —continuó—. Tienen que haberlo ayudado desde afuera.
—¿Sospechas de alguien?
El comisario extendió un expediente sobre la mesa.
—Uno de los enfermeros del ala psiquiátrica no acudió ayer al trabajo —señaló—. Hemos intentado dar con él para interrogarlo, pero no habido manera de localizarle.
—¿Cómo se llama?
—Peter Hancock —repuso—. Está todo ahí.
Una mano enfundada en un guante negro tomó el dossier y se desvaneció en las tinieblas.
—Estaremos en contacto, Jim.
Gordon buscó la caja de cerillas para prender la pipa medio apagada.
—¿Qué piensas hacer, Batman?
La pregunta murió en sus labios: el Señor de la Noche había desaparecido sin dejar rastro.
AGENTE DEL CAOS
Dos furgonetas cruzaron la avenida a gran velocidad y se detuvieron delante del edificio, haciendo chirriar las ruedas. Unos individuos poderosamente armados, vestidos con trajes baratos y máscaras de payaso, abrieron las puertas y saltaron de los vehículos. Rápidamente, traspasaron la calle desierta y subieron las escaleras, penetrando en la recepción del hotel. Un guardia de seguridad lanzó un grito de agonía y se desplomó con el pecho atravesado: no había tenido tiempo de desenfundar el arma. El Joker esbozó una mueca macabra y sopló el cañón de la escopeta de corredera: el tiro al blanco siempre había sido uno de sus deportes favoritos.
—Vigilad las puertas —ordenó—. No quiero que nadie salga del edifico.
De inmediato, dos secuaces obedecieron sus órdenes, tomando posiciones en la entrada del rascacielos. El Joker alcanzó la barra de la recepción, ignorando los chillidos de los clientes, y le hundió la Mossberg debajo de las narices a un empleado.
—Buenas noches —saludó—. ¿Le importaría decirme dónde están los… ricachones de Gotham, por favor?
El recepcionista temblaba de miedo.
—Al… al final… del pasillo…
El Joker lo arrojó contra la pared.
—Gracias. —Hizo un gesto a uno de sus hombres—. Asegúrate de que llame a la policía.
El enmascarado asintió.
—Como quieras, Joker.
Acto seguido, enfilaron un corredor decorado con reproducciones de Barnett Newman, apartando a empellones a los individuos que se les ponían por delante. El Joker miró las paredes y torció los labios.
—¡Menuda basura! —bufó—. ¿Y a esto lo llaman arte?
Disgustado, penetró en el salón principal, disparando al aire para llamar la atención. Una cuarentena de hombres y mujeres, engalanados con esmóquines y trajes de noche chillaron al unísono, sobresaltados por la inesperada intrusión. El Joker se adelantó mientras efectuaba una burlona reverencia no exenta de cierta teatralidad.
—Me alegro de que estéis todos aquí —dijo—. Siempre había querido asistir a una reunión benéfica de la flor nata de Gotham. Tantos abrigos de pieles y joyas resultan… encantadores.
Los asistentes habían palidecido como cadáveres. El Joker trazó un semicírculo con el arma.
—Espero que todos sean niños buenos y obedientes. Si colaboran y hacen lo que yo les diga nadie resultará herido. De lo contrario… —Chasqueó la lengua—. Imagino que sabrán que no soy un hombre razonable…
Nadie se atrevió a replicar. El Joker se situó en mitad de los reunidos, secundado por sus hombres, con una expresión amenazadora en el rostro. Los fluorescentes del techo le incidieron sobre el cabello verde y los labios rojos, realzando su figura nervuda de hombros estrechos, enfundada en un anticuado traje color violeta. Los asistentes de la cena, gente poderosa e intocable, que jamás habían corrido ninguna clase de peligro, sintieron como les flaqueaban las fuerzas. La palidez antinatural del Joker, su voz quebradiza y susurrante, y sus modales afectados y lóbregos, los turbaban sobremanera. Éste recorrió con la vista las caras asustadas, deteniéndose sobre el emblema de la familia Wayne.
—¿Dónde está Bruce Wayne? —preguntó—. Quisiera conocerlo. Un tipo de su importancia y categoría social debe ser muy… interesante.
Un silencio mortuorio respondió a sus palabras.
El Joker restalló como un látigo:
—¡Responded!
Un hombre dijo débilmente:
—No ha venido.
Una sonrisa burlona se dibujó en sus labios.
—Me parece una falta de respeto increíble plantar a los invitados —sentenció—. Odio a la gente que no tiene modales ni educación.
Uno de los payasos abrió una mochila y depositó un extraño artefacto en el suelo. Los rehenes retrocedieron hacia el fondo de la estancia, buscando refugio detrás de las mesas atestadas de copas de champán y canapés: la amenaza de la bomba les había helado la sangre en las venas.
El Joker contempló el artilugio con orgullo.
—Mi psiquiatra en Arkham me recomendó el poder curativo de la risa para solucionar los problemas —comentó—. Como soy generoso por naturaleza quisiera compartir la terapia con ustedes. —Hizo una pausa—. Les puedo asegurar que, gracias al gas letal, morirán con una sonrisa en la cara.
Un individuo de cabellos blancos, ataviado con un elegante esmoquin, dejó atrás a su familia y se plantó delante del Joker.
—¿Qué es lo que quiere?
Éste pasó por alto la pregunta y observó a la esposa del individuo que se había atrevido a desafiarle.
—Tu chica es una monada —dijo—. Elegante y madura, como a mí me gustan. —Se lamió los labios—. ¿Qué edad tienes, preciosa?
—¡Deje en paz a mi mujer!
La mirada del Joker lo atravesó de parte a parte.
—Estás fugando con fuego, amigo.
—¡Conteste a mi pregunta! —exclamó el anciano—. ¿Qué demonios pretende hacer?
El Joker dejó la escopeta sobre una mesa y desenfundó un revólver: pensaba disfrutar con lo que vendría en pocos minutos.
—Tú serás el primero en saberlo…
EXPANSIÓN AGRESIVA
Desde lo alto del edificio, la visión panorámica de la ciudad le causó un estremecimiento: sabía que aquellas calles rezumaban crimen y miseria. Batman recorrió la azotea de un extremo a otro, sin perder de vista la vivienda de su objetivo. Al llegar al final del tejado, se detuvo durante unos segundos; no quería arriesgarse a entrar en el apartamento sin tomar precauciones. Con cautela, estudió la fachada del rascacielos, buscando cualquier indicio de una trampa: todo parecía tranquilo. El Caballero Oscuro sacó unos pequeños prismáticos infrarrojos del cinturón y analizó la ventana situada en el piso treinta. ¿Había distinguido un movimiento o eran imaginaciones suyas? Abajo, al nivel de la avenida, el ulular de una sirena rompió la quietud de la noche; parecía que los agentes de Gordon tenían trabajo de sobra.
Inesperadamente, una luz alumbró el apartamento y dos individuos disfrazados con máscaras de payaso irrumpieron en el interior del mismo. Sin pensarlo, Batman tomó impulso y saltó al vacío. La infinitud se abrió debajo de sus pies, la capa se extendió y se volvió rígida, haciéndolo planear a gran velocidad. Con un crujido de cristales rotos, destrozó la ventana y penetró en la vivienda, asustando a sus enemigos. Un enmascarado levantó una Beretta y vació el cargador de 16 balas. El Señor de la Noche esquivó los proyectiles y le arrojó un batarang: su adversario lanzó un aullido de dolor y se desplomó de rodillas mientras se llevaba las manos al rostro ensangrentado. De inmediato, antes de que pudiera reaccionar, se abalanzó sobre el segundo payaso, hundiéndole el puño en el estómago. Su enemigo se dobló sobre sí mismo y expulsó todo el aire de los pulmones. Implacable, Batman lo agarró por la cabeza y le rompió la mandíbula de un rodillazo: aquel criminal no volvería a causarle problemas. En dos zancadas estuvo encima del primer enmascarado: una ira sorda y palpitante burbujeaba en su interior, amenazando con consumirle.
—¿Dónde está el Joker? —gruñó.
El payaso intentó retroceder pero estaba atrapado.
—¡No lo sé!
El Caballero Negro rechinó las poderosas mandíbulas y exclamó:
—¡Mírame a los ojos cuando te hablo, escoria!
Su víctima fue incapaz de obedecerlo.
—¿Qué demonios estabais haciendo aquí?
El delincuente tartamudeó:
—El Joker nos envió a liquidar a Hancock.
—¿Por qué?
—Sabía que vendrías aquí.
Una mano helada acarició la espina dorsal del Señor de la Noche: estaba metido en la guarida del lobo hasta el cuello. Aquello olía a emboscada por todas partes.
—¿Y dónde está Hancock?
Su presa guardó un obstinado silencio. Colérico, Batman le apretó la garganta hasta hacerlo enrojecer.
—¿Vas a contestarme?
El enmascarado pataleó, desesperadamente, intentado respirar, pero el Caballero Negro no aflojó la presión; aquel asesino no merecía ninguna clase de contemplaciones. Con un esfuerzo de voluntad supremo, en el último momento, aflojó los dedos y soltó a su víctima; ésta tosió y resopló intentado encontrar aire.
—Mi paciencia tiene un límite —masculló con sequedad—. Dime lo que quiero averiguar o te arrojaré a la calle.
El criminal señaló el dormitorio con un dedo vacilante:
—El Joker lo encerró con su familia en la habitación principal…
Batman lo dejó inconsciente de un golpe. De inmediato, se aproximó al dormitorio y arrancó la puerta de los goznes de una patada. Dentro, a los pies de la cama, amordazadas y atadas como reses, yacían tres personas. El Señor de la Noche arrancó el esparadrapo de la boca al enfermero: lo había reconocido por las fotos del expediente que le había facilitado el comisario Gordon.
—¿Se encuentra bien? —preguntó—. ¿Qué diablos ha pasado?
—Los hombres del Joker me obligaron a ayudarles —explicó Hancock con la respiración agitada—. Amenazaron con eliminar a mi familia si no cooperaba.
Batman asintió mientras empezaba a liberarlo de las cuerdas.
—¿Por qué no recurrió a la policía?
El enfermero observó a su hijo nerviosamente.
—No hubieran podido hacer nada —exhortó—. Esos tipos son demasiado listos para ellos.
—No los subestime —argumentó Batman—. Hacen su trabajo lo mejor que pueden.
—¿Cómo está Robert? ¿Se encuentra bien?
El Caballero Oscuro desvió la vista hacia el muchacho. Algo no encajaba en la ecuación: por norma los planes del Joker eran tan retorcidos y sofisticados como su mente. Nervioso, tanteó las ropas del niño, buscando heridas de alguna clase, cuando sus dedos encontraron un objeto duro debajo del suéter. El chico tenía los ojos abiertos como platos, aterrorizados; intentaba advertirle del peligro que corrían. Batman desgarró la prenda y encontró lo que había pasado por alto: una hilera de cartuchos de dinamita estaban conectados a un reloj que avanzaba rápidamente. Sin desearlo había activado el cronómetro temporizador de la bomba. Hancock chilló de miedo:
—¡No!
El Señor de la Noche arrancó los explosivos y los lanzó hacia la ventana: la terrible deflagración resonó contra sus oídos y le prendió la capa, haciéndolo desvanecerse en las tinieblas…
LA RULETA RUSA
El Joker agarró al anciano por el cuello de la chaqueta y lo obligó a ponerse de rodillas en el suelo.
—¿Alguna vez has jugado a la ruleta rusa? —dijo—. Tengo una versión mucho más divertida. —Sacó una bala del arma—. A la gente le encanta.
El ejecutivo intentó golpearlo, pero los enmascarados lo tenían bien sujeto.
—¿Quieres a tu familia, verdad? —rió malignamente—. Te demostraré que la fidelidad y el amor son términos sobrevalorados. —Giró el tambor, y apuntó al hijo de su víctima —. No hay nada más estimulante que el dolor o la sed de venganza.
La detonación extirpó un grito colectivo a los invitados de la fiesta. La cabeza del joven explotó como un tomate maduro y salpicó el rostro de su progenitor. Éste estalló en sollozos desgarradores.
—¡Hijo de puta! —bramó—. ¡Te mataré!
La sonrisa sádica del Joker mostró su dentadura amarillenta.
—¿A quién le toca ahora? —Volvió a girar el tambor—. ¿A la pequeña amante de los unicornios o la sufrida y fiel esposa?
El anciano se revolvió echando espuma por la boca.
—¡Déjalas tranquilas! —suplicó—. ¡Mátame a mí!
El Joker hizo caso omiso a sus exclamaciones.
—El juego debe continuar hasta el final —acotó—. Sería un tanto grosero dejarlo a medias, ¿no crees?
El segundo disparo acertó en mitad de la cara de la muchacha y le reventó la mandíbula. Otro fragor colectivo inundó a los presentes. Una mujer se desmayó y se derrumbó en el suelo con un ruido seco.
El ejecutivo rompió en llanto.
—No… —gimió—. Marie…
El Joker giró el tambor por tercera vez.
—La cosa se pone interesante —bromeó—. Tu esposa tiene las mismas posibilidades: tres contra tres. Cincuenta y cincuenta… por ciento.
El estampido perforó el corazón de la mujer. Ésta se desplomó como una muñeca rota sin ofrecer resistencia. Al ver la espantosa escena, el anciano se inclinó y vomitó de horror; sus nervios no habían logrado resistir la presión.
El Joker frunció la nariz.
—¡Qué asco! —resopló—. ¿Tus padres no te enseñaron a comportarte en público?
Una mirada enloquecida brillaba en los ojos del ejecutivo.
—Maldito… seas —balbució—. Eres… eres un monstruo…
La risotada del Joker, cínica y carente de toda alegría, llenó la sala, poniendo la piel de gallina a los asistentes.
—¿Sabes cuántos cretinos han dicho lo mismo que tú? —barbotó—. ¡Ahora mismo todos son pasto de los gusanos!
El anciano le escupió en el rostro.
—¡Vete a la mierda!
El Joker detuvo a sus hombres.
—¡No lo toquéis! —ordenó—. ¡El pobre viudo es mío!
Los enmascarados bajaron las pistolas y las ametralladoras de calibre pesado.
—Tienes valor, amigo —reconoció el Joker—. Por ello no te daré el placer de volarte la cabeza. Quiero que recuerdes lo que ha pasado esta noche el resto de tu patética y solitaria vida. Cada vez que te mires en el espejo sabrás que fuiste el culpable de la muerte de tu familia. —Limpió el salivazo con un pañuelo y le sostuvo la barbilla al anciano—. Si no hubieras sido tan curioso… continuarían… vivos… y… coleando.
El ejecutivo mordió el polvo estremecido por grandes sufrimientos. El Joker lo miró desde arriba con desprecio: odiaba la debilidad sobre todas las cosas.
—¿Alguien más quiere preguntar cuál es mi plan?
Nadie dijo nada.
El Joker se dirigió al anciano:
—Os mantengo prisioneros porque quiero atrapar a una rata con alas que se cree mucho más lista que yo —puntualizó—. Nada atrae tanto la presencia de Batman como que asesinen a los débiles ciudadanos que le gusta… proteger.
Los invitados de la fiesta tragaron saliva y se santiguaron: aquel demente acabaría con todos ellos para conseguir sus truculentos objetivos. El Joker observó las copas de champán y añadió con sorna:
—¿Nadie piensa invitarme a un trago?
FANTASMAS DEL PASADO
El Caballero Oscuro se revolvió en sueños, vencido por las pesadillas atroces que lo asediaban todas las madrugadas, apretando los puños con fuerza…
Confundido, Bruce contempló las figuras inertes de sus padres, que yacían a sus pies en un charco de sangre. El dolor le impedía respirar, acababa de perder a su familia; ambos habían sido ejecutados con disparos a quemarropa. Lágrimas resbalaron por sus mejillas y le llenaron los labios con su sabor salado. Bruce alzó los ojos, los sollozos le impedían ver el callejón cubierto de basuras con nitidez: un cartel de La Marca del Zorro colgaba en la pared de enfrente. La imagen de Tyrone Power le dio ganas de vomitar, odiaba aquella película, sino hubiera insistido en ir a verla, sus padres continuarían con vida. Un acceso de culpabilidad lo embargó, no merecía seguir despierto, las balas tenían que haberlo acribillado. Inmóvil, apretó la diestra de Thomas Wayne, buscando un atisbo de consuelo, sin éxito. La mano rígida de su padre se enfriaba por momentos. A un metro, su madre, Martha Wayne, estaba retorcida sobre su propia figura; las perlas de su collar la rodeaban como un aura de neón. Poco a poco, el sufrimiento dio paso a un resentimiento abrasador. Detestaba a la humanidad, aborrecía al asqueroso ratero que exterminó a su familia, y sobre todo, se despreciaba a sí mismo con toda su alma. Bruce deseó arrasar la ciudad, destruir la delincuencia que asolaba sus calles, terminar con su patética existencia. Un lamento lo traspasó, estaba mutilado, espiritualmente, nunca volvería a sentirse completo; aquel era el precio que tendría que pagar por haber sobrevivido...
Con un gruñido rabioso, Batman abrió los parpados, apartando los escombros y vigas humeantes que lo aplastaban contra el suelo. El recuerdo de la muerte de sus progenitores lo llenaba de una amargura imposible de soportar: a veces pensaba que jamás podría superar aquella fatídica noche. Dolorido, contempló la habitación en ruinas, quebrada por la explosión que había estado cerca de mandarlo al Infierno; suerte que las placas de kevlar del traje habían resistido. El Señor de la Noche se limpió la sangre que le resbalaba por la nariz y buscó a las personas que había intentado salvar: la visión de los cuerpos destrozados le produjo una arcada. A trompicones, retrocedió hacia la entrada del apartamento, resistiendo a duras penas el deseo de desvanecerse. La astilla de madera que le atravesaba el costado izquierdo, propagando oleadas de dolor a través de su físico, lo obligó a olvidar el ardor de sus pulmones y la sensación de que tenía rotos todos los huesos del cuerpo. El aire frío que penetraba por las paredes reventadas le devolvió un atisbo de lucidez: no quería que nadie lo viera en aquel estado. Su reputación de vigilante nocturno, sombrío e invencible, podría verse dañada si los criminales descubrían que era tan vulnerable como ellos.
Con lentitud, alcanzó el salón del hogar donde había luchado contra los esbirros del Joker, haciendo de tripas corazón al descubrir que también estaban muertos. Batman se apoyó en una de las paredes y recuperó el aliento: merecía haber perecido por ser tan imbécil. Una súbita impresión de inutilidad se apoderó de su espíritu: por mucho que lo intentara, aunque saliera todas las noches, siempre habría un criminal dispuesto a sustituir al anterior. La tragedia y la obsesión habían marcado su existencia. La culpabilidad lo obligaba a luchar, año tras año, en una batalla que no conocía final. Odiaba aquel destino tanto como aborrecía al personaje que interpretaba a diario: Bruce Wayne, playboy y filántropo, el hombre más rico y poderoso de Gotham, mujeriego y superficial hasta provocar náuseas. Su psique torturada por los fantasmas del pasado, aquella parte recóndita y tenebrosa de su ser que tanto temía, lo había hecho crear un monstruo que amenazaba con consumirle: sólo escapaba de sí mismo escudado tras el manto del murciélago. El Señor de la Noche arrancó la astilla y se pinchó en la muñeca uno de los analgésicos que llevaba en el cinturón: no pensaba rendirse ante sus demonios privados. El deber era mucho más importante que los remordimientos de conciencia: la ciudad lo necesitaba para detener al Joker.
Diez minutos más tarde, abrió la parte superior del Batmóvil y se dejó caer en el sillón del piloto; había pensado que no podría llegar al vehículo. Mareado, ignoró la cabina que oscilaba delante de sus ojos y marcó un número en el intercomunicador del salpicadero. El rostro anciano y bondadoso de su mayordomo llenó la pantalla: mientras Alfred estuviera al otro lado de la línea nunca le pasaría nada malo.
—##¿Se encuentra bien, señor?## —dijo con voz preocupada—. ##Tiene un aspecto horrible.##
El Caballero Negro reprimió una sonrisa.
—Las he sufrido peores —terció—. ¿Has escuchado alguna noticia sobre el paradero del Joker en la emisora de la policía?
El mayordomo se estrujó las manos.
—##Se la diría si tuviera la certeza de que se encuentra usted bien, señor.##
Batman se mostró seco:
—No tengo tiempo para juegos, Alfred —replicó—. ¿Dónde puedo encontrarle?
Alfred decidió decirle la verdad: sabía que nada lo apartaría de su decisión.
—##Gordon ha comunicado a todas las unidades que el Joker ha tomado como rehenes a los invitados de la cena benéfica organizada por Industrias Wayne, señor.##
El Señor de la Noche aferró el volante hasta que le dolieron los dedos.
—Gracias, Alfred.
El mayordomo dijo antes de que cortara la comunicación.
—##Tenga cuidado, señor Wayne.##
Batman sintió como las lágrimas le humedecían los ojos: su padre le había proporcionado el mejor regalo que cualquier hombre podía desear. Sin el cariño y la lealtad incondicional de Alfred Pennyworth jamás hubiera salido adelante.
CINCO MINUTOS
Gordon descendió del vehículo, una furgoneta blindada del departamento SWAT de Gotham, mientras ajustaba los cierres del chaleco antibalas. Rápidamente, alcanzó un coche de policía aparcado delante del edificio y se dirigió a sus agentes de confianza:
—¿Alguna novedad?
Uno de ellos meneó la cabeza.
—Nada —masculló—. No ha querido hablar con nosotros.
—¿Sabéis algo de Batman?
Una mujer tomó la palabra:
—No debería confiar tanto en ese justiciero enmascarado, señor.
Gordon fue brusco:
—Gracias a “ese justiciero enmascarado” hemos detenido al Joker tantas veces, sargento.
La mujer no se dejó amilanar.
—Esto es una guerra privada entre ambos, comisario.
Los agentes asintieron con gravedad: todos respaldaban a su compañera. El comisario se sintió molesto.
—¿Qué diablos intenta insinuar?
—El Joker ha montado este circo para atraer a Batman, señor. Quiere matarlo con sus propias manos para vengarse de él. ¿Es que acaso no lo ve?
Otro policía intervino:
—La sargento Beagle tiene razón, comisario.
Gordon hizo un gesto evasivo con la mano:
—Hablaremos del tema en otro momento —dijo—. El Joker es quien nos interesa ahora mismo.
Los policías obedecieron a regañadientes: nunca comprenderían la fidelidad que su superior guardaba hacia el Caballero Oscuro. Desalentado, el comisario estudió los coches diseminados en torno al rascacielos, el cordón policial que apartaba a los civiles de los agentes, las cámaras de televisión que rodaban el acontecimiento, y la entrada a oscuras del hotel: puede que sus hombres tuvieran razón.
Gordon tomó el emisor del coche patrulla.
—¡Salgan con las manos en alto! —gritó—. ¡Están rodeados!
Una carcajada mordaz surgió del interior del edificio.
—Buenas noches, comisario Gordon —saludó el Joker—. Empezaba a creer que no había recibido mi tarjeta de invitación.
El comisario respiró pesadamente controlando su furia.
—¿Qué es lo que quieres?
El Joker efectuó una pausa.
—Quiero a Batman, Gordon. ¿Sabe dónde está?
—No es el momento de bromas, Joker.
El tono del Joker era tan afilado como una cuchilla de afeitar:
—Quiero que Batman se quite la máscara, comisario —instó—. Millones de ciudadanos en Gotham arden en deseos de saber quién es su guardián… protector.
Gordon se mordió los labios.
—No sé si podré complacerte, Joker. Batman no trabaja en el departamento de policía. Siempre ha actuado por libre y lo sabes.
—Eres un hipócrita, Gordon —gruñó el Joker—. Te has pasado las normas por el forro durante años para protegerle y ahora pretendes decirme que no sabes nada de él. ¿Quieres que liquide a un rehén cada cinco minutos hasta que… lo hagas entrar en razón?
El comisario sintió como el sudor le transpiraba las palmas de las manos: estaba atrapado entre la espada y la pared.
—No es necesario llegar a tales extremos, Joker.
—Entonces obedece mis instrucciones, Gordon —amenazó—. O tendrás sobre tu conciencia la muerte de personas como… esta.
Una figura se estalló sobre el capot de uno de los furgones SWAT. Los policías temblaron de rabia y los civiles gritaron de pánico. La sangre del cadáver desmadejado de una mujer se deslizó por el parabrisas del vehículo y manchó el asfalto. Protestas y maldiciones surgieron de todas las bocas silenciando las risas maníacas del Joker.
—¿Quiere saber hasta dónde llegar, comisario? —preguntó burlonamente—. Como en cinco minutos no aparezca Batman, otro rehén realizará… el Salto del Ángel.
Gordon perdió los papeles.
—¡Asesino! —exclamó—. ¡Te encerraré en una celda tan profunda que no podrás escapar de ella otra vez!
El Joker se desternilló satánicamente.
—Palabras… Palabras… Palabras —chasqueó—. Si le sirve de consuelo había perdido el conocimiento antes de aterrizar. La próxima vez no seré tan… amable.
El comisario sentía ganas de llorar.
—¿Por qué lo has hecho? —tronó—. ¡No hacia falta que la mataras para demostrarme que vas en serio!
El Joker se mostró cínico.
—Quería darle un pequeño incentivo, Gordon —apostilló—. Ahora sé que no intentará jugar sucio con… mi…go.
El comisario pensó que la tierra se lo tragaba: la desesperación y la impotencia hicieron flaquear su carácter indestructible.
¿Qué puedo hacer?, pensó. Sin Batman los rehenes están perdidos.
Una sombra fugaz le hizo levantar la vista hacia las ventanas superiores. Gordon sintió como el corazón le daba un vuelco en el pecho. Tenso, bajó la mirada e intentó controlar sus emociones a flor de piel. El Señor de la Noche había llegado.
EL CABALLERO OSCURO
El Joker sonrió y se volvió hacia sus secuaces, satisfecho por su impecable actuación delante de las cámaras.
—Tenía que haber sido cómico televisivo —murmuró—. El público me adoraría más que al cretino de Metrópolis que lleva los calzoncillos encima de los pantalo…
Un sonido sordo cortó su comentario: al parecer los invita-dos tenían más agallas de las que imaginaba.
—Los ricachones se han cansado de la fiesta —rezongó—. Voy a tener que recordarles quién manda aquí.
El Joker apretó la escopeta y caminó con largas zancadas hacia el salón: alguien iba a pagar cara su osadía. Una silueta tenebrosa aterrizó entre los payasos y los derribó por tierra con certeros y violentos golpes. El Caballero Oscuro se alzó sobre los hombres inconscientes.
—¿Dónde te habías metido? —inquirió el Joker sardónicamente—. Llevo toda la noche esperándote, cariño.
Batman apretó los labios.
—Suelta el arma.
El Joker amartilló la Mossberg.
—Creo que no te he escuchado bien —dijo—. ¿No pretenderás que te lo ponga tan fácil, verdad?
El Señor de la Noche apretó los puños.
—No lo volveré a repetir, Joker.
Éste intentó ganar tiempo.
—Supongo que habrás dejado fuera de combate a los inútiles que vigilaban en el salón, ¿verdad?
—Tú lo has dicho.
El Joker enarcó una ceja: su némesis no irradiaba el poder habitual.
—Espero que hayas encontrado la bomba que instalé en el cuchitril de Hancock —repuso—. ¿Por ello hablas para variar? ¿Resultaste… herido de alguna forma?
Batman intentó ocultarle la verdad; pero ambos conocían el estilo del otro desde hacía demasiado tiempo.
—Lo siento tanto por ti… —El Joker apretó el botón del ascensor—. No imaginas la lástima que me das…
Traicioneramente, levantó la escopeta y apretó el gatillo. El Caballero Negro esquivó la andanada a duras penas e intentó interceptar la huida de su enemigo: pero éste desapareció dentro del ascensor en un abrir y cerrar de ojos. El Joker le enseñó la lengua mientras las puertas se cerraban.
—¡Estás perdiendo facultades, cariño! —rió—. ¡Te espero en el tejado!
Batman le indicó al aterrorizado recepcionista.
—Dígale a la policía que todo está bajo control.
Sin detenerse a escuchar la respuesta del hombre, entró en el segundo cilindro de cristal y apretó el último botón del tablero de mandos. El Señor de la Noche procuró recuperar las fuerzas mientras el ascensor subía: las heridas y el agotamiento habían drenado sus ilimitadas reservas de voluntad. Cinco minutos después, abandonó el cilindro y siguió las pistas que el Joker había dejado en el suelo: los naipes de una baraja se desvanecían en dirección norte. Batman apretó los dientes: jamás entendería el extraño sentido del humor de su rival.
—Ríe mientras puedas —susurró—. No te quedarán ganas cuando vuelvas a Arkham metido en una camisa de fuerza.
Al llegar al final del corredor, traspasó una puerta metálica, tomando toda clase de precauciones. El Caballero Oscuro descubrió un helicóptero en la pista de aterrizaje de la azotea: el Joker sabía salvaguardarse las espaldas. Desde la cabina, su adversario le enseñó un detonador con aspecto de fabricación casera; una mueca satírica distorsionaba sus rasgos.
—Me decepcionas —sonrió—. ¿No viste el regalito que dejé en la fiesta?
Batman caminó hacia el Bell 206 sin decir palabra.
—Tanto silencio me da mala espina. —El Joker pulsó la espita con el pulgar—. No me digas tuviste tiempo de desactivarla…
El gesto grave del Señor de la Noche confirmó sus peores sospechas.
—¡Eres un cretino! —bramó—. ¿Por qué siempre tienes que aguarme la diversión?
Batman continuó avanzando.
—Baja del helicóptero —gruñó—. Corté los cables de transmisión antes de acabar con tus esbirros.
El Joker se quedó sin habla: no esperaba aquel as guardado en la manga de su oponente. Frenético, giró la llave de contacto y golpeó los mandos; el Caballero Negro no lo había engañado.
—¿Cómo… lo… supiste?
Yo organicé la velada para los pobres diablos que has matado, pensó. Imaginé que intentarías robar el helicóptero para escapar…
Batman rompió el cristal y lo arrastró fuera del vehículo. El Joker se revolvió como un animal acorralado y le mordió el hombro; detestaba que su némesis se anticipase a sus movimientos de aquella manera. El Señor de la Noche lo arrojó al suelo brutalmente: estaba a punto de perder el control de sus actos. El Joker se volvió boca arriba y lo contempló con una mezcla de interés y desprecio.
—¿Por qué no cruzas la línea y acabas conmigo? —lo provocó intencionadamente—. ¿Qué tengo que hacer para… que tomes… una decisión respecto… a lo nuestro?
Batman le partió los labios de un golpe.
—¿Te parece poco?
El Joker rió con la boca llena de sangre.
—¿Qué fue lo que te pasó? ¿Por qué te disfrazas como un imbécil sin el menor sentido del gusto? ¿Qué te obliga a vagar machacando a la escoria de Gotham todas las noches?
Otro puñetazo hizo chocar su cráneo contra la pista de cemento. El Joker no paraba de carcajearse.
—Me diviertes —confesó—. Nada tiene sentido cuando no estás. Tú eres el que me obliga a cargarme a todos esos idiotas para sentirme importante. Tienes que saber que las personas de esta noche…
Batman le estalló los nudillos contra la nariz.
—… han muerto…
La sangre del Joker le salpicó la máscara.
—… por tu culpa…
El Caballero Negro estuvo tentado en romperle el cuello y terminar con aquel psicópata: quizá de aquella manera las víctimas que no había podido salvar dejarían de atormentarlo…
—¡Alto!
La voz de Gordon serenó las ansias que experimentaba por eliminar al Joker:
—No te rebajes a su nivel —prosiguió el comisario—. Es lo que él quiere que hagas.
Batman apartó la bruma rojiza que empañaba su mirada.
—Tienes razón, Jim —soltó a su adversario—. Siento que tuvieras que ver esto.
El Joker levantó la cabeza.
—Sois patéticos —protestó—. Vuestro sentido de la moralidad me revuelve las tripas…
El comisario lo traspasó con la vista: era la primera vez que veía perder el control al Señor de la Noche.
—¡Cierra la maldita boca!
El Joker desenfundó el revólver e intentó abrir fuego: el percutor chocó contra la recámara vacía.
—Menuda broma del destino —gimió humorísticamente antes de perder el conocimiento—. No me quedan balas para… vosotros…
Gordon le quitó el arma de las manos y le dio media vuelta, colocándole las esposas en las muñecas:
—Gracias por todo, Batman.
El comisario descubrió que estaba solo: el Caballero Oscuro se había desvanecido en las tinieblas que precedían al amanecer.
EPÍLOGO
Cuando el sol comenzó a despuntar entre las nubes, iluminó los mausoleos del viejo cementerio, deslizándose entre las lápidas manchadas de lluvia. Deprimido, Batman observó la tumba de sus padres, sintiendo como algo valioso moría en su interior: llevaba mucho tiempo sin hacerles una visita. Con los hombros hundidos por el cansancio, pasó por alto las punzadas de los músculos doloridos y la herida que le palpitaba en el costado: tenía suerte de continuar con vida. La brisa remolineó los pliegues de su capa y arrancó lamentos a los árboles y a las flores quebradas por la intemperie. El Señor de la Noche se arrodilló sobre la hierba y acarició los nombres tallados en la lápida de mármol: hubiera dado su alma para que las cosas hubiesen sido distintas. Para bien o para mal, había aceptado al murciélago para ocultar las cicatrices que atesoraba, refugiándose detrás de una existencia de tortura nocturna en la que nunca encontraría el descanso. Aquel era su poder y su condena: debería aceptarla o perecer en el inte nto. Batman depositó una rosa sobre la tumba y regresó al imponente vehículo con aspecto de tanque aparcado en la entrada del cementerio: sabía que la paz espiritual le estaba negada de antemano. Él y el Joker no eran tan distintos como pensaba…
FIN
Nota del Editor:Bienvenidos a SHOWCASE, serie compuesta por números autoconclusivos o como mucho, arcos argumentales de dos números dedicados a diferentes personajes del Universo DC y ambientadas en cualquier época. Esta serie no pertenece a un único autor y esta abierta a todo aquel que quiera participar. ¿Alguna vez has pensado que te gustaría colaborar en Action Tales pero no tienes el tiempo suficiente para encargarte de una serie? ¿Tienes alguna historia en mente con algún personaje del Universo DC que te gustaría escribir? Este es tu sitio.
SHOWCASE te permitirá jugar con personajes “cogidos” por otros autores y que tienen serie propia en Action Tales. Tan sólo tienes que seguir unas sencillas reglas:
1. HISTORIAS QUE NO REQUIERAN CONTINUIDAD.: Historias icónicas, que el lector no tenga que leerse nada de antemano para entenderla. Tu historia debe de respetar la continuidad del universo DC y de Action Tales. Esto no es un “What if?” o un “Otros Mundos”, las historias deben de estar integradas en el Universo DC y deben de poder leerse por separado.
2. DIFERENTES PERSONAJES EN DIFERENTES EPOCAS: Pues eso, se puede escribir historias ambientadas en cualquier época del universo DC sobre cualquier personaje o grupo (héroes, secundarios o villanos). Puedes escribir historias ambientadas en la actualidad o en la época en la que Supermán no estaba casado, Barry Allen era Flash, Batman lideraba a los Outsiders, la Liga de la Justicia tenía su base en un satélite… Tú imaginación pone el límite. Sólo recuerda, las historias deben de ser icónicas, sin continuidad por lo que recomendaría encarecidamente que no estuvieran ligadas a “eventos” concretos.
3. NÚMEROS AUTOCONCLUSIVOS: Para favorecer la variedad de la serie, las historias deberán de ser autoconclusivas o como mucho, arcos arguméntales de DOS números. Si tu historia requiere más espacio, lo mejor es que le dediques una miniserie fuera de esta serie.
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