Título: M.A.S.H. Autor: Igor Rodtem Portada: Edgar Rocha Publicado en: Febrero 2009 Hasta las convicciones más fuertes pueden derrumbarse cuando se enfrentan a la realidad. |
Cuando la cae la noche comienza la pesadilla. Los monstruos campan por sus calles y es entonces que sólo el murciélago puede protegerlos. Pero aún con todo se muestran valientes ante lo que muchos otros huirían. Ellos son Ciudadanos de Gotham.
"Dicen que la gente ya no cree en los héroes"
Fifi Macaffee (Mad Max, 1979)
Prólogo
“… Y la noticia del día es el anuncio del presidente Luthor, un anuncio que ha causado un gran revuelo incluso a nivel internacional. El presidente ha prohibido cualquier acto o aparición pública de los denominados metahumanos, más conocidos por el ciudadano medio como superhéroes, a los que el presidente Luthor ha considerado como meros vigilantes ilegales. Cualquier actividad de esta índole será considerada, no solo ilegal, sino criminal. Tan sólo los agentes licenciados por el Gobierno, con el beneplácito del propio presidente, podrán hacer uso de sus habilidades metahumanas...”
Thomas Rockatansky apaga el televisor. La misma noticia no deja de repetirse en todos los canales. Como bien acaba de decir la periodista, las opiniones están divididas ante el anuncio del presidente, pero Thomas tiene muy clara la suya: totalmente a favor de dicha decisión. La sonrisa en su cara así lo demuestra. Coge el teléfono y marca un número que conoce de memoria.
—Jules, amigo... –dice, cuando le responden al otro lado de la línea–. Soy Thomas. ¿Has visto la TV?... Sí, claro, quién no... Por supuesto, yo también estoy muy contento... Un sueño hecho realidad, sin duda... Avisa al resto, ¿vale? Tenemos que celebrar una reunión urgente... Hay mucho que hacer ahora...
Primera parte: Asamblea
Al día siguiente, en un viejo almacén en la zona industrial de Gotham City. Un grupo de unas treinta o treinta y cinco personas esperan sentadas en viejos pupitres de colegio. No paran de murmurar, aunque todos se quedan en silencio cuando Thomas Rockatansky se acerca al atril colocado frente a ellos. Todos y cada uno de los asistentes sujetan en sus manos unas fotocopias aún calientes:
—Amigos y amigas –comienza a decir Rockatansky desde el atril–. Gracias a todos por acudir a esta asamblea extraordinaria de M.A.S.H. Como ya sabéis, el tema del día es único, y conocido ya por todos.
Los asistentes gritan al unísono, henchidos de alegría.
—Calma, amigos –les detiene Rockatansky–. Hay mucho que celebrar, efectivamente. Pero también tenemos mucho trabajo por delante. Todo cambia a partir de ahora.
—¡Es nuestro momento! –grita una voz entre los asistentes.
—Sin duda, sin duda –continúa Rockatansky–. Es nuestro momento, y tenemos que aprovecharlo. Hasta ahora nos hemos dedicado principalmente a manifestarnos por aquí y por allí, con menor o mayor fortuna, pero dejando bien clara nuestra oposición a cualquier tipo de actividad metahumana no gubernamental.
—¡Abajo los vigilantes! –grita una voz.
—¡Abajo los superhéroes! –grita otra voz.
—Hemos celebrado diferentes actos y actividades –prosigue Rockatansky, entre vítores–, mostrando nuestras ideas y propuestas aunque, salvo en contadas ocasiones, nos hemos topado con la incomprensión del ciudadano medio. Una negativa hacia M.A.S.H. proveniente de la incultura de la sociedad. Una negativa provocada por el engaño de esos mal llamados superhéroes.
—¡Viva M.A.S.H.! –gritan al unísono varios jóvenes.
—Desde M.A.S.H. hemos intentado demostrar lo arriesgado de dejar actuar impunemente a una serie de individuos con habilidades peligrosas. Unas habilidades que los convierten en amenazas para la sociedad... Siempre hemos pedido un mayor control de estos individuos por parte del gobierno pero, hasta ahora, no habíamos sido tomados en serio. Hasta ahora, apenas habían escuchado nuestras sensatas voces.
Thomas Rockatansky hace una pausa y observa al resto de asistentes, sus compañeros, que permanecen ahora en un silencio expectante.
—Hasta ahora –continúa con su disertación–. Por fin el presidente de los EEUU de América se ha atrevido a dar ese paso tan importante y que tanto hemos reclamado...
De nuevo le interrumpe una serie de vítores, pero ahora Rockatansky se suma a ellos.
—Este anuncio presidencial tiene una consecuencia, principalmente –continúa cuando regresa la calma–. Las actividades metahumanas están prohibidas, son ilegales. Y los ciudadanos norteamericanos tenemos el derecho y la obligación de acabar con estos viles individuos. Ahora, la ley nos ampara. Es nuestro momento...
De nuevo saltan los vítores y los gritos de “M.A.S.H. ... M.A.S.H. ...”
—Yo –dice Rockatansky retomando su discurso–, en mi condición de gothamita, estoy especialmente esperanzado. Nuestros compañeros de Metropolis lo tienen más difícil, mientras no aprendan a volar, y los de Keystone tendrán que ponerse también a entrenar con ganas, para intentar batir su record de velocidad...
El público ríe relajadamente, y Thomas sonríe complacido.
—No obstante, tenemos ya concertada una visita a la Casa Blanca, donde podremos charlar con el presidente Luthor, y buscar medidas adecuadas. Estoy seguro de que Luthor estará dispuesto a colaborar con nuestra misión, en especial en lo que concierne a Superman...
—¡Abajo Superman! –grita una voz ya oída anteriormente entre el público.
—Pero insisto, quizás quienes podamos hacer algo realmente importante –prosigue Rockatansky, tras beber un poco de agua–, seamos nosotros, los gothamitas...
—¡Abajo Batman!
—Muchos consideran a Batman poco más que una leyenda urbana, pero ya hemos hablado largo y tendido sobre ello en asambleas anteriores. Batman existe, y es un ser humano sin poderes ni habilidades sobrehumanas. Es un ser como vosotros, como yo. Un tipo especialmente preparado para lo que hace, de acuerdo, pero vulnerable. Y desde M.A.S.H. os prometo que vamos a ir a por él... ¡Y lo atraparemos!
Una nueva oleada de vítores da por finalizado el discurso de Thomas Rockatansky, que pocas veces en su vida se había sentido tan feliz.
Segunda Parte: La charla con Luthor
Al día siguiente. Thomas Rockatansky, como presidente y representante de la asociación M.A.S.H., visita la Casa Blanca. Tiene una audiencia concertada con el mismísimo presidente de los EEUU, Lex Luthor.
—Me alegro de conocerle, señor Rockatansky –le saluda Lex Luthor, levantándose de su sillón presidencial, y estrechando la mano del visitante–. Soy un admirador de su trabajo.
—Muchas gracias, señor presidente –responde Rockatansky, visiblemente nervioso–. No sabía que conociera nuestra tarea en M.A.S.H.
—Oh, siempre me ha parecido que hacían una labor excelente y encomiable. No es ningún secreto que yo no he sido nunca muy amigo del estamento superheroico...
Ambos hombres ríen afablemente y, a un gesto de Luthor, toman asiento.
—Hasta ahora –continúa Luthor– no era prudente hacer ciertos movimientos con carácter oficial, pero EEUU está avanzando como país. Estamos intentando arreglar el mundo, queremos solucionar las penosas situaciones que se viven en ciertos países... Y ya que hemos empezado a arreglar la situación del exterior... ¿por qué no hacerlo también con los problemas internos del país? Las actividades metahumanas estaban gozando de una inusual, y extremadamente peligrosa, situación al margen de la ley, y esto había que arreglarlo. Era necesario dar un paso como el que hemos tomado.
Éste era exactamente el discurso oficial del presidente Luthor en lo concerniente a la última decisión tomada. Y eso era precisamente lo que siempre habían reclamado Rockatansky y sus compañeros de M.A.S.H.
—Sin duda –comenta Rockatansky, plenamente de acuerdo con las palabras de Luthor–. Tanto mis compañeros de M.A.S.H. como yo estamos orgullosos de nuestro presidente. Por fin alguien ha tenido los huevos de hacer algo así. Es lo mejor para el país, sin duda.
La charla dura unos minutos más, en los que desgranan varios aspectos de la nueva política de Luthor. Éste promete facilitar algunos medios a M.A.S.H. para colaborar en su labor anti-superheroica.
—Ha sido un placer conocerle y charlar con usted, señor Rockatansky –dice finalmente Luthor.
—Oh, el placer ha sido mío –responde un complacido Thomas Rockatansky.
—Pero me temo que debemos terminar ya nuestra interesante conversación –explica Luthor–. Tengo entre manos ciertos asuntos sobre... política exterior, que son de vital urgencia.
—Por supuesto, señor presidente. No quiero entretenerle más tiempo. Simplemente quiero comunicarle que puede contar con mi apoyo y con el de M.A.S.H. para todo aquello que necesite.
—Lo tendré en cuenta, señor Rockatansky.
Éste se va por fin, y Luthor toma asiento en el sillón presidencial, quedándose solo en el despacho oval. En la comisura de los labios comienza a nacer una maliciosa sonrisa que, poco a poco, va creciendo. Así, la sonrisa se va convirtiendo en una ligera risa, que va aumentando lenta pero inexorablemente en intensidad, hasta que finalmente Luthor acaba estallando en una sonora carcajada.
Tercera parte: Regreso a casa
En el vuelo de regreso a Gotham, Thomas Rockatansky viaja relajado, pensando en sus cosas. Pensando en su cruzada anti-superheroes. Pensando en cómo les odia. Su rechazo a los superhéroes no le viene por ninguna especie de trauma infantil, ni ningún incidente a nivel particular, simplemente considera que su mera existencia ya es contraproducente para la humanidad, y pone en peligro a la sociedad. Lleva buena parte de su vida intentando que prohíban –o al menos regulen– las actividades metahumanas, así como la mera presencia de superhéroes y demás vigilantes. Rockatansky lleva toda su vida trabajando en una de las enormes fábricas del sector industrial de Gotham, pero siempre ha podido sacar tiempo que dedicarle a la asociación M.A.S.H., que ha ido creciendo con el paso del tiempo, aunque hasta ahora no había tenido demasiada importancia. En estos momentos, sin embargo, las cosas han cambiado. Thomas tiene toda la intención de atrapar a Batman, a quien, por cierto, no ha llegado a ver jamás en su vida. No es nada personal, simplemente considera que su presencia es negativa para Gotham, y es su labor lograr que desaparezca.
Cuando llega a casa, Thomas está feliz. Una de las obsesiones de su vida es todo lo referente a M.A.S.H., su lucha contra los superhéroes y vigilantes. Pero su otra gran pasión es su familia: su esposa Mary y su hija de cinco años, Loretta, que en cuanto oye cómo se abre la puerta de casa, echa a correr alocadamente, sabiendo que se trata de su padre, a quien adora, como sólo un niño sabe hacerlo. Se lanza a sus brazos y lo inunda de pequeños besitos.
—Mira lo que te he traído, princesa –le dice Thomas a su hija, mostrándole un pequeño regalo.
—La vas a malcriar, cariño –dice la esposa, mientras se acerca a su marido y le besa cariñosamente en los labios.
—Es sólo una pequeña tontería –dice Thomas, mientras su hija descubre, bajo el papel de regalo, la típica bola de cristal con una representación de la Casa Blanca en su interior repleto de agua. La niña agita la bola, y la Casa Blanca se ve en medio de una bonita nevada–. Un pequeño recuerdo del día en que Thomas Rockatansky conoció al presidente de los Estados Unidos de América. Al mejor presidente de América...
—No estaría yo tan segura...
Thomas Rockatansky haría lo que fuera por ellas, por su familia. Incluso aunque su esposa no comparta al cien por cien sus ideas en lo referente a los superhéroes. Mary tiene sus propias ideas en lo concerniente a las actividades metahumanas, pero respeta la labor de su marido en M.A.S.H. No obstante, no le importa que convoque manifestaciones, pero lo que ahora tiene en mente su marido quizás sea demasiado para ella...
—¿Que pretendes hacer qué? –grita la mujer cuando se quedan los dos a solas, después de cenar, conversando sobre los planes inmediatos de Rockatansky y M.AS.H.
—Está todo controlado, cariño –responde Thomas–. El riesgo es mínimo.
—¿Pero estás mal de la cabeza? –pregunta ella, totalmente alterada–. Tú y tus amigos de M.A.S.H. os habéis vuelto definitivamente locos...
—Cariño, relájate...
—¿Que me relaje? No puedo relajarme, Thomas. No puedo... sabiendo que mi marido pretende salir por las noches a patrullar por las calles de Gotham... ¡para cazar a Batman!
—Cariño, te repito que el riesgo es mínimo –insiste Thomas, ante la desesperación de su mujer–. Tendremos la cobertura del Departamento de Policía, y el propio presidente Luthor nos ha facilitado los medios...
—¿Medios? –pregunta Mary, indignada–. ¿Os han dado armas? Dios mío, esto es peor de lo que pensaba...
—No pasará nada, cariño. Te lo prometo.
—Oh, Thomas –dice ella, a punto de llorar–. Todo esto es una locura. Creo que tu cruzada anti-superhéroes está yendo demasiado lejos...
—Es algo que tengo que hacer...
—No, Thomas –replica Mary, ahora ya enfadada–. Es eso lo que no entiendes. No tienes ninguna obligación, ninguna necesidad, de hacer todo esto.
—Lo hago por vosotras, Mary –responde Thomas, con expresión grave–. Por ti y por Loretta. Por vuestro bienestar. Por vuestra seguridad.
—¡No, Thomas! –grita ella–. ¡No nos metas a la niña ni a mí en tu cruzada de locos!
—Mary...
—Thomas, no quiero hacerte elegir entre M.A.S.H. y nosotras, pero, por favor, te pido que recapacites.
—Papá... mamá... ¿Ocurre algo? ¿Por qué gritáis?
Los dos adultos se giran hacia la puerta, donde descubren a la pequeña Loretta, que les observa con cierta reserva. Sus gritos la han despertado y han hecho que fuera a ver qué ocurre. Mary se levanta rápidamente y coge a la niña en brazos, pera llevarla de regreso a su cuarto.
—Piénsalo, ¿de acuerdo? –le dice a Thomas, visiblemente enfadada, antes de salir de la habitación.
Thomas Rockatansky se queda de pie, pensativo, y un tanto alicaído. A sus pies reposa el regalo que le hizo a su hija. Lo recoge lentamente y lo agita con suavidad, observando cómo la falsa nieve cae sobre la Casa Blanca.
Cuarta parte: Caza nocturna
La noche es oscura en Gotham City. Las estrellas quedan apagadas por la polución que desprende la ciudad. Las sirenas de la policía quiebran el silencio, una vez más. Thomas Rockatansky y otros cuatro compañeros de M.A.S.H. están sentados en un todo terreno, aparcado en uno de los enormes y oscuros suburbios de Gotham. Han salido en busca de Batman.
—¿A alguien se le ocurre cómo encontrar a Batman? –pregunta Terry, uno de los miembros más jóvenes de M.A.S.H.
—Tendremos que esperar a que ocurra algo... algún delito... y que entonces aparezca Batman –comenta Jules, uno de los veteranos.
—Propongo simular un robo o algo similar –propone Bill Perkins, uno de los miembros más radicales del grupo, mientras sujeta un bate de baseball entre sus manos–. Seguro que si empezamos a cargarnos escaparates aparece Batman para detenernos, y entonces nosotros...
—... Acabaremos entre rejas por vándalos –le interrumpe Rockatansky, sujetándole por el cuello y hablando con seriedad–. Ni hablar de hacer nada parecido, Perkins.
—No queremos convertirnos en delincuentes –añade Conrad McTigg, un tipo normalmente silencioso, conocido en M.A.S.H. por medir con lupa sus palabras–. Queremos a Batman fuera de nuestras calles, pero no queremos promover la delincuencia. Batman es un vigilante ilegal que ha de ser detenido, y la policía debe cumplir con su obligación de cuidar del ciudadano. Nosotros simplemente intentamos lograr que eso sea posible.
—Tenemos el beneplácito del presidente –replica Perkins, indignado.
—Eso no nos faculta para delinquir –sentencia Rockatansky–. No somos criminales ni delincuentes. Simplemente esperaremos a que aparezca Batman, y entonces le atraparemos.
—¿Simplemente esperaremos...? –pregunta Terry, el más joven.
—Bueno... –responde Rockatansky, levantando una ceja, y con la mirada que tendría un niño que esconde un pequeño secreto–. Haremos un poquito de trampa, ¿verdad, Jules?
Entonces este último conecta un aparato electrónico, remotamente parecido a una radio, y comienzan a oír la emisora de la policía.
—Eso tampoco es muy legal, que digamos, ¿eh, Rockatansky? –comenta Perkins con malicia.
—Sólo se trata de una pequeña ayuda –responde Thomas, que sonríe con cierta vergüenza.
—Cortesía del presidente, por cierto –añade Jules, y se quedan en silencio, escuchando, esperando...
Tras cerca de cuatro horas recorriendo diversos puntos de la ciudad, guiándose por la emisora pirateada de la policía, deciden que ya es hora de desistir. La ilusión y los nervios del principio han dado paso al cansancio y la decepción, y el agotamiento se refleja en los rostros de los miembros de M.A.S.H. Batman ha permanecido bastante escurridizo. Dado su estado actual de fugitivo para la ley, parece haber actuado aún más especialmente en las sombras, haciendo que la misión resulte un fracaso. Deciden regresar a sus respectivos hogares, y tal vez replantear la estrategia para futuras ocasiones. Pero cuando se ponen en marcha, ven algo que les hace detenerse: unos tipos están desvalijando impunemente una tienda de videojuegos.
—Deberíamos hacer algo –comenta Rockatansky, tras detener el vehículo.
—Es posible que aparezca Batman –dice Perkins, mirando al resto–. Quizás si esperamos...
—Lo siento –le interrumpe Conrad McTigg, tajante–, pero no puedo quedarme aquí viendo cómo actúan unos ladrones. Deberíamos llamar a la policía...
—Haremos algo mejor –le corta Rockatansky–. Vamos a impedirlo.
Los ladrones salen corriendo asustados en cuanto ven acercarse a esos cinco tipos. Son sólo unos adolescentes, que se envalentonaron por el consumo desmesurado de drogas, y acabaron rompiendo un escaparate con demasiados objetos jugosos en su interior. Pero ahora se mueren de miedo al ver a esos hombres hacerles frente. Aún cargados de adrenalina, una vez que han desaparecido los ladrones, los cinco miembros de M.A.S.H. se felicitan por la buena acción cometida.
—Bueno –dice Jules–. No hemos encontrado a Batman, pero al menos hemos evitado un robo.
—Sí –añade McTigg–. Ahora llamemos a la policía...
—No –interrumpe Terry, echando a correr hacia un callejón cercano, precisamente por donde habían huido los adolescentes–. Por ahí se oyen unos ruidos...
Cuando llegan allí, los cinco hombres se quedan impresionados ante lo que ven. De entre las sombras, se impone la enorme figura de Batman, que les observa en silencio. A sus pies yacen, inconscientes y reducidos, los ladrones adolescentes que habían pretendido huir. Tras unos segundos, tan sólo Rockatansky parece reaccionar.
—¡A por él! –grita, abalanzándose hacia Batman.
Sus compañeros le siguen casi al instante, corriendo como locos hacia la figura que, no obstante, no dejaba de provocarles cierto estremecimiento. Batman, sin embargo, parece no alterarse lo más mínimo ante dicha reacción. Simplemente hace un rápido y prácticamente imperceptible gesto: lanza una pequeña bomba de humo, el cual se expande rápidamente, ocultándole. Cuando el humo se disipa, Rockatansky y sus compañeros comprueban que Batman se ha desvanecido silenciosamente, sin dejar rastro alguno.
Tras el desconcierto inicial, los hombres comienzan a gritar y vitorear, y a jalearse los unos a los otros. Están contentos, pues, en palabras del propio Rockatansky, hemos hecho huir al mismísimo Batman.
Quinta parte: Final agónico
Rockatansky llega a casa, cansado aunque finalmente satisfecho. Le da un beso a su dormida esposa, que le responde con un leve ronroneo, sin llegar a despertarse. No tarda en quedarse dormido él también. Y sueña con un Batman monstruoso y tenebroso, oscuro como la noche, de grandes orejas puntiagudas y colmillos afilados, que acecha a su familia. Que ataca a lo que él más quiere...
Thomas se despierta de golpe, bañado en sudor, aterrado por la pesadilla que acaba de sufrir. Su esposa se revuelve a su lado, pero permanece dormida. Él se levanta y se dirige a la cocina. Necesita beber un poco de agua y relajarse. Abre la nevera y coge una botella medio llena de agua. Cuando se dispone a desenroscar el tapón, oye un pequeño click metálico tras él, seguido por una voz temblorosa.
—No te muevas, cabrón.
Rockansky se gira levemente y ve, a unos metros de él, a un joven extremadamente nervioso que le apunta con una pistola. Le reconoce: es uno de los jóvenes a los que sorprendió robando en el escaparate unas horas antes. Al parecer había conseguido escapar y le había seguido a Rockatansky hasta su propio hogar.
—Ahora no eres tan valiente, ¿eh? –el muchacho es apenas un adolescente, pero en su rostro se reflejan los estragos del abuso de las drogas y las broncas callejeras. Su estado está claramente alterado, con los ojos inyectados en sangre, y con nerviosos y compulsivos movimientos. Busca venganza. Una venganza rápida e instantáneamente satisfactoria. Sin pensar en las consecuencias.
—¿Por qué no bajas el arma y hablamos tranquilamente? –intenta apaciguarle Rockatansky.
—¡Que te jodan! –grita el muchacho, disparando el arma, casi de forma involuntaria.
La bala impacta en el hombro derecho de Thomas, que se apoya en la encimera, intentando aguantar el dolor. Se lleva la mano contraria a la herida, intentando taponar la sangre que comienza a manar a borbotones.
En la puerta de la cocina aparece de repente la esposa de Rockatansky, ataviada únicamente con un ligero camisón, y queda paralizada ante la escena que observa.
—Vaya, vaya... –exclama el joven, sonriendo obscenamente–. Menudo bomboncito tenemos aquí...
Con su mano libre, el joven se frota sus genitales. Rockatansky apenas puede mantenerse de pie y sus sentidos comienzan a fallar. Apenas acierta a llamar hijo de puta al intruso, quien parece haberse olvidado ya de él, y se centra únicamente en la mujer.
—Creo que tú y yo vamos a pasar un buen rato... –continúa hablando el muchacho, mientras se acerca a la mujer, apuntándola con la pistola. Detrás de ella, una pequeña sombra se mueve...
—Mami, ¿qué ocurre?
La pequeña Loretta se asoma a la cocina, sin comprender lo que está pasando. Su madre intenta protegerla, pero el muchacho la agarra por el camisón, empujándola hacia atrás. La niña se lleva las manos a la boca, sofocando un grito, cuando el extraño que hay ante él le apunta con la pistola.
Los gritos de desesperación de los padres son apagados por la fuerte detonación del arma.
Epílogo
—Hola, Jules –dice Thomas Rockatansky, hablando por teléfono–. Me encuentro mejor, gracias... Te llamo porque me gustaría que tomaras las riendas de M.A.S.H. No, estoy seguro de que lo harás muy bien... Yo me retiro, lo dejo... Es por todo lo que ha ocurrido, sí... Lo siento, no puedo continuar con M.A.S.H.
Thomas rememora mentalmente lo sucedido unos días atrás:
<><><>
Thomas y su esposa gritan desesperadamente y el intruso dispara su arma, apuntando a la pequeña Loretta, a apenas un par de metros de distancia. Pero una sombra oscura atraviesa la estancia, casi imperceptiblemente, desplazando a la niña de la trayectoria del proyectil. Los presentes apenas son conscientes de lo que ocurre: Batman ha hecho acto de presencia. De un golpe seco desarma al joven, y posteriormente le noquea con un violento puñetazo. La niña echa a llorar, asustada, y su madre acude a abrazarla. Batman se acerca a Thomas, que permanece sentado en el suelo de la cocina, apenas consciente, por la herida de bala en su hombro. Batman le aplica una especie de pasta viscosa en la herida.—Esto contendrá la hemorragia –le dice al herido–. La ambulancia y la policía llegarán en unos pocos minutos.
Batman se incorpora, para marcharse de allí de inmediato.
—Batman... espera... –acierta a decir Rockatansky, no sin dificultad–. Tengo algo que decirte...
—Déjalo –responde Batman–. Estás débil y es mejor que no malgastes tus fuerzas.
—Yo... debo darte las gracias por lo que has hecho... Yo...
Thomas casi no puede articular palabra y, cuando las sirenas comienzan a oírse a tan sólo unas manzanas de allí, Batman desaparece definitivamente.
—Yo... –continúa hablando Thomas, llorando–. Estaba equivocado... Lo siento...
<><><>
—No, Jules –continúa hablando Rockatansy, por teléfono–. No puedo volver... Yo ya no creo en M.A.S.H.
FIN
Igor Rodtem
(31-05-2008)
igor_rodtem@hotmail.com
(31-05-2008)
igor_rodtem@hotmail.com
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