Green Arrow nº 10

Título: Cazador cazado (III)
Autor: Gabriel Romero
Portada: Juan Andrés Campos
Publicado en: Septiembre 2007

Es la hora de la revancha para Oliver Queen, y tiene a Canario Negro a su lado para ayudarle. ¿Serán capaces de devolver a La Cúpula golpe por golpe todo lo que han sufrido? Invitados especiales: Batman y Robin, Oráculo,... ¡y el nuevo Flecha–móvil!
Tras naufragar en una isla desierta, el industrial Oliver Queen tuvo que aprender a cazar y a sobrevivir en la jungla. Hoy utiliza esas habilidades para continuar la caza en una jungla muy diferente. Armado sólo con su arco, sus flechas y sus agallas, lucha con todas sus fuerzas para hacer un mundo más justo. El es...
Creado por Mort Weisinger y George Papp



Prólogo: Tokio, de madrugada.

La esbelta y ligera silueta aterriza con suavidad en el tejado. Está acostumbrada, lleva haciendo cosas como ésta desde que tiene uso de razón (bueno, tal vez no exactamente como ésta), y su cuerpo responde al esfuerzo como un arma bien engrasada. La preparación lo es todo, le decía Ted Grant, su maestro, hace tantos años. "El cuerpo humano es el arma más perfecta que existe, y más mortal, si se sabe usar con destreza. Yo te enseñaré a ser más letal que una cobra, y más poderosa que un león, pero también te enseñaré a ser compasiva y humana, a servir al necesitado y proteger al inocente, porque eso es lo que nos diferencia de los animales que hay en las calles, y es a lo que nos enfrentamos cada día."
Por supuesto, él ya sabía que no se iba a convertir en una asesina ni una terrorista. Tenía muchos buenos ejemplos a su alrededor como para elegir el mal camino. Siendo hija de la mayor luchadora contra el crimen de la posguerra, y ahijada de los principales miembros de la Sociedad de la Justicia de América, que la criaron como hija propia y la entrenaron en el negocio como a una más, ¿a qué podría dedicarse Dinah Lance sino a ser la segunda Canario Negro?
Han pasado muchos años desde entonces, y Dinah ha recorrido muchos caminos, pero nunca ha perdido la ilusión en lo que hace, ni la esperanza en el mañana. Heroína de segunda generación, fundadora de la Liga de la Justicia, novia y ex–novia de un estúpido arquero sin causa, pájaro de presa,... muchos plumajes para un solo pajarito, pero en todos ellos ha demostrado su coraje sin límites, y su fortaleza imbatible.
Hoy intentará demostrarlos una vez más.
– Estoy en el tejado.
Su voz suena aguda en la fría noche de Tokio, pero basta para que la capte el microscópico receptor que lleva implantado en el conducto auditivo externo. Su interlocutora habla con voz grave y cortante, distorsionada por ordenador.
– Bien. Corta la rejilla.
Se agacha, y extrae de la minúscula funda que lleva adherida a su cinturón un pequeño cilindro de metal opaco. Se aproxima a la estrecha rejilla de ventilación, en lo alto de una pequeña chimenea metálica, y se coloca las gafas protectoras. Enciende el aparato. Del finísimo cilindro emerge una estrecha llama azul, que en pocos segundos va cortando la rejilla como si fuera papel.
Es increíble esta Oráculo. Sabe de antemano que esa chimenea estará protegida por una cubierta de acero y vanadio de extrema dureza, y tiene el cacharro adecuado para cortarla. Y además, también sabe que no habrá alarmas de seguridad hasta el piso ochenta y seis, porque claro, ¿quién iba a ser tan loco para descolgarse en la azotea de este maldito rascacielos y bajar por el conducto de ventilación? Sólo Dinah sería capaz de una temeridad así...
Bárbara Gordon y ella han formado un grupo dispar pero muy bien avenido. Pájaros de presa. Un buen nombre para un dúo capaz de afrontar los mayores peligros con una sonrisa luminosa y un bonito peinado. No quisiera yo tenerlas en contra...(1)
Después de trazar un amplio círculo con la llama, lo bastante ancho para su delgado cuerpo, Canario Negro guarda de nuevo el cilindro en su funda, y se introduce por la chimenea.
– Estoy dentro.
– Bien. Conoces el camino. Son veinte plantas de descenso. Ahora silencio.
Y así, sin protestar, y sin pensárselo dos veces, inicia la durísima bajada, ayudándose con cuatro pequeños imanes que lleva atados a manos y pies, y que maneja rápidamente como si fuera un gato. Tiene que darse prisa. Le queda mucho trabajo por delante.
Porque el gigantesco rascacielos de Empresas Nagura es un prodigio de la arquitectura, y un alarde del diseño, pero también es increíblemente grande. No ha cumplido más de un año, y ya aparece en las listas como una de las nuevas maravillas del mundo. Se dice que un hombre sano en Japón no puede morir sin contemplarlo. Es tan bello y fastuoso que más semeja el palacio del Emperador que un edificio de oficinas. Y eso es porque no es tal.
Sus ciento veinte plantas derrochan lujo y opulencia, capaces de asombrar incluso a los más poderosos dirigentes del planeta. Su exterior es de refulgente cristal, sin una marca ni un límite en toda su silueta, y dibujando sutilmente la forma de una vela de barco. De mañana, con los primeros rayos del sol, la ciudad entera se dibuja en su costado, y a la noche, cuando el ocaso llega al horizonte, aún son sus luces las que dotan de una vida fantasmagórica a las calles. Porque al atardecer, cuando el edificio queda vacío, un millar de luces se encienden en su contorno, y de lejos, los barcos que a esas horas se acercan a la bahía, pueden extasiarse con la contemplación de una hermosa vela marina surcando el mar de asfalto de las calles de Tokio.
Por dentro, es aún más fantástico. La entrada, una doble puerta giratoria con capacidad para cien personas que desearan entrar simultáneamente, conduce a un faraónico hall de paredes de metacrilato, cubierto por una altísima cúpula transparente que mira a las estrellas, cientos de metros por encima de los ojos humanos. El suelo es enteramente de mármol, con incrustaciones de jade que trazan delicadas figuras, en honor de antiguos mitos y viejas leyendas. A un lado, un nutrido grupo de bellas señoritas aguardan a los recién llegados para tomar su abrigo y dejarlo en el guardarropa, siempre con una sonrisa en los labios. Al otro, un ancho pasillo translúcido marca el camino hasta una larga exposición de pintura, de un conocido artista de nueva generación que lleva dos años triunfando en la isla.
Más allá del hall, los visitantes son conducidos hasta una decena de enormes ascensores ultrarrápidos, construidos en cristal con dibujos alegóricos tallados, y que ofrecen unas vistas únicas de la ciudad mientras ascienden como flechas hacia el cielo de Tokio.
El resto del edificio no desmerece. Cada planta está dedicada a un motivo floral, o a una leyenda, o a un animal, real o mitológico, y sus pasillos y suelos fueron pintados de un color identificativo. Ciento veinte tonos de colores suaves, pensados para relajar a los empleados y fomentar el buen clima de trabajo.
Por supuesto, esta fabulosa construcción fue el capricho de un millonario (o de un loco, según se mire), el famoso Ken Nagura, el empresario de telecomunicaciones más famoso del país, un hombre multimedia, célebre por sus excentricidades y su gran olfato para los negocios. Su inmensa fortuna soporta la mitad de la economía de Japón, y su empresa es una de las principales fuentes de riqueza de la isla desde hace varios años, tanto legales como ilegales. Se dice cada vez más que Nagura mantiene tratos con el crimen organizado, que la seguridad de sus inversiones está garantizada por los yakuza, los asesinos y mafiosos que asolan Japón desde hace siglos, y que nadie osa contrariarle.
Tanto por su inmenso poder como por esos lazos oscuros con la mafia, se le ha llegado a calificar como el Lex Luthor japonés (en clara referencia a los tiempos en que Luthor era un influyente y cuestionado hombre de negocios, al que se imputaron diversos actos ilegales e incluso crímenes, pero siempre salía bien parado; nada que ver con hoy en día, en que ha llegado a convertirse en una figura íntegra y digna de elogio, al frente de la Casa Blanca – o al menos eso quiere aparentar – ).
Tanto Dinah como yo conocemos bien la verdad detrás de Nagura, ella incluso de primera mano. Sabemos que Ken Nagura es un ser falso, una imagen ficticia creada para tapar los negocios fraudulentos de su padre, el temido Leo Mayashi, amo y señor de Doomu, la más poderosa mafia internacional emergida de los tentáculos de los yakuza.
Dinah se encontró con Nagura hace unas semanas, le rompió un brazo y le hizo cantar algunas cosas muy interesantes sobre su padre, en concreto el lugar donde se oculta, un poderoso submarino nuclear ruso que Doomu ha rearmado para protegerse, incluso con bombas atómicas. Pero lo mejor lo averigüé yo mismo en Washington. Resulta que Mayashi ha roto sus conexiones con los yakuza, en vigor de un trato que firmó con el mismísimo Lex Luthor, Presidente de los Estados Unidos, por el que Mayashi crearía una mafia para encubrir a asesinos y terroristas de todo el mundo que quisieran pasar a las listas del Gobierno americano, y de paso, el japonés ganaría una fachada legal como ciudadano de los U.S.A., proporcionada aunque a regañadientes por la CIA. El asunto prometía, hasta que el Servicio Secreto Británico metió su hocico en medio, y luego metí yo el mío. Todo terminó con un agente inglés asesinado, una agente doble americana intentando cubrir el rastro de la Casa Blanca, y yo acostándome con la agente doble y siendo destripado por ello, no por su marido, como cabría pensar, sino por un soldado genético de los yakuza mitad hombre – mitad gato, que Mayashi les cogió prestado y nunca devolvió. Ése es un poco el resumen hasta aquí (2).
¿Qué sucede? Que estábamos deseando tener una revancha. Así que vinimos hasta aquí, Japón, y la oficina central de Empresas Nagura, la fachada legal de Doomu. En cuanto la vimos nos entraron ganas de volarla en pedazos con todos dentro, pero a Oráculo se le ocurrió algo mejor...
Mientras aguardo a la señal, permanezco oculto en el maletero de un automóvil aparcado a dos manzanas del edificio, y que lleva aquí todo el día, para no levantar sospechas. Espero que pueda salir pronto...
– Estoy llegando a los láser – dice la voz suave y dulce de Canario Negro por el intercomunicador.
– Perfecto – contesta Oráculo –. Vas en hora. Prepara el disruptor.
Sola y contraída en el minúsculo conducto de ventilación, las gafas especiales le permiten distinguir, dos pisos por debajo, la estela luminosa de los rayos láser de alarma. Si ahora siguiera bajando distraída, sería detectada al momento, y una veintena de guardias armados la sacarían a la fuerza del conducto. Pero Oráculo también ha pensado en eso. Dinah suelta el imán que sujeta con la mano derecha, y rápidamente extrae un nuevo aparato de su cinturón multiusos: un disruptor de ondas, capaz de cortar la comunicación entre esos rayos y el monitor central de seguridad, sin que los guardias se enteren. Dejarán de recibir señal del conducto de ventilación, pero no se darán ni cuenta. Coloca el diminuto cacharro sobre el proyector de láser, y una vez comprobado que funciona (lo cual garantiza Bárbara mediante una sencilla conexión desde su base), sigue bajando.
– ¿Me queda mucho aquí dentro? – pregunto nervioso.
– Sabes exactamente cuánto – me responde Oráculo, furiosa. No le gustan las protestas, y reconozco que no es muy profesional, pero lo cierto es que me estoy asando aquí dentro –. Cuando ella dé la señal, tú sales, ¿de acuerdo?
Y ese “de acuerdo” suena a “y no me molestes más, ¿vale?”.
– Sí, sí, de acuerdo...
Dinah continúa bajando por la interminable tubería que recorre todo el edificio, y por fin, al llegar a una intersección que recuerda del plano que le enseñó Bárbara, se introduce por una perpendicular. Recorre cientos de metros de metal sin fin, sin cambios de uno a otro, pero ella sabe bien dónde se encuentra, y hacia dónde se dirige. En el piso treinta y cinco. Hacia el despacho personal de Ken Nagura.
– Atento, F – me susurra Oráculo –. C está llegando a su meta.
Malditos nombres en clave. Nunca me gustaron, pero Batman los adora, y se lo ha pegado a Bárbara. “F” se supone que soy yo, Flecha Verde. “C” es Dinah, Canario Negro. Y Oráculo es “O”. Todo muy simple en realidad, pero a mí me ralla la cabeza.
Muy bien, muy bien. Yo estoy listo para la acción...
Tras unos veinte minutos recorriendo el sistema de ventilación de la planta treinta y cinco, y guiada sólo por su memoria fotográfica y su instinto de supervivencia, Dinah alcanza finalmente la rejilla que buscaba: el despacho de nuestro enemigo.
Extrae enseguida un delgado filamento cobrizo de su guante, y conecta la micro–cámara que hay ubicada en su punta. Introduciéndolo por la rejilla, tanto ella como Oráculo como yo mismo podemos contemplar todo el recinto.
Es una sala inmensa, grandiosa, cubierta en su totalidad por una carísima alfombra de pelo, teñida de color rojo (¿con la sangre de sus enemigos?), prácticamente vacía. A un lado, se adivina la mesa principal, enorme, de metal negro como el azabache, plagada de pequeñas computadoras y una montaña de papeles. Detrás de ella, un ventanal gigantesco, que ocupa toda la pared, con las mejores vistas de toda la ciudad. Al otro lado, un inmenso tresillo de cuero negro. Y en las paredes, multitud de cuadros clásicos japoneses, con samuráis y leyendas de todo tipo. Nada más.
Desde luego, el despacho de un multi–millonario, de eso no cabe duda.
Pero, tal y como esperábamos, no está deshabitado. Sobre el tresillo, una pareja de piel amarilla hace el amor con fiereza. No es un acto de cariño ni enamoramiento, sino de la más baja brutalidad. Saciar instintos, como hice yo con Shiva. Dinah conecta el audio, y sus gritos salvajes atronan mis oídos.
– ¡Síííííííííííííííííííí! ¡Así, Ken! ¡Dame más fuerte!
– ¡Vamos, puta! ¡Vamos, grita más! ¡Demuestra lo que te gusta!
Y entonces él agarra una fusta de jinete, y la azota con saña por todo el cuerpo, dejando horribles marcas que nunca sanarán. Pero a ella parece gustarle, y pide que siga
Es vergonzoso, este tipo es una mala bestia, y se merece que le castiguemos. Tampoco ella es ninguna santa, por supuesto, debe ser sólo su amante de hoy, y seguro que con lo que le pagará tiene para retirarse, y no aguantará nunca más a tipejos como éste. Pero eso no le resta culpa.
Dinah aguarda paciente a que acaben, sabiendo que necesita que no haya testigos de sus actos, y eso nos deja veinte minutos más de vejaciones y sexo animal. Si fuera yo el que estuviera allá arriba, seguro que ya habría intervenido (supongo que por eso Oráculo me dejó en el coche).
Al fin, cuando él se sacia, ordena a la muchacha que desaparezca, y ella se viste corriendo y sale de escena por debajo de la cámara (Nota mental: única puerta de entrada y salida del despacho). Nagura camina desnudo y sudoroso hasta el ventanal, y observa triunfante la ciudad de Tokio a sus pies.
– Corred – murmura –. Corred, hormiguitas, mientras permita que viváis. Porque el día menos pensado os aplastaré para siempre...
Conozco esa sensación. Te crees el rey del mundo, y capaz de doblegar a un elefante con tus propias manos. Pero son sólo la adrenalina y las endorfinas que liberas con el sexo, no es real, y puede llevarte al desastre.
Es el momento que aprovecha Dinah para intervenir. Pulsa un botón secreto en su cinturón, y aguarda acontecimientos.
– ¡Ahora, F! – ordena Oráculo a gritos –. ¡Es la señal!
Y me pongo en marcha, por fin. Bajo el asiento trasero del coche, y entro. Me pongo al volante, saco las llaves y arranco el motor. Apenas me lleva un minuto recorrer las dos manzanas que me separan de la verja exterior del edificio, a una velocidad que no despierte sospechas entre los vecinos ni las cámaras de tráfico (no quiero alarmas antes de tiempo), pero a mí se me hace una eternidad. Y al llegar a la entrada, frente a la garita vacía de los guardias, salgo del vehículo. Es mi momento.
No visto mi uniforme habitual, para que se me relacione lo menos posible con un superhéroe americano, sino uno pensado (o más bien improvisado) especialmente para esta operación: camiseta negra de manga corta, ajustada, con pantalones negros y botas de cuero; y para no olvidar quién soy, antifaz verde y carcaj del mismo color, bien lleno de flechas. Por último, Dinah insistió en que llevara un cinturón multiusos como el suyo (maldito Batman y sus bolsitas en la cintura, qué éxito ha tenido), así que preferí que también fuera verde, con una gran G mayúscula en la hebilla. Marca de la casa...
Me planto frente a la cámara de seguridad, sonrío y cojo una flecha. Si alguna vez estudian estas imágenes, no creo que tengan muchos problemas para reconocerme, con mi clásica perilla rubia, pero eso no me preocupa ahora mismo. Tengo mucho trabajo por delante. Apoyo la flecha en el arco, tenso la cuerda, apuntando exactamente al centro del inmenso portalón metálico que me cierra el paso, y activo la cabeza explosiva de la flecha.
Suelto, y disparo.
Tan pronto como la flecha impacta contra el metal, la cabeza explosiva vuela en pedazos, y la puerta con ella. El ruido es atronador. Fragmentos incandescentes vuelan sobre mi cabeza, y tengo que agacharme para no perderla. Vuelvo a sonreír.
Flechas con truco, qué gran invento... No sé cómo pude abandonarlas. Gracias por recordármelas, Roy (3).
Cientos de alarmas se ponen en marcha, y en algún lugar del edificio, un pelotón de guardias armados corren hacia mí. En su despacho, Ken Nagura salta nervioso. Ha visto en directo la explosión, desde su maldito piso treinta y cinco, y ahora contempla furioso las llamas que ascienden desde el portalón destruido, y el automóvil que circula impune por su aparcamiento privado.
Corre hacia el interfono de su mesa, y grita órdenes como si rugiera.
– Maldita sea, ¿qué ha sido eso? ¡Guardias, quiero un informe inmediato!
– Se... señor... Nagura – balbucea un chaval por la radio –. ¡Un coche misterioso ha disparado una especie de misil contra la puerta, y la ha atravesado con una explosión!
– ¡Eso ya lo he visto, idiota! ¡Tengo ojos en la cara, y por lo que parece, veo mejor yo lo que sucede desde mi despacho que vosotros ahí abajo! ¡Me da igual quién sea, quiero su cabeza! ¿Entendido? ¡O rodarán las vuestras!
El jovencito ya no se atreve a replicar, y corre a intentar detenerme, pero no lo va a tener fácil.
Circulo a toda velocidad por el exclusivo aparcamiento para VIPs de la empresa, y finalmente empotro el coche (un modelo viejo de segunda mano facilitado por el Servicio Secreto japonés) contra el hermoso deportivo alemán de Nagura. Ambos explotan con estrépito, y la noche vuelve a iluminarse con las llamas. Ruedo sobre el asfalto, disminuyendo la tremenda inercia de saltar de un vehículo a ciento cincuenta kilómetros por hora, y me parapeto detrás del todoterreno de Hiro Kamushi, el tipo que sirve de enlace entre el Gobierno japonés y las Empresas Nagura en un revolucionario proyecto espacial (tendré que informar de esto a Batman, que seguro que le interesa (4)). Cuando los guardias, no menos de cincuenta, vienen a buscarme, estoy preparado.
– ¿Quién se atreverá a algo así? – murmura nuestro enemigo en su despacho.
De pronto, se enciende la pantalla de su ordenador personal, y aparece la imagen de su padre, el mismísimo Leo Mayashi, con cara de pocos amigos.
– ¿Qué está pasando ahí, Ken? Me informan de que estás sufriendo un ataque.
– Sí, padre, pero no parece nada importante. Sólo un chalado que quiere morir pronto. Enseguida lo tendré solucionado.
– ¿Un chalado que dispara misiles a tu verja? Tienes enemigos poderosos, hijo, y parece que tiendes a subestimarlos.
Nagura se estremece de furia. No recordaba que su querido padre tiene acceso a las cámaras de seguridad de toda la compañía.
– No tienes que alarmarte, te lo prometo. En cuestión de unos minutos...
– Más vale que así sea, Ken. No me gustan los escándalos, ya lo sabes. Necesitamos la mayor discreción, sobre todo en estos momentos...
– Sí, padre, lo recuerdo. Yo...
Pero el viejo corta la conexión, y le deja con la palabra en la boca.
– Algún día, anciano... Algún día...
Ése es el instante que utiliza Dinah para hacer su aparición. Coloca explosivo plástico de baja potencia en la rejilla, se retira un poco de ella, guarda el microfilamento con cámara, y activa el detonador. La pequeña explosión controlada vuela la rejilla de sus soportes, y le deja espacio libre para entrar.
– ¿Qué demonios...?
– ¡Temo que nunca llegará ese día, bastardo! – grita Dinah mientras aterriza. Su imagen es terrorífica, con un traje de supervivencia completamente negro, que le cubre todo el cuerpo como una segunda piel, a excepción únicamente de la cabeza. Su rostro está libre, observando al enemigo con ojos fríos y crueles. Su melena rubia cae suelta por la espalda, tan sólo recogida en su origen en una delgada coleta. Y en su cinturón hay armas suficientes para equipar a un ejército. Tan pronto como apoya un pie en el suelo, desenfunda una minúscula pistola de la cadera izquierda, y le apunta a la cabeza.
– Vaya, vaya – susurra Nagura –. La palomita ha vuelto a por más...
– Que yo recuerde, la última vez que nos vimos, fuiste tú quien besó la lona.
– Y hablando de besar... ¿has visto lo que ha ocurrido en este despacho antes de tu llegada...? ¿Tú también quieres, bomboncito...?
Se le acerca muy despacio, con las manos abiertas, y sonriendo. ¿Pretende tentarla? ¡Maldito idiota! Tiene material para ello, pero no posibilidades.
– Si te acercas más, dispararé.
– Si quisieras matarme, ya lo habrías hecho. No, tú eres una benévola heroína americana, ¿verdad? Tenéis prohibido matar...
Pero Dinah no se arredra. Aprieta los dientes, entorna los ojos, y dispara dos veces. Una bala atraviesa la palma de cada una de las manos del japonés. Cae al suelo, gruñendo de dolor, y maldice en su idioma.
– ¡Condenada perra del Infierno! ¡Haré que sufras por esto!
Y ofuscado en su dolor, de pronto se mueve como un rayo. Salta hacia ella, y de un solo golpe la desarma. La pistola vuela hasta la puerta de salida, demasiado lejos para cogerla. Pero ella no teme nada, y cuando él se lanza para un nuevo ataque, Canario Negro ya está lista.
Detiene unos cuantos puñetazos y varias patadas, y envía un par de golpes de prueba que tampoco encuentran su blanco. Se están estudiando, buscando sus puntos débiles, esperando el momento de lanzar un ataque definitivo. Ella lo sabe, y no va a dejar ningún resquicio a su adversario.
Pero Nagura es condenadamente bueno, y no los necesita. En un segundo, y sin previo aviso, proyecta su mano derecha entre una maraña de brazos de su enemiga, y golpea con la punta de los dedos en su tráquea. Un golpe fugaz, casi imposible de ver, y que le convierte en ganador. En un segundo, Dinah pierde el aire de sus pulmones, y cae al suelo, ahogada. El japonés ríe, cruel, triunfante.
– Te dije que morirías sufriendo, princesita. ¿Lo recuerdas...?
Mientras tanto, yo, en el aparcamiento, paso ciertos apuros con los guardias, pero consigo defenderme. Los tipos intentan rodearme, avanzar a ambos lados del todoterreno para acabar conmigo, pero no se lo pongo fácil. Cada vez que alguno de ellos intenta salir de su parapeto para correr en mi dirección, le sorprende una bonita flecha explosiva. Tengo a la mayoría inconscientes, o heridos pidiendo auxilio rodeados por fuego y restos humeantes, pero todavía resisten unos cuantos, así que se me ocurre una temeridad. Sé que yo sólo estaba aquí para conseguir una distracción, y retener a los guardias mientras Dinah se encargaba del jefazo, pero la verdad es que de momento no le va muy bien, así que me toca a mí hacer el trabajo duro.
Salto por encima del coche, y salgo a campo abierto, corriendo y gritando como un loco. Y tal vez lo sea...
– ¡Vamos, maricas, venid a por mí! ¿Es que no hay hombres en Japón?
Grito con todas mis fuerzas, y me río en sus caras. Y cuando alguno intenta aprovechar para apuntarme con un arma y terminar mi aventura, vuelo en pedazos el vehículo que le protege. Sé que ninguno morirá, pero más de uno va a quedar con feas quemaduras. No son sólo guardias de seguridad corrientes, eso es obvio, sino mercenarios contratados en el mercado negro, con órdenes de disparar a matar a los intrusos y luego hacer preguntas; así que tampoco me dan mucha pena.
Y entre el caos y las llamas, avanzo a saltos hacia mis enemigos. Ninguno puede detenerme. Ninguno es tan rápido ni tan cruel como yo con las armas, un auténtico loco suelto en el parking. Voy acabando con ellos, hiriéndoles y noqueándoles, llevando a los pocos supervivientes hacia el centro, bajo la entrada del edificio. Sólo unos pocos quedan todavía en pie, un grupo de apenas diez... siete... cuatro pistoleros que resisten detrás de una furgoneta gris metalizada, rodeados de fuego y fragmentos de carrocería. Están heridos, abrasados, con los rostros tiznados de negro, y asustados del horrible demente que han soltado esta noche en la ciudad. No se dan cuenta de que están exactamente donde yo quería...
Y de pronto, levantan las cabezas, y entonces me ven. Subido encima de la furgoneta, con mi nueva indumentaria negra, y apuntándoles con una flecha normal con punta de acero. Y sonriendo.
– ¿Quién es el primero que quiere visitar a sus ancestros?
El último de la derecha se mueve, levantando su pistola hacia mí, y condena a todos los demás. Salto sobre ellos, rompiendo la espalda a uno y varias costillas a otro, y de paso disparo la flecha que desarma al tipo que me apuntó. Sólo quedan en pie él y un hombrecito pequeño a su izquierda. La ventaja es que los tengo a ambos de frente, y dejo protegida mi espalda. El inconveniente es que el bastardo es rápido, y salta sobre mí, sin darme tiempo a coger otra flecha.
Pero en realidad es idiota, porque su amigo aún conserva la pistola, pero con su rápido movimiento para atacarme bloquea el tiro de su compañero. Mejor para mí. Le recibo con un duro golpe con mi arco en su mandíbula, y luego se lo clavo en la sien, hundiéndole el cráneo, impactándole contra la furgoneta. No puedo permitirme errores.
Sólo queda uno, pero es condenadamente ágil, y dispara. El balazo me golpea en medio del pecho, y salgo proyectado hacia atrás por medio aparcamiento. Duele como mil infiernos, sufro feas abrasiones en ambos brazos, y mi cabeza rebota como un balón contra el asfalto. El pistolero se ríe como un bobo al verlo.
– ¡Señor Nagura, he conseguido abatirlo! – grita por su walkie–talkie –. Es un americano, un tipo rubio con perilla, que dispara flechas...
En el despacho, Nagura suelta una tremenda carcajada al oírlo, mientras sujeta a Dinah por la garganta, impidiendo que respire.
– ¡Ja, ja, ja! ¿Has oído eso, heroína? Parece que tu querido Flecha Verde ha sufrido el mismo destino que tú. Sois un par de payasos, ¿lo sabías?
Pero no se debe vender la piel del oso antes de cazarlo, o al menos de cazarlo del todo. El pequeño pistolero comete el error de pasar demasiado cerca de mi “cuerpo”, y es todo lo que yo necesito. Agarro con fuerza su pie derecho, y se lo retuerzo. Con un solo movimiento rompo tibia y peroné, y las tornas cambian. El enano se retuerce de dolor en el suelo, y me observa como si yo fuera un dios renacido.
– ¿Có... cómo... cómo es posible? Te acerté de lleno...
– ¡Je, je! Nagura os contrató en un mercado barato, ¿verdad? Se llama kevlar, muchacho. Detiene las balas, y se lleva cómodamente debajo de la ropa. Los disparos duelen, y la inercia es una jodienda, pero no te mata. Ahora, ¡a dormir!
Y le rompo la mandíbula de un derechazo. Siempre tuve buena pegada.
– F llamando a O. ¿Cómo van las cosas por ahí arriba?
– Mal. C tiene problemas. ¿Puedes echarle una mano?
– Dicho y hecho. El arquero al rescate...
Camino hacia la entrada principal, esa hermosa doble puerta giratoria para cien personas, el fantástico hall de metacrilato y Doomu de cristal, y ya imagino en mi cabeza los fuegos artificiales. Cojo la última flecha explosiva, programo la máxima potencia, digo adiós a mis gustos sobre arquitectura, y disparo.
El estallido es brillante, ensordecedor, como un trueno y un inmenso pájaro de fuego liberados de pronto en plena noche, que festejan su libertad consumiendo en segundos toda la entrada. Desaparece en un momento la puerta giratoria, el hall se convierte en carroña fundida, y la preciosa cúpula se derrumba en el suelo. Y con ellos, todo el majestuoso edificio de ciento veinte plantas tiembla como una hoja, amenazando con derrumbarse. Ya no queda nada del fantástico sueño de Ken Nagura.
Pero él aún sigue vivo, y sujeta a mi chica por la garganta, aunque será por poco tiempo. La tremenda explosión y la sacudida que recorre toda la estructura del edificio le pillan por sorpresa, haciéndole caer al suelo indefenso, y obligándole a soltar a Dinah. Es lo único que ella necesita. Cuando el japonés vuelve a ponerse en pie, encuentra una patada en su cara, y luego otra en los testículos. Canario Negro está furiosa...
Nagura intenta contraatacar, sólo para ver sus dedos atrapados y retorcidos, y luego su rodilla derecha partida de un solo golpe. Nunca podrá volver a escribir, y temo que tampoco a andar. Pero al muy cerdo aún le queda un as en la manga, y brevemente observa las pequeñas granadas que guarda Dinah en la parte posterior de su cinturón. Con un movimiento de astucia, lanza la mano izquierda hacia allí, y quita la espoleta a dos de ellas. Y se las muestra, riendo, burlándose.
– Hasta nunca, princesita...
Pero Dinah Lance es una de las personas más ágiles y rápidas del mundo, y con un solo movimiento libera las granadas de su cinturón y las lanza en dirección a Nagura, al tiempo que ella salta hacia el otro lado.
La explosión es terrible. El enorme ventanal del tamaño de una pared se hace añicos, esparciendo fragmentos por medio Tokio. El despacho entero se llena de fuego, la mesa y el sillón vuelan destrozados, y la alfombra arde en llamas. Todo ha quedado arrasado, pulverizado.
Y en mitad de aquel desastre, una figura se pone en pie. A duras penas, sosteniéndose sólo en la pierna izquierda, con los dedos rotos, las palmas de las manos traspasadas por balazos y la mandíbula contusionada, pero vivo. Ken Nagura sigue vivo.
– ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Te dije que no podrías conmigo, palomita! ¿Quieres más?
Pero no es el único en el despacho. Canario Negro también ha sobrevivido, y entre las llamas, con el rostro chamuscado y ennegrecido, observa a su oponente.
– ¿Sabes una cosa, Ken? Se me considera una de los siete mayores expertos en todo el mundo en artes marciales, junto a Lady Shiva, Batman, Nightwing, Connor Hawke, Richard Dragon y Tigre de Bronce. No te veo en esa lista. No tienes nada que hacer contra mí, y lo sabes. No eres un reto, sólo eres un trámite...
Y es en ese instante en el que la furia domina al japonés. Llevado hasta su límite, castigado y herido sin descanso, Ken Nagura se rinde ante su propio salvajismo, y embiste como un toro, a través de las llamas, hacia ella.
Pero Dinah está preparada, y suelta toda su brutalidad en una durísima patada con el pie plano, directa al esternón. El golpe es atroz. La caja torácica se rompe por cien sitios, y los órganos internos se bambolean libremente. Nagura se detiene en seco, y la inercia del impacto le impulsa hacia atrás, a toda velocidad.
A través del ventanal roto.
Desde el aparcamiento, observo cómo el cuerpo en llamas de un hombre desnudo cae desde el piso treinta y cinco, como una brillante llamarada, y un peso muerto (nunca mejor dicho) que atraviesa luminoso el cielo de Tokio, hasta impactar ruidosamente contra su propio deportivo alemán.
Misión cumplida.



– C llamando a O. Todo bajo control. Estoy en el despacho de Nagura, pero aquí no queda nada que salvar. Su ordenador se ha dañado con el fuego.
– No hay problema. He aprovechado vuestra pequeña batalla para entrar en el sistema central de Empresas Nagura y copiar toda su información. Los secretos de Doomu están ya en mis archivos. Ahora sal de ahí corriendo.
Pero hay algo más que llama la atención de Dinah entre los restos incendiados del despacho. Por encima del estruendo de las llamas, escucha una voz gritando:
– ¡Ken! ¡Ken! ¿Puedes oírme? ¿Qué ha pasado?
Es el viejo Mayashi, ladrando sus órdenes desde la pantalla rota del ordenador. Parece que no está tan dañado como yo pensaba... Así que agarra la imagen pixelada, la sostiene a la altura de sus ojos, y le habla sonriendo.
– Ken ya no está aquí, anciano, y Empresas Nagura tampoco tiene una sede en Japón. Doomu es la siguiente, y tú irás detrás de tu hijo...
Y al pobre de Mayashi sólo le queda gritar en el vacío...


Lo siguiente es rutina. Puenteo los cables de la furgoneta, y ya tenemos vehículo de vuelta. Canario desciende por el hueco del ascensor, treinta y cinco pisos en unos segundos, pero siempre es preferible que el modo en que bajó Nagura, aunque sea un poco más lento. Atraviesa el hall en ruinas, sube conmigo, y nos marchamos.
– ¿Qué tal? – le pregunto, observando su aspecto deplorable.
– Un poco más complicado que cuando Bárbara nos explicó el plan, pero bien. Todo lo satisfactorio que son estas cosas. Volvamos a casa, ¿vale?
Y obedezco, sin volver a abrir el pico.



Ésta es una de esas misiones que nunca les explicaré a mis hijos, si llego a tenerlos. Ha sido sucia e impía, pero necesaria. Muchos heridos, mucho fuego y explosiones, y una muerte. ¿Un asesinato? No, no somos asesinos, eso son ellos. Una pelea justa que acabó mal para él, exactamente como pretendía que acabara para ella.
No todas las muertes son asesinatos.
Ésa es una diferencia que Batman no entendería: no es lo mismo la ley que la justicia, ni la justicia que la venganza, ni la venganza que el asesinato.
En todo hay grados, y opciones, y arrepentimientos. Muchas veces me he arrepentido de mis actos en el pasado, y otras muchas veces volvería a proceder del mismo modo. En un trabajo como éste tienes que tomar decisiones rápidas, que atañen a cientos e incluso miles de personas, y no te está permitido fallar.
Eso acarrea una tremenda presión, una inmensa responsabilidad, y cada uno la asume como puede. El murciélago tiene que entender eso. Él ha elegido no matar, y traza una clara línea a un lado y a otro, pero algunos vemos la línea más borrosa. Mi mundo es más borroso que los bellos rascacielos y los putrefactos callejones de Gotham City. Yo no vivo en un mundo en blanco y negro, sino sólo en gris.
Y en un mundo en gris es difícil ver una sola línea.
Por suerte, Bruce puede asumir eso, aunque no lo comparta. Eso es lo que ha evitado que nos partamos la cara el uno al otro. Al menos de momento.
Conduzco en silencio hasta nuestro hotel en Tokio. Después de una ducha y una cena rápidas, nos toca vuelo aún más rápido. Nos esperan en otro país.



Capítulo 1:Venecia


“Últimas noticias: Un terrible atentado destruye por completo la sede de Empresas Nagura en Tokio, y deja un saldo estremecedor: casi cien heridos de diversa consideración y un muerto, nada menos que el presidente de la compañía, el famoso Ken Nagura, que fue hallado en su propio aparcamiento, desnudo, con múltiples fracturas y carbonizado, después de que le arrojaran por la ventana de su despacho, en la planta treinta y cinco del edificio. Los miembros de seguridad de la compañía, casi un centenar, fueron heridos en el aparcamiento por el que describen como “un demente vestido de negro que nos atacaba con flechas explosivas”. Aunque ningún grupo terrorista ha reivindicado la acción todavía, las investigaciones parecen apuntar al arquero asesino, Merlyn, tal vez respaldado por la tristemente conocida Liga de las Sombras. Seguiremos informándoles”.


La última vez que entré en el “Regina Maris”, el local de Mohammed Jamal, las cosas eran bien distintas. Yo buscaba información sobre la muerte de un amigo, y acabé acostándome con una agente doble y poniendo en peligro mi vida (5). Ahora soy yo el que poseo toda la información sobre el asunto, y sólo busco una disculpa.
Hoy vuelvo a Venecia con Dinah, pero tampoco tenemos tiempo para góndolas...
Tan pronto como la delicada muchachita de recepción (una diferente de la que me atendió la última vez) me observa entrar por la puerta, pulsa discretamente un pequeño timbre bajo su mesa. Sabe hacerlo bien, si yo no hubiera estado atento a cualquier movimiento por su parte, no me habría dado cuenta. Pero lo hago, y eso significa que pronto vendrán a por mí.
Al instante, un gigante con la cabeza rapada surge de la nada detrás de ella.
– ¿El señor Queen? Acompáñeme, por favor. El señor Jamal le está esperando.
Me indica un camino distinto del que lleva al viejo despacho, porque esta vez Jamal me recibirá en las termas. Es un lugar más amplio, de planta rectangular, diáfano, sin columnas ni lugares donde esconderse, con una piscina redonda excavada en el suelo, en pleno centro. Y en ella descansa su dueño absoluto, con el agua por la cintura, y rodeado de vapores. Descansa cómodamente sentado en el fondo, con una copa de champán en la mano izquierda, y un cigarrillo turco en la derecha. Y medio borracho.
– ¡Amigo Queen! ¡Qué sorpresa más agradable! ¡Estoy tan contento de volver a verte! ¿Qué te trae de nuevo por mi humilde morada?
Pero es obvio que todo es fingido. Su alegría, su hospitalidad, incluso su borrachera... todo es falso, forzado, intentando mantenerse neutral para ver mi reacción. Quiere saber si también voy a por él. Y el cambio de emplazamiento, con todo este espacio libre y una veintena de guardias armados rodeándole, demuestra que está preparado para repeler cualquier posible ataque.
– Hola, Mohammed. Ya sabes la razón de mi visita...
– Sí, oí lo que te pasó, amigo mío. Lo siento muchísimo. Tienes que saber que yo no tuve nada que ver en ello. Conocía los negocios de Leo Mayashi, y te advertí de que no te metieras en medio, pero no quisiste hacerme caso.
– Sí, no eres el primero que se escuda en eso. Mira, no voy a hacer nada contra ti, quiero que te quede claro. Te considero un amigo, desde hace demasiado tiempo, y no voy a cambiar eso por un asunto como éste.
– Te lo agradezco. Eso demuestra que eres un hombre de criterio.
– Tú y yo nos respetamos, Mohammed. Tú sabes que yo soy un superhéroe, y yo sé que tú eres un traficante y un mafioso, y en la medida en la que nuestros negocios no interfieran, nunca habrá problemas entre nosotros. ¿Está claro?
– Hablas con más verdad que un profeta, amigo Queen. Entonces, ¿qué se te ofrece en mi casa? ¿Buscas relajarte?
– No. Ahora vengo con una mujer, aunque sea inmune a mis encantos.
– No puedo creer que exista tal hembra. ¿Te conoce bien esa dama?
– Demasiado bien, por eso no caerá en mis brazos. Pero lo que necesito de ti es respaldo. He empezado una guerra directa contra Doomu, y puede traer cola. Quiero saber de qué lado estarás cuando llegue el momento.
– Eres directo, y me pones en un aprieto. No lucharé contra ti, si es lo que te preocupa, pero hoy por hoy tampoco puedo mostrarme abiertamente contrario a Mayashi. Su poder aún es grande, y aunque el golpe contra Nagura le ha dejado mermado, sigue siendo un poderoso contrincante.
– Te quitarás de en medio, entonces.
– Mejor aún, amigo mío. Pondré en tus manos el arma perfecta en tu lucha contra esos demonios. Eso te demostrará a quién entrego mi lealtad.
Jamal se pone en pie, y ríos de agua termal se derraman sobre las blancas losas del suelo. Una jovencita corre a entregarle un inmenso albornoz rojo, que a pesar de su formidable tamaño, apenas logra tapar su contorno. Se coloca unas graciosas chanclas en los pies, y camina hacia el fondo del lugar, cruzando una puerta de madera labrada que le conduce hacia abajo, por medio de una ancha escalera de caracol fabricada en mármol. Por debajo de las termas se encuentra un pequeño garaje secreto.
– ¡Aquí lo tienes, amigo! ¡Esa impresionante belleza es mi regalo personal para los héroes americanos que visitan mi casa!
Y entonces lo veo, y me quedo sin palabras.
Las luces se encienden, y contemplo un formidable garaje plagado de coches de lujo, no menos de medio millón de dólares ninguno (Nota mental: y aquí fue donde tenía aparcado su deportivo negro Lady Shiva). Y en el centro mismo, en la plaza a donde apuntan las manos del Gordo, está una auténtica preciosidad...
Un todoterreno, pero no uno corriente. Es gigantesco, de color negro, y en su línea aún muestra sus antiguos usos sólo para tareas militares. Es duro, y salvaje, como yo mismo, no uno de esos mastodontes que venden ahora para aparentar por la ciudad, pero que no podrías meter por el monte si no quieres quedarte sin coche. No, esta belleza seguro que adora circular por los terrenos más agrestes e irregulares del mundo, y de todos podría salir airosa. Es un cazador con piel de cordero.
Jamal recita de memoria todas sus prestaciones de motor, caballos de vapor, control de tracción y accesorios, pero hace tiempo que ya no le escucho. Me he enamorado. Maldito, este Gordo siempre sabe cómo dejarme sin palabras...
– Y además, amigo Queen, añadido a todas las maravillas que ofrece este vehículo sin igual, hay algunos... añadidos de mi mano, como misiles tierra–aire, ametralladoras bajo los flancos o minas contra persecuciones. Podrás leerlo todo en el manual de instrucciones. ¿Y bien? ¿Qué te parece, americano? ¿Qué piensas de él?
Sonrío, pero soy incapaz de contestar. Hay cosas que sólo puede regalarte un mafioso, por muchos contactos que tengas con los Servicios Secretos del mundo o con la Liga de la Justicia. Hay vehículos que por fuerza tienen que ser ilegales...
¿Que qué pienso de él? ¿Y qué voy a pensar?
Sí, me vendrá muy bien para lo que tengo en mente. El nuevo Flecha–móvil...



Interludio


La Liga de la Justicia tiene el mejor sistema de defensa informática del mundo, y quizá del universo, y es lógico, porque tiene que proteger los archivos más completos que puedan existir. Tal vez sólo Oráculo y un par de coluanos podrían piratearlo, así que a mí me lleva casi diez minutos de claves y más claves secretas penetrar en su red desde un portátil. Y una vez dentro, empieza el trabajo de verdad.
Busco la dirección privada de Batman, el lugar donde se oculta en el ciber–espacio (en realidad un complejo enlace con su ordenador de la Bat–cueva, y la mejor forma de contactar con él sin entrar por la fuerza en su casa y jugarte el cuello con sus armas defensivas). Y una vez allí, le dejo un mensaje:

» “De Ollie a Batman:
Yo soy el responsable del ataque al Edificio Nagura. Es mi revancha por todo lo que ocurrió, y aún me queda más trabajo por hacer. Espero que eso no suponga ningún problema para tu estricta moralidad de murciélago, pero algunos sí tenemos a quién culpar de nuestras desdichas. Y por si te interesa, en el aparcamiento privado de Ken Nagura estaba el todoterreno de Hiro Kamushi. ¿Afecta eso en algo a tu investigación? ¿Está implicada Doomu en tu bonito proyecto espacial? Eso ya no es cosa mía, pero si quieres más información, Oráculo tiene en su poder todos los archivos de Empresas Nagura.
Buena suerte, Bruce, y un saludo al chico”.

Eso bastará. No quiero más gente mezclada en este asunto, que al fin y al cabo es sólo cosa mía, pero no podía ignorar la posible conexión con la red que él está investigando. Quizá le sirva mi trabajo para avanzar en el suyo, aunque estoy seguro de que Bárbara ya debe tenerle bien informado de todo. Son uña y carne...


Capítulo 2: En las afueras de Venecia

– Lo siento, señor, pero nadie tiene permitido entrar hoy en la mansión...
El guardia intenta parecer hostil, pero no lo logra. Ni él ni su compañero habían visto nunca un vehículo como el mío, y mientras uno permanece en la garita con su presunta expresión amenazadora, el otro recorre el nuevo Flecha–móvil con ojos de idiota. El factor sorpresa, en plena puerta principal.
– ¡Ernesto, vuelve aquí! – le ordena su compañero, pero el tal Ernesto, vestido con uniforme marrón de guardia personal, y con una metralleta colgando de su hombro, no puede quitar los ojos de las llantas de aleación ni de los anchísimos neumáticos, pensados para sortear cualquier obstáculo, incluidos ellos y su estúpida verja electrificada. Y lo saben.
– Tendrán que disculpar a mi compañero. Está... sorprendido por su... coche.
El término “coche” es desde luego insuficiente para referirse a algo así, pero sirve para que el tipo parezca inexpresivo (aunque por dentro le carcoma la envidia). Y de paso con sus palabras aprovecha para observarnos atentamente, una pareja de turistas rubios, con acento americano, seguramente perdidos.
– Han debido equivocar su camino, señores. No sé a dónde se dirigían, pero desde luego no es aquí.
Y entorna los ojos, intentando atemorizarnos, intentando obligarnos a marchar. Tendrías que hacer mucho más que eso para conseguirlo, muchacho. Porque los presuntos “turistas” que observas tan detenidamente (pero al mismo tiempo sin ver) no somos otros que Flecha Verde y Canario Negro, dos superhéroes con ganas de revancha. Y seguro que si tu jefe supiera que estamos aquí, no correría tanto para echarnos...
Pero contábamos con los idiotas que habría aquí fuera. Así que nos disculpamos educadamente, apaciguando sus temores y su nerviosismo (el tipo de la garita llegó a quitar el seguro de su arma, pero ahora vuelve a ponerlo tranquilamente), subimos la ventanilla y arrancamos de nuevo el coche.
Pero para desgracia suya, no meto marcha atrás, sino primera, y antes de que estos tontos se den cuenta, piso a fondo, y arranco a toda velocidad.
El golpe es terrible, estruendoso, y arranca el portalón de sus goznes, dejándolo caer al suelo ruidosamente. Una maraña de descargas eléctricas, y miles de vatios de pura energía, recorren el chasis reforzado, pero nosotros ni nos damos cuenta. El Flecha–móvil apenas se detiene, y continúa imparable su camino a ciento treinta kilómetros por hora, y acelerando. Los guardias de la puerta quedan con cara de imbéciles, y disparan impotentes sus armas contra las lunas y los neumáticos anti–balas. No tienen nada que hacer, y lo saben, así que corren a avisar por radio a sus compañeros del jardín. Esos segundos de retraso son todo lo que necesitamos. Al girar un recodo del camino, y saliendo del ángulo de visión desde la puerta, freno en seco, y Dinah baja en marcha. Rueda sobre la hierba, se coloca su máscara y corre entre los árboles. Los mismos árboles en los que yo fui atacado por Catseye. Le deseo mejor suerte...
Una vez perdida entre la maleza, vuelvo a acelerar, justo a tiempo para encontrarme con cincuenta o sesenta mercenarios que disparan sus metralletas sobre mí. Suerte que todo el exterior está blindado. Sólo espero que no me rallen la pintura, porque entonces rodarán cabezas...
Busco entre los botones ocultos en el salpicadero, y presiono la secuencia correcta. Al instante, de cada llanta emergen cuatro chorros de gas anestésico concentrado, que se expande en el aire al movimiento de la rueda. Cuanto más deprisa circulo por el jardín, más se extiende el gas, haciendo que mis pobres adversarios caigan al suelo redondos. Vivos pero inconscientes. Una treta más propia de Batman que del Vigilante. Lo prefiero.
Sigo acelerando, más cada vez, y cuando llego hasta la mansión, ya alcanzo los ciento ochenta. No miro a un lado ni a otro, y hago esfuerzos por no recordar la noche en que visité esta finca por última vez. Sus árboles, su antigua casona histórica, su fiesta para ricos, y un héroe que casi muere por fiarse de la persona incorrecta. Hoy es la hora de la revancha...
Unos pocos guardias salen a mi paso, vestidos con esmoquin y protegidos con máscaras anti–gas, disparando sus inútiles pistolillas contra el monstruoso tanque que les invade, pero también son inútiles. Giro bruscamente, piso a fondo, e impacto a doscientos kilómetros por hora contra el gran portón de entrada.
La sacudida es horrible. Mi cuerpo es inmediatamente proyectado hacia delante a esa misma velocidad, al tiempo que el morro del coche se detiene bruscamente. Salta el airbag, que frena mi avance y provoca extensas abrasiones en mi rostro y antebrazos (cuando todavía no curé bien las de Japón), y el cinturón de seguridad tira de mí hacia detrás. Pero la tremenda energía cinética del choque no sólo se la lleva mi cuerpo, sino también la madera reforzada con plomo de la puerta de entrada, que salta en mil pedazos, y con ella más de la mitad de la pared frontal. Los ladrillos se derrumban uno tras otro, y cuando quiero darme cuenta, ya estoy en pleno hall. He sobrevivido de milagro, lo sé, pero con eso contaba para esta misión. Mohammed Jamal sabe quién le construye los coches, de eso no hay duda. Corto el cinturón de seguridad con un cuchillo, salgo a duras penas por el parabrisas reventado, y observo el motor hecho trizas. Teniendo en cuenta que la estructura del todoterreno estaba reforzada para resistir incluso el disparo de una ametralladora, puedo hacerme idea de la fuerza del impacto. Espero que Jamal pueda indicarme alguien que me lo arregle...
Mientras, en el helipuerto privado, un grupo de japoneses intenta escapar con dos maletines metálicos, que deben ser enormemente valiosos por la fuerza con que los aprietan contra su pecho. Corren por la pista y montan en un gran helicóptero plateado, que un técnico pone en marcha a gran velocidad. Ése era nuestro plan.
De pronto, Canario Negro emerge de la espesura, elimina a los guardias armados con las famosas “bombas de oscuridad” del Doctor Mid – Nite (que crean una espesa nube de humo que ciega por completo la visión, y que sólo puede neutralizarse con las lentes que él mismo fabrica, y que por supuesto Dinah posee), cruza la pista y salta dentro del helicóptero. Noquea a puñetazos a los pequeños japoneses, se hace rápidamente con los maletines, y apunta al piloto en la nuca con una minúscula pistola.
– Apaga el motor, si sabes lo que te conviene.
Lo siguiente es rápido: ata a los guardias y al piloto a los patines del helicóptero, y se lleva al resto de prisioneros de vuelta a la mansión.
Allí, todavía lucho yo contra unos pocos mercenarios, protegidos contra el gas y los escombros que llenan el suelo. Apenas una docena de ellos queda para repeler mi ataque, pero aún pueden dar guerra. Disparan sin cesar contra la parte posterior del coche, no tanto para traspasarla con sus balazos (no son tan idiotas como para no haberse dado cuenta ya de que está blindada), sino esperando que yo salga. Pues la llevan clara...
Hasta para estas situaciones tan desafortunadas hay estrategias. Agarro una flecha trucada del carcaj, preparo su cabeza táctil (que detona al más mínimo contacto), y me pongo en marcha. Subo al morro destrozado del vehículo, flexiono los músculos, tenso la cuerda, y disparo hacia el cielo, en un ángulo casi vertical, a través del hueco en la pared. Trigonometría básica. Desde los tiempos de los egipcios se sabe que, cuando un arquero dispara sus flechas, en el mismo ángulo que trace con respecto a la vertical, caerán éstas sobre el enemigo. Me basta con calcular a ojo la distancia que me separa de esos pobres mercenarios, para acertarles de lleno.
Resultado: cae del cielo el instrumento de mi victoria, y el autor de su derrota, y tan pronto como roza el suelo, se activa su cabeza táctil. Flecha sónica, una de las mejores. Libera una explosión subsónica controlada que destroza sus tímpanos, y una onda expansiva que los lanza despedidos en todas direcciones, vencidos y ridiculizados, y deseando no levantarse a por más. De la docena de guardias que me atacaron, ya no queda ninguno en pie.
Misión cumplida. Estoy dentro de la mansión.
Recorro lentamente los lujosos pasillos, que no han sido afectados por el impacto del Flecha–móvil, y me parapeto detrás de cada esquina, observando el lugar, temiendo una emboscada. Pero ésta no llega. ¿Por qué? ¿Dónde están los demás pistoleros que debía haber aquí dentro? ¿Todos fueron hacia el jardín y abandonaron la casa a su suerte? ¿Y los ocupantes, aunque sea el servicio...? ¿Dónde están todos...?
No hay nadie. La casa está completamente vacía.
Así que me dirijo al único lugar que me intriga de toda esta maldita mansión, y al que mis pasos me llevan inconscientemente: el despacho central, donde Mayashi recibió a Shiva durante la fiesta (5).
Camino despacio, mucho más despacio al acercarme a la doble puerta de inmensas proporciones, fabricada en madera de ébano, con incrustaciones de oro puro (Nota mental: sólo unos pocos artistas orientales podrían crear un prodigio de puerta como éste, y cobran por ello una enormidad; el amigo Mayashi tiene gustos caros, y una gran fortuna para costeárselos). Miro a ambos lados, y no viendo a nadie, abro con cuidado. Y detrás del portalón, está la razón de todo, el porqué de la aparente soledad en la mansión: Lady Shiva.
Allí está ella, tranquila, plácidamente sentada en el gran sillón de cuero de su jefe oriental, reinando sola en el interminable despacho, y otra vez con ese precioso vestido de gala con el que la vi por última vez. Negro, plagado de hermosa pedrería que reluce bajo las lámparas, con la espalda desnuda. En el cuello, tres vueltas de un largo collar de perlas. En las muñecas, pulseras de jade. Y además, el rostro más precioso que se ha visto en este mundo. Está fabulosa, y lo sabe.
Y si recuerdo bien nuestros últimos momentos, no lleva armas, ni ropa bajo el vestido. No espera problemas conmigo, y yo menos todavía.
Sonríe, y el mundo se me viene encima. ¿Quién podría pelear ante una visión semejante? Ella es plenamente consciente del efecto que produce en mí, y lo maneja a su antojo, como quien juega con un títere.
– Hola otra vez, Oliver – me dice, como en un susurro, mientras se pone en pie y camina hacia mí. Yo me estremezco.
– Ho... hola, Shiva.
Intento parecer duro, insensible ante ella, pero sabe que es mentira.
– Siento mucho lo que pasó, Oliver. Te avisé que te apartaras de mi camino. La gente con la que me ha tocado jugar esta vez son más peligrosos que los villanos corrientes a los que te enfrentas...
– ¿Todo el mundo tiene la misma excusa? “Ya te lo advertí, así que la culpa es sólo tuya, ¿no?”. Pues no, Shiva, la culpa no es mía. Tú sabías perfectamente lo que estaba pasando, conocías a todos los jugadores y de qué iban las reglas, y me entregaste a ellos en bandeja, para quitarte de encima las molestias, ¿no es cierto?
– Sabes que no sería capaz de eso, Oliver.
– Sí, seguro. Pobre niña buena... Estoy convencido de que fue el mismo Lex Luthor, o uno de sus secuaces, quien te ordenó entregarme a Mayashi, ¿acierto?
– No. Te equivocas de pleno – me responde, cambiando de pronto la expresión, volviéndose tan seria como sus palabras, y desviando la mirada –. Luthor ni siquiera conoce tu participación en este asunto. Para la Casa Blanca no eres muy importante, Oliver, te consideran un héroe de segunda, más bien una molestia en sus fronteras, y mi enlace en el Servicio Secreto no consideró que tu intromisión fuera algo digno de mencionar al Presidente. Simplemente me ordenó comunicar con Mayashi y “retirarte de en medio”. Ésas fueron sus palabras exactas.
Trago saliva. Malditos cabrones. ¿Eso piensan de mí? ¿Y para eso pago mis impuestos? ¿Para que me “retiren de en medio”?
– Y tú obedeciste, claro. Soldado obediente...
– No creas que me gustó. Hablé con Mayashi mientras tú te duchabas (5). Él ya conocía las órdenes, por sus propias vías, y había mandado a su asqueroso monstruo genético a que te emboscara en los jardines, mientras yo asistía a la fiesta. No pude replicar, ni dar ninguna opinión. Ése era mi cometido, y ya está.
– Y yo muero. Y ya está.
– Lloré como una idiota esa noche...
– ¿Sabes? Llevo mucho tiempo dándole vueltas a la condenada fiesta, y ya entonces sospeché algo. Me habías dicho que no conocías a Mayashi en persona, que sólo leíste acerca de él en los archivos privados de la Liga de Asesinos, pero eso era imposible. La efusividad con la que te recibió, y cómo tú le respondiste... (5) Era obvio que ya os conocíais... y creo que en profundidad.
Se gira, me da la espalda. No es capaz de mirarme a la cara. Creo que he tocado un punto sensible, y en cierta forma no me arrepiento.
– Hay mucho de mi pasado que no sabes, Oliver, que nadie sabe, y de lo que no estoy orgullosa. Cosas que he tenido que hacer... para ascender en mi profesión... algunas son más terribles aún que el asesinato... Ra´s al Ghül es nuestro amo y señor, pero pone a prueba nuestra lealtad a cada momento. Al principio de todo, cuando aún no me había ganado un nombre en la profesión, Ra´s me... entregaba como premio... a aquéllos que se ganaban sus afectos. Y al mismo tiempo disfrutaba sabiendo que sus asesinas estaban tan cerca de los que podían llegar a ser sus rivales algún día. Leo Mayashi era un gran amigo de la “Cabeza del Demonio”, y sólo quería a Lady Shiva como recompensa. Ése era su precio por ayudar a mi señor. Y yo.. sólo podía aceptar, y considerarme honrada de merecerlo.
Me acerco a ella por la espalda, y apoyo una mano en su hombro. Y no la rechaza. Tal vez la he juzgado duramente.
– Por eso el Servicio Secreto Británico pensó en ti como su agente, y por eso Luthor corrió a reclutarte primero.
– Todos saben de la relación entre Ra´s al Ghül y los yakuza, que data de siglos, y cómo Mayashi se ha forjado su imperio a partir de lo que ha podido robar a los yakuza. Pensaban que mi... antigua implicación con ambos bandos me permitiría acercarme más a Mayashi, y sería fácil eliminarle.
– Shiva... Sandra... aún puedes salir con bien de esta historia... No es demasiado tarde... para ninguno de nosotros...
Se vuelve hacia mí, y contemplo sus preciosos ojos llenos de lágrimas. Sonrío, y no puedo hacer otra cosa que besarla. Caigo otra vez en sus redes, en su olor, en sus cabellos entre mis manos, en su dulce piel y sus labios carnosos. Es un imán que me atrae sin remedio, es mi condena y mi fin. Soy un juguete en sus manos.
Pero al fin se separa de mí, de mi cuerpo, de mis labios, y me observa llorosa.
– Oliver... dulce Oliver... ¿dónde estabas hace veinte años?
– Jugando a ganar y perder fortunas en la Bolsa. Y puedo asegurarte que lo que menos me imaginaba entonces para mi futuro sería defender la verdad y la justicia por todo el mundo, con un arco y unas flechas trucadas.
– Y acostarte con una asesina a sueldo...
– Por aquel entonces ni siquiera pensaba que gente como tú existiera. Y hay que ver lo que me estaba perdiendo...
– Y yo... Pero ahora es demasiado tarde, Oliver – y me mira a los ojos para decirlo, y me destroza el corazón –. Para los dos. Hemos dejado que el tiempo vuele, y se nos pasado el mejor momento. Ahora cada uno tiene su vida, y su profesión. Yo no puedo pedirte que dejes de lanzar tus flechas trucadas, ni tú puedes pedirme que deje de ser yo misma. Ya no existe Sandra Woosan. Soy Lady Shiva, aunque te pese.
– No... siempre existe esperanza, Sandra. Eso es lo que yo defiendo.
– Pero yo no. Yo me dedico a matar la esperanza, Oliver, y tengo que seguir haciéndolo. Es mi pasado, mi presente y, aunque nos duela, mi futuro.
Y de pronto entiendo que ya no hay marcha atrás, y que sólo nos queda mirar hacia delante. Aunque nos duela. Los dos somos demasiado viejos para volver la vista atrás, y hay mucha sangre y mucho dolor en nuestro pasado. Demasiado.
– Si sigues en esto, te cruzarás en el camino de mi revancha, y no me gustaría.
– Cada uno es lo que es, Oliver, y debe seguir su camino...
Nuestras miradas se encuentran, y por primera vez, son miradas duras. Y mi corazón dice una cosa contraria a mi cabeza. Si ahora siguiera mis instintos, podría volver a abrazarla, besarla, hacerla mía sobre la mesa del despacho de mi maldito enemigo... pero todo sería falso, una mentira que sólo provocaría más daño. Y la verdad es que, aunque nos pese, estamos en bandos contrarios.
De pronto, llega un grito desde el pasillo:
– ¡Oliver! ¿Estás aquí?
Es Dinah. Canario Negro. La mujer que consideré el amor de mi vida. Y en cambio, aquí estoy, hablando con una asesina en serie (que ella odia), intentando convencerla de que salga conmigo. Mi vida es una locura.
– Vete – dice Shiva –. Vuelve con ella. Te conviene más...
Bajo la mirada. No puedo volver a mirarla.
– ¿Ahora te irás?
– Sí. Tengo que volver con mis jefes. Hay mucho trabajo todavía por hacer, y más aún gracias a tus proezas en Japón. Ese espectáculo pirotécnico ha retrasado mucho nuestros progresos.
– Ésa era la idea. ¿Nos volveremos a ver?
– Sin duda. Los tienes bien puestos, Oliver, más de lo que creí.
Camina hacia el fondo del despacho, y mueve un pesado reloj de pared, mostrando un estrecho pasadizo que se pierde en las sombras. Pero no puedo dejar que se vaya, aún no. Corro hacia ella, y la sujeto por un brazo.
– Espera. Hay otra cosa que quiero saber antes de marcharte.
– Dime – y de pronto se le ilumina el rostro.
– El nombre de tu enlace en el Servicio Secreto americano. Dime sólo eso y te dejaré en paz. Creo que me lo merezco.
Pero ésa no es la pregunta que ella esperaba. Al oírme, su expresión vuelve a ensombrecerse, baja el rostro, y su voz suena hueca, vacía.
– Kevin Marks. Si quieres ir a por él, es todo tuyo, ya no nos sirve de nada – y cuando va a decir la última frase, me mira otra vez, y las lágrimas regresan a sus ojos –. Has cambiado mucho, Oliver. En otro tiempo me habrías dicho algo muy distinto...
Y desaparece por el pasadizo.
La veo marcharse, perderse escaleras abajo, huir de mí, y no puedo hacer nada. Ya no existe Sandra Woosan. Sólo puedo ver cómo la fría mercenaria Lady Shiva se aleja de mi lado. Lo único que hago es cerrar el pasadizo tras ella.



Pronto llega Dinah, con los pequeños japoneses que intentaron escapar en el helicóptero, y me encuentra como en trance, observando un pesado reloj de pared. Le digo que no es nada, sólo un breve mareo por el impacto con el coche, y que no hallé a nadie en toda la casa, pero no sé si me cree.
Registramos el resto de la finca, las habitaciones para invitados, las caballerizas, el garaje, e incluso la inmensa piscina olímpica, pero no queda absolutamente nadie. Dejamos maniatados a los prisioneros, listos para una redada que dejará al descubierto toda la operación, y nos marchamos.
Mientras Dinah fuerza uno de los lujosos deportivos italianos que guardaba Mayashi en el garaje, yo telefoneo a la Policía. Gracias a Mohammed Jamal, también contamos con teléfonos móviles exclusivos, con tarjeta nueva e imposible de rastrear, con el que voy a hacer una única llamada, en italiano:
– ¿Policía? Le llamo desde la finca Nagura, a las afueras de Venecia. Ha ocurrido algo, un ataque de un desconocido. Deben venir enseguida. Está usando explosivos, y hay muchos heridos. ¡Vengan rápido!
Luego desconecto el móvil y lo arrojo a una de tantas hogueras que hay encendidas, y nos marchamos.



De camino a la ciudad, de pronto, suena el teléfono portátil del coche. Y no me sorprendo al ver el número desde el que llaman.
– ¿Sí?
– ¡Amigo Queen, qué alegría volver a hablar contigo!
– ¿Jamal? ¿Cómo demonios has conseguido este número? ¿Y cómo sabes que vamos en este coche?
– Oh, vamos, amigo mío, no es tan difícil para un hombre con mis recursos. Basta con interceptar la señal de uno de los satélites de vigilancia de la CIA. Parece que los americanos siguen con verdadero interés tus progresos en este asunto...
– No me cabe duda. Por cierto, creo que tu maravilloso todoterreno sufrió algunos daños en esta aventura. Tuvimos que dejarlo allí.
– También pude comprobarlo. Eres un bárbaro, americano, y espero que las maldiciones de este pobre mercader árabe te alcancen algún día.
– ¿ “Pobre mercader”? ¡Vamos, Jamal, no me hagas reír!
– Infiel arrogante... ¿Vais a volver a mi casa esta noche?
– No, volamos hoy mismo. Me esperan muy lejos.
– Oh, sí, también pude ver en los informes de la CIA lo de tu billete de avión para Washington. Como puedes comprobar, es un mundo muy pequeño. Que tengáis buen viaje, amigo mío...
Y cuelga. Y nos deja con cara de idiotas. Así que la CIA sigue todos nuestros pasos. Bueno, pues espero que el próximo les guste...



Capítulo 3:Gotham City


“Últimas noticias: Nuevo atentado contra las Empresas Nagura, esta vez en una finca privada que mantenían a las afueras de Venecia. Muchos heridos entre el servicio de seguridad, pero ni un solo muerto. Por lo que han afirmado los portavoces de la empresa, esta finca servía como lugar de recreo a Ken Nagura y sus invitados más selectos, y fue utilizada en muchas ocasiones durante años, pero tras el fallecimiento del señor Nagura en el atentado previo en Tokio, la mansión y sus jardines habían permanecido abandonados, mantenidos sólo por el servicio mínimo, por lo que nadie entiende el motivo de este ataque. Las autoridades policiales hablan de venganza específica contra la empresa, y la INTERPOL ya ha tomado cartas en el asunto, aunque el portavoz de Nagura dice no comprender el porqué de estos actos violentos contra ellos. No han identificado ningún enemigo concreto que pudiera estar detrás de ambos atentados, y afirman estar dispuestos a colaborar para lograr la detención de los causantes. Seguiremos informándoles”.


La noche había caído, silenciosa y cruel, sobre la ciudad. Los pequeños cazadores diurnos se retiraban ya, dejando paso a una especie aún más peligrosa, los auténticos depredadores, que sólo se dejaban ver bajo la luz de la luna. Gotham City es una ciudad de contrastes, de luces y sombras, de blancos y negros. Sólo hay extremos, nadie ha oído hablar nunca de los términos medios.
O eres rico o te mueres de hambre. O produces o consumes. O comes o te devoran. Sólo hay dos estamentos: los cazadores y las presas, y cada uno elige (o permite que elijan por él) a qué grupo pertenece.
Y no me refiero sólo al crimen. Oh, Gotham es una ciudad asolada por el crimen y la corrupción, de eso no hay duda, y es bien sabido por todos, aunque también es cierto que ha disminuido mucho desde hace aproximadamente una década, con la llegada de cierta leyenda urbana con alas de murciélago. O si no ha disminuido, al menos ha cambiado por completo, intentando adaptarse a esta nueva amenaza, intentando sortear sus inescrutables medios y su incansable lucha por la justicia. Casi siempre sin éxito, eso sí.
Pero los criminales no son los únicos cazadores de la ciudad. Hay otros mucho más silenciosos, más ocultos, pero igual de temibles. Son ésos que visten de traje italiano, conducen automóviles de lujo, cenan con actrices famosas en los restaurantes de moda, y negocian con el futuro de la ciudad entre un plato y otro. E ignoran conscientemente los destinos de aquéllos que habitan en su territorio. No les importa qué sea de la ciudad, o del país, o del mundo entero, con tal de que ellos salgan beneficiados, y lo único que habrá siempre en sus bocas es qué comisión esperan embolsarse. Nada más les atañe...
Ésos también son peligrosos depredadores, y a ellos rara vez les alcanza la furiosa justicia de los enmascarados.
Esta noche, dos de esos cazadores millonarios cenaban despreocupadamente en el yate de un tercero, repartiéndose el mundo junto con el asado.
– Así es, señor Wayne, los beneficios pueden ser inmensos...
– Eso espero, señor Kamushi. Los riesgos de este encuentro son enormes, y sólo me compensarían si tuviera algo realmente jugoso que ofrecerme.
– Desde luego, no tenga duda acerca de ello. Y no se preocupe de su seguridad, el yate de mi jefe, el señor Mayashi, es totalmente inencontrable, tanto para las Fuerzas de Seguridad como para los molestos superhéroes de su patria. Aquí estaremos completamente solos, y podremos hablar con libertad. Ser... nosotros mismos, ya me entiende. En cuanto a eso, me alegro por fin de haber conocido al auténtico Bruce Wayne. Ya sabía yo que esa fachada de filántropo y play–boy que usted muestra no podía ser cierta.
– De algún modo hay que engañar a Hacienda, ¿no cree? Ahora explíqueme bien ese proyecto espacial que piensa ofrecerme.
– Por supuesto, por supuesto...
Esta noche, dos hombres pretendidamente respetables estaban dispuestos a hacer negocios ilegales por valor de muchos millones de dólares. Y lo harían sentados a una mesa, cenando. A un lado, el famoso Bruce Wayne, cabeza visible de una de las mayores empresas industriales del mundo, y uno de los hombres más ricos, aunque para la prensa sólo se ocupara de dar fiestas caras y relacionarse con top models. Al otro, Hiro Kamushi, delegado del Gobierno japonés para política espacial, encargado de poner en marcha en la isla un caro y arriesgado programa de conquista del cosmos, aunque secretamente enviado por la mafia para contactar con empresas occidentales y recaudar su dinero. Pero esta noche, los dos hombres se quitarán sus disfraces.
– Verá, señor Wayne, todo el proyecto espacial es falso, una carísima tapadera para blanquear dinero de la mafia. Los yakuza han organizado este asunto para sacar a la luz muchos millones de dólares en negro provenientes del contrabando, y el Gobierno japonés sólo es un peón más en su tablero. Montarán todo el tinglado, levantarán un campo de lanzamiento de cohetes similar a su Cabo Cañaveral, e incluso habrá un despegue o dos, para cubrirse las espaldas, ya me entiende. Pero pronto empezará a fallar, habrá accidentes, y un cohete explotará en el aire. Gran tragedia, duelo nacional, y el programa espacial se clausura hasta nueva fecha, que será nunca. Y los inversores desaparecerán sin dejar rastro, habiendo blanqueado mucho, mucho dinero, puedo asegurárselo. Pero eso no tiene por qué beneficiar sólo a los yakuza. Si estoy aquí, señor Wayne, es porque estoy autorizado por ellos para ofrecer este negocio a otras poderosas fuentes de divisas, que serían igualmente favorecidas. ¿Qué le parece?
– Muy interesante, señor Kamushi, puede estar seguro. ¿Y el Gobierno japonés está enterado de esto?
– ¡Je, je, je! Ésa es la mejor parte. Como le he dicho, el Gobierno es sólo un peón en este juego. Hay mucha gente enterada del inicio de un programa espacial en mi patria, pero sólo unos pocos saben que será un fiasco, y ya han sido adecuadamente “convencidos” por mis jefes para asegurar su colaboración.
– ¿Quiere decir... pagados?
– Oh, qué poco saben en Occidente acerca de la persuasión. Hay muchos modos para convencer a un hombre de que colabore, señor Wayne. Se le puede pagar un dinero sin que nadie lo sepa, o favorecerle en sus negocios privados, o conseguirle algo que él desea ardorosamente... o bien, se le puede demostrar lo que ocurriría si no colaborara. Ya me entiende.
– Sí, ya le entiendo. ¿Y su jefe, ese tal Mayashi, el dueño de este barco, también trabaja para los yakuza?
– Mayashi es un tema aparte, señor Wayne – dijo, cambiando repentinamente el rostro, volviéndose pálido y serio en un segundo –. No veo por qué habría de interesarle para este negocio.
– Bueno, señor Kamushi, me interesa, y mucho. Al fin y al cabo, es en su yate en el que me estoy reuniendo con usted para tratar estos temas tan delicados, y quiero saber si puedo confiar en él. ¿Quién me dice que no hay micrófonos colocados aquí, y pudiera verme en un aprieto? ¿Cómo sé que son realmente los yakuza quienes están detrás de todo, y no es un invento de este tal Mayashi para timarme unos cuantos millones, con este asunto de los cohetes espaciales? Quiero pruebas, amigo mío, antes de entregarle ni un solo dólar.
Hiro Kamushi empezaba a ponerse nervioso. El americano dudaba de su historia, y hacía preguntas comprometidas. Ciertamente, su amo y él mismo habían empezado sus días como miembros destacados de la mafia yakuza en Japón, pero de eso habían pasado ya muchos años, y ahora trabajaban por libre, en la recién creada organización conocida como Doomu. Éste habría de ser su gran negocio, al margen del que habían pactado con el Presidente americano, y les iba a reportar grandísimos beneficios. Timar a los ricos magnates americanos y sacarles hasta el último dólar, utilizando para lograrlo al Gobierno japonés y a los mismísimos yakuza, riéndose de todos ellos y escapando con el botín y la protección del Servicio Secreto de los U.S.A. Una auténtica proeza, digna de entrar en los anales del crimen internacional.
Pero para eso, antes tenía que convencer a este idiota de Wayne.
En ese mismo instante, una pequeña figura trepaba por el ancla de la embarcación, sorteaba a la decena de guardias armados que protegían el encuentro y se protegía en un rincón oscuro, aguardando una señal.
Bruce Wayne miraba fijamente a Hiro Kamushi, esperando una respuesta que satisficiera sus dudas. Por suerte para el negocio, el japonés venía preparado.
– No se preocupe, señor Wayne, entiendo que se haga preguntas acerca de mí y de mis jefes. Ya esperaba algo así, y por eso he sido autorizado para entregarle la documentación necesaria que probará lo que digo.
Rebuscó en sus papeles, y extrajo un CD–ROM sin nombres ni etiquetas, que entregó sonriente a Wayne.
– Aquí está todo, amigo mío: nombres, fechas, lugares... Todo lo que ocurrirá en torno a este asunto, lo que debe usted esperar, cuáles serán las señales de que el negocio progresa adecuadamente, y a quién deberá dirigirse entonces. Estoy convencido de que, con esta información en su poder, se sentirá mucho más tranquilo.
– Sí, no me cabe duda. Pero... ¿podría probar aquí el disco? No es que dude de su palabra, señor Kamushi, nada más lejos de mi intención, pero...
– Pero nada, señor Wayne, es lógico que desee comprobar la mercancía antes de marcharse, lo entiendo perfectamente. Aguarde sólo un momento.
Kamushi extrajo un diminuto ordenador portátil de un pequeño maletín extraplano, lo puso en marcha, y cargó el contenido el disco, mostrándolo en pantalla.
– ¿Y bien? ¿Qué le parece? ¿Se convence ahora?
Lo ojos de Wayne se abrieron como platos. La información que mostraba la pantalla era realmente demoledora. Nombres, cargos, implicaciones en el Gobierno japonés y el americano,... todo estaba allí, claramente redactado, y bien a la vista.
– ¡Y tanto, señor Kamushi! Esto convencería a cualquiera. ¿Dónde hay que firmar? Llenaré tantos cheques para usted como haga falta.
Y jugueteaba con su bolígrafo una y otra vez, apretando el botón repetidamente.
– ¡Oh, no, no, señor Wayne, nada de cheques! Eso podrían rastrearlo con facilidad. Siempre en efectivo. Recuerde: siempre en efectivo.
De pronto, un golpe terrible se sintió en el techo, como si una gran masa hubiera impactado contra él. Acto seguido, se sucedieron unas diez o doce pequeñas explosiones por toda la cubierta, liberándose un extraño gas verdoso que consumía rápidamente el oxígeno del aire. Kamushi salió gritando del comedor.
– ¡Hans! ¡Hans! ¿Qué es lo que está pasando?
La tripulación del yate estaba formada por completo por marinos alemanes, que ahora correteaban por la cubierta como pollos sin cabeza.
– No... coff... no lo sabemos, señor Kamushi... coff... nos atacan...
De pronto, el gas anestésico empezó a hacer notar sus efectos, y los marinos cayeron al suelo inconscientes. Sólo unos pocos fueron más rápidos, y se colocaron máscaras protectoras que les permitían respirar aire limpio. Entre ellos, los dos millonarios, que escapaban como podían entre marineros caídos.
Pero no llegaron muy lejos.
Una inmensa sombra negra cayó desde el cielo, y a su paso, los hombres quedaban inconscientes. Voló sobre las cabezas de los escasos supervivientes, y pronto sólo quedaron dos en pie en todo el barco. Wayne y Kamushi. Los depredadores, hoy convertidos en presas.
Y al verse tan solos, ambos se detuvieron, paralizados de terror. Y la gigantesca sombra tomó forma ante ellos, y más parecía un enorme murciélago con brazos y cabeza de hombre que un auténtico ser humano. Y los miraba, con profundo odio y asco en sus ojos monstruosos. Y les habló, con una voz terrorífica que les heló la sangre.
– ¡Malditos desgraciados! Jugáis con vuestra fortuna, y utilizáis a la gente como peones que podéis sacrificar. Pues hoy será vuestra última jugada. A la policía y la Agencia Central de Inteligencia les gustará saber lo que teníais montado con los yakuza y Leo Mayashi. Vuestro tinglado de los cohetes espaciales termina aquí...
Y los dos se quedaron helados. ¿Cómo era posible que este ser infernal pudiera saber tanto de ellos? En verdad no era humano, porque ninguna persona corriente, por formidable que fuese, podría averiguar tanto acerca de sus negocios. Este Batman debía ser ciertamente un ser prodigioso.
De pronto, la cabeza del murciélago se giró hacia un lado, y al mirar ambos hacia allí, pudieron ver a otra figura humanoide, también envuelta en una especie de largas alas de borde quebrado, y que por dentro mostraba un tono rojizo brillante. Su cabeza era la de un muchacho, de algo menos de veinte años, con el rostro medio tapado por una gran máscara de color negro, pero sus movimientos eran rápidos y bruscos, con unas manos negras que discurrían velozmente sobre los guardias caídos. Cuando el segundo monstruo se detuvo, todos los marineros estaban fuertemente atados con sogas.
– Bien, Robin. Vámonos – dijo el primer ser, con su voz de hielo –. La Guardia Costera se ocupará de todo...
Y ambos subieron de un salto al techo de la embarcación, por encima del comedor donde, hacía apenas unos minutos, se dirimía tranquilamente el destino de dos países. Y allí encontraron el vehículo que el inmenso murciélago había utilizado para llegar hasta ellos: un enorme planeador, con el aspecto de gigantescas alas negras, al cual acomodaron sus cuerpos, y con el que despegaron del pequeño yate.
Pronto, en apenas unos segundos, los dos héroes fueron sólo un recuerdo, y los millonarios pudieron descubrir con horror que habían destrozado el timón y los mandos del yate, y que estaban rodeados por no menos de diez barcos de la Guardia Costera.
– ¿Qué demonios has hecho, Kamushi? – gritaba Wayne – ¿Sabes lo que esto supondrá para mí? ¿Puedes imaginarte el lío en el que me has metido?
– ¡Cállate, imbécil, yo también estoy en problemas! ¡En este barco hay pruebas para incriminar a cientos de personas, y el asunto entero puede venirse abajo!
Y así ocurrió. En apenas dos días, la Policía de Gotham supo exactamente lo que le habían servido en bandeja, contactó rápidamente con la CIA, y la trama fue desarticulada. Sólo unos pocos funcionarios japoneses fueron a la cárcel, ninguno de los jefazos, por supuesto, ni tampoco nadie de Doomu, pero el timo de los cohetes espaciales no prosperó, la red de Mayashi fue duramente castigada, con muchos de sus miembros apartados de la circulación hasta que las cosas se calmaran, y la Inteligencia americana contraatacó a quienes consideraban que se estaban riendo de ellos.
Pero sobre todo, lo mejor de esta historia es que tanto los yakuza como el Gobierno americano tuvieron noticias de lo que Mayashi estaba preparando a su costa, y nunca se lo perdonarían.
Al tercer día tras la redada, Bruce Wayne y Hiro Kamushi fueron puestos en libertad bajo fianza, a la espera de aclarar si realmente estaban implicados en este asunto (aunque sus respectivos abogados se asegurarían que no fuera así). Cuando salieron de prisión, con sus ropas sucias y andrajosas, los rostros llenos de porquería y el ánimo exhausto, les estaban esperando cientos de periodistas ávidos de información, y dos limusinas. No se despidieron, ni se miraron siquiera, y cada uno tomó su camino.
Wayne fue conducido, sucio y sin afeitar, por su viejo mayordomo Alfred hasta la Mansión de sus ancestros, y sonrió tranquilo al verla de lejos. Caminó de nuevo por sus antiguos corredores de mármol, aspiró otra vez el regusto amargo y añejo de sus veteranos salones y, a diferencia de cualquier otra persona en su situación, no se sorprendió lo más mínimo al llegar a la biblioteca. Porque lo que halló junto a la chimenea fue nada menos que a sí mismo. Bruce Wayne, limpio y bien vestido, pero con cara de pocos amigos.
– Muy bien, Némesis, ya es suficiente. Aquí estamos a salvo, puedes acabar con la farsa.
El Wayne andrajoso, pordiosero, volvió a sonreír, y acercó a su rostro un diminuto anillo que portaba en la mano derecha. Al oprimir un pequeño resorte, del anillo salió un espeso gas de color rosado, que le cubrió por entero. Y al contacto con el gas, su rostro comenzó a disolverse, a deshacerse rápidamente, como si fuera un potente ácido que atacara la carne a gran velocidad. Pero lo que apareció tras él no fue el hueso de su cráneo, sino otro rostro, más delgado y sudoroso, menos agraciado, pero con la misma fuerza de voluntad en sus ojos azules.
– Menos mal, Bruce. Dos días no era lo que habíamos hablado.
– Me llevó un poco más sacarte de prisión, lo siento.
– Al menos hemos podido acabar con toda esa red, ¿no es así?
– Y tanto. Doomu ha sufrido un duro revés. Sigue viva, pero herida de muerte. Sus maquinaciones han salido a la luz, y los que una vez fueron sus aliados, ahora quieren su piel. Le queda muy poco. Gracias, Tom.
– Siempre me gusta ayudar a salvar el mundo. Ése es mi trabajo, ya lo sabes.
Y el hombre disfrazado sonrió con franqueza, porque disfrutaba combatiendo los males del mundo. Porque había nacido como Tom Tresser, pero su auténtico camino lo halló como Némesis, el espía definitivo, el suplantador perfecto, defensor de la verdad y la justicia en los peores lugares del planeta, e íntimo amigo de los mayores superhéroes.
– Y dime, Bruce, ¿te compensa tener antecedentes penales en tu identidad civil? Sabes que esa investigación seguirá adelante.
– No será un problema. Bruce Wayne puede pagar a los mejores abogados para que borren esa mancha de su pasado, tal y como hizo Lex Luthor hace años, y era necesario poner en peligro mi identidad para hacerles salir. Si no hubiera sido por mi nombre, Kamushi nunca habría asomado la cara, y no habría podido pillarle. Es más, esto hará que hablen de los negocios fraudulentos de Wayne en los bajos fondos, y otros podrían venir a buscarme en el futuro.
– Espero que sepas lo que haces. No son buena gente...
– Lo sé. Pero no te preocupes. Batman les estará esperando...
Y el suplantador desapareció, hasta la próxima vez en que le llamaran. Y el justiciero continuó su trabajo, porque nunca tendría descanso.


Capítulo 4: Washington D. C.


“Últimas noticias: Gran escándalo internacional, que implica directamente a las Empresas Nagura e Indutrias Wayne, y que ha salido a la luz en las últimas horas gracias al trabajo de la Policía de Gotham City, con la ayuda de su misterioso vigilante, el Hombre Murciélago. La Guardia Costera avistó esta noche un yate a la deriva en las aguas del puerto de Gotham, y al descubrir su contenido, avisó inmediatamente a la Policía. Por lo que ha podido saber este noticiario, Hiro Kamushi, delegado del Gobierno japonés para política espacial, enviado a nuestro país para buscar inversores que financien un proyecto de conquista del espacio en su nación, estaba negociando el blanqueo de enormes sumas de dinero para las familias mafiosas yakuza, que aún ostentan un inmenso poder económico en Japón. Bruce Wayne, presidente ejecutivo y dueño de Industrias Wayne, fue descubierto también en el yate negociando con Kamushi. Ambos fueron hallados por la Guardia Costera maniatados y narcotizados, junto con toda la tripulación y las pruebas, presumiblemente por la acción de Batman. Se cree que todo el proyecto espacial encabezado por Kamushi podría ser sólo una fachada para blanquear dinero para la mafia. Otros implicados en este asunto serían las Empresas Nagura (cabeza visible del proyecto, y propietaria del yate capturado) e Industrias Kord (con quien también contactaron los yakuza para ofrecer sus servicios). El escándalo no ha hecho más que comenzar, y amenaza con tambalear todos los cimientos del Gobierno japonés. Incluso se dice que ésta podría ser bien la explicación de los violentos atentados que ha sufrido recientemente Empresas Nagura por todo el mundo, incluyendo el brutal asesinato en Tokio de su presidente y dueño absoluto, Ken Nagura. ¿Podría deberse en tal caso a una venganza de la mafia, como apuntan algunas fuentes? Los portavoces de la empresa guardan silencio de momento. Les tendremos informados...”


Ya hemos cogido bastante práctica en estas cosas: llegar a una ciudad nueva, localizar un hotel modesto, registrarnos con nombres falsos (hay que echarle imaginación para utilizar identidades diferentes en cada viaje, y pericia para falsificar los documentos), instalarse deprisa desembalando sólo lo imprescindible, y ponerse en marcha rápidamente. Pero esta vez parece que me aguarda una nueva sorpresa, de labios de la recepcionista, tan pronto como llegamos:
– Señor Johnson, le están esperando. El señor Albert King me dijo que tomaría algo con usted en el salón número dieciocho.
¿Una trampa? ¿Nos han localizado esos cabrones de Doomu? No, no es eso. En seguida me doy cuenta. Albert King... King... Faraday.
Dios, cualquier día me van a matar de un infarto, antes que de un tiro. Lo que sí parece obvio es que los Servicios de Inteligencia americanos hacen bien su trabajo, y han debido poner especial atención en nuestros movimientos, sobre todo desde que llegan a los medios de comunicación. Me gusta.
– ¿Quieres que vaya contigo? –pregunta Dinah.
– No, tranquila. Puedo manejar este asunto. Le conozco hace demasiado. Vete subiendo a la habitación. No tardaré.
El salón dieciocho es una pequeña salita, cálida y acogedora, y la más apartada de cualquier mirada indiscreta. Parece creada expresamente para espías y otros delincuentes. Hace años, los Servicios Secretos utilizaban mucho los hoteles y sitios públicos para sus encuentros, pero el Watergate cambió bastantes rutinas. Ahora tienen que improvisar. Faraday debe ser un nostálgico.
En la entrada no hay agentes, ni vigilancia, pero estoy seguro de que deben observarme muy de cerca. Pero son buenos, y no consigo ni olerlos.
Abro la puerta, y allí está él, guapo y elegante con su traje gris hecho a medida, sentado en un gran sillón de cuero junto a la chimenea, y con una delicada tacita de porcelana en la mano.
– Pasa, amigo mío. ¿Quieres un poco de té?
Sonrío, y cierro la puerta tras de mí. Maldito bribón.
– Creí que sólo los viejos agentes británicos respetaban esa tradición...
– Es un signo de respeto hacia Martin (6). Desde ahora, siempre procuraré beber el té a las cinco, como hacía él.
– ¿Por eso vienes a verme? ¿Por lo que hemos estado haciendo?
– Esta sala está limpia de escuchas, Ollie, así que seremos francos. Como es lógico, el Gobierno americano no tiene ninguna información sobre los causantes de los ataques a Empresas Nagura, y si alguien nos pregunta, diremos que la pista más clara es la que imputa esos hechos a la mafia japonesa. Por lo que hemos sabido, los yakuza no tienen ningún problema en que se les achaquen a ellos, y de hecho lo habrían llevado a cabo por sus propios medios si no os hubierais adelantado. Mayashi ha hecho grandes enemigos con ese asunto de los cohetes espaciales, y empieza a ser visto con malos ojos, incluso en el Despacho Oval.
– Entonces, ¿qué haréis respecto a nosotros a partir de ahora?
– Bueno... ya te he dicho cuál será la postura oficial, pero... extraoficialmente... tal vez podamos echaros una manita. Digamos que no es justo que contéis con ayuda del Servicio Secreto japonés y de ese perro de Jamal, y en cambio nadie os apoye desde vuestro propio Gobierno.
– No esperamos ayuda directa.
– Lo sé, y de momento no la tendréis... Pero eso no significa que estemos con las manos atadas.
– ¿Qué puedes darme?
– Mis chicos han hablado con la Familia Staglioni, en Sicilia. Amadeo Staglioni fue el último mafioso que desapareció por obra de Doomu. La Familia está muy enfadada con él por ganar dinero con el contrabando de información a sus espaldas, y ahora por desaparecer y dejarlos tirados. Nos han proporcionado el nombre del contacto de Staglioni en la organización, a cambio de la promesa de que morirá horriblemente.
– No puedo prometer eso. No soy un verdugo.
– Tranquilo, no será cosa tuya. Cuando Doomu se deshaga, todos sus protegidos saldrán a la luz, y mis chicos se encargarán de que gente como Staglioni vuelvan a Sicilia, donde caerán en manos de los suyos.
Trago saliva. Este mundo me da asco.
– ¿Me darás ese nombre?
– Sí, pero no bastará con que le ataques e intentes sacarle la información a golpes, como hacéis los héroes. Se llama Igor Kralenko, y vive en Moscú. Es un cerdo, y un degenerado, pero también un poderoso señor de la nueva mafia rusa. Si te metes en su camino, te arrasará, te hará pedazos, y luego se meará en tu cadáver.
– Sí, no es el primero del que me dicen algo así, aunque tal vez no de una forma tan gráfica. No me asusta, Faraday.
– Kralenko es auténtica basura, pero es el mejor apoyo que le queda a Mayashi. Si quieres llegar hasta Doomu, tendrás que convencerle para que te lleve hasta ese maldito submarino secreto, y dejar la mafia rusa para otro día.
– Ya pensaba dejar los yakuza para otro día. Son demasiadas cuentas pendientes.
– ¿Quieres terminar tú solo con los yakuza y la mafia rusa? Amigo, ¿y qué te crees que llevo intentando hacer todos estos años? ¿Quieres dejarme sin trabajo?
Sonrío, y me relajo. Tal vez sí pretenda morder más de lo que puedo tragar.
– De acuerdo. ¿Y cuál es tu plan?
– Infiltrarte en Doomu. Hacerte pasar por uno de esos villanos que quieren retirarse. Convencer a Kralenko a base de dinero y muchos huevos. Pagar bien su colaboración y llegar hasta Mayashi. Después, te localizaremos con GPS e iremos en tu rescate. ¿Qué te parece?
– Arriesgado, pero no más que atacar el Edificio Nagura y salir vivo.
– Perfecto. Tienes dos días para prepararte. Entonces vendré a por ti y te llevaremos a Moscú. Cambia tu aspecto, e inventa ago bueno que le impresione.
– Muy bien. Lo haremos a tu modo. Y a cambio, yo también te daré algo: el nombre del tipo que sirve de enlace entre Luthor y Mayashi.
– ¿Kevin Marks?
– ¿Ya le conoces?
– Llevo tiempo intentando cazarle, pero está bien protegido. Ahora Luthor empieza a desconfiar de Doomu, y piensa culpar a Marks de todo el tinglado. Si alguna vez esto sale a la luz, dirá que Marks lo organizó todo por su cuenta.
– Bien, pues es el bastardo que ordenó que me mataran, así que lo quiero para mí, ¿lo has entendido?
– Ya veremos. Tal vez te guarde un trozo, ¿te parece bien?
– Me basta. Y una cosa más...
– ¿El qué?
– Shiva. Hablé con ella en Venecia. No es mala persona, creo que sólo quiere terminar este asunto de alguna forma honorable. Te pido que no la matéis, que haya alguna oportunidad para que... no sé... se reforme.
– ¿Shiva? ¿Lady Shiva? Es tal vez la mejor asesina a sueldo del planeta. ¿La ves trabajando en un McDonald´s? No sueñes, amigo.
– No te rías de mí, Faraday. Sólo quiero que no muera en el tiroteo final, una bala perdida, y esas explicaciones tontas que dais. Yo me ocuparé del resto, ¿vale?
– Lo pensaré. Nos vemos en dos días, Queen.
– Hasta entonces.
Me pongo en pie, y camino hasta la puerta. Pero la voz de Faraday me detiene.
– Ummm... Ollie, antes de que te vayas... Gracias. Muchas gracias.
Asiento, con una sonrisa en los labios. Pocas veces este hombre ha mostrado antes su respeto ante alguien que no fuera de su gremio. Claro, que Dinah y yo acabamos de revolucionar el mercado del espionaje para los próximos veinte años.
Me voy contento. Hay un gran hombre respaldándome.


La noche va llegando, despacio, suavemente, a la capital de la nación. Las estrellas se encienden una a una en un cielo gris y plomizo, anunciando lluvias antes del despertar. Una brisa leve recorre el asfalto.
Kevin Marks levanta la cabeza a las alturas, mientras sale presuroso de las oficinas del Banco Capwell, y sabe que será una noche fría y destemplada, muy impropia del verano. Aunque con este verano tan raro que estamos teniendo, cualquier cosa es posible...
No lo sabe bien.
Monta en su lujoso automóvil negro blindado, y ordena al chófer que le lleve a casa. Abre el maletín, y ojea algunos documentos secretos, aunque es consciente de que está prohibido sacarlos de la base. A veces es bueno asumir algo de riesgo... Y él conoce mucho de eso. Su directa implicación en el asunto de Doomu le ha puesto en primera línea frente al Presidente Luthor, y ahora que la historia se complica, puede que los palos le caigan a él. Esos extraños ataques a las propiedades de Nagura (fachada legal de Doomu, y con quien Marks trataba directamente), así como el terrible asesinato del propio Ken Nagura, han llevado el trabajo de este hombre a la primera plana de los periódicos, y eso no gusta entre sus jefes. La popularidad es mala. Hace que la gente hable de ellos, e impide que se muevan con libertad. La principal baza en el trabajo de gente como Kevin Marks es el secreto. Si no pueden operar en secreto, todo se viene abajo.
El coche se detiene. Ha llegado a casa. Se despide del conductor con la falsa efusividad de cada día, y sube al quinto piso, donde se encuentra su apartamento. Juguetea con las llaves, abre la puerta y acciona el interruptor de las luces, pero éstas no se encienden.
– ¡Maldita sea! ¿Es que ya se han vuelto a estropear?
– No, Kevin, las luces están bien – oye desde el interior –. Sólo he cortado las conexiones, para que estemos... más íntimos.
Como un resorte, Marks extrae la pequeña pistola del Servicio Secreto de la funda bajo su axila, y apunta a la oscuridad. Se enciende una pequeña lamparita de mesa, y su corazón se agita al ver mi cara. Flecha Verde... el superhéroe metido a espía que atacó las propiedades de Doomu, y mató a Ken Nagura... ahora en su apartamento... ¿Por qué? ¿Estaría enterado de su implicación? ¿Cómo es posible?
Puedo ver las preguntas bullendo en su cerebro, y el sudor en su frente.
– Pasa, Kevin, y cierra la puerta, por favor.
El tipo obedece, sin bajar el arma. Sé que ya no quiere matarme, al menos hasta averiguar qué es lo que sé de él, y si hay alguien más enterado.
– ¿Qué quieres, héroe?
– No, amigo, aquí voy a ser yo quien hable. Vengo a por ti, Kevin. Vengo a devolverte todo lo que me hiciste. Por jugar a gobernar este país. Por hacer tratos con los malos para ganarte al Presidente. Por despreciar la vida humana y sólo importarte tu propio culo. Y sobre todo, por querer ”retirarme de en medio”. Ésas fueron tus palabras, ¿no es así, chaval?
– Tú no lo entiendes. Hay mucho en juego, Flecha Verde. La seguridad nacional estaba en peligro, y yo...
– ¿La seguridad nacional? ¿La maldita seguridad nacional? ¿Ésa es tu excusa? Hijo, tendrás que hacerlo mejor para convencerme. Soy mucho más viejo que tú, y he visto muchas más universidades, muchos más Presidentes y demasiados Servicios Secretos. Así que no pretendas timarme con la explicación para paletos, ¿de acuerdo? La verdad detrás de todo es que estabas entusiasmado con la oportunidad que te dio tu querido Presidente Luthor de dirigir este enorme cotarro tú solito, y querías impresionarlo. Así que la aparición en escena de un viejo y molesto superhéroe de tercera no te creó muchos problemas. Bastaba con ordenar que lo liquidaran, rápida y silenciosamente, y nadie preguntaría nunca por él. ¿Me estoy acercando?
– Eeeeh.....
– Pero resulta que el viejo superhéroe de tercera no quiso morirse, y encima volvió a meterse en la historia, y venía con ganas de dar guerra. Y ahora el asunto amenaza con explotarte en la cara, y Luthor te ha hecho responsable directo de lo que suceda. Así que, cuando esto salga a la luz y lo sepan los periódicos, serás tú quien vaya a la cárcel, Kevin, y no Luthor, como tendría que ser.
– Esto nunca saldrá a la luz...
– ¿Cómo que no? Basta con que yo les diga todo lo que sé. Y será mejor aún cuando les enseñe los papeles que me has traído. Y ésa será la prueba de que estás dispuesto a colaborar con la Justicia, Kevin, y la única salida que te queda.
El muchacho se queda pensativo, con el arma hacia el suelo. Medita, y sabe que no tiene muchas opciones. No es muy inteligente, pero sí avispado. En realidad, sólo es un chaval, no llega a los treinta, y en su cabeza pelirroja como una panocha de maíz, con los típicos mofletes pecosos de un niñato de Oklahoma, aún bullen muchos sueños de futuro. No está casado, ni tiene hijos, ni siquiera un empleo demasiado estable, y no quiere pudrirse en la cárcel. Ésta habría sido su oportunidad para salir adelante, para dejar de ser sólo un matón a sueldo del Servicio Secreto, un trozo de carne para ponerse en medio de cualquier bala que dispararan al Presidente... ¿Y su fantástica aventura iba a terminar en la cárcel? No. Ni pensarlo. El Presidente Luthor amenazaba con ello, con entregarle a los perros de presa de los medios, y exculparse él y todo su Gabinete. Cuando la idea de Doomu y el alistamiento de villanos y terroristas había sido concebida expresamente por Luthor, y desarrollada enteramente por su mano, incluso a espaldas de su Gabinete, que lo desaprobaba. ¿Y ahora pretendía culparlo a él, y escapar de rositas? No, eso es de ser poco hombre.
Kevin Marks se había presentado voluntario entonces, para llevar personalmente el asunto, coordinarlo, y responder únicamente ante el Presidente. Su oportunidad... su gran oportunidad... Y terminaba en la cárcel.
El superhéroe tiene razón. Entregar las pruebas le daría una ocasión de librarse, o al menos de colaborar como testigo. Luego sería “reubicado”, con un nuevo nombre y profesión en otro estado, y empezaría de cero. Lo ha visto otras veces, y suele funcionar
Me mira, y sabe lo que elegirá.
De pronto, el caos estalla. Sube el arma, y apunta hacia mí. Dispara automáticamente, tres balazos, y sólo mi agilidad me libra de volver al Cielo. Ruedo sobre la alfombra, evitando darle una diana clara en la que fijarse. El chico no está acostumbrado a matar gente, sólo dispara a personas de cartón, y eso se nota. Salto sobre él, le desarmo e inmovilizo su mano. No volverá a abrir fuego.
– ¿Qué demonios haces, estúpido?
– Hay otro camino, héroe. Si te mato, nadie sabrá que yo estoy implicado. El Servicio Secreto hará desaparecer tu cadáver, y también las pruebas, y todo terminará felizmente. El Presidente Luthor puede salvarme mejor que tú.
Ya estoy harto de sandeces. Giro su mano hacia fuera, y le rompo la muñeca. Es fácil que nunca pueda empuñar un arma en lo que le quede de vida. Le empujo contra el sofá, e intento meter algo de cordura en su cabeza. No quiero que muera, puedo convertirle en un valioso aliado en mi guerra.
Pero él no me deja.
Antes de que pueda darme cuenta, el chico extrae una navaja plegable de su cinturón, e intenta clavarla en mi garganta. Instintivamente, me protejo del único modo que tengo a mano. Le disparo. Un solo tiro, en el pecho. No lleva chaleco, no esperaba peligro alguno en su propia casa, y muere en el acto.
Y con él, mis esperanzas de que esto termine bien. El chico de Oklahoma muere con demasiados sueños incumplidos, y a mí no me quedan más que sus documentos secretos.
Lo demás, sólo será violencia y descontrol.


“Últimas noticias: El escándalo de Empresas Nagura se complica. Esta noche ha aparecido muerto en su domicilio un miembro del Servicio Secreto del Presidente Luthor, Kevin Marks, asesinado de un disparo en el pecho, y con evidentes signos de pelea. Y en su poder fueron hallados documentos secretos que vinculan a Empresas Nagura, y a la persona del difunto Ken Nagura, con una organización criminal secreta denominada Doomu, que habría estado negociando con traficantes y terroristas de escala mundial para favorecer sus huidas de la Justicia. Y por lo que afirman dichos documentos, esa organización podría estar respaldada nada menos que por la propia Casa Blanca. Por lo que ha podido saber este noticiario, las presuntas pruebas vinculan al Presidente Luthor con la creación de esa mafia internacional que ocultaba peligrosos delincuentes, y que luego se servía de sus contactos para obtener armas revolucionarias y nuevas tecnologías. La investigación no ha hecho más que comenzar, pero la INTERPOL, la CIA, el FBI, la Agencia para la Seguridad Nacional y hasta los Rangers de Texas ya han empezado a moverse. Y son muchas las preguntas que nos surgen al respecto. ¿Quién asesinó a Kevin Marks y a Ken Nagura? ¿La mafia japonesa, celosa de no participar en el trato? ¿El Servicio Secreto japonés, como represalia por todo este montaje? ¿O alguien nuevo y aún desconocido? Y más aún, ¿es lícito contratar a terroristas y traficantes para conseguir armas nuevas que nos permitan combatir a otros terroristas y traficantes? ¿En qué espiral de crimen y doble moral se ha estado metiendo este país? De un modo u otro, parece que la historia aún dará mucho que hablar en las próximas semanas, y la Administración Luthor tendrá mucho que responder sobre ella. Les tendremos cumplidamente informados”.


Continuará...


Referencias:

(1) Desde el terrible ataque del Joker que la dejó paralítica y confinada a una silla de ruedas, Bárbara Gordon abandonó su identidad superheroica como Batgirl, pero pronto se convirtió en la ciber–analista y controladora de información Oráculo. Ha colaborado en muchas ocasiones con Batman y la Liga de la Justicia, pero su principal aliada es Dinah Lance, Canario Negro, con la que ha formado el grupo Pájaros de Presa (sin contar otras colaboraciones no tan permanentes, como las de la Cazadora y Power Girl).
(2) Breve recordatorio de lo sucedido en los dos números anteriores.
(3) En el número anterior.
(4) Batman estaba investigando a Hiro Kamushi y su misterioso proyecto espacial en el número anterior.
(5) En el primer número de la saga.
(6) Andrew Martin, el agente secreto británico asesinado por Doomu, y cuya muerte inició la búsqueda de venganza de Oliver, y toda esta historia.

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