Escritor: Gabriel Romero
Portada: Edgar Rocha
Fecha de publicación: Mayo de 2008
¿Quién es Catwoman? ¿Qué le hizo Lady Shiva durante el tiempo en que fue su prisionera? ¿Y de cuánto de eso es responsable el Hombre Murciélago? Descúbrelo en este episodio de la Felina Fatal. Y además, el inicio de la batalla definitiva contra Marko Esteven y su secta de asesinos ninja.
Su antiguo socio, el mafioso Marko Esteven, ha urdido un terrible plan para castigar a todos aquéllos que le encerraron durante una década: explotó una bomba en la misma cara de la Gata (que por poco le cuesta la vida, de no ser por la tecnología de la JLA y la fortuna Wayne, y que sí mató a la joven prostituta Susan Rogers), ha contratado a la mejor escuela de asesinos del mundo para que eliminen a Batman (y casi lo lograron con Nightwing, que estaba protegiendo Gotham con el disfraz del Murciélago), y ha decidido volar en pedazos las gigantescas canalizaciones que suministran gas a toda la ciudad (devolviéndola así a la Edad de Piedra).
Por suerte, los héroes han descubierto la trama, y están preparados.
Catwoman ha logrado recuperarse milagrosamente de sus terribles lesiones (gracias al cruel entrenamiento ideado por Lady Shiva), y está decidida a acabar con Marko.
Mientras, Batman acude en su identidad de Bruce Wayne a la elegante fiesta de inauguración del inmenso Dirigible Finger, junto a toda la clase alta de Gotham, incluidos el Alcalde Hull y el propio Marko Esteven.
Será en plena fiesta cuando se ponga en marcha el fatídico plan.
La tragedia está servida…
Prólogo
Día D menos un mes
– Despierta… Vamos, gatita, despierta…
La cabeza le daba vueltas como si estuviera borracha. Pero ella nunca bebía alcohol. No había vuelto a hacerlo desde… desde que ya no consumía ninguna otra basura, ni hacía determinado tipo de cosas por dinero…
La boca le sabía a algo extraño, pero al mismo tiempo conocido. Amargo, y a la vez dulce, con un toque demasiado familiar.
Cloroformo, mezclado con su propia sangre.
Ahora ya entendía lo del mareo…
– Venga, gatita, no tengo todo el día…
La voz resonaba en sus oídos como proveniente de ningún sitio… o de todos a la vez. Había una curiosa resonancia en el aire, como si estuvieran haciendo rebotar el sonido en muchas paredes estrechas antes de mandarlo hacia ella.
Cuando aún no había logrado mover un solo músculo, Selina había descubierto ya dos cosas de su encierro: que el lugar era estrecho, y que su captor estaba jugando a despistarla.
Empezó a moverse muy despacio, con un inmenso dolor recorriendo su cuerpo magullado. Ya no había heridas en su piel, pero aún estaba tan sensible como para que el más mínimo roce significara una tortura. Estaba desnuda… sobre un suelo de madera vieja y mal cuidada.
Como una antigua costumbre nunca perdida, su conciencia de ladrona apreció cada detalle del entorno por si pudiera serle útil.
El aire era rancio, lleno de polvo de años, y sin mucho oxígeno que respirar. Abrió los ojos, y contempló la tupida oscuridad que la envolvía. No había ventanas, ni una sola rendija por la que entrara el más mínimo rayo de luz.
– ¡Aaah! Por fin puedo contar con tu presencia… Te has hecho de rogar…
Selina observó alrededor, pero sus ojos no podían adivinar ni una sola forma ni contornos en ese horrible negro sin matices. Lo que significaba que sus captores tenían visores nocturnos.
La voz que le hablaba había sido distorsionada por computadora, pero enseguida se imaginó quién era.
– ¿A qué estás jugando, Shiva? ¿No te basta con torturarme en la clínica, con aprovecharte de mis heridas para devolverme los golpes que te di aquella vez?
La mente de Selina voló al pasado un instante. A esa vieja misión en la que Batman secuestró a Talia Head y la dejó a su cuidado… y la Liga de Asesinos envió a Lady Shiva a recuperarla. Ambas mujeres lucharon… y la Gata no salió bien parada (1).
Tal vez ahora pudiera utilizar el orgullo de la asesina en su favor.
– ¿No abres la boca? ¿Por qué no vienes aquí y te preparas para un segundo asalto? Quizá aprendas algunas cosas de esta lisiada…
Y de pronto, Selina notó un terrible dolor en el vientre, que la obligó a encorvarse. Y acto seguido, otro igual en la barbilla, que la arrojó al suelo. Se revolvió sobre la madera como un gato asustado, pero no pudo hacer nada: los golpes se repetían en silencio, castigando su maltrecho cuerpo.
– ¡Déjame, zorra! Si pudiera verte no lo tendrías tan fácil…
Pero no obtuvo ninguna respuesta.
La tortura se prolongó por un tiempo que a ella le pareció eterno, lanzando rápidos y cortos golpes sobre su pecho, su estómago, sus brazos y piernas. Ninguno de ellos provocó heridas reales, pero sí un dolor agudo y terrible, que saltaba por sus terminaciones nerviosas como la pólvora. No pretendían dañarla… sólo hacer que se quejara.
Por fin, después de la eternidad, el castigo cesó de la misma forma abrupta en que había comenzado, y ella quedó tumbada en el suelo, incapaz de moverse.
Y sólo entonces le habló de nuevo la voz, en susurros, junto a su oído:
– Ésta es la lección que me ha encargado Batman que te enseñe: el día en que puedas devolver mis golpes, serás libre de regresar a tu vida. Hasta entonces, éste será tu nuevo hogar. Bienvenida al infierno, gatita.
Día D menos tres semanas
– La voluntad lo es todo – recitaba la monótona voz en su cantinela diaria –. La fuerza física no es nada. La voluntad humana puede concentrarse para crear fuerza, o resistencia, o agilidad, o astucia, o todas ellas juntas. Pero ninguno de esos valores puede crear voluntad. Es la virtud absoluta, y la suma de las demás.
Selina hacía días que había dejado de escuchar. Cada jornada de encierro, a cada momento, la voz electrónica la torturaba con sus bonitos preceptos orientales, llenándole la cabeza con una interminable sarta de estupideces sobre el coraje y la voluntad entrenada del hombre, que según ella eran las capacidades más valiosas del mundo. Bueno… Selina tenía una voluntad inmensa de escapar de allí, pero no era posible. Había registrado las paredes, el suelo e incluso el techo, pero no halló rendija alguna ni orificio por el que escabullirse. ¿Cómo demonios entraba Shiva cada día?
Porque el castigo físico tampoco había cesado.
Sin horario fijo y sin cadencia, los golpes surgían de la nada, y seguían sin detenerse durante un tiempo que tampoco era constante. Nunca hubo una pauta a la que pudiera acostumbrarse.
Pero el dolor sí era continuo.
Le dolía todo el cuerpo como si fuera a morirse, cada hueso, cada articulación, cada átomo de su persona estaba gimiendo, y no era capaz de pensar en otra cosa.
De pronto, y sin aviso, los golpes se repitieron de nuevo. Como antes, venían del aire, de la nada, y encontraban su blanco desde todas las direcciones. En los brazos, en las piernas, en la espalda y el abdomen… Eran balas dirigidas a sus centros nerviosos, diseñadas para provocar el mayor suplicio imaginable sin causar herida.
El trabajo de un profesional.
Selina no pudo más que gritar en la oscuridad…
Día D menos dos semanas
– El mundo es territorio de los fuertes – comenzó de pronto la voz –. Los débiles han creado las normas que rigen las naciones, para sojuzgar y aplastar el poder de los fuertes, porque saben que es la única forma en que podrían. Pero los fuertes están llamados a gobernar, a regir los destinos del mundo, y a tratar a los demás como inferiores. Porque el poder es un derecho de nacimiento, y los débiles serán sus súbditos naturales.
– ¡Cállate de una vez, zorra! – gritó Selina hacia el vacío, y golpeó con saña las sólidas paredes de madera, en busca del maldito emisor del que proviniera la voz.
Pero sin éxito.
Y su carcelera volvió a destrozarla, un día más, con su interminable tortura.
– ¡Basta ya, desgraciada! ¡Yo no he pedido esto, y te odio! ¡Algún día te voy a devolver todo con creces!
Pero la esquiva figura que la golpeaba no decía palabra, y de pronto desaparecía en silencio en la macabra oscuridad. Dejando sola a Selina, sola con su negrura y su dolor.
Día D menos una semana
– Las armas son instrumentos de cobardes. El auténtico poder reside en el cuerpo humano, y supera con mucho la capacidad destructiva de cualquier arma imaginable. Por eso el mundo teme a los fuertes, y los esclaviza con su cobardía. Porque si no lograran someterlos, serían ellos quienes gobernarían el mundo.
– ¡Silencio! – gritó Selina hacia la nada –. ¡Ya es suficiente!
Y liberó toda su rabia en un único golpe, salvaje y mortal, en dirección a las férreas paredes de madera.
El estruendo fue horrible, sacudiendo la estructura por completo, como si de un huracán se tratase. El brazo de Selina era una cuerda tensada al máximo, un látigo. El dolor más atroz recorrió su mano y ascendió hasta el hombro, saltando por todo su sistema nervioso de la misma forma que los golpes de su carcelero. Pero ya estaba acostumbrada. Ya no le importaban el dolor ni el suplicio. Sólo buscaba libertad.
Retiró la mano, y sintió cómo la sangre brotaba en cascada por los nudillos. Sin duda se habría roto varios huesos, y tenía astillas clavadas profundamente en la carne. Pero daba igual. Lo único importante era que, en el mismo lugar donde ella golpeó, se había formado un pequeño agujero por el que entraba luz.
Luz…
Llevaba una eternidad viviendo en tinieblas, conviviendo con el silencio y la negrura. Sola, sin higiene ni comida, torturada por una mujer a la que había aprendido a odiar más que a nada en el mundo, traicionada por el hombre al que soñó con amar.
Nunca más…
Ahora Selina había olvidado todas las cosas que la ataban al mundo de los hombres, había olvidado la bondad y el amor, las comodidades y el cariño. De ahora en adelante no volvería a necesitar nada en la vida, más que su propio odio.
El odio era su único alimento, el aire que respiraba, la constante en su vida.
Mientras pudiera odiar, seguiría viva.
Y así, como un gato, podría llegar a convivir con otros seres, a compartir su vida de manera fingida,… pero sabiendo que nada le importaba más que ella misma, y que no temía volverse contra aquéllos que la rodearan si fuera necesario.
Ahora realmente volvía a ser la Mujer Gato…
Lanzó una terrible patada contra el diminuto agujero ya formado, y la pared se resquebrajó por completo. A la segunda se vino abajo. Una cegadora cascada de luz inundó la estancia, y sólo entonces pudo ver el minúsculo recinto en el que había estado prisionera,… ahora ocupado por sus propios residuos.
Le inundó una ira como no se ha conocido igual en la Historia del Hombre, y gritó. Gritó su furia, su venganza, su cólera nunca más contenida. Mostró sus dientes de felino, sus garras llenas de sangre propia, y abrió los ojos al mundo. Unos ojos inyectados en sangre, que sólo buscaban una víctima a la que destrozar.
Corrió…
Sus piernas la llevaron sin rumbo por lo que parecía un mugriento sótano plagado de tuberías. Sus pies chapoteaban en grandes lagunas de aceite derramado. No parecía haber salida. Estaba encerrada de nuevo…
Pero su mente trabajaba de manera febril, y enseguida halló un camino: ¿de dónde venía la luz? Ahí debía estar la salida.
Una rejilla en el techo, por donde se filtraban anchos rayos de luz diurna.
Sin pensárselo dos veces, saltó como un felino, se agarró a viejos tubos fluorescentes ahora sin vida, y se balanceó con soltura en dirección a la rejilla. Sus pies la golpearon con furia, y al primer intento, la rejilla saltó. Aprovechó el mismo impulso para escurrir su flaco cuerpo por el agujero, y en un segundo, Catwoman estaba libre.
Observó el panorama con la velocidad y reflejos de un gato, temiendo por su vida, y dispuesta a defenderla hasta las últimas consecuencias.
Pero no pudo evitar la sorpresa.
La habitación era amplia y lujosa, con un enorme ventanal que ocupaba toda la pared contraria a ella, mostrando una bellísima estampa de montaña. El sol del mediodía se reflejaba en la blanca e inmaculada nieve del terraplén, cegándola. El resto de las paredes eran de madera, de un color oscuro y hermoso, mientras que el techo estaba ocupado por un gigantesco espejo que copiaba todos sus movimientos, como una áspera burla. Fue entonces cuando pudo darse cuenta de los horrores que habían obrado aquellas semanas en su cuerpo…
El suelo era un amplio tatami, una zona de entrenamiento para los más de cuarenta jóvenes vestidos con kimonos que aguardaban a un lado, y que la miraban tensos.
Pero la atención de Catwoman no estaba centrada en ellos, sino en la altiva y risueña mujer que tenía enfrente, de espaldas al gigantesco ventanal. Su larga melena negra era brillante y preciosa, sus oscuros ojos de rasgos orientales eran la personificación de la belleza… Sin embargo, en su rostro había una mueca feroz, de una crueldad sin límites, cuando observaba los flacos restos llenos de cicatrices que se mostraban ante ella. Catwoman no parecía entonces más que un gatito herido, dañado, pero en sus ojos nadaba una sed de sangre que no iba a calmar fácilmente.
– Bienvenida – dijo Shiva, con aire burlón –, ya era hora de que llegaras.
– Voy a matarte… – respondió Catwoman entre dientes.
– Te presentaré a mis amigos – continuó la asesina, ignorando la amenaza –. Éstos jóvenes son la élite de la Liga de las Sombras, los más aventajados de entre todos los estudiantes de R´as al Ghul. Dominan por completo las artes del asesinato y la tortura, y por ello han sido enviados a mí, para que les enseñe la última de las lecciones: el camino de la muerte. Cómo afronta el final un auténtico guerrero. Cómo avanzar con honor por el camino sin retorno… Eso es lo que tú les mostrarás… ¡Matadla!
Un mar de chicos con kimonos blancos se lanzó sobre Catwoman, blandiendo armas tradicionales japonesas, y gritando su furia. Todos querían cobrarse la pieza mayor, todos deseaban mostrar sus habilidades, e impresionar a la maestra. La Gata vio cernirse sobre ella una marabunta de espadas, bastones, nunchakus y sais, manejados con pericia de expertos, y ferocidad de asesinos natos.
Pero a ella le dio igual.
Catwoman estaba ahora más allá del poder de las armas, de la habilidad de los ninjas, y de los deseos de agradar a Shiva. Más allá de la fuerza y la velocidad. Más allá de sus rivales.
Antes de que el nutrido grupo la alcanzara, la Gata saltó nerviosa sobre ellos, con las fauces abiertas mostrando sus agudos colmillos, y las garras por delante. El impacto fue temible. La mujer clavó sus largas uñas y sus dientes en la tersa carne de los jóvenes, desgarrándola, mutilando, bañándose en sangre. Los apartaba a manotazos, los destrozaba con un solo mandoble. Sus manos y sus pies se hundían en la blanca tela del kimono, arrancándola, llenándola de un sucio rojo de sangre fresca. El ruido de sus feroces gritos de animal se mezclaba con los agudos chillidos de sus víctimas, y el sordo crujir de los huesos y la carne.
La batalla apenas duró unos minutos, y el final resultó el previsto.
Ningún asesino, por muy entrenado que estuviera, habría podido separar en este día a Catwoman de su auténtico objetivo. Nadie la alejaría de Shiva.
Pronto la mujer estuvo quieta en el centro del tatami, cubierta por completo de la sangre de sus enemigos, y rodeada de cuarenta pedazos de carne, heridos y gimoteantes, arrojados por el suelo con desprecio. Y sonreía, cruel y demente, con los dientes llenos de un rojo que goteaba por su largo cuello de felino.
– ¿Eso es todo lo que puedes arrojarme, puta? – mascullaba feroz –. Trae a las huestes del infierno si quieres, y a todos los ángeles del cielo y a los héroes del mundo… no importará… de un modo u otro, hoy me vestiré con tu piel.
Y ése fue el único momento en su vida en que Lady Shiva realmente tuvo miedo.
¿Qué clase de monstruo había creado? ¿Y si tal vez se le hubiera ido de las manos su maravilloso entrenamiento? ¿Quizá la Gata era en verdad… peligrosa?
Pero estos pensamientos duraron apenas segundos en la mente de la asesina.
Tenía que enfrentarse a ella, y tenía que vencerla. Era necesario que hoy Shiva derrotara a Catwoman, o su puesto en la Liga de las Sombras se vería realmente comprometido. ¿Quién volvería a respetarla, si caía en batalla contra una estúpida mujer occidental sin experiencia?
Ella era Lady Shiva, la Mano de la Muerte, la hermosura letal de la Parca.
Y tenía que vencer…
Aunque eso significara matar a su enemiga, y enfrentarse después a la ira del Murciélago. Ya tendría tiempo para eso más tarde. Mejor planear las batallas de una en una…
– ¿Me estás intentando provocar, gatita? ¿Delante de los míos? No creo que eso sea muy juicioso…
– No quiero provocarte… Quiero tu cabeza.
Y diciendo esto, Catwoman se abalanzó sobre Shiva.
El salto fue portentoso, digno de la más ágil de las bestias, y el impacto resonó como el trueno que amenaza tormenta. La mercenaria estaba preparada para muchas cosas, y sus movimientos habrían podido ser brillantes en cualquier otra clase de batalla… pero estuvo indefensa contra algo así. No pudo ni girar, ni esquivar el envite, cuando el flaco saco de huesos en que se había convertido la Gata golpeó contra ella.
Y la inercia les llevó a través de la ventana.
Catwoman había perdido la razón, había olvidado cualquier sentido que tuviera en el pasado, y sólo llenaba su mente una cruel e insaciable sed de sangre. En ese momento le daba igual morir, o sufrir nuevamente los horrores del sótano, con tal de que Shiva no viera un nuevo amanecer.
Y su salto fue tan brutal, tan salvaje e incontrolado, que el impulso venció sin remedio las fuertes piernas de la asesina, empujándola hacia atrás sin apenas detenerse. Golpearon a toda velocidad contra la mampara de cristal reforzado, dos cuerpos musculosos llevados por la furia de la venganza, y la hicieron añicos en el acto.
Un mar de cristales despedazó la espalda y los costados de Shiva, derramando su sangre sobre la blanca nieve del Himalaya. Los dos seres cayeron sin control por la escarpada ladera, deslizándose raudas sobre el suave lecho de montaña. Y ni siquiera entonces se soltaban. Estaban dispuestas a morir gratamente, con tal de que no fueran solas al otro mundo…
– ¡Loca, vas a matarnos! – gritaba la mercenaria.
– Yo estoy a bien con el Cielo, perra… – le contestaba Selina riendo –. ¿Y tú…?
Así, el largo y cruel descenso se prolongó durante muchos segundos, ganando velocidad, acercándolas a la muerte. El viento silbaba a su paso, cortando su pálida carne como si estuviera hecho de acero, congelando sus huesos. La roca emergía de vez en cuando del blanco manto nevado, destrozando sus brazos y piernas, abriendo enormes heridas sangrantes.
Era el momento de actuar.
Catwoman deseaba la muerte de su enemiga más que cualquier otra cosa en el mundo, pero no estaba loca. Aún le quedaban muchas más cosas por hacer en la vida, y no estaba dispuesta a morir en una escarpada ladera del Tíbet, sino en la viejas calles de Gotham. Así que decidió poner los medios para evitarlo…
Con un rápido movimiento, hundió sus garras en los ojos de Shiva, hiriéndolos de gravedad. Luego, en el mismo segundo y el mismo movimiento, escurrió una pierna entre su cuerpo y el de su enemiga, estirándola al momento, alejándola de ella.
Shiva gritó una última vez a lo lejos, mientras se perdía en el gigantesco alud de la montaña, como el vago recuerdo de una espantosa pesadilla.
– ¡Noooooooooooooooooooo!
Pero a eso la Gata ya no le prestó la más mínima atención. En su lugar, clavó las uñas en el grueso campo nevado, frenando la terrible velocidad a la que descendía. No resultó fácil, y lloraba de dolor mientras las uñas eran arrancadas por la inercia de la caída, y los huesos de sus manos se hacían pedazos como guirnaldas al aire,… pero al fin se detuvo. Tras unos segundos que le parecieron siglos, y una agonía como no había sufrido nunca, terminó frenando, en mitad de la montaña, y quedando colgada a varios kilómetros del suelo.
Ya sólo tenía que volver a escalar, sola y desnuda, sin equipo ni oxígeno, la larga caída que acababa de detener. Imposible…
Por suerte, ahora ya no estaba dispuesta a morir. Ya no.
Los cuarenta hijos de R´as al Ghul que aquel día pretendieron desafiar a Catwoman, y sufrieron por ello la derrota más cruel y dolorosa de sus cortas vidas, estaban ahora asomados al ventanal roto, observando. Habían olvidado ya el dolor de sus profundas heridas, y la vergüenza del fracaso, borrados por la necesidad de saber qué sería de su maestra. Más aún, cuál de las dos terribles mujeres vencería hoy en su duelo definitivo.
Y no tuvieron ninguna duda al respecto cuando contemplaron la escasa y sangrienta figura desnuda que trepaba sola por encima de los restos del alud. Sin equipo, sin ayuda, sólo respaldada por su invencible coraje y su afán de sobrevivir.
Y cuando puso una mano, herida y rota, sobre la manchada superficie del tatami, los cuarenta guerreros la miraron, incrédulos. Nadie hablaba, porque nadie sabía qué decir, pero tampoco se atrevían a tocarla, ni a hacer nada que pudiera llamar su atención.
Hasta que Catwoman se giró hacia ellos, y con una mirada de inmensa cólera, más furiosa que los pozos del infierno, susurró:
– Yo soy ahora vuestra nueva líder. Me serviréis con la misma lealtad que profesabais hacia Shiva, porque yo os he enseñado la última lección. Ahora sabéis cómo muere un guerrero: sacudiendo con su alma los cielos y la tierra. Que la muerte de Shiva os muestre que todo hombre y mujer, por temido que sea, habrá de hallar un día alguien aún más temido.
» Ahora llevadme a Gotham de una maldita vez…
Y diciendo estas palabras, se derrumbó sobre el tatami, inconsciente al fin.
El Día D
En los cielos de Gotham, 23:31 h.
Las oscuras siluetas se escurrieron veloces sobre el tupido manto de la noche sin luna. Eran listos, y hábiles, y conocían bien su tarea.
Catwoman apartó al instante los recuerdos de su cabeza, y se centró en lo que estaba viendo. Ya habría ocasión más tarde de recordar su definitiva pelea contra Lady Shiva, y la muerte de ésta. Si es que había un “más tarde”.
Ajustó los aumentos de sus prismáticos, y recorrió de un vistazo la planta superior del Edificio Siracusa. Cien sombras casi invisibles saltaban desde las azoteas más próximas, valiéndose de pequeños equipos de ala delta para recorrer las traicioneras corrientes de aire entre los bloques de cemento, surcándolas, aprovechándose de ellas para volar como pájaros hasta su objetivo. “Como buitres, más bien”, pensó la Gata.
Eran los temidos asesinos de la ryu Axura, los mercenarios más caros del mundo, y los más infalibles. A sus espaldas lucían con orgullo miles de años de trabajos cumplidos, de muertes por encargo sin un solo error, de frialdad y eficacia. Hoy estaban dispuestos a volar en pedazos toda Gotham City, por orden del maligno señor del crimen Marko Esteven, como parte de su horrenda venganza por un asunto que debió morir hace una década.
Pero que, desde luego, iba a morir hoy. De una forma o de otra…
– Están llegando, Maestra – murmuró en japonés una escueta voz al oído de Catwoman.
– Lo veo, Aki – respondió ella, en la misma lengua –. ¿Están listos los tuyos?
– Preparados como siempre, Maestra. Oráculo informa de que la fiesta progresa de forma animada en el dirigible. El blanco aún no ha demostrado su maldad. El héroe lo controla de cerca.
– Sí, estoy segura de que no lo va a perder. No creo que Marko actúe hasta que llegue el Alcalde, justo para el encendido de luces a medianoche. Los Axura están empezando a situarse. Colocaos en posición y aguardad mi señal. No debemos precipitarnos. ¿Entendido?
– Desde luego, Maestra. Sabes bien el odio ancestral que guardamos hacia los Axura, pero eso no se verá mezclado con la misión. Nuestro sagrado deber es lo primero. Esperaremos tus órdenes.
Catwoman cerró la comunicación, y esperó señales de Oráculo. Marko era una rata traicionera, y esta noche se jugaba todo a una sola carta. Tendrían que ser astutos si querían ganar… y tener una ciudad a la que volver después de medianoche.
En los cielos de Gotham, 23:41 h.
– ¡No me digas que te dijo eso, Bruce! ¡Ja, ja, ja! ¡Menuda zorra!
A esas horas, cerca ya de la medianoche, Bruce Wayne estaba realmente asqueado de la fiesta, pero seguía aparentando reír con ganas. Aquella noche toda la élite de Gotham, los más ricos e influyentes del Estado, se habían reunido en el interior del famoso Dirigible Finger para una suntuosa inauguración.
El zeppelín era un auténtico prodigio, casi tan grande como la propia ciudad, e ideado para albergar en su interior el llamado Museo del Aire. Un extenso y completo recorrido por la Historia de la Aeronáutica, desde los toscos aviones que conmocionaron la forma de luchar durante la Primera Guerra Mundial, hasta la conquista del espacio. Había salas con proyecciones históricas, y reproducciones a tamaño natural, y hologramas sobre las más importantes figuras de cada campo. A Wayne el que más le entusiasmaba era aquel viejo diseño de Leonardo sobre un hombre que vuela con alas… con alas de murciélago.
El dirigible tenía por lema “nunca aterrizar, siempre en los cielos”. En efecto, la idea era que aquel gigante pudiera sobrevivir eternamente en el aire, mantenido por los constantes vuelos de helicópteros que lo surtían de técnicos, pasajeros, piezas y alimentos. El turista llegaría en vuelo privado (y astronómicamente caro, por supuesto), y tendría ante sí cuarenta salas de exposiciones, veinte restaurantes, dos boleras y un cine. Todo por la cultura…
Aquella noche sería la inauguración oficial. El Alcalde Hull lo había convertido en un circo, con más de doscientos invitados, a cual más rico y más borracho, brindando a la salud de la ostentación más baja e innoble que pudiera imaginarse. Y cuando todos hubieran reído y esnifado dando las gracias a su generoso Alcalde, entonces llegaría él, feliz e histriónico, un enorme jefe de pista para la actuación más bochornosa: el encendido de las gigantescas luces del zeppelín. Tres inmensos focos que alumbrarían para siempre la cruel noche de Gotham.
“Hay cosas que no merecen ser enseñadas”, pensó Wayne.
Pero en este día especial, el millonario Bruce Wayne no se limitaba a disfrazarse con su habitual pantomima de play–boy aburrido. Hoy además tenía que vigilar a otro de los invitados. Marko Esteven. El más poderoso jefe del crimen después de la muerte de Tony Vega (a sus manos, por supuesto), y que había urdido el horrible plan de volar en pedazos el Edificio Siracusa para llevarse consigo toda la ciudad de Gotham. Hubiera preferido ser Batman hoy, y estar allí, y pelear directamente con los salvajes asesinos que debían encontrarse justo en este momento colocando las bombas,… pero sólo Wayne había sido invitado a la fiesta, y alguien debía controlar a Marko, para evitar que cumpliera sus locos sueños. De modo que le correspondía a Catwoman ocuparse de los ninjas…
No es que Batman confiara mucho en la Gata, menos después de ver lo mal que le había parecido el entrenamiento que él había ideado para recuperarla… pero no tenía muchas más opciones. Robin ya no actuaba con frecuencia a su lado, y Nightwing tenía trabajo en Blüdhaven. ¿Quién le quedaba entonces…? ¿Batgirl? ¿La Cazadora?
Tal vez Catwoman se merecía una oportunidad en este caso concreto…
- ¡Señoras y señores! ¡Con todos ustedes, el Alcalde de Gotham City, el Excelentísimo David Hull!
Las luces se giraron hacia la puerta, y una oronda y grasienta figura sonrió a los invitados, mientras éstos aplaudían por compromiso. Estaban tan colocados de champán y cocaína que seguramente aplaudirían igual si entrara Ronald McDonald. Wayne hizo el mismo papel, pero vigilando de reojo a su enemigo. Y en un rápido movimiento de manos del que nadie se percató, oprimió un diminuto botón oculto en su reloj de pulsera.
La fiesta empezaba…
En los cielos de Gotham, 23: 55 h.
Al instante, Catwoman recibió la señal, por medio de la voz electrónica y distorsionada de Oráculo.
– ¡Alerta! ¡El Alcalde ha llegado! ¡Preparaos!
La Gata sonrió. Era su momento. Observó a sus pies la hermosa imagen de la ciudad que consideraba suya, por derecho de nacimiento, pero también de conquista. Y parecía como un enorme surtido de joyas, caras y refulgentes, esperando la avispada ladrona que supiera reclamarlas.
Y ella era la mejor ladrona del mundo…
– Es el momento, Aki. Dispón a tus hombres. Voy a entrar.
Se giró hacia el piloto, y les bastó una sonrisa para entenderse. Abrió la portezuela, y un viento cruel y helado azotó sus pobres huesos. A los gatos no les gusta nada el frío…
Se ajustó el paracaídas, y saltó.
La altura era impensable, demencial, un horror como nunca hubiera supuesto. Eso es lo que lo hace divertido… Dejó que el viento atroz y las gélidas temperaturas la acunaran, mientras la antes lejana visión de Gotham volaba hacia ella a toda velocidad. Sonrió. La adrenalina es un poderoso adictivo, y mucha gente muere cada año buscando su dulce beso. Catwoman ya la había probado en demasiadas ocasiones, y aunque sentía placer al notarla en sus venas, no se veía arrastrada en su loca persecución, como otros. Ella no era Deadshot…
De modo que, al notar el suave zumbido del altímetro en su costado, avisando de que estaba cerca ya del límite de seguridad, tiró de la anilla. Y el duro frenazo del paracaídas golpeando contra el viento casi la parte en dos. La resistencia del aire era inmensa a semejante velocidad, pero le salvó la vida. Casi llega en pedazos, pero es mejor que caer a plomo sobre el asfalto.
Cuando estaba en el Himalaya se juró a sí misma que no moriría allí, sino en su adorada Gotham… pero aún tenía mucho tiempo para eso.
El resto del descenso fue suave y tranquilo. Mejor. No habría demasiada tranquilidad en adelante.
Planeó como una hermosa paloma sobre la azotea del Edificio Siracusa, y dejó que las corrientes de aire la mecieran hasta el suelo. Luego desabrochó el arnés de seguridad, y arrojó el paracaídas a un lado. No quería distracciones.
El tejado se mostraba oscuro y silencioso, como si no hubiera pasado un alma por allí en al menos cinco siglos. Pero ella sabía que estaban. Que la esperaban.
Debieron contemplarla mientras descendía, y esperarla ocultos con sus armas prestas, dispuestos a derramar su sangre con ardor. Pero la Gata no iba a ponérselo fácil.
– ¡Sé que estáis ahííííí! – murmuraba juguetona –. ¡Vamos, chicos, no tengo todo el día! ¡Salid aquí y dejad que os mate de una vez!
Pero nada se movía en la azotea.
De modo que tuvo que ser ella quien diera el primer paso.
Rebuscó en su completo cinturón de trucos, y al lanzar la mano hacia la poblada oscuridad, volaron tres largas cuchillas negras, tan afiladas como puñales, que se hundieron en silencio en la carne de sus enemigos. Las Uñas de Gato. Dos menos…
Luego desenroscó su famoso látigo de nueve colas, que llevaba atado alrededor de la cintura, jugó unos segundos con la férrea empuñadura de cáñamo, y entonces atacó. Las puntas golpearon con saña en el cuello y las manos de otros dos asesinos ocultos, que sin embargo en ningún momento gritaron ni emitieron quejido alguno.
– ¿Es suficiente, chicos? ¿He logrado convenceros de que no podéis escapar de mí?
Y aún seguía sonriendo. Incluso cuando tres ninjas silenciosos emergieron de la noche con sus espadas al aire, intentando encerrarla en su mortal tenaza de cobardes. Ni siquiera entonces dejó de sonreír.
Aprovechando la distancia que aún les separaba, Catwoman usó una vez más su terrible látigo, desarmando, con un solo giro de muñeca, al ninja que se le acercaba por la izquierda. Sin detenerse, giró hacia la derecha, y su mano lanzó contra el suelo cinco diminutos proyectiles explosivos. El ruido desconcertó por un instante al mercenario, lo cual aprovechó la Gata para romperle la mandíbula con el mango de su látigo.
Bombas de oscuridad…
Un pequeño regalo del Murciélago, que llenó la azotea de un humo espeso y negro, inventado hace siete décadas, pero que aún seguía funcionando de la misma manera. No había en el mundo visión humana ni aparato tecnológico que pudiera atravesarlo, salvo las propias lentes especiales que Batman le había regalado. Los asesinos nunca pudieron verla saltar, ni arañarles la cara con sus garras impregnadas de anestésico.
En apenas un minuto, el tejado estaba limpio.
– Aki, primera fase concluida. Voy a bajar…
Abrió las puertas exteriores del ascensor con sus garras, se sujetó a los largos cables, y empezó a descolgarse. Y aún seguía sonriendo. “La verdad es que, con los años, había llegado a olvidar lo divertidas que son estas cacerías nocturnas…”
En los cielos de Gotham, 23:57 h.
– ¡Gracias por este caluroso recibimiento, amigos míos! – gritó Hull, mientras la retumbante megafonía le hacía un eco cruel –. Hoy es un día de celebración… de alegría por lo que hemos conseguido… de compartir la tecnología que nos ha brindado nuestro esfuerzo. Hoy la conquista de los cielos es una realidad. Hoy ha nacido… ¡el Dirigible Finger!
Y un sonoro aplauso le envolvía. Estaba feliz, satisfecho de sí mismo. Levantaba los brazos al cielo, y los flashes brillaban a su alrededor.
– Espero que tengáis todo preparado – susurraba Wayne a su oído –, porque nuestro amigo Marko empieza a ponerse nervioso, y le estoy viendo juguetear con el mando a distancia de los explosivos. Supongo que ya habrás controlado la situación, ¿no, Catwoman?
El héroe estaba nervioso, y apretaba las mandíbulas con furia. Se sentía frustrado… impotente. Por primera vez en una década, no iba a depender de él resolver este caso.
En los cielos de Gotham, 23:59 h.
Por fin.
El momento se acercaba. En apenas unos segundos, llegaría la propicia señal electrónica, y sería tiempo para la destrucción de Gotham.
Diablo, el macabro líder de la Hermandad Axura, sonreía confiado al recordar el producto de su obra. El pequeño explosivo que volaría todo en pedazos.
Les había parecido insultantemente fácil invadir el Edificio Siracusa, eliminar a los guardias de la forma más rápida y discreta, e introducirse en los túneles subterráneos que conectaban con las obras municipales. Concretamente, con las canalizaciones del gas. Aunque a su lado estaban las de la luz, el agua, el teléfono…
Cuando Diablo conectó el diminuto aparato explosivo (no mayor que una caja de zapatos), supo que, en el momento de apretar el botón, toda Gotham retrocedería unos cuantos millones de años en el tiempo. Sin luz, sin gas, sin agua potable… La catástrofe sería horrible, como nunca se ha visto (salvo quizá después de aquel terremoto de hace un año…). El mundo temblaría al observar el horror que habían desatado, y nadie volvería a dudar jamás de las capacidades de los Axura.
Era como una demostración de fuerza…
Pero para eso, antes había que escapar muy lejos de la explosión. Diablo acababa de conectar los últimos cables del entramado, y huyó corriendo por los viejos túneles de servicio. Pronto llegaría a la portezuela que conectaba con la red de Metro, y allí sería fácil mezclarse con la multitud de idiotas inconscientes que marchaban despreocupados hacia su última velada.
Y después, la libertad…
– Espero que no estés intentando huir… – dijo una voz femenina a su espalda.
El ninja se giró asombrado. ¿Quién podía estar en aquellos mismos túneles? ¿Quién sabría con antelación lo que pensaban hacer…?
Y al volverse, un profundo escalofrío recorrió su espalda. Una visión… No, era imposible, él la vio morir… él la había matado…
De entre las sombras, despacio y juguetona, llegó una delgada figura femenina, vestida con un ajustado uniforme de cuero negro, armada con un peligroso látigo de nueve colas, y protegido su rostro bajo una gruesa máscara con forma de gato.
Catwoman…
La misma Catwoman a la que él pensó haber matado en el viejo almacén…
– Hola, Diablo – murmuró entre sus labios carnosos y su lengua traviesa –. Hacía mucho que quería tener una cita contigo… La última fue tan… caliente… Ummm… Me dejaste con ganas de más, ¿sabes?
– No… no puedes ser ella… es un truco… ¡un montaje!
– Eso crees, ¿chiquitín? Oh, vamos, pensaba que aquella noche que pasamos juntos te había dejado huella, y ahora veo que ni siquiera me reconoces…
Con un movimiento instintivo, Diablo extrajo de su cinturón dos pequeñas estrellas voladoras, dos letales shurikens de puntas envenenadas, que lanzó contra la mujer. Pero ella apenas necesitó un giro veloz para detenerlos con el mango de su látigo. Y los dejó caer al suelo con despreocupación.
– Vaya… veo que te gusta usar juguetitos… no pensé que fueras de ésos…
– ¡Cállate, zorra! – gritaba el asesino, nervioso y descentrado, hasta el punto de que la Gata no tuvo más que seguir caminando lentamente para llegar hasta él.
Diablo intentó lanzar una patada a la yugular, y un golpe con la mano plana hacia las costillas, pero ambos fueron sencillamente detenidos por la ladrona. Luego una rodilla hacia la cadera, los dedos como puñales en dirección a los ojos, y el codo hundido en la sien… pero ninguno de ellos alcanzó su objetivo.
Golpes mortales, desperdiciados en el aire. Detenidos con inmensa facilidad, como si la Gata estuviera sólo jugando con él. Como si no fuera más que un ratón al que torturar, antes de zampárselo.
Y en ese instante, desquiciado e inútil, el mercenario actuó del único modo que sabía: desenvainó su espada. La ninjato, la clásica hoja corta y recta de los asesinos.
Catwoman sonrió todavía más.
– Sabes que eso no va a conseguir más que cabrearme, chaval… así que mejor vuelve a meterla en su funda, y empieza a tratar a una mujer como se merece.
Diablo apretó los dientes, y la furia se le escapaba como por la boca de un volcán en erupción. Giró la muñeca con destreza, y la corta hoja de acero dibujó una espesa cortina de reflejos y muerte. Nadie habría podido salir vivo de allí… sólo Catwoman. La Gata saltó hacia atrás con la agilidad de un cazador, al tiempo que enroscaba su látigo en torno a la espada. Después, le bastó con cruzar sus afiladas garras por el camino convulso de las muñecas de Diablo, y luego tirar del látigo, y su enemigo estuvo desarmado.
El ninja la observó con el más puro terror dibujado en su mirada. ¿Quién era aquel ser, que sobrevivía a la muerte y el fuego, y era capaz de jugar con él como si no fuera más que un novato?
– No… Es imposible… Nadie puede hacer eso… Ningún bastardo de Occidente domina las técnicas del ninjitsu como Diablo, señor de la ryu Axura. He pasado toda mi vida entrenando para conseguir el nivel de excelencia que ahora poseo, he sufrido tormentos y flagelaciones sin número para convertirme en quien ahora soy… No puedo aceptar que tú me superes…
– “La voluntad lo es todo” – respondió la ladrona, como una cantinela memorizada que sólo ahora podía al fin entender –. “La fuerza física no es nada. La voluntad humana puede concentrarse para crear fuerza, o resistencia, o agilidad, o astucia, o todas ellas juntas. Pero ninguno de esos valores puede crear voluntad. Es la virtud suprema, y la suma de las demás”. Y yo poseo la voluntad más invencible de todas, Diablo…
El asesino quedó pálido, petrificado. Él ya había oído esas lecciones antes…
– Tú… tú… ¿eres discípula de R´as? ¿Eres una de las Hijas de las Sombras?
– No pertenezco a ningún grupo ni sociedad, si es eso lo que preguntas, chico, pero sí es cierto que he aprendido muchas cosas a lo largo de mi vida… y no demasiadas son gratas. Cuarenta asesinos de la Liga de las Sombras trabajan ahora para mí, y han dado ya buena cuenta de los tuyos en el interior del edificio, donde les estaban esperando desde hace horas. Igual que yo he dado buena cuenta de ti, y de tu plan…
Y en ese instante, el ninja la miró por primera vez a los ojos… y sólo entonces comprendió a qué clase de persona se estaba enfrentando. Y quién sería el ganador.
Una parábola, 23:59 h.
Cuenta una vieja historia japonesa que un día se encontraron dos samuráis a ambos extremos de un puente. El camino era estrecho, y no cabría más de una persona a la vez. Ambos eran guerreros veteranos, curtidos en muchas batallas para su señor, y honorables. Pero los dos llevaban prisa, y no estaban dispuestos a dejar pasar al otro antes. De modo que desenvainaron las espadas, y se dispusieron a luchar.
Pero entonces se encontraron sus ojos. Cada uno miró al interior del otro samurái, a lo que bullía en su alma más secreta. Y de algún modo, se encontró a sí mismo. Supieron al instante que ambos estaban igualados en su destreza con las armas, así como en su espíritu y su honor.
De modo que envainaron de nuevo las espadas, y cada uno volvió por el camino del que había llegado.
En los cielos de Gotham, Medianoche.
– ¡Ha llegado la hora, queridos ciudadanos! ¡Con este botón comienza el futuro! ¡Con esta inauguración, Gotham es al fin libre! ¡El futuro es nuestro!
Y mostrando sus dientes en una sonrisa falsa de político, David Hull conectó el sistema de encendido de luces. El Dirigible Finger pareció cobrar vida de pronto, con tres enormes focos de luz azul instalados en su base, alumbrando la oscura noche como faros que guíen a marinos del cielo. Su aspecto era blanco e inmenso, de una tela gruesa y exclusiva, decorada con rojas guirnaldas, con un cuerpo obeso y grasiento lleno de helio. Solo, en mitad del polucionado aire nocturno, más parecía un gigante volador que viniera a traer la venganza sobre los malvados corazones de Gotham.
Con los años se perderían las guirnaldas, y el blanco se volvería gris, y luego negro, pero si había suerte, quizá el presuntuoso Dirigible Finger se convirtiera desde entonces en parte habitual del macabro decorado de la ciudad sin ley.
Marko Esteven intentaría que no quedara ciudad que alumbrar.
Sonrió, con un aire malicioso. Aislado, apartado voluntariamente del resto de la gente, sacó del bolsillo del pantalón un diminuto mando a distancia. Había llegado el momento. En el mismo instante en que él apretara el botón, Gotham saltaría por los aires, con sus enormes conducciones de gas ardiendo como pozos del infierno, y los barrios cayendo uno tras otro en el roto subsuelo, y el fuego emergiendo cruel sobre el asfalto, consumiéndolo todo. Consumando su venganza.
Sonrió, y jugueteó con el mando entre sus grasientos dedos.
Mientras, Bruce Wayne empezaba a sudar.
– Se acerca el momento. Marko va a pulsar el botón. Selina, ¿lo has conseguido? ¿Está desconectada la bomba? ¿Selina? ¡Selina!
Pero nadie contestaba.
A varias millas de distancia, bajo el suelo de Gotham, Catwoman podía oír los gritos desesperados del que había creído el hombre de su vida, y Diablo podía oírlos también. La única reacción de la Gata fue apagar su radio.
Marko miró a los ojos del Alcalde Hull, el hombre que pretendió librarse de su tenaza, y al que ahora deseaba ver muerto, igual que al resto de su cochina ciudad… y apretó el botón.
Continuará...
Referencias:
(1). Todo esto ocurrió en la saga “Batman: Silencio”.
Reseña del 17 de junio de 2008:
ResponderEliminarUn número realmente bueno. Si los capítulos anteriores mostraban ya un nivel excelente, colocando poco a poco todas las piezas de la historia, Gabriel Romero se luce pero bien en esta quinta parte de la saga, sorprendiendo con un inicio espectacular que te obliga a seguir leyendo sin parar.
El enfrentamiento a muerte entre Lady Shiva y Selina en el pasado resulta brutal, pero lo que me ha gustado aún más ha sido ese final de escena inesperado, que sirve para mostrarnos a Catwoman asumiendo un nuevo papel que no era nada fácil de prever. ¡Genial!
Por otro lado, la segunda parte del número tiene un ritmo muy conseguido, y destaca además la caracterización del personaje protagonista: no cabe duda de que Gabriel ha “modelado” a Catwoman hasta hacerla suya en tan solo unos pocos episodios.
Resumiendo: un número trepidante que eleva aún más la calidad de una saga por otro lado sobresaliente.