JLA nº 10

Titulo: Silent Bay (II)
Autor: Jeronimo Thompson
Portada: Edgar Rocha
Publicado en: Mayo 2008

Descubre el terrible secreto de Silent Bay en el final de esta terrorífica aventura!
En un tiempo de crisis, los héroes más grandes del mundo se unieron para luchar contra el mal. Sus miembros pueden cambiar pero la lucha por la justicia continua. Ellos son …
JLA creado por Gardner Fox
-Lo siento, Pete. No puedo autorizar una ampliación de tu préstamo. Eso iría en contra de las directrices que nos marca la oficinal central-.
-Pero Jim... Sabes que os devolveré el dinero en sólo un par de meses...-.
-No te pongas en evidencia, Pete. Ya te he dicho que lo siento, pero no puedo ayudarte-.
Pete y Jim vivían en una pequeña ciudad de la costa este de los EEUU, y se conocían desde que ambos iban al colegio. Pete abandonó pronto los estudios, y había dedicado su vida a levantar de la nada una importante empresa de distribución de productos congelados. Sin embargo, dos semanas atrás, uno de sus empleados cometió un gravísimo error que tuvo como consecuencia la pérdida de tres cuartas partes de toda su mercancia, y el Seguro se había negado a cubrir el coste. Pete se había visto obligado entonces a acudir al banco, con la esperanza de obtener una ampliación de su préstamo que le permitiera afrontar las deudas que amenazaban con arruinarlo.
Jim, empleado de categoría media en aquella entidad, sabía que Pete dirigía un negocio económicamente saneado, y que con toda seguridad sería capaz de recuperarse si le daba el dinero que éste solicitaba. Sin embargo, la ampliación de su préstamo excedía ligeramente el porcentaje autorizado por la central, y aunque era consciente de que si quería podría arreglarlo para ajustar las cuentas internas, había decidido no concedérselo. Sólo por mejorar un poco su imagen frente al director de la sucursal; un viejo enjuto y desagradable, que por otra parte, había estado haciéndole la vida imposible desde que comenzó a trabajar allí.
Pete abandonó la oficina del banco desesperado, sabiendo con certeza que lo iba a perder todo. Jim se quedó a solas, en silencio, dándose perfecta cuenta de que había destrozado la vida de un hombre. Sólo por ahorrarle un porcentaje miserable a una entidad que ni siquiera lo trataba con respeto; por sumar puntos para un ascenso que posiblemente no llegaría nunca. Jim se sentía sucio, y aunque aún no había tenido tiempo de pensarlo conscientemente, ya se había juzgado a sí mismo y declarado culpable.
Jim se levantó entonces de su cómodo sillón anatómico. Salió a la calle, y montándose en su viejo Chevrolet, abandonó la ciudad sin avisar a ninguno de sus amigos o parientes más cercanos. Viajó durante todo el día. Al llegar la tarde comenzó a desviarse por carreteras secundarias que se encontraban cada vez en peores condiciones. Y poco después de que se ocultara el sol, llegó a Silent Bay. Dejó su coche en la calle principal, y fue directo a un maltrecho hostal con fachada de madera. El recepcionista, un hombre de aspecto descuidado y ensimismado, le ofreció la llave de su habitación añadiendo a continuación:
-Después tendrá que reunirse con el Alcalde-.
 Wonder Woman respiraba de forma entrecortada en la oscuridad.
La joven vestida con un uniforme de la Universidad de Yale había desaparecido. El hombrecillo desquiciado que acababa de arrancarse un diente frente a ella también, al igual que la escasa luz que había iluminado aquel estrecho callejón, tan pronto como se ocultó el sol bajo el mar brumoso que bañaba la costa de Silent Bay.
Diana se había enfrentado a un número incontable de amenazas a lo largo de su carrera; muchas de ellas capaces de poner los pelos de punta al más templado de los héroes. Sin embargo, sola en la oscuridad, en las mismas entrañas del inquietante pueblo de Silent Bay, se veía incapaz de contener una inesperada y creciente sensación de terror que iba apoderándose de ella. Un miedo irracional que le atenaza el estómago, y no podía apaciguar con su sola voluntad.
Antes de que tuviera la oportunidad de reaccionar, Wonder Woman sintió que el suelo del callejón, hasta ese momento firme y arenoso, comenzaba a perder solidez; a volverse blando, e incapaz de soportar el peso de la heroína. Diana trató entonces de retroceder en la dirección en que pensaba que se encontraba la salida del callejón con la esperanza de reunirse con J’onn, pero el suelo ya había adquirido una apariencia gelatinosa que apenas le permitía desplazarse.
En pocos segundos se vio obligada a utilizar sus manos para poder seguir avanzando, de forma que su rostro quedó finalmente a poca distancia de aquella materia blanduzca que la intoxicaba con su olor nauseabundo. Diana miraba hacia adelante con desesperación, buscando las luces que debían iluminar la calle principal a la que desembocaba el callejón, pero aquella oscuridad densa y pegajosa se encontraba allí donde girara la cabeza, y no conseguía localizar ningún punto de luz que le sirviera de referencia, o simplemente le dejara ver en qué se había convertido el suelo; aunque bien era cierto que en un rincón muy profundo de su mente, no lamentaba ignorar la apariencia de aquella masa gelatinosa que ahora la aprisionaba.
Sus manos y pies estaban firmemente hundidos en el suelo, ahondando más en él conforme ponía mayor empeño en liberarlos. Su rostro estaba cada vez más próximo a aquella cosa. El olor la envolvió con una presencia casi física asfixiándola con su hedor, hasta que llegó un punto en que pudo sentir su propio aliento sobre su rostro, puesto que el suelo se encontraba ya a un par de centímetros escasos de su nariz.
Wonder Woman se vio irremediablemente engullida por la masa gelatinosa.
J’onn J’onzz perseguía a una mujer que rondaba los cuarenta años a través de un largo y estrecho pasillo. La mujer estaba aterrada, y gritaba con auténtico pavor mientras miraba constantemente hacia atrás con ojos desorbitados. Hacia el Detective Marciano, que había adoptado una forma terrorífica, con huesos astillados que sobresalían a través de la piel rugosa que cubría ahora todo su cuerpo. J’onn no podía evitar hacer lo que estaba haciendo, y asistía impotente desde lo más profundo de su cerebro al movimiento desenfrenado de sus propios brazos y piernas, que parecían seguir los dictados de alguna influencia malsana que los controlaba.
Así, uno detrás de la otra, recorrieron el trazado zigzagueante del pasillo hasta desembocar en unas escaleras de madera media podrida, por las que se lanzaron apresuradamente. A mitad del descenso, sin embargo, ella resbaló y cayó rodando, golpeándose fuertemente en la espalda y cabeza, aunque no por eso se detuvo un instante a dolerse de sus magulladuras. Se incorporó rápidamente, y viendo que la espeluznante figura demoníaca de J’onn casi la había alcanzado ya, siguió corriendo hacia un desvencijado salón.
La persecución se prolongó durante un tiempo interminable e indeterminado, mientras iban de una estancia a otra de aquella vieja casona que se había convertido en el infierno particular de ambos. Pasaron por la cocina, por un cuarto de baño, por varios dormitorios... Ella siempre a punto de ser atrapada; siempre escapando en el último segundo de las garras afiladas del Detective Marciano. Hasta que finalmente bajaron al sótano, donde ella se hizo con un sierra medio oxidada de mango de madera, que encontró colgada junto a otras herramientas en una de las paredes.
-Aléjate de mí, monstruo... –sollozó la mujer de mediana edad, blandiendo su sierra de metal con manos temblorosas.
J’onn sonrió muy a su pesar con una sonrisa siniestra y llena de crueldad, justo antes de volver a lanzarse sobre ella en busca de su cuello; momento que ella aprovechó para fintar hacia un lado, y cortar su antebrazo izquierdo de un solo tajo. El Detective Marciano lanzó entonces un grito desgarrado que hizo temblar los mismos cimientos de la casa; la observó con ojos hipnotizantes durante un breve instante, y a continuación, recogió el brazo empapado de sangre que había caído sobre el suelo mohoso del sótano, y lo colocó junto a su correspondiente muñón sanguinolento para que rápidamente quedara unido a él.
La mujer gimió de nuevo aterrorizada, huyendo hacia una puerta situada en el otro extremo del sótano en el mismo momento en que J’onn volvía a correr tras ella. Una puerta de madera carcomida que les llevó directamente... al pasillo zigzagueante de la segunda planta de aquella vieja casa, en el que había comenzado todo.
La persecución volvía a empezar.
Aquaman retrocedió lentamente hacia el agua que bañaba el pequeño muelle de Silent Bay. Aún no se había recuperado de la asfixia y la resaca tóxica provocadas por las aguas turbias que tuvo que cruzar para alcanzar este pueblo maldito, y por esa razón, trataba de recuperar el vigor perdido sumergiendo sus pies en las olas perezosas que llegaban hasta la playa. Sin embargo, el agua no le reanimó, como éste pudiera esperar, sino todo lo contrario: aquel líquido fangoso parecía estar absorbiéndole las escasas fuerzas que le restaban en su cuerpo debilitado.
Arthur se derrumbó otra vez, postrando sus rodillas sobre la arena. Por más que lo intentaba, no podía hacer otra cosa que observar impotente cómo el Alcalde avanzaba hacia él sin prisas.
–¿Por qué te empeñas en ponerte a la defensiva, Aquaman? –preguntó el Alcalde con voz inquietantemente afable. –No soy tu enemigo, ni pretendo hacerte ningún daño. A ninguno de vosotros, de hecho. Lo único que...-.
Antes de que el Alcalde pudiera completar su frase, Aquaman cayó de nuevo inconsciente sobre la fina arena negruzca de la playa.

Wonder Woman se hundía cada vez más en aquella masa blanda que había sustituído al suelo del callejón, precipitándose lentamente hacia las profundidades de Silent Bay. La superheroína había conseguido tomar aire y llenar sus poderosos pulmones de amazona antes de quedar totalmente cubierta, pero aún así, le costaba mantener la calma, y el oxígeno luchaba por escaparse de ellos.
Conforme se deslizaba hacia el fondo, la masa que la rodeaba comenzó a tomar la consistencia de la piel fría y pegajosa de un cadáver, hasta que sólo unos instantes después, fue consciente de que efectivamente, ahora se movía entre una cantidad abrumadora de cadáveres fláccidos que no llegaba a ver. Mientras se esforzaba en contener un vómito incipiente, Diana sintió que la vida no había abandonado completamente a aquellos cuerpos hacinados, y que podía percibir sus alientos entrecortados y casi imperceptibles en su espalda, en su nuca… En su rostro.
Wonder Woman se revolvió contra ellos tratando de abrirse camino hacia arriba y volver al callejón, pero no consiguió nada: la tremenda aglomeración de cadáveres la aplastaba bajo su peso, empujándola lentamente hacia la profundidad mientras se escurría entre ellos. En un momento dado, sin embargo, terminó deslizándose entre lo que parecía ser el último grupo de muertos en vida (o quizá vivos en muerte), y cayó a un vacío frío, húmedo y oscuro, para finalmente impactar con fuerza contra el fondo del abismo.
Fue entonces cuando vio dónde se encontraba.
Diana había llegado a un pequeño salón, apenas iluminado por la mortecina luz de la luna menguante que entraba por un ventanal. Y delante de ella, sentado en un sillón raído y de aspecto apolillado, como el resto del mobiliario que ocupaba aquella habitación, estaba un hombre impecablemente vestido, con traje negro, camisa negra, corbata negra y zapatos negros.
-¿Quién eres? –preguntó la amazona tratando de recuperar su entereza. -¿Y qué le has hecho a Zatanna?-.
-Soy el Alcalde, Wonder Woman, y no entiendo por qué os empeñáis en suponer siempre lo peor de mí –contestó aquel hombre mientras la miraba con una sonrisa distraída. –Si quieres, como muestra de buena voluntad, puedo traer aquí a tus compañeros para que se reúnan contigo...-.
Inmediatamente después de decir esto, aparecieron a su lado Aquaman, sin sentido, y J’onn, visiblemente exhausto, pero al mismo tiempo aliviado por haber recuperado el control de sí mismo.
-¿Por qué nos has atacado? –le recriminó Diana con tono agresivo, aún afectada por su paso a través del amasijo de cadáveres. -Te juro que si...-
-Tsk, tsk... –dijó él chasqueando la lengua. –No creo que éste sea el lugar más adecuado para hacer juramentos, Wonder Woman. Dios no va a escucharte aquí-.
Mientras el Alcalde pronunciaba estas palabras, Diana comprobó que Aquaman aún respiraba, aunque con cierta dificultad, y que el Detective Marciano recuperaba lentamente su habitual forma marciana, perdiendo en el proceso todas sus protuberancias óseas.
-Yo no soy responsable de nada de lo que os ha ocurrido –siguió diciendo el hombre vestido de negro. –Sois vosotros los que habéis venido aquí por vuestra propia voluntad; Silent Bay os ha recibido simplemente de acuerdo con su naturaleza-.
Wonder Woman, que no parecía dispuesta a aceptar ninguna de las explicaciones crípticas que le estaba ofreciendo el Alcalde, se preparó para saltar sobre él y golpearle sin piedad hasta que aceptara liberar a Zatanna. Sin embargo, el hombre vestido de negro intervino una vez más antes de que esto ocurriera:
-Está bien, amazona. No deseo enfrentarme a ningún miembro de vuestra legendaria Liga de la Justicia. Cálmate y te contaré mi historia; que es también la historia de Silent Bay-.
-Habla ya –le apremió Diana.
Muy bien, dijo el otro acomodándose en su sillón. Yo, aquí donde me ves, era un demonio del más alto rango que pudiera existir en el Infierno; y el más efectivo de los lugartenientes que servían a Lucifer. Estuve a su derecha en la batalla contra las fuerzas del Cielo, y como todos los demás, caí con él cuando perdimos. Durante eras permanecí junto a mi señor Lucifer, asistiéndole en el gobierno del Infierno, pero llegó el día en que... Bueno, podría decirse que tuve mis “diferencias” con él y decidí abandonar sus dominios para siempre. No sin antes exigirle una pequeña porción de aquella tierra de condenados, que pudiera regir yo sin interferencias.
Y debo reconocer que, a pesar de todo, Lucífer me apreciaba, porque terminó ofreciéndome un lugar muy especial, a medio camino entre el Infierno y el mundo terrenal, que no pertenecía a ninguno de los dos por completo: un lugar que posteriormente recibió el nombre de Silent Bay.
Al principio no tenía una identidad propia, más allá de ser una mera extensión del Infierno, pero conforme fueron pasando los siglos, y gracias a mi esforzada dirección, todo hay que decirlo, Silent Bay asumió un papel muy definido en el orden general de las cosas: este lugar sería un refugio para todos aquellos que, aún vivos, sintieran que ya habían sido juzgados y merecían un castigo.
Los muertos que tienen ese concepto de sí mismos acaban en el Infierno; los vivos, en Silent Bay.
Así que puedes creerme si te digo que yo no me dedico a la “caza” de almas, como si fuera un vulgar coleccionista de mariposas. Nunca me han ido ese tipo de juegos. Sólo me importa Silent Bay, y no guardo ningún interés por el mundo exterior ni sus habitantes, más allá de aquellos que decidan venir hasta aquí, por supuesto.
-No te creo, demonio –le interrumpió Wonder Woman. –Si no tienes interés en ninguno de nosotros, ¿por qué has capturado a Zatanna? ¿Qué quieres de ella?-.
-Te repito que nunca he “capturado” a nadie, Diana –respondió el Alcalde sin perder en ningún momento su tono conciliador. –Si Zatanna se encuentra aquí, es sólo porque ella así lo ha elegido-.
-Entonces, ¿qué fue lo que provocó el grito psíquico de socorro que alertó a J’onn J’onzz en la Atalaya? –exclamó Diana avanzando con gesto amenazante hacia él. -¡Déjame verla! ¡Demuéstrame que nos dices la verdad!-.
-Lo que sintió tu compañero no fue un grito de socorro, sino uno de pura desesperación, surgido de su garganta en los momentos previos a la aceptación de su condena autoimpuesta; justo antes de gozar del consuelo que proporciona recibir un castigo merecido. ¿Acaso habéis vuelto a captar algún otro “mensaje” de auxilio desde entonces?-.
Wonder Woman le observó desafiante, sin mostrar ningún signo de haber creído una sola de sus palabras. Mientras tanto, el Detective Marciano ayudaba a incorporarse a un Aquaman recién vuelto en sí, con el propósito de asistir a su compañera en caso de que ésta iniciara un ataque contra el Alcalde.
-Está bien –suspiró el demonio. –Podéis verla, y si tu amigo marciano se siente con fuerzas, incluso puede examinarla con sus poderes telepáticos para confirmar su identidad. Pero después os marcharéis. No pertenecéis aquí y vuestra presencia... Me incomoda-.
El Alcalde se desvaneció entonces en el aire, y poco después, se abrió una puerta situada tras el sillón donde había estado sentado. Con cierta reticencia, los tres se dirigieron hacia allí, descubriendo en la habitación semioscura del otro lado a Zatanna, acurrucada en una de las esquinas con la cabeza escondida entre sus piernas recogidas.
-Zatanna... ¿Eres tú? –preguntó Wonder Woman aproximándose con lentitud.
-Marchaos –respondió la maga entre sollozos. –No merezco vuestra ayuda-.
-No eres tú la que habla –repuso J’onn J’onzz en un murmullo. –Es este maldito lugar, que nubla tu mente con su vileza endemoniada-.
-Ven con nosotros, Zatanna –añadió Aquaman sin saber muy bien qué había ocurrido durante la última hora. –Nos enfrentaremos a todo un ejército de demonios si hace falta, pero te sacaremos de aquí. Eso tenlo por seguro-.
-No lo entendeis... –murmuró ella levantando unos ojos vidriosos de los que caían gruesas lágrimas negras que surcaban sus mejillas. –No quiero irme de Silent Bay. Debo quedarme-.
-¿Por qué? –intervino Diana con voz apremiante.
-Yo... Hice algo terrible... Algo imperdonable... A uno de los nuestros-.
-¿Pero qué fue lo que hiciste? –insistió Wonder Woman acercándose aún más a su compañera de equipo. -¿Y a quién?-.
-Lo siento... Lo siento mucho... Yo... Lo siento...-.
-¡Zatanna, respóndeme!-.
La habitación comenzó entonces a perder consistencia a su alrededor mientras Silent Bay se desvanecía, cambiando una vez más su posición sobre la superficie de la Tierra.
-Yo... Lo siento... Tuve que borrarle la memoria –fueron las últimas palabras que llegaron a oídos de los tres miembros de la Liga de la Justicia antes de verse envueltos por una bruma de color grisáceo, y quedar inmediatamente sin sentido.
Al despertar, se encontraron tumbados sobre la arena de una playa vulgar de la costa este norteamericana.
Silent Bay había desaparecido.

FIN

Nota del autor: Como supongo que ya sabréis, los hechos narrados en Crisis de Identidad no forman parte de la continuidad DC-AT, pero eso no significa que no podamos jugar con alguna de las ideas que se presentaron en aquel cómic; por ejemplo, con la posibilidad de que Zatanna haya borrado ciertos recuerdos de la mente de uno de sus compañeros de grupo por motivos aún por desvelar. Próximamente (quizá en esta misma serie, quizá en otra protagonizada por algún miembro de la Liga): más detalles sobre lo ocurrido.

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