Batman nº 16


Título: Archivo de casos de Batman: Interrogatorio, Sonrisa vertical y La Noche
Escritor: Igor Rodtem, Atox y The Stranger
Portada: Caio Cacao
Fecha de publicación: Enero de 2009


Es una noche como cualquier otra, pero Alfred Pennyworth, pese a estar acostumbrado a la peligrosa vida que lleva Bruce Wayne, no puede dormir. Es una noche para reflexionar sobre la vida que lleva su amo y recordar los viejos casos de Batman.


Nota del Editor: Este número de Batman es bastante especial. Se trata de un recopilatorio de historias cortas que ya habíamos publicado anteriormente en el blog AT Visions. Son tres relatos protagonizados, cómo no, por el Hombre Murciélago, que ahora reunimos bajo el título "Archivo de casos de Batman". Concretamente son "Interrogatorio", "La noche" y "Sonrisa vertical", escritos respectivamente por Igor Rodtem, The Stranger y Atox.

Era medianoche en Gotham. A las afueras de la ciudad estaba la mansión Wayne, donde Alfred Pennyworth no conseguía conciliar el sueño. Ser el mayordomo de Bruce Wayne era un trabajo agotador, y después de un largo día estaba visiblemente cansado, pero le pasaba muy de vez en cuando que le costaba dormir. Era en noches como ésta que abandonaba su cómoda cama e iba a aquel oscuro lugar que había bajo sus pies: la Batcueva.

"Bruce salió anoche" era lo que solía decir Alfred cuando alguien venía a hablar con Bruce a la mañana siguiente. "Estuvo ocupado anoche y está descansando. Venga más tarde, por favor". Ésta era una de esas noches en las que su "amo" había salido como Batman. A Alfred le gustaba pensar que, después de tantos años, ya estaba más que acostumbrado, pero la realidad es que había noches que realmente sentía temor por lo que le pudiese pasar. Era por eso que no podía dormir.

Después de descender por unas vertiginosas escaleras, Alfred llegó a la Batcueva. Se sentó frente a los monitores y casi por aburrimiento comenzó a toquetear los botones, buscando entre los archivos viejos casos del Hombre Murciélago. Uno de ellos estaba registrado como "Interrogatorio", y databa de cuando James Gordon todavía ejercía como Comisario de policía. Con curiosidad por saber de qué se trataba, Alfred comenzó a leer el documento...

—Muy bien, hagámoslo a su manera –dice el detective Harvey Bullock–. Veamos cómo lo hace él.
—Sé que no te parece correcto –responde el comisario Gordon–. Y que ni siquiera es del todo... legal. Pero no nos queda otra opción. Y soy yo quien toma las decisiones.
Jim Gordon y el detective Bullock observan, ocultos, a través del espejo-cristal de la sala de interrogatorios. Al otro lado, un tipo con la cabeza rapada y con múltiples tatuajes, y con cara de pocos amigos, permanece sentado ante una amplia mesa, con las manos esposadas, pero con una enorme y maliciosa sonrisa, desbordante de socarronería y malicia. La detective Renee Montoya, una de los mejores y más eficientes miembros del GCPD –departamento de policía de Gotham City– abandona la sala sin ocultar su enfado al no haber podido sacarle una confesión al detenido. Pasa en silencio junto a Gordon, cabizbaja y sin mirarle a la cara. Al igual que Bullock, no está totalmente de acuerdo con la decisión que ha tomado el comisario. Habría preferido que hubiesen sido ellos, el departamento de policía, quien hiciera confesar al detenido, y no haber tenido que recurrir a... otros medios.


El comisario sube a la azotea del edificio, acompañado de Bullock, y se dirige a hacia un potente foco que señala al cielo cubierto de Gotham. El foco llevaba encendido ya unos minutos, emitiendo una brillante y clara luz contra el fondo oscuro de las nubes tormentosas, y en su interior puede adivinarse una sombra oscura con forma de murciélago. Gordon echa un vistazo a la azotea y apaga el foco. Después dirige la vista hacia una zona de sombras.
—Es todo tuyo –dice, un tanto abatido. Un leve movimiento, apenas perceptible en la oscuridad, es la única respuesta que recibe.
La puerta de la sala de interrogatorios se abre lentamente y, antes de dejar ver quién está entrando, las luces de sala bajan de intensidad hasta un nivel mínimo, dejando la habitación en penumbras. El detenido hace una mueca, contrayendo el rostro, pero intenta permanecer tranquilo, mostrando su dureza. Ante él aparece una enorme sombra. El vigilante conocido como Batman toma asiento en frente del preso. Su contorno se confunde con las sombras de la sala, creando un efecto un tanto tenebroso. Cualquiera que fuese culpable de algún delito se sentiría completamente asustado ante tal situación, pero el detenido, de alguna manera, consigue mantener el tipo.
—Al final te han llamado a ti –exclama el hombre de la cabeza rapada, enchido de orgullo–. A mi abogado le gustará saberlo.
—Tu abogado no está aquí –responde Batman secamente, con voz grave y ronca–. Sólo tú y yo.
—No me das miedo, ¿sabes? –le reta el detenido, alterándose ligeramente–. ¡Me he enfrentado a tipos mejores que tú!
—Pero no te has enfrentado a mí –responde tranquilamente Batman, levantándose.
Al otro lado del cristal-espejo, Jim Gordon se aparta.
—¿No quiere verlo, comisario? –pregunta Bullock, cogiendo una grasienta rosquilla con su mano–. Va a ser todo un espectáculo.
—Pensaba que no estabas de acuerdo en llamar a Batman –responde Gordon.
—Y sigo sin estarlo –replica el detective, ya con buena parte de la rosquilla deshaciéndose en su boca–. Pero no hay que negar que el bat-tipo sabe lo que hace. Y ya que ha autorizado su intervención, no pienso perdérmelo.
Harvey Bullock se introduce en la boca el resto de la rosquilla, y una interminable serie de migajas se desparrama por su camisa, mientras observa con atención a través del cristal.
—Vamos, comisario –insiste de nuevo–. ¿No le apetece ver llorar a ese cabrón?
—Me da escalofríos, Bullock –contesta Gordon, de espaldas al cristal–. Ver actuar a Batman me produce pesadillas...
Aunque el comisario no está mirando, no puede evitar oír los gritos y gemidos del hombre de la cabeza rapada. El horror incontrolado se percibe en dichos alaridos. Batman no se está conteniendo, no está teniendo ningún tipo de consideración con él.
—Creo que va a cantar, comisario... –comenta Bullock.
—Esto es un horror... –exclama Gordon, frotándose el puente de la nariz, bajo las gafas.
—Ha sido usted quien lo ha autorizado... –replica Bullock.
Jim Gordon se acerca a éste último y le sujeta por el cuello, con fuerza y sin esconder su enfado aunque, quizás, con una gota de resignación.
—Sí, tienes razón, lo he autorizado –le espeta Gordon al detective–. Porque nosotros no hemos sido capaces de hacerle hablar a ese tipo. Y sabes tan bien como yo que no podíamos dejarle en la calle de nuevo, sin más –Gordon se detiene y se frota la cara con ambas manos, un gesto que demuestra su desesperación en tal situación–. Ha asesinado ya a cuatro niños...
Bullock y Gordon se observan, no enfrentándose sino más bien comprendiéndose el uno al otro.
—No hace falta que se justifique ante mí –responde Harvey Bullock, arreglándose la camisa–. Usted es el comisario y siempre le apoyaré en sus decisiones.
—No podía dejarle en la calle –continúa hablando Gordon, esta vez más bien para sí mismo–. La única opción que nos quedaba era él.
Ambos hombres miran entonces a través del cristal. Ven a Batman de pie, una enorme sombra negra en una penumbra gris, y a sus pies se estremece el detenido, orgulloso y desafiante unos minutos atrás, pero ahora lloriqueando y gimiendo de terror.
—Todo un espectáculo –comenta Bullock.
—¡Quiero confesar! –grita el detenido en la sala, casi al borde de un colapso provocado por el pavor.
—El comisario Gordon, serguido por Harvey Bullock y un par de agentes de policía, entra en la sala de interrogatorios. Enciende la luz y ordena que levanten al detenido, que permanecía acurrucado en el suelo, gimoteando.
—Muy bien, basura... –le espeta Bullock, con dureza–. ¿Vas a confesar ahora?
—Sí, sí, sí... –responde nerviosamente el detenido–. Pero quitadme a este monstruo de encima... Alejad a Batman de mí...
—Creo que andas un poco confundido –comenta Gordon.
—Su culpabilidad le altera los sentidos, comisario –explica Bullock, acercándose al detenido–. Nosotros no sabemos nada de ningún... murciélago, ¿verdad?
El detenido, con ojos rojos y llenos de lágrimas, mira al comisario, que permanece impasible, y luego mira a su alrededor, paseando la vista por toda la sala, buscando sin encontrar a Batman. Entonces la luz se apaga de repente y, presa del pánico, el hombre de cabeza rapada se pone a gritar como un loco. La luz no tardará más que un instante en volver, pero el detenido sabe que, cuando se va la luz, Batman está en todas partes. Batman es la oscuridad.



Después de varios minutos leyendo el informe, Alfred dejó los monitores y comenzó a vagabundear por la Batcueva. A Batman le gustaba guardar trofeos de viejas aventuras, como aquella gigantesca carta del Joker que colgaba de entre las estalactitas. La imagen del Payaso del Crimen le provocó un pequeño escalofrío. "¿Dónde está, amo Bruce? ¿Tal vez enfrentándose a ese maníaco?". Por su mente pasó el recuerdo de un viejo caso relacionado con este criminal...


Noche cerrada en Gotham City. Los equipos especiales de la policía se disponen a tomar el edificio del canal 11. En la calle se concentran los dispositivos de policía, bomberos, y ambulancias. Sus focos iluminan la calle más que la luz del sol. Barreras humanas de antidisturbios cortan el acceso al edificio y las zonas colindantes, y un helicóptero sobrevuela el terreno, controlando cualquier clase de tráfico aéreo. Ni una mosca podría salir o entrar en aquel circo de pulgas sin ser detectada.

Todos los hogares de Gotham se encuentran pendientes de la televisión. Podría decirse que “Gotham En El Punto De Mira” presentado por Ed Switcher, es líder de audiencia esa noche.

La cámara del programa de televisión enfoca el rostro del Joker mientras habla. Sonríe a la cámara como solo él sabe hacerlo, pero al mismo tiempo parece dirigirse hacia otra persona, hacia el presentador, (que no sale en el plano de la cámara, pero se supone sentado a su lado).

“… La vida es un conjunto de decisiones tomadas más o menos a tiempo, Ed. Yo, por ejemplo. Podría haber decidido venir o no venir a tu programa. Si no lo hubiese hecho me habría perdido un público tan estupendo…”

Se escuchan las risas del público en el plató. La cámara continua enfocando al payaso de traje morado, y flor amarilla en la solapa. No se mueve. De hecho se encuentra extrañamente inerte.

Los equipos de la policía tienen controlado ya la mitad del edificio. Ascensores, cámaras de seguridad, escaleras de emergencia. Se despliegan como un torrente de agua negra por los pasillos. A su lado se agolpan los cadáveres de los empleados del canal. Guardias de seguridad, secretarias, periodistas… Todos muertos con una grotesca sonrisa en los labios.

“… Lo que quiero decir es que en el arrepentimiento está la clave. El secreto para una vida plena es no arrepentirse por nada. ¿Y qué mejor manera de conseguirlo que haciendo aquello que se deseas en cada momento?...”

La luz roja sobre la puerta del plató informa que están en antena. El equipo de fuerzas especiales de la policía se distribuye fuera, apuntando con sus armas a la gigantesca puerta metálica.

“… Es decir, la felicidad es solo un estado mental que depende de nuestros actos, en tanto en cuanto esos actos nos afectan…”

“…Una persona que se arrepiente le da vueltas a la cabeza, y eso influye negativamente en su felicidad. Sin embargo una persona que hace lo que le place, sin arrepentirse, no piensa en ello, sino que disfruta. Y en última instancia, es feliz…”

El jefe del equipo de fuerzas especiales de la policía examina la puerta cuidadosamente. Se vuelve, mirando a sus hombres, y con una mirada ejecuta la orden: “Echen la puerta abajo”.

“… Y yo lo que quiero a fin de cuentas, querido público, es verlos a todos felices. Y a ti también Ed…”

La cámara deja de enfocar a Joker para realizar un plano del plató en su conjunto. Están todos “felizmente” muertos, incluido el presentador. Cámaras, realizador, público… todos presentan en sus rostros una aterradora mueca en forma de sonrisa, y los ojos fuera de sus órbitas.

El equipo especial de la policía, en el exterior, trata de echar la puerta abajo con un ariete sin demasiado éxito.

“… Pero sobre todo, Ed. Hay alguien especial a quien deseo ver muy feliz…”

Comienzan a aparecer los primeros abollones en la puerta.

“… Alguien muy importante para mí, sobre todo en estos últimos años... La persona en la que pienso cada mañana al despertar, y cada noche al irme a dormir…”

La puerta cae, y las fuerzas especiales de la policía cargan hacia el interior del plató, con las armas preparadas. Ante ellos se encuentran el espectáculo más sádico y desagradable que hayan contemplado.

“…Sí, Bats, viejo amigo. Ese eres tú. Sé que no puedes vivir sin mí. Que tu vida, sin gente como yo, carece de sentido...”

Todos muertos. Sentados en sus butacas, en la misma posición que estaban cuando se desencadenó el gas. Con aquellas sonrisas en sus labios, reflejando su sufrimiento mientras las carcajadas les arrancaban la vida.

“…Me necesitas… Me añoras… Soy la sonrisa que alimenta tus noches aburridas…Soy tu Buenos Días, América. El espíritu de todo aquello que eres y representas… ”

Abajo, en el plató, un maniquí a imagen y semejanza del Joker, con un magnetófono entre las manos, continúa su monólogo demagógico.

Y como colofón final, cargas explosivas suficientes para volar todo el edificio, recubriendo las paredes, y conectadas directamente a...

“…Dime, Bats… ¿No te hace feliz… que haya vuelto?”

Click.

- Amo Bruce... a cuántas cosas ha de enfrentarse cada noche -dijo Alfred en voz alta.

Alfred se detuvo a observar las vitrinas en las que se mostraban los viejos trajes de Robin, Batgirl y otros.

- Ha perdido a tantas personas. Ha terminado por afectarle, por enrarecer su carácter. Lo ha hecho distante, casi perder sus sentimientos. A veces temo que, sumergido en La Noche, olvide quién es.


Los cuatro criminales entraron en la enorme casa y en pocos minutos tenían controlados a todos los miembros de la familia. La madre y su hija de cinco años asustadas ambas y lloriqueando en la habitación de la pequeña mientras uno de los delincuentes las vigilaba. El hijo adolescente, inconsciente debido a un fuerte culatazo de una pistola y amordazado en su habitación y el padre con los tres restantes criminales. Le querían cerca, para poder abrir la caja fuerte. El golpe estaba perfectamente calculado y planeado...salvo por los bajos instintos de Roger Carmack, el criminal que estaba con la mujer y su hija.

Roger las miró y las dos feminas sintieron su avida mirada a través de la oscuridad de la habitación. Sus ojos azules las observaron por los agujeros de la mascara de payaso sonriente. Estaba pensando en la mujer, de edad madura pero con un buen cuerpo...se divertiría con ella y después iría a por la niña...para ella tenía preparado un festival de rojo. La ultima vez no había podido disfrutar de su presa, ya que la policía le pilló en el momento oortuno, pero en ese momento no había policias cerca y sus compañeros estaban distraidos desvalijando al dueño de la casa y por las pocas señales de vida que daban parecían estar bastante ocupados.

El delincuente salió de la habitación, sin dejar de apuntar con su pistola a la madre y su hija y miró la escalera que iba desde el piso de abajo al que él estaba, por si sus compañeros llegaban, pero la casa estaba en total silencio...quizás en demasiado silencio, pero...¿qué le importaba a él? Mejor, así.

Se addentró en la habitación y cerró la puerta tras de si, apuntó con la pistola directamente a la cabeza de la niña y pasó a la madre un rollo de cinta aislante y dos cuerdas. La mujer, llorando en silencio, tapó la boca de su hija y la suya propia con cinta aislante y ató a la niña. Después, el delincuente la ató a ella. La mujer cerró los ojos sabiendo lo que iba a pasar. Roger Carmack la abofeteó fuertemente y le colocó el arma en la frente. Quería que lo viera todo.

Dejó la pistola cerca de donde estaba y comenzò a bajarse los pantalones, cuando alguien golpeó en la puerta. Fueron dos toques fuertes, rapidos y seguidos. Roger dejó los pantalones donde estaban, agarró su pistola y abrió la puerta: no había nadie.

Miró a un lado y al otro del pasillo, salió a él alejandose unos metros de la habitación pero no vio nada, solo sombras y oscuridad. Volvió a la habitación y fue cuando lo vio, delante de sus presas.

Al principio no podía creer lo que era, pero a simple vista parecía un...murcielago enorme. Sombras sobre sombras, orejas puntiagudas, garras, las alas plegadas...y la cosa se dirigió hacia él.

Roger Cormack gritó com una niña y disparó varias veces sobre la criatura sin conseguir ningun resultado. Ni siiquiera llegó a pensar que ninguo de sus disparos le había alcanzado.

-¡Socorro!- se sorprendió Roger gritando mientras corría por el pasillo.

Se volvió para ver a su perseguidor y un extraño objeto puntiguado le dio en plnea cara, rompiendole la nariz y haciendole caer por las escaleras. Cuando llegó al final, tenía dos costillas y un brazo fuera de su sitio. El dolor le invadía en intensas oleadas y entonces fue cuando supo lo que todas sus victimas menores de diez años habian sentido antes.

Las lagrimas le caían por las mejillas y la sangre se diluía en su paladar, cuando la criatura llegó dónde estaba y le miró fijamente a los ojos. Solo tuvo tiempo de gritar de terror y caer en una deliciosa incosnciencia antes de que las sombras que llevaba la criatura consigo se le tragaran. Entonces sintió el autentico terror de todas sus victimas.


Habían pasado varias horas y Alfred, por fin, comenzaba a sentirse verdaderamente cansado. Ni los nervios que sentía podían mantenerlo despierto. Subió las escaleras para volver a la mansión, y mientras lo hacía escuchó el potente sonido del Batmóvil; Batman había vuelto. Alfred sonrió, contento de que seguía sano y salvo, pero siempre consciente de que alguna noche no sería noche. Tal vez entonces, más tarde o más temprano, tendrá ese sueño que tanto desea, pero que a la vez tanto teme.

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