Batman nº 12

Título: Muéstrame tu otra cara
Autor: Igor Rodtem
Portada: Victor Santos
Publicado en: Agosto  2006

¡Número especial de "aniversario"!  Para celebrarlo, contamos con una excelente ilustración de Victor Santos como portada. ¡Todo un lujo para celebrar los doce números del Hombre Murciélago!
Hice una promesa ante la tumba de mis padres: librar a esta ciudad de la maldad que les quitó la vida. Soy Bruce Wayne, filántropo multimillonario. De noche, los criminales, esos cobardes y supersticiosos, me llaman...
Batman creado por Bob Kane
1ª Parte: Decisiones

"Yo no soy tú... Tú no eres yo."

—Buenos días, señorita...

—Oh... Ah, hola, comi... señor Gordon –la belleza nórdica se ruborizó ante su propio error–. El alcalde le está esperando.

Jim Gordon entró en el despacho, brindando una última sonrisa a la secretaria. En el interior, se hizo el silencio ante su presencia. El alcalde Hull le indicó dónde sentarse y Gordon se acomodó entre otros dos de los asistentes a aquella inusual reunión. A su derecha estaba el actual comisario de policía de Gotham City, Michael Akins, hombre de gran integridad, por lo que sabía el propio Gordon, y a su izquierda se encontraba el nuevo fiscal del distrito, Herbert D. Frank, un tipo robusto y con cara de pocos amigos, que se había fraguado a pulso su reputación como tipo duro de roer. Su voz, procedente de una boca escondida tras un enorme mostacho, sonó con contundencia al saludar a Gordon. Cuando éste se sentó, el alcalde comenzó a hablarles.

—Lo primero es darles las gracias a todos por venir –dijo–. Sé que esto no es precisamente... ortodoxo. Debe quedar bien claro que ésta es una reunión informal. Si... tomamos alguna decisión aquí... Bueno, ya veríamos cómo proceder en tal caso.

—Vayamos al grano, Hull –espetó el comisario Akins, impaciente–. No sé a qué viene tanto secretismo.

—Secretismo, no, Akins –puntualizó el alcalde–. Simplemente prudencia.

El alcalde cogió entonces una serie de papeles que estaban sobre su mesa y los repartió a los demás. Se trataba de un dossier médico. Un informe psicológico y psiquiátrico de Harvey Dent, antiguo fiscal del distrito que se convirtió en el criminal Dos-Caras tras ser atacado por el mafioso Maroni, quien le desfiguró la mitad de su cara con ácido. Recientemente, Dent había sido operado con éxito, recuperando su verdadero rostro y, al parecer, su verdadera personalidad (1).

—Así, pues, hemos venido a hablar de Dent, ¿verdad? –preguntó Gordon, mientras observaba el informe médico.

"Exp. 10307 / 50798
Nombre del sujeto: Harvey Dent
Edad: 35 años
Estatura: 1,83 m.
Peso: 79 kgs.
[...]
Diagnóstico:
Una vez realizadas las múltiples pruebas pertinentes de carácter psicológico, y realizados los correspondientes análisis psiquiátricos, llegamos a la conclusión efectiva de que el sujeto se encuentra en plenas facultades mentales.
En cuanto a sus problemas de disfunción de personalidad, no hemos hallado rastro alguno de divergencias. Hoy por hoy, el sujeto es plena y exclusivamente Harvey Dent, habiendo desaparecido cualquier rastro de su anterior personalidad trastornada (auto-denominada como Dos-Caras).
Concluimos que, habiendo desaparecido la causa que provocó la aparición de dicha disfunción (es decir, la deformación parcial del rostro), el sujeto se ha recuperado completamente por sí mismo. No obstante lo anterior, recomendamos que mantenga una medicación diaria ¬–no obligatoria– (ver Anexo 1) durante un periodo de seis meses, tras el que recomendamos realizar una nueva revisión.
Firmado:
Dr. Wilkins Dr. Sloane Dr. Blake"

—Entonces… Dos-Caras se ha ido definitivamente –comentó el comisario Akins una vez leído el informe, sin dejar claro si lo afirmaba o lo preguntaba–. Ya sólo es Harvey Dent...

—Eso parece que pone en el informe –añadió Gordon, que no parecía del todo convencido.

—Como ya saben ustedes –el fiscal se dirigía exclusivamente a Gordon y Akins–, se tomó la decisión de exonerar a Dent de todos sus cargos pendientes, imputándoselos exclusivamente a Dos-Caras, una personalidad diferente a la de Dent...

—Y que ya no parece estar presente, por tanto –completó el alcalde.

—Recientemente –interrumpió Akins–, Dent fue detenido por un tiroteo... Gordon estuvo presente (2).

—Se le ha puesto en libertad sin cargos –explicó el fiscal Frank–. Únicamente disparó a un criminal.

—Bien, señores –el alcalde se levantó y dio unos pequeños pasos por el despacho–. Si están aquí ahora es para responder a esta pregunta: ¿Hemos hecho lo correcto?

Los cuatro hombres se miraron en silencio, como intentando adivinarse mutuamente el pensamiento.

—¿Señor Gordon...? –exclamó el alcalde Hull, mientras levantaba las cejas, solicitando su opinión.

Jim Gordon se mantuvo pensativo unos segundos, y finalmente habló, recolocándose las gafas:

—Dado que soy el único de los presentes que no ocupa actualmente un cargo público, al menos no en lo concerniente a la seguridad de esta ciudad, he de suponer que estoy aquí no tanto por mi calidad de ex-comisario, sino como buen conocedor de Harvey Dent...

—Ambas facetas son valoradas, Gordon –respondió Hull, con una sonrisa fría.

—Al menos –continuó el ex-comisario–, conocía al viejo Dent...

—¿Y bien? –preguntó el alcalde–. ¿Podemos fiarnos de este nuevo Harvey Dent?

—Francamente –respondió Gordon–. No lo sé.

Un nuevo silencio se cernió en el despacho. Un silencio que el propio Gordon se encargó de romper.

—¿Han pensado en consultar con Batman? –preguntó, pero los tres hombres negaron al unísono, dejando bien clara su nula predisposición a ello. Desde luego, pensó Jim, han cambiado las cosas desde que no soy comisario.

—Dejemos al Murciélago aparte –matizó el alcalde, dejando bien claro su poco apoyo a Batman–. En este despacho estamos todos los que tienen algo que decir en este asunto.

—Pues me reitero en lo dicho –contestó Gordon–. Este Harvey Dent quizás ya no sea Dos-Caras, pero ya no reconozco en él al viejo fiscal del distrito. De hecho, el propio Dent tampoco tenía la cabeza perfectamente amueblada. Lo que le pasó en el rostro sólo fue la gota que colmó el vaso. Muy posiblemente, ya estaba enfermo de antes (3). Ya no soy quién para ordenar su detención, pero desde luego que no me gusta que un tipo como él ande libre por las calles de Gotham.

—¡Oh, vamos, Gordon! –exclamó el fiscal Frank –. Esa actitud suya tan intransigente...

—Déjelo, Frank. Ya ha dejado clara su opinión –ordenó el alcalde, y dirigiéndose a Akins, preguntó–: ¿Y usted, comisario? ¿Cuál es su opinión?

—Yo sólo pretendo que se cumpla la ley. Si la ley dice que Dent es un hombre libre, lo acataré –contestó Akins, pero su rostro reflejaba una cierta resignación.

—Entonces no hay más que hablar –dijo el alcalde, dando por finalizada aquella insólita reunión–. Dent seguirá libre, incluso dedicado a la abogacía, como parece ser su intención...

—¿Es prudente, alcalde? –interrumpió Gordon–. Ya ha liberado al Joker de Arkham...

—En realidad –se apresuró a responder Frank, el fiscal del distrito–, el Joker fue arrestado en aquella ocasión por un crimen que, no sólo no había cometido, sino que ni siquiera llegó a ocurrir (4).

—Pero tenía más causas pendientes... –dijeron casi al unísono Gordon y Akins.

—Sea como fuere –se defendió Frank–, Dent actuó conforme a la ley.

—Señores –interrumpió finalmente el alcalde–. Ha sido un verdadero placer. Ahora, si hacen el favor, tengo una agenda muy apretada... –señaló la puerta del despacho y, mientras los tres hombres se marchaban, pulsó una tecla de su comunicador–. Señorita Hansen, ¿ha llegado ya mi siguiente cita?

—Sí, le está esperando en el salón de actos.

Los cuatro hombres abandonan el despacho y, poco después, el alcalde Hull se despide de los demás, desviándose hacia el salón de actos. Al llegar allí, abre la puerta, sin llamar y entra dentro. En el interior, observando uno de los cuadros que adornan la sala se encuentra Oswald Chesterfield Cobblepot, alias el Pingüino.

—Gracias por su puntualidad, señor Cobblepot –dice el alcalde Hull.

—Quaaarck –responde el Pingüino, ligeramente sorprendido–. Estoy ansioso por llegar a un acuerdo con usted, señor alcalde.

-Estoy seguro de que será un placer hacer negocios juntos.


La reunión fue hace tan sólo unos minutos. Ahora, Jim Gordon permanece de pie a las puertas del ayuntamiento, junto al fiscal, que está hablando por el móvil, mientras que el comisario Akins se ha quedado en el ayuntamiento, realizando unas gestiones. A veces, piensa Gordon, le gustaría volver a retomar el rol de comisario. No es que Akins lo haga mal, al contrario, pero se siente impotente siendo sólo un ciudadano más. Durante su larga estancia en el GCPD (5), Gordon luchó con ahínco contra la corrupción, pero ésta es casi un mal endémico de la ciudad. El alcalde David Hull, que ocupó el cargo tras el asesinato del anterior alcalde –Dickerson– por parte del Joker (6), parece más interesado en su propio beneficio que en el de la ciudad, algo a lo que Gordon ya debería estar acostumbrado, no en vano Gotham siempre ha sido un magnífico caldo de cultivo para la corrupción. Y eso es algo que sigue revolviéndole las tripas. Pero sabe que tomó la decisión correcta al dimitir, y ya no hay vuelta atrás. Ya había sufrido bastante.

Jim se dispone a marchar hacia la Universidad de Gotham, donde imparte clases de criminología desde que dimitió como comisario, aunque antes quiere despedirse del fiscal, quien parece tener una conversación bastante agresiva a través de su teléfono móvil.

—¡Maldita sea, Peter! Este maldito “caso Gladsheim” se está volviendo cada vez más oscuro. No voy a permitir que se nos vuelva a escapar ese tal Marcus.

Herbert Frank cuelga y se guarda el móvil, visiblemente enfadado, pero tiende una mano cordial hacia Gordon, que responde al saludo.

—Es ese Vic Saints y su maldito sindicato –le explica innecesariamente a Gordon–. Parece que quieren establecerse en Gotham y crear problemas. Como si no hubiera ya suficientes.

—Es el destino de esta ciudad. Grandes mafiosos, delincuentes menores y bichos raros como Dos-Caras.

—Sé que no aprueba que Dent esté en libertad –exclama el fiscal, volviendo al tema de la reunión, ante un Jim Gordon que no esconde su seriedad–, y que si por usted fuera, Dent se pudriría en Arkham para siempre. Pero usted ya no dirige el cuerpo de policía...

—Ni quiero hacerlo –responde Gordon–. Dimití.

—Dent ya no es un peligro para la ciudad –insiste el fiscal, sonriendo fríamente.

—Espero que no se equivoque.

—En absoluto –replica Frank con una amplia sonrisa–. Es más, gracias a él es posible que esta ciudad se libre por fin de buena parte de su chusma. Precisamente esta tarde tengo una cita con él. Nos va a proporcionar una buena cantidad de informes y diverso material sobre la actividad criminal de Gotham en los últimos años.

—Al final se trata de eso...

—Hágame caso –el fiscal del distrito intenta dar por terminada la conversación–. Dent y no va a ser un problema para esta ciudad.

El fiscal del distrito se monta en su coche, despidiéndose por última vez de un Jim Gordon que se queda inmóvil observando cómo se aleja.

—Espero que no se equivoque.


2ª Parte: Una cara, dos caras

“El de la locura y el de la cordura son dos países limítrofes, de fronteras tan imperceptibles, que nunca puedes saber con seguridad si te encuentras en el territorio de la una o en el territorio de la otra”.
Arturo Graf (1848-1913). Escritor y poeta italiano

Al anochecer. Jim Gordon está en su casa, repasando unos textos para la clase que ha de impartir al día siguiente, mientras cena algo ligero. El timbre suena en dos ocasiones y, a los pocos segundos, Jim abre la puerta para encontrarse enfrente a un flamante Harvey Dent.

—Dent... –balbucea, tras unos instantes de dudas.

-Buenas noches, Jim –contesta Dent, sonriendo.

—¿Qué quieres? –pregunta Gordon, dejando bien claro su negativa a dejarle pasar dentro.

—Tan sólo quería despedirme de un amigo.

—Hace tiempo que dejamos de ser amigos –responde el ex-comisario, algo incómodo–. Desde que te convertiste en...

—Ahora soy Harvey Dent.

—Al menos físicamente...

—¿No puedes confiar en mí? –pregunta Dent, pero ya sabe la respuesta.

—Ya no, Dent. Ya no.

Los dos hombres se quedan unos segundos en silencio. Unos segundos que, sin embargo, parecen horas.

—No importa –dice finalmente el antiguo fiscal del distrito–. Ahora soy Harvey Dent, me creas o no. Y quiero decirte que fue un honor trabajar a tu lado. Y al lado de Batman, también.

—Siento mucho lo que te ocurrió –responde Jim, un tanto desubicado–. Todos lo sentimos, pero...

—Claro, Jim –le interrumpe Dent, haciendo amago de marcharse–. Claro. Tan sólo quería decírtelo. No había tenido oportunidad hasta ahora.

Jim Gordon asiente con gravedad. Dent le ofrece la mano y Jim se la estrecha con fuerza.

—Ahora debo irme –dice por último el visitante–. La justicia me reclama.

—¿La justicia? –pregunta un extrañado Jim Gordon–. ¿Te refieres a tu nueva carrera como abogado?

—Oh, no, no, no –ríe Dent–. Si te refieres a lo del Joker... ¿qué puedo decir? Era inocente y yo hice lo que tenía que hacer.

—Dejar libre a un psicópata que a la mínima ocasión que se le presenta vuelve a matar.

—Tengo la conciencia tranquila.

—Claro –dice con resignación Jim Gordon–. Se me olvidaba que Dos-Caras tampoco es muy diferente al Joker...

Los dos hombres se miran de nuevo, aunque ahora parecen estar desafiándose. Harvey Dent parece muy tranquilo, pero Jim Gordon está en tensión, a punto de explotar.

—¿Qué vas a hacer, Dent? –pregunta Jim, sabiendo que el otro trama algo.

—Ya te lo he dicho: Justicia –contesta Dent, pero Jim cree ver brillar la locura en sus ojos–. Yo era el fiscal del distrito de Gotham... Me había ganado el puesto con mucho esfuerzo, tú lo sabes –Gordon asiente en silencio–. Y me lo arrebataron. Tal vez ya vaya siendo hora de recuperar lo que legítimamente me pertenece.

—Dent...

—No fue justo, Jim. No fue justo...

Con estas últimas palabras, Harvey Dent se gira y se marcha de allí. Jim Gordon se queda unos segundos en la entrada de su casa, bajo el marco de la puerta, pensativo, observando cómo se aleja Dent. Algo va mal. Muy mal. Cuando el ex-fiscal ya ha desaparecido de su campo de visión, Jim entra rápidamente en su hogar y descuelga el teléfono, marcando el número de la policía. Tras hablar con una operadora, enseguida le pasan con el detective Crispus Allen.

—Jim... –dice este último, agradablemente sorprendido por la llamada–, hacía tiempo que no hablábamos. ¿Qué tal...?

—##Es Harvey Dent ##–le interrumpe el ex-comisario, sin ocultar su seriedad.

—¿Qué ocurre con Dent?

##Creo... ##–Gordon titubea un momento–.## Tal vez esté equivocado, pero creo que Dent trama algo.##

—Pensaba que ya estaba curado, que ya no era...

##... Dos-Caras ##–le interrumpe Jim–.## Harvey Dent acaba de visitarme y no, no era Dos-Caras. Al menos, no físicamente...##

—¿Y mentalmente? –pregunta Allen.

Gordon reflexiona unos segundos, sabiendo que a Allen se le hacen eternos, aunque éste permanece en silencio.

—##Me ha parecido que algo no iba bien del todo ##–dice finalmente Gordon, y procede a contarle la conversación que acababa de tener con Dent, expresándole su temor porque Dent esté tramando algo. Tanto Allen como Gordon coinciden en que es posible que el fiscal Frank pueda estar en peligro, sobre todo cuando Jim recuerda que Frank estaba citado con Dent ese mismo día. Están a punto de despedirse cuando Allen nota que alguien intenta arrebatarle el teléfono. Alza la mirada y se encuentra con Renee Montoya, que le mira con una mezcla de dureza y tristeza.

—Ocurre algo con Harvey Dent, ¿verdad? –pregunta ella.

—Renee, no...

—Te he oído, Cris. Has dicho su nombre...

—Renee, es mejor que no te involucres –dice Allen, sabiendo lo mal que lo ha pasado Montoya últimamente con Dos-Caras (7). Al otro lado del teléfono, Gordon pregunta qué está pasando, y la voz que le responde ya no es la de Crispus Allen, sino la de Renee Montoya:

—Hola, Jim. Cuéntame qué ocurre. Y no insistas en que me aparte. Si Dent trama algo, pienso estar allí para evitarlo.

Finalmente, Gordon le pone al día, y entre los tres deciden pasar a la acción. Crispus Allen telefonea al fiscal, primero a su casa, donde nadie coge el teléfono, y más tarde a su móvil que, tras dar dos tonos, acaba cortándose. Sin que Allen pueda evitarlo, Montoya sale corriendo en dirección a los juzgados, al despacho del fiscal. Allen la sigue, ordenando además que un par de agentes se dirijan a la casa del fiscal, por si acaso. Mientras se dirigen a los juzgados en un coche policial, Allen vuelve a marcar el número del móvil del fiscal, y nuevamente se corta la llamada tras dos tonos. Mal asunto. A su lado, Montoya conduce en silencio, muy seria y sin ocultar su preocupación. En los últimos tiempos, Dos-caras ha mostrado una clara obsesión por Montoya, y si ahora Harvey Dent (o Dos-Caras) estaba tramando algo, no había duda de que sería mejor para Renee no inmiscuirse. Todo lo contrario de lo que iba a hacer. Jim Gordon, por su parte, tampoco puede quedarse quieto en su casa sin hacer nada, así que decide dirigirse también a los juzgados por su cuenta.


En el interior del despacho del fiscal, Harvey Dent sujeta con dureza al propio fiscal, que intenta revolverse en vano. Dent le golpea entonces con violencia en la cara.

—Me temo que no he traído esos documentos de los que hablamos –dice Dent sonriendo malévolamente–. En cualquier caso, podemos tener una charla interesante. ¿Qué tal si hablamos de la justicia?

—¿Justicia? –pregunta el fiscal un tanto desconcertado.

—Sí, justicia. ¿Fue justo lo que me ocurrió? ¿Es justo que tú seas ahora el fiscal, en mi lugar? ¿Acaso eres digno de ocupar el cargo? –pregunta Dent, aunque no espera ni necesita ninguna respuesta de Frank–. Soy yo quien debería ocupar el puesto. Yo era el fiscal. Y hacía un buen trabajo. No debieron apartarme.

—Te apartaste tú mismo –le interrumpe Frank–, al convertirte en Dos-Caras.

—¡¡¡Nooooooo!!! –grita Harvey Dent de repente, como si sufriera un ataque.

Grita durante unos segundos, en los que se arrodilla y se retuerce de dolor, sujetándose además la cabeza con ambas manos, dando la sensación de que le fuera a explotar de un momento a otro. Entonces, Herbert Frank hace amago de salir del despacho, pero Dent parece reponerse al darse cuenta de ello, y le retiene, apuntándole con su pistola.

—Aún no hemos terminado, Frank –dice Dent, con la mirada vacía–. No querrá perderse el principal número de la función...

A un lado de la puerta del despacho del Fiscal, el detective Crispus Allen sujeta firmemente su arma reglamentaria, preparado para cubrir a su compañera, Renee Montoya, que se dispone a entrar, a pesar de las quejas de Allen. No saben muy bien qué esperan encontrarse dentro. ¿A Harvey Dent? ¿A Dos-Caras? ¿Al fiscal Frank muerto?... Entran finalmente, tras comprobar que la puerta no está cerrada con llave, y se topan con el despacho completamente vacío, y sin ningún rastro aparente de violencia. La decepción se lee claramente en sus rostros. Se quedan en silencio unos eternos segundos, hasta que el móvil de Allen comienza a vibrar.

—Gordon –responde el detective–. Estamos en el despacho del fiscal. Aquí no hay nadie...

##¿La puerta estaba abierta o cerrada?## –pregunta Gordon, que aún se encuentra dirigiéndose hacia allí en su coche.

—Abierta. Mal asunto, aunque no hay rastro de violenc...

—Aquí hay unas manchas de sangre –interrumpe Montoya, señalando bajo la mesa del despacho–. Está claro que pasa algo. Voy a llamar al comisario y que se movilice todo el GCPD.

Allen asiente. Mientras Montoya se comunica con el comisario Akins, Gordon y Allen continúan hablando. Cuando Montoya acaba, Allen le indica que le siga.

—¿A dónde vamos? –pregunta ella.

—Según Gordon –responde Allen, casi a la carrera–, Dent parecía algo obsesionado con su carrera de fiscal y con su pasado. Cree que podría estar en...

—¡La vieja sala donde se convirtió en Dos-Caras! –grita Montoya, deteniéndose en seco–. ¡Dónde Maroni le arrojó el ácido que le deformó el rostro!

—Premio.

—De todas formas... –dice Montoya mientras vuelven a avanzar por los pasillos del juzgado–, pensaba que esa sala ya no existía. ¿No la destruyó el terremoto?

—Sí –responde Allen, a la vez que señala una puerta con su brazo–. Pero fue reconstruida, como una especie de sala-museo. Ahí está.

—Tiene un bonito despacho, señor fiscal –dice Harvey Dent–. Mucho mejor que el mío cuando era yo el fiscal del distrito.

—Los tiempos cambian –intenta contestar con soberbia el fiscal Frank.

—Es verdad... Pero no podíamos quedarnos allí, estamos mejor aquí, ¿verdad? Mucho más confortable –Dent alza su brazo, apuntando con una pistola al fiscal–. Ahora siéntese. Y no vuelva a levantarme la voz. Aquí soy yo el que manda...

—No sé qué pretende, Dent –dice el fiscal Frank, intentando mantener la calma, aunque no le resulta demasiado fácil–. Esto es un secuestro... Pensé que quería colaborar con la justicia...

—Justicia... –Dent avanza unos pasos, colocándose frente al fiscal, mirándole fijamente a los ojos. A Herbert Frank le parece una mirada desquiciada–. ¿Se puede saber qué es la justicia? ¿Acaso le parece justo lo ocurrido con mi vida?

—Olvidemos el pasado, Dent –acierta a decir el cada vez más asustado fiscal, mientras se revuelve en el asiento. Tiene la comisura de la boca llena de sangre coagulada, del golpe que le asestó Dent anteriormente, pero no es consciente de ello–. Puede comenzar una nueva vida, alejada del crimen. El alcalde le apoya. La ciudad le apoya.

—La ciudad es de... Batman... –replica Dent casi en un susurro, pero se ve interrumpido por un pitido agudo. Es el móvil del fiscal, ahora en poder de Dent, que vuelve a sonar. Dent deja que se oiga un segundo pitido y corta la llamada, sin responder.

—Definitivamente, el fiscal no responde al móvil –dice Allen en voz baja. Él y Montoya están a escasos metros de la vieja sala reformada de los juzgados, donde Maroni arrojó el ácido que deformó a Harvey Dent, y donde creen que se encuentra ahora mismo el propio Dent, posiblemente con el fiscal Frank.

Aunque Montoya quiere entrar sin perder más tiempo, Allen consigue convencerla para que espere a los refuerzos, que ya están entrando en el edificio.

—Lo primordial es la seguridad –le recuerda Allen a Montoya–, y con Dent, sea o no Dos-Caras, hay que ser extremadamente precavidos. Tú deberías saberlo mejor que nadie...

Montoya acepta finalmente, aunque no de buena gana. Por más que le pese, su compañero tiene razón. Poco después, los refuerzos llegan, y entonces sí se disponen a entrar.

—¿Sabe una cosa, Frank? –pregunta Dent, como ausente–. No tiene usted ni idea de lo afortunado que es.

-A mí no me lo parece.

—¡¡¡Cállese!!!

Dent se sujeta la cabeza con ambas manos, como si de nuevo un fuerte dolor le estuviese atravesando de punta a punta. Unos segundos después, parece haberse recuperado.

—Como le decía –continúa hablando como si no hubiese pasado nada, apuntando aún con la pistola al fiscal–, es usted afortunado porque va a asistir a algo único. Podría haber elegido a otro. Seguramente Gordon o el propio Batman se lo merecían más que usted... Por no hablar de Renee, claro. Pero es más justo que sea el fiscal del distrito el que presencie esto...

—Preferiría... –comienza a replicar Herbert Frank, pero se calla anta la dura mirada de Dent.

—La operación del doctor Elliott parecía todo un éxito, ¿verdad? –sigue hablando Dent, acariciándose el rostro mientras deja la pistola sobre una mesa, y saca una moneda, un dólar de plata, de su bolsillo, con la que comienza a juguetear entre sus dedos–. Qué bonitos titulares en los periódicos: “Dent se recupera”... “Adiós a Dos-Caras”... Todo mentira. Dos-Caras siempre ha estado ahí. Aquí –añade mientras se señala la sien izquierda–. La operación tan sólo fue poco más que un remiendo temporal, un maquillaje. Todo superficial y sin demasiada consistencia. Harvey Dent ha vuelto durante un tiempo, pero ya toca decir de nuevo adiós.

—Dent... –acierta a gemir el fiscal, notando como el pánico le iba ascendiendo por el cuerpo–, ¿qué se propone hacer?

Harvey Dent lanza la moneda al aire y...

Los agentes entran en tromba en la sala de los juzgados. Hay un pequeño revuelo mientras cada agente ocupa su puesto, con las armas cargadas y preparadas, apuntando a... nada. La sala está vacía. No hay nadie allí, pero sí hay rastro del paso de Harvey Dent. En una pizarra hay escrito, con lo que podría ser sangre (probablemente del fiscal, piensa Gordon), un escalofriante mensaje:

Dos-Caras siempre estuvo desde el principio

Dos-Caras vuelve a casa

Unos minutos después, Crispus Allen se encuentra hablando con Jim Gordon en los pasillos del juzgado. Está claro que Dent parece de nuevo trastornado, y que ha secuestrado al fiscal Frank, probablemente de forma violenta. Pero ya no estaba allí.

—¿Dónde demonios puede estar? –se pregunta Allen.

“Dos-Caras siempre estuvo desde el principio” –dice Gordon pensativo, sabiendo que ahí puede estar la clave.

—¿Qué habrá querido decir Dos-Caras con eso? –pregunta nuevamente Allen.

—Tal vez el mensaje no lo dejó Dos-Caras –responde Gordon–. Tal vez lo dejó Dent, en un último intento para que lo detuviéramos antes de volverse completamente desquiciado.

—“Dos-Caras vuelve a casa” –repite Allen, y la solución se le empieza a presentar clara a Gordon.

—La doble personalidad de Dent se fraguó desde su niñez, con los maltratos de su padre. Ahí es donde comenzó a nacer Dos-Caras.

—La casa donde se crió Dent.

—Pongámonos en marcha... –comienza a decir Gordon.

—Un momento –le interrumpe Allen–. ¿Dónde está Montoya?

—Mucho me temo que haya llegado a nuestra misma conclusión antes que nosotros y se nos haya adelantado –contesta finalmente Gordon tras comprobar que Montoya ha desaparecido sin decir nada.

—Pues démonos prisa.

—Olvidaba lo impulsiva que puede llegar a ser Montoya –dice Gordon mientras salen a la carrera de los juzgados.

—Es Dent –añade Allen–. Le ha hecho sufrir mucho a Renee. Y eso le afecta. No la deja actuar como lo buena policía que es.

La moneda cae al suelo y un asustado Herbert Frank puede ver claramente que el lado que ha quedado hacia arriba está marcado con varios cortes irregulares.

—Diga adiós a Harvey Dent, señor Frank, y dele una calurosa bienvenida a... ¡Dos-Caras!

Entre los gritos histéricos del fiscal Frank, Hervey Dent comienza a arrancarse, con sus propias manos, la piel de la parte izquierda de su rostro. Trozos de piel, carne y sangre comienzan a ensuciar el suelo, a los pies de un fiscal cuyo horror supremo está a punto de paralizarle el corazón. Tras unos minutos eternos y horrendos, Dent termina de arrancarse la piel. Ya no es Harvey Dent. Ha vuelto Dos-Caras. El fiscal apenas lo ve unos instantes, pues pierde el conocimiento debido al terror.


3ª Parte: ¿Cara a cara?

“La ciencia no nos ha enseñado aún si la locura es o no lo más sublime de la inteligencia”.
Edgar Allan Poe

Acaba de anochecer en Gotham City. En un lujoso restaurante de la ciudad, una atractiva pareja se dispone a cenar unos exquisitos (y extremadamente caros) platos. Él va elegantemente ataviado con un traje de Armani oscuro. Ella lleva un sugerente vestido morado con toques plateados y brillantes, a juego con sus pendientes y sus zapatos. Saben que son el centro de atención del lugar. Él es Bruce Wayne. Ella, Silver St. Cloud.

—Te va a salir la cena por un buen pellizco –comenta Silver, hojeando la carta.

—No importa –contesta Bruce–. Creo que soy accionista de este sitio.

—Conmigo no funcionan esos trucos de playboy –responde un tanto seria Silver. Quizás no es la mejor manera de empezar la cena, así que decide relajar la tensión–. De todos modos, pediré lo más caro...

La pareja sonríe, mientras se acerca un camarero que les atiende. No ha sido fácil para Bruce invitar a Silver a cenar. Los recuerdos del pasado afloran. Hace tiempo tuvieron una relación sentimental. Algo bastante serio, no como la mayoría de mujeres con las que suele flirtear para mantener las apariencias. Pero todo acabó cuando Silver descubrió que Bruce Wayne era Batman. Ella no pudo aguantar la tensión de saber que su amado se jugaba la vida todas las noches y optó por marcharse entonces de Gotham. Para Bruce fue más fácil olvidarla en la lejanía. Pero ahora había vuelto... y trabajando para el Pingüino. En la cabeza de Bruce Wayne no deja de rondar una pregunta: ¿Quién está cenando ahora con Silver: Bruce Wayne, para recordar viejos tiempos (y quién sabe qué más), o Batman, para descubrir si el Pingüino trama algo? Bruce no se atreve a responder a esa pregunta.

—Supongo que te preguntarás cómo es que trabajo para Cobblepot –comenta Silver antes de que les traigan el primer plato. Bruce se asombra: siempre le había parecido que Silver St. Cloud podía leerle el pensamiento.

—Cobblepot es un criminal –contesta Bruce–. No deberías trabajar par él.

—Las cosas cambian, Bruce –contesta ella, aunque parece un tanto desconcertada–. Cobblepot quiere dar un cambio a su vida. Y en lo que mí respecta...

—¿Sí?

—Tenía mis dudas sobre volver a Gotham, pero era una oferta que no podía rechazar. Además...

La pareja se mira, sin decir lo que realmente piensan. El camarero les interrumpe al traer el primer plato, y comienzan a saborearlo en silencio.

—Qué raro –dice Silver.

—¿No te gusta? –pregunta Bruce, dispuesto a llamar al camarero.

—No, no. Está delicioso. Me refiero a que es raro que estemos cenando. No es habitual que le des noche libre a... Batman –responde Silver, pronunciando el nombre de Batman en un susurro, temerosa de que pueda oírle alguien, aunque están en una zona discreta del amplio restaurante.

—A veces, muy pocas veces, se toma una noche libre. Además... Gotham tiene más vigilantes –contesta un titubeante Bruce Wayne–. Por otra parte, me apetecía cenar contigo.

—¿Es por mí o porque trabajo para Cobblepot? –Silver hace finalmente la temida pregunta. Temida tanto para ella como para Bruce.

—Es por ti –dice él, tras unos instantes–. Me apetecía volver a hablar contigo. Ha pasado mucho tiempo desde que nos vimos por última vez...

—¿Pero?

—Pero no puedo quitarme de la cabeza que trabajas para el Pingüino.

—Se llama Cobblepot –dice ella seriamente. Desde luego, la cena parece tener demasiados altibajos–. Nunca dejarás de ser...

—No –se anticipa él, rotundo–. Pero esta noche es Bruce Wayne el que tienes delante. Siento haberte importunado. Hablemos de otra cosa.

—No se puede hablar de otra cosa en Gotham –dice Silver, con cara apenada. Bruce la mira extrañado, sin llegar a entender completamente el sentido de sus palabras. Entonces, Silver señala a la ventana situada detrás de Bruce–. Sé que me voy a arrepentir por decírtelo, pero... mira detrás de ti, Bruce.

Éste se gira y puede ver, a través del amplio ventanal, una figura de murciélago iluminada sobre el cielo oscuro de Gotham. La batseñal está encendida. Algo no muy habitual desde que Akins es comisario, por lo que se trata, sin duda alguna, de algún caso muy importante y/o urgente.

—Silver...

—Sí, lo sé –contesta ella, con tristeza–. Tienes que irte...

—Lo siento. Tal vez otra noche...

—Ten cuidado.

Bruce Wayne se levanta y se marcha del restaurante, mientras Silver St. Cloud se queda sentada ante un primer plato de la cena apenas empezado. Ya no probará bocado en lo que queda de noche. Bruce Wayne se transforma en Batman, la criatura de la noche, mientras a Silver St. Cloud le recorre una lágrima por la mejilla.

Unos segundos después, Batman está deslizándose a través de Gotham, sobre las altas azoteas, lanzando su batcuerda en movimientos mecánicos, ya naturales para él, pues ha hecho esto prácticamente cada noche durante casi dos décadas y es algo innato en él. Eso le permite dedicar su mente a otras cosas. Así, en su cabeza se cruzan diferentes pensamientos. Algunos de ellos pertenecen a Bruce Wayne, y están relacionados con Silver St. Cloud, pero no están demasiado claros, y Batman decide deshacerse de ellos en este momento. Piensa también en el Pingüino, al que ve difícil que se reforme nunca y sabe que, tarde o temprano, incurrirá en alguna actividad criminal. Batman se promete a sí mismo estar allí cuando eso ocurra. Pero ahora su atención la reclama la batseñal. Una batseñal que apenas se ve últimamente en el cielo de Gotham, tras la entrada de Michael Akins como comisario, sustituyendo a Jim Gordon. La relación entre Batman y el GCPD ya no es tan fluida y se está volviendo cada vez más tensa. Sólo colaboran juntos cuando es estrictamente necesario. Por eso, y aunque a Bruce Wayne le haya dolido enormemente dejar tirada a Silver en el restaurante, Batman no puede declinar la llamada. Sabe que existen otras opciones, como avisar a Nightwing, pero ÉL es Batman.


Azotea del GCPD. El comisario Akins y Stacy –la “chica para todo” del GCPD– esperan junto al foco de la batseñal. De sus bocas escapa un ligero vaho, debido al frescor nocturno característico de Gotham.

—Hace frío, comisario –comenta innecesariamente Stacy, abrazándose a sí misma y encogiendo los hombros.

—Tenga –contesta Akins–, póngase mi chaqueta.

—Llevamos un buen rato esperando –dice ella poniéndose la prenda, incapaz de mantenerse en silencio.

—Lo sé –dice secamente Akins, frotándose enérgicamente las manos–. Pero ya sabes que necesito que estés aquí conmigo, Stacy...

—Sí, sí, lo sé –le interrumpe ella, poniendo cara de saberse ya la lección y diciendo de carrerilla–: Oficialmente, nadie del GCPD puede encender la batseñal, debido a las posibles implicaciones legales, pero yo no soy estrictamente miembro del GCPD...

—Si quieres un aumento de sueldo, olvídalo –responde el comisario, sin dejar muy claro si bromea o habla en serio–. Últimamente no encendemos mucho este cacharro, y si por mí fuera, podríamos abandonarlo en el almacén de trastos viejos...

—Pero ahora necesitamos a Batman –exclama Stacy, observando al comisario.

—... Así es, Stacy –dice finalmente Akins, tras un largo suspiro–. Espero que venga...

—¿No lo hago siempre, comisario?

Stacy y Akins se giran, sorprendidos, y pueden ver una corpulenta figura que se oculta entre las sombras.

—Batman... –susurra Stacy, asombrada, como cada vez que lo tiene delante.

—¿Y bien? –pregunta Batman.

—Se trata de Harvey Dent –comienza a decir el comisario–. Y Dos-Caras.

—¿Ha vuelto? –pregunta Batman, sin dejar que se note su asombro.

—Ha vuelto –contesta Akins, mientras Stacy apaga el foco–. Ha secuestrado al fiscal del distrito Frank. Es posible que le haya herido.

El comisario hace una pausa, tal vez esperando alguna pregunta de Batman, pero éste permanece impasible, en silencio y amparado por las sombras.

—Se ha atrincherado en la vieja casa de sus padres, donde se crió de niño. Está medio derruida desde el terremoto, y el acceso a ella es bastante complicado. Si entramos en tromba podría lastimar al fiscal. O a Montoya.

—¿A Montoya? –pregunta Batman.

—Entró por su cuenta en la casa, sin que pudiéramos evitarlo, y ha caído en manos de Dos-Caras. Quién sabe lo que ese lunático puede llegar a hacerle. Está... hum... bastante descontrolado, por lo que parece –Akins vuelve a hacer una pausa, calculando las palabras que va a decir a continuación–. Ya sabes que no comparto tus métodos, y que no me parece adecuada la existencia de vigilantes, pero... la situación es bastante peliaguda. Necesit...

De repente, se abre una puerta tras el comisario, y entra un agente de policía.

—¡Comisario! –dice, de forma alterada–. Tenemos nuevas noticias. Jim Gordon se ha saltado el cerco policial y ha entrado en la casa...

—¡Maldita sea! –exclama Akins, que se gira para pedirle ayuda a Batman, pero éste ya ha desaparecido sin que se dieran cuenta los presentes.

—Sí, comisario. Entendido... No, no se han oído disparos desde hace ya un buen rato, pero no sabemos si Gordon se encuentra bien... Sí, señor.

El detective Crispus Allen cuelga el transmisor y se aleja del cordón policial, hacia un pequeño callejón. Se queda mirando fijamente a la casa –más bien un amasijo de escombros, pues fue medio derruida durante el terremoto que asoló Gotham–, buscando algo de calma entre tanto ajetreo. Dentro de la casa, un desquiciado Harvey Dent (al parecer retomando su personalidad de Dos-Caras) retiene por la fuerza al fiscal del distrito, Herbert D, Frank, secuestrado por el propio Dent, y a la detective Renee Montoya, que acudió al rescate del fiscal pero que ha caído en manos del perturbado ex-fiscal del distrito. Es la casa donde Harvey Dent se crió de niño, posiblemente el lugar donde comenzó a fraguarse la personalidad de Dos-Caras. Para complicar la situación, tan sólo unos minutos antes, el ex-comisario de policía James Gordon se ha saltado el cordón policial, introduciéndose en el edificio, pistola en mano. Afuera, Allen intenta mantener la calma y el orden en un revuelto cerco policial. En la casa parece reinar la tranquilidad, pero saben que en cualquier momento podría brotar el caos. En camino está un equipo de Fuerzas Especiales, sabe Dios de lo que son capaces. Y en camino está, también, como le acaba de advertir el comisario, Batman. Crispus Allen, pese a sus ideas no totalmente conformes con Batman, se alegra de que esté en camino. Sabe que prácticamente es la única oportunidad que tienen Montoya y Frank.

—Voy a entrar, Allen.

El detective se gira y se topa con la enorme figura del murciélago, medio oculta por la oscuridad del callejón.

—No necesitas mi permiso –es la respuesta de Allen.

—Tan sólo te informo –responde Batman de forma sombría y haciendo amago de marcharse.

—No ha habido movimiento en la casa desde hace ya un buen rato –dice Allen apresuradamente, antes de que desaparezca Batman–. No sabemos si Gordon ha dado con Dent. En cuanto llegue el Grupo Especial, entraremos en la casa, pero supongo que hasta entonces tienes tiempo de sobra para hacer tu trabajo.

Batman no dice nada, pero asiente con la cabeza, y Allen le desea buena suerte. Acto seguido, el detective se dirige al cordón policial para dar aviso de que Batman va a entrar en la casa, algo que los agentes reciben con disparidad de opiniones. Batman hace caso omiso a los comentarios que produce su aparición y rápidamente, sin perder un segundo de más, entra en el edificio en ruinas, escabulléndose entre los escombros del jardín contiguo.

La casa, o más bien lo que queda de ella, está a oscuras, pues el suministro eléctrico quedó cortado durante el terremoto, y no hubo necesidad de reponerlo después. Entre las diversas aberturas se cuela la luz de los potentes focos de la policía, pero la mayor parte de la casa está completamente a oscuras, por lo que Batman activa la visión nocturna de su capucha y se interna por un pasillo (lo que fue un pasillo), hasta que en una de las habitaciones percibe un movimiento de luz, seguramente una linterna. Alguien se dirige hacia la posición de Batman, que se mueve rápidamente para colocarse en una posición ventajosa. Cerca de allí, se oyen pasos de un tercero que también se aproxima. Batman se encarama entonces en lo alto de una pared medio derruida, para tener mejor posición. Desde ahí puede ver como topan Jim Gordon y Dos-Caras. Éste último coge por sorpresa al ex-comisario, al que desarma rápidamente, y le apunta amenazadoramente con una pistola. Desde su puesto, Batman se prepara para evitar la tragedia.

—Si vas a disparar, hazlo ya –oye Batman decir a Jim Gordon, y se dispone a saltar sobre Dos-Caras cuando ve que éste baja el brazo y deja de apuntar a Gordon.

—Nah, ni hablar –dice el perturbado–. Si te matara, el Joker no me lo perdonaría jamás.

—¿El Joker? –pregunta un extrañado Jim Gordon.

—Sí –responde Dos-Caras, riendo como si estuviera contando un chiste–. Se empeña en que está obsesionado con Batman, pero al que acaba amargando la vida es a ti...

Entonces un montón de recuerdos afloran a la cabeza de Jim Gordon. Recuerdos de Barbara, su hija, a la que el Joker postró a una silla de ruedas de por vida al dispararla en la columna (8), y recuerdos aún más amargos de Sarah Essen, su segunda esposa (y su gran amor), a la que, de nuevo el Joker, asesinó brutalmente y sin compasión (9). Jim Gordon había sufrido mucho en su vida. Demasiado. Y, efectivamente, el Joker se había convertido en la principal causa de tanto sufrimiento.

—Pobre Jim... –vuelve a reír Dos-Caras, de forma cruel.

Batman se lanza sobre él en ese instante, pero Dos-Caras se revuelve rápidamente, pues ya le estaba esperando. Primero le apunta con su potente linterna, cegándole al instante, y después le apunta con su arma.


Batman, momentáneamente cegado, puede oír la fuerte detonación, mientras intenta recuperarse. Tras el disparo, se oyen los ruidos de pisadas rápidas, probablemente de Dos-Caras alejándose de allí. Aún sin poder ver bien del todo, Batman comprueba con el tacto que no está herido. Ha recibido un impacto de bala en el hombro izquierdo, pero el blindaje de la capa ha hecho rebotar la bala. Lo que no ha podido evitar es el intenso dolor que ahora siente en esa zona del cuerpo. Quizás no pueda usar el brazo izquierdo en los próximos minutos (y probablemente lo tendrá dolorido los próximos días).

Pero, poco a poco, Batman va recuperando la visión. Cerca de él está Jim Gordon, tumbado en el suelo, sujetándose una pierna que comienza a empaparse de rojo.

—Tu pierna... –comienza a decir Batman.

—Al final me ha herido –le interrumpe Gordon, sin ocultar el dolor en su rostro–. La bala rebotó y...

-No es grave, pero necesitas atención médica –dice Batman, examinando la herida y comprobando que es poco más que un rasguño.

—Tranquilo –responde Gordon con cierta dificultad–, no soy nuevo en esto de recibir disparos. Ahora ve tras él.

—Sal de aquí sin perder un segundo –le ordena Batman y desaparece por donde poco antes lo hizo Dos-Caras.

Dos-Caras entra corriendo en una habitación, dejando la linterna sobre una mesa. En una mano sujeta una pistola, y con la otra acaba de sacar su moneda. La linterna enfoca a dos figuras. Una corresponde al fiscal Frank, que se encuentra en estado semiinconsciente, delirando y farfullando palabras sin sentido. La cordura parece haberle desaparecido definitivamente. A su lado, maniatada también, tirada en el suelo, se encuentra Renee Montoya, que está intentando soltarse, pero Dos-Caras la ha atado a conciencia.

—Entrégate, Dent –le ordena la detective–. Sabes que no puedes escapar...

—¡Cállate! –grita enfadado Dos-Caras–. Teníamos muchas cosas pendientes, Renee, pero los acontecimientos se han desbocado. Me gustaba tener dos rehenes, pero ya es la hora de tomar decisiones... Empecemos con Frank.

Dos-Caras lanza la moneda al aire. Ésta gira y gira hasta que vuelve a caer sobre su mano. El lado que queda arriba no está marcado.

—Vaya, Gotham tiene por fin un fiscal con suerte... –murmura decepcionado Dos-Caras–. Aunque tal y como se encuentra ahora mismo, quizás él hubiera preferido la otra opción... Tu turno, Renee...

Montoya grita mientras la moneda gira en el aire. Sin embargo, cuando se detiene nuevamente sobre la mano de Dos-Caras, es el silencio el que domina la habitación. Dos-Caras muestra la moneda a Montoya, que puede ver claramente el lado marcado.

—Sabes que no quiero hacerlo –comienza a decir Dos-Caras, mientras se acerca pausadamente a Montoya, apuntándola con su pistola–. Aunque no es la primera vez que pasamos por esta situación... Aún teníamos muchos asuntos pendientes. Tanto de qué hablar... Pero se acaba el tiempo. Y la moneda ha decidido.

Dos-Caras aprieta el gatillo.

Renee Montoya cierra los ojos, sabiendo que va a morir. Oye el sonido atronador del arma, que la deja sorda unos instantes, y siente miedo. La oscuridad le rodea. No ve nada, no oye nada. Pero poco a poco, va recuperando la audición. Oye unos ruidos de forcejeos y golpes. Y mucho barullo. Y comprueba que también puede ver. Abre los ojos y se mira hacia sí misma, intentando ver dónde ha recibido el impacto de bala, pero no lo consigue. Tampoco siente dolor. Alza la cabeza y ve a Batman frente a Dos-Caras. Éste último se tambalea levemente, pues ha sido golpeado duramente por el Murciélago, pero aún posee el arma en su mano, la cual blande apuntando al murciélago en el pectoral del traje de su rival. Dos-Caras sonríe malévolamente, pero tiene la mirada perdida.

—Sabes que no servirá de nada –dice autoritaria y amenazadoramente Batman. La sonrisa se desvanece del rostro de Dos-Caras.

—Sí, lo sé. Siempre tienes razón –dice finalmente el loco, tras recapacitar unos segundos, aunque sin dejar de apuntar con la pistola a Batman.

—Estás enfermo, Dent –dice Batman–. Necesitas ayuda.

Batman hace amago de avanzar hacia Dos-Caras pero se detiene al ver que éste lanza su moneda la aire. Dent observa a Batman mientras la moneda gira una y otra vez en el aire. En ese momento no piensa absolutamente en nada. Simplemente espera a que la moneda tome su decisión. Batman, por su parte, observa a Dos-Caras, con cada músculo de su cuerpo en tensión, preparado para actuar en unas pocas centésimas de segundo si es necesario. Renee Montoya se queda como hipnotizada viendo como la moneda primero asciende y luego cae, girando sobre sí misma, todo ello a cámara lenta. Lo único que quiere es que todo termine ya. El fiscal Frank, apenas consciente, y apenas en sus cabales, logra balbucear una palabra apenas inteligible... justicia.

Dos-Caras recoge la moneda y la observa con interés. No la oculta, y Batman puede ver claramente que el lado que ha quedado a la vista es la cara no dañada de la moneda. Dos-Caras vuelve a mirar a Batman y ahora sí deja caer su brazo armado.

—Tú ganas –dice finalmente–. Supongo que nos veremos en Arkham...

Renee Montoya cierra los ojos aliviada y se tiende en el suelo, reposando. Es entonces cuando ve un pequeño agujero de bala en la pared, aún humeante. Precisamente donde impactó el disparo de Dos-Caras, desviado gracias a la oportuna aparición de Batman. Renee respira profundamente, dando gracias por estar viva, y porque Gotham tenga a Batman.


Epílogo

Los servicios médicos atienden a los heridos. Renee Montoya está algo alterada, pero no está herida físicamente. Jim Gordon, por su parte, ha tenido heridas de bala más serias que ésta de la pierna, que apenas le hará cojear un poco los próximos días. Por el contrario, el estado del fiscal Frank parece extremadamente grave. Físicamente sólo tiene rasguños y contusiones, pero mentalmente está quebrado. Quién sabe si se repondrá del todo.

Crispus Allen se encarga de esposar a Dos-Caras, que se mantiene en silencio. Será llevado de inmediato a Arkham Asylum.

Batman ha desaparecido, fiel a su estilo. No se ha despedido de nadie; su ayuda ya no era necesaria. La policía se encarga de Dos-Caras, y los servicios médicos de los heridos. "Dos-Caras..". piensa Batman mientras se desliza por las alturas de Gotham, ha vuelto de nuevo, pobre Harvey Dent. Sin darse cuenta, llega hasta el restaurante donde había comenzado a cenar con Silver, pero observa que ésta ya se ha marchado. Es absurdo llamarla ya, por lo que decide que lo mejor seré ponerse a vigilar Gotham, una noche más.

FIN

Igor Rodtem
09-08-2006
igor_rodtem@hotmail.com
Dedicado a Marien, que intentó echarme una mano para cierta parte del relato (aunque finalmente no pudo ser).
Agradecimientos a Víctor Santos por la portada. Toda la historia surgió de ese dibujo.


Referencias:
(1) Ocurrió en la saga Silencio. Harvey Dent fue operado por Tommy Elliot, el cirujano amigo de la infancia de Bruce Wayne.
(2) Ocurrió en la mencionada saga Silencio.
(3) Se vio en la historia El ojo del observador (publicada en Batman Annual # 14 USA –1990–, que se corresponde con el Batman Anual # 1 de Zinco). Harvey Dent tenía una doble personalidad derivada de los maltratos sufridos de niño por parte de su padre. Había podido mantener oculta la segunda (la antisocial) pero, una vez adulto y desarrollando una brillante carrera como fiscal del distrito, tras recibir de su padre un dólar de plata con las dos caras iguales (algo que tenía connotaciones con el maltrato sufrido en la infancia), junto con el incidente que le desfiguró la mitad del rostro (el mafioso Maroni le echó ácido en la cara durante un juicio), Dent se derrumbó y afloró la personalidad que acabó denominándose Dos-Caras.
(4) Ocurrió también en la saga Silencio. El Joker fue detenido por disparar “presuntamente” a Tommy Elliot, aunque finalmente ni había sido él quien disparó (fue Harvey Dent), ni el disparado fue Tommy Elliot (sino Clayface). Harvey Dent se convirtió, sin que el Joker lo solicitara, en su abogado, para liberarle de Arkham.
(5) GCPD: Gotham City Police Department (Departamento de Policía de Gotham City).
(6) Ocurrió en Gotham Central: Blancos fáciles.
(7) Renee Montoya negoció con Dos-Caras, a instancias del entonces comisario Gordon, durante la extensa saga Tierra de Nadie. Posteriormente tuvieron varios encuentros más, cada vez más explosivos (se pueden ver en la serie Batman: El Señor de la Noche), en los que Dos-Caras se iba obsesionando más y más con Montoya. Todo explotó en Gotham Central: Media vida.
(8) Ocurrió en Killing Joke (La broma asesina).
(9) Ocurrió al final de Tierra de Nadie.

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