Superman nº 26

Título: Errante (VI): la cara oculta de la Tierra.
Autor: Jose Luis Miranda
Portada: Edgard Rocha
Publicado en: Abril 2013

Clark contempló los cadáveres amontanados. Antaño había ayudado a detener matanzas similares pero ahora todo era inútil. Era un simple hombre, un hombre común e indefenso ante las terribles lacras de un inmisericorde planeta ¿Que podía hacer? No sabía rendirse...
Enviado a la Tierra desde el moribundo planeta Krypton, Kal-El fue criado por los Kent en Smallville. Ahora como un adulto, Clark Kent lucha por la verdad y la justicia como...
Creado por Jerry Siegel y Joe Shuster

Resumen de lo publicado: después de perder sus poderes tras su combate contra Zod y separado de Lois, Clark emprende un viaje alrededor del mundo para reflexionar sobre todo lo que le ha ocurrido y buscar la fuerza para continuar con su vida.

Nada hay más admirable y heroico,
que sacar valor del seno mismo de las desgracias
y revivir con cada golpe que debiera darnos muerte.
(Louis Antoine Caraccioli, escritor francés del siglo XVIII)

Prólogo

Antes de levantarse de su asiento, el ganador del premio Pulitzer Jerry Gettleman (1), miró al auditorio que abarrotaba el enorme salón de actos. El presentador acababa de dar una completa información sobre su vida y obra y le invitó a acercarse al estrado. Aquel acto patrocinado por Naciones Unidas se celebraba en Luganda(2), un pequeño país limítrofe con Uganda, Sudán, Kenia y Etiopía, que gracias a la intervención de hace unos años de Superman y Woman Woman había conseguido consolidar la democracia como forma de gobierno. Luganda se mostraba a África como un faro de esperanza, enseñando con su ejemplo que se podía entrar en la normalidad y dejar atrás las terribles situaciones que Gettleman iba a describir en su discurso.

Clark Kent estaba entre el público. Acompañaba a Sonia, la periodista que había conocido en Italia(3). Ella era la corresponsal de su periódico encargada de cubrir la conferencia del afamado periodista. Después debía viajar al norte de la República Democrática del Congo para informar de la labor humanitaria que llevaba a cabo una congregación católica sirviendo como refugio y escuela a los niños de la zona. Los flashes de los fotógrafos relampagueaban incesantes mientras la sala se silenciaba al acercarse Gettleman al micrófono:

- Bienvenidos. Voy a hablarles de realidades. Realidades que les van a golpear como un puñetazo seco y poderoso en el estómago. Espero que hayan traído aplomo suficiente para aguantar todo el discurso.

La mayoría de los presentes conocían los temas del conferenciante, pero algunos periodistas y políticos novatos, que era la primera vez que estaban en África, pensaron que era una forma de iniciar con fuerza su charla y dejaron escapar algunas risas. Pronto se cortarían. Gettleman prosiguió.

- En diciembre de 2009, el Ejército de Resistencia del Señor (LRA en inglés Lord’s Resistance Army), un brutal grupo rebelde africano guiado por un comandante llamado Joseph Kony, masacró a más de trescientas personas en un remoto rincón del noreste de Congo. La mayoría de las víctimas fueron muertas a palos, algunas fueron asesinadas con machetes, unas pocas recibieron disparos y unas pocas más fueron estranguladas. El LRA, como es conocido ampliamente -en Congo es llamado simplemente tonga-tonga, que significa algo como “los que atacan en silencio”-, secuestró a cientos de personas y se adentró por la jungla. Quien no pudo seguir el paso fue ejecutado. Algunos de los raptados, muchos de ellos niños, fueron forzados a actuar como verdugos.

En apenas pocos segundos el auditorio había enmudecido por completo.

- Permítanme que prosiga leyendo parte de la entrada de Wikipedia sobre Joseph Kony: el LRA es acusado de secuestrar niños para usarlos como soldados o esclavos sexuales. Como parte de su iniciación se dice que, a menudo se requiere que estos niños maten a sus propios padres, para no tener hogares a los que regresar. Una vez secuestrados, los niños son usados como mulas, cargando suministros del LRA hasta que están demasiados débiles para caminar. Cuando no pueden realizar los trabajos a los que obligan los comandantes de LRA, son asesinados o simplemente se los abandona para que mueran.

Gettleman bebió un sorbo de agua, aclaró su garganta y continuó:

- Los niños secuestrados también sirven de blancos y señuelos, siendo enviados a primera línea (desarmados) cuando el Ejército de Uganda se encuentra con el LRA. La acusación afirma que las niñas secuestradas a quienes Kony o sus comandantes superiores encuentran atractivas, se convierten en sus "esposas". En caso de que se nieguen son violadas y posteriormente asesinadas. Según la denuncia a los niños cautivos que causan problemas, les cortan la nariz, orejas o labios, luego se los obliga a comer su propia carne.

Clark sintió un escalofrío que le estremeció. En su vida anterior había participado varias veces en conflictos africanos sin que nunca consiguiera, salvo casos aislados, solucionar por completo dichos problemas. Quizá, se dijo así mismo, debería haber sido más activo. En su interior, por vez primera en mucho tiempo, nació un sentimiento de deseo por recuperar sus poderes. Sin embargo, el deseo le desagradó, no quería retornar a las enormes responsabilidades de antaño, y volvió a centrar su atención en la conferencia.

- Lamentablemente, así es la historia del conflicto en África en estos días. El estilo de guerra ha cambiado dramáticamente desde las guerras de liberación de los 60 y 70 (Zimbabue, Guinea-Bissau), las guerras de la Guerra Fría de los 80 (Angola, Mozambique) y las matanzas a gran escala de los 90 (Somalia, Congo, Ruanda, Liberia). Lo que estamos viendo es la proliferación de otra cosa algo más salvaje, turbia, depredadora y difícil de definir. Hoy, el continente está plagado de incontables, horribles, pequeñas guerras que, en muchos sentidos, no son realmente guerras. No hay línea de frente, no hay campos de batalla, no hay claras zonas de conflicto y no hay distinción entre combatientes y civiles, razón por la que el tipo de masacre ocurrida cerca de Niangara es tristemente común. Si lo quieren llamar guerra, de acuerdo, pero lo que está extendiéndose por toda África (Sierra Leona, Liberia, Angola, Congo…), como una pandemia vírica, no es más que puro bandolerismo oportunista y armado hasta los dientes. El fin de la Unión Soviética tuvo otro desastroso efecto en África. Los países del bloque del Este que despachaban kalashnikovs del Ejército rojo tuvieron que buscar nuevos mercados. África, con sus cielos no patrullados y sus costas infinitas, sus minas de oro y de diamantes y sus economías en las que circula libremente el efectivo, se convirtió en un nuevo mercado. Las armas se tornaron de pronto muy baratas y muy accesibles.

En ese momento empezaron a sucederse fotografías de los conflictos descritos en la pantalla gigante que estaba situada detrás del ponente. A Sonia se le humedecieron los ojos.

- He presenciado de cerca –a menudo, demasiado cerca– cómo el combate ha pasado de enfrentar a soldados contra soldados (una rareza en África ahora) a oponer soldados frente a civiles. La mayoría de los guerreros africanos no son rebeldes con causa: son depredadores. Por eso estamos presenciando atrocidades tan impactantes como la epidemia de violaciones en el este de Congo, donde grupos armados han cometido agresiones sexuales durante los últimos años contra cientos de miles de mujeres. ¿Cuál es el objetivo militar o político de introducir un rifle de asalto en la vagina de una mujer y apretar el gatillo? El terror ya es un fin, no sólo un medio. Los combatientes no tienen ideología; no tienen objetivos claros. Les basta con robar los hijos de otras personas, colgarles kalashnikovs o hachas del brazo y ordenarles que se encarguen de las matanzas. Si observamos con atención algunos de los conflictos más persistentes, desde los riachuelos plagados de rebeldes del delta del Níger hasta el infierno de la República Democrática del Congo, eso es lo que encontramos. Esta historia se repite por toda África, donde casi la mitad de sus 53 países sufre un conflicto activo o lo ha terminado hace poco. Lugares tranquilos como Tanzania son excepciones; incluso la accesible Kenia, repleta de turistas, saltó por los aires en 2008. Si sumamos las bajas de sólo una docena de países de los que cubro, obtenemos decenas de miles de civiles muertos cada año. Más de cinco millones de personas han fallecido en Congo desde 1998, según el Comité de Rescate Internacional.

El periodista bebió un nuevo trago de agua, detuvo su mirada en los rostros de las personas que se encontraban sentadas en primera fila y apreció en ellos una mezcla de morboso interés, horror y lástima.

- Nunca olvidaré mi visita al norte de Uganda hace unos años en la que conocí a un grupo de mujeres a las que los maniacos de Kony habían rebanado los labios. Sus bocas estaban siempre abiertas mostrando sus dientes. Cuando Uganda se compuso y tomó medidas firmes, Kony y sus hombres se marcharon. Hoy, su maldición se ha extendido a una de las regiones más anárquicas del mundo: la frontera entre Sudán, República Democrática del Congo y República Centroafricana. Los niños soldados son parte inherente de estos movimientos. El LRA, por ejemplo, nunca se adueñó de territorios, sólo de menores. Sus filas están plagadas de niños y niñas a quienes les han lavado el cerebro, que saquean pueblos y machacan hasta la muerte a recién nacidos en morteros de madera. En la República Democrática del Congo una tercera parte de los combatientes tiene menos de 18 años. Puesto que el nuevo estilo depredador de guerra africana está motivado y financiado por el crimen, el apoyo social es irrelevante para estos rebeldes. Evidentemente, si no se preocupan de ganar la batalla por las mentes y los corazones, no conseguirán muchos reclutas voluntarios. Por tanto, secuestrar y manipular a niños se convierte en la única forma de sostener el bandidaje organizado. Y los chicos han resultado ser las armas ideales: es fácil lavarles el cerebro, son intensamente leales, no tienen miedo y la oferta es inagotable.(4)

Gettleman concluyó:

- En definitiva, señores estamos en la cara oculta de la Tierra, la que nadie quiere mirar, la que casi todo el mundo prefiere pensar que no existe. La cara más terrible y árida del planeta, donde la miseria y el hambre se casan con la brutalidad más absoluta. La cara oculta de la Tierra. ¿Se atreven ustedes a contemplarla? ¿Harán algo para liberarla de su sombra?(5)

Capítulo 1

Las casas de la calle estaban ardiendo. Decenas de cadáveres amontonados cubrían el espacio entre las hileras de los edificios. Clark y Sonia se acurrucaban detrás del jeep que les había transportado hasta allí. Ambos estaban horrorizados al contemplar, como al lado de unos cadáveres ahorcados, varios niños armados jugaban colgados del mismo madero. La milicia había irrumpido en el pueblo donde los dos periodistas, minutos antes, realizaban el reportaje sobre la Iglesia del padre Mateo Lunas, un misionero católico, que había fundado una escuela y un hospital en aquel rincón africano del norte de la República Democrática del Congo. La muerte y la injusticia se mezclaban en un huracán de caos. Los niños que colgaban riéndose, se soltaron y en una ágil acrobacia se aposentaron en el suelo, al escuchar la llamada de uno de sus jefes. Echaron a correr calle abajo disparando al aire y uniéndose al grupo que sembraba violencia en el interior del pueblo. Tres jóvenes armados celebraban el abatimiento de varias personas.

Un hombre sangraba apoyado en la pared de una casa. De sus heridas brotaba incesante el líquido rojo mezclándose con la arena y el polvo que recubría sus pantalones. El moribundo estaba sentado sobre un inmenso charco de su propia sangre. Alzó la mano para realizar un gesto requiriendo la presencia de Clark. Las explosiones seguían sucediéndose a escasos metros y todavía se oían incesantes los disparos. Sonia aferraba el brazo de Clark pidiéndole que no se moviera, pero éste se soltó suavemente pronunciando un tenue "ahora vuelvo". Nuestro héroe recorrió agachado los metros que le separaban de aquella persona que, al verle a su lado, empezó a hablar en una mezcla de francés y lingala (6). El kryptoniano hablaba y entendía todas las lenguas y dialectos del planeta, esa capacidad de su supercerebro no la había perdido con el resto de habilidades:

- Escú… cheme,… debe… escu… charme…

- No se fatigue…

Clark observó la herida. Aquel hombre tenía dos o tres balazos en el estómago. No había forma humana de salvarle y estaba claro que era plenamente consciente de ello porque hablaba sabiendo que la muerte se le aproximaba. No quería que le alcanzara sin pronunciar estas últimas palabras.

- Mi… mi… hija… y mi… nieto…

- ¿Dónde están?

- Han… es…ca… pado…

Con un gran esfuerzo el moribundo señaló en dirección hacia una zona en la que la hierba terminaba y comenzaba el desierto.

- Les… persi… guen. Mi… nieto… tiene… ocho años…

- Pero…

- Debe… ayudarles… si no… lo hace…, violarán… a mi hija y… mi nieto… se verá obli… gado a matarla… Se lo suplico…

Clark le sostuvo la mano. De pronto la fuerza que, con tesón admirable portaba, cesó y cayó como un pájaro herido. El cuerpo se convulsionó y la luz se fue de sus ojos. Clark miró hacia el desierto y observó a lo lejos como cinco hombres armados se perdían en la lejanía. Sin duda, eran los perseguidores de la mujer y el niño. De repente, un estruendo voraz se adueñó del cielo. En segundos un par de helicópteros aterrizaban a escasos metros de ellos, descendiendo de los mismos una veintena de hombres armados con cascos azules que empezaron a disparar contra un enemigo invisible. Sonia corrió hacia Clark y le abrazó. Uno de los soldados, con el rango de sargento, se aproximó a ambos:

- ¿Están ustedes bien? ¿Son periodistas?

Clark y Sonia asintieron.

- Suban al helicóptero, la Cruz Roja y ACNUR han montado un campamento cercano. Nos llevaremos a los supervivientes que podamos.

- ¿Y los que no quepan?- preguntó Sonia.

- Quizá vendremos luego- dijo sin mucho convencimiento el sargento.

Clark le agarró del brazo.

- Este hombre me ha pedido que ayude a su hija. Ha huido hacia el desierto y está siendo perseguida por insurgentes de la milicia. Deben ayudarla.

- Si es así ya estará muerta. No voy a arriesgar la vida de ninguno de mis soldados más de lo necesario.-respondió el sargento.

- Pero, se lo suplico. Acabo de ver a unos cinco hombres en aquella dirección. Podemos encontrarla y salvarla. Estamos a tiempo de…

- Lo siento amigo. Siento decirlo, pero una muerte más o menos casi da lo mismo. Suban al helicóptero. No permaneceremos aquí muchos minutos más.

Diciendo esto se soltó de la sujeción de Clark y se apresuró a acercarse a sus hombres que disparaban a lo lejos.

- Venga, Clark- le dijo Sonia.-La situación nos supera. Hagámosle caso.

- Tenemos que hacer algo..., esa mujer y su hijo corren un peligro terrible.

- ¿Qué podemos hacer? Ya hemos sido afortunados de haber sobrevivido. No hace ni veinte minutos que aparecieron esa veintena de jóvenes armados y empezaron a disparar y a lanzar granadas. Han masacrado al padre Lunas y a sus escolares. La llegada de los cascos azules nos ha salvado la vida. Vayámonos y agradezcamos nuestra suerte.

- No les puedo dejar solos, sabiendo…

- Clark, no está al alcance de nuestras posibilidades ayudarles. Hagamos caso al militar y subamos al helicóptero.

Clark miró al cielo, aquel sol de justicia. Luego, contempló los cadáveres amontonados. Antaño había ayudado a detener matanzas similares (7). Y, ahora, se inundó de rabia, todo el tiempo desde que perdió sus poderes deseando no recuperarlos para que aquella vida de tranquilidad no se detuviera nunca. ¡Qué diferente era esta parte del mundo! Una carnicería salvaje de vidas humanas sin sentido, sin objetivos políticos. Sólo dolor por dolor. Un intenso deseo de recuperar sus poderes le invadió. ¡Qué fácil sería elevarse, recoger a la mujer y a su hijo y transportarlos a un lugar seguro! Sin embargo, ahora era un imposible. No los tenía. La realidad se tornaba una montaña inconquistable y le aplastaba como una losa de toneladas. Era un simple hombre, un hombre común indefenso y asustado ante las terribles lacras de un inmisericorde planeta. ¿Qué podía hacer? Sus ojos se posaron en los de Sonia y lo tuvo claro. No sabía rendirse. No cedió a pensamiento alguno de derrota o desesperación. Volvió a observar el desierto, mientras una determinación nacía de su voluntad expresándose, sin demora, en sus labios:

- Debo intentarlo. Probablemente no sirva para nada. Pero debo intentarlo.

- ¡¡Claaaark!!- Sonia gritó desesperada al verle alejarse.

Como un relámpago, el hijo de Krypton, inició la carrera hacia el jeep que les había llevado hasta allí. Subió y lo arrancó partiendo hacia la dirección que le había indicado el reciente fallecido. No reparó en la aguja del combustible que lo mostraba casi agotado.



Capítulo 2

La República Democrática del Congo poseía un clima tropical con abundantes lluvias, lo que daba como consecuencia el desarrollo de una de las selvas más extensas del planeta. Resultaba curioso que en aquella esquina del país, donde estaba situado el poblado, próxima a la frontera con Uganda y Sudán, compartieran una mínima región desértica(8). La mujer huía desesperada adentrándose en el desierto. Aunque su mirada buscaba frenética algún lugar para refugiarse o alguna persona que pudiera ayudarla, sólo apreciaba arena, rocas y planicies desiertas. Su mano derecha aferraba con fuerza a su hijo de ocho años. Tiraba con firmeza de él. Ambos estaban cerca del agotamiento. Recordaba el inicio de las explosiones, los disparos, el impacto de las balas sobre su padre. El miedo la empujó a intentar ocultarse. Huyendo de la matanza corrió en dirección al desierto. Esperaba alejarse y retornar cuando todo se hubiera calmado. Sin embargo, cinco jóvenes de los asaltantes la habían visto alejarse e iniciaron la marcha hacia donde estaba, con la intención de violarla y reclutar al niño como nuevo soldado. Era una práctica salvaje y, lamentablemente común, obligar a niños a disparar a la propia madre después de haberles obligado a participar en la violación.

Los jóvenes reían, iban andando, como si de un paseo en una tarde de domingo se tratase. La mujer les sacaba bastante distancia, pero sabían que el agotamiento le llegaría pronto y caería. Además, no tenía ningún sitio al que ir. El primer pozo natural de agua estaba a varios kilómetros y aunque lograra llegar seguiría en mitad del desierto. Por ello, los jóvenes provistos de una cantimplora de agua cada uno, avanzaban charlando y haciendo burlas esperando encontrarla en pocos minutos. De los cinco soldados que avanzaban hacia la pobre fugitiva, sólo uno alcanzaba, recién cumplidos, los veinte años, se llamaba Kenjo. Del resto, otro llegaba a dieciocho, su nombre era Akem, uno más a diecisiete y los dos más jóvenes, quince. Todos ellos reclutados en similares circunstancias. A ninguno le eran desconocidas las prácticas de mutilar, violar y asesinar.

El plan de Clark era sencillo: adelantaría a los soldados, lo suficientemente alejado de ellos para no ser blanco de sus disparos, llegaría hasta la mujer y su hijo, los montaría en el jeep y retornaría al pueblo antes de que los cascos azules lo abandonaran. Sin embargo, pronto vio que su proyecto de rescate llevaba mal camino para triunfar. La señal del combustible empezó a emitir un sonoro pitido que le anunciaba la pronta parada del vehículo. Recordaba haberlo llenado cuando lo alquilaron, pero, probablemente, alguna de las explosiones o disparos habrían dañado el depósito. ¿Qué tiempo le quedaba antes de que el vehículo se detuviera? ¿Cinco, diez, quince minutos? Por un segundo, pensó darse la vuelta y desistir de su acción. La idea cobró fuerza cuando apreció al quinteto perseguidor. Sin embargo, rendirse no era una palabra que hubiese utilizado con frecuencia en su vida. Debía intentarlo aún a costa de jugarse la vida. Giró algunos grados el volante a la derecha para que la dirección del vehículo empezara a recorrer una elipse que le permitiera evitar su encuentro. Los cinco observaron el jeep a lo lejos y uno de los más jóvenes disparó, pero el mayor, Kenjo, le abroncó y le golpeó en el rostro con la culata del kalashnikov.

- No se malgasta la munición. Perro.

- Si la alcanza se la llevará.

- ¿Crees que no lo sé?

Kenjo ordenó a todos que corrieran en dirección al jeep.

- Abrámonos en abanico y apresurémonos. Deberá retornar por donde ha venido. No podrá cruzar el desierto.

Akem, que hacía las veces de lugarteniente, hizo con la mano el gesto de avance y todos se pusieron en marcha. Clark aceleró, mientras utilizando unos prismáticos ubicó la posición de la mujer y su hijo. Demasiado alejado para ser detenido, les dejó atrás rumbo a la desesperada pareja. Cuando la perseguida escuchó el motor se imaginó que los jóvenes se le echaban encima y redobló sus esfuerzos. Pero el calor y la tensión fueron demasiados para ella. Sus piernas no pudieron sostenerla y se precipitó contra el suelo. El niño también rodó, pero consiguió levantarse enseguida, sujetando su mano y tirando con fuerza de ella. Su titánico empeño resultó infructuoso y no pudo alzarla.

- ¡Mamá! ¡Vienen, nos cogerán si no te levantas!

Clark llegó a su altura y derrapó algo al detener bruscamente el vehículo a escasos dos metros de ambos.

- Subid. ¡Soy un amigo! Me envía tu padre.

El niño quedó boquiabierto y la mujer había perdido el conocimiento. Clark la cogió en brazos y la tumbó en el asiento de atrás. Al niño le subió al lado del conductor y arrancó. El quinteto se abría en abanico y, aunque todavía estaban lejos, se le apreciaba amenazante. El motor empezó a vibrar y no conseguía arrancarlo.

- Maldición -susurró Clark.

Nuestro héroe giraba frenético la llave. Obteniendo, tan solo, un ahogado ronroneo del motor. Los jóvenes aullaban recorriendo a la máxima velocidad que sus piernas les permitían, los cada vez más escasos metros que les separaban de sus presas. Clark les miró un segundo apreciando como iban situando las armas en las manos dispuestos a acribillarle en cuanto estuviesen a la distancia adecuada. Las balas esta vez no rebotarían en su pecho.

- Vamos, arranca… joder, arranca.

Sus dedos nerviosos apretaron la llave de contacto, girándola en otras tres ocasiones. Nuevamente sólo escuchó el odioso sonido del fracaso. Cerró los ojos, respiró y decidió que si aquella vez no funcionaba, se prepararía para enfrentarse a los jóvenes atacantes. El problema era que no tenía ninguna arma y aquello no era un cómic, una película o un relato y desde varios metros los asaltantes podrían coserle a balazos. Los jóvenes lanzaban gritos de júbilo comprendiendo que algo iba mal. Kenjo, ordenó que fueran separándose aún más entre ellos, con la intención de llegar al vehículo desde cinco posiciones diferentes y, así, no permitir que pudiera parapetarse tras el coche. De nuevo, los dedos de Clark sujetaron la llave y la obligaron a girar en una última media vuelta. Un rugido se elevó hasta el cielo. Fue como una respuesta a sus oraciones. El motor rugió, aunque era imposible predecir cuánto tiempo duraría encendido. Clark situó la palanca de cambios en la primera marcha y apretó con frenesí el acelerador. Sin embargo, el destino se puso de nuevo en su contra. Las ruedas se habían encallado en la arena y resbalaban sin permitir que el vehículo adelantara un solo metro.

Hundió aún más el pie, sin conseguir que los neumáticos dejaran de patinar. Se bajó de un salto y miró a su alrededor buscando una madera o una roca para colocarla como superficie dura bajo las ruedas. Los atacantes no cesaban de acercarse con las armas en la mano. "¡Le tenemos, le tenemos!", gritaba el más joven. Clark no encontraba nada. Se subió al jeep y rebuscó en su interior. El tiempo se le agotaba. Desesperado fijó su atención en una manta que estaba en la parte trasera del vehículo. La agarró con avidez y la extendió bajo las ruedas delanteras introduciendo parte de ella bajo las mismas. Volvió a subirse. Los hombres estaban ya a distancia para alcanzarle con un balazo. De hecho, uno de ellos disparó y la bala impactó en la puerta del vehículo. Bajaban como posesos enloquecidos. Pisó, una vez más, el acelerador y el coche montó sobre la manta evitando el resbalón y saliendo despedido. Los jóvenes gritaron de rabia y dispararon un par de veces, pero el vehículo volaba alejándose de ellos. Clark sintió la vibración del motor y se percató, claramente, que no duraría mucho encendido.

Desde luego, comprendió que no tenía margen para retornar al pueblo. No quedaba gasolina suficiente para hacer una enorme curva que le alejara de los perseguidores y pudiera hacerle volver donde había dejado a Sonia. Su única opción era huir al interior del desierto, separándose de los perseguidores y conseguir así que ellos desistieran continuar. De esta manera, los siguientes cuatro minutos el coche rugió en la dirección mencionada. Kenjo ordenó a los hombres que se detuvieran y preguntó en voz alta:

- ¿Por qué no gira y vuelve al pueblo?

- Nos tiene miedo- respondió Akem, que hacía las veces de mano derecha de Kenjo.

- Si tuviera miedo ni se le habría ocurrido rescatar a la mujer y al niño.

- Debemos volver. Las tropas militares tomaron el pueblo. Estamos casi sin agua.- volvió a intervenir Akem.

- ¡Calla! Aquí mando yo. Soy el general de esta milicia. ¿Alguien quiere discutirlo?

Todos enmudecieron. Kenjo quedó en actitud pensativa. Se mesó el pelo, luego, se rascó la barbilla y, por fin, rompió su silencio exclamando:

- Ya lo tengo. Ese hijo de puta se está quedando sin combustible. Por eso teme volver y quedarse parado. Quiere que pensemos que es capaz de huir y nos larguemos.

- Pero, si te equivocas, quedaremos sin agua en mitad del desierto- habló el de diecisiete.

Un culatazo de Kenjo partió el labio superior del chico que había intervenido y le tumbó en el suelo.

- Yo nunca me equivoco. Nadie me discute. ¿Debo recordárselo a alguno más?

- ¿Qué hacemos?- dijo Akem.

- Seguirles, separaos en cien metros unos de otros y avancemos despacio. Va a quedar encallado en el desierto. Nos follaremos a la mujer, tendremos un nuevo recluta y jugaremos con el occidental hasta que desee la muerte.

Capítulo 3

La situación se complicaba por momentos. Clark apreció, antes de perderlos de vista, como reanudaban la marcha. Sin duda, habrían adivinado la falta de gasolina. La señal auditiva del vehículo le indicaba que pronto se detendría. Debía conseguir la mayor distancia posible. La mujer despertó y, enseguida, abrazó al niño y habló algo asustada a Clark:

- ¿Quién es usted?

- Soy un amigo. Me envió su padre para ayudaros.

- ¿Cómo está mi padre? Vi como le disparaban…

- No… no sobrevivió…

- ¡¡¡Aaaaaaaggggggggh!!!-, la mujer emitió un desgarrador grito de pena y furia. Su mano izquierda cubrió las lágrimas de sus ojos con las manos.

- Ahora no es momento de perder la calma. Debemos dejarles atrás.

- ¿Por qué no retornamos hacia el pueblo? Es más difícil intentar cruzar el desierto con este vehículo que volver.

- Se nos agota el combustible. En breve nos pararemos. Quiero que desistan de alcanzarnos.

- No, no, no. No se rendirán, vendrán a por nosotros. Son la muerte silenciosa.

- ¿Conoces algún lugar donde poder parapetarnos?

- Sé que hacia el este existe una especie de pozo de agua. Está en el centro de un montículo rocoso, hay algo de vegetación.

Clark condujo en la dirección indicada, pero la marcha no duró ni dos minutos seguidos porque en un gemido constante el vehículo se detuvo por completo. Como impulsado por un resorte, Clark dijo con firmeza:

- Vamos, no hay tiempo que perder.

El trío descendió. Clark sabía que dirigirse al interior del desierto les otorgaba pocas posibilidades de supervivencia, sin embargo esperar a los perseguidores era una opción peor. Abrió el maletero y sacó un mapa de la zona. Lo observó con atención, consiguiendo ubicar en él el lugar descrito por la mujer. No se encontraba tan lejos. No era tan descabellado poder llegar allí. Un cuchillo, una linterna y una pala completaban los tesoros del maletero. Observó la posición del sol y se encaminó, dando a la mujer la mano y ésta a su vez al niño, hacia la dirección elegida. En uno de los bolsillos llevaba el ipot que Batman le había regalado(9). Recordó sus palabras: si necesitaba ayuda debía pulsar la canción cero. Pero lo encontró partido por la mitad, sin duda, en el caos de los últimos acontecimientos. "Bien, señor Kent", se dijo irónico," la diversión va en aumento."

A escasos kilómetros Kenjo maldecía por el calor. Acostumbrado a moverse en ambientes selváticos y a la abundante lluvia del país, sentía enorme desagrado por caminar por aquel páramo de roca y arena. Marcaba el paso a sus compañeros, separados entre sí según sus indicaciones no sobrepasaban la línea que delimitaba su figura. Akem le miraba continuamente para ver si daba nuevas indicaciones. Kenjo gritó:

- ¡¡Con calma, sin pausa!! ¡¡El todoterreno se detendrá y les cazaremos!!

El trío perseguido aceleraba el paso, pero el agotamiento de la mujer y el niño de ocho años dejaban claro que no podrían resistir mucho más tiempo. De momento, no veían ni rastro de los terribles adversarios, pero era evidente que no mantendrían esa ventaja en las siguientes horas. Tras una hora de camino la mujer se desplomó. Clark tuvo que sujetarla para evitar su choque contra el suelo y, luego, la levantó en brazos cargando con ella. Ahora su paso era mucho más lento. Tras casi media hora de camino en esas condiciones, sumando el sofocante sol que generaba una temperatura de 40º, las fuerzas de Clark estaban minándose sin remedio. La dificultad aumentó cuando el niño, en un intento de sostenerse y no caer, fue agarrado a la chaqueta de Clark lo que agravaba la tensión del héroe. Al fin, le pareció ver a lo lejos una elevación rocosa con varios troncos de árboles que, sin duda, debía ser el lugar descrito por la mujer. Esa esperanza le hizo redoblar las energías y hacer lo posible por llegar allí. Los últimos metros le parecieron eternos. Pronto se inundó de euforia: lo había conseguido.

El lugar era simplemente un pequeño montículo en cuya cima tenía un par de troncos de árboles resecos y un agujero rodeado de piedras que hacía las veces de pozo. Pudo llegar hasta su borde con la mujer en los brazos. La depositó y se asomó a ver si podía refrescarse. Su desilusión fue absoluta. Estaba seco. De cualquier manera los troncos daban algo de sombra y situó en ellos la espalda de sus acompañantes. El niño se acurrucó entre los brazos de la madre. Les dejó allí sentados, avanzó hasta la parte más alta, que apenas alcanzaba tres metros de altitud, y oteó el horizonte temeroso. En pocos minutos observó diminutas las cinco figuras inasequibles al desaliento.

El héroe de Krypton sopesó las posibilidades. Eran cinco hombres armados. En cuanto le tuviesen a la vista dispararían. Por otra parte, era imposible seguir avanzando en aquellas condiciones. ¿Cómo cargar con la mujer y el niño cuando estaba agotado? Debía enfrentarlos, pero la separación entre ellos dificultaba enormemente el posible combate. Aunque sorprendiera a un miembro del grupo, tendría al más cercano armado y a unos cien metros de distancia. ¿Qué más opciones se abrían ante él? Si fracasaba sabía perfectamente, qué destino le esperaba a él y a sus dos acompañantes. Fue hacia la madre, que estaba despertando al recibir la escasa sombra en la cabeza, y le dijo al oído:

- Vienen hacia aquí. Es imposible continuar. Haré todo lo posible por frenarlos.

- No puedo dar un paso más.-susurró ella.

- Lo sé.

- Pase lo que pase… gracias.

- Lo intentaré con todas mis fuerzas.

Clark inició la marcha y la mujer le detuvo con una pregunta…

- ¿Señor?

- ¿Sí?

- Está arriesgando su vida por dos desconocidos. ¿Por qué? Nadie se preocupa por esta parte del mundo.

- A mí me importa. Me enseñaron a ayudar a los demás.

- ¿Cómo se llama usted?

- No es mal momento para presentarnos, quizá no haya otro. Me llamo Clark. ¿Y vosotros?

- Mi nombre es Netsaí y el de mi hijo Yoweri.

- Un verdadero placer.

- Le deseo mucha suerte. La va a necesitar.

- Ya lo creo, Netsaí. Ya lo creo.

Capítulo 4

Clark se alejó pertrechado con la pala y el cuchillo. Yoweri le siguió con la vista unos segundos. Acto seguido, se acurrucó en el regazo de su madre.

- Mamá, ¿vamos a morir?

- Shhh, calla cariño.

- Tengo miedo. Cuéntame una historia. La del rey infeliz.

- La sabes de memoria.

- Por favor.

- De acuerdo. Érase una vez un rey que lo tenía todo, pero que no era feliz. Con su enorme fortuna compró todo lo que podía comprarse con dinero: enormes casas, terrenos, joyas… Organizó festejos que duraban días enteros, enamoró mujeres de todos los rincones de la tierra para que le satisficieran sus deseos de hombre. Sin embargo, nada conseguía hacerle feliz.

Clark descendió los pocos metros de altura y se arrastró por el suelo para que no pudieran advertir su presencia. Reptó como una serpiente un par de minutos y permaneciendo tumbado utilizó la pala para excavar una pequeña fosa donde poder ocultarse. Pretendía enterrarse y salir cuando estuviesen a su altura sorprendiéndolos. Debía ser rápido y certero derribándoles antes de que pudieran reaccionar. De hecho, tenía claro que, si conseguía tumbar al primero, estaba obligado a quitarle su arma de fuego y disparar contra el resto. No le agradaba en absoluto la idea, pero sabía que no vería otro día, ni la madre y el niño, si no tomaba medidas tan extremas. El problema mayor era la separación de unos cien metros entre cada uno de los perseguidores. En cuanto uno fuera atacado los demás tendrían distancia y tiempo suficiente para reaccionar. Netsaí continuaba la historia.

- Un día, el rey ordenó que se difundiera por todo el reino que entregaría su peso en oro a la persona que le enseñara el secreto de la felicidad. Así se hizo y al recibir la noticia cientos de súbditos se encaminaron a probar fortuna para intentar desvelarle al rey el enigma.

Kenjo estaba ansioso por encontrarlos. Su teoría sobre el combustible del vehículo quedó corroborada al verlo detenido. Ese hecho aumentó su ansia de capturar a los evadidos. Ya lo habían dejado muy atrás, era evidente que estarían cercanos a ellos. Estaba claro que sólo un hombre de fortaleza y voluntad extrema podría haber recorrido esa distancia hasta el pequeño pozo. Debían ser precavidos. Levantó su mano derecha e indicó la dirección del montículo. Clark pudo verle y su preocupación fue en aumento. La separación entre los perseguidores era cada vez mayor, Kenjo tenía la intención de rodear la elevación rocosa y llegar desde cinco posiciones diferentes. Clark respiró profundamente y observó como uno del quinteto, el más joven, se dirigía hacia su escondrijo arenoso.

- Acudieron médicos, sabios, filósofos, maestros, pero también tunantes y vividores que buscaban fortuna. Cada uno intentó hacer ver al rey un concepto diferente de felicidad. Podían relatarle que la felicidad se encontraba en la salud, la capacidad de pensar, el dinero, el placer de las mujeres, la paz, el lujo, la tortura de los enemigos, el alcohol… Todos intentaron que el monarca saliese de su mal. Todos pretendieron curar el ansia que anidaba en el interior de su corazón. Ninguno tuvo éxito.

Pasaron algunos minutos. La espera se hacía eterna. Clark estaba cubierto por la arena y rezaba en silencio porque no se desviara el joven que se le acercaba. Sabía que en cuanto le atacase, los demás lo percibirían y utilizarían sus armas. Debía ser rápido, golpearle con la pala, agarrar su fusil, disparar al menos a los dos más cercanos, tirarse cuerpo a tierra y esperar que la pareja restante permaneciese a tiro. Odiaba la idea de hacer daño, mucho más porque posiblemente provocase alguna muerte. No culpaba al grupo de adolescentes de ser como les había forjado este terrible mundo, pero el instinto de supervivencia y la preocupación por la madre y el niño gobernaban sus pensamientos.

- Por último, cuando ya había perdido toda esperanza, apareció un mendigo en la corte que pidió audiencia con el rey. Estuvo a punto de perder la vida a manos de los guardias que le impidieron la entrada. Hasta que gritó: "¡yo tengo en mi saber el secreto de la felicidad!"

Los cinco hombres aferraban sus armas aproximándose con determinación. Pronto, Clark tenía al más cercano a escasos cinco metros. El héroe escuchó sus pasos, aferró con fuerza la pala y decidió que, al contar diez, saldría de la arena y le golpearía con todas sus fuerzas. Cuando el kryptoniano llegaba al ocho, el quinceañero más joven estaba a dos metros suyos.

- ¿Tú, dijo el rey, pobre mendigo, puedes decirme cuál es la solución a mi ansia? Sí, yo puedo, respondió el mendigo. ¿Crees que acertarás, prosiguió el monarca, donde han fallado sabios y doctos catedráticos de ciencia? Sí, mi señor, contestó el humilde hombre, yo tengo la respuesta. Dímela sin más demora, ordenó el rey, y te cubriré de oro. ¿Qué tengo que hacer para ser feliz?

Clark emergió de la arena pala en mano y asestó un fortísimo golpe al primer enemigo entre los pectorales. Kenjo tenía puesta la vista en el montículo cuando escuchó removerse la arena y contempló con nitidez el impacto a su compañero. Gritó ordenando a sus hombres que dispararan. Él mismo y los otros tres blandieron sus armas en segundos. El joven golpeado caía sin conciencia mientras el fusil que portaba quedaba suspendido en el espacio un segundo. Sin respiro, Clark se abalanzó hacia el arma. Cuando la sostuvo, se lanzó hacia la arena, a la par que apretaba el gatillo. Sus disparos acertaron al joven de diecisiete años en el pecho, que quedaba también sin sentido. El de dieciocho, Akem, y el restante de quince respondieron abriendo fuego hacia Clark obligándole a rodar sin poder continuar utilizando el arma. Los tres guerrilleros en pie iniciaron una carrera frenética hacia él. Nuestro héroe oyó el silbido de las balas que a medio metro impactaban en la arena. Volvió a apretar el gatillo de su kalashnikov y éste soltó una ráfaga más antes de quedarse sin munición. Las balas rozaron en las piernas del otro quinceañero, haciéndole caer aunque sin herida grave. Kenjo y Akem continuaron la carrera. El líder ordenó que le capturaran vivo. Sin saberlo, había otorgado a Clark Kent la única oportunidad de salir con vida. El combate cuerpo a cuerpo era lo mejor que podía pasarle, si no disparaban tenía una nueva esperanza.

Kent se levantó esperándoles. Cuando Akem estaba a su altura, Clark le propinó una sorpresiva patada al pecho que lo dejó sin respiración. Kenjo, estaba ya encima de él y sacó un cuchillo del cinto, pero el kryptoniano esquivó su acometida y respondió con un puñetazo en pleno rostro que tumbó al líder del grupo. Tenía a sus pies a los dos más peligrosos. Su cercana victoria no llegó a producirse. El joven de quince herido en las piernas, estaba frente a él y apretó el gatillo. El héroe en un gesto instintivo se apartó lo suficiente, para que la bala sólo le rozase, pero lo hizo con la fuerza de un toro en su sien derecha. Quedó aturdido y cayó al suelo. Kenjo y Akem, como resortes, se pusieron en pie y le agredieron a base de culatazos. Aún así, tuvo fuerzas para sostener el rifle del más joven, evitando que le partiese el cráneo y descargar un puñetazo que le echó hacia atrás. Sin embargo, Kenjo se situó en su espalda y le agredió con fiereza en plena nuca dejándole sin sentido. Akem sacó el cuchillo avanzando hacia el caído héroe, pero Kenjo le detuvo.

- ¡Alto, no le mates! Su sufrimiento acaba de empezar.

La madre, al oír los primeros disparos, apretó al niño contra su pecho y alzó su tono de voz para narrar el final de la historia.

- Entonces el mendigo se acercó al rey y le dijo:" el secreto de la felicidad lo hallarás cuando abandones lo que posees. Piérdelo todo por un día. Deja lo que tienes y vive mi vida. Siente la miseria de las calles, el hambre de mi estómago, la sed que desgarra mi garganta, el frío por las noches, el calor asfixiante de los días, la culpa por no poder dar comida a los hijos, la desesperanza de ver a los nietos en la pobreza… Vive mi vida una sola jornada y apreciarás la tuya. "A partir de ese día el rey comprendió que su vida era privilegiada y procuró ser un gobernante justo y bondadoso. Su labor se encaminó a que al pueblo no le faltara alimento y trabajo, que no hubiera abusos y que la justicia fuese el motor de todas sus acciones.

- Al final, todo termina bien.

- Sí hijo, esta historia tiene un final feliz.

Los hombres de Kenjo estaban a su espalda.

Capítulo 5

La negrura fue despejándose del cerebro de Clark. El dolor le invadía el cuerpo y una pesadez en sus extremidades le oprimía sin que supiera definir qué era. No conseguía moverse. Abrió los ojos lentamente mientras sus sentidos analizaban el entorno. Al recuperar plenamente la conciencia, se percató de estar inmerso en una de las peores situaciones de su vida. Le habían enterrado en el suelo del desierto dejando sólo libre su cabeza. Nada más ser consciente del peligro, deseó con toda su voluntad el retorno de alguno de sus poderes para poder escapar. Estaba a la completa merced de sus rivales. Atardecía y habían encendido una hoguera al lado de la que se encontraba la madre sollozando. De los cinco, dos estaban malheridos. Primero, el chico al que había acertado con las balas temblaba y tenía una cara blanquecina con muy mal aspecto. Y, segundo, al que había propinado el palazo en el pecho tosía sin parar. Kenjo, Akem y el otro quinceañero reían burlándose de la madre. El niño había sido obligado a sentarse entre ellos. Kenjo, cuando apreció que Clark había abierto los ojos, sacó una pistola del cinto y habló en voz alta dirigiéndose al niño:

- Ya tenemos espectadores. Empecemos. Escucha, chico. Mira a tu madre. Le hemos hecho el favor de joderla, pero es flaca, fea y vieja y ya nos hemos cansado. Deslígate de tu pasado. Coge esta arma y mátala. Formarás parte de nuestro ejército. Si no lo haces te violaremos a ti también y, luego, te quemaremos vivo.

Yoweri lloraba, no quiso agarrar el arma y negó con la cabeza. Akem se levantó y le abofeteó. Después se sacó el pene y situándose cerca de la madre lo pegó a su cara.

- Mira niño. Dispárala o lo que le haremos será mucho peor.

Todos rieron. El quinceañero sano también se aproximó y empezó a orinar encima de ella.

- Además, ahora huele a meados.

Kenjo obligó al chaval a sostener la pistola. Le sostuvo el brazo y apuntó a la madre. Ésta lloraba. El niño también.

- Dispara ya, mierda,- le dijo.

Clark miraba con impotencia. La arena era blanda y su mano derecha había contactado con una roca que utilizó para apoyarse. Empezó a escarbar moviendo los dedos, consiguiendo subirlos unos centímetros. Insuficiente para liberarse. El dramático escenario requería una acción rápida. Entonces cerró los ojos y pidió que retornasen sus poderes, rezó clamando por un milagro a Dios, Alá, Yahvé, Zeus, Odín, y casi a cualquier ser mágico o místico que se hubiera encontrado en su vida. Rogaba por una esperanza para la mujer y el niño. Pero, a pesar de su origen kryptoniano, sus músculos eran los de un hombre cualquiera y no consiguió moverse de su posición. Todo se aproximaba al clímax. Kenjo empezó a vociferar:

- ¡Dispara, dispara…!

Y los demás continuaron coreando la misma palabra:

- ¡Dispara, dispara…!

Yoweri gimoteaba murmurando "mamá, mamá"… Apartó la vista de su madre y su dedo índice empezó a moverse apretando el gatillo. La madre apartó el rostro y esperó el disparo. No se hizo esperar. Sonó brutal, pero los nervios del niño, unidos al retroceso y la vibración, le hicieron fallar. Todos estallaron en risotadas. Kenjo obligó al chico a levantarse y agarrando con fuerza su mano con la pistola la situó pegada a la sien de la madre. Volvió a decirle:

- Dispara ahora. No puedes fallar.

Clark hizo un esfuerzo sobrehumano y, casi dislocándose el hombro, apenas pudo mover unos centímetros más el brazo. Al ver que nada podría hacer físicamente gritó a Kenjo:

- ¡¡Basta!!

Kenjo se acercó y la propinó una patada en el rostro:

- ¡Cállate perro!

Clark no tenía nada que perder. Debía conseguir tiempo. Así que le miró con desprecio y habló:

- Eres un cobarde. No te atreves a combatir cuerpo a cuerpo conmigo.

Kenjo agarró su machete. Clark se vio con el cuello rajado. Siguió moviendo su mano, arañando, escarbando la arena intentando llevarla a la superficie. Volvió a hablar:

- ¡Demuestra que eres un guerrero de verdad! ¡Sácame de aquí y pelea conmigo! ¿Tienes miedo?

- ¿Miedo? Te hemos derrotado. Calla o tu muerte será más lenta y dolorosa. Puedo desenterrarte y cortarte la polla o los dedos. No sabes con quien estás hablando.

- Si lo sé, crío de mierda. Me hablas así porque estoy atrapado y no puedo hacer nada. Cobarde.

- ¡Hijo puta!

Kenjo le propinó otro puntapié en pleno rostro. Clark pudo ladear la cabeza y evitar que el impacto fuese en pleno ojo. Aunque el dolor fue intenso. El machete surcó el aire y una cicatriz apareció en la mejilla del kryptoniano. Kenjo aulló con rabia:

- ¡¡Soy Kenjo, el soldado de Dios!! ¡He matado muchos enemigos! ¡¡La guerra es mi vida!! Tú eres un occidental criado en la abundancia, que ve por televisión nuestras noticias, mientras engulle otra hamburguesa bostezando.

- Entonces demuestra que puedes conmigo. Sácame de aquí y lucha contra mí.

- ¡¡¡Que te calles!!!

- Te llamas soldado. Sólo te he visto maltratar mujeres y niños. Mátame en combate.

Una nueva patada dejó a Clark sin fuerzas para seguir hablando. Kenjo fue hacia Netsaí y la agarró del pelo.

- Es una puta y no merece vivir.

Acto seguido se situó al lado del niño y le habló al oído.

- Dispara, dispara y te liberarás. Si no lo haces te cortaré los dedos, las orejas y la polla.

Colocó el cuchillo en la entrepierna de Yoweri rasgando parte de tela del pantalón y le empezó a gritar al oído:

- ¡¡Dispara, dispara o te corto los testículos!!

Yoweri lloraba. La presión psicológica le hacía mella.

- ¡¡Vamos, dispara, niñato, dispara…!!

Clark, aturdido, balbuceaba como podía:

- Basta, por favor, basta…

El niño alzó la pistola temblando y con las mejillas empapadas de lágrimas. Los demás volvieron a corear:

- ¡Dispara, dispara, dispara…!

La madre lloraba.

- ¡¡Dispara, dispara, dispara!!

Yoweri cerró los ojos y apretó el gatillo. El estampido provocó las risas de los opresores. La bala surcó el escaso espacio y entró por el cuello de Netsaí que cayó agonizante. Dejó de moverse un minuto después. Los tres sanos, rieron y saltaron como si celebraran una fiesta.

- ¡¡Bienvenido a nuestro ejército!!, dijo Kenjo.

El niño gimoteaba y empezó a ser golpeado por el trío.

- ¡No se llora en nuestro ejército!!

Dejó de llorar y le hicieron ponerse en pie.

- Nos vamos, dijo Kenjo.

Todos se levantaron menos los dos heridos en el enfrentamiento con Clark. El que recibió el impacto de las balas era el que peor aspecto mostraba, había perdido mucha sangre y estaba pálido. El otro, debido al fuerte golpe en el pecho, tosía sin cesar. El lugarteniente de Kenjo, señaló al más grave:

- Kaleb está tiritando. No puede moverse.

- Es el final de su camino. Kaleb no puede seguirnos. La guerra es así…, contestó fríamente Kenjo.

Kaleb le miró desesperado. Kenjo le repasó con la mirada y, sin dudar, comprendió que era un futuro muerto. Se acercó a él y le rebanó el cuello sin dudarlo. El otro chico herido, que tosía incesante, se levantó apresurado y muerto de miedo y habló pausadamente a Kenjo:

- Yo… ya… estoy… bien, cofff…, dijo mientras se tapaba la boca con las manos intentando sofocar el amago de tos.

- Así me gusta, soldados que saben sobreponerse al dolor.

- ¿Volveremos al pueblo?- dijo uno de ellos.

- Ni hablar. Llegaron los soldados y es posible que nos los encontremos. Eso sólo nos deja una opción: cruzar el desierto en dirección noreste hasta llegar a la frontera con Uganda. Allí tenemos una base del LRA. Partamos.

- ¿Y el extranjero?

- ¿Quieres acortar su tortura? El desierto se encargará de él.

Kenjo encabezó la marcha, seguido de Yoweri, que contempló por última vez con pesar a Clark y al cadáver de su madre, luego, Akem, y los dos de quince, cerrando la comitiva, uno de ellos intentando, con todas sus fuerzas, no hacer evidente su tos. Clark les siguió con la mirada hasta que les perdió de vista en el horizonte.


Capítulo 6

El sol parecía hablarle: "Venganza. Olvídate de la justicia. Sé un hombre de acero. ¡¡Sal de aquí!! Ya has estado muerto otras veces. El límite de un ser humano aún está lejos. Venganza."

-Dios sol, devuélveme mi fuerza, hazme poderoso- murmuraba casi enloquecido Clark.

Su mano derecha seguía escarbando y ya estaba la altura del pecho. Seguía frenética arañando centímetro a centímetro. No retornaba la superfuerza o la capacidad de volar. El sol, antaño forjador de su poder, le quemaba la piel sin misericordia. Había fallado. No había conseguido ser capaz de sobreponerse a la adversidad. Ahora era necesario salir de aquella trampa horrible. Su cuerpo entumecido casi no le respondía y, excepto, la mano derecha que rasgaba la tierra sin descanso, con las uñas sangrantes, el resto estaba paralizado. Enterrado en vida. Su vista se posó en el cadáver de la madre: humillada, violada, asesinada… ¿Qué mal había hecho a nadie? Después, advirtió el del chico al que Kenjo había rebanado el cuello. Ni siquiera alcanzaba la mayoría de edad y toda su existencia la había pasado obligado a vivir por y para el horror. ¿Qué mundo horrible generaba tales desigualdades? ¿Quiénes eran los culpables de esta brutalidad sin sentido? ¿Occidentales colonizadores que habían explotado en su beneficio esta parte del mundo? ¿Especuladores empresariales que permitían la pobreza y la miseria en medio mundo para que la otra mitad viviera por encima de sus posibilidades? ¿Traficantes de armas a los que las muertes de los demás les traían sin cuidado mientras se llenaran sus bolsillos? ¿Dictadores que habían colmado sus ansias de dinero y poder por encima de las necesidades del pueblo? ¿Locos iluminados que convertían niños en asesinos? ¿Los culpables debían ser buscados en occidente, en oriente, en África o en los EE. UU.? ¿O quizá sólo se trataba de que la propia naturaleza humana, capaz de componer las más bellas piezas musicales o de escribir las obras literarias más complejas, era, a la vez, poseedora de una terrible ansia de sangre? ¿Tenía él parte de culpa por no haberse implicado más activamente en el devenir del mundo? ¿Por permitir una sola dictadura en la Tierra? ¿Por permitir que hubiese hambre y no detener la más mínima guerra que sucediera en el planeta?

Al transcurrir una hora más enterrado, el cuerpo empezó a contraérsele en espasmos musculares que dolían como latigazos. La mano derecha había llegado casi a la altura del hombro pero, aunque podía mover los dedos, no conseguía subirla más. El brazo le parecía muerto, sólo los dedos seguían estando activos. La desesperación le invadió por un momento y gritó. Un aullido intenso y desgarrado que, ignorado por completo, se apagó tan rápido como había comenzado. "No cedas, Clark, no cedas. Si te desesperas nada podrá sacarte de aquí. Debes mantener la calma. La tarde avanza y si llega la noche el frío terminará conmigo. Las heridas corren peligro de infección. Debes salir de aquí y buscar ayuda. La vida de ese niño depende de tú determinación"- se decía incesante hablando de sí en tercera persona.

Clark cerró los ojos y empleó una vieja técnica de meditación. Todo desapareció a su alrededor, se sintió libre y sin ataduras corriendo por el desierto, volando por el cielo. Una vez más calmado, concentró toda su voluntad en los dedos sangrantes que no dejaba de mover. En un enorme esfuerzo se impulsó hacia atrás, el suelo no era duro, la arena de los hombros se removía y logró desplazarse unos milímetros con un gran dolor. El codo consiguió un espacio mínimo que impulsó la mano un poco más arriba. Los dedos se engarfiaban buscando algo sólido para apoyarse. No lo encontraba. De nuevo, repitió la operación dos o tres veces hasta que la columna se estremeció de daño y tuvo que cesar. Otra vez, había conseguido escasos milímetros de espacio, que el brazo derecho aprovechaba para ganar terreno hacia la superficie. El dedo corazón estaba a tres centímetros de la barbilla. Ésta se movió a derecha e izquierda intentando escarbar algo mas la arena, pero el cuello del héroe se le congeló en un tormentoso espasmo y tuvo que detenerse enseguida. Fatiga y agonía le envolvieron. Dos horas más terminaban y la noche se aproximaba haciendo descender la temperatura. Sus fuerzas se esfumaban y la salvación estaba lejana. La vida se le escapaba. Poco más podía hacer salvo rendirse y aceptar el triunfo del mal. Además, sentía menos punzadas al empezar a desvanecerse. Sólo debía abandonarse y esperar minutos a que su conciencia terminase de nublarse y todo quedaría olvidado.

¿A quién quería engañar? Jamás se rendiría. Saldría de allí o moriría en el intento. Apretó los dientes y lanzó un nuevo impulso a su espalda. Ignoró el tormento que le subía por la espina dorsal como una corriente eléctrica. Empujó hacia atrás, mientras casi dislocándose el hombro intentaba llegar con el brazo a la superficie. A la par, retornó el movimiento frenético de los dedos hasta que se engarfiaron en torno a la chaqueta. Al sentir el contacto la aferró con frenesí consiguiendo alzar el brazo y, a pesar del inmenso castigo, la mano brotó como una flor a escasos centímetros del rostro. Una vez allí siguió empujando, despacio pero sin pausa, y el resto del brazo derecho emergió. Respiró y descansó unos segundos. Ya con el brazo fuera removió la arena intentando liberar el cuerpo a la altura del pecho. Pronto la otra mano, aunque entumecida, pudo escarbar lo suficiente para colaborar en la liberación. Una hora adicional tardó en aquella operación, pero, por fin, Clark, como un moderno Lázaro, salió de la fosa. Sus pulmones concentraron todo el aire que pudieron y gritó de alegría. Gritó diciéndole al firmamento que estaba vivo, que había derrotado, una vez más, a la muerte y que sin poderes había escapado a un destino agónico. Quedó tumbado agotado cubierto por arena, con la boca seca, a un paso de la deshidratación y con el frío adueñándose de su cuerpo. Sopeso sus opciones. ¿Les perseguiría? ¿Intentaría volver al poblado?

Sabía que si no alcanzaba a Kenjo y sus hombres, pocas probabilidades tendría de volver a ver a Yoweri y si, por un azar del destino, lo encontrara en el futuro, lo vería convertido en un asesino despiadado como los otros. Los restos de la hoguera aún humeaban. Soplando y con un par de ramas secas consiguió volver a encender el fuego. Debía alimentarse. Al lado observó minúsculos restos de pan duro y patatas crudas. Sin duda, parte de la comida de Kenjo y sus hombres. Calentándolos en el fuego, los engulló como si fuesen manjares del mejor restaurante. Su mirada se posó en un lagarto asomado entre dos piedras. Le acercó despacio uno de los maderos chamuscados de la hoguera y lo situó a escasa distancia del reptil sin que este pudiera prevenir peligro alguno. En un rápido gesto situó el palo bajo el estómago del animal y lo levantó dejando al sorprendido lagarto suspendido en el aire. Enseguida descargó la madera sobre él aplastándolo contra el suelo y golpeándolo varias veces hasta matarlo. Después lo cocinó en el fuego. Tras cenar, se acercó al cadáver del chico al que Kenjo había rebanado el cuello y le quitó la cantimplora, comprobando sorprendido que aún restaban un par de sorbos de agua. Luego, desnudó al cadáver para ponerse sus ropas encima de las suyas y protegerse del creciente frío. No se permitió descanso y con la pala hizo dos fosas donde enterró al joven y a la mujer. La persona que había emergido de la tierra no era la de siempre. Muchas veces había sentido frustración ante las injusticias de la vida y, sin embargo, casi siempre tuvo que contenerse para no dar completa rienda suelta a su poder y generar más daño que ayuda a los que le rodeaban. Ahora era un hombre corriente y estaba lleno de una furia que sólo se saciaría con la venganza. Se arrodilló ante la improvisada tumba de Netsaí y murmuró:

- Tus asesinos pagarán por ello. Lo juro.


Capítulo 7

La claridad de la luna alumbraba el espacio. El calor sofocante había dejado paso a un frío que alcanzaba los tres grados centígrados. Kenjo iba con el pecho al aire, sin nada que lo cubriera. Sentía escalofríos y al mirar a sus compañeros advirtió que todos, a pesar de llevar alguna prenda más que él, tiritaban y andaban a duras penas. Kenjo continuaba la marcha, sabedor de que había equivocado su decisión. La frontera estaba más lejos de lo calculado y el agua se les había agotado. Los demás lo percibían, pero nadie se atrevía a decirle nada. De repente, el quinceañero que tosía sin cesar cayó agotado de rodillas. Kenjo se acercó a él, le quitó la vacía cantimplora, la holgada chaqueta y las armas que aún portaba. Enganchó la cantimplora a su propio cinturón y se abrigó con la chaqueta. El kalashnikov lo colgó a su espalda, pero la pistola se la dio a Yoweri.

- Eres ya un soldado. Guarda el arma en el cinto.

Como un relámpago, el niño tuvo el pensamiento de dispararle con el revólver que había depositado en su mano, pero no se atrevió. Mientras, el joven caído mezclaba toses con súplicas a Kenjo pidiéndole que no le abandonara. Éste, inflexible, le dio la espalda y prosiguió la marcha. Le siguió Yoweri, Akem y el último quinceañero. Ninguno miró atrás a pesar de las constantes llamadas del joven abandonado, que intentaba ponerse de pie sin conseguirlo. Akem preguntó a Kenjo:

- ¿Cuánto calculas que…?

- Sigue andando y calla. No vuelvas a hablar.

Se encontraban a varios kilómetros todavía de Uganda. La marcha era agotadora. Kenjo ordenó parar porque él mismo sentía como flaqueaban sus fuerzas. Dio dos bocados más a la última patata cruda que tenía, igual hicieron sus otros dos compañeros. Nadie compartió comida con Yoweri, algo apartado, y rebuscó en sus pantalones devorando con ansia unos restos de galletas que su madre había cocinado el día anterior y que él había escondido en sus bolsillos. Para combatir el frío, Kenjo hizo una hoguera con las ramas secas que habían transportado y pasaron el resto de la noche dormidos. Nada más despertar, Kenjo se sintió algo repuesto y ordenó continuar. Seguían acercándose a la frontera. El calor volvió a pesar enseguida y Kenjo se quitó la chaqueta y la arrojó al suelo. Llegarían antes de la siguiente anochecida. Yoweri andaba como vagabundo acariciando la pistola que colgaba de su cinturón. Los otros dos jóvenes no cuestionaban a Kenjo y le seguían ciegamente.

Pronto, la anomalía que en aquella región del mundo suponía este escenario desértico, fue corrigiéndose con la paulatina aparición de plantas, que fueron ampliándose y conformando una nutrida vegetación. Por fin, tras cuatro horas más de marcha, ya avanzando por la jungla, llegaron a una elevación que Kenjo reconoció como límite fronterizo. En segundos, la lluvia empezó a caer de manera copiosa. Parecía increíble tal contraste climático, de casi morirse de sed a tal abundancia acuosa. Kenjo se tumbó sobre la roca y con sus prismáticos contempló el campamento del LRA. Un gesto de desilusión apareció en su rostro. Tropas gubernamentales paseaban por él y en una alambrada que hacía las veces de cárcel, reconoció a muchos de sus compañeros de guerrilla. Sin duda, la orden del presidente de Uganda de detener a los miembros del LRA había provocado la desmantelación del campamento. Kenjo blasfemó en silencio. Acto seguido, se sentó girando el rostro hacia sus compañeros y agriamente dijo:

- Maldito Museveni.

- ¿Quién es Museveni?- preguntó el de dieciocho.

- Yoweri Museveni, el perro presidente de Uganda. Ordenó la captura del LRA.

- ¿Yoweri?- intervino el niño al oír ese nombre.-Yo me llamo Yoweri.

- Todos los perros se llaman igual. Ja, ja, ja, ja. Quizá seas su hijo y tú madre sería la criada que se folló una noche de borrachera.

Kenjo propinó una bofetada en el rostro del niño.

- Cállate y no vuelvas a hablar sin permiso. Ahora eres un miembro de nuestro ejército y seguirás órdenes.

En ese instante, antes que nadie pudiera volver a decir o hacer nada, una fuerte voz sonó a las espaldas de todos.

- Es la última vez que le tocas.

La frase dejó paralizados a los presentes. Ante ellos, a un par de metros, estaba como una figura recién surgida del infierno Clark Kent. Sin duda, había estado andando toda la noche sin descanso hasta alcanzarlos. Empapado de agua, su mirada, su determinación, la pala aferrada en la mano, la mano derecha envuelta en sangre seca, el rostro amoratado y marcado por la cicatriz, sus ojos fijos en ellos, la evidente sed de venganza y, sobre todo, la consideración de todos ellos de que no era más que un cadáver le hacían parecer un zombi resucitado. La sorpresa no les duró mucho. Kenjo y Akem enarbolaron sus armas, pero Clark lo esperaba. Bajó la pala con furia impactando en las manos de ambos logrando que sus kalashnikovs saliesen despedidos a dos metros de ellos. Clark se movió como el rayo y golpeó al tercero con un palazo tan fuerte que le rompió la nariz y le dejó fuera de combate. El lugarteniente de Kenjo sacó un cuchillo e intentó clavárselo a Clark en el estómago, pero éste se echó hacia atrás y lo eludió. Enfurecido por el error, el africano se juramentó para no volver a fallar y, con una mirada cargada de odio gritó:

- ¡Voy a abrirte en canal!

El cuchillo voló para impactar en la pala que utilizaba Clark como arma. Mientras, la lucha continuaba entre aquellos, Kenjo se alejó un metro y extrajo de su cinturón la pistola, con sólo dos balas. El problema era que si disparaba alertaría a los hombres del campamento y les atraería allí. Debía derrotarle sin el arma de fuego. Aferró otro puñal y fue situándose a la espalda del héroe. Clark, de nuevo, golpeó con la pala en el brazo de Akem, pero éste no sólo no soltó el cuchillo sino que lo movió con celeridad consiguiendo rasgar el brazo del kryptoniano. En décimas de segundo se abalanzó hacia él. Clark le esperaba, le hizo una llave de judo, le tumbó en el suelo, le pisó la muñeca para que soltara el arma punzante y le propinó un puñetazo en el rostro con todas las fuerzas que pudo reunir. No fue suficiente, el chico se levantó como un resorte y, una vez más, saltó hacía Clark con idéntico resultado. Fue recibido por una maniobra de kung fu que terminó con su resistencia y, probablemente, una fractura de clavícula. Sólo quedaba en pie Kenjo. Antes de que pudiera realizar una nueva acción, Clark sintió una cuchillada en pleno costado. Se giró y contempló a un Kenjo enloquecido que decía:

- Hijo puta. ¿Cómo sobreviviste?

Clark se separó consiguiendo extraer el cuchillo de su cuerpo. La herida era terrible. La sangre empezaba a encharcar su ropa y sus fuerzas desaparecían. Kenjo alzó una vez más el cuchillo y lo descargó intentando clavárselo en pleno pecho, pero Clark se dejó caer y con sus últimas fuerzas propinó un fuerte puntapié en los testículos del joven, que cayó de rodillas. Clark apenas pudo ponerse en pie, alzó la mano y miró a Yoweri. El niño corrió hacia Clark y le sirvió de bastón alejándose del terrible enemigo e intentando recorrer la distancia que les separaba del campamento. Kenjo observó como parecían dos borrachos tambaleándose. No podrían alejarse de él. Su primera intención fue dispararles, pero seguía sin querer advertir su presencia a las tropas del gobierno. Fue hacia el kalashnikov, lo agarró con fuerza y avanzó recorriendo los escasos metros hacia los huidos, con la intención de terminar con la vida de los dos a golpes de culata. Clark y el niño le daban la espalda. El periodista iba dejando un reguero de sangre que le hacía apoyarse cada vez más en el pequeño. Cuando Kenjo se acercó a un metro de ambos, Clark se dio la vuelta con brusquedad portando el revólver que llevaba Yoweri. Le apuntó a la cabeza, aunque el pulso le temblaba y daba sensación de no poder enfocar bien a su adversario:

- Lárgate, Kenjo. Te concedo una oportunidad para seguir viviendo. Si no te vas, dispararé.

Kenjo tenía el kalashnikov en la mano, pero se paralizó al ver enarbolar el arma a Clark. El cerebro del joven africano sopesaba las opciones. El occidental temblaba y la sangre se encharcaba sobre su sombra. No podía quedarle mucha más resistencia. Simplemente se alejaría unos metros y dejaría que la creciente falta de sangre hiciera el trabajo. Así, dio unos pasos para atrás. De repente, se detuvo. Se oían motores de coches. Sin duda, en el campamento habían advertido su presencia. Un par de jeeps con hombres armados partían hacia ellos. Clark los escuchó también, se dio la vuelta y pidió a Yoweri que continuasen avanzando. Lo intentaron sin fortuna. Las fuerzas de nuestro héroe le fallaron y se precipitó al suelo sin que Yoweri pudiera retenerlo. Kenjo se vio perdido. Los jeeps estarían allí en un par de minutos. No había lugar al que huir. Lo único que podía hacer ya, era morir matando. El occidental no saldría vivo de allí. Apuntó con el kalashnikov a la espalda de Kent y susurró:

- Llegarás antes que yo al olvido, perro.

El disparo sonó como un trueno. Pero no salió de su rifle. Miró su pecho y observó horrorizado un agujero en él. ¿Quién le había disparado? Era Yoweri, el niño había recogido el revólver que había caído de la mano de Clark y lleno del valor que da la desesperación apretó el gatillo con determinación. La bala le había entrado a la derecha del esternón. Sin embargo, la expresión de dolor en el rostro de Kenjo dejó paso a un gesto enfurecido, que no correspondía con la gravedad que conllevaba la herida. Yoweri habló:

- Por mi madre.

Kenjo perdía vigor. Dio unos pasos atrás. Los brazos se le paralizaban. Apretó el gatillo sin apuntar, pero el kalashnikov no respondió. Pensó que se habría averiado por el palazo que le había propinado Clark. El ruido de los motores de los vehículos crecía por segundos. El africano supo que en breve irrumpirían en la escena. Se sintió morir y decidió acabar sus días enfrentando a la muerte con valor.

- Contemplad como muere un guerrero.

Gritando como un poseso y sabiendo que su muerte era inminente avanzó hacia ellos con la inservible arma sobre el hombro. Dejando a su espalda a Clark que intentaba levantarse apoyándose en el niño de nuevo. Los jeeps se detuvieron a escasos metros de los tres y una decena de hombres armados bajaron apuntando a Kenjo. El de más alta graduación le ordenó que se detuviera, pero Kenjo aumentó el volumen de sus gritos y comenzó a correr, algo torpe y trastabillado hacia las tropas gubernamentales. Alguien dio al orden de abrir fuego y las tropas del gobierno descargaron sin piedad contra el joven africano que terminó sus días pensando que había conseguido morir de forma gloriosa. Pronto rodearon a Clark, que sangraba abundantemente por el labio y costado. El niño se abrazó a su cuello.

- ¿Hemos ganado?

- No, Yoweri, aquí no ha ganado nadie.

Clark perdió el sentido.


Epílogo I

Cuando recuperó la conciencia estaba en una habitación de hospital. Su herida había sido cosida y aunque dolía horrores se alegró enormemente de estar en un entorno acogedor y tranquilo. Había sobrevivido a un verdadero infierno. Yoweri estaba a su lado y Sonia, su amiga periodista, sonreía también enfrente. De hecho, ella al verle despertar le besó en la mejilla diciéndole:

- Salvaste a este niño.

- Ojalá hubiera podido hacer lo mismo con Netsaí. ¿Cómo te encuentras Yoweri?

- Mal, maté a mi madre.

- Te forzaron. No fue culpa tuya.

- Ya, pero esto no mengua mi pesar. ¿Tendrá fin este horror?

- No lo sé. Pero en lo que podamos te ayudaremos a…

- ¿Puedes asegurarme que mañana estarás aquí para ayudarme? ¿Qué cada día que te necesite o que alguien sufra en África tendremos tu presencia? ¿Puedes asegurarme que esto no volverá a pasarle a nadie?

- No, no puedo…

- Esto no depende de nadie más. Debemos ponerle fin nosotros mismos. Debemos terminar con esta eterna miseria.

Clark asintió y dijo:

- Ojalá llegues a ver su final.

Epílogo II

Treinta años después.

Yoweri se sentaba en su despacho presidencial. Repasaba los gráficos de producción industrial y cómo se habían disparado en el último lustro. Al contrario que las cifras de conflictos armados que estaban casi erradicados en todo el centro de África. En las paredes del despacho colgaban copias de acuerdos de colaboración con muchos gobiernos occidentales y muchas naciones africanas. El sueño de una África libre de terror y de hambruna tomaba cuerpo. Toda su labor política había estado destinada a conseguir librar el continente de las terribles lacras del hambre y la violencia. Sus dos carreras universitarias en Derecho e Historia, financiadas por su antiguo benefactor estadounidense, su preparación en partidos democráticos africanos, su discurso real pero provisto de elementos de cambio, y, sobre todo, su voluntad de hacer bien las cosas, le habían hecho destacar en política. Poco a poco estaba consiguiendo convencer a la mayoría de su pueblo y a muchas otras naciones para caminar en aquella dirección. Quizá en la siguiente década la lluvia de la prosperidad podría bendecir hasta el último rincón de esta tierra. Quizá el sueño de la libertad y la justicia en África podría hacerse real.

Escucho ecos de tambores esta noche,
sin embargo, ella sólo oye susurros
de silenciosas conversaciones.

Ella llega en el vuelo de las 12:30,
sus alas, iluminadas por la luna,
reflejan las estrellas
que me guían hacia la salvación.

Detuve a un anciano en el camino
esperando me dijera
palabras olvidadas hace tiempo
o antiguas melodías.
Se volvió hacia mí para decirme:
apresúrate muchacho
aquello espera aquí por ti.

Costará mucho desprenderme de ti,
no hay nada que un centenar,
o más, de hombres puedan hacer.
Bendigo las lluvias en África.
Llevará tiempo hacer
las cosas que nunca hemos hecho.

Los perros salvajes aúllan en la noche,
mientras se impacientan esperando
alguna compañía solitaria.

Sé que debo hacer lo correcto,
tan seguro como el Kilimanjaro
se levanta como el Olimpo sobre el Serengeti.
Busco curar lo que se encuentra
profundo en mi interior,
asustado de esta cosa en la que me he convertido.

Costará mucho desprenderme de ti,
no hay nada que un centenar,
o más, de hombres puedan hacer.
Bendigo las lluvias en África.
Llevará tiempo hacer
las cosas que nunca hemos hecho.

Apresúrate muchacho,
ella está esperando aquí por ti.

Costará mucho desprenderme de ti,
no hay nada que un centenar,
o más, de hombres puedan hacer.

Bendigo las lluvias en África,
bendigo las lluvias en África.
Tomaremos un tiempo para hacer
las cosas que nunca hemos hecho.

(Toto)

septiembre a diciembre de 2012
José Luis Miranda Martínez
jlmirandamartinez@hotmail.com
Para consultar otros trabajos de Jose Luis en AT consultar el siguiente enlace

Referencias: 
 1.- Jerry Gentleman es un periodista real del New York Times especializado en los conflictos africanos. Todas las palabras de su discurso están extraídas de artículos suyos recogidos de la página web siguiente: http://www.elpuercoespin.com.ar/
2.- Luganda es un país ficticio que utilicé en Wonder Woman 1 en Action Tales. Superman y Wonder Woman evitaban una guerra civil y detenían a Otumba, el mago líder de la guerrilla aspirante a dictador.
3.- Ver episodio anterior.
4.- En febrero de 2012, el colectivo "Invisible Children", lanzó una campaña que tiene como objetivo llevar a Kony a la justicia internacional por sus actos inhumanos, así como recoger dinero para continuar con la labor social de reconstruir los poblados destruidos y compensar económicamente a sus víctimas. El proyecto cuenta con más de 1.000.000 participantes y con el apoyo de celebridades en las redes sociales para la difusión de un vídeo-denuncia.
5.- Este es el único párrafo de su discurso que está ideado por el escritor. El resto está extraído de los artículos del periodista citado.
6.- La lengua oficial en la República Democrática del Congo es el francés, pero se hablan otras muchas como chiluba, lingala, luvena, chokue, gbaya o suajili.
7.- Por ejemplo en el citado Wonder Woman 1 en Action Tales.
8.- El clima Tropical de la República Democrática del Congo, tiene estaciones lluviosas al norte del Ecuador de de abril a octubre y al sur de esa línea imaginaria de noviembre a marzo. Se supone que nos encontramos en la parte norte del país en los meses veraniegos. La vegetación es, por tanto, abundante, y los ejércitos del LRA han utilizado tradicionalmente las extensas y pobladas selvas para ocultarse. Además, la enorme cuenca del río Congo, abarca la parte norte del país dejando a su paso, y al de sus afluentes, un enorme vergel. Para el desarrollo de la historia hemos exagerado una planicie desértica que se encontraría al norte del país en la frontera con Sudán y Uganda. Somos conscientes de que la descripción de la región se aleja de la realidad natural física del país.
9.- En Superman 20, el final de Imperio.

2 comentarios :

  1. Reseña dejada por Vicente Almodovar en nuestro Libro de Visitas (www.gritos.com/at):

    "Episodio estremecedor. Todos los que hemos participado, de una u otra forma en la campaña de 2012 contra Kony, agradecemos escritos como éste que ayuden a la difusión del problema.

    La excusa de un héroe sin poderes inmerso en la realidad más cruda, genera una historia donde no hay victoria alguna, tal vez en ese posible futuro que el autor lleva a treinta años vista.

    Ojalá que no tardemos tres décadas en ver el final de la terrible lacra que se describe en el episodio.

    Emocionante lectura de principio a fin.
    Los verdaderos héroes son anónimos, son como el Clark Kent del relato, aunque, por desgracia, obtengan escasas recompensas.

    Gracias al autor por su permanente dedicación a los demás y gracias a los responsables de esta página por la publicación de esta obra. "

    Para más información sobre la campaña STOP KONY visitad este enlace: http://es.wikipedia.org/wiki/Kony_2012

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  2. Probablemente el mejor número de esta saga "Errante" hasta donde he leído. Una historia tan dura como brutal, que resulta incluso desagradable de leer en varias de sus partes (simplemente porque lo que cuenta no sólo es real, sino que sigue ocurriendo hoy día), pero que funciona como un reloj a todos los niveles: un número perfecto de Superman, con un Clark Kent que da igual que no tenga poderes para que siga actuando como un héroe; un número perfecto de acción, con el protagonista de la serie pasando muchos apuros para poder sobrevivir; y un número perfecto de denuncia política y social, describiendo una situación que como ya digo es real y debería avergonzar a todo el mundo "occidental" por seguir mirando hacia otro lado.

    Un trabajo magnífico de Jose Luis Miranda.

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