Batman nº 19

Titulo: Malas influencias
Autor: Factoria de Creación
Portada: Edgar Rocha
Publicado en: Septiembre 2009

Bruce Wayne tiene que empezar a hacerse cargo de Empresas Wayne pero, sin embargo, no puede quitarse el manto del Caballero Negro de Gotham. Mientras Scarface, el muñeco del Ventrílocuo, ha vuelto, y más brutal que nunca. ¿Podrá Batman detenerle?
Hice una promesa ante la tumba de mis padres: librar a esta ciudad de la maldad que les quitó la vida. Soy Bruce Wayne, filántropo multimillonario. De noche, los criminales, esos cobardes y supersticiosos, me llaman...


Gotham City.11.30 horas.


La sala de reuniones tenía todas sus butacas ocupadas. Como todas las semanas, el consejero delegado de Empresas Wayne, Sam Earle, se reunía con su consejo de administración para acordar las directrices a seguir en el seno de la corporación empresarial. La luz de un sol brillante entraba en la sala por la enorme cristalera que suponía todo el lateral que daba al este. Alrededor de una mesa ovalada de madera seis ejecutivos, correctamente vestidos con caros trajes de marca adquiridos con el generoso sueldo que la corporación les pagaba, escuchaban atentamente a su poderoso consejero delegado.


- Señores, quiero comunicarles que en el día de ayer recibimos una irrechazable propuesta de colaboración por parte de la embajada iraní en los Estados Unidos. Por lo visto, Irán está interesado en la adquisición de 500 misiles W-100 cuyo alcance se estima en unos 8.000 kilómetros.

Uno de los consejeros se revolvió en su butaca.

- Sam, disculpa –tosió, se ajustó sus gafas y volvió a hablar-. Pensaba que únicamente fabricábamos armas tecnológicas para el ejército americano.

Sam Earle se giró hacia Simon Garin, su consejero financiero.

- Simon -comenzó Earle-. En eso estamos de acuerdo. Empresas Wayne tiene un alto compromiso social y cuando se acordó la fabricación de armas fue con la condición de que únicamente se vendiera al ejército estadounidense y siempre que se tratara de armamento con un fuerte condicionamiento de I+D+i.

Earle levantó la vista de Simon Garin y echó un rápido vistazo al resto de la sala. El resto de los consejeros miraban en silencio las explicaciones. Sam Earle sonrió satisfecho.

- Pero en momentos tan importantes como los que nos encontramos, en los que la situación económica está hundiendo, no sólo empresas sino países, tenemos que ser fuertes para seguir nuestro camino. Debemos blindarnos para seguir haciendo aquello que mejor hacemos, nuestra labor social. ¿De que nos serviría todo nuestro pasado si no somos capaces de sobrevivir a nuestro presente?. ¿Qué es una venta cuando tenemos en nuestras manos el futuro de los más desfavorecidos de Gotham?.

- Pero Sam –insistió Simon Garin-. Irán no es uno de los países… digamos “amigables”.

Sam Earle se puso tranquilamente en pie. Simon Garin echó inconscientemente su butaca ligeramente hacia atrás. Fue un acto reflejo de protección. Por unos momentos la sala se quedó completamente en silencio. Sam Earle se acercó a la enorme cristalera y observó la ciudad que tenía a sus pies veinticuatro pisos más abajo. Siempre en movimiento, daba igual la hora que fuera, siempre había gente en sus calles, siempre había ciudadanos que iban o volvían de trabajar, a comprar, donde fuera, eran como insectos, aunque algunos de ellos no eran más que eso, insectos.

Earle miró su reloj, la reunión ya estaba durando demasiado. No esperaba que nadie le hubiera discutido la venta de misiles a Irán. Creía que había realizado mejor su trabajo desde que fue nombrado consejero delegado por Thomas Wayne hacía ya muchos años. Desde entonces había sido el amo y señor de Empresas Wayne. Thomas apenas se dejaba ver por las oficinas de la corporación, prefería pasar todo su tiempo en el hospital de la ciudad, también propiedad de la familia Wayne, y siempre que no le faltaran fondos para seguir su labor social se preocupaba más bien poco por la gestión de las múltiples actividades de Empresas Wayne.

Su poder aumentó de facto cuando Thomas y su mujer Martha fueron asesinados a la salida de un teatro por un vulgar ladrón. Aunque su hijo Bruce estaba con ellos, el asesino le dejó con vida, y desde entonces, Bruce se había convertido en un vividor que poco le importaba la corporación siempre que tuviera dinero para sus correrías entre mujeres, coches, viajes y quien sabe si algo más.

Él decidía y punto. Se colocó los puños de la camisa blanca que dejaban entrever las mangas de la chaqueta y se giró a Simon Garin.

- Irán es uno de los países más ricos del mundo, Simon. No nos engañemos. Detrás de esa fachada de fundamentalismo, Irán es uno de los países con mayores reservas de petróleo, tiene los medios necesarios para fabricar una bomba nuclear y tiene todo un pueblo, ejército incluido, que sigue a rajatabla con la revolución islámica de Jomeini. ¿Tú crees que creamos un problema a nuestro país si Empresas Wayne le vende 500 misiles?. No, el poder de Irán seguirá siendo el mismo. Y nosotros, ¿qué conseguimos?, ciento cincuenta millones de dólares.

Los ojos de todos los miembros del consejo de administración se abrieron asombrados. Hasta ese momento, Earle no había comunicado el precio de la transacción.

- Una sola venta, ciento cincuenta millones de dólares –insistió Earle-. ¿Con ese dinero qué nos gustaría hacer a todos?.

“Mamarrachos” –pensó Earle-. En el fondo todos eran unos hipócritas. Las razones que exponía Simon Garin para no querer aceptar la propuesta de la embajada iraní eran trasnochadas y absurdas. Cada uno debía protegerse como mejor supiera. La seguridad de los norteamericanos era del Gobierno, y él tenía la obligación de proteger la corporación y entre otras cosas su propio bolsillo.

- Como sabrán, al final del año habrá un reparto de los beneficios de la empresa, en los cuales estaremos incluidos todos nosotros. Así, que toca votar que hacemos con la susodicha venta. Por favor, los que estén a favor de la venta que levanten sus manos.

De las siete personas que se encontraban en la sala, Sam Earle y sus seis consejeros, una a una fueron levantando sus manos, excepto Simon Garin que se quedó mudo en su silla mientras que con su cabeza negaba desesperado por la situación. “Esto no lo aprobaría Thomas” pensó.

La sonrisa volvió al rostro de Earle una vez comprobó que seguía ejerciendo una influencia considerable en los consejeros que él mismo había nombrado, sin embargo, el enfrentamiento con Simon tendría que ser solventado en el futuro ya que no podía arriesgarse a que sus ideas pudieran infectar a otros miembros del consejo de administración.

Allí, nadie respiraba si Sam Earle no lo permitía.

- Bien, pues queda claro que se ha aprobado por una amplia mayoría la venta del material bélico a Irán, así que nada más, os veré la semana que viene. Por favor, Jenson, pásate por mi despacho para darte las instrucciones necesarias para realizar dicha transacción con la mayor celeridad.

Jenson Atkins asintió con su cabeza mientras recogía sus papeles y los metía en una carpeta. Atkins, de treinta y tantos años, era la última adquisición de Earle como consejero. Un chico listo, demasiado quizás, pero entendía perfectamente como funcionaban los negocios. Era capaz de apartar la ética y la moral en algunas ocasiones para llegar a aquello por lo que todo el mundo luchaba: el poder y el dinero. Quizás debería de mantenerle bien atado en el futuro, ya que ese tipo de gente podía pasar de ser tu mejor amigo a ser tu mayor enemigo, pero no hacía más de un año desde que había sido nombrado consejero y por el momento sus ambiciones estaban saciadas.

Sam Earle se acercó a la puerta que daba al pasillo de Empresas Wayne y comenzó a despedir con una amplia sonrisa a cada consejero que iba abandonando la sala. Sólo su sonrisa se borró de su rostro cuando Simon Garin salió y ambos se cruzaron durante unos segundos, la más desafiante de sus miradas. Al final, Earle tuvo que bajar la mirada y Garin giró y desapareció por el pasillo.

En ese instante, Jenson Atkins se acercó a la puerta en dirección al despacho de Sam Earle que le seguiría a continuación, pero justo cuando iba a girar para salir de la sala de reunión chocó con una persona. Cuando Jenson pudo reaccionar vio a la persona que nunca esperaría ver allí.

- ¡¡¡Señor Wayne!!! –balbuceó.

- Bruce –reaccionó rápido Sam Earle cuando pudo ver al propietario de Empresas Wayne-. No esperaba verte por aquí. Lamentablemente acabamos de terminar nuestra reunión del consejo de administración. Me hubiera encantado que hubieras podido estar, así estarías al día de los temas que nos preocupan a todos, pero tranquilo… como diría tu padre, Empresas Wayne tiene una salud de hierro.

- Sam, -contestó seriamente Bruce-. Sé muy bien lo que ha ocurrido aquí.

Earle dio un paso hacia atrás y su cara hizo una mueca intentando ocultar el asombro que recorría su cuerpo. La cara de Wayne estaba completamente rígida, y para ser un hombre amistoso, no debía de estar de muy buen humor. ¿Sabría algo sobre lo tratado en la reunión?. Eso sería imposible, Bruce no acostumbraba a preocuparse por sus empresas.

- No sé de qué estas hablando, Bruce –dijo con una sonrisa intentando que su nerviosismo no se reflejara.

Jenson Atkins se perdió en el pasillo.

- Nunca venderemos misiles a Irán –dijo categórico Bruce-. Eso sería insultar la memoria de mi padre. ¿Quieres decir que nos estamos convirtiendo en una simple corporación fabricante de material bélico para vender al mejor postor?. ¿Desde cuándo fabricamos misiles?. Creo que nunca he dado la autorización para la fabricación de ese material.

- Bruce, hace dos años hablamos de ir un paso más allá en nuestra política social. Si fabricábamos armas más humanas que limitaran las bajas civiles en conflictos bélicos, no estaríamos creando armas para matar sino para dar una oportunidad a niños, mujeres, ancianos de zonas en conflicto…

- Sam, - elevó la voz Bruce- por última vez, nosotros no vamos a fabricar misiles para vendérselos a una potencia emergente que pueda poner en peligro la convivencia de ninguna región. Cuando hablamos de fabricar material bélico más humano nos referíamos a helicópteros de evacuación, trajes de asalto con mayores protecciones para los soldados, ¡pero no misiles!.

Earle se mordió los labios y volvió al contraataque.

– Pero lo que nos ofrecen es mucho dinero y esos misiles son capaces de limitar el error en su lanzamiento a menos de un metro lo que permite que el daño colateral en el lanzamiento es prácticamente cero. ¿En qué se diferencia con helicópteros de evacuación o uniformes especiales?. ¡Sirven para salvar vidas!, y nosotros aseguramos el futuro de nuestra compañía.

- Sam, creo que Empresas Wayne te paga lo suficiente como para que uses tu imaginación para encontrar nuevas fuentes de beneficio. –La voz de Bruce volvió a ser calmada, se giró hacia la puerta de salida y dio la espalda a Earle- Si no estás de acuerdo siempre podemos buscar a otro que tenga más imaginación.

Earle balbuceó un “no” y Bruce desapareció por el pasillo. El puño de Sam Earle se cerró con ira. “¿Pero quién demonios se creía que era?,” –pensó- “no era más que un niñato consentido que se había encontrado con todo el dinero del mundo sin haberlo luchado. Era él el que llevaba las riendas de su negocio, el que había multiplicado sus beneficios año tras año para que el pudiera llevar la vida que llevaba, y ahora aparecía por sorpresa y pretendía darle clases de ética. ¿Dónde estaba Bruce cuando Thomas murió y tuvo que reinventar la empresa?, quizás llorando al principio o quizás viviendo su vida despreocupadamente”.

Después de unos segundos en silencio salió de la sala de reuniones, cerró la puerta y se cruzó con su secretaria, Lita Johnson. Algo le preguntó ella sobre si se encontraba bien, pero él no contestó.



Bruce saludó a algunos de sus trabajadores mientras bajaba en el ascensor desde el piso veinticuatro. Algunas mujeres cuchicheaban sobre él dado que no estaban acostumbradas a verle en las oficinas y su fama de “playboy” en la ciudad de Gotham era sobradamente conocida. Cuando llegasen a sus casas, algunas de ellas fantasearían sobre su “breve” encuentro con el hombre más atractivo y rico de la ciudad, y además estaba soltero.

Cuando salió del edificio, Bruce caminó hacia un espectacular Bentley marrón aparcado en la glorieta de entrada a Empresas Wayne en un lugar especialmente reservado para carga y descarga. No había problema en eso, cuando todo el recinto le pertenecía. Se acercó a la puerta trasera y se introdujo en el vehículo.

- ¿Cómo ha ido su breve reunión?, señor Bruce –en el asiento del conductor esperaba su fiel mayordomo Alfred Pennyworth-.

- Fue una buena idea hablar con Lita para que nos informara de todos los movimientos de Sam –los labios de Bruce dibujaron una sonrisa-. Creo que tardará una semana en reponerse del susto y después gastará otra semana en buscar al culpable de que yo estuviese enterado.

- Tengo que reconocer, –Alfred arrancó el coche- que nunca me gustó mucho el señor Earle. Su padre le tenía aprecio, quizás tenía razón en que era un tiburón para los negocios y quizás era la persona adecuada para llevar los asuntos de la corporación teniendo en cuenta el tiempo que su padre pasaba en el hospital, pero no es una persona que me inspire una gran confianza. Quizás debería usted empezar a ocuparse más de los negocios.

Bruce miraba distraído el estresante tráfico de la ciudad.

- Puede que tengas razón, Alfred, pero siendo Batman por las noches es complicado ocuparme de una compañía con miles de trabajadores. Lo único que conseguiría sería enterrar el sueño de mi padre. Necesito a Sam pero tendré que acortar su correa. De todas formas, intentaré participar más en las decisiones de la compañía y que los ciudadanos de Gotham me vean más como un filántropo que intenta ayudarles con el dinero heredado de su familia que como un playboy vividor que poco le importa la ciudad y sus problemas.

- Después de tantos años, ¿qué va a hacer para lograrlo? –sonrió Alfred mientras sorteaba al resto de vehículos en dirección a la Mansión Wayne-.

- Ya no tengo ni tiempo para ir a fiestas que acuden los ciudadanos más importantes de la ciudad.

- Entonces no le importará prestarme su agenda con los teléfonos de las mujeres más hermosas de la ciudad –Bruce soltó una carcajada-. Si ya no lo va a usar, sería una pena desaprovechar ese documento digno de pasar a la posteridad.

Desde niño Bruce había visto varias caras a su leal mayordomo. Aquella en la que le trataba como un verdadero amigo, riéndose juntos, y de igual a igual, a pesar de que Alfred siempre mantenía su “Señor Bruce” respetuoso, y aquella en la que había suplido la figura de su padre Thomas Wayne, dando los consejos más sabios que había escuchado nunca, abroncándole cuando era necesario y poniendo su hombro para que Bruce pudiera desahogarse siempre que lo necesitara.

- ¿Va a salir esta noche? –Alfred interrumpió el silencio existente-. Debería de descansar, esta semana va a tener mucho trabajo como patrón de la Fundación Wayne.

- No te preocupes, Alfred. Estaré en la mansión a la una o dos de la mañana. Me portaré bien. Que yo sepa, no se ha escapado ningún tarado del asilo de Arkham por lo que espero no tener apenas trabajo hoy. Simplemente quiero que nadie se olvide de que hacer el mal en la ciudad no es gratuito.

- Esta bien –aprobó Alfred-.

- Gracias, papi –bromeó Bruce-.


Gotham City. 23.30 horas.

La noche se había echado sobre la ciudad hacía ya varias horas. Los pocos ciudadanos que caminaban por la ciudad lo hacían de manera precipitada buscando refugio en sus casas, en sus trabajos o en otros lugares de ocio. El frío todavía no se había apoderado de la ciudad, aun quedaban unos meses para que los mendigos de la ciudad tuvieran que acudir a los refugios de la Fundación Wayne, y hasta que llegara el momento dormían como podían en los soportales de las calles más tranquilas aunque también más peligrosas.

Un vehículo apareció al final de la calle y se fue acercando hasta la casa de apuestas “Billy´s Star” que a esa hora se encontraba rebosante de ciudadanos deseosos de apostar en las carreras de caballos que se estaban celebrando en la otra punta de la ciudad. El coche pasó de largo y giró hacia la derecha en el callejón al que daba la puerta trasera de la casa de apuestas. El coche se detuvo y de su interior bajaron dos individuos con largas gabardinas y uno de ellos con una bolsa de deporte. Otro permaneció en el interior del vehículo.

- Recordar –dijo el hombre que permanecía sentado en el asiento de conductor-. Una vez hayáis abierto la cámara tenéis cinco minutos para salir, no quiero tener líos con el murciélago y el jefe está poniendo a toda la policía en las calles.

- Si tan fácil te parece, ¿por qué eres tú el que se queda en el coche? –le contestó el individuo que se encaminaba a la puerta trasera con la bolsa de deportes-.

- ¡Porque después del jefe, yo soy el que da las órdenes! –recriminó el conductor-.

Los dos hombres llegaron hasta la puerta trasera de la casa de apuestas maldiciendo. Uno de ellos se agachó y corrió la cremallera de la bolsa, sacó dos pasamontañas y le entregó uno de ellos a su compañero. Después sacó una escopeta recortada.

- Abre la puerta –pidió al otro-.

El individuo sacó una fina placa de aluminio y la introdujo repetidamente en la cerradura. Sacó una tarjeta de plástico y la hizo pasar entre la puerta y el marco. No era la primera vez que lo hacía. La puerta se abrió. Demasiado fácil. Esperaba que no fuera más que eso ya que, en otras ocasiones, cuando era todo tan fácil, no había sido más que trampas que algunos le habían tendido y por la que había pasado algunos años en la cárcel. Empujó la puerta y pudo ver el pasillo que había tras ella.
Los dos individuos entraron y caminaron por el pasillo arma en mano. No deberían de encontrarse con un excesivo nivel de seguridad. Quien le había dado el chivatazo conocía perfectamente la casa de apuestas desde dentro y aparte de una grandísima caja fuerte y un par de forzudos no deberían de encontrarse más obstáculos para cumplir con su parte del trato.

Al girar al final del pasillo pudieron ver como este terminaba en una gran sala donde a la izquierda se encontraba una caja fuerte de dos metros de alto, un metro de ancho y otro metro de fondo. Si toda esa caja estaba llena de billetes, el jefe de su jefe iba a ser muy rico para poder hacer lo que le apeteciese y ellos también. Al otro extremo de la sala había unas cortinas tupidas rojas que, por el ajetreo que se oía, debía dar a la sala donde los clientes, enloquecidos de emoción hacían sus apuestas.

Junto a la caja, uno de los forzudos leía apasionadamente el periódico sentado en una silla dando su espalda a la caja fuerte. Del que no había rastro era del otro forzudo del que les habían hablado, por lo que supusieron que debería de estar en la sala haciendo uso del derecho de admisión o bien en la sala de apuestas poniendo paz en aquellos clientes algo perjudicados. Uno de los individuos hizo una seña al otro y de un salto salieron de la protección que les daba el pasillo. En menos de un segundo, uno de ellos disparó un revolver con un silenciador entre los dos ojos del forzudo que no tuvo tiempo más que de morir con los ojos muy brillantes de asombro. El otro se preparó para sujetar al forzudo antes de que llegara a caer al suelo para evitar que hiciera un ruido espantoso en su caída, aunque con el alboroto que se oía tras la cortina hubiera dado igual.

- Abre la caja mientras vigilo –ordenó el que acababa de disparar a bocajarro mientras se acercaba a la tupida cortina-.

Tras retirarla ligeramente pudo apreciar como, a pesar del alboroto, la sala parecía estar completamente controlada. Cada cliente se encontraba sentado junto a mesas con terminales que permitían hacer las correspondientes apuestas, mientras que en una inmensa pared había una gran pantalla donde se proyectaban las carreras que se estaban celebrando en ese momento. En el medio de la sala había otro forzudo que recorría la sala con la mirada mientras que en la puerta había…” ¡mierda!, otro, ¡había tres tíos de seguridad! ”. Y lo que más le preocupó, cada uno parecía llevar un pinganillo en la oreja para comunicarse con los otros. Cerró la cortina y miró al hombre que acababa de matar, ¡llevaba otro!. Si los dos de fuera intentaban comunicarse con el de la caja fuerte no obtendrían respuesta y vendrían a mirar.

- Date prisa –medio suplicó al que se encontraba trabajando con un taladro neumático en la caja de seguridad-.

Éste levantó la mirada y sonrió. Iban a ser muy ricos.




Salieron del edificio con la bolsa llena de billetes y soltando ligeras risotadas de emoción. Algunos de los billetes que habían cogido dentro se caían, aunque había tantos que no se preocupaban de cogerlos, la bolsa rebosaba. El hombre que esperaba en el vehículo abrió el capó desde el interior y metieron la bolsa a toda velocidad. Ya sólo quedaba subirse al coche y desaparecer.

Uno de ellos agarró el tirador de la puerta y, de pronto, una mano enguantada le sujetó la muñeca. El hombre miró hacia su derecha y toda su esperanza de una vida mejor cayó a sus pies. El murciélago le soltó un puño en la mandíbula que le precipitó contra el suelo. El otro individuo intentó subir al coche, pero el conductor presa del pánico había pisado el acelerador del coche y le había desestabilizado. El coche se comenzó a alejar de la reunión improvisada.

Batman pensó en lo que tardaría en ir hasta el Batmóvil para ir tras él pero no había tiempo suficiente, así que dirigió su puño en la dirección en la que el vehículo escapaba y apretó un botón de su cinturón. De un compartimento en su muñeca salió impulsado a gran velocidad un localizador que se adhirió al parachoques. Ya habría tiempo para buscar el vehículo más tarde y ponerle entre rejas.

El otro hombre, el que no había conseguido subir al coche al acelerar su compañero, había salido corriendo alocadamente dos segundos antes de que Batman le prestara toda su atención. Esa ventaja no sería suficiente para él. El murciélago lanzó un gancho que atrapó sus tobillos y, tras tropezar, también dio con sus huesos en el asfalto. Batman se acercó a él y lo levantó por las solapas. El hombre se descompuso completamente y comenzó a lloriquear.

- ¡Por favor!, no me hagas nada. Sólo soy… sólo soy…-absorbió sus propias babas- un vulgar ayudante. No fue idea mía. El dinero no era para nosotros.

- ¡Pero les ayudas! –le gritó Batman-. ¡¿Dime en que te diferencias de ellos?!. ¡Dime quién es y dónde se esconde!.

- No lo sé, simplemente se pone en contacto con nosotros y nos da trabajo, pero no sé nada más.

Las sirenas de la policía comenzaron a sonar a lo lejos. Ya estaban de camino. Los propietarios de la casa de apuestas deberían de haberse dado cuenta del robo y debía de haber llamado a las autoridades.

- Espero que sepas más que lo que dices –le dijo Batman, y le posó en el suelo. Sacó una fina cuerda de su cinturón y les ató las manos a la espalda dejándole tumbado boca abajo-. Pero esto ya no es asunto mío. Se tendrá que ocupar la policía de vosotros.

Después hizo lo mismo con el otro que aun seguía inconsciente en el asfalto. Con un poco de suerte le podrían reimplantar los tres dientes que estaban a pocos metros de él manchados con algo de sangre.

Los ruidos de las sirenas se fueron acercando y después de un instante, Batman vio a tres coches de policía que se acercaban al lugar. El ladrón que había hablado con Batman y que se encontraba boca abajo con las manos atadas a la espalda sintió un cierto alivio. Sin embargo, los coches, en lugar de decelerar aceleraron aun más. Batman levantó las cejas, ¿qué estaba pasando?.

Los tres coches de policía pasaron de largo. En uno de ellos, pudo ver el rostro de Bullock.



Harvey Bullock iba en el coche número 233 de la policía de Gotham. Habían recibido un aviso que lamentablemente esperaban. Se sentía impotente. Al final tendrían que recurrir a…

James miró a su derecha y vio a ¿Batman?. Se encontraba de pie junto a la famosa casa de apuestas “Billy´s Star”, pero junto a él había dos personas tumbadas en la calle. Durante unos segundos los ojos de Batman se encontraron con los de Rene Montoya. Esta ciudad estaba completamente loca. James bajó su rostro, su mano toco su frente y negó con la cabeza.



Batman corrió hacia el Batmóvil y una vez dentro tecleó en un pequeño teclado alfanúmérico la frecuencia de la policía y comenzó a escuchar parte de los mensajes que se estaban emitiendo.

“robo en un banco de la calle Goldman con la 54”…”brutal ataque”…”las cámaras de vigilancia han estado grabando”…”algún coche patrulla, que se acerque a la zona”…”¿ha habido heridos?”…”¿heridos?, hay tres muertos y cuatro heridos”…

Batman arrancó el motor y se dirigió hacia la dirección que había escuchado en la emisora de la policía. Por eso no había parado Montoya, no iban a detener a los causantes del robo en la casa de apuestas, quizás ni lo sabían, sino que iban de camino al otro robo, el que se había producido tres manzanas más al sur. Además, Harvey Bullock no solía acudir a detener a meros ladrones, algo gordo debía de haber pasado para que el comisario de la ciudad tuviera que acudir en persona.

El Batmóvil recorrió la distancia en apenas cuatro minutos. Cuando llegó, dos coches patrulla se habían unido a los tres que había visto Batman, y otros dos coches se encontraban a cien metros con las sirenas y las luces apagadas. Un policía estaba acordonando la zona con una cinta policial y se veía a algunos agentes usando linternas en el interior del saqueado banco, pero la oscuridad no permitía ver mucho más.

Las cristaleras del banco que hacían de fachada habían sido destrozadas, y junto a ellas, René Montoya conversaba con uno de los policías que pocos minutos antes había salido del interior del banco. Batman se acercó a Montoya.

- ¿Qué ha ocurrido?

- Scarface y su grupo. Han atracado el banco y no hemos podido hacer nada –contestó Montoya apesadumbrada-. Se han cargado a los dos vigilantes que hacían guardia y a uno de los policías de los dos coches patrulla que han venido a ver que pasaba. Los otros tres policías están heridos… uno tiene una bala en el abdomen, y los otros dos tienen algunos huesos rotos y contusiones. La verdad es que han tenido suerte.

- ¿¡Scarface!? –se sorprendió Batman-. Pensaba que tras la muerte del Ventrílocuo, su muñeco estaba fuera de servicio.

- Si, eso pensaba yo, pero el muñeco desapareció de Arkham y al parecer el demonio que controlaba a Arnold Wesker ha buscado a otro dueño para controlarle mentalmente. Este es el tercer atraco que comete en menos de una semana. En comisaría pensábamos que detenerlo de nuevo iba a ser sencillo, pero se ha vuelto mucho más brutal que antes. En los anteriores atracos no se habían producido muertes, pero los esbirros de Scarface atacan con extrema violencia. Sabíamos que ocurriría esto si no le deteníamos pronto –Montoya giró su cabeza hacia el interior del banco-. Tendré que llamar a las familias.

- ¿Quién es el nuevo Ventrílocuo?.

- Gracias a las cámaras de seguridad del último banco que atracó pudimos identificar a Lydia Lauton como la nueva Ventrílocua. Un vistazo a su historial nos dice que fue Miss Gotham hace tres años y presentadora del programa “Feliz Madrugada” de la televisión de la ciudad. No tiene lo que se dice… un perfil propicio para el crimen.

Batman hizo memoria. Recordaba perfectamente a la señorita Lauton. Scarface debía de estar desesperado. Lydia Lauton era una joven que llevaba ganándose la vida como modelo, presentadora y demás variedades desde los 16 años y a diferencia de Arnold Wesker, aparentemente, no tenía ningún desorden mental que propiciara dicho control mental.

- ¿Y que hay de su séquito? –volvió a preguntar Batman-.

- Se hace acompañar de tres individuos, pero sólo hemos podido identificar a dos de ellos. Uno de ellos es “Rompedor” McGill, detenido en 23 ocasiones por agresión violenta a su ex-esposa, robos a mano armada en algunas tiendas de ultramarinos, robos con intimidación a varios ciudadanos y, ahora viene lo más grave, multitud de lesiones cometidas con sus propias manos cuando formaba parte de la banda de Máscara Negra. El otro individuo identificado es Johnny Johnson, poco sabemos de él, aparte de que no se separa de su gabardina y de su escopeta recortada -Montoya señaló hacia el interior del banco y siguió hablando-. Dos de los muertos tienen media cara desfigurada por los cartuchos de la escopeta de Johnson.

- ¿Y el otro muerto?

- Tiene el cuello roto –hizo una pausa y volvió a mirar a Batman- “Rompedor” McGill.

Batman mantuvo su mirada hacia Montoya. Tenían que detener a Scarface antes de que pudiera cometer otro delito y pudieran acabar con más vidas. Atraer su atención no debería de ser complicado, Scarface nunca creaba complicados enigmas para cometer sus delitos, era mucho más directo, quería algo y se enfrentaba a ello.

- Montoya, -requirió la atención del comisario- tenemos que preparar una trampa y atraerle hasta ella. ¿Qué es lo que más le puede llamar la atención ahora a Scarface?. Todos sus delitos están relacionados con el dinero, por lo que querrá recomponer su estatus en la ciudad después del fallecimiento de Wesker y el ataque del Gran Tiburón Blanco.

- Quizás podamos engañarle con las joyas de la corona inglesa que se presentan pasado mañana en el museo de la ciudad.

- ¿Joyas de la corona inglesa? –preguntó asombrado el murciélago-. ¿Quién en su sano juicio prestaría su colección de joyas a la ciudad de Gotham?.

En ese momento, René Montoya pensó en quién en su sano juicio se pondría una máscara, una capa y una armadura y saldría a la calle a patrullar noche tras noche para proteger a desconocidos ciudadanos, que si bien todos estaban orgullosos de tener a su protector particular, cuando vinieran mal dadas quizás no estarían allí para apoyarle.

- ¡Montoya! -les interrumpió de sus pensamientos- Avisa al alcalde, que el ayuntamiento de la ciudad aumente la publicidad de la exposición mañana en prensa, radio y televisión. Tenemos que estar seguros que Scarface va a ver las noticias y le entrará un deseo irrefrenable de tener esas joyas. Avisa al comisario de la exposición para que trasladen las joyas a un lugar más seguro. Tenemos que preparar una trampa para mañana por la noche y no podemos fallar.



A las doce del mediodía, las puertas del dormitorio de Bruce Wayne se abrieron de par en par. La luz de la casa se coló en el dormitorio y Alfred pudo distinguir bajo las sábanas la figura del señor Wayne desperezándose. Se acercó hacia las ventanas y retiró de un movimiento seco de muñeca las cortinas que impedían el paso de la luz.

- Espero que haya descansado, señor Bruce. Lleva ya tres horas de retraso en su nueva vida de ejecutivo de la corporación. ¿No cree que es un mal comienzo?, apenas es su segundo día como ciudadano responsable de Gotham. A este paso voy a tener que devolverle su agenda de contactos.

- Alfred, –dijo Bruce entre bostezos- ayer se me complicó la noche.

- ¿Cuantas veces habré oído eso? –se preguntó-.

Bruce se incorporó y se sentó en la cama.

- Scarface, el Ventrílocuo, han vuelto.

- Pensaba que el Ventrílocuo había muerto –Alfred abrió un armario de la habitación y valoró la posibilidad de sacar una corbata granate que fuera a juego con la camisa blanca que tenía preparada para el señor Wayne-.

- Si, Arnold Wesker murió a manos del Gran Tiburón Blanco, pero Scarface consiguió escapar de Arkham y ha buscado otro dueño –le contestó Bruce-.

- ¿Y quién es ahora el nuevo Ventrílocuo? –sacó un traje azul marino y los apoyó en la cama junto con la camisa y la corbata que había sacado previamente-.

- Lydia Lauton

- ¿Perdón? -Alfred se giró sorprendido hacia Bruce-. ¿No quedó algunas noches con esa señorita para cenar?. Pensé que se trataba de una joven promesa de la moda.

- Si, así es. Scarface debe estar desesperado y no debió de encontrar otro dueño para su manipulación mental. Esta noche, Montoya y yo iremos a por él y tenemos que impedir que Lydia sufra ningún daño, no podemos permitir que la relación entre Scarface y Lydia se convierta en… permanente. Además, el grupo de Scarface no es la mejor influencia para una modelo y presentadora de televisión. Ayer asesinaron a cuatro personas e hirieron a otras tres.

Alfred salió de la habitación y a los pocos segundos volvió con el periódico de la ciudad. Con grandes titulares se anunciaba la exposición de las joyas de la corona inglesa que la Casa Real de aquel país había prestado durante un mes a la ciudad de Gotham para que sus ciudadanos pudiesen admirarlas. El comisario había hecho un buen trabajo, en poco tiempo había convencido al alcalde para que intercediera por él para que el tema fuera primera plana en todos los periódicos. Ya sólo quedaba que Scarface, allá donde estuviera, pudiera verlos y preparara su asalto esa misma noche, antes de la inauguración.

- Por cierto, señor Bruce. Tengo una curiosidad que me gustaría que me resolviera ahora que me ha venido a la cabeza.

Bruce miró con cautela a Alfred e hizo un gesto de asentimiento para que preguntara aquello por lo que sentía tanta curiosidad.

- ¿Por qué no cuajó aquello con la señorita Lauton?.

Bruce sonrió. Además de mayordomo, Alfred debía de ser también consejero amoroso.

- Decía que estaba muy influenciado por la muerte de mis padres y que siempre estaría obsesionado por su recuerdo.

Ahora fue Alfred el que sonrió, miró al señor Wayne, giró y se dirigió a la puerta.

- Pues ahora es ella la que está muy influenciada por… Scarface –dijo finalmente-.



La noche volvió a apoderarse de la ciudad. Las farolas que iluminaban la gran avenida a la que daba el museo de la ciudad dejaban en penumbra las columnas dóricas que escoltaban la gran puerta de acceso a las salas de exposición. Unos minutos antes cuatro figuras se habían deslizado entre la oscuridad buscando el cobijo de una de esas columnas pero sospechosamente todo estaba extremadamente tranquilo. El teniente Bullock había dado orden de que no hubiese ni un solo policía patrullando por los alrededores del museo para evitar que hubiese más muertos. Ahora era Batman el que se ocuparía de Scarface.

Uno de los individuos acopló un anulador de frecuencia a la puerta del museo y pulsó un botón.

- Esto ya está –susurró a sus compañeros-. A partir de ahora no debería de saltar ninguna alarma y las cámaras de vigilancia deberían de dejar de emitir. En un radio de cien metros no debería de funcionar ningún aparato eléctrico durante los próximos tres minutos.

- ¡Muy bien, preparar vuestras armas, las joyas deberían estar fuertemente custodiadas! –gritó el muñeco conocido como Scarface-. Quiero que hagáis lo que mejor sabéis hacer…disparar a discreción. ¡No les deis opción a sacar sus armas!.

El individuo conocido como “Rompedor” McGill se incorporó y lanzó su enorme cuerpo contra la gran puerta del museo. La madera crujió y las dos hojas de la puerta se giraron rápidamente hacia el interior. Los otros tres individuos se abalanzaron contra el interior de la sala, pero no había nada, simple y llanamente oscuridad. Scarface miró hacia arriba y pudo ver una gran bóveda que dejaba traspasar la luz de la luna, sólo tenían que esperar unos segundos a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad.

La sala era completamente cuadrada y de grandes dimensiones, al menos cada pared tendría cuarenta metros de longitud, con una puerta en cada una de ellas que debían corresponder a otras salas donde se encontraba la exposición permanente de la ciudad. En el centro se encontraba una gran urna de cristal con las joyas de la corona inglesa bajo un pedestal de metro y medio de alto, y junto a ese pedestal había cuatro grandes cajas de acero que marcaban los cuatro puntos cardinales de la sala. Cada caja tendría ocho metros cúbicos de volumen.

Batman les observó durante unos segundos. Detrás de uno de los grandes carteles, que decoraban la sala anunciando la exposición de las joyas de la corona, Batman se había anclado a la pared a una altura de cinco metros sobre el suelo para poder observar a sus enemigos. Allí abajo permanecían los cuatro individuos, un tanto desconcertados dado que, seguramente esperaban un batallón de vigilancia. Uno de ellos debía de ser “Rompedor” McGill, ya que era fácilmente reconocible por el tamaño de su espalda. Su cuello era tan grande como las columnas que sujetaban la entrada al museo, y los brazos indicaban que no necesitaba más que su fuerza para acabar con cualquiera que le hiciera frente. Otro de ellos era Johnny Johnson, de nuevo con su inconfundible gabardina y su escopeta recortada preparada para disparar contra cualquiera que se moviera. El otro de ellos era un hombre desgarbado, pelo alborotado que escondía su rostro y con grandes cuchillos en cada una de sus manos. Por último estaba Scarface, con su sombrero mafioso característico, su puro en la boca y su metralleta en una de sus manos, asistido por una morena de cuerpo esbelto y vestido de fiesta que en efecto era Lydia Lauton. Batman achinó sus ojos para poder ver mejor las facciones de Lydia. Su rostro impasible, como sin vida, dominado totalmente por Scarface dejándola un aspecto totalmente vegetal. Este no era el modus operandi del muñeco, o al menos, la capacidad de actuar siempre había permanecido en el Ventrílocuo.

Scarface giró su cabeza de izquierda a derecha, buscando una explicación, la sala no debería de haber estado vacía, alguien debía de estar protegiendo las joyas, a no ser que las joyas que había en la sala no fueran las originales y sólo fuera un señuelo para evitar su robo.

De pronto, el murciélago se abalanzó con determinación contra Johnny Johnson. El hecho de que llevara una escopeta recortada hacía que fuera el más peligroso de todos. En el mismo momento en el que hacían contacto, Batman asestó un duro golpe con el puño en la cabeza de Johnson y, junto con el peso de su cuerpo, perdió el equilibrio, soltó el arma y quedó noqueado en el suelo. Uno menos.

- ¡Maldito murciélago! –gritó Scarface-. Sabía que en algún momento tendrías que aparecer. ¿No podías seguir metido en tu maldito escondite?. Bien, esta vez no quedarán de ti ni los huesos.

El individuo no identificado intentó asestar una puñalada dado que apenas había metro y medio de distancia entre Batman y él. El cuchillo realizó una parábola pero sólo pudo encontrar parte de la capa. El señor de la noche sonrió y en su cabeza sólo pudo pensar en que debía de ser un mero aficionado a los delitos. Batman lanzó su puño contra su rostro que comenzó a sangrar mientras daba tumbos antes de caer al suelo.

De pronto, unas manos atraparon su cuello. Batman había dejado fuera de combate a los dos sicarios de Scarface que podían atacarle a distancia, pero había olvidado a “Rompedor” McGill. La fuerza que ejercía le oprimía la traquea y le impedía respirar, pero tenía que librarse de él.

- ¡Mátale!, no le des ninguna oportunidad. ¡Seremos leyendas de Gotham! –gritó exageradamente el muñeco mientras que Lydia Lauton permanecía de pie con la mirada perdida en el infinito-.

- ¡Si!

La voz de Rompedor sonó de ultratumba. La fuerza que poseía no podía ser natural, debía de haber sido hormonado y entre otras cosas su voz humana había desaparecido. ¿Qué otras cosas podían haber cambiado en él para que otros pudieran utilizar su fuerza en beneficio propio?. Batman tenía que pensar, tenía que actuar rápido para no perder la conciencia debido a la falta de oxígeno. Observó la sala y comprobó que no debía de encontrarse muy lejos de la pared a la que, tanto Rompedor como él daban la espalda. Apretó los dientes buscando una última gota de aliento que le pudiera quedar y ejerció toda la fuerza que pudiera para impulsarse hacia atrás. Los dos perdieron el equilibrio y salieron impulsados hacia atrás chocando contra la pared, aunque fue Rompedor quien recibió la totalidad del impacto soltando la presa que ejercía en el cuello de Batman.

El murciélago se tocó el cuello dolorido y comprobó como Rompedor se incorporaba de nuevo listo a destrozarle con sus propios puños. En décimas de segundos el enorme hombre se abalanzó contra él quien solo pudo girar para evitar el impacto.

- ¡Estate quieto!, maldito bastardo. No puedes evitar tu destino –dijo impotente-.

Batman se levantó torpemente para evitar estar a merced de sus ataques mientras intentaba recuperar el aliento. A varios metros, Scarface sonreía y disfrutaba del espectáculo seguro de la victoria de su sicario. De nuevo, Rompedor se lanzó hacia el murciélago con el puño en posición de ataque. Batman le evitó girándose hacia la derecha e impactó su puño contra la boca del estómago de su atacante, pero éste no pareció ni inmutarse con el golpe. Batman miró por un instante su puño, había sentido dolor al golpearle, había sentido que golpeaba una pared. ¿Cómo habría podido llegar a convertirse en eso?.

En ese instante, Rompedor se giró e impacto su puño contra el cuerpo de Batman lanzándole algunos metros al suelo. Batman no hubiera distinguido entre un impacto de una bola de acero de demolición y el puño de Rompedor. El impacto le dejó ligeramente noqueado, su visión se hizo algo borrosa y su cabeza no conseguía fijar donde se encontraba el suelo a pesar de que estaba tirado en él. La sonrisa de Scarface se hizo aún más intensa.

Rompedor se acercó apresuradamente a un Batman completamente derrotado y preparó el puño para una descarga final.

- Reza lo que sepas porque tu vida acaba aquí –susurró al oído del murciélago-.

Batman busco en su cinturón un pequeño dispositivo. Cerró los ojos y apretó el minúsculo botón, mientras el puño de Rompedor se alzaba.

De pronto, todas las luces de la sala se encendieron, una luz potente que cegó a todos incluido al gigante asesino debido a que sus ojos se encontraban acostumbrados a una luz tenue. De cada una de las cuatro grandes cajas de acero salió un guardia de la policía de Gotham que disparó un dardo tranquilizante a Rompedor. El hombre comenzó a gritar con rabia, sus ojos se encontraban cegados completamente y no podía golpear al murciélago, y lo que era peor, había sentido pequeños impactos en su espalda que comenzaba a sentir dormida. Scarface eliminó su sonrisa y empezó a pensar con preocupación que su plan se estaba haciendo pedazos.

De pronto, Rompedor comenzó a temblar y seguidamente cayó al suelo en un profundo sueño. Su enorme fuerza le permitía apenas sentir dolor, tener unos músculos de acero, pero no le habían impedido que fuera drogado. Las puertas de la gran sala se abrieron de nuevo y comenzaron a entrar los policías que previamente se habían escondido en las inmediaciones del museo de la ciudad junto con el comisario. Después de los asesinatos de algunos miembros de la policía por los sicarios de Scarface muchos se habían tomado el caso como un asunto personal. Se repartieron de manera que algunos de ellos comenzaron a esposar a Johnny Johnson, otros al cuarto hombre no identificado y los últimos a Rompedor McGill.

Montoya corrió hasta un Scarface desorientado por la situación en la que se encontraba. Dos minutos antes estaba convencido del fin de Batman y del éxito del robo y ahora estaba rodeados por al menos treinta guardias de la policía de Gotham y sus tres sicarios estaban detenidos y noqueados.

- ¡Os mataré!, os mataré a todos –gritó mientras levantaba su arma-. Montoya golpeó a Scarface y tanto él como su arma salieron despedidas. El rostro de Scarface se nubló por completo.

- Esto es por mis compañeros –le dijo Montoya mientras levantaba su puño y lo dejaba caer con fuerza contra el rostro del muñeco. Su cara se rompió en mil pedazos. Los guardias que permanecían en la sala rompieron en júbilo. Lo consideraban una venganza. Sus compañeros muertos podían ahora descansar en paz-.

El rostro de Lydia Lauton volvió a la vida. Al destruir Montoya el muñeco de Scarface el vínculo se había roto y su control mental dejaba de existir. Algo desorientada desconocía donde se encontraba y por qué estaba rodeada de policías en el museo de la ciudad.

Batman se fue incorporando poco a poco a medida que sus ojos se iban habituando a la luz y su cuerpo iba reaccionando al golpe que había recibido de Rompedor.

- Batman, ¿estás bien? –preguntó Gordon-.

- Si, algo dolorido, pero si –sus ojos se dirigieron contra el cuerpo de Rompedor- Gracias.



Dos horas más tarde en el asilo de Arkham.

Batman sostenía con sus propias manos el cuerpo destruido de Scarface. Había decidido llevarlo él mismo a la prisión-manicomio de la ciudad para evitar que su cuerpo no fuera debidamente vigilado. A pesar de los daños que había recibido estaba seguro que Scarface podría repararse y volver a infringir el mal allá donde estuviera. En su camino dentro de los laberínticos pasillos iba acompañado por el doctor Ariel Arkham descendiente del fundador del asilo y uno de los doctores que tenía que convivir día tras día con la locura de Gotham.

- Dejaremos a Scarface en una celda de vigilancia para impedir que nadie pueda recomponerle.

- Eso espero, doctor –agradeció Batman-. Ya ha hecho bastante daño a la sociedad.

Una vez dejaron el cuerpo destrozado en una de las celdas volvió a recorrer los pasillos por los que habían pasado antes. A cada lado, los reclusos se asomaban por las pequeñas ventanitas que tenían las puertas de las celdas curiosos por la visita del murciélago. Uno de ellos se dirigió a él.

- ¡Batman! –se oyeron risas-. ¿Estás preparado para lo que vendrá?.

El murciélago giró su cabeza y pudo leer el letrero de la puerta con el nombre del recluso: “Jervis Tetch – Sombrerero Loco”. Apretó su puño, pero volvió a mirar al frente y siguió su camino. Algunas risas que provenían de la celda se oyeron por toda la planta.

Mientras, a miles de kilómetros de allí, la oscuridad no dejaba ver el rostro de la mujer que estaba frente a él. Se trataba de una mujer joven, hermosa y muy exuberante, eso estaba claro, pero sobretodo, poderosa.
- ¿Cómo está todo? –preguntó casi sin darle importancia al hombre que se encontraba delante de ella-.

- Todo según lo previsto –contestó él-.

- Bien, que siga así –y la mujer sonrió-.


Continuará...

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