Green Lantern nº 15

Título: ¡El ataque de los Hombres Halcón! (III)
Escritor: Jerónimo Thompson
Portada: Roberto Cruz
Fecha de publicación: Agosto de 2009

¡Kyle Rayner! ¡John Stewart! ¡Adam Strange! ¡Carter Hall! ¡Shayera Hol!... ¿Serán todos estos héroes capaces de detener a las fuerzas invasoras de Thanagar?
Él es el Elegido, el Portador de la Antorcha que evitará que el Cuerpo y su Luz se extingan en sus horas más bajas.Es una carga muy grande pero él la llevará porque nadie más va a hacerlo, porque nadie más puede hacerlo. Él ha nacido para esto. Él es un héroe. Él es...
Kyle Rayner creado por Ron Marz, Bill Willingham y Darryl Banks


En el episodio anterior… Kyle Rayner logra escapar al ataque de la flota thanagariana que orbita Oa junto a la doctora K’mele, una científica procedente del planeta Talkor, dirigiéndose ambos hacia la Ciudadela de los Guardianes del Universo sin que los invasores alienígenas se percaten. Mientras tanto, Hawkman y Hawkwoman se infiltran en el Rectorado XII de Thanagar, pieza clave en la campaña de expansión recién iniciada, con el objetivo de detenerla antes de que ésta vaya a más. Al mismo tiempo, cientos de naves estelares thanagarianas aparecen sobre los cielos de Rann iniciando el ataque de la ciudad-estado de Rannagar, donde se encontraba de visita el Green Lantern John Stewart.

Los niveles superiores de la torre donde se encontraba John Stewart junto a Adam Strange, Alanna y Sardath, saltaron por los aires en el fuego cruzado de tres naves thanagarianas, mientras la flota estelar al completo, los cazas y numerosos escuadrones de soldados alados caían sobre Rannagar.
En varios sectores de la metrópoli, grupos dispersos del desprevenido ejército ranniano trataron de rechazar a las fuerzas invasoras; ya fuera tripulando una improvisada flotilla de pequeñas naves militares, o formando parte de las tropas aéreas de rocketeers. Sin embargo, poco pudieron hacer frente a la aplastante superioridad numérica de los thanagarianos, que en apenas unos minutos devastaron la mayor parte de la superficie de la ciudad.
Descargas mortales de plasma; llamaradas de fuego que alcanzaban decenas de metros de altura; un número creciente de cadáveres esparcidos entre y bajo la creciente masa de escombros que caía desde las que fueran orgullosas torres de metal... Tal y como estaba ocurriendo en otras importantes urbes del planeta, la ciudad-estado de Rannagar afrontaba sin esperanza su aniquilación total.
-¿Qué ha pasado? –gritó John Stewart a la densa oscuridad que le rodeaba, tratando de hacerse oír por encima del sonido estridente de una alarma. -¿Dónde estamos?-.
-¡Rápido, John! –intervino la voz nerviosa de Sardath desde un punto indeterminado de su derecha. –¡Ilumina la zona con tu anillo!-.
Respondiendo con celeridad a la acuciante petición del científico, el anillo de poder del Green Lantern alumbró con su cálida luminiscencia esmeralda lo que parecía ser el equivalente ranniano de una pequeña cafetería.
-¡Padre! –exclamó Alanna entonces, abandonando los brazos de Adam Strange para correr a su lado. -¿Quién nos está atacando?-.
-Thanagar, hija mía... Finalmente han conseguido desarrollar una tecnología de teletransportación muy similar a mi Rayo Zeta-.
-Oh...-.
-Si eso es cierto –aventuró Adam en tono sombrío, -estamos condenados. Los thanagarianos no descansarán hasta acabar con todos nosotros: Rann es el único planeta que dispone de un medio para hacerles frente-.
-¿Y Aleea? –interrumpió Alanna muy alterada. –¡Tenemos que buscar a nuestra hija, Adam!-.
-Tranquilízate, Alanna. Aleea se encuentra ahora en los niveles inferiores, en una de sus sesiones de aprendizaje. De momento está segura-.
-¡Pero debemos ir inmediatamente a por ella!-.
-Lo haremos –afirmó rotundo el héroe de Rann apretando con fuerza la mano de su esposa.
John, que se había mantenido al margen en estos momentos iniciales de confusión, decidió acercarse entonces a sus amigos:
-Sardath, ¿dónde estamos? ¿Has empleado el Rayo Zeta para sacarnos de la torre antes de que explotara?-.
-Sí... En el momento en que mis sensores estratosféricos comenzaron a detectar la aparición de una flota thanagariana, tomé un prototipo de teletransportador portátil en el que estoy trabajando, y fui rápidamente a por vosotros. Sin embargo –siguió el científico mostrando un pequeño artefacto humeante sujeto a su costado, -este salto ha superado la capacidad del instrumento: pretendía llevaros hasta mi laboratorio, pero hemos terminado en una de las salas de alimentación de los niveles intermedios-.
-Está bien. Ya sabemos dónde estamos –exclamó la madre de la niña avanzando hacia una de las puertas de salida. –Ahora vamos a por Aleea-.
-¡Espera! –la detuvo Sardath. –Primero tenemos que ir a mi laboratorio: la supervivencia de Rann depende de ello-.
-Padre –respondió Alanna con determinación. –No voy a sacrificar la vida de mi hija por nadie; ni siquiera por toda la población de este planeta-.
Los cuatro permanecieron en silencio un instante, mientras la alarma martilleaba sus oídos de forma insistente.
Entonces, como si hubiesen estado esperando esta pausa dramática para hacer su entrada en escena, aparecieron a su alrededor ocho soldados thanagarianos que dispararon inmediatamente sobre sus objetivos, acertando a Sardath en el hombro derecho.
-¡No! –gritó Alanna al tiempo que Adam Strange la arrojaba sobre el suelo para protegerla con su propio cuerpo, y John Stewart creaba un campo de fuerza esmeralda con rapidez que reflectó las siguientes descargas de los hombres halcón.
Mientras tanto, Sardath yacía a un metro escaso de su hija, tratando de taponar la grave herida de su hombro con una de sus manos temblorosas. Deshaciéndose con rudeza del abrazo protector de Adam, Alanna se deslizó hacia su padre para tomarlo en su regazo:
-Papá... –susurró sin poder contener las lágrimas.
-Estoy bien... Alanna... –acertó a decir el científico con voz entrecortada.
Los soldados thanagarianos permanecieron momentáneamente inmóviles al descubrir quién había levantado aquel escudo que protegía a sus víctimas: lo último que esperaban era encontrar allí a un Green Lantern dispuesto a frustrar sus planes. Sin embargo, el jefe del escuadrón tardó apenas un segundo en recuperarse de la sorpresa y lanzar un artefacto explosivo sobre ellos, mientras indicaba a sus hombres que se resguardaran entre las mesas flotantes de la cafetería.
Haciendo gala de una inusitada capacidad de reacción, perfeccionada en sus años de servicio como miembro de los Green Lantern Corps y los Darkstars(1), John Stewart atrapó el artefacto con una gran mano verde creada por su anillo, colocándolo seguidamente a sus pies, cubierto por una semiesfera esmeralda.
La explosión que sobrevino a continuación derrumbó el suelo sobre el que se encontraban, permitiendo que el Green Lantern enviara rápidamente a Adam, Alanna y Sardath hacia el nivel inferior, en el interior de una burbuja de energía.
John saltó tras ella antes de que el humo y el polvo desprendido llegaran a despejarse, de forma que los thanagarianos no se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo hasta que se aproximaron al borde del agujero abierto en el mismo centro de la cafetería. Entonces saltaron también al vacío, iniciando la persecución de sus objetivos.
Por su parte, el Green Lantern no se detuvo en el nivel inmediatamente inferior, sino que comenzó a perforar un túnel vertical por el que fueron cayendo a gran velocidad, dejando tras de sí una estela de escombros y material deformado que John esperaba que retrasara a sus perseguidores.
Los thanagarianos pronto descubrieron que su capacidad para maniobrar en aquella caída, atravesando suelos y techos destrozados, era muy reducida, y que apenas conseguían disparar alguna descarga de plasma aislada sobre sus presas; descargas que John siempre lograba reflectar con sus impenetrables escudos de energía esmeralda.
Mientras tanto, la burbuja había tomado la forma de un ascensor cilíndrico de última generación, en el que John trató de acomodar a sus tres ocupantes lo mejor que pudo, poniendo especial cuidado en Sardath, que no se conseguía reprimir breves gemidos de dolor cada vez que su hombro realizaba el menor movimiento.
En un momento dado, John dejó que el ascensor siguiera su carrera descendente en solitario, y permaneció quieto, suspendido en el aire, a la espera de que le alcanzara el escuadrón de thanagarianos que se encontraba ya preocupantemente próximo.
Percatándose del propósito del Green Lantern, los hombres halcón dejaron caer una lluvia de nuevos artefactos explosivos que explotaron poco antes de llegar a él, dando lugar a una densa nube de humo grisáceo. Inmediatamente después, los thangarianos fueron surgiendo de la nube por diferentes lugares, pasando a disparar indiscriminadamente sobre el héroe esmeralda, que ya les esperaba protegido por una delgada pero resistente aura de protección.
A continuación, los soldados alados empezaron a volar en espiral, cruzando rápidamente sus respectivas trayectorias sin llegar a tocarse, y descargando el contenido de sus armas sobre John en el momento y lugar que él menos esperase.
El Green Lantern se encontraba completamente rodeado.
Y entonces, cuando éste consideró que los miembros del escuadrón se habían convencido de que lo tenían donde ellos querían, John comenzó a formar pequeñas esferas de apenas unos centímetros de diámetro: cientos, miles, cientos de miles, que fueron girando a su alrededor a una velocidad cada vez mayor, y cuyo radio de acción expandió rápidamente hacia los thanagarianos.
El vórtice de esferas atrapó al grupo de hombres alados antes de que estos pudieran resguardarse, cegándolos y golpeándolos sin compasión. Cinco de ellos perdieron el sentido en pocos segundos al recibir varios impactos en la cabeza, pese a la protección que les proporcionaban sus cascos en forma de cabeza de halcón. Los tres restantes, entre los que se encontraba el jefe del escuadrón, fueron derrotados por John en breves peleas cuerpo a cuerpo que tuvieron lugar en el interior del vendaval de esferas.
Acto seguido, el Green Lantern tomó varias de las piezas de armamento que traían los thanagarianos consigo, y descendió los siete niveles que le separaban de sus amigos.
-¡John! –exclamó Adam Strange al verle llegar. -¿Por qué no me has dejado ayudarte?-.
-Estás desarmado Adam, y te hubieras puesto en peligro innecesariamente –respondió el Green Lantern. Y volviéndose hacia el científico herido, que se mantenía en pie con esfuerzo y la ayuda de Alanna, añadió: -¿Cómo te encuentras, Sardath?-.
-Bien, creo. He perdido mucha sangre, pero cuando lleguemos a mi laboratorio...-.
-Padre –le interrumpió su hija. –Hay una unidad médica camino del módulo educativo donde se encuentra Aleea. Si vamos ahora hacia allí, podremos curarte enseguida y...-.
-No puedo hacer eso, Alanna. Lo siento mucho, pero la supervivencia de Rann depende de mí. Debo ir a mi laboratorio cuanto antes-.
-Lo que sí es seguro es que tenemos que marcharnos de aquí –intervino John Stewart. –Los thanagarianos debieron detectar nuestro salto a los niveles intermedios, y teletransportaron a ese escuadrón para capturarnos. Pronto enviarán a más soldados, y nuestro rastro no les va a resultar muy difícil de seguir... –concluyó señalando hacia el enorme agujero del techo que, atravesando varios niveles, comunicaba directamente con la cafetería donde se había iniciado el ataque.
-Supongo que esas armas que has traído son para nosotros, ¿verdad?–dijo Adam Strange. –Entonces la solución está muy clara: tú acompañarás a Sardath hasta su laboratorio, y mientras, Alanna y yo iremos a buscar a nuestra hija. En cuanto la recojamos, nos reuniremos allí con vosotros-.
-Por mí está bien –respondió el Green Lantern.
-De acuerdo –asintió Sardath. –Yo... Lo siento, Alanna-.
-No tienes por qué disculparte, padre. Sé que tu postura es la más razonable, pero yo no puedo abandonar a mi hija en un momento como éste. Ten cuidado –terminó Alanna besándole rápidamente en la mejilla.
Seguidamente, John Stewart colocó a Sardath en un sillón acolchado de pura energía esmeralda, y se marchó volando por un estrecho pasillo de paredes metalizadas, mientras Adam Strange y Alanna corrían en sentido contrario hacia el módulo educativo.


Tras un par de horas de vuelo zigzagueante, atravesando la vasta extensión de anémonas de tierra que lindaba al noroeste con la Ciudadela de los Guardianes, Kyle Rayner y la doctora K’mele se detuvieron en un pequeño complejo científico con aspecto de granja ultratecnificada. Desde el cobertizo-criadero de invertebrados exóticos de Mogo, podían observar con detalle la primera línea de torres y cúpulas de vidrio plastificado de la Ciudadela.
-¿Cree que nos habrán seguido hasta aquí, joven? –preguntó la anciana originaria del planeta Talkor, mirando con cierto interés los diversos especímenes que crecían en el interior del cobertizo.
-No lo creo –contestó el Green Lantern. –El anillo no ha detectado ninguna nave thanagariana desde que aterrizamos en Oa, y estoy casi seguro de que no han enviado a nadie tras nosotros-.
-Y eso es parte del problema... ¿Me equivoco?-.
-No, no se equivoca doctora. Aún no he podido contactar con Ganthet, ni con ninguna de las terminales de comunicación del Rectorado Prima, así que me temo que es muy probable que la Ciudadela haya sido ocupada por el ejército thanagariano mientras estábamos en órbita. Por eso no les importa que hayamos alcanzado la superficie del planeta: sencillamente, no tenemos escapatoria-.
-Entonces, ¿qué vamos a hacer ahora?-.
-Usted, quedarse aquí, en este complejo. Yo, dirigirme a la Ciudadela para averiguar qué es lo que está ocurriendo-.
La doctora K’mele se volvió hacia Kyle Rayner con mirada gélida:
-¿Sabe? No es usted el primer humano con el que he tratado, joven. Ni siquiera el primer Green Lantern terrestre: hace años conocí a su predecesor, Hal Jordan, cuando visitó Talkor por primera vez(2)-.
-No tenía ni idea de que... –comenzó a decir Kyle un poco confundido.
-Ni falta que hace. Lo que quiero que entienda es que estoy familiarizada con la escala de valores que rige en su planeta, y sé lo que ve en mí cuando me mira: a una mujer que además es anciana. Dos “delitos” que me condenan a quedar al margen de todo en una situación como ésta, ¿no es cierto?-.
-¡No! No lo es... Lo que ocurre... –trató de defenderse el Green Lantern.
-Oh, sí. Claro que sí lo es. Pero no tengo intención de volver a discutir sobre este tema. Sepa únicamente que no pienso quedarme aquí sola mientras usted se dedica a jugar al héroe, ignorando la ayuda que puedo proporcionarle. Supere sus prejuicios, joven-.
Kyle Rayner enmudeció durante unos segundos, planteándose seriamente la posibilidad de noquear a la vieja que tantos quebraderos de cabeza le estaba dando, y dejarla allí sin sentido hasta que volviera. Sin embargo, terminó por imponerse la sensatez y los buenos modos, y se limitó a gruñir:
-Doctora K’mele, es usted insoportable-.
Hawkman retiró con cuidado el pequeño artefacto acoplado al rostro del Decano de Seguridad Lídor, que durante los últimos cinco minutos había estado regenerando su tabique nasal. El thanagariano de figura esquelética aún permanecía inconsciente en el suelo, con la espalda apoyada sobre una de las paredes de aquella sala de control situada a pocos metros de la Puerta(3).
-Siento que te hayas visto envuelto en todo este asunto, Carter –dijo Hawkwoman.
De rodillas frente al Decano, Carter Hall hizo un ademán para quitarle importancia al asunto:
-Esta campaña de expansión que ha iniciado el Alto Mor de Thanagar nos afecta a todos, Shayera. Es sólo cuestión de tiempo que sus planes de conquista incluyan al Sistema Solar-.
-Quizá, pero hubiese preferido no embarcarte en una misión suicida como ésta. Ya sabes que nuestras posibilidades de éxito son escasas-.
-Pero no nulas –contestó Hawkman mientras limpiaba con un aerosol humidificante los restos de sangre seca que salpicaban la cara de Lídor. –La verdad es que no era esto lo que tenía en mente cuando te pedí que me infiltraras en Thalrassa para averiguar qué quería de mí tu gobierno(4), pero me alegro de estar aquí ahora, y tener la oportunidad de frenar esta locura-.
-Es posible que no te alegres tanto cuando acabe el día... –respondió Hawkwoman con media sonrisa dibujada en el rostro.
-¿Eso crees? –repuso Carter sin desviar la atención del thanagariano caído. -¿Después de enfrentarnos a todo un planeta para defender una causa justa? ¡Puedes jurar que sí! Lo único que lamento es que hayan declarado el Estado de Emergencia de forma tan repentina, sin darme la oportunidad de avisar antes a la Sociedad de la Justicia-.
-Yo también lo siento, pero recuerda que nuestro grupo de disidentes es muy reducido, y por ahora no podemos establecer ninguna transmisión de tipo interplanetario sin descubrir nuestra existencia al Alto Mor-.
Hawkman se incorporó rápidamente para observar con detalle el aspecto que ofrecía el Decano de Seguridad, y comprobando que no mostraba signos evidentes de violencia, se volvió de nuevo hacia Hawkwoman:
-Ese grupo tan reducido de disidentes es la única esperanza de paz que le queda ya a este sector de la galaxia. No menosprecies el alcance de vuestros actos, Shayera; al fin y al cabo hemos llegado hasta aquí, y por muy peligroso que se presente nuestro futuro, aún tenemos la oportunidad de abortar esta guerra intergaláctica antes de que se desate por completo-.
-Tienes toda la razón –respondió Hawkwoman apretando con fuerza el hombro de su compañero. -¿Y bien? ¿Lo despertamos ya?-.
-Sí, creo que ya está listo-.
A continuación, Carter se inclinó de nuevo sobre el thanagariano e inyectó en su cuello una pequeña dosis de un líquido azulado, con la pistola hipodérmica que guardaba en un compartimento de su cinturón. El Decano de Seguridad Lídor abrió los ojos inmediatamente con gesto sobresaltado:
-¿Qué ocurre? ¿Quiénes sois vosotros? –exclamó en los pocos segundos que transcurrieron antes de que Hawkman aferrara su garganta con una sola mano.
-Nosotros somos tu peor pesadilla, Lídor –respondió Carter en su idioma. –Y tu muerte segura si no haces exactamente lo que te digamos-.
-Traición... –musitó el thanagariano tratando de respirar con dificultad.
-Vosotros sois los únicos traidores aquí –se exaltó Shayera Hol. –Traidores a vuestro pueblo, y también a toda la galaxia. Pero esto acaba aquí y ahora, Lídor: nos llevarás hasta la Puerta, y una vez allí, inutilizarás ese maldito artefacto para siempre. ¿Lo has entendido bien?-.
-No puedo hacer eso... –repuso horrorizado. –El Alto Mor ordenaría mi ejecución inmediata-.
-Bueno –intervino Hawkman. –Puedes elegir entre una muerte probable a manos de tus propios jefes o...-.
Carter Hall se limitó oprimir con más fuerza la garganta del Decano de Seguridad para concluir su frase.
-Está bien... –contestó el otro apenas sin aliento. –Lo haré... Haré todo lo que me pidáis...-.
-Muy bien, Lídor –dijo Hawkman relajando su garra. –No esperaba menos de ti-.

John Stewart activó la pequeña cápsula metálica que le había entregado Sardath, y acto seguido, la introdujo en la herida abierta que presentaba éste en su hombro. El ranniano gritó de forma desgarrada al sentir una explosión de dolor junto a la clavícula, que pronto recorrió todo su cuerpo.
Varias bandas de energía esmeralda surgieron entonces alrededor del científico, inmovilizándolo sobre la camilla mientras el dispositivo que habían hallado en la unidad médica del laboratorio iniciaba el proceso de regeneración tisular. Durante el siguiente par de minutos, el Green Lantern no pudo sino observar fascinado el crecimiento acelerado de fibras musculares, vasos sanguíneos y diferentes capas epidérmicas en el hombro de Sardath, que por otra parte, fue calmándose lentamente conforme se rendía al efecto de la anestesia local suministrada por el mismo artefacto regenerador.
-Ya puedes retirar tu campo de fuerza –dijo Sardath volviéndose hacia el Green Lantern con voz aún trémula. –El proceso ha concluido-.
-Pero la cápsula todavía está dentro...-.
-No te preocupes por ella. Está hecha de material biodegradable, y mi cuerpo la reabsorberá en menos de una semana-.
John asintió brevemente, maravillado por la avanzada tecnología de Rann. Seguidamente, ayudó al científico a incorporarse sobre la camilla.
-¿Y ahora? –preguntó el Green Lantern.
-Ahora tienes que confiar en mí, John-.
-Creo que no me gusta cómo suena eso...-.
Guiado por Sardath, John Stewart avanzó junto al inquieto ranniano hasta un extremo del laboratorio, cuya pared frontal se encontraba cubierta por una enorme maquinaria parcialmente destripada, de la que caían numerosos cables y conductos de refrigeración.
-Este instrumento es el fruto de ocho años de trabajo –afirmó el científico, -y además, mi proyecto más ambicioso. Se trata de la única posibilidad de salvación que le queda a Rann: el Rayo Omega(5)-.
-¿Rayo Omega?-.
-Sí. Un sistema de teletransporte capaz de trasladar planetas de un punto a otro del espacio-.
El Green Lantern miró a Sardath con expresión de incredulidad reflejada en el rostro:
-¿Planetas enteros?-.
-En teoría podría teleportar incluso estrellas poco masivas, pero los valores que habría que introducir en la matriz de ecuaciones supondrían que... Uh... Perdona John, creo que el efecto de la anestesia me está haciendo divagar... El hecho es que mi Rayo Omega está prácticamente terminado, y aunque aún necesitaría unos meses para reducir al mínimo los márgenes de error, estoy seguro al 98,3% de que puedo evacuar a Rann del Sistema Alfa Centauri-.
-Pero... ¿Adónde quieres llevar este planeta? ¿Y qué pasará con el ejército thanagariano que ya se encuentra sobre la superficie de Rann? Ellos también viajarán con nosotros...-.
-No, John. He estado preparando este sistema de emergencia desde antes incluso de empezar a trabajar en el Rayo Omega, y lo tengo todo calculado hasta el trigésimo cuarto decimal: el punto de destino se encuentra en el otro extremo de la galaxia, en un sistema estelar ya agotado, formado únicamente por una enana blanca y un gigante gaseoso. No existe vida allí, y las variaciones gravitacionales que introducirá nuestra llegada en sus órbitas serán mínimas, al menos durante los dos años siguientes. Y no tengo la menor intención de permanecer allí tanto tiempo...-.
-¿Y los thanagarianos?-.
-Este instrumento está diseñado para identificar y registrar la composición global de masas de todo Rann cada cinco minutos. Si lo programo para tomar como referencia la configuración inmediatamente anterior a la llegada de los thanagarianos, mi Rayo Omega los excluirá al realizar el salto-.
-Y la desaparición de este planeta... –aventuró John Stewart.
-Creará una distorsión gravitacional en este punto del espacio que acabará con toda su flota-.
-Dios...-.
-Sin embargo, tú ya no estarás aquí para verlo-.
El Green Lantern se giró hacia Sardath con gesto de sorpresa:
-Claro. Porque ya nos habremos ido-.
-Efectivamente, pero tú antes que nosotros. Como te decía, ahora tienes que confiar en mí, y eso supone que accedas a abandonar Rann antes de que demos el salto-.
-¿Por qué?-.
-Mis sensores estratosféricos no se limitaron a detectar la llegada de la flota thanagariana. Además, identificaron el tipo de energía que emplearon esas naves para realizar su teletransporte-.
-¿Y?-.
-Se trata de la misma energía esmeralda que alimenta a tu anillo de poder, John. Thanagar tiene acceso a la Batería Central de Oa, y es allí precisamente donde debes ir ahora-.

Continuará...

Referencias:
(1) Los Darkstars fueron un cuerpo policial similar a los Green Lantern Corps creado por los Controladores, un grupo de antiguos oanos (como los Guardianes del Universo) que decidieron tomar un camino más activo en su lucha contra el mal.
(2) En el lejano Green Lantern v2 #158 USA (Green Lantern nº3-4 Zinco).
(3) Como vimos en el número anterior.
(4) En Flash #3-8.
(5) El Rayo Omega es una creación de Andy Diggle para su miniserie Adam Strange: Planet Heist (publica por Planeta en un solo tomo), un cómic que no entra en nuestra continuidad DC-AT. Ésta sería, por tanto, su primera aparición en este universo.

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