Catwoman nº 3

Título: El recuerdo de siete vidas (II)
Autor: Gabril Romero
Portada: Justice41
Publicado en: Enero 2008

¡El esperado regreso de la Felina Fatal! La última vez que vimos a Selina en Action Tales, se había metido de cabeza en una trampa mortal, con una bomba explotándole en la cara. Descubre ahora lo que ocurrió después... ¡y antes!!
Anteriormente en Catwoman: Selina Kyle ha vuelto a Gotham, pero ahora convertida en heroína, dispuesta a proteger su antiguo barrio, el East End. Ya no es la ladrona de antaño, y eso puede costarle caro, cuando se reencuentre con aquéllos que fueron sus socios, sus clientes, sus antiguos amigos.
Otro personaje que ha regresado es Marko Esteven, el que durante años fuera dueño absoluto del East End, y de su negocio de prostitución de lujo. Ahora, tras una larga estancia en prisión por obra y gracia del Hombre Murciélago, Marko es de nuevo un hombre libre, y contempla su barrio dominado por las drogas, convertido en un sucio estercolero de yonkies sin futuro. Y no lo consiente. Armado y furioso, el anciano logra reconstruir poco a poco la que fue su cruel organización, acabando con la vida de sus nuevos rivales, como el emergente Tony Vega. Y prepara su retorno al poder en Gotham.
En las calles se dice que hay un negocio fraguándose, un cargamento de Éxtasis Líquido a punto de llegar a la ciudad, y de llenar los bolsillos del temido Marko. Esto alerta a la heroína del East End, Selina Kyle, que inicia una investigación con la ayuda de su antigua amiga Susan Rogers, prostituta como fue ella misma, y adicta a las drogas de diseño. Y al enterarse de quién está al mando de la operación, vuelven a la Gata los olvidados recuerdos de otra época.
Hace diez años, Marko Esteven la contrató para robar los planos del “Edificio Siracuse”, en el centro de la ciudad, que descansaban en el interior de una caja fuerte en el Banco Central de Gotham. Dudando de su lealtad, pero incapaz de negarse al nuevo jefe mafioso, Selina inició el trabajo, sólo para hallar una sorpresa: Batman le estaba esperando. No era el primer encuentro entre ambos, ni habría de ser el último…
De vuelta al presente, Catwoman recibe un chivatazo de su amiga Susan para ir a buscarla a un antiguo almacén abandonado, y allí descubre que la prostituta la ha vendido al enemigo: hay una bomba, que explota ante sus mismas narices.

Anoche. En algún lugar de Gotham City, Nueva Jersey. 02:29 h.
– ¡Ah, mi querida ciudad del pecado! Fría, cruel y desagradable. Toda la nación te observa con odio… Pero yo sé la verdad… Yo he contemplado tu auténtico rostro…
El anciano paseó de manera distraída hasta el gigantesco ventanal que cubría toda la pared, y observó la ciudad, brillante y misteriosa, tendida a lo lejos, a sus pies.
Ya no era como antaño, cuando él la conoció. Joven, fresca, llena de vida y posibilidades. Una fruta lista para ser recogida.
Ahora Gotham City había cambiado. Carcomida por las drogas, las mismas que él en sus tiempos prohibió. Sus calles estaban plagadas de camellos y adictos, de ruinas humanas y brutal degeneración. Yonkies, atracos menores, tironeros, asaltos a plena luz del día con una navaja o una jeringuilla… Todo eso era culpa de la droga. Todo eso, por sólo una papelina o una pastilla de éxtasis.
“Los drogatas se vuelven estúpidos y descuidados. No son criminales profesionales, son sólo escoria que ensucia las calles, y que dificulta el trabajo de los verdaderos delincuentes… Pero eso va a cambiar… Va a desaparecer desde hoy mismo…”
Esta noche, Marko Esteven se sentía eufórico. Su cuerpo envejecido exhalaba vigor, energía,… maldad. Hoy se sentía capaz de todo, dispuesto a todo, con tal de recuperar los diez años que sus malditos enemigos le habían arrebatado, y los inmensos privilegios que una vez fueron suyos. Caminó desnudo sobre la mullida moqueta, encendió un cigarrillo con manos temblorosas, y dejó que el humo aplacara los horribles nervios de sus pulmones.
Hoy.
Hoy empezaba todo.
– Después de esta noche, Gotham sabrá por fin quién es su auténtico dueño… y vendrán a mí, como mendigos, suplicando que les perdone…
Se giró, abandonó el cristal y sus magníficas vistas de aquel mar de luces temblorosas, y caminó decidido por delante del sofá. El cuerpo aún estaba caliente…
La verdad es que había sido una pena. Marko realmente pensó que esta chica aguantaría más que las otras, no en vano era culturista desde hacía muchos años, y mostraba un físico espectacular, ganador de muchos certámenes y concursos a lo largo de su vida… Y ahora estaba allí, muerta, destrozada, con un río de sangre sucia y brillante empapando la moqueta.
“Una auténtica pena, sí… Pero no para mí”.
Se estiró, como el gato que tensa los músculos para desperezarse de los últimos rastros de sueño, y comprobó que estaba satisfecho. Lo había pasado realmente bien, y la muerte de esa bella muchacha no significaba a sus ojos más que la de un insecto con el que se hubiera entretenido.
Volvió a la mesa, y sus pensamientos volaron muy lejos, concretamente a un viejo almacén abandonado en pleno barrio del East End.
Justo en ese instante, una agria voz de varón, deformada electrónicamente, sonó a través del interfono de la mesa.
– Señor Esteven… La Gata ha llegado a la casa. Creo que es el momento para que usted eche un vistacito, ¿no le parece?
– Así es, amigo mío – respondió el mafioso, exultante – . Yo mismo apretaré el botón que salde mis viejas cuentas con esa dama. ¿Está todo preparado?
Su interlocutor se mantuvo un instante en silencio, como si aquella pregunta le hubiera molestado enormemente, y no supiera qué responder para que no se le notara.
– Señor Esteven – dijo al fin, como gruñendo entre dientes – . Mi organización siempre está preparada, y nunca se equivoca. ¿Lo ha entendido?
Y Marko se estremeció. No era bueno enfadar a esa gente…
– Sí… sí, claro… Discúlpeme si le he ofendido…
– No lo ha hecho, no se preocupe – añadió el hombre misterioso, recuperando la paz en su discurso –. Usted paga nuestros honorarios, que son altos, así que tiene derecho a juzgar lo que hacemos. Pero no tenga duda: saldrá contento.
– No desconfié ni por un segundo. Su fama ha recorrido el mundo entero, amigo. Estoy contento de poder trabajar con ustedes…
La voz en la máquina no mostró la misma alegría. Sus oídos habían pasado de recibir un insulto franco y directo a la adulación más falsa, y odiaba tanto uno como el otro. Pero sabía con quién estaba trabajando, y lo que podía esperar de alguien como Marko.
De forma que guardó silencio, y se limitó a lo que era su estricto cometido.
– Seleccione el canal nueve… Allí tendrá todos los datos que necesita.
Y cortó la comunicación. Marko pudo respirar tranquilo al fin, y lo celebró encendiendo el grandioso televisor de plasma que decoraba la pared opuesta.
Y allí surgió la escena en directo que tanto deseaba: Catwoman, al fin en su poder…
 La Gata volvió a recordar viejos fantasmas al entrar en el recinto que, al parecer, ahora estaba vacío. Aun así no se fíaba, y caminó por las frías y duras vigas que sujetaban el techo a la estructura de la nave industrial. Sus movimientos eran silenciosos y rápidos, aprendidos en sus muchos años de ladrona. Aunque ahora prefiriera dedicar sus esfuerzos a algo menos peligroso que el hurto, las viejas costumbres son difíciles de olvidar, y con frecuencia pueden salvarte la vida. Sus ojos lo observaban todo, sin dejar detalle. Sabía que en estos momentos no era sólo su cuello el que estaba en peligro, sino también el de una persona inocente: su amiga Susan. “¿Dónde te has metido, cariño?”.
En la parte más oscura de la nave, alejada de los brillantes faroles y la luna que se filtraba por las grandes claraboyas, descubrió de pronto una enorme pila de contenedores usados. Ella debía estar ahí escondida, a salvo de quien la estuviera persiguiendo. Con un giro brusco, se dirigió rápidamente hacia el lugar, descolgándose con cuerdas hasta aquel punto exacto.
– Susan – llamó, con voz queda.
Sin hacer mucho ruido, un cuerpo menudo y rechoncho apareció tras los bidones.
Rubia platino, con poca ropa y expresión desencajada, la prostituta fue hacia su amiga, y se refugió en sus brazos. Como el náufrago que haya un salvavidas.
– Selina… gracias a Dios…
– Susan… ¿qué ha pasado? ¿Donde está la droga? Este lugar está vacío.
– No lo sé… Yo…
El rostro de la joven se vuelve pálido como el de un muerto, y rehúye la mirada. Por un segundo, el corazón de Catwoman da un vuelco en su pecho, y sus nervios se tensan.
– ¿Qué pasa, cariño? ¿Por qué me has traído aquí?
La prostituta solloza, y hunde la cara en el pecho de su amiga.
– Yo... lo siento, Sel. Me ofrecieron mucha droga sin cobrarme. Y les creí.
– ¿Es una trampa, Susan?
La voz de la Gata suena fría, insensible. Nunca pensó que justamente ella pudiera traicionarla. De entre todas las personas del mundo, era la última de la que habría sospechado.
Y por un instante, se pregunta si debería intentar salvarla…
Sería tan fácil…” Golpearla en el rostro, tirarla sobre los bidones, mientras ella salta hacia las vigas y huye a través del techo, ofreciendo a su enemigo un blanco móvil y esquivo. La mejor oportunidad de escapar…
Pero es su amiga, y en todo esto no hace más que el papel de víctima. Una a la que ella misma había condenado. Sin la intervención de Selina, Susan Rogers nunca se habría implicado en los grandes negocios de tráfico de drogas en Gotham, y no hubieran ido a buscarla los hombres de Marko.
En realidad, todo esto era culpa suya.
– Creo… Creo que me han engañado, Sel.
La Gata se gira, actuando de forma automática, ignorando las lágrimas y las peticiones de perdón. Toma a su amiga de un brazo, la levanta en vilo, y trepa por una cuerda en dirección al entramado de vigas que recorre el techo, a muchos metros del suelo. Pero entonces lo ve.
Una sombra furtiva, una imagen dudosa y apenas perceptible, que ningún otro ojo más que los de una ladrona podrían adivinar. Pero en su mente se fragua un concepto claro: hay hombres agazapados en las vigas.
Un escalofrío recorre su cuerpo, pero más aún cuando los ve abandonar el lugar a través de la claraboya. No pretenden matarla, ni frenar su huida para hacerla vulnerable a otro ataque: están escapando de la verdadera trampa.
Instintivamente, apresura su ascensión, intentando llegar a tiempo hasta el techo, salir del almacén, burlar su triste destino… Pero ya es demasiado tarde.
En ese preciso momento, en el barrio más elegante de la ciudad, Marko Esteven contempla los hechos desde su elegante oficina, y sonríe al comprobar cuán vulnerable es su presa cuando él decide atacarla. Y oprime el botón de un pequeño mando a distancia.
Al instante, el viejo almacén se convierte en fuego, cuando cientos de pequeñas bombas distribuidas por todos sus cimientos estallan violentamente. La noche se llena de ardor y estruendo, y de un raro olor a polvo raído, y a carne abrasada…
Y Marko rió, feliz, pletórico.
Su sueño empezaba a cumplirse. Su venganza iba a llevarse a cabo.
“Nada habría podido escapar vivo de ese infierno…”
Hace diez años. Banco Central de Gotham, 03:23 h.
– Yo de ti no tocaría eso.
Los nervios de Selina se pusieron bruscamente alerta. ¿Quién había dicho…? Lo tenía todo pensado, nada podía haber fallado. Nadie habría sido capaz de encontrarla.
Nadie humano... Únicamente el Murciélago.
Giró sobre sus talones, sólo para contemplarlo allí, de pie, erguido frente a ella, con esa inmensa capa flotando a su alrededor, otorgándole la extraña apariencia de un fantasma. Si ella no supiera ya de lo que era capaz (y de lo que no), creería, como todo el mundo, que se trataba de un espectro, o un vampiro.
“Desde luego, este tipo sabe cómo hacer una entrada…”
Solos, en mitad de la caja fuerte número dieciocho, la que supuestamente contenía los planos que la Gata había venido a robar, los dos personajes disfrazados se observaban. No era la primera vez que cruzaban sus caminos, y sin duda no sería la última, pero cada vez era peor. A Batman no le gustaba la ladrona, y menos aún que no fuera capaz de atraparla. Y en cuanto a Catwoman… bueno, en realidad a ella le divertía muchísimo jugar con el Murciélago, burlarse de él, tenerlo siempre un paso por detrás de sus intenciones… Pero no lo infravaloraba. Sabía que Batman era el mayor rival que ella, o cualquier otro, pudiera tener.
– He dicho que no lo toques – repitió el enmascarado –, y no estoy de broma.
– ¡Baaaatmaaaaan! – susurró la Gata, como jugando con el nombre entre sus labios carnosos. Como relamiéndose mientras lo decía –. ¿Qué hace un chicarrón como tú en un sitio tan frío y oscuro como éste? ¿Vienes mucho por aquí?
Lentamente, Catwoman se fue acercando a su rival, contoneándose, buscando que el Murciélago se fijara más en sus voluptuosas caderas que en la mano que escondía en dirección a su cinturón de trucos.
Pero Batman no era idiota. Ya había jugado a estas cosas con la chica, y no estaba dispuesto a dejarse engañar nuevamente. Con un solo movimiento fluido, y antes de que ella pudiera ver siquiera que ya no estaba allí, el enmascarado extrajo una pequeña cápsula de su arsenal, y la arrojó al suelo. El impacto produjo una breve y contenida explosión, que liberó por toda la sala una espesa nube de humo negro y opaco. Una tupida cortina de gas que pronto inundó la cámara acorazada, y que impedía por completo la visión.
Catwoman tosió, e intentó correr hacia donde estaba la salida, pero fue inútil. Un brazo ancho y fortísimo la sujetó por la muñeca, inmovilizándola. Y de la opaca negrura emergió una figura alta y maligna, de aspecto demoníaco, con dos altas protrusiones que brotaban de su cabeza. Y su voz sonaba como venida de ultratumba.
– ¡Ríndete, Catwoman! ¡No tendrás un nuevo aviso!
Selina quedó petrificada. ¿Qué demonios era el murciélago? ¿Cómo era posible que fuera capaz de moverse con tal soltura por aquel mar oscuro y tortuoso…?
¿Tal vez era cierto lo que hablaban de él…? ¿Que estaba más allá de lo humano? ¿Que venía de otro mundo, como el tipo volador de Metrópolis?
(Por suerte, Selina tenía poco conocimiento entonces de los trucos que usaba Bruce Wayne en su identidad enmascarada: cosas como el viejo gas de oscuridad del Doctor Mid-Nite, o las lentes nocturnas especiales que él mismo le había conseguido. Pequeños trucos que le ayudaban a conseguir esa imagen sobrenatural tan importante en su trabajo, y que tanto asustaba a los criminales. “Malditos cobardes supersticiosos”, musitó)
La ladrona se estremecía como sacudida por el viento, y sus manos temblaban, al observar la horrenda figura que emergía de las sombras. ¿Qué podía hacer ella ante semejante enemigo? ¿Qué otra opción le quedaba, salvo rendirse?
“No… De eso nada”.
Y la Gata reaccionó como solía: de forma automática.
Si un tipo aparecía de la nada intentando capturarla, ella estaba dispuesta a vender cara su vida. Ya se preguntaría luego de dónde demonios había salido, si del mismísimo Infierno o de la Calle 42. Y si cometía el atrevimiento de agarrarla por una muñeca, pensando que así se doblegaría fácilmente, iba a demostrarle lo equivocado que estaba…
Como la veloz contracción de un músculo entrenado, mostró las garras ocultas en su mano derecha, y arañó con ellas a su enemigo. Un tajo amplio y profundo.
Rió, mientras el enmascarado se apartaba con un quejido de dolor, y ella aprovechó para saltar con todas sus fuerzas hacia donde recordaba que debía hallarse la entrada de la bóveda. Fue un salto a ciegas, y muy arriesgado, que pudo terminar con sus huesos golpeando contra la pared… Pero por suerte, los gatos conservan un sentido especial para la orientación. El mismo que les permite caer siempre de pie.
Catwoman huyó por el pasillo a toda prisa, y en ningún momento miró atrás.
Se agarró a la barandilla que conducía al piso superior, y rió a carcajadas, con ese sonido burlón y felino con el que pretendía enervar a su querido murciélago. Y lo conseguía. De la profundidad de aquella nube negra y misteriosa, brotaron tres luces, tres rayos que cortaron el aire en dirección a la Gata, y que sólo gracias a su agilidad superior pudo esquivar, aunque no sin problemas. Tres afilados batarangs se hundieron en la pared.
– ¡Oh, pobrecito! ¡El superhéroe ha fallado! ¡Vas a tener que entrenar más, Batman! ¡Tu puntería ya no es lo que fue!
Y desapareció por las escaleras, más rápida que la vista.
 Lo siguiente fue tan veloz y automático que ni siquiera tuvo que pensarlo.
La operación había fallado, y era tiempo para que la ladrona se esfumara. No podía permitirse más errores, si quería escapar libre de este cepo. No cuando era Batman quien la perseguía…
Solía tener al Murciélago en más alta estima que a ninguna otra persona del mundo, especialmente más que a los idiotas, negligentes y corruptos policías de Gotham. Si no fuera por ese tipo nuevo, ese Gordon, que estaba descubriendo a la luz los trapicheos de sus jefes, el hurto sería una actividad de lo más ventajosa, como llevaba siendo muchos años.
Pero Batman era diferente…
Desde que el maldito justiciero actuaba en Gotham, las cosas estaban cambiando, sobre todo para el crimen organizado. Los mafiosos ya se resentían en sus ganancias, cuando no corrían peligro de acabar con los huesos en la cárcel. Envíos interceptados, correos detenidos, matones apaleados,… Ya no podía trabajarse con la misma libertad, y muchos empezaban a sentir algo de miedo.
Por ahora, Catwoman se contentaba con la prudencia. Mejor no arriesgarse y no cometer ningún error, al menos mientras el enmascarado anduviera cerca…
Su cuerpo entrenado se deslizó por el hueco del ascensor como una cobra, y trepó por el cable como estuviera pegado a él. En apenas segundos ascendió más de veinte pisos, y alcanzó la rejilla que daba a la azotea. Ahora quedaba lo más difícil.
Desmontó la rejilla con el lápiz-láser que guardaba en el cinturón, y salió de nuevo a la fría noche de Gotham. A su alrededor, un océano de picudos rascacielos saludaban eufóricos a la ladrona que intentaba de nuevo escapar de la justicia. Su ídolo, su heroína. Muchas veces la habían contemplado antes en circunstancias parecidas, muchas noches había corrido por ellos con alguna mercancía valiosa,… y hasta ahora, siempre había logrado escapar.
Aspiró dos veces, dejando que esa helada cuchilla del aire le serrara los pulmones, y le devolviera la vida. Estaba en la calle. Su elemento, su oportunidad…
Siempre es bueno tener una ruta de huida preparada…
Sin acercarse a mirar por el borde, corrió hacia atrás, en dirección al mismo agujero por el que acababa de emerger… y luego inició el sprint. Decidida, valerosa, sin pensárselo dos veces ni meditar sobre lo que tenía delante… o detrás. Simplemente corrió hacia el borde tan deprisa como pudo, se impulsó con el pie derecho sobre la fría barandilla dorada, y saltó al vacío.
Sin más. Simplemente, saltó.
La escena pondría los pelos de punta al mismísimo diablo.
Una caída a plomo de treinta pisos, con sólo el asfalto para recibirla, y las cortantes hojas de acero del viento para segarla en pedazos antes de que pudiera llegar al suelo. Desde luego, no tendría tiempo ni para que la matara la caída.
Sola, en el vacío, cayendo a una velocidad inigualable desde la azotea del Banco Central de Gotham, la felina tembló dentro de su ajustado uniforme de cuero… y se sintió viva otra vez. Sólo estos breves instantes de diversión ya compensaban todos los disgustos de su arriesgado trabajo. Sólo en estos contados segundos podía sentirse verdaderamente realizada. Feliz.
Pero no debía esperar mucho.
Cuantos más segundos de caída dejara pasar, más peligro tenía de matarse. Extrajo rápidamente la pequeña pistola de aire comprimido de su atestado cinturón, apuntó a ciegas, y disparó un garfio. La fina punta de acero atravesó el aire como un misil, propulsada por la fuerza de la diminuta arma plegable, y llevando consigo un grueso cordel extensible que le salvaría la vida. Ella no pudo escuchar el estruendo del garfio clavándose en el cemento de algún rascacielos, pero notó la vibración, y automáticamente frenó el avance del carrete. El cordel se tensó con brusquedad, tirando fuertemente de su brazo derecho, e impulsándola hacia delante.
Así, al momento, había reenviado toda su inercia lejos del duro suelo de Gotham. Estaba volando, como el propio Batman, hacia algún lejano edificio que le salvaría de morir aplastada. O quizá no.
La principal ventaja del largo cordel era su capacidad de material extensible. Si realmente hubiera sido una cuerda rígida, ahora estaría igualmente empotrada en la calle,… pero sin su brazo derecho, que viajaría limpiamente arrancado hacia algún caro apartamento de la zona VIP. No, eso no era viable. Igual que los deportistas que practican puenting, los pocos habitantes de la ciudad lo bastante trastornados para balancearse entre los edificios colgados de tirolinas debían hacerlo con cuerdas extensibles (“bueno, quizá Deadshot, con su maldito instinto suicida, prefiera hacerlo con una soga normal, pero conmigo que no cuente…”). Aprovechó esa capacidad elástica para modificar su trayectoria a base de movimientos sinuosos en su extremo, y logró sortear el bosque de casas y lujosos apartamentos que se levantaban ante ella. El viento jugueteaba con sus curvas, los cañones de asfalto silbaban a su paso, y así, lentamente, como quien pasea por el parque en una tarde de verano, Catwoman fue perdiendo velocidad. Hasta finalmente quedar suspendida en un casi reverencial momento, quieta en el aire, como un gato subido a un árbol extraordinariamente alto. Y sonrió.
Era el momento de escapar.
Lanzó un segundo garfio, cambió su trayectoria en mitad del vacío, y buscó con la mirada el lugar que le serviría de escondrijo. Su cajón de arena privado…
El Edificio Tornasol era uno de los más elegantes y exclusivos de la ciudad.
Construido apenas la Navidad anterior, había sido diseñado para cumplir con las enormes expectativas de la numerosa población rica de Gotham. Y lo consiguió.
Un lujoso vestíbulo de madera y metal, doce ascensores ultrarrápidos, y un sinfín de amplios y caros apartamentos en los que burlarse del resto de la ciudad. Nadie sabía a ciencia cierta quién había comprado aquellos inmuebles (pues la firma de constructores mantenía la información como secreto profesional), ni era del dominio público lo que allí se hiciera. Fiestas privadas, depravadas orgías, y un permanente incumplimiento de la ley… Eso era el día a día en el Edificio Tornasol.
La inquilina del apartamento 164 era, según los documentos de su casera (la distinguida baronesa Emilia Caronzo), una reputada fotógrafa de Nueva York, de nombre Margo Jones, que estaba de paso en la ciudad durante una de sus exposiciones. Ella la había conocido en una sola ocasión, durante la firma del contrato, y le había parecido una bella y encantadora jovencita, muy digna de su plena confianza.
Ridícula vieja…
Catwoman se descolgó hasta la terraza del apartamento 164, desde el frío tejado.
Estaba exhausta. El largo viajecito por las nubes de Gotham le había costado muy caro. “¿Cómo demonios hará ese condenado murciélago para no agotarse?”. Ella no estaba acostumbrada, y la experiencia no le había agradado en absoluto. Si no fuera porque le corría una prisa demencial marcharse del Banco, y poner espacio entre Batman y su colita de gato, nunca en la vida habría hecho algo parecido. “Y espero que no se repita jamás…
Al menos, aquí sabía que podía estar a salvo. Catwoman mantenía una serie de pisos vacíos por toda la ciudad (y en otros lugares del mundo), que le permitieran cambiar de identidad y esconderse en caso de problemas. Resguardarse del mundo… Aquí podría convertirse en Margo Jones, coger su máquina de fotos y su nuevo pasaporte, y largarse a otra parte menos concurrida. O al menos, sin tratado de extradición.
Rápidamente, se despegó de la piel ese ajustado traje de cuero, libró de transpiración su bello y terso cuerpo con una toalla húmeda, y se colocó a gran velocidad los atavíos de la fotógrafa: una larga peluca rubia, lentillas marrones y un traje de chaqueta francés. De esta guisa, ni su propia madre la hubiera conocido…
Limpió toda la habitación de restos humanos (“El murciélago es un maldito detective consumado, y no quiero que encuentre nada mío en este sitio. Podría volver a serme útil en el futuro…”). Y tomó el pasaporte que la llevaría lejos, hacia algún pacífico destino.
Pero antes, había una cosa que debía hacer.
Tomó el auricular del teléfono, y llamó a un número secreto. Un conjunto de cifras que no aparecían en ninguna guía ni listado del mundo, únicamente en sus recuerdos.
Sonó un tono, dos, tres… y nadie cogió. Finalmente, saltó un contestador automático.
“Si quiere dejar un mensaje, hable después de la señal… ¡biiiip!”
– André… Soy Selina… Esto ha salido mal… Batman me estaba esperando, y por poco no logro escapar de él. Los planos siguen en la caja, y ahora sin duda redoblarán la seguridad. Me marcho de Gotham por un tiempo, hasta que se olviden de mí. Te llamaré en unos días. Dile al cliente que no pudo ser, pero estoy dispuesta a volver a intentarlo cuando regrese, cuando la Policía no esté sobre aviso. Y si no quiere esperar… ¡que le jodan!
Colgó, agarró su maleta con furia y desapareció del lugar, convertida ahora en otra mujer.
Lo que Selina Kyle no sabía, ni sus sentidos le habían revelado, era que algo la observaba desde la fachada del lujoso Edificio Tornasol. Una sombra, un algo imperceptible adosado a la pared, un ser invisible.
Un Hombre Murciélago, con un micrófono direccional en su mano derecha…
Hoy. El Restaurante West, en pleno centro de la ciudad, 21:00 h.
El viejo y castigado rostro del mafioso Marko Esteven aparecía esta noche radiante y lleno de gozo.
Sus hombres le habían informado (por medio de su valioso contacto en la Central de Policía) que los bomberos no habían logrado hallar más que cenizas en los restos calcinados del antiguo almacén de “Chocolatinas Tulipán”. Nadie se explicaba el motivo de la explosión, ni hallaban sentido ni móvil a que hubiera sido provocado. ¿Quién podía querer volar en pedazos un almacén abandonado? ¿Y cómo lo hicieron para no dejar rastros?
Marko se sentía feliz, por primera vez en una década.
Catwoman, uno de sus enemigos más detestados, había muerto al fin, la primera víctima de su dura venganza. Ya no quedaba tanto para que obtuviera su triunfo definitivo, su última victoria, sobre la ciudad del vicio y la traición.
El Alcalde Hull sería la próxima…
Marko recorrió exultante la larga alfombra de raso que conducía hasta su mesa privada, en el pequeño saloncito íntimo del Restaurante West, propiedad del corrupto mafioso Vincent West, de Atlantic City (“Ese viejo perro de Vincenzo, que ahora se quiere hacer pasar por americano…”). Allí podría cenar cómodamente, alejado de las miradas indiscretas del resto de los comensales.
Teniendo en cuenta con quién iba a compartir mantel, mejor hacerlo sin que nadie lo supiera…
Casi al mismo tiempo en que Marko se sentaba, llegó su invitado: el mismísimo Andrew Hull, Alcalde de Gotham City.
– ¡Señor Hull, qué alegría verle de nuevo!
Marko se puso inmediatamente en pie, recibiendo al político con un afectuoso apretón de manos, y una falsa sonrisa aduladora.
– No intente camelarme, Esteven. Sé a lo que juega, y no estoy dispuesto a tomar parte en sus trapicheos.
– Oh, se equivoca, señor Alcalde. ¿Me cree capaz de algún… trapicheo? Sólo me presento ante usted en calidad de amigo, de admirador, de votante… y de mecenas.
Y al pronunciar esta última palabra, su voz adquirió un tono cruel.
– ¿Ya no se acuerda, señor Hull? Yo fui uno de sus principales soportes económicos durante la campaña, aunque fuera desde prisión. Mucho dinero pasó de mis bolsillos a los suyos, con tal de financiar esa ridícula propaganda que finalmente le llevó al poder. ¿Se acuerda, señor Alcalde?
Hull tragó saliva. Éste era el momento que tanto había temido.
– Sí… claro que me acuerdo…
– Bien, bien… Me alegra que la gente sea agradecida. En este mundo cada vez quedan menos valores, señor Hull. Ya no hay honor, ni hombría, ni palabra. En mis tiempos, la promesa de un hombre valía más que cualquier documento firmado. Y aun así me traicionaron, me vendieron al enemigo, me encerraron bajo llave como a un animal. ¿Lo recuerda, Hull? ¿Recuerda lo que sintió al venir a verme por primera vez?
Los ojos de Marko brillaban con un tono hostil, ofensivo. Como si estuviera deseando matar a aquel hombre con sus propias manos.
El Alcalde, por su parte, sudaba ríos y mares, y sacaba el pañuelo del bolsillo una y otra vez. Pero ninguna tela bastaría hoy para limpiar su rostro.
– ¿Qué… qué quiere de mí, Esteven?
Y en ese momento, el mafioso recuperó la compostura. Se relajó, respiró hondo, y la sonrisa volvió a su cara pletórica.
– Así me gusta, Hull… que pida, que ruegue… Oh, no quiero nada en concreto, amigo mío… al menos por ahora. Sólo pretendo que retomemos esta vieja relación, sin uniformes llamativos ni barrotes de por medio. Sólo dos hombres elegantes, vestidos con trajes caros, que disfrutan de una copa y un poco de música. ¡Bertold, trae al Alcalde un whisky bien cargado! Creo que lo está pidiendo a gritos…
El maître se acercó diligente a la mesa, pero uno de sus comensales no iba a poder seguir allí. Hull se puso en pie, y en su rostro podía identificarse una profunda sensación de náusea.
– Lo lamento, Esteven…
– Señor Esteven, por favor… – cortó el mafioso, en tono de franca amenaza.
El Alcalde tembló como una hoja, y volvió a sudar profusamente.
– Se… señor Esteven… de acuerdo. Lo lamento, pero no podré quedarme a cenar con usted. Tengo un compromiso ineludible en diez minutos, y aún tengo que cruzar todo Gotham.
– Oh, no se preocupe por mí, señor Hull. Vaya, vaya a su compromiso, y no deje desatendidos a sus pobres votantes. Pero recuerde: me debe una cena. En algún momento tendrá que aceptar una invitación por mi parte… y entonces no admitiré ninguna disculpa…
Marko sonrió, con toda la maldad y el cruel brillo del asesinato en sus dientes perfectos. Externamente, no había hecho más que una sonora invitación, a un hombre al que toda la ciudad deseaba poder invitar alguna vez… Sólo Hull era consciente del verdadero significado. Y de hasta qué punto estaba atrapado en su red.
Se volvió, y desapareció raudo sobre la mullida alfombra de raso.
Marko reía, con gran deleite. Le entusiasmaban estos encuentros.
Adoraba el poder.
– Bertold, yo sí me quedaré a cenar. ¿Qué me recomiendas…?
Epílogo
Tan pronto como el Alcalde Hull desapareció del corrupto local, otro hombre ocupó su silla. No eran tan alto, pero sí corpulento, de un modo fibroso y cultivado. Vestía un traje de Milán con la arrogancia de quien ha tenido que luchar duro para tenerlo, y cree que lo merece más que cualquiera de ellos. Su rostro era delgado y elegante, de marcados rasgos nipones, pero también duro y anguloso, brutal a veces.
Y cuando tomó asiento, había una sonrisa burlona en sus finos labios.
– ¿Ése con quien me crucé no era el Alcalde Hull? Su cena ha durado menos de lo que pensábamos, señor Esteven…
– Oh, eso no debe preocuparle, amigo Diablo. Hull está en el bote, y no tendrá más remedio que aceptar nuestras condiciones… le guste o no.
– ¿Seguro? Lo que usted pretende es arriesgado…
– ¿Eso cree? Para nada. Hace años ya tuve a Gotham en la palma de mi mano, y disfruté sacándole hasta el último dólar, e incluso su alma. Ahora es igual, sólo que con otros materiales. Cuando entonces fueron la prostitución y el contrabando de armas los que me hicieron rico, hoy serán las drogas. Éxtasis líquido. El producto ya está en la calle, vendiéndose, consumiéndose… Haciéndome el hombre más poderoso del país. Es sólo cuestión de tiempo que podamos retirarnos a algún paraíso fiscal, con más riquezas de lo que nadie haya poseído nunca.
– Eso espero… Los enemigos que aún nos quedan son poderosos…
– Lo sé. Razón de más para asegurar nuestro plan cien veces. El Proyecto Demolición sigue en pie, y nadie podrá detenernos a tiempo.
– ¿Ni siquiera… el Murciélago? – dijo el japonés, en tono de respeto.
– Ése es un elemento del que no me he olvidado. Batman será un rival a temer. No sospecha aún nada de lo que le espera, y ésa es nuestra ventaja, pero debemos actuar deprisa. Usted tendrá que ocuparse de él, como hizo con la Gata, y espero que sea de un modo tan satisfactorio.
El hombre asintió, con un rictus serio e inamovible.
– Será un honor. Llevo años deseando enfrentarme a su leyenda, probar lo que se cuenta de él,… destruirle.
– Por lo que a mí respecta, es todo suyo.
– La ryu Axura le agradecerá esta deferencia por toda la eternidad, señor Esteven, y le aseguro que no quedará defraudado. Somos la mejor escuela de ninjitsu del mundo, y de toda la Historia. Nunca hemos fallado en un encargo, a lo largo de más de mil años de asesinatos. Y yo personalmente llevaré a cabo éste en concreto. Yo, Diablo, líder de los Axura, acabaré con su legendario Hombre Murciélago, y expondré su cadáver en mi Escuela por el resto de los tiempos.
Se puso en pie, hizo una corta reverencia, y caminó decidido hacia la puerta del local.
Tras su marcha, el mafioso volvió a sonreír, con un deje travieso.
– Sí, sí, imbécil, lo que quieras. Con tal de que acabes con Batman, o al menos lo alejes de mis asuntos el tiempo suficiente, lo demás me importa un bledo.
Segundo epílogo
Lo que Marko ignoraba era que no estaba solo en aquella habitación.
No muy lejos, detrás de las puertas de entrada a la cocina, el servicial Bertold le observaba, especialmente interesado. Nunca habría imaginado el mafioso que, en realidad, la cara del viejo maître era una máscara de goma, y el diminuto alfiler de su corbata, un micrófono ultra-sensible.
Al mismo tiempo, a muchos kilómetros de allí, un millonario huérfano dedicado a la lucha contra el crimen había oído las dos conversaciones, y estaba furioso. Sus manos se cerraban con ira, y su mente trabajaba de modo convulso para hallar una salida airosa a su amada ciudad.
– ¿Crees que Gotham ya es tuya, maldito? ¡Entonces vas a llevarte una tremenda sorpresa!

Continuará…

Gracias especiales a Fulgencio Jiménez, que lo empezó todo.

1 comentario :

  1. La portada esta genial, la historia mejor planteada y construida. Ya me he acostumbrado al ritmo de Gabriel, realmente bueno. Es interesante ver lo que se ha planteado, aunque parece que la historia intenta abarca mucho, lo que me deja cabezón ante el hecho de como afecto esto a la Saga de Batman. En fin, una historia interesante que se acerca más a la idea que tengo de Catwoman como heroina

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