Elsewords Especial nº 01: Los últimos días del Superman de Tierra-2

Título: Los últimos días del Superman de Tierra-2
Autor: Gabriel Romero
Portada: Jose Angel Pater
Publicado en: Agosto 2007

Un magnífico especial de "Otros Mundos" dónde podemos averiguar cual fue el destino y la vida del Superman de Tierra-2
Un planeta condenado. Unos científicos desesperados. Su última esperanza. Una agradable pareja. Esta es la historia del hombre destinado a convertirse en el héroe más importante de todos los tiempos. Esta es la historia de...
Superman creado por Jerry Siegel y Joe Shuster


Nueva York, Junio de 2.008.

Descendió lentamente, dejando que los tibios rayos del sol bañaran su cuerpo. Las nubes flotaban a su alrededor como queriendo huir entre los cielos, como juguetones enamorados que se persiguieran sin fin, como vaporoso algodón sin tacto y sin presencia. Eran fantasmas que sobrevolaban la tierra sobre un inmenso y puro manto azul. Como él mismo.
Miró hacia abajo, y su cuerpo giró en dirección al lejano suelo. ¿A qué altura se encontraría? ¿Diez mil metros, doce mil? A veces él mismo, en medio de aquel paraíso de belleza y soledad, perdía la noción. Era tan hermoso, tan sencillo. Era una de las cosas que más iba a echar en falta. Desde el principio, cuando descubrió de niño sus habilidades (en aquel tiempo en que aún no había tantísimas líneas aéreas de las que preocuparse constantemente), le encantaba subir tan alto como podía, y observar desde allí el mundo que le rodeaba. Mirar a lo lejos, y descubrir qué perfecto puede llegar a ser el mundo, y qué horrible a veces. Comprobar lo afortunado que había sido de que le enviaran a este lugar, y lo feliz que era.
Y eso que en los primeros años sólo podía saltar por encima de los edificios...(1)
Miró hacia el frente, y fue dejando atrás las nubes, deshaciéndolas a su paso, cruzándolas como un bárbaro que destruye el paraíso. Y a lo lejos, muy a lo lejos aún, su portentosa visión captó el semblante de aquella ciudad que era su destino: Nueva York. La Gran Manzana.
Desde allí, no era más que un borrón sin forma perdido en la distancia, pero a sus ojos kryptonianos se aparecía en todo su esplendor, brillante y luminosa, inmensa. No era su ciudad, no la consideraba su hogar, pues ese orgullo le correspondía únicamente a la hermosa Metrópolis, que él consideraba más como una prolongación de sí mismo que sólo como un montón de edificios construidos sobre una isla. Sin embargo, el parecido entre Nueva York y Metrópolis siempre había sido notable, y de hecho ambas urbes habían crecido de forma paralela a lo largo de los años. Se decía que, en su origen, una había sido levantada como réplica de la otra, para ensombrecerla y minar su fama, pero a estas alturas aquello no pasaba de ser una leyenda, y ya nunca se sabría cuál era la original y cuál la réplica. (2) De modo que, cuando el héroe contempló la escena de aquel lugar mítico junto al río Hudson, se sintió extrañamente como en casa. También porque a la imagen actual de Nueva York había contribuido mucho el Hombre de Acero.
Cuando la visitó por primera vez, allá por 1.936 (cuando aún no sabía qué iba a ser de su vida), esta ciudad no era ni sombra de lo que es hoy. Un lugar extraño y sombrío, lleno de posibilidades, pero también de dolor. La Depresión se había cebado en las grandes urbes, y una miríada de pobres y hambrientos recorrían las calles, mendigando un trozo de pan y un sitio donde cobijarse. Una época dura, que hizo aún más duros a aquéllos que la sobrevivieron. Esos hombres y mujeres castigados por la miseria no estarían dispuestos a doblegarse ante nada ni ante nadie, ya fuera una guerra, un dictador extranjero o la misma carrera hasta la Luna. Sí, desde luego, pasaron por tiempos terribles, pero también fueron felices. Aún podía ver sus caras perfectamente, y sonrió al recordarlos.
¿Y ahora? Siete décadas le separaban de aquella ciudad en blanco y negro, y no habían pasado en balde. Tantos, tantos cambios, y él había impulsado muchos de ellos. Observó detenidamente la ciudad, y contempló sus gigantescos rascacielos de cien plantas, sus avenidas suspendidas en el aire, sus vehículos movidos por energía eléctrica, los microclimas tropicales bajo inmensas cúpulas aislantes, o los dirigibles que surcaban los cielos entre una terraza y otra... y se sintió orgulloso de las capacidades del ser humano. Habían crecido tanto, habían avanzado tanto...
Paredes de cristal y fibra de vidrio habían sustituido al ladrillo y al cemento, blancas y nacaradas callejuelas, pulidas hasta un extremo impensable sólo hacía tres décadas, habían olvidado ya lo que era el asfalto. Las ropas no eran de seda o lana, sino de tejidos sintéticos que respondían a la fisiología corporal de su dueño, pudiendo cambiar de color o textura según sus deseos, adaptándose a las modas o al clima indistintamente. Los vehículos se manejaban solos, por medio de un complejo sistema de guía por satélite y conducción por ordenador integrado; esto había llevado a la desaparición de conceptos tan antiguos como el carnet de conducir, los accidentes o el seguro del automóvil. Además, como funcionaban por medio de la energía de una batería eléctrica, tampoco había contaminación, ni gasolineras, ni empresas petrolíferas, ni la OPEP. Pero sobre todo, lo que más había alterado la aparentemente inamovible dinámica de las sociedades occidentales era el portentoso desarrollo de la robótica. Ahora, todas las tareas físicas eran llevadas a cabo por autómatas, en ocasiones gigantescas máquinas que trabajaban en las minas o en las industrias pesadas, y otras veces pequeños seres antropomórficos dedicados a la limpieza de los hogares, entregados sin fin al confort de sus dueños.
Tantos, tantos cambios...
El héroe sonrió, y le llenó el orgullo. Muchos de esos avances eran directamente achacables a su presencia en la Tierra, a la maravillosa tecnología que había traído de su planeta de origen, trágicamente desaparecido por un desastre natural. Así, de algún modo, sentía que podía hacerse justicia con un final tan innoble como el que sacudió Krypton, y que sus tantos siglos de avances y portentos servían de algo a otras personas.
Era el único consuelo que podía quedarle...
Siguió bajando, y mientras una suave ráfaga de viento hacía ondear su mítica capa roja, no pudo apartar su mirada de la ciudad.
Y se encontró con Liberty Island, y en su centro, como siempre, seguía en pie la mítica Estatua de la Libertad, y su antorcha aún iluminaba el camino del Nuevo Mundo a los que buscaban un rincón donde cobijarse, a los desheredados, a los perdidos. Como él mismo. “Tú sí que no has cambiado, vieja amiga”, se dijo, “Eres la única que lleva en este país más tiempo que yo...”.
Y siguió observando, y vio Wall Street, y Broadway, y la Quinta Avenida, y se deslumbró con sus neones y sus lujos, con los ricos y pudientes enseñando sus mejores galas desde las brillantes limusinas, bebiendo a la salud del mundo desde enormes terrazas transparentes suspendidas a cincuenta plantas del suelo, y derrochando unas riquezas que han esquilmado al resto; pero también observó Queens, y el Bronx, y la Cocina del Infierno,... y comprobó que muchas veces los cambios afectan más a la fachada de los edificios que a los sótanos...
Una parábola: Un poco más al sur, en un modesto barrio obrero, había una pequeña iglesia protestante, y decenas de fieles se acercaban a sus puertas. Le gustaba la idea de que la religión hubiera sobrevivido a las enormes transformaciones del mundo; era como si la humanidad siempre aspirara a algo más, y ningún poder sobre la Tierra pudiera satisfacerla por completo. En Krypton no había ocurrido así, y sus habitantes se entregaron sin descanso a la única creencia del saber. Esto les hizo más inteligentes y capaces, dominaron todas las fuerzas de la naturaleza y crearon una utopía, pero tal vez perdieron su alma. Los kryptonianos, por mucho que le desagradara aceptarlo, eran seres fríos e inmisericordes, absortos en sus descubrimientos por todo el planeta, pero incapaces de conmoverse con el hambre de un niño. Tal vez porque en Krypton hacía muchos siglos que nadie pasaba hambre, y no hubieran entendido el concepto. Por eso, cuando Jor–L, su verdadero padre, tuvo que enfrentarse al concepto de la extinción completa de su raza, y pensó en salvar a su único hijo enviándole a la Tierra, inmediatamente incluyó en la pequeña nave todos los archivos científicos de aquella civilización que moría, para que sus logros sobrevivieran, y para que guiaran a los “pobres” terrestres en el duro camino hacia la evolución.
Por eso, cuando el Hombre de Acero observaba muestras de fe y adoración entre los hombres, le conmovía, porque era algo inherente al ser humano, que ninguna evolución podría borrar. Y él, en el fondo, era humano de adopción, y sí era capaz de conmoverse.
Sin embargo, lo que observó junto a la iglesia no le agradó tanto.
En la puerta, un anciano de más de noventa años, mutilado sin piernas, estaba sentado en el suelo pidiendo una limosna. Y mientras, en la cola que entraba en la iglesia, un hombre de cuarenta aprovechaba el tumulto para robar una cartera. Y enfrente, un chico de apenas veinte abría el maletero de su coche y ofrecía a los transeúntes material de primera: joyas robadas, drogas fumadas o inyectables, y pequeñas armas de mano. Cada uno lo que quisiera y pudiera pagar. Y más de uno le compró y luego entró en la iglesia, como si nada.
El héroe sintió la frustración que siempre acompañaba a su trabajo. Algunas cosas, como la fe, no podían cambiar por mucho que avanzara el mundo...
Dejó de observar la ciudad, y se concentró en terminar su viaje.
– Allí está en directo nuestra enviada especial, la mítica reportera Lois Lane Kent, que se ha unido hoy de nuevo a la plantilla de Star Comunications (3) para informarnos en directo de este gran acontecimiento mundial. ¿No es cierto, Lois?
– Así es, Dan. Me encuentro frente a la sede central de las Naciones Unidas, en las ciudad de Nueva York, donde está anunciada para hoy una conferencia especial de Superman. El Hombre de Acero se dirigirá al Consejo General de las Naciones Unidas, y hará un discurso cuyo contenido es secreto, aunque mucho se ha venido hablando al respecto desde que esta reunión fue convocada. Recordemos a nuestro holovidentes que Superman ya ha hablado antes a las Naciones Unidas, siempre en momentos de crisis mundial y terribles desastres internacionales. ¿Qué habrá pasado ahora para que sea necesaria esta comparecencia? Ésa es la duda que nos embarga a todos, y que será resuelta en directo en todos los canales del mundo. Hoy, toda la holovisión se une para retransmitir en directo las palabras de Superman. Espera... veo algo... creo que es él... arriba, en el cielo...
– Es un pájaro...
– Es un avión...
– ¡No! – gritó un niño –. Estáis equivocados... ¡Es Superman!
La lejana figura se fue aproximando lentamente, dejando que todos pudieran contemplarle. Habría podido descender y entrar en el edificio a súper–velocidad, sin que ningún ojo humano hubiera podido descubrirle, pero no había necesidad de eso. Éste era un día de celebración, de alegría, y quería que las gentes de Nueva York compartieran la suya.
Al principio era sólo un punto oscuro en mitad del claro cielo de Junio. Luego, poco a poco, fue tomando forma nítida, y aproximándose a ellos. En cuanto una sola persona adivinó su presencia en las alturas, toda la masa de cientos de miles de individuos que abarrotaban las calles anejas vociferaron su nombre, rieron al verle, lanzaron al aire guirnaldas y confeti, y estalló la fiesta. Había sido así desde hacía décadas. Cada nueva aparición del héroe se veía acompañada de las infinitas muestras de cariño y agradecimiento de aquéllos que muchas veces habían sido salvados de la muerte por sus manos invulnerables, o eran hijos o amigos de los que habían sido rescatados, o simplemente (la mayor parte de las veces) le habían visto en acción en la prensa, o sus fabulosos rescates en televisión, o habían crecido admirando sus proezas y su entrega. De un modo u otro, no era posible aparecer volando en cualquier lugar del mundo sin que automáticamente decenas de personas corrieran hacia él para tocarle, besarle, regaarle algo o simplemente darle las gracias por todo lo que había hecho por el mundo. Y hoy encima que su visita estaba anunciada, mucho más.
Estas muestras de afecto llenaban de alegría a Superman (aunque su natural modestia las consideraba desmedidas), pero también, al mismo tiempo, las creía un peligro enorme, un blanco fácil para sus muchos enemigos, que podían aprovechar un momento de reunión y descontrol como éste para amenazar a indefensos ciudadanos. Por suerte, los villanos solían respetar las Naciones Unidas (aún había algo de moralidad incluso entre los criminales), y en realidad ya tampoco le quedaban muchos enemigos que combatir. (4) El tiempo había pasado para todos...
Así, la fiesta transcurrió con tranquilidad, y aunque tanto la policía como los sistemas de emergencia estaban alerta ante cualquier amenaza que surgiera, las más de doscientas mil personas congregadas en las calles de Nueva York pudieron disfrutar de la presencia de su héroe, al que vieron tan cerca como a su propio vecino.
La brillante figura bajó de los cielos como si fuera un ángel, flotando en el aire muy despacio, rodeado por su preciosa capa roja, que ondeaba al viento como una bandera de paz. Vestía su clásico uniforme azul claro, con las altas botas rojas y el cinturón amarillo, y en su pecho lucía el eterno símbolo que tanto significaba: un pentágono irregular invertido, y en su centro una letra S mayúscula, la S de Superman.
El Superhombre.
Algunos incluso se fijaron en su rostro, ya afectado por la edad, con las sienes canosas y profundas arrugas. Sin embargo, su mentón aún era duro como una roca, sus labios firmes, sus facciones poderosas, y sus ojos emanaban una fuerza de voluntad capaz de doblegar las leyes del universo si con ello podía salvar una sola vida. Bajo el traje, sus músculos aún eran prominentes, conformando una silueta hercúlea y temible, que los villanos habían aprendido a no combatir, y los hombres de bien a adorar.
Cuando sus pies rozaron el suelo, y dejó que la gravedad actuara de nuevo sobre él, giró su rostro hacia la multitud, y levantó una mano a modo de saludo. Y sonrió. Dulcemente, con esa sonrisa que sólo puede tener un superhéroe, la que significa “Tranquilo, estás a salvo”. Ésa en la que crees, aunque estés en medio de un volcán, o atacado por cientos de demonios del Infierno, porque es la sonrisa de Superman, y te llena de confianza.
La respuesta fue un grito unánime de miles de gargantas, que devolvieron esa sonrisa multiplicada. Su héroe estaba allí, y les sonreía a ellos.
De pronto, Superman habló, y se hizo el silencio. Y una voz suave y cálida, pero firme y potente, atravesó las calles de Nueva York, llegando a los oídos de todos y cada uno de los que allí estaban.
– ¡Amigos! – y todos callaron –. Muchas gracias por estar aquí hoy. Es por vosotros que yo, y todos los superhéroes, llevamos tantos años haciendo el mismo trabajo. Porque merece la pena.
Y después se giró y entró en el edificio de las Naciones Unidas.

La multitud aún se pasó muchos minutos vitoreando y aplaudiendo. La mayoría nunca había podido contemplarlo en persona, sólo en fotos borrosas en los periódicos, o imágenes ralentizadas en holovisión (que tampoco se veían mucho mejor), o en los cientos de productos de merchandising que habían inundado las tiendas de todos los países del mundo a lo largo de siete décadas (posters, tazas, tazones, prendas de vestir, muñecos articulados, despertadores, cereales, galletas, pijamas, calzoncillos, comics, dibujos animados, seriales cinematográficos o alguno de los muchos largometrajes y series de televisión que se rodaron con distintos actores (5)), pero hoy, por fin, lo habían visto de cerca, a su lado, habían oído sus palabras de agradecimiento (“agradecimiento, ¡él!, cuando somos nosotros los que le debemos un tributo eterno”), y alguno incluso afirmaba que le había mirado directamente a él cuando hablaba, y presumiría de ello durante años con la familia y los amigos. Por supuesto, no todos lo habían tenido tan cerca, pues más de doscientas mil personas no son fáciles de acomodar en las calles de una ciudad, de modo que el Ayuntamiento había instalado decenas de pantallas gigantes en las fachadas de los edificios cercanos, para que todos quedaran satisfechos con el espectáculo. Y vaya si quedaron.
La fiesta de Superman no había hecho más que empezar.
El Hombre de Acero caminó decidido a lo largo de la bellísima entrada del edificio de las Naciones Unidas. No podría olvidar nunca los gritos de entusiasmo de la gente al verle. Después de tantos años, aún se estremecía al escucharlos. Una sola sonrisa, una sola persona salvada del mal ya valía todos los esfuerzos y sufrimientos que conllevaba esta vida. Como él había dicho tantas veces, el superhéroe es el sirviente más fiel de la humanidad.
Y cuando no habían cesado en su corazón las emociones de la entrada, de nuevo se sintió abrumado. Al abrirse las enormes puertas de la sala del Consejo General de las Naciones Unidas, vio cómo todos sus miembros, representantes electos de todos los países del mundo, le recibían en pie y entre fuertes aplausos. Allí no había gritos histéricos, ni llantos, ni elogios, sino un sincero y entregado aplauso de todo un planeta, que con el silencio respetuoso que sólo se profesa a los más grandes hombres, hacía un sentido homenaje a quien definía por sí mismo la palabra “héroe”.
No había honor más grande que pudiera rendir esta sala, ni premio más exclusivo, y él lo sabía.
Superman bajó la cabeza, conmovido, pero luego volvió a mirar a los delegados, les sonrió, y de sus labios sólo salía la palabra “gracias”. Caminó por el largo pasillo central, mirando a un lado y a otro, mientras los aplausos crecían en intensidad hasta volverse ensordecedores, y al fin subió al gran atril.
De pronto, parecía que aquél era su lugar natural, un líder hablando ante las masas, guiándolas con mano firme, llevándolas hacia el futuro. Él en cambio siempre había huido de esa imagen, y hoy, de nuevo, se iba a encargar de reafirmarlo.
Asintió con la cabeza, y agradeció sinceramente el homenaje, pero levantó una mano para detenerlos. No deseaba más, su modestia le impedía sentirse digno de tantos elogios, y además tenía un mensaje que dar al mundo.
Lentamente, los delegados comenzaron a sentarse, conectaron sus traductores simultáneos, y se prepararon para escuchar al héroe. Todas las cámaras de holovisión ajustaron bien la imagen. Era el momento que tanto esperaban: el ansiado discurso.
– Buenos días, señores delegados – comenzó –. Es un honor dirigirme de nuevo a ustedes, y más aún recibir este aplauso tan inmerecido. Aunque no se lo crean, aún me ruborizo con estas cosas...
Todos rieron ante la ocurrencia. “¡Inmerecido!”.
– Una vez más, vengo a hablar ante esta Cámara, y esta vez no es por un hecho desgraciado. En el pasado, cada vez que recorrí un pasillo similar a éste, o incluso éste mismo, fue porque el mundo corría un serio peligro, y tanto yo como el resto de la Sociedad de la Justicia de América, o la comunidad superheroica en general, creíamos que era nuestro deber participar en ello.
» Recuerdo que mi primera comparecencia fue ante la Sociedad de Naciones, en 1.939, cuando estalló la terrible Guerra en Europa, y yo fui el primero en ponerme al servicio, no de un Ejército o de un país, sino de la paz (6). Pero entonces no era el momento. Tuvieron que pasar aún dos años más, tras al monstruoso ataque a Pearl Harbor, para que todos los superhéroes nos uniéramos bajo una misma bandera, la del Escuadrón All–Star, que luchó duramente contra las fuerzas del Eje para salvaguardar la libertad y la democracia en este mundo. Pero no se equivoquen. No fue gracias a nosotros que la humanidad ganó aquella guerra, sino gracias a los valientes soldados que lucharon en el frente sin poderes especiales, los que desembarcaron en Normandía, los que liberaron Berlín, los que murieron bajo las balas y las bombas sin nada a cambio, sólo un nombre más en un muro. Ésos son los auténticos héroes.
» Pero disculpen la clase de Historia, a veces me recreo demasiado en los recuerdos. Al fin y al cabo, hoy es mi cumpleaños. Hoy cumplo un siglo de edad. Un siglo... Ha pasado tan deprisa... Parece que fuera ayer cuando empecé, cuando salvé a aquella mujer de morir injustamente en la silla eléctrica, o levanté aquel coche en vilo (y me hicieron la famosa foto que dio la vuelta al mundo, y me dio a conocer ante todos (7)). La Tierra ha cambiado mucho en este siglo, y yo también, pero temo que no lo suficiente. Esto ya no es 1.938, y me alegro, porque la gente lo pasaba muy mal por aquel entonces, y creo que puedo sentirme parte de lo que sois ahora.
» Según el calendario terrestre, llegué a este mundo en 1.908, y supongo que ya conoceréis la historia. Mi planeta natal, Krypton, había sido destruido por completo en una violenta explosión natural, provocada por la desestabilización de su núcleo interno. Sólo mi padre, Jor–L, uno de los mayores científicos del planeta, pudo predecir este desastre, y aunque trató de alertar a sus semejantes, fue desoído, ridiculizado, y condenado a permanecer bajo vigilancia para no alterar a las masas. Ésa fue la perdición de Krypton. Si hubieran escuchado a mi padre, él habría demostrado la veracidad de sus teorías, mostrándoles el prototipo de nave espacial que había construido, y que fabricada a gran escala les habría transportado a otro mundo fértil en el que sobrevivir. Pero no le hicieron caso, obcecados como estaban en sus propias teorías erróneas, demasiado confiados en una ciencia que creían infalible, y arrogantes ante las opiniones contrarias de los demás. Jor–L no pudo salvar a los suyos, y sin embargo era kryptoniano, de modo que aceptó el fin que le estuviera deparado a su raza. Pero no pudo hacer lo mismo con su hijo. Tomó el prototipo de nave espacial con la que pretendía salvar a los suyos, la adecuó para un viaje intergaláctico, e introdujo en ella a su único hijo, Kal–L, confiando en enviarle a un destino mejor y más feliz. Después, abrazó a su esposa, Lora, y pereció sin remedio con el resto del planeta (8).
» Ésa es la razón por la que yo estoy aquí, por la que vine a la Tierra. Por la arrogancia de un Consejo Científico incapaz de valorar las opiniones de los demás. Por el amor de unos padres que habrían combatido contra todo el universo para salvar a su único hijo. Por el legado de supervivencia de una raza de hombres sabios, que soñaban con conquistar su mundo, para mejorar su vida y la de sus hijos, y lo consiguieron. Y todo eso no podía quedarse en el olvido, no podía ser borrado del cosmos como una simple mota de polvo. Lo que Jor–L consiguió fue una segunda oportunidad: para mí, para él, y para la redención de todo un pueblo.
» Hace ya un siglo que llegué a este planeta, hecho un bebé, y es entonces cuando considero que nací. Porque lo que heredé de Krypton no fue una vida, sino un legado, sólo una herencia, de cómo podría haber sido mi vida de no haberse producido el cataclismo. Pero se produjo, y yo no nací en Krypton, sino en la Tierra, y es a este mundo al que debo lo que soy, al otro sólo lo que podría haber sido.
» Y crecí aquí, gracias a la generosidad de los terrestres, que me aceptaron como uno más aunque viniera de tan lejos, y me criaron entre los suyos. Y me hice un hombre, y contemplé la belleza de la Tierra, y de la humanidad, todo lo bueno que podéis hacer cuando es el bien quien os guía, y qué crueles podéis llegar a ser a veces. Vi lo bueno y lo malo en cada persona, vi el progreso y el atraso, la piedad y la ignominia. Me maravillé con lo precioso de un niño o una flor, y me horroricé con las matanzas sin sentido, con la explotación y el abuso. Sois capaces de tantas cosas que a veces parece que os guste demostrar hasta dónde podéis llegar, en un extremo y en otro. Así que, viendo todo esto, cuando descubrí las tremendas capacidades físicas que había heredado de mi raza, mezclado con el efecto que ejercía en mí la liviana gravedad de este planeta, creí que era mi deber hacer algo con esos poderes. En sus grabaciones, mi padre ya me advertía de tales hechos, de todo cuanto estaría a mi alcance, pero no me indicaba qué debía hacer con ello. Aún recuerdo sus palabras: “Tendrás grandes poderes, Kal–L, serás capaz de cambiar el curso de los ríos y dominar la naturaleza con tus propias manos, y serás, desde luego, mucho más poderoso que cualquier otro humano. Lo que hagas con esos dones será decisión tuya. Si los pondrás al servicio de tu nuevo mundo, o conquistarás con ellos a los que te rodeen, tendrás que elegirlo libremente. Tal vez nos hagas sentir orgullosos, aquí en nuestra tumba en las estrellas, o hagas que me arrepienta de haber enviado un monstruo a la Tierra, pero de un modo u otro es tu decisión, hijo mío. Ése es el regalo que te doy: la oportunidad de elegir. Una oportunidad que ningún otro kryptoniano tendrá...”
» Tuve la oportunidad de elegir, sí, y creo que elegí bien. Sobre todo, he podido vivir con mis decisiones, y sentirme orgulloso de ellas. En 1.938, sin embargo, no lo tenía tan claro, y dos caminos opuestos se mostraban ante mí. Pero, si a mi padre kryptoniano le debo la libertad de elegir, a la gente de la Tierra, que me crió y me hizo un hombre, le debo mi moral. Mis valores y lo que soy. Mis elecciones. Fue gracias a ellos que elegí el camino del bien, que me convertí no sólo en un hombre que recorriera el camino correcto, sino que mostrara a los demás cuál es ese camino. Me convertí en un símbolo.
» Ésa es la razón, setenta años después, por la que aún visto este uniforme azul y rojo, por la que sigo colgándome esta capa de los hombros, y por la que luzco orgulloso en el pecho esta letra S mayúscula: porque significa algo para la gente. Porque puedo marcar la diferencia, y salvar vidas, y mostrar a los demás cómo salvarlas. Eso es lo que realmente significa Superman.
» Después, una vez tomada esa decisión, todo resultó mucho más fácil. Las peleas, los supervillanos, los otros superhéroes, la Sociedad de la Justicia de América, el regreso a Krypton, Infinity Inc,... todo fue una gran bola de nieve que creció sola, a partir de un sencillo día de Junio de 1.938, en el que decidí convertirme en superhéroe. Mejor dicho, decidí crear el concepto de superhéroe, porque hasta entonces nunca había existido en el mundo nadie como yo. Hubo seres con poderes especiales, desde luego, pero yo inicié un camino distinto que muchos otros siguieron después. El uniforme llamativo, el nombre pegadizo, el símbolo, la defensa de la libertad y los derechos de todos los seres humanos,...
y la identidad secreta...”, se dijo para sí.
– El superhéroe, como he dicho tantas veces en estos años, es el mayor sirviente de la humanidad, no es la humanidad quien ha de servirle a él, porque el superhéroe debe sus poderes a un azar del destino, y por tanto es su obligación poner esos poderes al servicio de todos, los que no poseen esas habilidades maravillosas, y por tanto se ven desfavorecidos en su lucha por la vida. Accidentes, atentados, víctimas de agresiones de todo tipo,... si está en mi mano evitarlo, es mi deber hacerlo. Eso es lo que he intentado mostrar al mundo durante siete décadas, tanto a los que como yo poseen capacidades extraordinarias (y que siguiendo mi sencillo ejemplo han decidido combatir el mal), como a las personas corrientes, mostrándoles que cada uno tenemos la posibilidad de cambiar el mundo de alguna manera, cada uno a su modo, cada uno según su alcance, pero todos tenemos el deber de contribuir a que el futuro sea un lugar mejor donde vivir.
» Nunca he querido agradecimiento por esto, ni homenajes, ni premios. Siempre ha sido la misma mi respuesta (y disculpen que use las mismas frases, pero después de setenta años siguen funcionando). Cuando alguien me pregunta qué puede hacer la gente normal para agradecer mis esfuerzos por ellos, siempre les contesto: “Si quieren hacer algo, que ayuden al que tienen al lado”.
» Porque ésa es la clave, señores delegados. Porque alguna vez les habría de faltar, y no pueden depender siempre de que haya un Superman a mano. Y porque ése es el mensaje que quiero transmitirles desde hace setenta años: “Si hace lo que tiene que hacer, cualquier hombre puede ser un Superhombre” (9). Entrega, esfuerzo, dedicación a los demás,... Avancemos juntos, y avanzaremos más deprisa. Si cada uno hace la carrera solo, no conseguirá más que estorbar a los demás.
» Y ahora, después de siete décadas en activo, me pregunto si he logrado convencerles de esto. Sé que he cambiado el mundo, que la Tierra no se parece en nada a lo que habría sido en el 2.008 sin mi presencia, o sin la tecnología que traje de Krypton. Ahora la esperanza de vida llega hasta los ciento veinte o ciento cincuenta años de edad, en muy buenas condiciones, se ha logrado dominar el clima y las cosechas, asegurando la alimentación de todos los humanos, hay robots que garantizan las necesidades básicas de una familia, vehículos más cómodos, aviones más rápidos y confortables, ciudades flotantes que recorren los mares, o una colonia en la Luna. Y sé que nada de eso se habría logrado sin mi venida a la Tierra (entre otras cosas, lo sé porque he visto otros mundos paralelos en los que no hubo un Superman, y he comparado su nivel de evolución con el nuestro, pero no les aburriré con estos detalles de astrofísica y cosmología...). He visto cientos de metahumanos convertirse en grandes héroes que asombran al mundo con sus hazañas, y que sacrifican su felicidad, y muchas veces su vida, por sólo salvar a un desconocido o garantizar que pueda seguir habiendo sonrisas. Batman, Wonder Woman, Flash, Linterna Verde, Atom, Wildcat, Doctor Mid–Nite, Hourman,… todos ellos son nombres de leyenda, que han recorrido el planeta entero y combatido a cientos de enemigos a lo largo de los años, lo que sea con tal de salvaguardar la paz y la libertad en la Tierra. Y siguen en activo, aun hoy, y han sido ejemplo para cientos de valientes sin poderes que en estas décadas se han unido a ellos para pelear por un ideal. O para sus propios hijos, que no han podido rendirse al enorme atractivo de esta profesión, a la tremenda satisfacción de arrancar una vida del peligro, y saber que son tus manos y tu valor los que marcan la diferencia. Poco importa el nombre de guerra que adopten esos héroes, si fueron Infinity Inc y ahora se han unido a la vieja JSA para remozar sus filas. Da igual si es el hijo de Hawkman, el ahijado de Atom o mi propia prima, Power Girl, también salvada de Krypton. Lo que de verdad importa es que están ahí cuando hace falta, porque su coraje les obliga a dar un paso al frente cuando llega el peligro, y no van a dejarse vencer fácilmente. Eso es lo que hace a los auténticos héroes, tengan o no poderes.
» Y sé que nada de eso hubiera ocurrido sin mí, o al menos habría sido muy diferente. Habría héroes, desde luego, porque eso es inherente a la humanidad, y siempre los hubo, porque el valor es común a vuestra raza, y me siento orgulloso de haberlo contemplado en persona. Pero no habría superhéroes (10).
» Soy consciente de ello, y puedo aseguraros que es un auténtico honor haber contribuido de semejante forma a la evolución de la humanidad. No sólo haberos dado barcos o aviones más modernos, o una mayor esperanza de vida, que también son importantes, sino haberos mostrado un camino para exteriorizar lo mejor de vosotros mismos, haberos enseñado la forma de ser mejores personas y mejores sociedades,... haber sido un símbolo de heroísmo.
» Sé que hay muchas cosas aún por mejorar. No sois perfectos, pero intentáis serlo. El día más feliz de mi vida sería aquél en que no hicieran falta superhéroes. En que no hubiera accidentes, ni violencia, ni miedo, y todos pudiéramos coexistir en paz. Por desgracia, eso no es posible, al menos hoy. En mi vida he combatido a muchos criminales, y siempre he visto aparecer muchos más detrás de ellos. Nacen nuevas generaciones de superhéroes inspirados por nuestras hazañas, pero también hay nuevas generaciones de supervillanos, cada vez más poderosos, cada vez más crueles, deseando estremecer al mundo con su vileza. No sé si nuestro esfuerzo les alimenta o, como dicen algunos, cada bando justifica su existencia a través del otro. Pero puedo asegurarles que me entristece enormemente ver esas cosas.
» Me gustaría poder decir que he conseguido un mundo libre de crimen y maldad, pero no es cierto. Lo que sí puedo decir con seguridad es que he peleado duramente para conseguirlo, y que sé que hay muchos otros detrás de mí que pelearán tan duro o más que yo, y ése es el camino. Mientras el mundo tenga claro hacia dónde debe dirigirse, y luche por conseguirlo, esto será lo más parecido a un mundo perfecto.
Superman calló por un segundo, y bajó el rostro, emocionado. Nunca había hablado con tanta sinceridad ante nadie, y sabía que éste debía ser el momento en que lo hiciera, porque iba a ser el último. La Cámara aprovechó el momentáneo silencio para ponerse en pie de forma unánime, y aplaudir con fuerza a su héroe. Todos intuían de qué trataba el discurso, y se sentían tan emocionados como el propio Hombre de Acero.
Él los miró, y sonrió dulcemente, levantando una mano para acallar los aplausos. Respetuosamente, todos volvieron a ocupar sus asientos, pero en los ojos de muchos empezaban a asomar unas tímidas lagrimillas.
– Señores delegados... por favor... – les dijo, con la voz entrecortada – así no voy a poder terminar nunca...
Todos rieron, y la broma le sirvió para ganar unos segundos, para tragar saliva y recomponer su discurso.
– Ahora me doy cuenta de que aún no les he explicado el porqué de mi visita a ustedes, aunque supongo que ya se habrán dado cuenta. Hoy será mi último día como Superman. Hoy me retiro. Supongo que lo comprenderán... Al fin y al cabo, tengo ya cien años, y hasta hace poco, con esta edad sólo podría pensar en morir con dignidad sobre mi vieja silla de ruedas. Cierto que en mi caso ayuda bastante la fisiología kryptoniana, pero por suerte, eso ya puede estar al alcance de casi todos, gracias al descubrimiento de los factores de expansión celular que describió mi padre, Jor–L, y que han garantizado la tremenda longevidad actual de la raza humana.
» Cien años... un siglo... he visto tantas cosas en este tiempo que casi me asusta. Una guerra mundial, una guerra fría, un muro que dividió el mundo y que fue derribado por el poder de la cordura y el hermanamiento, distintos modelos políticos que coexisten en paz y diálogo, una carrera espacial común e internacional, una Organización de Naciones Unidas que asume el liderazgo del mundo para el bien de todos, un progreso que compartir...
» Una vez hablaba de esto con mi buen amigo Batman, que ya hace tanto que murió. El Hombre Murciélago era tremendamente incrédulo, no confiaba en que las naciones pudieran entenderse y avanzar juntas. Me dijo una noche, sobre un tejado de Gotham:
» – No entiendo por qué lo haces, por qué Wonder Woman y tú seguís insistiendo ante las Naciones Unidas en que todos los países compartan sus riquezas y tecnología. Yo hace tiempo que desistí de eso, y sólo me concentro en evitar que el mal nos derrote. Pero tú nunca te rindes, ¿verdad? Nunca les das por perdidos...
» – No – le contesté –. Nunca les abandonaré. Porque ése es mi trabajo. En eso consiste ser Superman.
» Y al final parece que tuve yo razón. Al final se impuso la cordura, y todas las naciones aprendieron a hablar un mismo idioma, y a arreglar sus diferencias en torno a una mesa. Dialogando. Compartiendo. Hoy, y desde la proclamación del Acta de Libertades y Compromisos de 1.978 (11), este Consejo General de las Naciones Unidas se ha convertido en un foro en el que cada país, cada grupo, puede dar su opinión en libertad, y escuchar a los demás con respeto. Todos sois iguales ante la Ley y las Naciones Unidas, todos sois igualmente humanos. Al final, las Naciones Unidas significan exactamente eso: todos estáis unidos bajo la bandera de la ONU,... todos sois la Tierra. Es el mejor sueño que podría haber tenido, hace setenta años, cuando vestí por primera vez esta capa y este uniforme. Y aunque os queda todavía mucho camino por recorrer, sé que lo haréis juntos, como hermanos, con el esfuerzo y la decisión que os da una visión común: el futuro de la humanidad empieza cada día.
» Hoy tengo que abandonaros, hoy dejaré el servicio activo, pero sé que no os abandono. Sé que vais en el buen camino, y que sabréis hallar vuestro destino sabiamente. Y aunque a veces podáis torceros, contáis con el apoyo de otros seis mil millones de hermanos, que siempre os ayudarán a regresar al sendero correcto. Y sé que os dejo en buenas manos. Mi propia prima, Power Girl, Kara Zor–L , hija de Zor–L, el hermano de mi padre, enviada como yo en una nave salvadora que la trajo a la Tierra, aunque tardó varias décadas más... Jay Garrick, Flash, el alma y la conciencia de los superhéroes, sin el que nunca habríamos sido más que individuos solitarios y desunidos... Linterna Verde, el místico, siempre con un pie en cada mundo,... Wildcat, el tipo duro que nunca se rinde, aunque le estrellen una y otra vez contra la lona,... Hawkman, el pilar, la esencia de la JSA, la raíz indemne a la que agarrarse cuando todo falla,... y tantos otros, hermanos y hermanas que dieron todo de sí mismos para lograr este mundo de hoy en día, y que se levantan cada mañana con más ansias, con más energías,... son realmente invencibles.
» Me gustaría que hoy Batman pudiera verme, hablando con ustedes, viendo un sueño hecho realidad. Sé que él sería el hombre más feliz de todos, y yo el siguiente.
» Señores delegados, Consejo General de las Naciones Unidas, gentes de todo el mundo,... gracias. Pueden estar seguros de que han hecho de mi vida la más satisfactoria que haya, y que han hecho de este viejo un hombre pleno. Hoy me despido de ustedes, pero me voy contento. Mi tarea ha terminado.
» Pero si alguna vez vuelven a necesitarme, sólo miren al cielo, y griten mi nombre, y yo apareceré. Nunca les abandonaré del todo.
» Hasta siempre,... y muchas gracias.
Superman bajó del estrado, y se mezcló entre la gente. Los delegados abandonaron sus asientos, y entre fortísimos aplausos, corrieron a abrazar a su héroe, a tocarlo, a coger su mano. Todos querían estar con él una última vez, sentir su presencia, decirle cuánto le amaban. Cuando saliera de allí, no iban a poder hacerlo más.
Era un ser magnífico, distinto a ellos, pero al mismo tiempo hermano de todos. Y bien conscientes eran de cuánto le debían. Ellos mismos, la sociedad, el mundo entero,... nada habría sido igual sin la presencia clara, luminosa, transparente, de un héroe que vino del espacio para mostrarles lo que significa el sacrificio.
Y aquel día, los poderosos delegados de las Naciones Unidas, los representantes de todos los pueblos de la Tierra, se comportaron como niños extasiados ante la hermosa contemplación de su héroe. Pero al mismo tiempo se hicieron una firme promesa: desde el día siguiente volverían a ser hombres de bien, y regirían con sapiencia los destinos del mundo. Se juraron que este hombre distinto, estuviera donde estuviese, iba a sentirse orgulloso de ellos.
Ése era el curioso efecto que siempre producía Superman en todos los que le habían conocido alguna vez.
Le llevó cerca de una hora abandonar el edificio de las Naciones Unidas. Superman agradeció afectuosamente las enormes muestras de cariño que recibía y, visiblemente azorado, respondía a ellas con calidez y detenimiento. Se paraba con cada persona, le hablaba en su propia lengua, le preguntaba su nombre, y le dedicaba una sonrisa sincera. Aquellos momentos quedarían grabados para siempre en los recuerdos de todos los delegados, y serían motivo de envidia para muchos.
Cuando pudo salir a la calle, Nueva York explotó en pena. Doscientas mil personas lloraban en las calles ante la despedida de su héroe. No era posible, lo consideraban como parte de su familia, de su mundo, habían crecido con sus aventuras y sus proezas, y no se hacían a la idea de no volver a verlo nunca más.
El Hombre de Acero se giró hacia el público y, con el rostro más cálido que pudo haber nunca en el mundo, les dijo:
– No sintáis pena. Siempre estaré con vosotros. Hasta pronto...
Y se elevó en el aire, dejando que el viento le abrazara suavemente, marchándose muy despacio mientras se despedía con la mano.
Su figura se fue haciendo más y más pequeña, hasta convertirse en una lejano borrón azul y rojo, y desaparecer en la distancia más allá de los rascacielos que sembraban el horizonte.

El público aún tardó horas en retirarse, llenos de lágrimas. Su dolor era terrible, su pena insoportable. Quizá la que mejor lo describió fue la propia Lois Lane Kent, micrófono en mano y con el rostro inundado de llanto, cuando retransmitió las imágenes para todo el planeta:
– Ya lo has visto, Dan. Al final ha sucedido lo que más nos temíamos: Superman se ha retirado. La gente está llorando a mí alrededor, puedo ver cómo se sienten, compartir su dolor. Es una terrible sensación de pérdida. De soledad. Es como si de pronto hubiéramos perdido a la persona más querida de la Tierra, como si estuviéramos solos frente al mundo. A partir de hoy, no tendremos al Hombre de Acero para cuidar de nosotros, así que más vale que lo hagamos bien, que no le defraudemos, porque él lleva setenta años cuidando del planeta entero, y hoy lo ha depositado en nuestras manos. Eso es todo...
Fue la noticia del día, del año, del siglo. Aún habrían de pasar muchas décadas para que el impacto de esta historia se fuera diluyendo en las conciencias de la gente. Pero lo que nunca se perdió fue el cariño y el recuerdo del planeta Tierra hacia un hombre único capaz de cambiar su destino: en resumen, un héroe.

EPÍLOGO
Cuando Superman volaba entre los enormes rascacielos de Manhattan, observando aún a lo lejos la enorme masa de público que le despedía entre sollozos, sonó de pronto una alarma en su cinturón: la señal secreta de la Sociedad de la Justicia de América. Rápidamente, con la pericia que le habían dado siete décadas de acción, extrajo el diminuto comunicador de su funda, y respondió a la llamada de auxilio.
– Aquí Superman, ¿qué sucede?
– Superman, ¿dónde te encuentras? – dijo al otro lado la voz sencilla y cálida de Jay Garrick, alias Flash.
– En Nueva York, viajando a súper–velocidad en dirección a Metrópolis. ¿Me necesitáis en Gotham?
– En efecto. Hay una amenaza suelta en la ciudad, una que sólo tú puedes combatir. Necesitamos que vengas inmediatamente a la sede de la JSA. ¡Rápido!
Y se cortó la comunicación. El Hombre de Acero volvió a guardar el comunicador, con gesto resignado. “Ni siquiera en el día de mi retiro me van a dejar descansar... En fin, aún no me he quitado el traje, y éste parece un trabajo para Superman...”
Extendió los brazos, y forzó su velocidad. Ya no era tan rápido como a los treinta, pero aún podía ganarle con mucho a las naves espaciales más modernas, y alcanzar incluso velocidad de escape sin demasiado esfuerzo. Esta vez no sería necesario tanto. Abandonó Manhattan y sus colosales construcciones, y girando unos pocos grados hacia el suroeste, se acercó a la hoy hermosa y brillante ciudad de Gotham. “Quien lo iba a decir...”
Había cambiado mucho más que cualquier otra ciudad, ya no se parecía en nada al pozo de corrupción y delincuencia que era en los años veinte y treinta, cuando el matrimonio Wayne fue asesinado en plena calle a la salida de un cine, y cuando nació Batman. Cada ciudad tiene al héroe que pide, y Gotham forjó un ser nocturno y justiciero, que llevó el temor a la ley hasta los peores antros y los más tenebrosos corazones que pudiera haber. Nadie escapaba a la justicia del Murciélago, y todo crimen conllevaba su castigo.
Siete décadas después, Bruce Wayne, Batman, había muerto (12), pero su legado se dejaba notar en Gotham. Las calles estaban limpias de porquería y delincuencia, los hombres trabajaban juntos por un bien común, y las magníficas construcciones faraónicas (rascacielos, zeppelines, trenes elevados sobre gigantescos monorraíles tendidos a cien plantas del suelo,...) levantadas por Empresas Wayne a cargo del Ayuntamiento trazaban una preciosa silueta al contemplarla desde el mar. Y el hecho de que ahora la empresa estuviera en manos de la bellísima hija de Wayne y de Selina Kyle, Helena (también conocida en la noche de Gotham como la Cazadora), aseguraba un legado de trabajo honrado en beneficio de todos.
Pero ni Batman ni la Cazadora eran los únicos superhéroes de Gotham City. Desde hacía muchos años, allí se encontraba también el cuartel general de la Sociedad de la Justicia de América, el mayor supergrupo del mundo, los defensores del bien desde la Segunda Guerra Mundial (13). Era un edificio imponente, altísimo, que había sufrido muchas reestructuraciones a lo largo de su vida (muchas veces obligado tras el brutal ataque de algún supervillano), pero siempre conservó su encanto único, su eterno sabor a tradición, y su vieja sala de trofeos. Desde allí, los más grandes superhéroes dirigían sus actividades y vigilaban a sus enemigos.
Como tantas veces antes, Superman activó a distancia la claraboya del techo, y descendió velozmente hasta el piso superior, donde se hallaba la clásica sala de reuniones, en el inmenso ático con vistas a toda la ciudad. Pero, para su asombro, cuando descendió hasta el suelo no había ni una luz encendida, y el ático permanecía en sombras.
En un microsegundo ya supo lo que ocurría, pero aún así preguntó:
– ¿Jay? ¿Estás ahí, amigo?
Y entonces se encendieron las luces de pronto:
– ¡¡¡Sorpresa!!!
El inmenso cortinaje se descorrió solo, dejando que la luz de la mañana invadiera la gran sala de reuniones, y allí los vio. Estaban todos sus viejos amigos: Jay Garrick, Alan Scott, Ted Grant, Carter y Shiera Hall, Al Pratt, Ted Knight, Kent e Inza Nelson, Charles McNider, Jim Corrigan, Rex Tyler, Johnny Chambers, su prima Kara, incluso el matrimonio de Steve y Diana Trevor (14). Pero la auténtica sorpresa es que ninguno vestía su uniforme de superhéroe, sino ropa de calle. Aquélla era una fiesta de amigos, no de compañeros de trabajo. Él mismo se desprendió a súper–velocidad de su eterno traje azul y rojo, y volvió a ser simplemente Clark Kent, redactor jefe del Daily Star, y un buen amigo.
Todos le abrazaron, riendo, y le dieron la enhorabuena por un paso tan valiente.
– Ahora eres un jubilado, como yo – le decía McNider.
– Sí, pero uno capaz de arrancar la Estatua de la Libertad de cuajo – bromeaba Ted Grant.
Alan Scott tenía claro que ahora él era el superhéroe más poderoso del mundo (aunque Diana Prince Trevor ponía algunas objeciones a eso), y Jay Garrick aún estaba dispuesto a una última carrera por todo el planeta para decidir quién era el más rápido.
– Tú también tendrás suplente – dijo Pratt –. Parece una costumbre que ahora los chicos se queden nuestros trajes y nuestros nombres: me pasa a mí, a Ted, a Rex, incluso a Charlie. ¿Es que ya no tienen imaginación?
– ¡Ey, un momento! – intervino Kara –. Yo nunca he cogido el nombre de nadie. No soy como esa Supergirl de Tierra–1, que tiene que llevar el mismo traje, el símbolo y el nombre. Sólo le faltaron los calzones.
– Sí, primita, desde luego aquí nadie duda de lo que vales por ti misma... –intervino el homenajeado, sonriendo, para evitar el conflicto.
– Que no te moleste, Clark – dijo Kara, en tono más suave –, pero pensaba seguir llamándome Power Girl. Sé lo importante que es el tema del legado para la JSA, pero ya me he acostumbrado al nombre y al traje. Y de todas formas, había pensado incluir esto...
Kara rebuscó en un bolsillo de su tremendamente ajustado pantalón vaquero, y extrajo una pequeña hebilla de plata, con la forma del clásico símbolo del pentágono invertido, y en la que había tallado con visión calorífica una diminuta S mayúscula. El Hombre de Acero sonrió, y asintió con la cabeza, complacido. La muchacha cambió la vieja hebilla de su cinturón por la nueva, y la lució con orgullo.
– Por si alguien tenía alguna duda de que soy un miembro de la Familia Superman...
– O por si pasas algún apuro y tienes que llamar a tu súper–primo... – se mofó de nuevo Al Pratt.
– ¿¿Cómo?? – Respondió ella, irritada – ¡Que sepas, hombrecito, que soy capaz de ocuparme por mí misma de cualquier amenaza que haya en mi ciudad! – y al ver la mirada de desaprobación de Superman añadió –. Bueno... pero siempre viene bien alguna ayudita...
Diana se acercó a Clark, y le besó en una mejilla, colocándole entre las manos un diminuto paquete envuelto en cintas rojas.
– Esto es de parte de las Amazonas. Es una brújula universal, tallada por las Forjadoras de Gemas de Isla Paraíso. Estés donde estés, en cualquier lugar del universo y cualquier plano de la realidad, te ayudará a volver a casa.
– Gracias, de verdad. Espero que nunca me haga falta, ahora que sólo me dedicaré a leer el periódico y jugar a las cartas con mis amigos.
– Bueno, eso no lo jures. Nunca se sabe dónde estará la próxima aventura...(15)
Él sonrió, y ambos se abrazaron. Hacía muchísimo tiempo que eran amigos, y el cariño que se profesaban era imposible de romper. Ahora los dos estarían al margen del primer plano de la actividad, pero siempre serían, por así decir, el padre y la madre de todos los superhéroes.
Y de pronto, llegó el invitado estrella de la fiesta.
Se abrieron las altísimas puertas de entrada, y llegó, escoltada por Silvester Pemberton y Pat Dugan, la persona más importante en la vida de Clark Kent: la antigua reportera del Daily Star y rival suya en las mejores noticias, y la que era su esposa desde hacía tantos años, Lois Lane Kent.
Ella le mira a los ojos, él ríe emocionado, y los dos se funden en besos y abrazos hasta el infinito. Ahora son felices. Todo ha acabado, y sólo son dos ancianos que se adoran, dispuestos a dedicarse el resto de sus vidas.
– Un discurso precioso – le dice ella.
– Ahora sí que estoy en casa – susurra Clark.
La fiesta continuó durante muchas horas, y los héroes compartieron un instante de sus vidas para relajarse y bromear entre amigos. Porque al final la JSA era más que un supergrupo o un lugar donde reunirse: era una familia.
Camareros robot circulaban por la sala con bandejas de canapés y bebidas, y por una vez, se permitieron el lujo de brindar con champán auténtico, porque sabían que los miembros más jóvenes estaban en ese momento de vigilancia en los monitores, cuidando el mundo en su ausencia.
Y dejaron que el tiempo pasara lentamente, sin villanos que perseguir, sin naciones que proteger, sin ideales que defender. Sólo contando el último chiste de superhéroes, o recordando una hazaña particularmente peligrosa o divertida, lo mismo de hace unos días o de hace cuarenta años, pues de ambas tenían. Al Pratt volvía a explicarles a todos, por enésima vez, lo orgulloso que estaba de su ahijado, Albert Rothstein, que había asumido el nombre y el manto de Atom en su ausencia, mientras Linterna Verde contaba de nuevo cómo se reunieron la JSA y la JLA de Tierra–1 para rescatar a los Siete Soldados de la Victoria de la prisión temporal en que les había dejado su batalla contra el Hombre Nébula. “Aquéllos sí que eran buenos tiempos...”
Al final del día, cuando ya no quedaban ni canapés ni chistes blancos, y el agotamiento llegaba incluso a los seres más poderosos del planeta, Carter Hall tomó la palabra. Golpeó tres veces con una cucharilla en su copa de champán, y cuando todos miraron hacia él, volvió a sonreír, con esa expresión de tipo duro con alma sensible que tenía siempre, y habló en alto, con su voz regia de presidente de la JSA.
– Amigos, escuchadme. Es un honor para mí haberos reunido hoy para una ocasión tan especial. Por desgracia, pocas veces podemos rendir homenaje a los hombres que realmente se lo merecen, pero hoy en verdad está en nuestras manos, y es un deber además de un placer. Kal–L llegó a la Tierra hace hoy exactamente un siglo, era sólo un niño lanzado en un cohete para salvarlo de un cataclismo, pero consiguió, por la fuerza de sus ideales, cambiar su mundo adoptivo. Desde que lo conocemos, hace ya siete décadas, ha sido más rápido que una bala, más poderoso que una locomotora, y capaz de saltar los más altos edificios de un solo impulso, pero ahora somos conscientes de que lo realmente invencible es su fe. Fe en el heroísmo humano, fe en la cooperación entre los hombres, fe en el progreso común. Le debemos tanto, que nunca podremos agradecérselo lo bastante, pero al menos vamos a intentarlo...
Hizo un gesto hacia el final de la sala, y allí, de pronto, un potente foco iluminó una alta figura cubierta por una lona. De entre los asistentes surgió una fornida rubia de pelo corto, la mismísima Kara Zor–L, alias Karen Star, alias Power Girl, que retiró la lona de un solo tirón. Todos los asistentes enmudecieron un instante, y al siguiente, rompieron en fortísimos aplausos.
Era una estatua de Superman de casi tres metros de altura, hecha de mármol, erguido sobre un brillante pedestal, y en su antebrazo derecho descansaba una enorme águila con las alas abiertas, la mítica Águila Americana. En el pedestal había un mensaje grabado:
“Verdad, justicia y el modo americano.
Que nunca se olvide lo que Superman nos enseñó”
Los aplausos duraron casi media hora, y Clark, sonrojado, no podía hacer nada para que se detuvieran. Uno por uno, todos fueron hasta su posición, junto a Carter Hall, y le abrazaron, en silencio, a medio camino entre la amistad más profunda y la admiración hacia el héroe.
Pero aún quedaban más sorpresas: el último en caminar hacia él fue Jim Corrigan, y había una sonrisa maliciosa en su rostro.
– La fiesta no termina aquí, Clark – murmuró, mientras su rostro se difuminaba y era sustituido por la imagen fría y cadavérica del Espectro –. Aún hay más personas que desean felicitarte...
La vieja capa verdosa de aquel fantasma vengativo ondeó en la sala, movida por un viento que no venía de la Tierra, y cuando se abrió, muchas personas emergieron de entre sus pliegues. Allí estaban Dinah Lance (la Canario Negro original), Wesley Dodds (Sandman), Lee Travis (el Vengador Carmesí), Johnny Thunder, Larry Jordan (el primer Air Wave), y John Zatara (el famoso hechicero, y padre de Zatanna). Todos ellos compartían una característica común: estaban muertos. Todos habían fallecido tiempo atrás, dando su vida por defender la justicia, y eran recordados con honores en la sala de estatuas de la JSA. Todos caminaron decididos hacia Clark Kent, sustentados por el inmenso poder místico del Espectro, que les concedía un breve lapso de tiempo para saludar por última vez al héroe que también ellos admiraban. Pero lo que sin duda llenó de lágrimas los ojos del héroe, y de gozo su corazón, fue la visión de las últimas dos personas que aparecieron en la fiesta: Bruce Wayne y Selina Kyle, los que una vez fueron respectivamente Batman y Catwoman, los mejores amigos del Hombre del Mañana, y los más llorados.
Los Mejores del Mundo volvieron a abrazarse, en silencio, sin necesidad de decirse nada, pues entre estos hombres existía un lazo que ni la muerte podía borrar. Ellos habían creado el concepto del superhéroe, respondiendo a la necesidad de justicia de una sociedad que lucharon por cambiar, y habían dejado su huella. Nunca serían olvidados, ni dejaría el mundo que volvieran a hacer falta...
De pronto, el Espectro habló, y su voz era fúnebre.
– Es la hora, hermanos. Habéis de partir...
Todos los fantasmas lloraban, despidiéndose para siempre de los que habían sido sus compañeros, aunque sabían que marchaban hacia el Paraíso. “No flaqueéis”, decían unos. “Seguid luchando por nuestro sueño”, les decían otros. Podían estar tranquilos. Su tarea en el mundo había pasado a manos de otros, y eran manos de confianza.
Bruce Wayne miró a los ojos de su amigo, su hermano, y tuvo que decir adiós, pero lo hizo bromeando.
– Dale un beso a Helena de nuestra parte. Es una pena que no pueda estar hoy aquí. Y por cierto, debes saber, Clark, que nuestra fama ha llegado hasta el otro lado...
Y sonrió, sarcástico. El Espectro le envió una mirada furiosa, pues no estaban autorizados a revelar nada de lo que hubieran conocido en el Otro Mundo, pero Wayne siempre fue un hombre que rompió todas las reglas en vida, y ni siquiera el omnipotente Espectro podía controlarle tras la muerte (16).
Y los fallecidos se marcharon, desapareciendo entre los pliegues de la misteriosa capa verde, que también fue poco a poco difuminándose, dejando sólo tras ella el rostro agotado de Jim Corrigan. Incluso para el ser más poderoso del universo era una proeza considerable traer a tantas almas de vuelta a la vida, aunque fuera sólo por unos minutos. Sus compañeros de la JSA le ayudaron a sentarse, agradeciéndole inmensamente lo que había hecho.
Clark Kent quedó un rato mirando al vacío, pensando en lo que acababa de vivir. Tantos valientes, perdidos en una batalla de tantas décadas, que nadie podía ganar. Era un auténtico honor para él haber podido luchar junto a seres tan formidables...
Al final del día, la fiesta se dio por terminada. Carter Hall abrió por última vez el gran ventanal para él, y Superman caminó hasta el borde, llevando en brazos a su esposa, y se elevó en el aire. La capa roja flotaba en torno a ellos, como abrazándolos, y el sol rojizo del atardecer se reflejaba en el brillante uniforme del héroe, y en las lágrimas de su mujer.
Para esta despedida, Clark Kent había vuelto a convertirse en Superman, porque así debía ser. Porque así fue como los conoció, y así sería como habría de despedirse de ellos.
Superman y Lois decían adiós con la mano, mientras iban poco a poco alejándose de la que durante años había sido su segunda casa, y su segunda familia. Sabían que siempre podrían contar con ellos, y regresar al edificio cuando quisieran, pero ya no sería lo mismo. Ya no pertenecerían allí. Ahora su vida estaba sólo por delante, nunca más en el pasado.
Miraron por última vez a los viejos compañeros reunidos en la terraza, agitando sus manos y secando sus lágrimas, y luego apartaron la vista, observando ya sólo la que habría de ser su vida desde entonces: el horizonte, el misterioso y prometedor horizonte...

SEGUNDO EPÍLOGO
Durante años, las principales ciudades del mundo levantaron impresionantes monumentos en recuerdo del héroe retirado. Estatuas, pinturas, hologramas,... cualquier representación era válida, cualquier recuerdo de alguna batalla o hazaña prodigiosa.
Pero durante mucho tiempo se dudó de cuál sería el homenaje que rindiera la ciudad de Metrópolis al que había sido su héroe local. Superman eligió ese lugar como suyo, su base de operaciones, su hogar en la Tierra, y el Ayuntamiento deseaba corresponder a ese honor con un homenaje digno, el monumento más increíble del mundo. Pero no sabían cuál.
Preguntaron a cientos de personas, incluyendo a artistas famosos, personajes célebres que lo habían conocido, al pueblo de Metrópolis (que participó entusiasmado en una multitudinaria encuesta local) y también a muchos superhéroes, algunos de los veteranos que lucharon junto a él, y algunos de los jóvenes que se habían inspirado en sus hazañas. Pero ninguno daba con la idea justa.
Se habló de muchas cosas, de lo que el Hombre de Acero significaba para el mundo, de los avances que había traído consigo, del ejemplo para los niños, o del legado que dejaba,... pero nadie acertaba por completo.
Hasta que Power Girl, su propia prima, dijo lo que pensaba de él.
– Superman no es sólo un hombre poderoso, o un compendio de virtudes. Es un hombre con defectos y debilidades, como todos, pero capaz de superar esos defectos y esforzarse por los demás, porque lo siente como su obligación. Y ese esfuerzo lo transmite a lo que le rodean, lo contagia, y hace que nos obliguemos a nosotros mismos a dar más cada día. Creo que Superman no es sólo un ejemplo,... es un faro que guía a todos los hombres hacia el heroísmo.
De modo que ése fue el monumento que se levantó en la Bahía de Metrópolis, en honor a su héroe: el Faro, una gigantesca construcción cónica de quinientas plantas, donde hombres y mujeres se reunían y trabajaban para el avance de la ciencia y el humanismo. Y en su cima colocaron una luz amarilla, que proyectaba un poderoso haz a través de la noche, del tiempo y el espacio. Cualquier viajero que transcurriera en paz por la Tierra, el universo o la corriente temporal podría contemplar la belleza de la luz de Superman, y seguirla hacia Metrópolis, donde siempre sería bien acogido.
Luz amarilla, como la que había dado poder al Último Hijo de Krypton, y la que trajo la justicia y la igualdad al mundo.
F I N

Referencias
(1) Recordemos que, al principio de su carrera, Superman sólo era capaz de dar grandes saltos, que le permitían cubrir distancias de kilómetros, y pasar por encima de los más altos edificios, pero no de volar. No fue hasta tiempo después que adquirió esa habilidad.
(2) Este comentario alude al hecho de que Metrópolis fue creada como la versión en cómic de Nueva York, para no nombrar esa ciudad real (igual que Gotham). Pero más tarde se introdujo la ciudad de Nueva York en el Universo DC, de modo que, siguiendo esa lógica, Metrópolis y Nueva York debían ser una especie de ciudades gemelas, al estilo de Central y Keystone City, ¿no? Para aclararlo, en los más modernos mapas del Universo DC se especifica que Metrópolis pertenecería al Estado de Delaware, y Gotham City al de New Jersey.
(3) Se supone que Lois Lane Kent lleva retirada ya algún tiempo, pero regresa al trabajo activo para retransmitir en directo el discurso de Superman, por requerimiento de la cadena (¿qué podría darle más morbo que tener de locutora a la antiguamente considerada “novia de Superman”?). Star Communications sería la evolución natural del viejo Daily Star (el periódico en el que trabajaban Lois y Clark), que para el 2.008 habría sido absorbido por una gran empresa de telecomunicaciones (al estilo de la WGBS de Tierra–1).
(4) En el momento en que transcurre el relato, la mayoría de villanos originales de Tierra–2 son ya ancianos, y por mucho que la longevidad de la raza humana se haya disparado, no estarán en muy buenas condiciones para presentar batalla. Gente como Lex Luthor, Metallo o Mr Mxyztplk estarán por esta época condenados a cadena perpetua o exiliados para siempre en su propia dimensión. Habrá villanos nuevos, sí, pero siempre hubo cierta “caballerosidad” en Tierra–2, cierto honor, que impedía a un villano atacar a ciudadanos corrientes frente a la plaza de las Naciones Unidas.
(5) Todos estos, y muchos más, son objetos reales con la imagen de Superman que han existido y existirán durante muchos años en nuestro mundo.
(6) Esta supuesta comparecencia ante la Sociedad de Naciones nunca ha aparecido en ningún lugar previamente a este relato, pero no es lógico suponer que Superman no se ofreciera a intervenir para salvar vidas en el conflicto de Europa, y que en cambio esperara, como el resto de la JSA, al intento de atentado a Roosevelt y el ataque a Pearl Harbor para participar en la Segunda Guerra Mundial. Me parece más adecuado que ofreciera su poder en defensa de la paz, pero las grandes naciones, temerosas como estaban ante el poder de Hitler, rechazaran su intervención hasta que fue demasiado tarde.
(7) Ambos hechos suceden en Action Comics 1, su primera aparición.
(8) La historia básica del origen de Superman no difiere entre el de Tierra–1 y el de Tierra–2. Básicamente variaban los nombres, con Kal–L, Jor–L y Lora (en vez de Kal–El, Jor–El y Lara) en el caso del original.
(9) Mítica frase escrita por el propio Jerry Siegel, en una historia antigua en la que Superman creía que se estaba muriendo (aunque luego se descubría que no era así), y se iba despidiendo de todos sus amigos. Y como último acto, para que la gente de la Tierra recordara siempre su mensaje, escribía con sus poderes esa frase en la Luna, de forma que siempre fuera visible desde la Tierra.
(10) Eso es una realidad también en nuestro mundo. Fue la creación de Siegel y Shuster la que dio inicio a este universo. ¿Habría habido superhéroes sin ellos...?
(11) La supuesta ley que cambió el mundo, en la que las Naciones Unidas se proclamaban garantes de las libertades en todo el planeta, y los gobernantes de todos los países firmaban un acuerdo unánime para trabajar juntos como hermanos, y compartir libre y gratuitamente los avances científicos y tecnológicos que hubiera, optando por arreglar sus diferencias dialogando, y renunciando a sus ejércitos. Se firmó justamente en Junio de 1.978, cuando se cumplían 40 años de la primera aparición de Superman.
(12) Los Batman y Catwoman de Tierra–2 habían muerto antes de Crisis, asesinados por criminales, y era su hija, Helena Wayne, la que continuaba su legado, tanto al frente de las Empresas Wayne (y de un bufete de abogados junto a Richard Grayson), como en la lucha contra el crimen, bajo la identidad de la Cazadora.
(13) La JSA tuvo su sede en diversas ciudades, incluyendo Civic City, Nueva York, Washington y Gotham City. He optado por esta última por ser en la que se reunían antes de Crisis, y por el homenaje que supone para el fallecido Batman.
(14) El honroso listado de héroes veteranos en ropa de calle incluye a: Jay Garrick (el Flash original), Alan Scott (el primer Linterna Verde), Ted Grant (Wildcat), Carter y Shiera Hall (los primeros Hawkman y Hawkgirl), Al Pratt (el Atom original), Ted Knight (Starman), Kent e Inza Nelson (el Dr Fate y su paciente esposa), Charles McNider (el primer Dr Midnight), Jim Corrigan (el Espectro), Rex Tyler (Hourman), Johnny Chambers (Johnny Quick), Kara Zor–L (Power Girl), el matrimonio de Steve y Diana Prince Trevor (Wonder Woman y su esposo), Silvester Pemberton (Star–Spangled Kid) y Pat Dugan (Stripsey). Se supone que, para esta época, varios de éstos ya han sido sustituidos, apareciendo los nuevos Wildcat (Yolanda Móntez), Atom (Albert Rothstein), Starman (Jack Knight), Dr Midnight (Beth Chapel), y Hourman (Rick Tyler), a los que se unen la Cazadora (la hija de Batman), Robin (el ayudante original del Hombre Murciélago), Jade y Obsidian (hijos de Alan Scott), Silver Scarab (hijo de Hawkman), Fury (hija de Wonder Woman), Northwind (ahijado de Hawkman), Jesse Quick (hija de Johnny Quick), y Brainwave Jr (hijo del antiguo villano Brainwave). Como se puede ver, la JSA es más grande que nunca, en sentido literal.
(15) Qué bien le habría venido algo así en Crisis Infinita, ¿no os parece?
(16) Se supone que lo que Batman quiere decir es que los esfuerzos de los héroes por defender la Justicia son recompensados en la otra vida, yendo directamente al Cielo. No nos imaginábamos otra cosa, ¿verdad?


Notas del autor:
Este relato nació de una idea sencilla y básica: darle un final digno al Superman de Tierra–2. Al igual que el de Tierra–1 tuvo su ocasión de cerrar adecuadamente todos sus argumentos, de la mano del genial Alan Moore (y no quise con esta historia pretender ponerme a la altura de él, ni mucho menos, sino sólo aportar una versión que creí justa), siempre me pareció que su contrapartida más veterana no tuvo esa suerte. Y mira que Marv Wolfman y George Pérez lo intentaron (aunque no podían dejar sobrevivir a Tierra–2, por mucho que Roy Thomas lo quisiera, al menos sí pudieron conservar a la Lois Lane original de 1.938, que así tendría un final feliz con su héroe en algún lugar del universo), pero luego las cosas se torcieron, y supongo que Crisis Infinita tenía que tener a contendientes de peso, y una historia trágica que contar, de modo que los héroes de Tierra–2, como había ocurrido antes con “Hora Zero”, fueron los sacrificados.
Y puede estar sujeto a debate si estuvo mejor o peor, si fue justo o no, pero, ¿qué habría ocurrido si Tierra–2 nunca hubiera desaparecido, fusionada con las otras? ¿Qué habría sido de estos personajes, evolucionando por sí mismos en un universo que les pertenecía por derecho? Ésa es la idea que intenta explorar el presente relato.
Por eso Superman dice haber hecho su primera aparición en 1.938, fundar la JSA y luchar en la Segunda Guerra Mundial, y ahora pasar el testigo a los jóvenes de Infinity Inc, que como hicieron sus contrapartidas del universo fusionado, heredarán los nombres y los uniformes de sus mayores, en las filas de una nueva JSA. Los viejos héroes envejecen, y algunos mueren, e incluso el mismo hombre de Acero cumple cien años ante nuestros ojos (si lleva siete décadas en activo, y apareció con unos treinta años, eso nos lleva a que cumple un siglo en medio del relato).
He ignorado conscientemente los eventos de “Hora Zero” que afectaban a la JSA, por considerarlos injustos e indignos para tales héroes, y por eso se nombran como aún vivos a Al Pratt, Rex Tyler o Charles McNider, y en cambio respeto y acepto todos los hechos narrados en la actual colección de la JSA, y ésa es la razón de que aparezcan muertos Wesley Dodds o Johnny Thunder. Si a alguien le molesta, lo siento, pero en realidad tampoco afecta mucho a la historia, sólo en ese pequeño detalle de las listas. El auténtico protagonista del relato es el Superman original, alrededor del que todo gira, y que da sentido a una historia diferente.
Es una forma distinta de ver al héroe más grande de todos los tiempos, y de rendirle, a la postre, un homenaje único, especial, como el personaje de ficción más influyente de la Historia, y que las nuevas generaciones no podemos ignorar. No hace falta haber nacido antes de 1.938 para valorar a Superman, y eso se respira aún hoy en día.
Podemos llamarlo un “Otros Mundos”, o un experimento curioso, pero es algo que, como fan antes que nada, sentía necesario, al menos en mi cabeza. En realidad, no es algo tan novedoso. Ya John Byrne teorizó con la idea de un mundo donde los héroes envejezcan de verdad, y Superman y Batman enfrentándose al paso del tiempo, y a su propio envejecimiento. Incluso antes de él, en Tierra–2 siempre se contó con que los años también pasaban para sus héroes, y todos lucían orgullosos sus canas en las sienes (algunos debajo de las máscaras), y varios de ellos morían. Así que tampoco he inventado nada, sólo he llevado la idea un poco más lejos. Donde los antiguos escritores vencían el paso de los años apelando al poder del anillo de Linterna Verde, o a la radiación del Hombre Nébula, y donde Byrne optó por echar mano de la fisiología kryptoniana y el Foso de Lázaro, yo preferí una solución más sencilla para que los héroes siguieran dando guerra a los casi cien años, y es simplemente la generalización de la ciencia kryptoniana sobre la raza humana, que ha traído la longevidad y la felicidad completa.
Y eso me llevó a la segunda idea en torno a este relato: si partimos de la base de que Superman lleva siete década en activo, ¿cómo ha influido eso en la sociedad? ¿Y cómo ha influido la sociedad en él?
Por supuesto, creía obvio que el Hombre de Acero habría compartido la tecnología kryptoniana con el mundo desde el principio (su generosidad no permitiría otra cosa), y eso llevaba a un avance desmedido de la sociedad, con holovisión (la televisión por hologramas que aparecía en cualquier visión del futuro), coches movidos por electricidad, gigantescos rascacielos de cien plantas, autopistas elevadas o islas artificiales. También conduciría, aunque eso no se nombre específicamente en el relato, a alcanzar cotas reales mucho antes de su tiempo, como llegar a la Luna veinte años antes, construir una estación espacial internacional en los cincuenta, o reducir la larguísima Guerra Fría a un desacuerdo puntual de cinco años. Incluso podría haber una ciudad en la Luna, construida bajo una gigantesca cúpula y habitada por colonos modernos. Todo impulsado por el increíble cambio que supuso su presencia.
Y sobre todo, la longevidad. Desde el principio se dijo que los kryptonianos eran más fuertes, más resistentes y más longevos que los humanos, y podemos pensar que eso no se deba sólo a su genética de base, sino a una medicina más compleja y avanzada, que bien podría aplicarse en la Tierra. De modo que los humanos se convertían en seres felices, que llegan a los ciento cincuenta años con perfecta salud, y atendidos por un ejército de serviciales robots. Si esa aparentemente perfecta sociedad puede convertirse en una pesadilla al estilo de la de Aldous Huxley, eso sólo lo diría el tiempo, pero al menos podemos conservar la utopía, ¿no? Al fin y al cabo, estamos en una historia de Superman, así que debe haber un final feliz. Y eso incluye un mundo hermanado de naciones que se sientan en torno a una mesa a arreglar sus diferencias, y en las que no hay ejércitos ni guerras. No es un mundo perfecto, por supuesto, pero puede llegar a serlo, y pone todo de su parte para conseguirlo. Ése es el mayor elogio que creo podría dedicársele a ese futuro hipotético, y pienso que es la mejor enseñanza que podría aportarnos Superman. Es hermoso pensar en los ojos del héroe, contemplando a sus hermanos adoptivos, y viendo cómo sus siete décadas en el mundo han cambiado a los hombres para siempre...
Más de uno quisiéramos un Superman hoy en día, ¿no?
Un pequeño apunte: En esta historia, a la hora de trazar un nuevo mundo futuro a partir de la aparición de Superman, creí más adecuado diseñar una sociedad más parecida a como entendían el futuro en 1.938 que a como lo idearíamos hoy. Así, lo más moderno son los coches eléctricos conducidos por satélite, o los zeppelines ocupando los cielos, pero no hay coches voladores, armas láser o teleportación (como sí habría en una historia de la Legión de Súper–Héroes, por ejemplo). La sociedad “avanzada” de Krypton que crearon Siegel y Shuster es una versión propia de su época (“a lo Buck Rogers”, como dijo Byrne), no de la nuestra, y por tanto el mundo hubiera avanzado de distinta manera expuesto a “su” Superman.
La verdad es que ahora, una vez terminada la historia, me quedó un regusto dulce con respecto a ese “mundo futuro de 1.938”. Incluso en algún momento me planteé escribir alguna serie o mini-serie de esta Power Girl de Tierra–2, como heredera del legado de heroísmo de su primo, y administradora global de su tecnología (una especie de Fundación Star, con base en un zeppelín que flotara permanentemente sobre Metrópolis, y desde el que Karen Star gestionara un reparto equitativo y gratuito de los avances conseguidos... al tiempo que se enfrenta a modernos supervillanos, por supuesto). En fin, tal vez algún día lo escriba, o al menos dejo las ideas en el aire por si alguien las quiere retomar.
Gabriel Romero
Vigo, a 30 de Mayo de 2.007


CONCLUSIÓN:
Superman se retira, deja su actividad como superhéroe, y se dedica sólo a ser Clark Kent, editor jefe del Daily Star, y a vivir feliz con su esposa Lois para siempre.
La otra lectura que podemos sacar a esta historia (su moraleja) es que, al final, Superman se convierte en un humano más, porque después de tantos años, lo que ha conseguido el alienígena que se esforzó hasta arriesgar su propia vida por salvar la de los demás, es ganar su propia humanidad.

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