Flash nº 06

Título: Utopía perdida (IV)
Autor: Imanol Amado y Jerónimo Thompson
Portada: Roberto Cruz
Publicado en: Septiembre 2006

La trampa esta preparada. Las fuerzas de Luthor estan dispuestas a destruir a Flash para evitar que continúe investigando. Y esta vez ni la ayuda de Hawkman podrá salvarle.
Atrapado en un extraño accidente, al adolescente Wally West le alcanzó un rayo que lo bañó en una curiosa mezcla de productos químicos. Como a su mentor, su tío Barry Allen, se le concedió el don de la súper velocidad. Tras la muerte de su antecesor, y tras años de entrenamiento como Kid Flash, Wally ha heredado la identidad del velocista escarlata. ¡Hoy porta el legado del hombre más rápido del mundo! Hoy Wally West es...
Flash creado por Gardner Fox y Harry Lambert
Wally West creado por John Broome y Carmine Infantino


En el episodio anterior… Mientras el presidente Luthor señala a los Outsiders como responsables del atentado de Keystone City frente a los medios de comunicación, Laverne DeRenal, mano derecha de Lex, dirige una operación de “limpieza” que se propone eliminar a un grupo de thanagarianos oculto en St. Roch. Simultáneamente, Flash se reúne con Hawkman en esta ciudad buscando más información sobre los cadáveres alienígenas identificados por el doctor Miller, y ambos terminan involucrados en dicha operación cuando dos de los thanagarianos logran escapar al ataque de los hombres de Luthor. Mientras tanto, el FBI se hace con la investigación dirigida hasta ese momento por la policía de Keystone requisando todos los documentos disponibles, al tiempo que Ronald Miller recibe una visita tan inesperada como mortal: Zoom, el Flash Reverso.

“¿Es esto un sueño?”, se preguntaba Lex Luthor mientras avanzaba por un interminable desierto de arena. El sol brillaba con fuerza y cada paso que daba era una agonía peor que mil muertes. Sin embargo, algo le empujaba a continuar, a cruzar la siguiente duna… a resistirse a abandonar.

No entendía por qué arrastraba una espada con su mano derecha mientras sujetaba un escudo con la izquierda. ¿Por qué vestía de aquella manera? Cota de malla, yelmo cilíndrico, manto blanco con una cruz roja ochavada… ¿Por qué no recordaba ser un Caballero Templario?

De alguna manera, presentía que estaba cerca de encontrar las respuestas que buscaba. “Una duna más” se dijo mientras se acercaba a la cúspide de la misma. Luthor aceleró el paso a causa de la excitación y no pudo evitar tropezar y caer al otro lado, rodando por la ladera hasta perder el conocimiento.

Abrió los ojos, escupiendo la arena pegada en sus labios mientras alzaba la vista: lo había logrado, había llegado a su destino. Lo presentía. Una muralla de tres metros de alto le impedía continuar su camino, pero sabía cuál era su misión allí: tenía que derribarla.

- ¿Nunca te rindes, Luthor? – Dijo una voz extrañamente familiar.

Recibió entonces una patada en el estómago que le hizo gritar de dolor; se incorporó y sus ojos se encontraron con los de su adversario: Supermán. Sentía que había algo extraño en él, aunque no era capaz de identificarlo: aquel diablo alienígena tenía la piel verde, los dientes afilados y una lengua serpentina. También vestía un yelmo y cota de malla, pero su manto era azul y una “S” roja sobre fondo amarillo adornaba su pecho. Una majestuosa capa roja caía además desde los hombros, y sus poderosos brazos sujetaban una espada y un escudo.

- ¡Apártate de mi camino! – Gritó Luthor mientras recogía del suelo sus armas. - ¡Debo destruir ese muro!
- Ese muro está bajo mi protección. – Le contestó Supermán sonriendo grotescamente.
- ¡Ya va siendo hora de que alguien te baje los humos, maldito alíen! – Dijo Luthor estrellando su espada contra el escudo de su adversario.
- No tienes ninguna posibilidad contra mí, Luthor. – Dijo Supermán contraatacando. - ¿Es que no has aprendido nada durante todos estos años? ¡Ríndete!
- ¡Nunca! ¡¿Me oyes?! ¡Nunca te daré esa satisfacción!

Los dos contrincantes se fundieron en un baile mortal; el acero de sus espadas chocaban una y otra vez, luchando desesperadamente para imponerse sobre el otro. Los ojos de Luthor desprendían puro odio: no volvería a sufrir otra humillación.

La cruel danza de la muerte acabó con la misma rapidez con que se había iniciado: Luthor fue más rápido y mejor, y atravesó el estómago de su enemigo con su espada. Supermán cayó de rodillas, sangrando un líquido viscoso por la boca mientras su mirada incrédula se perdía en el cielo. Con un fuerte mandoble, Luthor cortó de cuajo su cabeza y en un solo segundo, todo había acabado: la victoria definitiva era suya.

Satisfecho, riendo histérico pero agotado hasta la extenuación, se alejó unos pasos del cuerpo sin vida de su adversario; levantó su espada y la apuntó hacia la muralla de piedra. Instintivamente sabía lo que iba a ocurrir: de su arma comenzó a brotar una increíble energía mágica que golpeó sin piedad la piedra de la muralla, destruyéndola por completo.


La Casa Blanca. Washington DC. Hace dos d ías.

Lex Luthor abrió sus ojos repentinamente, despertándose de aquella pesadilla. A su lado se encontraba Laverne, observándole con semblante relajado, casi en actitud maternal mientras florecía en su rostro una sonrisa: el viaje a su subconsciente mediante hipnosis había sido un éxito. Podía notarlo. Sus barreras mentales habían desaparecido. Por primera vez en mucho tiempo su intelecto era libre, salvaje y desatado… Se preguntó por qué diablos se había conformado con tan poco durante tantos años…

St. Roch. Louisiana. Hoy.

Kowan Dan y su compañero thanagariano, Xandar Kaia, permanecían ocultos en un rincón de una azotea de la ciudad. La rodilla de Xandar se encontraba completamente destrozada; sangraba abundantemente y la fiebre le aumentaba a cada segundo. Kowan sabía que si no hacía algo rápidamente, su compañero moriría en menos de una hora.

Afortunadamente, aparte de las alas, el arnés incluía un cinturón utilitario, equipado entre otras cosas con material de primeros auxilios y emergencias.

Inyectó en la pierna herida de su compañero un potente anestésico, activando a continuación un pequeño láser: las palabras sobraban; ambos eran guerreros y habían sido entrenados para afrontar cualquier eventualidad.

Kowan procedió a la amputación de la pierna de Xandar por encima de la rodilla; el olor a carne quemada impregnó el aire, enrareciendo la brisa fresca del atardecer. Xandar estaba aturdido y confuso a causa de la droga y la cantidad de sangre que había perdido durante la operación. Kowan hizo el mejor trabajo posible considerando las circunstancias y el material médico de que disponía: le había salvado la vida a su compañero… y era una verdadera lástima que ahora tuviera que arrebatársela. El éxito de la misión era prioritario, así que sin dudarlo un instante, inyectó una potente droga vigorizadora en el cuello de Xandar.

El resultado fue inmediato, casi milagroso. Xandar abrió los ojos, recuperando la conexión con el mundo que le rodeaba.

- Lo siento. – Dijo Kowan. – Si tuviéramos acceso a un centro médico habrías sobrevivido.
- No te disculpes, yo hubiera hecho lo mismo en tu lugar. – Dijo Xandar incorporándose. La droga que le había suministrado le daría fuerzas durante un par de horas pero le condenaba a una muerte segura. – Somos guerreros de Thanagar: es un orgullo para mí morir en el cumplimiento del deber.
- Y es un orgullo para Thanagar tenerte como hijo. – Kowan hizo una pausa antes de continuar. – Llevamos demasiado tiempo aquí. Todavía nos buscan…
- Ha debido de ser Luthor, ¡Él nos ha traicionado! ¡Era el único que sabía de nuestra presencia en la Tierra!
- Estoy de acuerdo, y puesto que Carter Hall ya debe de haberse enterado también, nuestra prioridad ahora es informar a nuestros superiores para que la traición de Luthor no quede impune.
- Debemos llegar a las afueras de la ciudad… A nuestra nave.
- … Por separado tendremos más opciones. – Dijo Xandar adivinando la mirada de su compañero.
- Así es. – Dijo Kowan mientras se quitaba el arnés alado. – Póntelo, lo necesitarás. Yo conseguiré algún tipo de vehículo terrestre.

Sólo un momento después, el lugar se vio estremecido por un ruido ensordecedor: un helicóptero de combate de color negro, sin ninguna insignia que lo identificara, se había elevado hasta la azotea desde los pisos inferiores, cogiéndoles por sorpresa.

El aparato se mantuvo flotando en el aire dos interminables segundos; tiempo suficiente para que los thanagarianos reaccionasen y corriesen en dirección opuesta mientras la máquina de matar arrasaba el lugar con dos potentes ametralladoras. Kowan y Xandar consiguieron esquivar los proyectiles y situarse fuera del ángulo de disparo justo al otro lado del edificio, pero en ese instante, fueron interceptados por otro helicóptero que les cortaba el paso.

Una mirada intercambiada entre los dos guerreros bastó para entenderse: Xandar se lanzó al vacío, captando la atención de los atacantes y comprando un tiempo precioso para que Kowan se adentrara en las entrañas del edificio y huyese escaleras abajo. El helicóptero retrocedió y viró para mantener al otro thanagariano en su campo visual, disparando munición sin cesar y sin preocuparse por el importante daño personal y material que pudiera causar. Mientras caía, Xandar terminó de colocarse el arnés, evitando en el último momento convertirse en una masa de carne aplastada contra la acera. Con gran rapidez y maestría, el thanagariano desapareció volando entre las calles más estrechas del casco histórico de la ciudad.

- Se dirige hacia el norte. – Le dijo al piloto uno de los ocupantes del helicóptero. – El que va a pie todavía no ha llegado a la calle.
- Espero que sepas lo que haces. – Contestó el piloto. – Si los aliens escapan, nuestras vidas no valdrán nada.
- No tienen ninguna posibilidad mientras dispongamos de estos aparatos. –Dijo señalando un pequeño artefacto de color negro metalizado. –Detectan las constantes vitales thanagarianas y nos muestran su posición en cada momento.
- Está bien, avisa al equipo de tierra para que se encargue del alien que va a pie. Nosotros nos encargaremos del alado.

Apartamento de Ronald Miller. Keystone City. Kansas.

- ¡¿Qué demonios quieres decir con que nadie ha entrado en el apartamento?! – Tronó la voz de Chyre. - ¿Acaso insinúas que el Doctor Miller se ha reventado el pecho por accidente[1]?

Morillo se encontraba examinando el cadáver junto a un experto de la policía científica mientras que Chyre interrogaba a los agentes asignados a la protección del Doctor Miller.

- No... Claro que no, señor... – Contestó uno de los agentes. – El Doctor Miller llegó a casa solo. Diez minutos después, oímos unos gritos y derribamos la puerta, pero era demasiado tarde. Ya estaba muerto. ¡No consigo entenderlo! No tardamos más de diez segundos en entrar en su ayuda... ¡El asesino debía de estar oculto en la casa!
- ¿Y cómo logró huir, genio? – Preguntó Chyre.
- No puedo explicarlo... Señor.
- Genial. No puede explicarlo. – Dijo Chyre desesperado. Miraba suplicante a Morillo, buscando respuestas.
- Debe de haber una explicación lógica... – Dijo Morillo. – Quizás un metahumano...
- O unos agentes de policía negligentes... – Dijo Chyre mirando con dureza a los oficiales.

En ese instante, uno de los policías dio un paso adelante.

- En realidad sí que vimos algo, señor... Pero no me va a creer.
- ¡Cállate Jack! – Dijo su compañero. – Ya tenemos bastantes problemas como para que nos tomen por locos...
- Dime hijo... – Dijo Chyre acercándose curioso al policía. - ¿Qué es lo que habéis visto?
- A-algo pasó por nuestro lado. – Dijo nervioso el policía. – Sentimos una ventolera... No sé cómo explicarlo pero por un instante pensé que Flash estaba allí.
- ¿Insinúas que esto es obra de Flash? – Preguntó Chyre.
- La estela que vimos no era roja... sino amarilla.

Chyre y Morillo se miraron boquiabiertos.

- ¿Crees que...? – Preguntó Chyre.
- Eobard Thawne[2] está muerto. – Dijo Morillo antes de que Chyre terminara la pregunta.
- Sí claro, como si eso pudiera detener a esos psicópatas disfrazados. – Dijo Chyre.
- No vamos a descartar nada ¿Ok? Investigaremos todas las pistas y alternativas... – Dijo Morillo. - ¿Qué puede decirme sobre la herida del Doctor Miller? – Preguntó al científico de la policía que se encontraba sacando fotos del cadáver.
- Que ha sido la causa de la muerte.
- ¿Por qué no nos hace un favor y deja su humor fácil y de mal gusto aparcado en su casa?
- Ok, lo siento ¿Vale? Con todo lo que ha pasado últimamente estoy un poco nervioso.
- Disculpa aceptada. Continúe. – Dijo Morillo.
- Parece que le han atravesado la caja torácica desde la espalda... Con una herramienta larga y ancha. No lo sabremos con seguridad hasta que le practiquen la autopsia pero parece que sus órganos internos están machacados, como si los hubiesen metido en una licuadora. Jamás había visto algo así.
- No creo que podamos esperar a los resultados de la autopsia. – Dijo Chyre. – En cuanto el FBI se entere de que el Doctor Miller ha sido asesinado, ni siquiera esos mamones tardarán mucho en sumar dos más dos y seremos apartados del caso. [3]
- Necesitamos hablar con Flash de todo esto... ¿Cuándo nos dará un reloj de señales como el que tiene Olsen para llamar a Supermán?

Centro de St. Roch. Louisiana.

- ¡Eh! ¡Cuidado niñato!

Steve “Velocidad Terminal” hizo un medio giro con su monopatín para poder enseñar su dedo corazón al hombre que le había recriminado mientras rodaba a toda pastilla por la acera. Realizó diversas acrobacias y maniobras imposibles para esquivar a los transeúntes; algunos de ellos, personas mayores que debido a su carencia de reflejos estuvieron a punto de perder el equilibrio y desplomarse contra el suelo. “Panda de momias” pensó Steve mientras se acercaba a un paso de peatones. El semáforo se puso en verde y se dispuso a cruzar como un rayo, adelantándose a todas las personas que se aglomeraban en la acera.

Sin embargo, en el mismo momento en que llegó al paso de peatones, Steve tuvo que frenar en seco para evitar ser arrollado por una moto que se había saltado el semáforo, cayéndose al suelo y rodando por la carretera como un saco de patatas mientras su patín daba mil vueltas y terminaba estrellándose contra los bajos de un vehículo estacionado.

Mientras se incorporaba dolorido, diversas motos que parecían perseguir a la primera empezaron a saltar por encima de los coches parados, pasando a toda velocidad por su lado, como si no existiese, disparando con sus ametralladoras y consiguiendo que se orinara en los pantalones. Todo había sucedido en un abrir y cerrar de ojos, pero los accidentes de tráfico y atascos creados por su causa iban a alterar el ritmo de la ciudad el resto del día.

Entonces, una característica estela escarlata pasó por allí a la velocidad de la luz. Los motoristas perdieron sus armas, recolectadas por el hombre más rápido del mundo, creando la ilusión de que se habían esfumado en el aire.

- ¿Hawkman? ¿Me recibes? – Dijo Flash a través del intercomunicador de la JLA.
- Alto y claro Wally... pero ahora mismo tengo un pequeño asunto entre manos...

Ignorando por un momento el intercomunicador que le había entregado Flash sólo unos minutos antes, Hawkman estrelló su mazo contra la cola de uno de los helicópteros. La estructura quedó completamente destrozada, haciendo que el aparato se negase a responder las órdenes del piloto y cayera irremediablemente hacia las aguas del río St. Roch. Hawkman arrancó entonces la puerta del helicóptero y agarró a uno de sus ocupantes.

- ¡Sácanos de aquí! – Dijo desesperado.
- Como gustes. – Contestó Hawkman, tirándole directamente al agua.
- ¡Por favor, no nos mates! – Gritó el piloto.
- Esto no va a mataros, pero os aseguro que os dolerá durante semanas. – Dijo Hawkman arrojando a los otros dos ocupantes fuera del aparato.

El helicóptero se hizo trizas al estrellarse contra el agua, incendiándose en una gran bola de fuego que se apagó seguidamente mientras se hundían sus restos en el río St. Roch. Hawkman volaba como un auténtico halcón cazando a sus presas, rescatando a los casi inconscientes esbirros y entregándolos a la policía.

- ¿Aún sigues ahí, Carter? – Preguntó Flash.
- Sí, todavía me queda uno de los helicópteros. – Dijo Hawkman agarrando con fuerza su inseparable maza. – Definitivamente, están persiguiendo a alguien con un arnés thanagariano.
- Voy a noquear a los motoristas. – Dijo Flash mientras apartaba de la carretera a una anciana a punto de ser atropellada.

Flash tensó sus músculos; estaba en la mejor forma posible y detener a los motoristas iba a resultar un juego de niños.

- El “patas rápidas” acaba de entrar en escena. – Dijo uno de los esbirros desde el helicóptero que quedaba. – Está dejando fuera de juego a todo el personal de tierra.
- Yo me ocuparé de Flash; vosotros ya tenéis suficientes problemas con Hawkman. – Dijo el señor Angle mientras subía a una limusina. – Espero que esto funcione...
- ¿Señor? – Preguntó el conductor.
- Al aeropuerto. Lo más rápido que pueda. – Contestó mientras hacía otra llamada. – Actívenlo. – Dijo secamente. Colgó el teléfono y volvió a llamar.
- ¿Madame Laverne?
- Señor Angle... ¿Qué tal va todo?
- Flash está dejando inconscientes a nuestros hombres, sin mencionar que tiene la ayuda de Conan el Bárbaro.
- Ya veo. Parece que no queda otro remedio que activar mi pequeño invento anti-Flash.
- Ya he dado la orden, Madame. Todo ha sido dispuesto según sus instrucciones.
- Excelente.

Aquellas instrucciones consistían en situar a varios de los mejores científicos incluidos en la nómina de Lex Luthor en los cuatro puntos cardinales, a las afueras de St. Roch, cubriendo por completo toda la ciudad y sus suburbios. Cada equipo disponía de un generador, que activado de forma simultánea con los demás, creaba un campo de fuerza diseñado para identificar la energía cinética producida por Flash.

- ¿Funcionará? – Pregunto el señor Angle algo escéptico.
- Sin duda. De hecho, calculo que el señor West tiene tan solo un 2% de posibilidades de escapar vivo de esta trampa… Aunque sinceramente, espero que demuestre ser un digno adversario y lo consiga.
- ¿Puedo preguntar por qué?
- Matar a West no es nuestro objetivo, señor Angle. Además, diseñar y fabricar un instrumento para detener a alguien tan poderoso como él ha sido lo más grato y estimulante que me ha pasado en esta última década. Los retos son los que nos mantienen vivos, señor Angle.
- Lo que usted diga, Madame.

Laverne sabía que el aspecto más problemático a la hora de diseñar un arma eficaz contra Flash era cómo vencer el obstáculo de apuntar a alguien que se mueve a la velocidad de la luz; alguien que puede arrebatarte el arma y esconderla en cualquier otra ciudad de la costa oeste mientras parpadeas.

Sin embargo, a grandes problemas, grandes soluciones… Sabía que Flash se encontraba en St. Roch; por lo tanto, activando el arma desde los cuatro puntos cardinales de la ciudad, se aseguraba de atrapar a su presa. El campo de fuerza era visible, pero intangible para todos los objetos y personas… que no fueran Flash, ya que estaba diseñado para alimentarse de la energía cinética que éste generaba al correr, transformándola en energía térmica.

Ahora que el campo estaba activado, se iría estrechando y reduciéndose a gran velocidad, como un animal hambriento acechando a su presa. Puesto que ya se encontraba en su interior, aquella era la única carrera que el velocista escarlata no podía ganar.

Xandar Kaia viró en el aire desapareciendo entre las estrechas calles de la parte más antigua de St. Roch. Hawkman le había comprado un tiempo precioso que le permitía tomarse un pequeño respiro: su vida se escapa lentamente entre los dedos de sus manos y todavía tenía una misión que cumplir si quería morir con honor. Después de volar a baja altura por aquella jungla asfáltica durante unos minutos, y en la seguridad que proporciona el haber despistado a tus enemigos, Xandar se permitió recuperar el aliento escondiéndose en la zona más protegida de una azotea. La urbe era lo suficientemente grande como para garantizar su seguridad. ¿O no?

- Le tenemos. – Dijo el piloto del helicóptero perseguidor. – Su señal es alta y clara… Realmente útil este detector de thanagarianos.

- Acaba con él. – Dijo el que parecía ser el jefe de la operación.

Xandar Kaia no tuvo ninguna oportunidad: detenerse había sido un error fatal que pagaría con su vida. El helicóptero se situó a un par de edificios de distancia y disparó varios misiles que convirtieron la azotea en un mar de llamas y destrucción.

Hawkman apretó los dientes maldiciendo su suerte: no había llegado a tiempo por muy poco. Encolerizado y casi fuera de control, descargó su maza contra el helicóptero, golpeándolo sin piedad hasta destriparlo en pedazos, y conseguir que el aparato comenzara su inevitable descenso, incapaz de sostenerse en el aire. Seguidamente, Hawkman lo empujó con fuerza desde la cola; tenía los músculos hinchados por el sobreesfuerzo y apenas parecía poder dirigir la caída de la máquina voladora.

El pavimento se acercaba a gran velocidad y Hawkman se encontraba agotado, cerca de desmayarse. Tenía que lograrlo, no podía permitir que por su culpa resultase herido algún ciudadano inocente. Tenía que empujar un poco más, levantar levemente el morro del helicóptero para mantenerlo un rato más en el aire, justo lo suficiente para suavizar la caída en las espesas arboledas del St. Roch Park, cerrado ya al público a esas horas.

En el último momento, bailando al ritmo del grito de dolor de Hawkman, lo que quedaba del helicóptero se rindió al fin y cedió a las exigencias del “Guerrero Alado”, estrellándose contra el colchón de sauces de la zona sur del parque.

St. Roch, como cualquier otra gran ciudad de los EEUU, era un lugar acostumbrado a los super-héroes (no en vano tenía como ilustres residentes a dos de los más famosos miembros de la Sociedad de la Justicia de América) pero un “team-up” siempre resultaba nuevo y excitante; más si tenemos en cuenta el cariño que sentía la gente por Wally West, alias Flash.

Una estela escarlata recorría la ciudad entre el aplauso y el júbilo de los ciudadanos, que atónitos, presenciaban el arresto de un grupo de motoristas que estaban sembrando el terror en el centro. Como por arte de magia, éstos habían aparecido atados a las farolas de las calles. Wally pensó que era mejor dejar escapar al thanagariano motorizado; tenía la sensación de que le dirigiría a una presa mucho más sabrosa. Además, acababa de coger prestado un aparato electrónico de uno de los perseguidores que señalaba en todo momento la posición exacta del alienígena. Desde luego, no todo el mundo disponía de una tecnología tan avanzada…

De repente, sus oídos empezaron a zumbar y un terrible dolor le hizo perder el equilibrio y caer al suelo. Gritaba como nunca antes había gritado y el dolor, lejos de calmarse, aumentaba progresivamente. Sentía como si un billón de agujas penetraran en cada milímetro de su piel, atravesando la carne hasta perforar sus huesos. No podía respirar a causa del exagerado calor que le abrasaba y el dolor era tan intenso que amenazaba con acabar con su cordura.



En el St. Roch Park, la policía había acordonado la zona y la unidad de crímenes especiales llegaba a la zona boscosa, donde presumiblemente se había estrellado un helicóptero terrorista derribado por Hawkman. Cuando los agentes de la ley llegaron al lugar, los ocupantes del helicóptero trataban de salir del aparato: magullados y con algunos huesos rotos. Aquellos duros mercenarios pedían a gritos ayuda médica, abogados y sobre todo, en vistas de un más que probable nuevo encuentro con Hawkman, pedían ser arrestados inmediatamente.

Uno de los policías encontró a Hawkman inconsciente a una docena de metros del aparatoso accidente, semienterrado entre las ramas arrancadas de los árboles. Se agachaba para comprobar su estado cuando éste despertó de un sobresalto.

- ¿Está usted bien? – Preguntó el policía.
- Sobreviviré – Dijo Hawkman, incorporándose y haciendo evidentes gestos de dolor.
- Será mejor que visite a un médico… - Dijo el agente con sincera preocupación.
- Gracias, pero el metal Nth de mi uniforme es el mejor matasanos que conozco. Disculpe un momento. – Dijo mientras trataba de comunicarse con Flash a través del intercomunicador. - ¿Wally? ¿Estás ahí?

Pero Hawkman no recibió respuesta alguna, y no podía quitarse de encima la sensación de que algo verdaderamente terriblemente estaba sucediendo…


A pesar del inimaginable dolor que sufría, Flash dedujo que se encontraba bajo el efecto de algún tipo de arma diseñada específicamente contra él y que cuanto más se moviera, más intenso sería. Si intentaba vibrar para liberarse de aquel ataque, seguramente moriría. No trató de entender el fundamento científico que se ocultaba tras aquella trampa mortal; solamente hizo caso a su instinto… y éste le gritaba a voces que se detuviera, que parara… que no moviese ni un músculo… Pero eso no parecía suficiente: su corazón seguía bombeando sangre; sus glóbulos rojos seguían transportando oxigeno por todo su cuerpo; sus leucocitos seguían defendiendo su cuerpo de virus; y sus nervios seguían enviando impulsos eléctricos a su cerebro.

En todos sus años como aventurero enmascarado, primero como Kid Flash y luego asumiendo el manto heredado de su tío Barry, Wally jamás había usado su poder de aquella manera. Asumió en su desesperación que la velocidad era algo relativo; después de todo, un gueopardo es muy rápido comparándolo con un ser humano, pero sumamente lento comparado con un jet a reacción…

Su poder le permitía conectarse con la misma Fuerza de la Velocidad, y siempre la había utilizado para moverse más rápido de lo normal… hasta alcanzar la velocidad máxima según las leyes físicas de nuestra dimensión: la de la luz. Sin embargo, nunca había pensado en utilizar la Fuerza de la Velocidad para moverse más despacio aún… Bajando en la escala todo lo posible, incluso a nivel celular… Haciendo que sus constantes vitales, sus funciones corporales y todas las células de su cuerpo se ralentizasen al máximo… Entrando en un estado de muerte cerebral que Wally no estaba seguro de ser capaz de revertir.

Los generadores del campo de fuerza dejaron de funcionar, y en respuesta, los científicos encargados de su construcción y montaje estallaron en gritos de júbilo. Se habían quedado sin suministro… y debido a que funcionaban con la energía generada por Flash, todos se apresuraron a dar por muerto al velocista escarlata.


- ¡Dejad paso! ¡Dejad paso! – Gritaba un joven miembro de los servicios de primeros auxilios de St. Roch.

El joven y su compañero, consiguieron llegar hasta Flash, que se encontraba inmóvil en el suelo, rodeado de cientos de curiosos.

- No respira. No tiene pulso. – Dijo alarmado uno de ellos. - ¡Dios mío, le hemos perdido!
- No... No aceptaré eso... ¡Vamos! – Le contestó el otro, -Voy a hacerle la reanimación cardiopulmonar. ¡Vamos héroe! – Gritaba mientras presionaba el pecho de Flash con las manos entrecruzadas. - ¡Ahora! – Le dijo a su compañero para que insuflara aire en los pulmones de Flash. - ¡Vuelve con nosotros Flash, te necesitamos! – Decía mientras continuaba con las compresiones.

Después de unos segundos agónicos, Flash tuvo una convulsión: había reaccionado a la reanimación y el héroe de Keystone City abría sus ojos confuso, sin saber muy bien qué era lo que había sucedido.

- Hay pulso... Respira... Lo hemos conseguido. No puedo creerlo... – Dijo alucinado uno de los sanitarios mientras que la gente que les rodeaba vitoreaba y aplaudía.
- ¿Qué... me... ha... sucedido? – Dijo Flash, tratando de incorporarse. – Ya recuerdo... Una especie de trampa...
- Señor West... Flash... No trate de levantarse, una ambulancia está de camino.
-Me habéis salvado la vida... – Dijo Flash cada vez más recuperado. – Gracias.
- No hay por qué darlas, por favor… Pero no se mueva.
- Ojalá pudiera permitirme ese lujo, créame, pero estoy tan cerca de descubrir lo que está ocurriendo que no puedo detenerme ahora. Me temo que Flash debe de seguir corriendo – Añadió, desapareciendo a supervelocidad.


Kowan Dan dejó tirada su moto cerca de la carretera 66 y se adentró en el bosque a pie. La nave que les había traído a la Tierra llevaba incorporado un sistema de camuflaje inteligente muy avanzado, que le permitía permanecer completamente invisible a los ojos humanos. Kowan activó una orden por medio de su voz y a continuación, el sistema de camuflaje se desactivó, mostrando la impresionante nave thanagariana.

- Fin del juego, seas quien seas... – Dijo Flash apareciendo detrás del vehículo espacial.
- ¿Cómo has…? – Preguntó sorprendido el guerrero alienígena.
- Tenéis un enemigo muy poderoso. – Dijo Flash enseñándole el aparato detector de thanagarianos.
- Luthor... – Dijo Kowan con desprecio.
- ¿Sabes? Tú y yo vamos a tener una larga charla...

Sin embargo, antes de que el thanagariano tuviera la oportunidad de contestar, su cabeza reventó en miles de pedazos, desplomándose su cuerpo sobre el suelo como si se tratara de un saco de arena. Detrás del cadáver ensangrentado, surgió la figura del responsable de su muerte: Zoom, el Flash Reverso.

Wally no podía dar crédito a lo que ocurría justo delante de sus ojos y las palabras apenas lograban abrirse camino por su garganta.

- ¿Sorprendido, Wally? – Dijo al fin Zoom.

- ¿Quién eres? No puedes ser Eobard Thawne... - ¿Y qué significaba todo aquello?, se preguntaba Flash. ¿Qué diablos tendría que ver Zoom, fuese quien fuese, con el ataque a la central de policía de Keystone, con aquellos thanagarianos o con Luthor?

- Soy alguien que conoces muy bien, Wally… Me sorprende que todavía no lo hayas deducido…

Aquella voz… Aquel lenguaje corporal… Aquellos ojos…

- Veo que empiezas a sospechar la verdad. – Dijo Zoom.

- Tus juegos no darán resultado conmigo.

- Te lo voy a poner más fácil, entonces. – Dijo retirando la máscara que cubría su rostro.

En aquel instante, el mundo de Flash se volvió por completo del revés. Sentía náuseas y un repentino sudor frío que pronto cubrió su piel. Su mente trataba de convencerle de que era una trampa de alguno de sus enemigos, un holograma o algún tipo de robot, pero su corazón sabía la verdad, lo había sabido desde el primer momento en que lo vio.

- Yo soy tú. – Dijo sonriendo Zoom. – Soy Wally West.

Continuará...

Referencias:
[1] Como vimos en el número anterior, fue Zoom quien asesinó al Doctor Ronald Miller.
[2] Eobard Thawne es el Flash Reverso.
[3] Como vimos en el número anterior, el caso del derrumbe de la central de policía de Keystone está en manos del FBI.

2 comentarios :

  1. Brillantes persecuciones y escenas de acción las que vivimos en este episodio que apenas da un respiro.
    Una vez más encantado con los secundarios y con la ambientación en sí tanto de la ciudad como de los elementos de ciencia ficción que rodean a los thagarnianos.
    Destacar por otra parte las escenas de acción, perfectamente narradas y que te dejan enganchado a la pantalla jejeje
    Interesante lo relativo también al artífice de la muerte de Kowan Dan, de lo que no diré nada más porque seguramente sería spoiler, pero muy interesante que haya muerto a manos de este Zoom.

    Y por supuesto el golpe de efecto que más te descuadra y te deja boquiabierto es la identidad de este Zoom, ¿estarán jugando los autores con nosotros? ¿o es realmente quien dice ser? Que tensión!! :p

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    1. Qué raro se me hace saber que alguien está leyendo ahora estos números en los que trabajé hace tantos años :) Reconozco que este episodio y el anterior son mis preferidos de la saga, con la acción girando alrededor de la "caza del thanagariano" en St. Roch mientras Hawkman y Flash van cada uno por su lado, y se empieza a desvelar el misterio que oculta este nuevo Zoom.

      Ah, qué recuerdos... :P (¡me alegro de que te esté gustando!)

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