Hellblazer: Hotel Pandemonium nº03

Título: Tiempo de pleno verano en Caliban Street (y III)
Autor: Miguel Angel Barral
Portada:
Publicado en: Septiembre 2003


Soy el que sale de entre las sombras, con gabardina, cigarrillos y arrogancia, preparado para tratar con la locura. Lo tengo todo bien atado. Puedo salvarte. Aunque te cueste hasta la última gota de tu sangre te sacaré los demonios. Les patearé las pelotas y les escupiré cuando caigan y los mandaré de vuelta a la Oscuridad, dejando solo un saludo, un guiño y un chiste. Sigo mi camino solo... ¿Quien querría andar conmigo?
John Constantine creado por Alan Moorey Steve Bissette

Resumen de lo publicado: El verano de Caliban Street viene  de un futuro indefinido. Sus moradores quieren que Constantine investigue las razones por las que el Libro de Darkhold perderá en breve su poder. El precio del trabajo es la vida y la libertad de Gemma. Por su parte,  Straff recupera un verano de tiempos pasados y Constantine se lo arrebata. Ms. Firth revuelve los armarios traseros de Constantine. El demonio Mr. Jinx se instala en Liverpool.



“Ahí van,
se conocen desde siempre
pero no se reconocen fácilmente”
(Rafael Argullol )
                                             
La percusión alcanza un clímax  rayano en cacofonía pura. Masas de metal que se retuercen en una autopista de fuego, huracán termonuclear.
Y... calla.
Entonces levanto el micro, hago algo con la pelvis que merece una salva de aplausos y silbidos. Entro muy bajo, muy bajo, susurrante...
Salud compañero,
 hoy quisiera hablarte
de certezas...
Se que esperas que repare tus brújulas
o que te dibuje un mapa
con las tizas
de nuestra infancia.
Pero no puedo, pero
no puedo...
 Aquí expongo  al objetivo mi jeta con una expresión que pretende matizar la angustia a fuerza de  complicidad. La cosa es seria chicos, pero no vamos a dejar de divertirnos. El zoom se apresura a recogerme  en pactado  primer plano, y por obra y gracia de  la mesa de edición  mis ojos encendidos  y mi media sonrisa  irán a fundirse con la imagen del bateria que vuelve a entrar en acción...
¿Cuándo y dónde se grabó esto? No estoy seguro de la fecha. En cambio creo que reconozco el lugar. Sheffield , un hangar  a las afueras de Sheffield. Un centro cívico. O quizás el garaje casi en ruinas del padre de un amigo de alguien.
Visité los laboratorios de Su Majestad
en calidad de  revolucionario invitado,
colega.
Y vi un gato en  una campana de cristal:
condenado a muerte
por haber robado
los dados de Dios...
Y Gary Lester escribió la canción. Háblame de Gary Lester, John Constantine...
De pronto, en el presente,  los cubitos de hielo  tintinean contra el borde del vaso y  la raya de coca pierde su rectitud. Baile de mariposas en el  estómago. Coño, tercera sacudida en la última media hora. Tercera turbulencia. ¿Hay hojas de reclamación en las oficinas de Delirio Airlines? Vale. En condiciones normales estaría nervioso. Pero, a ver listillos, ¿hay alguien capaz de decirme qué queda de...normal...en mi vida? por lo tanto me lo tomo con calma.  Si al Gulfstream se le ocurre desintegrarse,  seguro que por ahí andará Superman para recogernos. O un coro de ángeles. O un equipo de socorristas del año cuatromil. Lo que sea, y cuanto más raro mejor.  Pues tengo la certeza de que en alguna parte está escrito que todavía no ha llegado mi hora, puesto que  el juego debe  continuar hasta el final. La bola tiene que  seguir yendo de un lado a otro, marcando puntos de dolor y locura...
Me encojo de hombros , sacudió la cabeza y  me lanzo a por la  segunda ración de polvo mágico.
Pensar en Gary Lester invocado por Straff resulta más terrible que pensar en catástrofes de aviación...
Háblame de Gary Lester...
Aspira, aspira...
 Trece horas antes...
- Sabíamos que podía terminar así-dice el puñetero ciego, apuntándome con la estaca de fresno barnizada con sangre seca y restos de carne y cabellos.
- La cuestión  del libre albedrío.- casi le escupo-Siempre la misma canción...
El cenicero rebosa colillas en el centro de la mesa de billar. Hemos cerrado las contraventanas porque sabemos  que  por ahí afuera acecha algo con pico, garras y hambre de tipos con gabardina. Plumas blancas, ojos de oro diabólico. Tenemos miedo.
En alguna parte suena el timbre de un teléfono...
- Todos sabíamos cuales eran los riesgos-media el que se hace llamar  Dr. Oculto.
Aumenta el volumen del timbre...
Asiento.¿Dónde he puesto la cerveza? Gente, yo tenía una cerveza entre las manos hace un segundo...
Timbre...
- ¡Constantine!!Constantine!-grazna  una vieja pordiosera, desde detrás de la mesa de billar-¡Por mi triste corazón perdido, John Constantine, descuelga de una vez ! Es la pobrecilla  con la ahora te acuestas.
Me incorporé con un grito a flor de labios.
Timbre...
Reconocí  el dormitorio de Dani. Miré el teléfono de la mesilla.
Descolgué...
-...
- Buenos días, John, por tu bien espero que estés sólo...
Sonaba igual que si viniese del centro de la tierra.
- Joder, Dani, que mal te oigo...
- ¿John?
Me di cuenta que sostenía el auricular al revés. También  vi que el reloj marcaba las diez y cuarto de la mañana. Al enderezar el auricular el cable se me enrolló en el codo. Me liberé con malas maneras. Con el tirón, arrastré el aparato y un vaso cayó de la mesilla. La alfombra evitó que se rompiera.
- ¿John, estás ahí?
- Sí, Dani, sí...
Sujetando el auricular entre hombro y cabeza  intenté inclinarme a por el vaso. No llegaba. El teléfono volvió a desplazarse amenazando con desplazar  el paquete de Silk Cut, el encendedor y la novela de Richard Laymon en rústica que había empezado antes de ceder al sueño.Mejor dejarlo correr. Me sacudió un doloroso ataque de tos de fumador.
- Mier...mierda...
- ¿De resaca, querido?¿Tanto me añoras que te das a la bebida?
- No. Perdona. Tenía un sueño...raro...
 Me tendí. Encontré la almohada empapada en sudor. Mi cabello y  mi nuca también lo estaban.  
- Entonces he hecho bien en despertarte. A todo esto, ¿cómo sigue Londres?
- Los cuervos continúan graznando en la torre, Dani. ¿Y Australia?
- Polvorienta...Pero, cariño,  tengo buenas noticias. El congreso termina mañana al mediodía, así que no tardaré en estar otra vez en casa.
- Dani-tragué saliva-me temo  que ha surgido un pequeño problema. Pensaba llamarte pero te has adelantado...
- ...
-  Tendré que estar fuera unos días...
-John, ¿no hablas en serio, verdad?
-Por desgracia, sí.
-...
-Lo siento, amor.
- ¿De qué problema se trata , John?
- Un asunto de negocios, Dani.
- Negocios.
- Negocios...
- ...
Me froté el pecho. Más sudor. Tosí, ya  con menor violencia.
- ...
- Dani, escucha, si no fuese un asunto de importancia no me marcharía.
-...
- Dani...
- Vale, vale, John. Pero... comprende que esté...desconcertada...¿A dónde vas?
- Nueva York.
- ...
Supe que estaba contando hasta mil para no empezar a gritarme. Me imaginé un globo sobre su cabeza lleno de rayos y porras con pinchos y frascos de veneno.
- ¿Anda Rich de por medio?
- No. Es cosa mía.
- Poco o nada legal, supongo.
- Dani...
- Ok, no es necesario que  digas más. Estoy liada con John Constantine y tengo que asumirlo. Lo tomas o lo dejas,¿verdad? Bueno-suspiró-tampoco resulta  ninguna novedad. De hecho, creo que ya hemos tenido esta conversación otras veces.¿Cuánto tiempo estarás fuera?
- El mínimo posible, te lo prometo.
- Genial...Al menos, ¿regaste las plantas?
- Si.
- Y...¿me extrañas un poco?
- Dani...
Escuché  el timbre de la puerta que siempre me hacía pensar en los primeros acordes de Tubular Bells.
- Llaman.  Espera un segundo...
Al levantarme experimenté un principio de mareo. Supe que necesitaba con urgencia aspirinas y café muy cargado. No tenía tiempo ni ganas de vestirme así que me limité a abrir el armario y pescar la camiseta que estaba más a mano. Era de Dani  ,olía a ella      y llevaba estampado el mensaje Wakanda Love Parade. Pasé de calzarme.
Llamaron otras dos veces en el trayecto entre dormitorio y  puerta.
Abrí...
- ¿Mr, hu,  John Constantine?
Le calculé  diciseis años. El cabello muy rojo y el rostro grabado  por la  viruela. Vestía  chaqueta de motorista. Masticaba  chicle y  los auriculares de un walkman le colgaban sobre el pecho.
- Soy de Melville International ,hu. Traigo esto para usted. Naturalmente, hu, tendrá que firmar el recibo...
Cogí  un sobre rectangular con el anagrama de Melville  impreso en dorado en la esquina superior derecha. Sin miramientos introduje un dedo por la   pestaña y rompí el envoltorio. El chaval frunció el ceño. Quizás no le gustaba que las cartas se abriesen de aquella forma. El sobre contenía el  billete para un vuelo a Nueva York que despegaba de Heathrow  a las cinco  de la tarde. Primera clase. Fumadores. Se movían bien y  rápido los de Metafísica Espectacular.
- ¿Puedo saber quién hizo el encargo?-pregunté.
- Yo sólo soy, hu, el chico de los recados. Hu, si hay algún problema tendrá que discutirlo con las oficinas.
- Nada de problemas, tranquilo. Lo decía para comprobar la eficiencia de mi secretaria.
- Bien. En ese caso,  hu, tendrá la amabilidad de firmar aquí, por favor...
Me tendió el correspondiente bloc más un bolígrafo barato con el extremo mordisqueado. Los cogí y apoyé el primero en el marco de la puerta.  Estampé el garabato y a continuación, mientras le devolvía la libreta  al muchacho, vi aparecer a Straff  por el fondo del pasillo. Llevaba las manos hundidas en los bolsillos de la parka y tenía la cabeza baja. Caminaba despacio.
- Straff-le saludé-llegas a tiempo para el desayuno.
El chaval me deseó buenos, hu, días, se puso los audios en las orejas, manipulo el volumen del walkman  y se marchó.
Entré en el apartamento...
- Cierra tú, Straff. Tengo a Dani  al teléfono-dije.
Tiré  el sobre en una estantería y me encaminé el  dormitorio.
- Por cierto ¿ no deberías estar en el curro, Straff?
¿Qué querría? Pensé en un sablazo. O quizás arrastraba  la mañana depresiva y buscaba un hombro sobre el que llorar.¿Habría estado rondando por ahí toda la noche?¿Vendría mamado? Parecía tambalearse al caminar...
- ¡John, esto tiene que acabar!-gritó.
Me giré...
El corpachón de Straff ocupaba todo el marco de la puerta.
Como el cuchillo de carnicero su puño derecho.
- ¿Se puede saber que demonios está haciendo, Mr. Constantine?
- Digamos que me tomo un respiro...
- No sabía que consumiese esta clase de porquerías.
El publico aplaudió. Comenzaba otro tema. Instrumental.
- Soy una estrella del rock, amiga mía. Viajo en jet privado y me coloco.
- Satchmo Hawkins los calificó de muy buenos aunque no  bastante genuinos.
- Vaya,¿también conoce a Satchmo?
- Tengo una agenda muy amplia, Mr, Constantine.
- Entonces sabrá  que Satchmo tampoco es del todo ... genuino. Un burgués de mediana edad con fascinación  por la música de los suburbios y los fenómenos culturales periféricos.  Y  por los músicos , claro. Cuanto más jóvenes mejor.
- Quizás fue por eso que a usted le gustaba jugar al gato y al ratón con él.
- No, qué va. Pasó ...bueno, nunca terminamos de sintonizar...Pero tengo que admitir que  escribió cosas muy agradables sobre mi. Al menos, nadie puede negarle la deportividad.
Plano general. Las cabezas meciéndose  al son del sintetizador. Estábamos en el obligado momento de paz entre dos trallazos  sónicos. El momento en que los más entusiastas levantan mecheros encendidos. La hora del lento. De la fábrica en llamas habíamos saltado a las orillas de un mar primordial. Los Hawkwind lo hacían mejor, cierto,  pero nosotros tampoco nos quedábamos cortos. Yo aprovechaba tales  paréntesis para largarme a por bebida o hierba o en busca de un sobe rápido con alguna miope tirando a cegata capaz de confundirme con alguien de veras famoso. Cuesta de creer pero Mucous Membrane congregaba a cierto número de colegialas. A veces (puede que las mejores veces )  se traían el uniforme, pero por lo general comparecían vestidas con mallas negras, correas de mastín al cuello y los ojos sobrecargados de rimmel. Disfrutaban con tres o cuatro temas y después empezaban a preguntar cuando salían los Sex Pistols.
- Pero basta de ruido  Mr. Constantine-cogió el mando y pulsó el stop- Pienso que es hora de abrir nuestros corazones...
- Sé lo que me hiciste, John...
Avanzó un par de pasos.
- Sé lo que eres y sé lo que me has hecho...
Sus ojos tenían un brillo febril que contrastaba con la palidez del rostro. Era el mismo brillo que había visto el día anterior , mientras trasteaba en su cabeza, pero multiplicado por tres. Y con un desagradable punto de frialdad.
- Escucha...
- Shhh, calla. Cállate bocazas.  No tienes nada que decir, John. Ni una palabra.
- De acuerdo...
- ¡Y ni se te ocurra hacerle nada a mis pensamientos!
Dos pasos más. El filo del cuchillo osciló de derecha a izquierda. Era una herramienta de carnicero, de por lo menos tres dedos de ancho, con mango de madera. Parecía bien afilado. Incluso demasiado. Deberían prohibirlas. 
- Te he descubierto, John Constantine, parásito del infierno. Straff, el don nadie, el idiota, el tonto del culo... te ha descubierto.¿A qué tiene gracia?
- Según como se mire...
- ¡Silencio, John Constantine!
Alcé las manos en plan conciliador.
-  Creía que eras mi amigo y habría hecho cualquier cosa por nuestra amistad.
- Pero soy tu amigo, Straff.
Otro paso adelante. Medio hacia atrás, en mi caso.
- Que mentiroso estás hecho. No eres amigo de nadie, John Constantine. ¡Se lo que me hiciste, coño! Menuda prueba de amistad... Y no sólo a mi, no. También sé como has estado jugando con Rich y Michelle y como acogotaste la paciencia de la pobre Kit.
- ¿No puedes tranquilizarte, Straff? Sentémonos y...
- Háblame de Gary Lester , John Constantine. Y de  la niña que se quema en el infierno...
- Coño...
- Menuda cara se te ha puesto. Si pudieras verte... Preces sorprendido y asustado. Caramba, sí,  eres un gran actor. El rey de los putos comediantes. Astuto , escurridizo a más no poder, siempre con una excusa a mano. Pero, ay,  nada dura para siempre, John Constantine. Antes o después la comedia se termina, John...Se termina...Se termina...
Levantó el cuchillo...
- Se termina...Gracias a Dios...
El instinto me hizo alzar las manos, esperando el golpe. El corte en los dedos sería profundo, pero dudaba que pudiese dañar las dos manos a la vez , así que al  menos una quedaría libre para repeler la agresión. Planeaba golpearle  directo en la cara y después probablemente tendría que entrarle con las rodillas en el vientre o el estómago. Confiaba que el puñetazo le hiciera soltar el cuchillo.
Pero...nada. Estrategia inútil. Papel mojado.
Porque el cuchillo entró en acción, claro que sí...
Pero en un sentido  inverosímil.
Sorprendente. Inesperado. Ilógico.
Pues la hoja giró hacia atrás y...
... se clavó justo  en la base de la garganta de Straf.
Solté un grito.
Straff comenzó a sonreir...
-Se termina...
Y la mano, lejos de quedarse quieta, se puso a empujar.
Straff ni siquiera parpadeó. Todo lo contrario, sus ojos relucientes continuaron fijos  en mi. Al igual que  su sonrisa, que, Dios bendito,  acaso fuese la más ancha que jamás le hubiese visto.
- Se termina, John...
Las palabras vinieron acompañadas de burbujas de sangre manchando  dientes y labios, camino de convertirse  en un abanico de hilachas colgando de la barbilla...
Hostia puta, con que fuerza clavaba el cuchillo.
Jadeé...
Un centímetro y algo de acero desaparecía en la  carne.
- El final...
El rojo le manaba  de  boca y cuello. Caía hacia el frente de la parka  y más abajo, hacia la cintura y las piernas.
El brillo de los  ojos se había acentuado. Demencial, maníaco.
- ...final, John Constantine...
Entonces los dedos se abrieron. La mano abandonó el mango, descendió  y quedó colgada  a un costado del cuerpo.
Pense:”Ha terminado”.
Pensé:”Jesús, ha terminado”.
Y dije algo pero no recuerdo qué.
O puede que no dijese   nada y sólo me limité  a expulsar el aire asustado  que mis pulmones llevaban una eternidad reteniendo.
Había transcurrido un siglo. Había transcurrido medio minuto. Un siglo de medio minuto. Puede que menos incluso.
La sangre mojaba   el suelo.
Straff tembló...
Straff movió la cabeza de derecha a izquierda y al revés...
Straff gimió...
Straff abrió los ojos mucho los ojos...
Straff inclinó la cabeza...
El hueso de la barbilla hizo un sonido muy desagradable  al tropezar con  el mango del cuchillo.(Por fuerza tuvo que sonar bajo, pero mis nervios lo amplificaron)
Straff irguió la cabeza...
Cerró los párpados...
Inspiró en profundidad, como un atleta preparado para el salto de su vida...
Su sonrisa (porque el muy  cabrón continuaba sonriendo) era un agujero rojo...
A continuación, expulsó el aire sacando  una repugnante mezcla de sangre y mocos por la nariz...
- Bastardo...-gañó Straff.
...al mismo tiempo que levantaba ambas manos   en dirección al cuchillo...
- Está bonita así, con el cabello húmedo...
 También podría haber dicho algo sobre lo que se entreveía debajo del albornoz  mal ajustado, pero no era cuestión de exagerar. Iba  descalza, el albornoz era blanco.
- Usted también tendría que ducharse, Mr. Constantine. No huele precisamente a rosas.
Se había sentado junto a una ventanilla que la escarcha de la altura y la oscuridad convertían en espejo. Yo continuaba en la barra del mueble bar. Sin música se percibía con nitidez  el sonido de los reactores.
- Es que he tenido un día de perros-dije-¿Quedan más polvos maravillosos?
- No.
Sus ojos eran marrones y su nariz muy ancha. Pómulos marcados, labios gruesos.
- Entonces, si no te importa, me serviré otro whisky...
- Como quiera, Mr. Constantine. Aunque prefiero que  sepa que me importa.
- ¿Y por qué?¿Quién te ha nombrado ángel de la guardia de mi hígado?
- Para ser alguien a quien Robert Anton Wilson describió como el nervio subterráneo del Londres oculto parece usted bastante inestable, Mr. Constantine...
- Bueno,¿y no será que lees demasiado, niña?
- Ms.Firth, Mr. Constantine. O Antonia Firth, o Antonia. Antonia me gusta. Pero nada de niña, ni tía... ni cosas  por el estilo.
- Eso mismo, Ms. Filth. Perdón, Firth. Perdón...Y me estoy preguntando en que rama de la internacional feminista milita usted...
- Vaya-suspiró- sospecho que mi problema no son las lecturas, sino la  credulidad...
- Oye, Antonia, ¿siempre hablas así?
- ¿Cómo hablo?
- Utilizando ese acento de niña rica como si fuese una apisonadora.
Estiró una pierna hacia el asiento de enfrente. Pie grande, tobillo grueso. Pese a todo , atractivo. Sólido, terrenal. Como sus caderas. Arquetipo de mujer Tauro. Anoté el preguntarle la fecha de nacimiento. 
- Vamos, Mr. Constantine, basta de juegos. Relájese, venga aquí y hablemos.
Me serví el whisky, pegué  un trago y seguí en el taburete. De todos los chalados del presente y del futuro que había conocido en las últimas horas,  ella era quizás  la que más me intrigaba. Desdeñosa, desde luego impertinente y un punto o dos estúpida. Y sin embargo... Suspirando, se levantó. Al hacerlo el albornoz resbaló descubriendo casi por completo su pecho izquierdo. Turgente, con una aureola amplía y oscura.
- ¿Me invita a un cigarrillo, Mr. Constantine?
No esperó respuesta. Tampoco hizo nada por taparse el seno. ¿Le gustaba que lo viese o sencillamente no lo importaba? Se apoyó a mi lado en la barra,  cogió el paquete de Silk Cut y sacó un pitillo.
-¿Me das fuego, guapo?
Me reí. Ver para creer.! Ahora parecía una niña en una mala función de fin de curso. Sostenía  el cigarrillo con una pose inspirada  en  alguna película o de algún anuncio y lo de guapo sonaba tan impostado  que podía tomarse por una broma.
-Déjalo-sonreí- no te esfuerces.
-Fuego...
Apuré el vaso, lo dejé con un golpe seco,  le tendí el encendedor . Lo cogió y tuvo problemas para hacer saltar la llama. Lo intentó tres veces y a la segunda me pareció que estaba a punto de romperse una uña. Su obstinación resultaba enternecedora.  A la tercera vino  la vencida, que se dice. Encendió el Silk Cut, masticó el filtro, aspiró y, al final,  contrajo el rostro como si acabase de morder un pedazo de hiel. No creo que  tráguese el humo, pero tosió.
- Venga, Antonia-bajé del taburete y le arrebaté el cigarrillo de entre los dedos-déjalo ya. Tú ganas. Vamos a charlar.
Straff cortó de costado, en dirección a la yugular.
Estaba pensando que igual intentaba la heroicidad de serrar hacia arriba, pero nadie es tan estúpido...
Fue en busca de la vena. Y la encontró...
Joder, si la encontró...
La explosión de sangre me alcanzó la cara.
Salpicó también las paredes y los muebles cercanos.
Humeante, pegajosa, apestando como a hierro caliente.
Me espabiló...
Me desplacé hacia la derecha, eché un vistazo a las estanterías  y me fijé en una estatuilla de piedra de aspecto macizo. Era la reproducción de un trabajo en granito de Schlosser, o eso informaba la placa de metal de la base.
La cogí y miré de  estrellarla contra la cabeza de Straff...
He dicho que lo intenté...
Porque cuando estaba a punto de impactar en el blanco...
... el objetivo se fue  hacia abajo y el golpe solamente  encontró aire. Por desgracia, con la inercia del movimiento aflojé la presión de los dedos, y el Schlosser  voló hacia el otro extremo de la habitación. Encontró la pared e hizo añicos el marco de cristal de un cuadro. Al caer,  astilló el canto de un mueble y al tocar el suelo se partió limpiamente en dos.
Bravo, John. Recordé a Dani al teléfono. ¿Qué había dicho de cuidar las plantas y el apartamento? Y, por cierto, que no había colgado...
Bajé la vista...
Straff se hallaba de rodillas. El cuchillo sobresaliéndole del cuello y los brazos caídos e inmóviles...
¿Era el final o aún guardaba más sorpresas?¿Se abriría el  pecho en dos y saldría un alienígena?¿Se levantaría, se quitaría unos postizos y gritaría “eh, embauca, vaya pasadas venden en las tiendas de bromas”?
Pero mantenía  los ojos cerrados...
Y a herida burbujeaba de manera rítmica, punteando  la respiración...
El charco rojo tenía cerca  de medio  metro de diámetro. Lo pisé al inclinarme hacia Straff. Luché por no vomitar.
Alargué una mano y le toqué un hombro...
Me respondió con un quejido casi inaudible.
- Straff -dije-Tranquilo, ¿vale, compañero?-era una chorrada, pero qué más podía decirle- No te muevas,¿vale?
Intenté recordar cuanta sangre contiene un cuerpo humano, calcular cuanta habría perdido. Me pregunté como demonios se taponaba una herida de aquellas dimensiones y si era conveniente  retirar el cuchillo o no...
Joder, ¿qué haría en un caso así el Dr. Ross? Mierda, ¿por qué nunca presté atención a las putas series de médicos?¿Por qué no me hice boy scout?¿Por qué no me suscribí a cualquiera de esas enciclopedias de salud que te vendían en la puerta a la hora más intempestiva? Seguro que cualquier habitante de Londres sabe de sobras como actuar cuando un amigo se abre el cuello en tu sala de estar...
Me quité la camiseta y la doblé.
Mis pies insistían en  chapotear en aquella sangre...
Me pareció que Straff temblaba y pensé en el frió que dicen precede a la muerte...
Inclinando el tronco, acerqué la camiseta a la herida. Esperaba no tener que arrodillarme yo también...
Entonces experimenté  el pinchazo en la base de la nunca... y Ms.  Antonia Firth hizo su entrada en escena...
-Y bien, Antonia, puedes empezar diciéndome qué hago aquí...
- Es mi buena obra de la semana. Y necesito de sus conocimientos especiales, Mr. Constantine.
- ¡Dios, menuda carnicería!-exclamó.
- Tú estabas en el Withe Rabbit-gruñí.
Vestía la misma falda plisada y cargaba  el mismo bolso gigantesco. Llevaba la cabello recogido en un moño, no obstante.
- ¿Qué significa este horror, Mr. Constantine?
- Aunque suene increíble sé tanto como tú. Pero ya que estás aquí  puedes hacer algo útil. Tráeme unas toallas-moví  la cabeza hacia la puerta del baño-O mejor todavía, llama a una ambulancia.
Su mano desapareció en el interior del bolso y reapareció con un móvil. Marcó un número de bastantes dígitos.
- ¿Clínica Raglan ? Ms. Antonia Firth al habla, póngame con el administrador Marcus, por favor.
- ¡Eh, aguarda un momento!
- Mr. Constantine, si se presenta en la seguridad social con algo así irá derecho a comisaría. Y dudo  que quiera repetir la experiencia.
- Y tú cómo cojones sabes...
- Silencio...¿Mr. Marcus ? Tengo un problema que exige la máxima  discreción...No, por Dios, no. Se trata del amigo de un amigo...De acuerdo...Mr. Constantine, dirección por favor.
Se la dí.
Straff respiraba con dificultad.
- Pídeles que se den prisa...
- Es urgente, Mr.Marcus. Vida o muerte me temo. Muchas, muchas  gracias...-cortó la comunicación, guardó el aparato- Ahora mismo vienen.
- Las  toallas.
- ¿No debería extraer antes  el cuchillo?
- No lo sé. Coño, no me atrevo.
Asintió y desapareció en el  baño.
Apreté   la camiseta sobre la herida, allí en el estrecho espacio entre barbilla y  mango. La saliva sanguinolenta me bañó el dorso de la mano.
También le rocé una mejilla y me alarmó su frialdad.
Continuaba temblando...
Doblé los extremos de la camiseta por detrás del cuello.
Sus párpados se movieron, sin llegar  a abrirse.
-¿De juerga tan temprano, Constantine?-intervino una voz de hombre.
- Necesito que me enseñe magia, Mr. Constantine. Magia negra.
- Y tú quién coño eres...
Vestía téjanos, camisa blanca y una Bullberrys beige. Tenía el cabello rebelde y necesitaba un afeitado. Un cigarrillo le  humeaba en la esquina de la boca.
- Puede que hayas oído hablar de mí, dado que eres un tipo con contactos.  Me llamo  Pete Wisdom. Soy algo parecido a  un funcionario de su Graciosa Majestad especializado en fenómenos extraños. Tengo algunas preguntas que hacerte sobre Caliban Street, Constantine.
Pensé un par de segundos. El nombre no me era desconocido. Prensa amarilla, escándalos en el ministerio del interior y el gobierno niega todo conocimiento, la Isla de Muir...
- Aire Negro-concluí.
- Ya no, pero para el caso...
- Entonces,¿vas a arrestarme?
- Todavía no lo sé, Constantine. Hasta hace un momento dependía de tu grado de cooperación, ahora...-señaló hacia Straff.
- Eh, un momento, que yo no...
- Dime que se degolló el solito, venga.
- Pues sí. Eres muy perspicaz.
- Y tu de mirón,  mientras el tipo la espicha. Los tienes bien puestos, Constantine.
Se abrió la puerta del lavabo. Apareció la chica. Cargaba  un juego de toallas en las manos.
- Escuché la conversación-dijo-y doy fe de que Mr. Constantine no miente.
- ¡Vaya, una amiguita y todo, no te privas de nada Constantine!¿También le va el rollo asesino ?
Las toallas saltaron hacia Wisdom.
Y detrás el brazo de la chica.
El canto de la  mano derecha alcanzó la sien del hombre y éste se derrumbo como una res apuntillada. Un golpe de profesional, de esos que llevan un nombre de cinco sílabas en los manuales. Calculado al milímetro, ejecutado a la perfección.
- Madre de Dios-grité -¿pero quién es usted, Emma Peel?
Se inclinó  junto al caído, lo tumbó boca arriba y empezó a registrarle los bolsillos de la gabardina. Encontró  un par de paquetes de Silk Cut, uno por estrenar, un llavero y finalmente una cartera de plástico imitando el cuero. La abrió y examinó su contenido.
- Tres carnets de conducir con tres nombres distintos-murmuró- Malo...Y huele raro, ¿no lo nota?
Negué con la cabeza.
- Aunque, espere, conozco este olor. ¡Aceite de Abra-Melin! Mi abuela lo empleaba. No lleva armas.
- No las necesita. El es el arma. Si no me equivoco es un mutante.
- ¿Mutante, Mr. Constantine?-frunció el ceño-¿Y qué hace?
Me encogí de hombros y centré mi atención en Straff.
El burbujeo de la herida casi había cesado. La sangre que empapaba la  camiseta empezaba a solidificarse. Straff  tenía un párpado entreabierto, mostrando el blanco del ojo. Ya no se perdía ningún temblor.
- Mi amigo se está muriendo.
- La ambulancia llegará de un momento a otro, Mr. Constantine. Le conviene irse de aquí.¿Conoce el Hammersmith Movie Palace?
- La cuna de Ziggy Stardust. ¿O era el Odeon? Pero ocurre que  mi amigo...
- ¡Constantine, reaccione! Este no dormirá mucho rato más y puede que algún vecino haya oído algo y piense en avisar a la policía. Vístase y vaya al Movie Palace. Verá   una escalera en la parte de atrás que conduce a la cabina de proyección. Allí encontrará a Mr.Carreras, recuerde Mr. Carreras. Dígale que va de parte de Ms.  Antonia Firth y espéreme allí.
- Oye, no pienso abandonar a mi amigo...
- Muy leal de su parte, Mr.Constantine. Pero seamos prácticos. Si aparece la policía sus problemas se multiplicarán por mil, y no sé si podré ayudarle. Respecto a su amigo, le prometo que  va a estar en las mejores manos posibles. Los empleados  de Mr. Marcus  hacen maravillas. Venga, muévase, Mr. Constantine...
- ¿Me promete que le cuidará?
- Se lo prometo, Mr. Constantine. Pero no pierda más tiempo.
Me levanté y corrí al lavabo.
Al pasar junto a Wisdom percibí  el olor .Algo a mitad de  camino entre piel de naranja e incienso. Raro pero no desagradable.  Aceite de Abra-Melin y...lo empleaba su abuela. ¿Quién o qué era esa chica? Por cierto que los efluvios del Abra-Melin tampoco me resultaron novedosos . Me trajeron  recuerdos de un lago en ninguna parte y de la luz de una hoguera danzando en las facciones de Crowley.
Abrí la ducha, me quité los calzoncillos. La sangre medio seca  resistía al agua y me pareció que tardaba  una eternidad en desprenderse. Intenté ayudar con las manos y me arañé las piernas. Experimenté otro amago de náusea, pero logré contenerme. 
Al salir, observé que la chica hacia algo con las toallas alrededor de la cabeza  de Straff. Me pareció que se movía con eficacia y precisión. Me pareció que s e notaba que  sabía lo que estaba haciendo. Se había levantado la falda de modo que la sangre tan sólo le ensuciaba las medias y sus dedos parecían familiarizados en el arte de los nudos.
- Su amigo todavía vive-me informó, sin mirarme (bien, estaba desnudo)-Supongo que aguantará.
Entré en el dormitorio.
Corrí hacia  el teléfono...
- ¿Dani?
Línea muerta. Colgué. Oh, cariño, a ver como te explico todo esto. A ver como puedo explicarte todo esto.
Tardé cosa de medio minuto en vestirme. Mientras me ajustaba  la corbata me pareció escuchar una sirena.
- Ya están aquí, Mr. Constantine-confirmó la chica  desde el salón-Aguantará. Su amigo es  un tipo  fuerte.
Al salir, vi que sostenía una mano de Straff, tomándole el pulso.
Cogí la gabardina y me dirigí a la puerta.
Las pertenencias de Wisdom se encontraban en el suelo, a su lado. Me apoderé  del paquete de Silk Cut. Pesqué  también la cartera. Conté un centenar de libras. Las traspasé a mi bolsillo y abandoné el piso.
- La primera lección es que la magia no tiene colores. La segunda-alcé el vaso y di un trago largo-es que siempre trae problemas.
Recordé a Straff hablando de magia blanca. Recordé la sangre se Straff. Problemas...
Afortunadamente el bloque donde reside Dani dispone de aparcamiento.
Y éste de una puerta de trasera de cerrojo fácil que  conduce a una serie de patios interiores poblados  de maleza, basura y tribus de gatos. A veces también los emplean los yonkis para alguna convención de barrio. Los rumores apuntaban a que Wisdom era de carácter independiente, pero dudaba que actuase solo en el curso de un trabajo oficial. Salir por la puerta principal equivaldría a tropezarse con un par de gorilas y una de esas camionetas con rótulo de lavandería tan caras a los chicos de inteligencia.
Por lo tanto...trastabillé entre matorrales, tropecé en una irregularidad del terreno y me golpeé las rodillas contra el esqueleto de un frigorífico de capacidad industrial, de esos donde los psicópatas acostumbran a ocultar sus juguetes. Pisé un par de mierdas de buen tamaño, sorteé una pirámide de neumáticos  y me expuse a las fauces  de un perro que había salido de la nada.
Me llegaba con toda claridad el sonido de la sirena. ¿Qué estaría pasando en el piso?¿Qué explicaciones daría la chica?¿Wisdom habría recuperado ya el conocimiento? Dios, que raro y absurdo parecía todo...
Alcancé la tapia de ladrillo que cerraba el patio por el lado oeste. Era alta pero no tenía vidrios en el extremo. Salté y trepé. Recuperé el aliento sentado  a horcajadas sobre el cemento,  y volví a saltar. Me dolían las piernas y los pulmones.
Caí en un corto callejón que desembocaba en  una calle paralela a la de Dani. El rostro de un vagabundo me espió entre una pila de cartones. En la calle, el tráfico era fluido y había un buen número de transeúntes. Me sumé a estos sin mirar atrás y los abandoné en cuanto divisé la boca del metro. Era una mañana soleada pero fría.
- En tercer lugar, no admito alumnos ni discípulos. No soy Jack Faust.
- Me desagrada comprobar que todavía no confía en mi, Mr, Constantine. Resulta frustrante...
- Oh, cuanto lo siento. Pero te ruego que no te lo tomes como una cuestión personal. Es que, date cuenta,  nos conocemos poco.
Los ojos inyectados en sangre y los colmillos afilados de Christopher Lee  acechaban entre los andamios que sostenían  la fachada del Palace. Los mejores días del lugar parecían  remontarse a los años cuarenta.  La escalera tenía los peldaños y la barandilla rebozados en óxido y era propensa al tembleque. El viejo que me abrió la puerta llevaba la dentadura en la mano derecha. Medía casi dos metros , era extraordinariamente  delgado y vestía una camiseta  y unos calzoncillos de algodón que fueron blancos en siglo atrás o dos. Calzaba sandalias de plástico.
- ¿...i?-hizo, examinándome de arriba abajo y viceversa.
- Mr.Carreras, supongo-dije.
- ...i.
- Vengo de parte de Antonia Ford...
- ¿...ord?
- Firth, es cierto.
Asintió. Me pidió tiempo muerto  con un gesto y, dándome la espalda, procedió a ponerse los dientes. Emitió  una variada gama de sonidos húmedos en el proceso.
- Buf, ya está-suspiró-¿Es usted amigo de Ms. Firth?
Abundaban las manchas oscuras en la piel de su rostro y la nariz presentaba el amplio surtido de capilares rotos característico de alguien que ha persistido más de la cuenta en empinar el codo. El buen estado de la dentadura tenía mucho de   antinatural en aquel contexto.
- Más o menos. Ocurre que estoy citado con ella aquí.
- Atraviesa  por algún apuro,¿verdad? Esta chica tiene un corazón de oro...Adelante, pues...
Traspasé el umbral.  Una bobina giraba en el primero  de los dos proyectores y cientos de programas de mano de olvidadas sesiones dobles decoraban las paredes. Una silla y un sofá despanzurrado más una mesa en la que se veía una pesada moviola manual,  constituía todo el mobiliario. Había también un estante de madera lleno de revistas y botellas. El aure apestaba  a acetona, polvo  y pedos.
- ¿Así que nuestra común amiga ejerce de samaritana?
- Bonita  definición. Míreme a mi, sin ir más lejos. Cuando tuve la desgracia de visitar   Wormwood ella prometió conservarme el trabajo. Y cumplió su palabra, tal y como puede ver. Gran muchacha, si señor.
- ¿Prisión, Mr.Carreras?
- Pero no  piense en cosas terribles. Nada de sangre y violencia.  Falsifiqué unos cuantos billetes para redondear el sueldo.
El proyector hizo un ruido raro.
- Toca cambio de rollo. Necesitaría un ayudante, pero me gusta estar solo. Aguarde...
Mientras trabajaba me aproximé a una mirilla y eché  un vistazo a la sala. En la pantalla, una mujer tomaba el sol junto a una piscina,  ataviada con bikini blanco, pamela y gafas oscuras. Me pareció que sólo había cuatro butacas ocupadas. La mujer se esfumó siendo reemplazada por una red de pescador sobre la cual aleteaba una mariposa de alas amarillas. Una pieza de jazz electrónico acompañaba la escena.
-Bueno, ¿de qué hablábamos? De mis anteriores  oficios...Ya le digo, no soy un ambicioso ni un antisocial. Es sólo que tengo ciertas habilidades  que ayudan en los malos momentos y la crisis apretaba...Y aprieta, la condenada. El infierno se lleve a los politicastros. Ya ve que la sala está casi vacía. Los fines de semana se llena un poco más, pero tampoco tanto para que pueda decirse que este sea  un negocio rentable. Hoy en día hay poca gente interesada por el buen cine.
- ¿Entonces es  suyo el local?
- Pertenecía a la madre de Ms. Firth, que en paz descanse. Por cierto, mire, esto le hará gracia...
Fue hasta la pared, examinó los programas y acabó despegando uno.
- Tenga, le presento  a  la madre de nuestra común amiga...
Era el anuncio de un western barato de los años sesenta. Mostraba un cowboy que sujetaba el colt de costumbre en la diestra,  a la vez que su brazo izquierdo rodeaba el talle de una mujer. La mujer vestía de chica del salón. Corpiño, ligas y botines. Si era la madre de Antonia es justo decir que  compartía corpulencia con su hija, aunque su rostro parecía de facciones más delicadas.
- Vaya...
- Como puede ver trabajaba con el nombre de Lili Lord. La verdad es que tampoco fue una gran actriz ni hizo nada importante. Igual no está bien que se lo diga pero, ejem, ¿sabe que llegó a hacer cosas pornográficas?
- No me diga...
- Y bastante raras. De las que sólo se exhiben en pases privados.
Le devolví el programa y saqué el paquete de Silk Cut.
- Aquí no puede fumar. Si desea hacerlo salga a la escalera o vaya al bar o a la sala...
- ¿Me avisará cuando llegue el hada madrina?
- Descuide...
No había nadie en la taquilla ni tampoco en el vestíbulo detrás de  las cortinas rojas. La sala se encontraba  al final de un estrecho y mal iluminado pasillo cuyos muros exhibían más muestras de cartelismo cinematográfico. No reconocí ningún título, a excepción de Diabolik y The Seventh Voyage of Simbad. El bar quedaba a la derecha y parecía fuera de servicio. Persistía el olor a polvo, aunque algo atenuado por los efluvios de un ambientador a pino.  No había ningún asiento a la vista. Un candado clausuraba el acceso a los servicios. Me metí  en la sala. A tientas busqué un sitio, me senté y encendí el cigarrillo.
- Creo que tenía dicisiete años la primera vez que oí hablar de usted, Mr. Constantine-cruzó las piernas y enlazó los brazos alrededor de las rodillas- Estudiaba  en un internado de  Suiza pero me llegaban bastantes publicaciones sobre el Londres alternativo. Usted era casi un tema recurrente. De todas formas, no escuché nada de los Mucous Membrane  hasta que, hace cosa de dos semanas, comencé  a estar interesada en encontrarle...
- Hum, ¿y en qué invertiste el tiempo entre una cosa y la otra?
No contestó en seguida. Fijó la vista en la ventanilla y pareció abstraerse en contemplar su reflejo. Jugueteó con las puntas del cabello, que ya casi estaba seco.
- ¿Conoce la Congregación de las Hijas de la Tierra, en Patmos, Mr. Constantine?
- Así en confianza , suena a retiro espiritual para lesbianas maniaco depresivas.
La oscuridad resultaba acogedora. La película era una cosa bastante extraña aunque deduje  que trataba sobre vampiros. La protagonista paseaba mucho por playas desiertas, abordaba el ferry de Estambul  y en un momento dado  hacia una especie de número de streptease frente un espejo con ayuda de un candelabro.
Aproveché para repasar la  situación.
En el metro había intentado recapitular y trazar algún plan,  pero me resultó imposible. Me sentía paranoico. El vagón estaba lleno y cualquiera podía ser un agente de Wisdom. La gorda cargada de barras de pan, el joven cuatrojos que hojeaba unos cómics, el hombre cargado con dos maletines. Cuando entraron un par de bobys acompañados de un pastor alemán se me retorcieron las tripas. Por fortuna no se me acercaron, yendo a centrar  la  atención en  un grupo de árabes.
Aquí era más fácil pensar...
Exceptuando un par de sombras distribuidas entre la media platea y las primeras filas, el lugar estaba desierto. Y desde mi asiento controlaba la entrada.
Me relajé.
Penumbra... música...el humo llegando hasta el fondo de mis pulmones...
Era obvio que Straff no había actuado por voluntad propia y, a tenor de la clase de poderes que se necesitan para montar un número de estas características, todas mis sospechas apuntaban hacia Mr. Jinx. Incluso el objetivo de la jugarreta lleva  el sello de un habitante de Pandemonium. Inocentes heridos ante tus ojos, igual a culpa. Culpa. Culpa y desesperación. Culpa. Más fantasmas dispuestos a pedirme cuentas. A salir de cualquier esquina o del otro lado del espejo o del fondo de un armario con un entrechocar de perchas...
Me sacudió un escalofrió...
“No sigas por ahí, John”, me dije.”Piensa en Jinx...”
¿Pero no estábamos en el mismo bando, Mr. Jinx y yo? Entonces, ¿era una cuestión personal o una traición a Metafísica Espectacular?¿Se dedicaba al doble juego, el muy bastardo ?¿Me habrían mentido y, al final,  sólo era cuestión  de joderme...? Una venganza de aquellos que nunca saben perder.  En tal caso, ¿qué pasaría con Gemma?¿También estaba condenada? Y si todo era una trampa para John Constantine, ¿qué pasaba con la cuestión de Extraño y el Darkhold? ¿Un señuelo?¿Otra pieza más de la cámara de torturas?
La película terminó y se encendieron las luces. Las paredes  mostraban  numerosos desconchados y el telón que cubrió la pantalla tenía un par de desgarrones. Dos  adolescentes y un hombre de mediana edad avanzaron por el pasillo.
- Desde luego no es su mejor película-decía uno de los chavales- Personal, sí, no te lo discuto. Pero en conjunto irregular.
- Tengo que meditarlo-respondía su compañero-
- No te dejes influir demasiado por lo que lees en internet...
Pasaron sin mirarme siquiera.
El hombre hizo lo mismo. No pude evitar darme cuenta  que llevaba los cristales de las gafas empañados y la bragueta medio abierta.
Transcurrieron cinco minutos, diez...
Encendí otro Silk Cut.
Nadie entró.
Las luces se apagaron, los altavoces crujieron y comenzó otro film. Ahora  en blanco y negro. Desde la buhardilla de una granja un niño miraba el cielo nocturno. Era noche de estrellas  y de pronto aparecía un platillo volador. El niño gritaba y salía corriendo. El platillo  sobrevolaba el tejado de la granja y se perdía en dirección a unas colinas. Un caballo relinchaba. Se estremecían las ramas de una arboleda.  El niño entraba en la cocina, llamando a su madre, que trasteaba en el horno. El padre comía huevos con bacon...
Noté el consabido escozor en la nuca...
Ella se deslizó en la butaca contigua.
- Ah, está aquí-dijo.
- ¿Cómo lo hace?
- ¿El qué, Mr. Constantine?
- Esa energía psíquica que proyectas...¿No eres  consciente de ello?
- No...
- ¿Provocas fenómenos?¿Has estado metida en algo de ouija?
- No, no...
- ¿Te molesta el tema?
- Ahora no es el momento...Mr. Constantine, tengo malas noticias. Su amigo está muy mal. Entró en coma...
- Mierda...
- De todas formas, insisto en que se encuentra  en buenas manos. Ahora tenemos que  movernos deprisa...
- ¿Tenemos?
- Me necesita, a no ser que quiera vérselas con Wisdom.
- ¿Despertó el supertipo?
- Cuando dejé el apartamento continuaba fuera de combate, Mr. Constantine. Pero es de suponer que a estas alturas ya haya recuperado la conciencia y ande pidiendo su...nuestra... cabeza por las esquinas. Tampoco creo que mejore mucho la  situación el que le vaciase la cartera. Algo, por cierto, bastante mezquino.
- Digamos que lo cogí en calidad de indemnización...-dije, sonriendo.
- No tiene ninguna  gracia. Venga, muévase, que nos vamos...
- ¿A dónde?
- ¿Se olvida  de Nueva York, Mr. Constantine?
Abandonó la butaca.
Una especie de pepino gigante con dientes correteaba por la pantalla.
Solté una cuantas maldiciones, pero me levanté.
- En otro tiempo me habría indignado la crudeza de su definición, Mr. Constantine. Ahora, en cambio, me parece casi exacta. Aunque yo nunca he sido una depresiva.
- Es que tú eres inclasificable.
- ¿Tengo que tomarlo como un cumplido? Pues muchas gracias.
Abandonó el asiento. 
- Alguien me definió una vez como una buscadora-explicó, al mismo tiempo que  sacaba un juego de velas de un compartimiento, invisible a simple vista-  Me sentí halagada porque es un calificativo  que suena  envuelto de cierto heroísmo. De todas formas, yo prefiero verme como la continuadora de una tradición familiar...
Distribuyó las velas aquí y allá. Empleó cerillas de madera para encenderlas. Apagó las luces y se sentó de nuevo.
- Mi abuela trabajó con Crowley y le gustaba explicar como en cierta ocasión le propinó  un par de bofetadas a Osman Spare. Solía afirmar que había sido la última Mujer Escarlata, aunque no sea del todo cierto. Le podemos perdonar alguna exageración a una anciana que antes de cumplir los cuarenta y  había cruzado medio mundo en pos del Agartha, ¿no? La follie ocultista continuó con mi madre, quien llegó a superar en inquietudes a su progenitora,  Mr. Constantine. Viajó menos, pero frecuentó a los Rosacruces, y  en los años  sesenta deambulaba  por California con Leary y LaVey. Tuvo una relación muy intima con Peter Carroll...
- Y, ejem,  rodó películas guarras...
- Bah, Mr.Carreras no sabe estarse callado. Mamá le diría  que aquello no era pornografía, al margen de lo que pensasen los espectadores,  sino una especie de ejercicio de ascetismo.  Mortificar la carne, explorar los límites de la humillación y el envilecimiento. Una modalidad de purga psíquica.  Su primer trabajo de aquella  clase estaba dirigido por Kenneth Anger y lo  rodaron  en el Valle de los Reyes, fígurese. Bueno, a parte de  todo lo que le he dicho, y más que ahora no viene a cuento, mi madre se ocupó de financiar la Congregación de las Hijas de la Tierra. Apreciaba mucho a su fundadora, la Reverenda Madre Gea , en realidad Edith Hole Sondergaard, con quien trabó contacto mediante  el círculo de Gerald Gardner, al despuntar la moda del  Wicca.  La Reverenda Madre acababa  de adquirir unas ruinas al sur de la isla de Patmos y propagaba  un discurso sobre el fin del macho y el advenimiento de la Diosa Blanca y sus matriarcas  que parecía escrito a cuatro manos entre  Robert Graves y Valérie Solanas. No le reprocho a mamá el haberse interesado por el asunto. Las  teorías  no van desencaminadas, y esa mujer  tiene verdadero  carisma. Por desgracia, Mr. Constantine, también puede ser una arpía de cuidado, cuando se lo propone. ¡Y desde luego es...una asesina!
Conducía un Duesenberg que habría matado de envidia a Jerry Cornelius. Llevaba ópera en el lector de CD.
El día había perdido luz; la tarde se anunciaba nublada.
Observé con aprensión las manchas que le ensuciaban las medias y los zapatos.
- ¿De qué va todo el  jaleo sobre Caliban Street, Mr.Constantine?
- Materia reservada.
- Comprendo. Y tanta  discreción...¿le protege a usted o a mi?
- Probablemente a ambos.
Conducía con la misma eficiencia como golpeaba o hacía torniquetes.
- Y apuesto a que lo de su amigo está relacionado... En ese caso le diré, Mr. Constantine, que sé cuidarme muy bien, así que no sufra  por mi seguridad. Cielos, no creo que se me pueda comparar a un patán cualquiera...
- Por el amor de Dios...
- Comprendo  que quiera a sus amistades, pero no va a negarme que no están a su altura. Mr. Constantine, ¿se ha parado alguna vez a preguntarse por qué le atrae esta clase de gentuza?
El rótulo que señalaba el desvió para Heathrow se empequeñeció en el retrovisor. Otro cartel me informó que rodábamos  hacia el norte, hacia Ealing.
- Me parece  que no vamos en la dirección correcta.
- Pero qué  tonto és, Mr. Constantine-se rió- El aeropuerto estará bajo vigilancia. Por suerte, dispongo de otras maneras de salir del país. Maneras privadas y mucho más cómodas.
- ¿Desea comer algo, Mr. Constantine?-preguntó.
- Prefiero que me siga con la historia de Soondergaard, la asesina.
- Detesto Inglaterra, su clima y su carácter, y por raro que pueda parecerle me aburría Londres. Al acabarse el internado podría haber estudiado alguna carrera, y haberme desempeñado con brillantez. Pero no encontré nada que me interesase de verdad. Cumplí diecinueve años, mamá había muerto y mi padre se solazaba en las Barbados,  gracias a  la suculenta pensión que el acto de contribuir a engendrarme y desaparecer discretamente del mapa le había hecho acreedor. Nos cruzamos en el funeral de mamá y ni siquiera nos reconocimos. Tampoco  había interés por ninguna de las dos partes.
Se levantó. Buscó en  la nevera  del mueble bar y sacó una de esas bandejas precintadas al vació características de la comida en el aire. De regreso  al asiento la abrió y vi que parecía manjar  para astronautas. Resultaba impropio de un vuelo en Gulfstream y  me pregunté si con las prisas habría olvidado de  reclutar a un cocinero como Dios y la gente de su posición mandan.
- Las Hijas de la Tierra me pareció una opción interesante, Mr. Constantine. Buen y saludable clima mediterráneo, una vida sin más sobresaltos que no perderse las oraciones del día y las ceremonias del cambio de estaciones...Naturalmente, Gea  me acogió con los brazos abiertos. Con los brazos y con algo más, tal y como ya tiene que estar pensando...
- Te prometo que no lo pensaba-mentí. En realidad llevaba un rato dándole vueltas al tema. Supongo que desde que encajara con tanta tranquilidad  lo de lesbianas depresivas. Y el detalle  de que el albornoz  ya no ocultase  nada no contribuía precisamente a hacerme olvidar la cuestión.
- Todo fue bien, o al menos moderadamente bien,  durante casi  diez años, Mr. Constantine. Después conocí a alguien... y la Reverenda Madre  lo mató.
- Acabásemos, ¿rompiste los votos?
- Por raro que pueda parecerle nunca me tocó, Mr.Constantine. Ni se lo hubiera consentido. Me triplicaba la edad, de tal manera que un psicoanalista diría alguna bobada  respecto a recuperar la figura paterna...
- Paseos junto a la playa, charla...!Venga, Antonia!
- Justamente, Mr. Constantine, ni más ni menos. Se llamaba Spiro Zante  y, a grandes rasgos, lo definiría como algo parecido un vagabundo de las islas. Un bohemio a quien les cosas no le habían ido del todo mal cuando pasó de moda ejercer dicha condición. Era oriundo de Alejandría y tenía un par de hijos perdidos por alguna parte.  Fabricaba títeres y montaba  espectáculos de sombras chinescas. Se habla mucho de las sombras orientales, pero le aseguro que la tradición griega en la materia la iguala, sino la supera.  También tenía formación musical y le entusiasmaba la rembetika.
- Un tipo pintoresco, me hago cargo.
- Mucho más que pintoresco, Mr. Constantine. Un verdadero sabio, quizás el maestro espiritual que había buscado desde siempre.
- ¿Y qué le enseñaba?
- Todo, nada.  Mr. Constantine-me apuntó con el tenedor de plástico que aun permanecía por estrenar-¿Jamás ha conocido a una persona cuya sola presencia a su lado le haya parecido lo más enriquecedor del universo?
“Kit”, pensé de manera casi automática. Y después, “Dani”. Pero no abrí la boca.
- Lo cierto es que cometí el error de no mantener nuestra relación en secreto y supongo que Gea tuvo que sentirse amenazada. Tan sólo lo supongo, o  lo deduzco,  porque nunca tuvo el valor de abordar abiertamente el tema . Y, con franqueza , sospecho que no la inquietaba tanto la posibilidad de perder una discípula y amante como que el dinero dejase de correr.
- ¿Cómo murió Spiro?
- Gea  hizo algo con el mar. Spiro se ahogó.
- ¿Y no pudo tratarse de un accidente?
- Dígame, Mr.Constantine ¿qué clase de accidente es el  que inunda un dormitorio  y te llena los pulmones de agua salada en tu propia cama?
- Caramba.¿Qué dijo la policía?
- Archivó el asunto bajo el epígrafe X.  Supongo que todavía  buscan a un  Holmes capaz de explicar como una habitación de tamaño mediano, situada en un segundo piso y en un lugar seis kilómetros  tierra adentro, puede inundarse  de agua de mar en el curso de una  tranquila  noche de verano...-dejó el tenedor, empujó la bandeja-Tengo una naturaleza que me impide mentir salvo en casos extremos, Mr. Constantine. Fue Gea, lo sé. Y ahora quiero ver como su alma se pudre en el infierno.
Fui a por un trago. Quedaba poco hielo, así que me lo serví seco.
- ¿Me ayudará en mi empresa, Mr. Constantine?-preguntó.
- Antonia, tienes dinero de sobra para reclutar una legión de asesinos a sueldo.
- Es que por lo visto no me comprende, Mr. Constantine. No quiero matar a la Reverenda Madre. Cuando digo que deseo verla en el infierno, lo hago en sentido literal. Literal de la primera a la última palabra...¡Deseo ofrecer su alma al demonio en calidad de  intercambio! Es fácil, el alma de ella por la del pobre Spiro. ¡Y si la mía tiene que sumarse al trato no lo dudaré dos veces, créame!
No me atraganté con el whisky por la sencilla razón de que aún no había bebido. Cambié el vaso por un cigarrillo.
- ¿Qué me dice, Mr. Constantine?-insistió.
- Que está loca de atar.
- Sé que se puede pactar con ellos, Mr. Constantine. Y me consta que usted tiene experiencia en la materia.
“¿Sí?”,replicó mi cabeza, “Pregúntaselo a Straff...”.
- Antonia, terminemos de una vez por todas  con esto. Mi respuesta es no. Oye, eres atractiva y me parece que no del todo mala persona, al menos cuando te quitas la máscara de dominatrix. Incluso admito que no resulta desagradable estar contigo y puede que en otra ocasión me gustase estudiar a fondo ese potencial psíquico que posees. Pero cuando lleguemos a Estados Unidos... nos daremos la mano, hasta  un besito o dos si quieres, y cada cual tirará por su lado. Quién sabe, igual volvemos a cruzarnos en algún bar y entonces  nos reiremos de esta locura. Pero nada más ...¿Me entiendes?
Presionó un mecanismo en el brazo de su asiento y el respaldo empezó a inclinarse.
- Le ofrezco asociarnos, Mr. Constantine. Yo le presto ayuda con su problema y usted me auxilia con el mío.
Al llegar a la horizontal el albornoz  se desplegó en su totalidad. Miré al techo. ¿He mencionado que no llevaba ropa interior?¿He mencionado que pese a la coca y el alcohol sentía un principio de erección?
- Es que no puedes hacer nada por mí, Antonia.
- Nunca se sabe. Recuerde la amplitud de mi agenda. Y tengo poder e influencias para abrir las puertas más complicadas-se tumbó de lado y fue un alivio-Por ejemplo ,ayer mismo conseguí que me enseñasen las cintas de seguridad de la sección reservada de Atlantis. Saca usted la lengua con mucha gracia Mr. Constantine...y su interés por el Libro de Darkhold se me antoja una afortunada coincidencia. Precisamente hay varios Montesí en la mencionada agenda.
Bostezó y cerró los ojos.
- Espero que reconsiderará mi oferta, Mr. Constantine. Ahora le ruego que me deje dormir un rato. Comprenderá que esté agotada.
- Menuda...
Gracias al efecto espejo de la ventanilla comprobé que mi cara había adoptado la expresión del perfecto idiota.
- ¿Puta?¿Pécora?-bostezó-¿Con qué nueva vulgaridad me va a obsequiar ahora? Dejémoslo en negociadora...Si no puede dormir piense en lo que le he dicho. O aproveche para meterse en la ducha. Si duerme, le deseo felices sueños, Mr. Constantine.

Cheryl sabe que algo ha entrado en el dormitorio.

Algo oscuro en la oscuridad, fuera del modesto radio de acción de la virgen luminosa  del tocador. Madre de Dios, ruega por nosotros y por nuestros pecados, amén. Recuerdo de una visita a la comunidad carmelita de Maidstone.
Fuera de su luz...
E inmune a su  influencia de ícono  bendecido...
Algo ha entrado.
Algo  que no es uno sino muchos.
Aunque comparten una sola voluntad..
Atraparte Cheryl, atraparte Cheryl.
No soñé nada, así que no hubo felicidad ni su contrario.
Antes de cerrar los ojos propiné otro  par de tragos y probé la comida. Helada  e insípida.
Fumé...
Miré a Antonia durante un buen rato.
Pensé en sincronías y duplicidades. Espiar a Gemma, espiar a Ms. Antonia Firth.
Invocar demonios...
La bola del pimball...de aquí para allá...sin ningún control sobre su destino...
La oí murmurar. Creí entender un  nombre,  Euridice, pero puede que me equivocase. Su voz quedaba casi por debajo del rugir de los reactores.
Cheryl no se atreve  a moverse ni a despertar a Tony.
Están aquí, vienen...
Y Cheryl no hace nada, salvo morderse los labios. Salvo temblar y clavarse las uñas en las palmas de las manos.
Tony,  encenderá la luz y entonces aun será  peor, mucho peor. Porque la luz revelará...
Varias patas velludas y rematadas por algo semejante a un gárfio de quitina. Múltiples  ojos alineados en uve sobre aquella boca compuesta por  una serie de pinzas que se abren y cierran sin cesar. Abdomen hinchado expulsando líquido pegajoso...Cheryl siente que se ahoga de pura aprensión.
Pe...ga...jo...so...
Porque no te matan al momento. Porque tienen paciencia infinita. Excelentes  administradoras.  Racionan, conservan. No son golosas. Comen lo justo. Para mantenerse vivas y tejer nuevas trampas. Y también para ulcerar la carne. Porque necesitan la tibieza y el calor del tejido sangrante para incubar sus huevos...
Alimento. Reproducción.
Y vienen tantas...
No  una gigantesca. Ni dos medianas.
Sino cientos, sino miles...
Una marea viviente...
Entran  por debajo de la puerta. Por debajo y por los resquicios del marco. Por las grietas del techo y del suelo. Por esa ventana que no ajusta del todo bien. Por el cable de la lámpara del techo. Por la baldosa rota que hay debajo del radiador...
Algunas trepan  por las paredes,  pero la mayoría se dirige directamente  hacia la cama y sus ocupantes...
- Mr. Constantine, mire...
Sacudí la cabeza, estiré los miembros...
- Ahí afuera, mire...
Antonia señalaba hacia la ventanilla.
Me deslumbró la claridad. Volábamos sobre un mar de nubes que los rayos del sol teñían de color cobre. Tenía que faltar poco para aterrizar. En el horizonte, el sol era un disco ardiente.
Y alguien bailaba entre las nubes.
Por un momento pensé que se trataba de  una alucinación. Acaso  un resto de sueño o una jugarreta fosfénica.
Pero entonces  se mostró en todo su poder y esplendor y se me cortó el aliento.
No estaba cerca, pero era de sobras visible.
Emergió de entre  las nubes con las piernas muy rectas y juntas, los brazos en cruz y la cabeza torcida hacia atrás. Era una mujer de constitución perfecta. Esbelta, atlética. El sol centelleó en el  cuerpo cubierto de malla negra y ella , como respondiendo a  este abrazo, dió un par de giros sobre si misma y comenzó a doblar una pierna. Inclinó la cabeza hacia adelante. El sol incendió un despliegue de cabellos tan blancos como la nieve, lo cual me permitió identificarla. Cabellos blancos, piel de ébano. Los brazos entraron en movimiento en un gesto casi de natación sincronizada   y, de pronto, una aureola de llamas azules envolvió el  extremo de sus manos. Saludaba al día, jugueteaba con su don...
- Bienvenida a los Estados Unidos de América, Mrs. Firth-dije, buscando el primer pitillo de la jornada –Como reza el  anuncio, la tierra de los bravos y los superhéroes.
- ¡Arañas!-chilló Cheryl-¡Arañas, arañas!


Miguel A. Barral
Igualada, Setiembre 2003

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