Hellblazer vol II nº 02

Título: Viejos enemigos (I): Un tren a Nueva Orleans
Autor: Enrique Cabrera
Portada: CalaveraDiablo
Publicado en: Junio 2013

El pasado regresa para cobrarle viejas deudas a nuestro cazador de demonios favorito. ¿Podrá Constantine ganar de nuevo la partida y escapar cuando las apuestas son tal altas??
Soy el que sale de entre las sombras, con gabardina, cigarrillos y arrogancia, preparado para tratar con la locura. Lo tengo todo bien atado. Puedo salvarte. Aunque te cueste hasta la última gota de tu sangre te sacaré los demonios. Les patearé las pelotas y les escupiré cuando caigan y los mandaré de vuelta a la Oscuridad, dejando solo un saludo, un guiño y un chiste. Sigo mi camino solo... ¿Quien querría andar conmigo?
John Constantine creado por Alan Moore y Steve Bissette

El bien y el mal es una moneda con dos caras idénticas; la diferencia es la mano de quien la lanza al aire. Si es Dios, entonces pueden desaparecer ciudades enteras, como Sodoma y Gomorra. Puede caer el diluvio y llevárselo todo a la mierda; puede cepillarse a todos los primogénitos… que no pasa nada, ni una puta protesta. Es para salvar al mundo. Joder qué manera más peculiar de salvar a la humanidad. Si por el contrario, es su archi-enemigo el Demonio quien lanza la moneda… entonces las mismas intenciones, e incluso las mismas muertes no son más que el reflejo de la depravación demoníaca.

No es el despertador el que hoy lo saca del sueño; es un calor intenso que parece rezumar de las paredes, de los muebles, e incluso de su propia cama. ¿Qué coño es esto? La pregunta no tiene ningún sentido, Constantine sabe perfectamente qué es lo que está sucediendo, la pregunta correcta sería “por qué”. Aquella sensación de calor, incluso en las entrañas. Los pulmones aspirando aire caliente, la piel subiendo de temperatura… Se levanta, está vestido, hasta lleva su corbata granate. Las paredes comienzan a desplomarse, el suelo se resquebraja, aunque no es el antiguo salón de los recreativos lo que consigue ver, sino un abismo del que emanan vapores hediondos y espesos. En el bolsillo del pantalón encuentra su paquete de cigarrillos, se dirige al salón mientras todo a su alrededor comienza a arder, es un fuego amarillento y anaranjado que en realidad no llega a consumir aquello que toca, aunque poco a poco los muebles se van deformando. Su casa parece inmensa ahora, aunque está claro que es su salón. El agua bendita de las garrafas comienza a hervir. Enciende un cigarro. ¡Joder, qué asco! El tabaco sabe a azufre, aunque no lo tira. La segunda calada es más profunda. Está en el infierno, al menos en el infierno al que él es capaz de ir, pero esta vez alguien lo ha llevado hasta allí. Habrá que esperar a ver quién es.

Me cago en la puta. Podría ponerme a soñar con un buen par de tetas. Las de la dependienta del supermercado no están mal. No sé qué coño hago aquí. Además tengo la sensación de que no me puedo ir.

Puestos en lo absurdo es mejor no desentonar. Constantine se sienta en su propio sillón a esperar el desenlace de lo que sea aquello. El cigarro sabe a rayos. Es el sueño más real que John ha tenido nunca, y eso que no tiene muchos, se está quemando el culo y parece que arderá como el propio sillón. El suelo parece ceder y cuando Constantine mira hacia abajo para comprobar de dónde provienen los crujidos, todo se desmorona y cae. Bajo él no hay rastro del salón de videojuegos; es un abismo llameante en cuyo fondo se distingue un paisaje volcánico.

La sensación de vértigo se incrementa a medida que cae, y las paredes de roca, las cornisas afiladas y las figuras desconocidas que se encuentran en ellas, pasan a toda velocidad. La presión en su estómago lo hace gritar. Entonces todo parece quedar suspendido, durante unas milésimas de segundo tiene la sensación de que su caída se detiene. Entre todas las sombras desconocidas que pueblan los salientes de aquellas paredes infernales, distingue a una que parece mirarlo. No sólo la distingue, sino que la reconoce. Es el padre Adam. De nuevo cae. Ahora la velocidad es insoportable, y aunque el “suelo” se hace más grande cada vez con sus ríos de fuego, parece no llegar nunca. Se encoje por la sensación de vértigo. Ya no hay paredes de roca, el vacío parece haberlo envuelto, pero el final de su trayecto descendente ya está ahí. El suelo se ha hecho inmenso y él es sólo una mota de polvo. A pesar de todo, en lugar de caer, lo siguiente que ve es un tren, de esos antiguos que salen en los western; aunque no tiene tiempo casi de pestañear, todo se torna rojo, el infierno engulle el vagón y una llamarada de fuego lo arrasa todo.

Una tremenda sacudida lo saca del sueño. Al fondo le ha parecido escuchar el timbre. En la mano tiene un cigarrillo, se quedó dormido antes de encenderlo, ahora es un buen momento. El timbre. Mira el reloj. Las diez de la mañana. Una buena hora para fumar, y una mala hora pare recibir visitas.

Que un sacerdote haya ido a parar infierno no es nuevo. Ni el hábito hace al monje, ni es la llave del paraíso. Es curioso que el cielo sea el único lugar donde no tienen privilegios. Paradójico.

Conoce al padre Adam. O lo conocía. Esta mierda no sólo ha sido un sueño, lo sabe, así que ese desgraciado ha dado con sus huesos en el infierno. Es la primera noticia que tiene de su muerte. ¿Pero qué tiene que ver el tren? El timbre de nuevo. ¡Joder! Ese curilla es un condenado más, no tiene poder para invocarlo a él hasta el infierno. Por eso precisamente ha sido un sueño, es como una conexión débil. El timbre por tercera o cuarta vez.

Se levanta malhumorado. No le gusta que lo molesten durante el primer cigarrillo de la mañana. Junto a la puerta de la habitación hay un perchero, coge la gabardina, la negra, y se la pone. Antes de que llegue a la puerta el timbre suena de nuevo.

—¡Ya voy! ¡Ya voy jodido pesado!

Echa un vistazo a través de la mirilla de la puerta. Es Chas. El agente-cura Kramer. Hay que joderse. Abre la puerta.

—Qué quieres. ¿No tuviste bastante con Orgeuil? —Chas empuja la puerta y entra. Constantine retrocede y el cigarro se le cae de entre los dedos —¡Joder! Adelante, agente Kramer. O he de decir… padre Kramer —busca el paquete de cigarrillos en los bolsillos de la gabardina, no está allí.

—Déjate de estupideces, John.

—Qué quieres. No recuerdo haberte invitado a venir.

—Tengo preguntas.

—No soy tu hombre. Sabes más que cualquier ser humano —John empieza a buscar entre los cajones de un viejo sinfonier —. Sabes que existe algo que se parece al cielo y que, por supuesto, existe el infierno. Ya no te hace falta la fe para nada.

—Pero, ¿hay más?

—Siempre hay más —Constantine saca del cajón un antiquísimo mapa que está enrollado como un pergamino, además de un medallón que parece oxidado.

—¿Para qué es eso?

—¿Tienes un cigarro?

—No fumo. ¿Para qué…?

—Cállate y siéntate.

John despliega el mapa sobre la mesa. El medallón pende de su mano y comienza a pronunciar unas palabras que Kramer no entiende. La medalla que cuelga de la cadena describe un círculo lo suficientemente rápido como para no tocar el mapa, pero comienza a perder velocidad, hasta que toca el pergamino. Constantine deja entonces de hablar en susurros.

—¿Qué haces?

—Buscar a alguien.

—Aaah. Claro. Buscar. ¿No necesitas algo de la persona que buscas?

—Eso es para aficionados.

Constantine vuelve a la cajonera y saca un mapa de la ciudad, es completamente transparente. Lo coloca sobre el pergamino. El lugar señalado por el medallón es un cementerio a las afueras, hacia el este. Claro, John sonríe, si está muerto es el lugar más apropiado.

Hay que irse. Se quita la gabardina dejando al descubierto todos sus tatuajes. Runas, símbolos, textos. Brazos, hombros, torso, incluso parte del cuello. La espalda también está adornada con simbología extraña que Kramer no comprende.

—¿Tienes coche, Kramer?

—Sí. Ahí en la puerta.

—Estupendo. En marcha.

—¿En marcha? ¿A dónde vamos?

—A ver a un amigo.

Nunca se sabe para qué puede servir un poli. Además tiene coche. Es mejor que pagar un taxi.

Junto al coche de Chas, un Chévrolet, hay un drogata echando la pota en una de las ruedas. Constantine lo mira con desprecio. Esta mierda de barrio va a peor. No es sólo la gentuza, siempre todo parece sucio; las aceras, la carretera. Las papeleras por el suelo. Algunas mañanas amanece un coche calcinado. Joder a veces ni vienen los bomberos.

—Bienvenido al barrio, Chas.

—¡Eh! ¡Hijo de puta, lárgate de aquí! Maldito “colgao”.

—¡Joder! Enséñale la placa. Seguro que se asusta.

En el coche John le indica a Chas una dirección. Busca entre los bolsillos del pantalón, y ahora sí que encuentra el paquete de tabaco. Saca un cigarro.

—No te irás a fumar ese cigarro en mi coche ¿no?

—¿Se te ocurre algo mejor que hacer con él?

—…

—Lo suponía. Vámonos.

—¿Dónde vamos?

—¿Otra vez? A ver a un amigo, ya te lo he dicho.

El barrio pasa por la ventanilla del vehículo enseñando callejones sucios, yonkis durmiendo o muertos en rincones oscuros, trapicheos en las esquinas, prostitutas haciendo la calle durante la mañana… y todo un plantel de decadencia social. A veces piensa que no hay mejor sitio para él que ese barrio. Dónde va a pasar desapercibido si no.

A veces los viejos enemigos regresan, no tienen por qué tener un motivo. Sólo regresan.

—¿Entonces, hay más?

—Claro que hay más, Kramer. El cielo y el infierno son los más cercanos. Las almas de este mundo les pertenecen. Pero hay más. Hay un lugar que no alcanzamos a comprender y que la gente teme inconscientemente, las llaman tinieblas, sus criaturas desarrollan su existencia de manera que para nosotros no tiene sentido, en el caos. Nuestro mundo está en contacto con otros mucho más antiguos, otras realidades. A veces… uno de esas… criaturas, logra entrar en esta realidad. Su naturaleza es tan diferente que sólo pueden hacer estragos.

—¿Te refieres a los fantasmas?

—¿Fantasmas? No, esos sólo son espíritus que no están en ningún lugar. Se hacen fuertes entre los mundos, entre las realidades. Algunos son unos hijos de puta de mucho cuidado. Gira por aquí.


Nueva Orleans, 1965

El rastro que la criatura ha dejado en el barbecho de lo que antes fuera una imponente plantación de esclavos, es inconfundible. El plan de Medianoche está surtiendo efecto; ahora ese ser está encerrado en aquella mansión, aunque el hechizo no durará mucho tiempo y John lo sabe. Hay que entrar y destruirlo, ahora es el momento. Su poder está limitado allí dentro.

—Y ahora qué —Adam lleva años persiguiendo a la criatura y está ansioso por ver su final.

—Hay que entrar —Medianoche coge un puñado de tierra y entona un rezo extraño. Le da la tierra a Adam. Hace lo mismo dos veces más —Si os veis superados haced un círculo con esta tierra alrededor vuestra, la criatura no podrá pasar.

Constantine le da una calada honda y prolongada al cigarro antes de tirarlo.

—Ahora o nunca. Démosle por el culo a ese hijo de perra.

Las palabras parecen un resorte para el joven sacerdote que sale corriendo en dirección a la casa.

—¡Mierda! Lo va a destrozar. ¡Adam…!

—Déjalo, Medianoche. Lleva demasiado persiguiendo a la criatura. Es la responsable de que se ordenara sacerdote. Es “su” criatura. Deja que muera, es lo mejor para él… y un estorbo menos para nosotros.

Mientras caminan para enfrentarse por enésima vez a un ente salido de las tinieblas, Medianoche invoca a los antiguos espíritus de los muertos, dice que son sus antepasados. La tierra se remueve a su alrededor haciendo círculos y remolinos que parecen tener vida. La noche es más noche, las nubes ocultan la luna que hoy ha perdido su brillo, y el céfiro arrecia pasando a ser un viento desapacible con olor a desgracia.

Es Medianoche el primero que entra en la mansión, la puerta ha quedado abierta tras la entrada de Adam que está tendido en el suelo. El recibidor es grande, ostentoso en otro tiempo. Grandes puertas a derecha e izquierda que apenas se mantienen en pie debido a la carcoma. Una mesa de hierro forjado en el centro, junto al cuerpo del sacerdote, cuyo cristal está hecho añicos. Al fondo una cajonera casi desecha, con un gran espejo que no es capaz de reflejar nada. Las telarañas reinan en las paredes y adornan los cuadros de motivos ajardinados con colores muertos ya por el paso del tiempo. Y en primer término, junto a las grandes escaleras que giran hacia la izquierda, está eso. No tiene forma física definida, por eso parece cambiar ante sus ojos, una masa semitransparente que a veces torna a un marrón oscuro que se retuerce incesantemente y desparrama su ser a todo en derredor. En realidad nunca lo habían visto de esa manera, sólo en su “forma” no corpórea; cuando se muestra como un ente gaseoso, denso y arremoinado, que parece atraer a la oscuridad, pues es capaz de ensombrecerlo todo.

Constantine no lo piensa dos veces, ese hijo de perra va a terminar ahí sus días. Hace un movimiento brusco, casi compulsivo, extendiendo sus brazos hacia delante, sus dedos parecen agarrotados. Una gran ráfaga de viento termina por tirar las puertas abajo, y destroza el espejo del fondo que salta en mil pedazos. La criatura se ve envuelta por un gran remolino espectral. Es el momento de Medianoche, que con paso firme se dirige hacia el enemigo, resguardado por los espíritus de los muertos. Pero la criatura es fuerte. A pesar de haber cambiado a forma corpórea, es poderosa.

—¡Medianoche, no puedo sujetarlo!

Los antebrazos de John comienzan a sangrar por los poros. Medianoche se detiene: no puede acercarse con seguridad. Mira a su alrededor. En un rincón, oculto casi por completo por las telarañas, ve un pequeño cofre. Constantine comienza a ceder, ya tiene una rodilla en tierra, aunque mantiene los brazos extendidos. Medianoche ha cogido el cofre.

—Sírvenos de morada eterna y protege con tus límite esta realidad —después Medianoche dice algo en un idioma que ni siquiera John conoce.

Con un gesto de su mano derecha, los espíritus de los muertos se dirigen hacia el ente. Constantine tiene el torso manchado de sangre también. Medianoche abre la pequeña caja de la que sale una melodía. Los espíritus de los muertos envuelven a la criatura y la arrastran hacia la caja. John cae al suelo. Una gran luz seguida de la más absoluta oscuridad se introducen en el pequeño cofre que se cierra y deja de sonar.

La oscuridad remite y la luz propia de una noche nublada vuelve a inundar el recibidor de la mansión.

—¿Te encuentras bien, John?

—No —ensangrentado y dolorido por el esfuerzo, mete la mano en el bolsillo derecho de su gabardina y saca un pitillo —. Creo que he perdido el mechero. ¿Tienes fuego? —Medianoche se lo enciende con una cerilla —Ahora estoy mejor.

—Uummm… qué dolor de cabeza —Adam se retuerce en el suelo.



Desde entonces había visto a Adam muy pocas veces, la última hace diez años. El porqué no había muerto en aquella mansión era algo que Constantine no había sido capaz de averiguar jamás.

Chas continúa siguiendo sus indicaciones. La ciudad, con sus gentes ignaros(1) a todo lo que ocurre a su alrededor más allá del iPod, o la hora de llegar al trabajo, les muestra ahora una zona que durante el día permanece dormida, a excepción de algunos locales como al que se dirige.

—Párete aquí. Ahora vengo. Quédate en el coche.

—¿Qué? ¿Te crees que soy tu taxista? ¿Me has traído hasta aquí para…? —la puerta del coche se cierra.

El garito se llama “Midnite´s club”, no podía ser de otra manera. Medianoche lleva regentándolo hace tiempo. Es un lugar para divertirse. Nada de peleas, ni buenos ni males. Es zona neutral y si no respetas las reglas… te echan a patadas.

Constatine baja unas escaleras que desembocan en una puerta de doble hoja, es de metal y madera. Sentado junto a ella hay un hombre vestido con una túnica gris llena de runas pintadas, que le sigue con la mirada. Sus ojos brillantes es casi lo único que se distingue, lleva puesta siempre la capucha. Las puertas no se abren hasta que no visualizas la “contraseña”. Es distinta para cada persona y nunca es la misma cada vez que se quieren cruzar las puertas. Hay quien dice que esas puertas las trajo Medianoche de un antiguo templo de Sudamérica; John cree que es ese tipo quien en realidad controla la entrada.

Ya está frente a las puertas. Mirlo blanco. Las puertas se abren.

¿Mirlo blanco? Joder, deben de estar acabándose las contraseñas. Este lugar es un antro. Aquí se hacen pactos, tratos… y a veces se decide el destino de muchas personas

Aunque es de día, el local no está vacío, nunca lo está. Medianoche ya debe de saber que está aquí y que viene a buscarlo.

—¡Constantine! —una voz inconfundible, es Melisa.

—¡Melisa! ¿Qué haces aquí? Hace un día precioso ahí fuera.

—Saldría si pudiera, ya lo sabes... —se acerca con dos copas en la mano —¿Una copa por los viejos tiempos?

—No puedo, tengo prisa.

—¡Venga, anímate! Ya veremos qué ocurre cuando anochezca.

—Cariño, cuando nos conocimos me la pusiste dura y después quisiste dejarme seco… pero chupando algo equivocado.

—¡Oh, vamos! Ya te dije que no sabía quién eras… ni lo que eras. ¿No vas a perdonarme nunca? —le pasa la lengua por los labios.

—Tal vez, pero en otra ocasión. Ahora no puedo.

Aquella puta del infierno había intentado chuparle la sangre. No es que no le hubiera gustado, es que hay cosas que se tienen que avisar.

Los vampiros son unos hijos de perra de cuidado. Melisa es una maestra en ponerte cachondo. Es como una jodida mantis religiosa.

Antes de que llegue a una puerta que está escamoteada en la pared, junto a la barra, ésta se abre y aparece Medianoche. Parece que no cambia con el tiempo. Viste con un traje blanco apagado, una especie de pañuelo rojo en la cabeza sobre el que se pone el sombrero, algo que a John le parece ridículo, y en la mano tiene su bastón; blanco, con la cabeza de una calavera plateada como empuñadura. Está fumándose un puro.

—Sigues igual de negro y con la misma cara de cabronazo que antes.

—Pues a mí me han dicho que sigues igual de gilipollas.

—Se hace lo que se puede.

Ambos sonríen y se saludan con un leve abrazo. Medianoche le ofrece una copa, pero John prefiere tomársela en el despacho.

El despacho está lleno de estanterías con calaveras y muñecos ceremoniales. Objetos para rituales, algunas reliquias…

—Qué te trae por aquí.

—El padre Adam. Creo que lo he visto en el infierno. No lo creo, estoy bastante seguro.

—Murió hace menos de un año. ¿Cómo lo has visto?

—No lo sé, creo que ha sido un sueño. Me encontré allí sin más. ¿Esto tiene que ver con aquella bestia de Nueva Orleans?

—Adam nunca fue el mismo desde aquello. Vino a verme bastante a menudo durante los años siguientes. Esa criatura había… absorbido parte de su alma para poder permanecer más tiempo en este mundo. Tal vez también podría haber pasado más desapercibida de esa manera.

—¿ Y por qué está en el infierno?

—Bueno. ¿Qué te ocurriría si te quitaran parte de tu alma? Es posible que murieras pero Adam no lo hizo. Creía ver demonios por todas partes…

—¿Y qué?

—Que estaba tan trastornado, que comenzó a “perseguirlos”. No sé a cuánta gente mató.

—¡Joder! ¿Y por qué sueño con él ahora?

—Yo también he soñado con él.

—¡La caja de música! ¿Sigue en Amon-Ra?

—Habría que hacer una visita a Durante.

—Yo voy al cementerio donde está enterrado Adam. Tú ve a ver a Durante, asegúrate de que la caja de música esté allí. Yo iré para allá después.

—John, esto ya no es como antes. El equilibrio es más duradero. No… podemos echarnos las manos a la cabeza por un sueño, aunque haya sido el mismo. Hay que ser prudentes.

—Sólo voy a charlar con un muerto. Una charla… prudente.

Constantine sale del garito y se monta de nuevo en el coche de Chas.

—Al cementerio de Sant Lourent —enciende un cigarrillo.

—Escúchame, no soy un taxista. Y no me dejes con la palabra en la boca.

—¿Tú has venido a mi casa a por respuestas no? Pues conduce, tal vez obtengas más respuestas de las que esperabas.

—¿Qué es este sitio? —el coche se pone en marcha.

—Es un local para… gente como yo. Para criaturas que pululan por este mundo pero tienen relación con otras realidades.

—¿Para qué vamos al cementerio?

—He tenido un sueño muy raro, quiero comprobar una cosa.

Si no estuviera tan seguro de que todo esto tiene que ver con lo que sucedió con Adam, no me tomaría tantas molestias. Qué cabrón el curilla, qué callado se lo tenía. Es deformación profesional ¿no? Cuando un cura está como una puta cabra ve demonios en todas partes. Veremos cómo acaba todo.

Al mediodía el cielo está nublado, como si el cosmos supiera que Constantine va a violar una de esas leyes que algunos llaman “de la física”; como si el universo y este mundo tuvieran leyes inquebrantables. Pobres y felices ignorantes.

John vuelve a buscar el paquete de tabaco y se enciende uno cuando de lejos ve el cementerio.

—Ya te he dicho que no fumes en mi coche.

—Pero me importa una mierda. Aparca en la puerta.

El muro que rodea al recinto es de piedra, los árboles, de dentro y fuera del muro, las enredaderas y la verdina, le dan un aspecto más solemne pero también más angustioso. Antiguamente tenía un pórtico cerrado por dos puertas de madera, pero las lluvias y el tiempo dieron cuenta de ellas. La madera cedió por las bisagras, y las puertas se derrumbaron. Ahora tiene una gran cancela con dos hojas. Más inquietante si cabe que el muro de piedra.

—Quédate en el coche…

—¡De eso nada! —Chas sale del vehículo.

—Como quieras. Si vas a venir haz algo y enséñale la placa al de la oficina cuando entre. Pero no hagas ni digas nada.

Cerca de la entrada, en la derecha, están las oficinas. Constantine le da una calada más al cigarro y entra. Antes de llegar al mostrador tras el que hay un funcionario ojeando unos papeles, mira a Chas que saca la placa y se la enseña a aquel individuo pelirrojo.

—Hola, necesitamos saber cuánto personal hay hoy trabajando aquí —Constantine mete la mano en el bolsillo derecho de la gabardina mientras habla con el funcionario.

—Pues… no… no sé… dos más además de yo mismo.

—Bien, quiero que les diga que los necesitan en otro lugar, y que cierre el cementerio.

—No puedo hacer eso.

—Claro que no puedo —Constantine mira a Chas y sonríe —. Pero que no sea porque no lo he intentado. Quiero que mire esto atentamente.

John saca una moneda plateada del bolsillo, el individuo mira en un acto reflejo y Constantine la hace girar sobre el mostrador. La moneda gira sobre sí misma produciendo pequeños destellos debido a su color plata. El sonido es como una pequeña canica rodando por la madera.

—Ahora quiero que se concentre en esta moneda. Quiero que no deje de mirarla ni de escucharla. Los destellos se vuelven continuos, véalo. Y su sonido penetrante. Ahora quiero que afirme con la cabeza si me entiende —el funcionario asiente con la boca entreabierta —. No hay nada alrededor, sólo esta moneda y mi voz.

La moneda continúa girando sobre el mostrador, su movimiento comienza a ser más irregular.

—Cuando deje de girar hará todo lo que yo le diga, sin preguntas.

El ruido del metal sobre la madera se repite más rápido hasta que la moneda queda inerte sobre el mostrador.

—Muy bien. Escúcheme, señor… —mira el cartelito sobre el mostrador —Nils. Quiero que les diga a los trabajadores que están siendo requeridos en otro lugar, deshágase de ellos como mejor le plazca. Después avise que va a cerrar el cementerio por problemas de última hora y mantenga las cancelas cerradas hasta que yo le diga.

Chas no sabe qué decir. Aquel tipo está hipnotizado, pero no como esos que salen por la tele, está hipnotizado de verdad. El funcionario coge un teléfono móvil y llama a los dos trabajadores. Después da una ronda avisando a todo el mundo que en ese momento está en el lugar.

—¡¿Cómo… cómo demonios has hecho eso?!

—“Demonios” es una buena explicación. Oye, quédate aquí por si algo se tuerce.

—Ni hablar.

—No creo que quieras… o mejor. No creo que puedas ver lo que va a pasar.

—Hace poco una criatura del infierno intentó matarme, y matarte antes de derretirse en agua vendita. ¿Qué es lo que crees que no puedo ver?

—Tú mismo —enciende un pitillo.

Caminan por las calles del cementerio. Primero atraviesan la parte vieja. Algunas lápidas están resquebrajadas, los epitafios desgastados e ilegibles. Otras parecen llevar décadas sin ser visitadas. Una brisa mueve la copa de los árboles y baja hasta el suelo, removiendo algunas hojas y silbando entre las tumbas. Constantine camina con las manos en los bolsillos. Sigue el rastro de Adam hasta su enterramiento. No es difícil. Se detiene ya en la zona nueva del cementerio. Allí reina el color blanco en contraste con el gris mortecino de la parte más antigua que acaban de dejar atrás. El cura está enterrado en un nicho, en una segunda fila comenzando por abajo.

No sería un verdadero tocapelotas si no despertara a los muertos de vez en cuando. Éste me sacó de mi apacible sueño, no se enfadará si le molesto un poco.

Sin decirle nada a Chas, se dirige a una caseta donde hay herramientas, coge un gran martillo que tiene que sostener con dos manos, es una especie de maza. Se quita la gabardina, se coloca junto al nicho y de un golpe quiebra la lápida. Ni siquiera se había fijado en el epitafio. El segundo golpe permite ver el interior.

—¿Pero qué haces? ¿Ahora vamos a profanar una tumba?

—Te he dicho que no vinieras. Necesito hablar con él.

—¿Hablar?... Vale, supongamos que te creo. No… ¿no se hacen esas cosas con sesiones espiritistas y eso?

—¿Tengo pinta de ser un niñato jugando con la ouija? En realidad sería más rápido ir al Infierno, pero no soy muy bien recibido allí. Así que… voy a traerlo, es más fácil hacerlo con su cuerpo. Ya sabes… por el cariño y esas cosas.

—Claro…

Resucitar a un cuerpo simplemente, no es lo mismo que devolverle su alma por completo. Se puede devolver a la vida a una persona sin darle su alma, no es una existencia plena ni… siquiera se podría decir que digna desde el punto de vista estrictamente humano, pero es vida. Devolverle el alma a una persona muerta, para que su vida sea igual que cuando murió… es más difícil.

Chas ayuda a Constantine a sacar el ataúd. Al abrirlo la visión del cuerpo comido a medias por los gusanos, con la carne consumida dejando ver zonas blandas y parte del hueso, y la hierática sonrisa de una calavera sin labios… no es lo peor. Lo peor es el olor. Kramer se da la vuelta y la arcada lo obliga a agacharse.

John vuelca el ataúd y el cadáver rueda dejando atrás un rastro putrefacto. Saca una tiza del bolsillo y escribe cuatro runas en el suelo. Arriba, abajo y a los lados del muerto. Se arrodilla junto al cuerpo y se remanga la camisa.

Vocem meam audi immortali et ad corpus tuum —uno de los tatuajes que John tiene cerca de la muñeca comienza a sangrar —. Non auferetur anima tua a mortuis habitat rursus sanguinem —las runas que ha escrito en el suelo se tornan de color negro.

A veces las cosas no salen como uno planea. En realidad casi nunca cuando se trata del infierno. Una llamarada azul y negra sale del cuerpo de Adam. Ése no es el curilla. La cosa no podía ser tan fácil. Esos hijos de puta no descansan nunca.

Siempre hay gato encerrado cuando se trata del infierno. Pero yo no estoy para perder el tiempo hoy con charlas.

Junto al cuerpo, vestido con un traje y camisa negra, acompañado de una corbata blanca, hay un hombre. Sus manos desprenden un humo amarillento. Tiene la piel muy oscura, pero unos ojos prácticamente blancos. Es Ba‘al Z'vûv. Chas cae al suelo de inmediato, está inerte, tampoco parece respirar.

—¡Oh! Vaya, un cementerio. Si lo llego a saber no me hubiera arreglado tanto. Y un cadáver en el suelo. ¡Qué mal gusto, John! Pero me gusta el latín, siempre me ha gustado. Perdona lo de tu amigo. Ya sabes cómo son estas cosas.

—¿Qué haces aquí, Señor de la Moscas?

—Vamos, John. Ese nombre nunca me ha gustado. Estás intentando sacar un alma del infierno. Y tienes un cuerpo. Muy mal conservado, por cierto. Me da la impresión de que nos quieres robar.

—¿Sabes quién es?

—¿El cura renegado? Claro que sí. ¿Qué clase de capataz sería si no lo supiera? Pero es que tengo curiosidad. Lo cierto es que me importa una mierda si te lo quieres llevar o no. Siempre pertenecerá al Infierno. Pero… éste es distinto. Es un alma atormentada de por sí. Sé la historia de esa… entidad, al menos la que he podido sacarle a él, su alma no está completa, John. Es… como un producto defectuoso. Y me preguntaba… ¿Qué quiere el gran John Constantine de ese cura? Pero viendo aquí el cuerpo… parece que pretendes resucitarlo.

—Si dejo que su alma entre en contacto con este mundo sin saber qué es de la criatura que dices, puede que ocurran cosas horribles que todavía no puedo predecir. Es mejor ir paso a paso. Si la introduzco en su cuerpo, todavía podré controlar la situación. Sólo quiero información que él puede darme.

—“Cosas horribles”. Qué bien suena, John. Medianoche también está metido en el ajo, ¿no? Tiene que ser muy importante para vosotros. Hagamos un trato. Ya que sé lo que pretendes, no puedo hacer la vista gorda… qué diría mi jefe. Ya sabes lo mal que se las gasta a veces. Así que… yo te permito continuar con lo que estás haciendo… ¿a cambio de qué, John?

—¿Qué te parece si te llevo cientos de almas al Infierno?

—Ummm. Esa idea me haría sudar… si pudiera sudar — Ba‘al Z'vûv está caminando alrededor de él, ahora se acerca por detrás poniéndole las manos humeantes en los hombros —¿Sabes lo que te haré si me engañas? —le agarra los antebrazos ahora. Quema.

—Me hago una idea.

—Bien —pasa su mano por el tatuaje de John que todavía está manchado de sangre —. Que esta sangre sirva de firma a nuestro trato… verbal.

—¿Y tu firma?

—Yo tengo palabra, John. Pero si te empeñas... —coge la mano de Constantine y sobre la palma hace una brecha con su uña. Una herida que queda abierta aunque no sangra —. Tendrás esa marca hasta que nuestro pacto se cumpla. Te dolerá.

Camina entre las tumbas del cementerio hasta que desaparece. Chas comienza a recuperar el conocimiento, y el cadáver que hay en el suelo da un espasmo. Constantine se pone a horcajadas sobre Adam, enciende un pitillo sujetando al cura con las rodillas. Da una calada profunda, agarra la cabeza cadavérica del cuerpo hasta que sus cuencas casi vacías se encuentran con sus propios ojos en una mirada muerta. John exhala el humo que llega hasta la cara de Adam, se introduce por su boca y por la cuenca de sus ojos, para salir de nuevo y hacer el camino de retorno hacia Constantine, que lo inhala como si se tratase del humo de una cachimba. El cuerpo queda de nuevo en el suelo, exánime.

—Vámonos.

Chas, que ha visto la escena mientras intentaba levantarse, está aturdido. En realidad no sabe muy bien lo que acaba de ocurrir.

—Creía que habías dicho que ibas a hablar con él.

—Mentí. ¿Puedes conducir?

—Creo que sí.

Cuando pasan por la oficina, el funcionario está sentado en el mismo lugar que donde lo encontraron, mirando fijamente el mostrador. John entra y chasquea los dedos delante de su cara, pero antes de que ese hombre pueda saber qué ha ocurrido, los dos han salido del cementerio.

Encontrarse a Belcebú nunca es agradable, sobre todo cuando te amenaza. Hay que tener cuidado con ese cabrón ahora que está al tanto de lo que está ocurriendo. Constantine se mira la herida de la mano, le escuece.

Un día tengo que enfrentarme a este hijo de perra y darle lo que se merece. Cabrón arrogante. Seguro que se pone cachondo con su propia voz.


John dirige a Chas hasta la tienda “Amón-Ra”. Su amigo el poli no ha dicho nada en todo el trayecto. Todavía parece aturdido por lo que acaba de ocurrir.

—¿Por qué no te quedas aquí ahora? No tienes buena cara.

—Está bien. Te esperaré en el coche esta vez.

El letrero de la puerta indica “cerrado”. Medianoche le abre cuando llama. Le hace un gesto con la cabeza para que le siga.

—¿Qué ha ocurrido?

Medianoche no contesta y conduce a John hasta la trastienda. Una de las estanterías está en el suelo. La trampilla que conduce al sótano está abierta.

Sólo en una ocasión ha bajado a aquel sótano. El ambiente cambia nada más pisar el primer peldaño de piedra de una escalera larga estrecha y húmeda. Da la impresión de que la oscuridad que engulle los escalones es artificial, la luz natural no sería capaz de penetrarla, y son inútiles bombillas o antorchas. Medianoche levanta su bastón y sobre él, una espiral de luz azulada ilumina la bajada delante de ellos. Ni siquiera se puede ver la luz proveniente de la pequeña puerta de entrada apenas a una decena de pasos. Hasta el sonido normal parece perderse en aquella oscuridad. Escalón a escalón se alejan de la realidad más cercana para adentrarse en el mundo de Durante.

En el último tramo de escaleras comienza a vislumbrarse algo de luz procedente del final del angosto descenso. Medianoche continúa sin bajar el bastón y sin decir nada.

El “almacén” inferior más bien parece una cueva sacada de los cuentos de Las mil y una noches. Está iluminado, pero no se ve luz eléctrica ni llamas procedentes de parte alguna. Constantine se queda detenido en el último peldaño, ya casi no recordaba ese lugar. Se pone un cigarrillo en la boca y saca el mechero. No enciende. Lo intenta otra vez. Nada. Click. Click. Me cago en la puta.

—No se puede encender fuego aquí —por fin Medianoche abre la boca.

—Cojonudo. Se podría alquilar este lugar para la terapia de los fumadores.

La atmósfera es sobrecogedora, el aire parece moverse y produce sombras a cada paso. Todo está lleno de objetos, Constantine desconoce la utilidad o la historia de muchos de ellos; de cuadros, de libros y cajas. No hay ni una mota de polvo, pero a pesar de ello, los colores de todo cuanto ve parecen apagados, como tras un velo de ceniza.

El viejo ciego Durante, está sentado sobre un baúl que tiene pinta de atrezo de un teatro barato. Parece exhausto.

—¿A qué demonio guardas en ese baúl tan ridículo?

—Aquí guardo mi ropa, imbécil.

—Déjate de gilipolleces, John —Medianoche interviene —. Se han llevado la caja de música.

—¿Cómo ha sido? Quién ha podido llegar hasta aquí y llevarse la caja delante de tus narices, Durante.

—Una horda de No-Muertos.

—¿Te refieres a unos zombis? ¿Resucitados? —Medianoche parece preocupado.

—No. Eran… unos rescatados. Tuvieron que atrapar sus almas antes de abandonar el cuerpo, los estaban manejando. Cuando entraron en la tienda, uno de ellos se dirigió directamente aquí, sabía lo que buscaba, así que sea quien sea el que esté detrás… tiene un objetivo concreto. El resto, tres, pudieron conmigo.

—¿Y cómo rompió el hechizo para entrar? ¿De verdad no puedo encenderme un pitillo?

—Traía un pergamino. Magia rúnica. Anuló el hechizo.

—Esa criatura apenas tenía forma. No supimos nunca de qué se trataba. ¿Por qué alguien querría dominarla?

—Eso es fácil de contestar, Medianoche. Era la expresión simple de Angra Minyu, o Ahriman. En persa, اهريمن. Representa la mala conciencia de la gente, o eso se cree en algunas culturas. Es como un Satanás destructor.

—Lo que viene siendo un cabrón.- John intenta de nuevo encender el mechero.

—Sí. Por eso se quedó con parte del alma del sacerdote. Viéndose atrapado intentó hacerse más fuerte y permanecer en este mundo más tiempo. Tal vez para terminar de traer a su “yo” completo. Tenéis que encontrarlo.

Medianoche mira a John mientras se acaricia la perilla y le hace una seña para salir fuera.

Rastrear No-Muertos no es complicado. Su alma se deshace como un terrón de azúcar en la leche. Los dos llegan al coche. Chas mira a Medianoche que se sienta en el asiento del acompañante.

—¿Y éste quién es? —Medianoche señala con el dedo a Chas.

—Es un cabrón muy terco.

—¿Cuándo vas a matarlo?

—¿Matarme?

—Todavía no, Medianoche —los dos se ríen.

—No le veo la gracia. Tienes que explicarme muchas cosas, John.

—A su tiempo. Arranca y ve donde Medianoche te diga.

—Vaya nombre.

Medianoche cierra los ojos y va guiando al agente Kramer que refunfuña sin parar. Hasta que llegan a la estación de ferrocarril.

Es posible que el destino no esté escrito, pero sea quién sea el que teje la tela del tiempo, a veces deja hilos sueltos. No hay duda de que mi sueño era más que eso. A mucha gente le van a pasar cosas malas hoy.

En el vestíbulo de la estación hay demasiada gente de aquí para allá, es fácil perder el rastro. Próxima salida del tren seiscientos sesenta y seis con destino a Nueva Orleans, plataforma cuatro. No hay nada mejor que una puta casualidad para despertar mentes dormidas ante lo obvio.

Chas no sabe muy bien qué pasa, pero la cara de John y de Medianoche lo dice todo.

—Medianoche, ese tren pasa por un túnel, no saldrá de la estación hasta dentro de quince minutos. La costumbre es hacer sonar la sirena. Abre las puertas allí, cuando suene la sirena sabré lo que va a pasar.

—¿Abrir las puertas? ¿De qué puertas habláis?

—Si haces eso… si el tren las cruza…

—Créeme. Esa cosa va a salir de la caja en ese tren. Con el alma del cura puede introducirse en los cuerpos humanos. Tú hazlo. Chas. Dame tu placa y vete con Medianoche.

—¿¡Te has vuelto loco!?

—Como una puta cabra. Pero no tengo tiempo de explicártelo. Si no me la das te patearé el culo y te la quitaré.

A regañadientes Chas le da la placa a Constantine y se va con Medianoche.

Es paradójico. Lo que está a punto de ocurrir no pasaría si yo no me montara en ese tren. Pero si no lo hago, tal vez la criatura se me escape para siempre y ese… Ahriman, o su puta madre, podría hacer de las suyas.

Con la placa y un poco de carisma de ese que la gente no sabe explicar, consigue subir al tren al más puro estilo de las películas malas de policías. De esa manera que sólo ocurre en las novelas o los cómics. Claro, que sus dotes de control lo ponen por encima de todos esos personajes de papel o celuloide.

Es absurdo que un No-Muerto tome un tren, los cuerpos de esas abominaciones estarán pudriéndose en algún lugar de la estación. Otra persona custodia ahora la caja, Constantine está seguro. La pregunta es si podrá encontrarlo entre tanta gente. Todo depende de quién o qué la haya cogido ahora.

El tren da una sacudida y se pone en marcha. La mayoría de las personas han tomado asiento, otros pululan por el pasillo y las zonas entre vagones. No puede encontrar aquí a alguien sin conocerlo. Pero la caja está encantada, es un recipiente de poder.

Camina despacio por los vagones, abstrayéndose de las conversaciones de la gente, del ruido del tren sobre los raíles. Uno tras otro, mezclándose con los pasajeros, esperando a sentir… eso. Ahí está. Una presencia poderosa, muy diferente al resto en el coche número cinco.

Uno de esos desconocidos es el hijo de perra que busca. Y lo va a encontrar aunque tenga que arrancarles el corazón uno a uno. Saca un cigarrillo y lo enciende. Antes de darle la primera calada, un auxiliar vestido con un horrible uniforme rojo y azul se acerca a él.

—Lo siento, pero no puede fumar aquí.

—¿Quiere apostar?

—Señor. No se puede fumar. Si insiste tendré que denunciarlo y obligarle a bajar en la siguiente estación.

—Ya. ¿Quién te ha dicho que llegaremos a la siguiente estación?

El auxiliar se retira con pasos largos y cara de indignación. Irá a llamar a sus amiguitos. Es hora de trabajar.

—¡Un minuto de atención, por favor! —todos lo miran —Gracias —le da una calada profunda al cigarro.

—¿No ha escuchado al auxiliar? —una señora gorda y con demasiada pintura alza la voz —¡Aquí no se puede fumar!¡ Es usted un mal educado!

—Soy más que eso, vieja zorra. Ahora cállese. ¡Quién de ustedes es el hijo de puta que tiene la caja de música!

Un fuerte dolor en el pecho le saca el aire de los pulmones, obligándole a exhalar el humo que tiene dentro. El cigarro se le cae al suelo y casi pierde el equilibrio. Al fondo, justo al otro lado del vagón, se escucha un canto grave. Una persona se levanta. A pesar del timbre de su voz no es un hombre. Una chica delgada y vestida de negro hace gestos con las manos mientras canta. Todo alrededor de Constantine se desvanece, una parte de él lo abandona. Es su alma, su espíritu. Aquella zorra pretende arrebatársela y eliminarlo.

Tiene gracia lo fácil que me lo ponen estos nigromantes advenedizos. Son igual de cabrones que de insensatos.

John se abandona al efecto del hechizo, y por un segundo todo se detiene; todo menos su alma, que como un ciclón sale de su cuerpo para introducirse en el de aquella niñata aprendiz de bruja. La nigromante no puede controlar el poder del alma de Constantine. La delgada mujer es zarandeada literalmente en el aire. Una fuerza invisible para todos, estrella su cuerpo contra el techo del vagón repetidas veces. Contra el suelo, contra otros pasajeros. Constantine pierde la visión, es hora de recuperar lo que es suyo. La mujer queda tendida en el suelo, y un espectro de una forma indescriptible regresa al interior de John.

Todas las personas del vagón están aterradas. Gritan, lloran. Algunas han cerrados los ojos. Constantine necesita unos segundos para recuperarse. La nigromante se arrastra hasta su asiento. John se acerca a ella.

—Tú sólo eres un aprendiz. Tu maestro no te habló de mi, ¿verdad, puta? Mi alma… bueno, digamos que es especial. Pero no especial de… qué buena persona eres. Más bien el especial de… “intento robarla y me da por culo”, como a ti.

-… —la chica no puede hablar, tiene las costillas destrozadas. Aunque ya ha conseguido llegar a su asiento y coger una pequeña mochila de cuero.

—¿Tienes la caja ahí? Permíteme.

Ninguno de los pasajeros se atreve a decir nada. Nadie comprende qué acaba de ocurrir. Algunos todavía lloran.

En el interior de la bolsa de cuero está la vieja caja de música. Constantine la coge.

—Podría matarte ahora. Pero me mancharía de sangre. Estás hecha un asco. Además morirás de todas maneras dentro de poco.

Abre la tapa de la caja de música y la pone en el suelo. La melodía comienza a escucharse. Es la segunda vez que la oye. Es una melodía triste, parece que augura aquello que tiene dentro.

Espero que Medianoche haya conseguido abrir la puerta. Esto se va a poner muy feo.

A pesar de que el sol entra por las ventanas del vagón, el interior se oscurece. Las notas ya parecen no provenir de la pequeña caja, sino de todo el tren. Redundan en los oídos de John y de todos los pasajeros.

Alrededor de la cajita que tiene forma de baúl en miniatura, comienza a arremolinarse un humo de fulgor intenso. Parece danzar al ritmo de la música mientras se eleva. Nadie se levanta de su asiento, están aterrados. Las miradas no dejan de dirigirse del humo brillante, a John; como si esperaran una explicación de lo que está ocurriendo. Aunque lo que de verdad debería de preocuparles es lo que va a suceder.

Constantine se prepara para la criatura. El humo comienza a adquirir unas formas imposibles. Las últimas notas. La melodía está a punto de terminar. El humo adquiere consistencia, una mezcla de etéreo y físico sin forma determinada. El último compás de la melancólica canción. John se prepara para un ataque. Suena la última nota.

Cuando la criatura absorbió parte del alma de Adam cambio su estado en esta dimensión. No es completamente etéreo, pero puede permanecer más tiempo aquí. Además puede introducirse en los cuerpos. Constantine lo sabe y cuenta con ello. La criatura intentará eludir el combate ahora de esa manera, porque todavía está débil por el hechizo de la caja.

Efectivamente, la visión que es aquella criatura se mueve a la velocidad del rayo y se introduce en el cuerpo de un hombre que hay sentado cerca. Suena la sirena del tren, el túnel está cerca.

El individuo, un hombre de pelo negro y largo, se pone en pie, sus ojos ahora son vidriosos y de un verde intenso. John mete la mano en el bolsillo de su gabardina y saca el paquete de cigarrillos. De nuevo el sonido grave que anuncia el túnel. El hombre lo observa unos segundos y da media vuelta. Camina hacia el otro extremo del vagón.

La locomotora entra en el túnel y todo cambia. Medianoche ha hecho su trabajo abriendo las Puertas del Infierno. La oscuridad que debería reinar en el exterior, es ahora un paisaje yermo de laderas humeantes de colores rojizos y ocres. La gente grita. La criatura mira alrededor. Las ventanas se rompen y un sonido agudo procedente de todas partes obliga a los pasajeros a taparse los oídos. La atmósfera en el interior de vagón se vuelve asfixiante, densa, incluso pesada. Aquello es su sueño, el tren del infierno.

Por el techo y las ventanas entran unas criaturas delgadas, de piel grisácea. No tiene expresión en su rostro, ni siquiera tienen ojos. Son demonios vigía, vagan constantemente por el infierno. Es el caos. Algunos pasajeros intentan esconderse debajo de los asientos. Otros están acurrucados en un rincón llorando. Un par de ellos saltan por la ventana. La criatura está de pie, gira la cabeza hacia John, parece que sabe lo que está sucediendo.

Uno a uno, por las ventanas, por los agujeros en el techo o incluso a través del suelo del vagón, los demonios se llevan a los pasajeros que chillan horrorizados e intentan aferrarse a cualquier cosa, pero es inútil. También se escuchan gritos en otros vagones. Uno de los demonios se acerca al hombre poseído por la criatura. De un tajo en el cuello le separa la cabeza del cuerpo, y se lo lleva. Hay sangre por todas partes.

El sonido es ahora ensordecedor. El tren da sacudidas sobre los raíles que están ardiendo. Uno de los demonios de acerca a John. Lo hace despacio, con cautela. Lo “observa” con su cara sin ojos. Después mira hacia la criatura, que ahora, sin cuerpo que habitar, está en un estado semi-corpóreo. El demonio se dirige a la ventana y salta.

El ser se retuerce intentando adoptar una forma concreta, todavía está débil. Al final es un amasijo de carne del que sobresalen patas, piernas y brazos. Con una horrenda boca en el centro. Emite un sonido gutural amenazante.

Constantine lo mira sin inmutarse. Ese hijo de puta no debe tener un buen recuerdo de él. Mira por la ventana. La visión de las praderas infernales que hay dentro de ese túnel le hace sonreír. Se lleva el pitillo a la boca y enciende el mechero. Da una calada muy honda. Ya no tienes cuerpo en el que esconder. Ven aquí cabrón. El ser sin forma se abalanza sobre él. Entonces expulsa el humo, y con él el alma de Adam, que se llevó del cementerio. El espíritu se materializa delante de la criatura.

La reacción es inmediata. El alma condenada de Adam se reconoce a sí misma en el ser. Sin dudarlo se funde con él. Aquella cosa no puede evitarlo, el poder del infierno está con Adam. Y sea lo que sea en lo que se acaba de convertir, el infierno reclama lo que es suyo. Porque nadie escapa de ese lugar.

Ahora son una sola cosa y está condenada porque el alma de Adam tiene su lugar en el infierno por toda la eternidad.

Nada ni nadie puede escapar del infierno… menos yo. Pero parece que este cabrón no lo sabía. Debería sentirme mal por traer a toda esta gente a este horrible final. El infierno en vida tiene que ser una locura, aunque sólo sea un instante. Debería… pero no.

El tren sale del túnel. Los asientos están destrozados, quemados. Las ventanas rotas. Hay agujeros en el suelo y en el techo. El vagón parece un queso gruyere. Y probablemente la locomotora vaya sin control alguno. Puede salir del infierno, pero quién sabe si puede sobrevivir a un accidente ferroviario. Qué ironía. Pero sabe que eso no pasará. John se sienta en uno de los sillones que está casi en el “chasis”. Tiene un trato que cerrar.

Como si se tratara de una explosión, parte del lateral del vagón salta por los aires. Parece que alguien está enfadado. Constantine sale despedido junto a las partes del tren que han salido volando. Casi sin darse cuenta está rodando por el suelo árido y caliente.

Ba‘al Z'vûv está de pie junto a él, que todavía no ha podido levantarse. Ahora lleva un traje de corte italiano. Lo observa con desprecio, como se mira a una cucaracha. Y seguro que debía de tener ganas de aplastarlo como se hace con esos bichos repugnantes.

—Belcebú. Te estaba esperando —se pone en pie sacudiéndose la gabardina.

—Qué has hecho. ¿Has metido un puto tren en mi Infierno?

—“Mi Infierno”… es algo presuntuoso.

—Bueno, John. Todo el mundo tiene aspiraciones —un estruendo de amasijos de hierro hace que Belcebú mire en esa dirección —. Ése era tu tren, me temo. Dame una razón para que no te saque las tripas aquí mismo, y las ase delante de ti.

—He cumplido mi parte del trato.

—Dios es misericordioso y estúpido, por eso la mayoría de esa gente se convertirá en mártires, algo incoherente ya que ha sido tu capricho. Y si no, muchos de ellos no pertenecen al Infierno. Dios es demasiado… benevolente. Así que… no tengo lo que prometiste.

—Te prometí que te llevaría cientos de almas al Infierno, y así he hecho. Lo que hagas o puedas hacer con ellas… no entraba dentro del trato. Eso es cosa tuya.

—Un día, John, tu culo será mío para toda la eternidad. ¿Te lo imaginas?

—¿Le has dicho a tu jefe que has hecho un trato conmigo?

—Eres un cabrón con suerte. Pero se te acabará. Nos veremos, Constantine.

—Lo estoy deseando. ¡Oye! ¿Y tu otra parte del trato? —le muestra la palma de la mano, todavía tiene la laceración medio cauterizada.

Escuece tanto cuando se cierra que John se encoje. Belcebú ha desaparecido sin más entre las grietas del suelo reseco.

Esto no ha acabado. Quien sea el que pretendía controlar a la criatura para invocar a Angra Minyu, tiene que ser un hechicero poderoso, un nigromante probablemente. Tal vez también fuera quien en el pasado llevó a la criatura hasta Nueva Orleans.

Si sólo fuera el cielo o el infierno lo que nos rodea… pero somos vulnerables a diferentes realidades, y estamos expuestos a ellas. Es el mundo de las tinieblas al que tanta gente teme en sus pesadillas.

Referencias:
1.- Que no tiene noticia de las cosas. (Rae)

4 comentarios :

  1. Controvertido… fuera de tono…. Algo pesado… brutal… crudo…. Ruín… son las palabras que me vienen a la mente después de leer el segundo capítulo del Volumen 2 de Hellblazer de mano de Enrique Cabrera. El número previo genero comentarios positivos y negativos, antes la visión que el autor aportaba del personaje. Una visión un tanto cercana a la de la película.
    No piensen que los adjetivos y las palabras que expreso en la primera son de corte peyorativo. No estoy descontento con el relato. Salvo en ciertas partes que se me hizo pesado, y porque hay unos cuantos horrores ortográficos por allí y acuya. Sino porque esas han sido las sensaciones que me ha transmitido el autor al final del relato.

    No comparto lo que ha hecho el personaje, no lo siento como el John Constantine que conozco y he disfrutado. Pero no por ello lo encuentro malo, al fin y al cabo es el Constantine del señor Cabrera. Sigo medio en shock, pero creo que el estado en que he quedado tal vez sea lo que estaba buscando el autor. Como sea, es un relato muy bien logrado, con ese tono sucio, oscuro, malévolo y astuto que caracteriza a Hellblazer. Por lo tanto este es un trabajo que da en el clavo, muy logrado y realmente recomendable.
    Que lástima que tu visión difiere mucho de la que yo he trabajado, porque de verdad sería interesante, establecer una línea consistente entre la Cosa del Pantano y cualquier serie de tipo paranormal dentro de la Continuidad de Tierra-53.

    En cuanto a la ilustración, realmente brutal el trabajo de CalaveraDiablo, cualquier flor que le lance seria poca cosa.

    En fin, tremendo trabajo … espero leer el próximo pronto.

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  2. Parafraseando a William en su comentario: Controvertido, fuera de tono,brutal,crudo, ruín, sucio, oscuro, malévolo y astuto. Esas son las palabras con las que pienso todos relacionamos a Constantine. Y esa es la impresión que tengo del personaje después de leer el relato de Enrique. Por lo que es por mí, estoy muy contento de poder contar con relatos como este para nuestra página. Deseando estoy poder leer la continuación (y que la serie dure mucho tiempo...)

    Respecto a la portada, CalaveraDiablo esta en su elemento con todos estos motivos oscuros y demoniacos. Una portada perfecta para esta serie

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  3. Buenos días, me retracto de los Errores, lo que vi fue solo uno. Y lo otro que me parecio un error, fue producto del cambio de formato. Mis mas sinceras disculpas al Autor y al Editor. La próxima vez tendré más cuidado.

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  4. Parece que resulta difícil reseñar un número de esta serie sin detenerse a cuestionar la personal visión que tiene su autor de Constantine y el hecho de que ésta quizá no sea todo lo "respetuosa" que debiera con el personaje que hemos podido leer en los cómics durante todos estos años o el que también encontramos en nuestras propias series AT como La Brigada de la Gabardina (y sí, a mí lo de sus tatuajes también me resulta un poco chocante), pero creo que esta vez voy a pasar.

    El segundo número del Hellblazer de Enrique Cabrera me ha parecido realmente excelente, y me ha gustado incluso más que el primero, que ya era un comienzo más que prometedor. La historia está muy bien escrita; el argumento "fluye" con total naturalidad a pesar de las trampas que organiza Constantine para salirse con la suya, consiguiendo que todo encaje al final para terminar saliendo airoso del embrollo en el que se mete, aunque como suele ser habitual, sólo él saldrá bien parado; y tanto los diálogos como el retrato del perfecto hijo puta que es Constantine están clavados.

    En definitiva, un número que se lee del tirón, te deja con ganas de más y presenta la ventaja de contar una historia cerrada, muy disfrutable por sí misma, al tiempo que se trata del primer capítulo de otra mayor que el autor promete continuar en próximas entregas.

    Número redondo, sí señor :)

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