Green Arrow nº 9

Título: Cazador cazado (II)
Autor: Gabriel Romero
Portada: Juan Andrés Campos
Publicado en: Agosto 2007

¿Podrá sobrevivir Flecha Verde a la terrible fosa séptica donde le han arrojado sus enemigos? ¿Y qué tendrá que hacer para conseguirlo? Apariciones especiales de Canario Negro, Atom, Flash, Dr. Mid–Nite, Batman, Wildcat y muchos más.
Tras naufragar en una isla desierta, el industrial Oliver Queen tuvo que aprender a cazar y a sobrevivir en la jungla. Hoy utiliza esas habilidades para continuar la caza en una jungla muy diferente. Armado sólo con su arco, sus flechas y sus agallas, lucha con todas sus fuerzas para hacer un mundo más justo. El es...
Creado por Mort Weisinger y George Papp


Prólogo


Solo. Oscuro.
Terriblemente solo. Terriblemente oscuro.
El mundo a mi alrededor es un mar de silencio y negrura que me golpea salvajemente. No hay nada, no existe nada, salvo la escasa conciencia que me queda de mí mismo, y el dolor.
El terrible dolor.
Parece que me consuma por completo, que me atraviese como una espada. Es un dolor terrorífico, inimaginable, que ocupa cada espacio de mi cuerpo, cada átomo de mi ser. Sólo soy dolor, sólo vivo dolor, sólo respiro, veo, huelo y percibo el dolor, es mi única realidad y mi credo.
Lentamente voy recuperando la conciencia, voy siendo yo mismo de nuevo. No sé dónde me encuentro, ni qué hago aquí, pero sé que soy un hombre, al que llamaban Flecha Verde, y no voy a rendirme.
No tengo más fuerza que mi voluntad, ni más armas que la rabia, pero tendrá que bastarme para salir de ésta. Porque si no...
Pero no puedo pensar en eso. Sólo debo concentrarme en mí mismo, en mi supervivencia, en salir adelante. En abrir los ojos.
Me esfuerzo, pero no es fácil. El dolor me inunda, me frena, pero no puedo dejarme vencer. Soy más fuerte que él, que cualquiera. Me olvido de todo eso, de la tortura, del suplicio, y me concentro en lo que hay fuera, en las sensaciones que me llegan del exterior.
Lo primero que noto es el olor. Ese olor.
Un olor potente y nauseabundo, a basura, a podredumbre. Es el olor de la carne corrupta y los desechos orgánicos. ¿Es que esta gente no recicla? Pero es la peste más intensa y penetrante que he olido nunca, es como estar encima del mayor basurero del mundo. Penetra en mi garganta, en mi nariz, me abrasa por dentro, no me deja respirar. Toso, pero sólo consigo irritarme aún más. Sin aire, no tendré mucho futuro...
Lo siguiente que percibo es el calor. Una temperatura agobiante, asfixiante, llena el lugar. Como un horno, en el que yo no soy más que una diminuta galletita, y estoy a punto de quemarme. Eso tampoco ayuda mucho para respirar...
Después noto el silencio, el enorme y completo silencio que me rodea. Pero no es sólo la ausencia de ruido, no es un silencio tranquilo y relajante, sino el estruendoso silencio del abandono, del cementerio, de la condenación. Estoy rodeado de muerte.
Mi propia conciencia me obliga a despertar, muy despacio, a luchar por abrir los ojos, esforzándome, superando el dolor y la agonía. Estoy vivo, soy libre, puedo vencer. Debo vencer. El mundo a mi alrededor me grita y pelea, intentan derrotarme, pero nadie podrá conmigo. Soy un hombre, y voy a conquistar el mundo.
Abro los ojos.
Lo primero que percibo es un velo negro y tupido que oculta mi mirada, una cortina de oscuridad, que no podrá cegarme por más tiempo. A mi voluntad, el velo desaparece, se evapora lentamente, y puedo ver al fin.
Y recuerdo dónde estoy. Dónde me arrojaron esos bastardos para dejarme morir (1), herido y desangrado, con el intestino hecho trizas y los huesos rotos. Estoy en un pozo de residuos, en una fosa séptica, encadenado de pies y manos a una vieja silla de mimbre, rodeado de basura en descomposición. Sin salida, sin aire, sin luz,... sin esperanza. Ollie, chico, ahora sí que lo tienes mal, ¿eh?
La cabeza me da vueltas, el mareo hace presa en mí con saña, se ceba en un pobre arquero sin futuro. Pierdo noción de la realidad. Ante mis ojos, los ladrillos de la pared bailan y giran en torno a mi cuerpo. Puedo ver a través de ellos, distinguir lo que hay más allá, ver lejos.
Y me veo a mí mismo.
Me veo más joven, egocéntrico, engreído, dando una fiesta en mi magnífico yate por los Mares del Sur. Todo alcohol y mujeres, risas, música, diversión. De pronto, un golpe terrible, el barco se tambalea, y un comando paramilitar de hombres polinesios suben a bordo. Son piratas. Roban las joyas, el dinero, y apresan a los invitados en la popa. Yo me enfrento a ellos. Una ira inmensa surge de mi estómago, mis ojos bullen con rabia, y los combato, poseído por una fiereza que nunca supe que tenía. Pero no sale bien, yo no soy un luchador, y estoy demasiado borracho, así que termino cayendo del barco, y hundiéndome en las frías aguas de la noche. Los piratas ríen, y mis propios invitados me dan por muerto, pero nadie hace nada por rescatarme.
No sé cómo, llego a una isla. El mar me arroja de mañana a una hermosa playa paradisíaca. Estoy solo, desnudo, sin medios, y sin la más remota idea de cómo sobrevivir. Rápidamente se hace obvio que el supuesto paraíso se va a convertir en un infierno. Soporto aguaceros, carencias, desnutrición, pero sigo vivo, por propia voluntad. Construyo armas rudimentarias para cazar, mato bestias para alimentarme, y me asquea mi propio salvajismo. No soy un asesino, ni un bárbaro, y la muerte cruel de animales libres me asquea. Sólo mato cuando es estrictamente necesario, y sólo para sobrevivir. Conforme pasan los meses, fabrico un arco y flechas de madera, que me sirven tanto para saciar mi hambre como para ahuyentar a las fieras.
Y decido, pese a lo que cualquier deidad de los cielos tenga pensado para mí, que estoy dispuesto a sobrevivir, cueste lo que cueste, y pese a quien pese. Soy un hombre, y mi voluntad es ley en este lugar olvidado de la mano de Dios. Y si yo decido seguir vivo, y sobreponerme a cuantos elementos luchen en contra, y derrotar a todos los enemigos que pretendan abatirme, entonces mi palabra se cumplirá. Y sobrevivo.
Y cuando pasan los meses, y observo que no han podido con el viejo Queen, sonrío satisfecho. Me he convertido en un ser de la naturaleza, en un elemento más de esta isla. Puedo moverme en silencio por el bosque, y seguir el rastro de mis presas, evitando que huyan de mí, cerrándoles el paso, abatiéndolas. Soy ligero como el viento, y certero con el halcón. Soy un cazador.
Por eso, cuando los pobres revolucionarios polinesios que me condujeron aquí cometen el error de atracar en mi isla, ya no es el mismo Oliver Queen el que confrontan. Están bien organizados, y atracan de vez en cuando en este lugar para abastecerse de agua y comida, pero ahora ya no podrán volver a hacerlo. Ahora esta isla me pertenece, y aún tengo viejas cuentas que saldar con ellos. Uno a uno, van cayendo en mis manos, heridos por mis flechas, atados por mis cuerdas. Tienen suerte de que yo no sea un asesino... Si me hubiera dejado llevar por la barbarie, si me hubiera convertido en un salvaje, en una bestia más de la jungla, ahora bailaría sobre sus cuerpos, mutilados y despedazados por mis fuertes músculos. Pero no lo soy. No soy como ellos, ni como las fieras de esta isla. Soy un hombre, y yo decido mis actos, y por eso soy responsable de ellos. Los piratas no tienen nada que hacer contra mí, y caen sin remedio en poder del que llaman “El aborigen blanco”.
Capturo su barco y sus provisiones, y me entero de que aún mantienen como rehenes a todos los americanos capturados durante sus meses como piratas. El Gobierno de los Estados Unidos ha debido intentar liberarlos en muchas ocasiones, pero sin éxito.
Solo al timón del viejo barco pirata, observo por última vez la isla que ha sido mi hogar durante casi un año. Me apena dejarla, marchar lejos y volver a una vida que ya no siento mía. Pero debo liberar a mis amigos, devolverlos a la civilización, y ajustar cuentas con Oliver Queen. ¿Qué haré con él? ¿Quién seré en adelante? Está por ver...
Consigo detener al resto de piratas que retiene a mis amigos, y los entrego a las autoridades, que los juzgarán duramente. Por un segundo, dudo en mis actos. El Gobierno local no es precisamente el más democrático del mundo, y la gente vive en la más absoluta pobreza y miseria, al tiempo que sus gobernantes construyen mansiones de lujo y viajan en limusina. Y por otro lado, los Estados Unidos tampoco han hecho nada por liberar a los rehenes, que no eran más que turistas e industriales de la alta sociedad americana, y a los que han calificado por medios internos como “explotadores y comerciantes clandestinos que viajan a esas zonas en busca de mercancía barata”. Falso. Ninguno teníamos al más mínimo interés comercial en este viaje, sólo era un paseo en yate para ahogar el stress en alcohol y gastar un par de millones en juergas.
Y por un segundo nace en mí una ansiedad terrible, un afán por equilibrar las cosas. ¿Vivimos acaso en el mejor de los regímenes posibles? ¿Tiene el pueblo acceso a los bienes mínimos necesarios para su supervivencia? Y no hablo sólo de aquella apartada región, incluso en el mismo corazón de América. ¿Se preocupa alguien de las necesidades sociales? ¿Existe realmente la Justicia? Alguien debería garantizarla...
Regreso a casa, a Star City, mi ciudad, después de once meses, y vuelvo a ser Oliver Queen, el industrial, el filántropo, el play–boy mujeriego y alcohólico que está dispuesto a llevar a la quiebra la saneada empresa de su padre. Pero algo ha cambiado, y todos pueden notarlo. Ya no bebo, ni salgo con mujeres, y gobierno la compañía con mano firme, y sabiendo lo que hago. Mi cuerpo es una cuerda fibrosa que tenso a diario, entrenando horas y horas, para no perder el rumbo en este mar revuelto. Me cuesta dormir sin los sonidos de la jungla, vivir sin la emoción de las carreras y las persecuciones, y alimentarme de comida guisada. No reconozco mi propia imagen en el espejo, ni los sitios por donde paso. La ropa, los zapatos, la corbata, se me hacen insoportables. El asfalto me parece una aberración, un asesinato de la naturaleza. Parece mentira cuánto puede haber cambiado mi vida en sólo once meses...
Aparezco en todos los periódicos: “Empresario convertido en moderno Robinson Crusoe”. Mi historia es portada varios días en el Daily Star, se me nombra en reportajes exclusivos y hasta repasan mi vida en televisión. Pero luego todos se van olvidando poco a poco de mí, dejo de ser noticia, y puedo volver a una vida normal. Lo que ellos no saben es que lo que llaman “vida normal”, para mí resulta ser un infierno. Ya no puedo regresar a esto, ser de nuevo quien era, y al que ahora desprecio. Siento la llamada de la naturaleza, de fuera de esta ciudad, de la vida salvaje, del que llaman “El aborigen blanco”, y que ahora resulta ser mi verdadero yo...
Uno de mis antiguos amigos ha notado la diferencia, y para tratar de animarme, me invita a una fiesta benéfica de disfraces en el club. Una de esas aburridas reuniones de millonarios que gastan su tiempo y su fortuna en bostezar todos juntos, con el estúpido pretexto de ayudar a los pobres (los mismos a los que esquilman su dinero). Pero no puedo decir eso en público y pretender seguir llamándoles amigos, así que mejor me callo y asisto a la fiesta. Y el único disfraz que se me ocurre es el del mejor arquero del mundo: Robin Hood.
Y allí aparezco yo, vestido de verde, con las mallas, las botas y el gorrito, un arco largo y un carcaj lleno de flechas auténticas (que me hacen recordar los únicos once meses de mi vida que ahora sé que fueron reales). Y para ocultar mi identidad, nada mejor que un antifaz negro y una perilla falsa. Ni mi madre me reconocería...
Asisto, con inmensa paciencia, y aguanto mil y un discursos idiotas que ni ellos mismos entienden, sobre las evoluciones de la Bolsa, las nuevas tendencias de la moda, o mi aventura en la isla, que a todos les hace mucha gracia (aunque cuando dicen esto no saben que yo estoy presente, y los observo con la boca cerrada). Me llaman “náufrago del nuevo siglo”, o “el salvaje urbano”, y ríen a carcajadas. Malditos retrasados. Los polinesios hablaban de mí con un respeto reverencial, casi como de un mito o un dios, y mi historia habrá corrido entre ellos como la pólvora, y en cambio estos subnormales, que pretenden ser la cúspide de la evolución humana, se burlan de mi hazaña de supervivencia. Ahora veo que estoy muy por encima de cualquiera.
Salgo a la terraza a respirar aire puro, a aclarar mis ideas para evitar enfrentarme a ellos, y el Cielo vuelve a sonreírme. De pronto, se escuchan disparos. Gracias, Dios mío... Corro hacia allí, sintiendo de nuevo la adrenalina en mi sangre, el corazón latiendo a cien por hora. La emoción de la caza.
Un tipo, oculto el rostro por un antifaz negro, y vestido de gángster de los años treinta, está atracando a los invitados a la fiesta, apuntándoles con un revólver. No hay nadie más, está solo, sabe que para robar a los ricos no hace falta llevar un escuadrón, basta un solo hombre con una pistola para que todos se caguen encima. Pero se olvidó de mí. Coge a una mujer de la cintura y la arrastra fuera, con su vestido de Cleopatra, amenazando con matarla si le impiden escapar. Es obvio que no piensa hacerle daño, no es un asesino, y no sabe matar. Sólo es un escudo para proteger su huida.
Yo tampoco soy un asesino, pero he tenido que matar para vivir, y preferiría no tener que hacerlo más...
Salto desde la terraza a los árboles del jardín, y de allí al suelo. Mi agilidad sigue intacta, como si nunca hubiera salido de la isla. Me acerco por detrás, y le grito:
– ¡Suéltala, bellaco!
El tipo se gira, y al verme empieza a reír. Le apunto con mi arco directo al corazón, no sé qué puede causarle tanta gracia. Es un revólver contra una flecha.
– ¡Ja, ja, ja! ¿Qué demonios es esto? ¿Robin Hood? ¡Dios, sabía que los ricos estabais zumbados, pero no pensé que tanto! ¿Qué vas a hacer, lanzarme una flecha de plástico, maldito idiota?
El tipo se confía, y ésa es mi ventaja. Disparo, girando suavemente el arco hacia la izquierda. La flecha golpea en el revólver y le desarma. Su rostro cambia, lleno de sorpresa e indignación. Cleopatra aprovecha para escapar.
– ¡Serás malnacido! ¡Voy a destriparte por esto, perro!
Pero sé que tampoco son más que palabras. Lo más violento que este hombre ha hecho en su vida es dar unas cuantas palizas a sus rivales en la calle... yo en cambio, he matado a golpes a las bestias y pájaros de la jungla, y me he alimentado de ellos. No tiene escapatoria posible de mí.
Corro hacia él como un rayo, y antes siquiera de que pueda verme aproximarme, agarro sus brazos y se los inmovilizo a la espalda. Le tiro al suelo, y le someto por la fuerza. Mi enorme fuerza de aborigen. La pelea ha terminado antes de empezar.
Los invitados llegan enseguida, y a los pocos minutos la policía. Y después la prensa. No quiero más reportajes, ni volver a aparecer en las noticias, así que me escabullo en el jardín y salto la tapia, no sin escuchar a lo lejos las últimas palabras del atracador antes de meterlo en el coche:
– ¡Estaba tan cerca! ¡Podría haber escapado con todo ese dinero, de no ser por ese... ese... Flecha Verde!
Y prefiero marcharme. ¿Flecha Verde? ¿Flecha Verde? ¿A qué clase de idiota se le ocurrió ese nombre? Suena a folletín, a novela barata por entregas. Pero a la prensa le encanta, y a la mañana siguiente la noticia ocupa la primera plana del Star City Gazette:

“Flecha Verde atrapa a un ladrón de joyas”

Fantástico. Otra vez salgo en portada, y encima como protagonista de un extraño numerito de héroe de cómic, para dar que hablar a las cotorras de mis amigos. Una comidilla más...
Pero de algún modo, me gusta, y una nueva idea flota en mi mente. Crimen, corrupción, desigualdades... mi ciudad, mi nación, están sometidas por los mafiosos y criminales de turno, que llevan el miedo al corazón de la gente honrada. El mundo ya no es blanco o negro, está lleno de grises, y la policía y los jueces no entienden eso. No hay sólo que castigar al culpable, también hay que ayudar al inocente, para que deje de ser víctima y se convierta en dueño de su propio destino, como hice yo en la isla. Tal vez haga falta alguien externo al mundo de la Justicia, alguien que no esté comprometido con el Gobierno ni el dinero, y que pueda tender una mano a esa gente que lo necesita.
Y volver a sentir la emoción de la caza tampoco me desagrada.
Contemplo las imágenes en televisión de un hombre que vuela en Metrópolis, vestido con una capa roja y luciendo un hermoso símbolo en el pecho. Oigo los rumores de un murciélago gigante que castiga a las familias de la mafia en Gotham. Veo la grabación de un ciudadano, que captó a un borrón dorado y rojizo impartiendo justicia en Central City. Y hasta se dice que algunos han visto a un tipo de pelo castaño que vuela en Coast City, ayudado por un brillante anillo de poder.
La esperanza ha vuelto al mundo. ¿Por qué no uno más?
Y así, de nuevo, tomo las riendas de mi destino, decido qué camino recorrer, y someto el futuro a mi poderosa voluntad humana. No hay arma más poderosa que la voluntad de un hombre decidido, me dijo un sabio una vez. Y la mía ha sido entrenada durante once duros meses de soledad y sacrificio. Los meses que forjaron algo nuevo dentro de mí, un hombre distinto y desconocido, el mito que los polinesios llamaron “El aborigen blanco”, y que le mundo occidental conocerá como... Flecha Verde.





Capítulo 1: La fosa



A duras penas, mi cabeza se aclara, y sé por qué. Ha pasado una década desde ese instante, y han ocurrido muchas cosas en mi vida, pero la realidad sigue siendo la misma. No me rindo. No me rendí entonces, solo y desahuciado en una isla desierta, con sólo mi destreza y mi coraje para sobrevivir, y once largos meses por delante que nunca se me olvidarán. No me rendí cuando regresé a casa, perdido en medio de la civilización del asfalto y el acero, sin un sentido para mi nueva vida. No, saqué lo mejor de mí mismo, y me convertí en Flecha Verde. Y no lo hice por mí, por una satisfacción personal o una realización estúpida. Lo hice porque era necesario, porque la época lo pedía, y la gente lo precisaba. Porque alguien tenía que luchar por los desfavorecidos, y elevar la voz por quien sufre y no tiene voz propia. No soy Batman, más ocupado en castigar a los culpables y satisfacer su cuenta personal con los criminales que en amparar al inocente. No soy Superman, que observa a todos desde arriba y pelea con robots gigantes y ángeles caídos. No soy Wonder Woman, que trabaja en las Naciones Unidas y tiene su propio gabinete de prensa. No, yo soy un hombre del pueblo, que vive entre el pueblo y ayuda al pueblo a salir adelante. Y es por ellos por los que cada día visto mi uniforme, me coloco mi antifaz y lanzo mis flechas. Porque aun hoy, diez años después, sigo haciendo falta. Y tal vez cada día más.
Y si algo he aprendido en esta década de trabajo, es que todo es posible si tienes voluntad. Puedes mover montañas, altear el discurrir del tiempo, y cambiar el mundo, si te lo propones. No hay arma más poderosa que la voluntad de un hombre decidido, me dijo un sabio una vez, y he seguido aplicándolo día a día desde que me lo dijo.
Tampoco voy a rendirme ahora.



Aprieto los dientes, olvido el inconcebible dolor, y fuerzo las manos. Tengo que salir de aquí. Tiro de las cadenas con toda la fuerza que tengo, e ignoro las terribles heridas que se me forman en manos y pies, pero sin éxito. Los eslabones son fuertes, y resisten mi empuje. No va a ser fácil.
No tengo apenas aire para respirar, pero no importa. No puedo ver nada en la absoluta oscuridad, pero me da igual. He perdido demasiada sangre, tengo horribles heridas abiertas y huesos rotos, pero nada me afecta. Estoy aquí, soy un hombre libre, y voy a salir de este maldito pozo, sea como sea.
Vuelvo a tirar con saña, pero las condenadas cadenas se resisten. No podré con ellas, por mucho que me esfuerce. Son más duras que yo...
Entonces se me ocurre la solución. Estoy apresado por férreas cadenas, atadas a una vieja silla de mimbre. La silla... Agarro los maderos que la forman, y los doblo con fiereza. Crujen, y resisten, pero no será por mucho tiempo. Tomo aire un par de veces (si es que a esto se le puede llamar aire), y redoblo mi esfuerzo. No vais a poder conmigo, desgraciados. Proyecto sobre la condenada silla toda la fuerza que puede haber en el cuerpo de un hombre, y mi cabeza cae dominada por la locura. Ya no soy dueño de mis actos, es la demencia quien controla mi cuerpo, brutalmente decidida a destrozarlo todo. Los músculos se tensan como nunca en mi vida, a punto de estallar en pedazos, y mi corazón se convierte en un rítmico tambor que martillea en mis oídos. La tensión es insoportable, el calor me rodea, me abrasa, me calcina. No voy a poder mantener este ritmo mucho más. Seremos ella o yo...
Al fin, la madera se rompe en mil pedazos. La silla se resquebraja, y se vuelve historia entre mis manos. Las cadenas caen flácidas a mis pies. Al fin estoy libre.
Me derrumbo en el suelo. He vencido, pero estoy agonizando. Mis fuerzas se evaporan, y respiro trabajosamente, como un ahogado, como un pez fuera del agua. Cada molécula de oxígeno es un hermoso premio que mis pulmones no consiguen. No puedo moverme, ni respirar, ni huir.
¿Para esto he roto la maldita silla, para morir ahogado sobre la basura?



No. Ni hablar.
Respiro hondo de nuevo, y aunque sea lo último que haga en la vida, me pongo en pie. Es duro mantenerse, las piernas me flaquean, pero sé que eso no me detendrá nunca más. No podrán conmigo. Soy el vencedor de este combate, y lo sé desde hace tiempo. Camino a trompicones hasta la pared, que al fin puedo tocar. Su superficie es ruda y escabrosa, de ladrillos irregulares, ideal para trepar por ella.
Debo estar loco. Hace apenas unos minutos ya me daba por muerto, y ahora me he liberado de las cadenas y estoy pensando en trepar por el túnel hasta la salida. Es la maldita tozudez de los irlandeses. Así es como llegamos a todas partes del mundo, y perdimos en todas ellas. La tozudez no conlleva inteligencia...
Me agarro tercamente a la pared, aseguro los apoyos, e inicio el ascenso. Es tan difícil, tan costoso. Un par de veces tengo que parar a mitad, y sostenerme las tripas para que no se salgan. Intestinos juguetones... Quedaros dentro, pequeñines, más allá del abdomen no hay nada bueno que descubrir, lo digo por experiencia. Pero ellos se empeñan, y así no hay modo de escalar la pared de una fosa séptica. Claro, que las feas heridas que me causó ese monstruo con sus garras facilitan que los chiquitines quieran salir. Al final tengo que dejar la mano izquierda permanentemente pegada al abdomen, asegurando su contenido, y trepar sólo con la derecha. Eso lo hace aún más complicado, pero también más divertido. Es toda una experiencia, desde luego, algo para contar a los nietos junto al fuego. Bueno, tal vez no les cuente los detalles más cruentos... Al fin y al cabo, es alto secreto. Una de esas viejas carpetas de Seguridad Nacional que sólo podrán ser abiertas cuando todos sus protagonistas hayan muerto. Pero en mi caso no será hoy.
La ascensión sigue, lenta pero segura, y alcanzo finalmente la tapa que cubre la boca del túnel. No podré abrirla con la mano derecha, porque es el único agarre que tengo por delante de mí, así que asciendo un poco más, y la levanto a duras penas con el hombro. Parece pesar una tonelada, pero sé que no es así, que todo es producto de mi debilidad. En un estado como el mío, ni siquiera Superman podría levantarla fácilmente. Claro, que no sé quién podría causarle heridas como las mías al Hombre de Acero, pero eso me da igual ahora.
Fuerzo mis últimas energías, y consigo mover la tapa de su soporte, con lo que mi pequeño reducto séptico se llena de la brillante luz del día. Por unos segundos me quedo ciego, y mi cabeza arde todavía más. Pero al mismo tiempo, eso me da nuevas fuerzas. Sé que estoy muy cerca, que puedo conseguirlo, y que sólo queda un paso más. Echo la pesada tapa a un lado, y ya tengo medio cuerpo fuera del pozo. Descanso un rato sobre el borde, con la mano izquierda aún manteniendo las tripas en su sitio, y sonrío. Voy a conseguirlo. ¿Me oís ahí arriba, en el Cielo? ¡Ni todas las islas desiertas del mundo, ni todos los asesinos mitad hombre – mitad gato van a poder con el viejo Oliver Queen, de Star City! ¿Me habéis oído bien?



Lentamente, mis ojos se van acostumbrando a la intensa luz del día, y puedo discernir lo que me rodea. ¿Qué demonios es todo esto? Sólo hay ruinas, escombros, desechos a mi alrededor. ¿A qué lugar condenado me han traído esos bastardos? Fuerzo el hombro derecho hasta extremos inimaginables, y consigo salir por entero del pozo. Camino a duras penas, con piernas que no se aguantan y rodillas que flaquean, pero los pulmones agradecen tener al fin aire limpio que respirar. No tengo rumbo, ni ideas, sólo hago eses entre las ruinas de algún viejo edificio. Mis ojos están cubiertos por una neblina gris, y los entorno para no quedarme ciego, pero creo... me parece ver algo... sí, en la distancia, más allá de estos escombros abandonados, distingo a lo lejos una calle.
Asfalto, aceras, un coche aparcado... y por detrás de él, pasa un hombre caminando. Mi única esperanza. Necesito ayuda, la necesito desesperadamente, y si no proviene de este hombre, no dará tiempo a ninguna más.
Me dirijo hacia él, tiendo una mano, pero me flaquea y cae. ¿Seré capaz de salvar mi vida, o finalmente moriré en un maldito solar en construcción?
Con mi último aliento, fuerzo mis pasos en dirección a este hombre. Mi salvador o mi asesino, él decidirá... Salto hacia él, y las palabras salen a borbotones de mi boca, en un inglés apenas inteligible.
– Por favor, ayúdeme... por favor... mi nombre es Flecha Verde... soy un superhéroe americano...
Y después vuelvo a marearme, y pierdo la consciencia. Lo último que pasa por mi cabeza es que realmente no sé si aquel hombre habla inglés, y quizá no haya entendido nada de lo que le he dicho...





Capítulo 2: En la Luna



– Abre los ojos, Ollie. Vamos, abre los ojos.
La voz me llega como desde otro mundo, perdida a lo lejos. O tal vez el que está perdido sea yo...
Lentamente consigo percibir de dónde viene, cuál es su extraño y apartado origen, e intento dirigirme hacia él.
– Ollie, abre los ojos. Vamos, viejo arquero del demonio, vuelve a este mundo.
¿Se dirigen a mí? ¿Quién es el idiota que se atreve a insultarme? En otro tiempo le habría roto la nariz a un tipo por mucho menos. Pero ahora...
¿Ahora, qué? ¿Dónde estoy? ¿Qué ha sido de mí? La voz cada vez se oye más cercana, más familiar. Pero extrañamente, más distorsionada. ¿Por qué no puedo captar bien esas palabras? Es como si vinieran de un altavoz en mal estado, como si chirriaran, o las pronunciara un geniecillo de la electricidad.
Me siento un poco más fuerte, y consigo la voluntad suficiente para hacer lo que me dicen. Y al mismo tiempo, me cuesta tanto... Es tan apetecible seguir aquí, en la oscuridad, en el olvido, en la satisfacción de la carencia absoluta de sensaciones, de no sufrir más, de no padecer. Pero no sufrir también es no vivir, no sentir, no amar. Y nunca he permitido eso. La vida es tan maravillosa como uno quiera hacerla, igual para reír que para llorar, igual para amar que para sufrir por los que uno ama.
Abro los ojos por fin.
Y la primera visión que tengo es espeluznante. Hay una luz brillantísima, que crepita sobre mí, de tonos rojizos y dorados, como una sábana de energía que fluye en el aire sobre mi cuerpo, y de la que brotan sutiles rayos como de fuego que se introducen en mi piel, recorren todo mi interior, visitan cada átomo y cada célula de mi ser. Y por raro que parezca, no me causan temor. Más bien al contrario, el efecto es agradable, refrescante, euforizante. Es como si me estuvieran recargando. Como una vieja Harley a la que llenas el depósito para que vuelva a comerse la carretera.
En el mismo instante en que abro por completo los ojos, extasiado por la belleza de la energía fluyendo sobre y dentro de mí, ésta se desvanece por completo, y una voz me sorprende desde fuera de mi campo visual.
– ¡Hombre, por fin! ¡El Bello Durmiente ha despertado! Bueno, más bien el Feo Durmiente, ¿no creéis, chicos?
Y una imagen surge de la nada ante mi rostro. Es un borrón sin forma, de colores rojizo y dorado, que de pronto se convierte en un hombre. Y más aún, en un héroe. Su uniforme es inconfundible, con ese tono rojo sangre, esas alas que emergen de su capucha, y esos rayos dibujados por todo el cuerpo: es Flash, el hombre más rápido del mundo. Pero la voz que proviene de debajo de la máscara es la que me aclara quién viste el traje del velocista escarlata, y a quién debo llamar amigo: es Wally West, sobrino del Flash original, y heredero de su legado. Creo que Barry estaría plenamente orgulloso del chico que crió, como lo estamos todos. Es el sueño de cualquier héroe, que tu ejemplo cunda de tal manera que otro quiera seguir con tu mismo nombre cuando ya no estés. Hal y yo hemos visto cumplido ese sueño (aunque yo volviera de entre los muertos), y es el mayor honor que puede quedarte.
– Vamos, arquero idiota, ¿quieres decir algo de una vez? Ya te repararon las cuerdas vocales y los pulmones. ¡Puedes hablar!
– ¿Wa... Wallly? ¿Eres tú, chico?
– Ey, sé que hay otros Flash en el mundo, pero yo soy el número uno, ¿recuerdas? Bueno, y también el único que lleva el nombre en esta época...
– ¿Qué... Qué ha pasado?
– ¿“Qué ha pasado”? ¿”Qué ha pasado”? ¡Que llevamos unos cuantos días trasteando con tu cuerpo, eso es lo que ha pasado! ¿Sabes lo que nos ha costado al Dr Mid – Nite y a mí reparar tus heridas? Él te cosió de arriba abajo, y yo aceleré tu curación tanto como pude (2), pero aun así nos ha llevado días conseguir que despertaras. Y de aquí a que estés en forma, aún te queda mucho viaje, Ollie.
– ¿Quieres decir que me habéis salvado? Me habéis salvado la vida...
– Ya puedes decirlo, chico. Te trajeron aquí tan pronto como supieron quién eres, pero aun así fue difícil repararte. Estuviste tan cerca del Otro Lado como la última vez, sólo que ahora quedaban bastantes trozos que recomponer. Como un Frankenstein de los superhéroes....
– Muy... muy gracioso, Wally.
– Ya lo sabía. Pero no te doy más la paliza. Te dejo con los otros, que tendrás más ganas de verlos... Mañana seguiremos con la aceleración.
Flash se aparta, y veo a los que están detrás de él. Una mujer rubia, joven y hermosa, vestida de azul y negro. Dinah... mi Dinah... la bendita Canario Negro y sus preciosísimos ojos azules.
– Hola, arquero. ¿Cómo te sientes?
Dinah... la mujer de mi vida, y de muchas vidas. Si me reencarnara mil veces, seguiría enamorado de ella (supongo que ahora entiendo a Carter Hall (3)). Es tan bella como un ángel, tan dulce como la miel, y tan peligrosa como un escorpión cuando hace falta. Y hemos pasado por tantas fases que podríamos escribir un manual sobre qué no hacer en una relación.
– Bien... bien, supongo.
– Genial. Has estado cerca otra vez, ¿eh?
– Sí. Creo que me gusta demasiado tentar a la suerte.
Me coge la mano, y sonríe tiernamente. Pero la conozco mucho como para no entender las reacciones de su rostro, y sé que ha llorado. Ha llorado muchísimo en este tiempo que han tardado en curarme. Y por alguna extraña razón, eso me satisface. ¿Aún me quiere lo suficiente como para llorar cuando casi me muero? Sé que sí, y yo habría hecho lo mismo. Ya no estamos juntos, nuestras vidas han dado demasiadas vueltas como para seguir siendo pareja, pero sabemos que en realidad estamos hechos el uno para el otro, sólo que no coincidimos en el momento preciso.
– ¡Ey, tortolitos! – grita una voz aflautada, no sé de dónde –. ¡Yo sólo vine a ver a Ollie, dejadme que me vaya antes de poneros tiernos!
Y entonces me llevo la mayor sorpresa (hay cosas a las que no puedes acostumbrarte). Una pequeñísima mota de polvo en el hombro de Dinah comienza a moverse, a temblar y, de repente, a volar. Y ya en el aire, empieza a crecer, a desarrollarse, a hacerse gigantesca. Es apenas una minucia, y de pronto se ha vuelto enorme, tomando el aspecto y el tamaño de un hombre adulto. Exactamente, un metro ochenta y dos centímetros. Concretamente, la persona de Ray Palmer: Atom.
– ¡Dios, Ray, un día me vas a matar de un susto!
– ¿Después de tantos años aún te sorprenden mis poderes?
– ¡Por supuesto que sí! Yo peleo con gángsters y terroristas, no suelo ver a físicos nucleares que cabalgan sobre neutrones.
– Pues no entiendo cómo no hay más, Ollie. ¡Es tan divertido! Por cierto, ¿qué tal estás? Oí que te peleaste con tu gato...
– Sí, sí, muy gracioso tú también. ¿Qué pasa hoy? ¿Me he perdido en la reunión anual de cómicos sin gracia de Norteamérica?
– ¡Ey, un momento! Te puedo consentir lo del cómico y lo de no tener gracia, pero para nada lo de Norteamérica. ¡Ya no estás en la Tierra, amigo! ¡Te estás recuperando en mitad de la Luna, en una preciosa habitación con vistas al Mar de la Tranquilidad! Son los privilegios de ser miembro de la Liga...
Y entonces miro por la ventana, y casi me mareo de la sorpresa. No es un hospital corriente en el que me encuentro, ni una exclusiva sala de reanimación, sino la enfermería de la Atalaya de la Liga de la Justicia, ubicada en mitad de un cráter lunar, a cientos de miles de millas de la Tierra. ¡Dios mío, dónde habrá quedado la época del Santuario Secreto, en Rhode Island (4)!
Sé que aquí están las mayores tecnologías médicas y de cualquier otro tipo del mundo (y quizá del universo), y que éste el mejor sitio para salvar la vida de un héroe, pero eso no significa que pueda acostumbrarme fácilmente. Pongo sonrisa de circunstancias, y Atom lo entiende.
– Ya. No es fácil vivir en un lugar como éste. A mí me gusta, porque fuimos Acero y yo quienes diseñamos lo básico, pero puedo comprender a los demás.
– No es nada personal, Ray, sólo...
– Oye, no tienes que justificarte. Hay muchos tipos de superhéroes, y no a todos nos gustan las mismas cosas. Ésa es la salsa de la vida, ¿no?
– Exacto. Es la salsa de la vida...
– Bueno, como veo que estás bien, te dejo, que tengo que trabajar. Ya sabes, un nuevo universo subatómico me está esperando. Hasta luego.
Y sale de la habitación.
Y me deja solo con Dinah. Por un momento no sabemos qué decirnos. Han pasado tantas cosas, y ahora casi me muero otra vez, que nos faltan las palabras. Pero siempre funciona el mismo recurso, que es hablar del trabajo.
– No debiste marcharte solo – me dice, con pena –. Yo te habría cubierto.
– Parecía una investigación rutinaria. No creí que fueran a destriparme.
– Ya. Uno nunca piensa eso, y luego terminamos los demás en otro entierro.
– No seas así, fue un error de cálculo. Ese monstruo me sorprendió por detrás, y sus capacidades estaban muy por encima del nivel humano. Fui una presa fácil.
– Ya. El tipo al que persigues tiene buenos soldados, y mucha pasta. No va a ser nada fácil cerrarle el negocio.
– ¿Averiguaste algo en mi ausencia?
– Desde que leí tu mensaje, supe que algo gordo había pasado. La muerte de Andrew era un mal signo. El que lo hubiera matado debía ser alguien grande y muy poderoso, así que empecé a moverme por mi cuenta, y obtuve algunas respuestas.
– ¿Qué sabes?
Me mira a los ojos, y sonríe. Ambos sabemos que esta conversación es inútil, que ocultamos nuestros sentimientos para evitar enfrentarlos de cara, porque eso sería demasiado doloroso. Así que los dos preferimos quedarnos en lo superficial, en combatir el crimen un día más, y seguir escapando de nosotros mismos. Y lo cierto es que hoy por hoy, es preferible.
Respira hondo, y me lo cuenta todo...



Ken Nagura era un tipo alto y guapo, parecía un modelo de publicidad, con su pelo muy negro y engominado, su tez oscura de japonés tostado por el sol, y sus trajes italianos hechos a medida. Pero no era eso lo que más gustaba a las revistas de sociedad, ni el motivo por el que salía en tantas portadas, sino por su inmensa fortuna, y su cargo de director ejecutivo de una de las mayores empresas del Japón, que él compaginaba descuidadamente con una vida de play–boy ocioso y derrochador, una vana existencia de coches de lujo, aviones privados, yates, fiestas y fabulosas mansiones repartidas por todo el mundo. Pero no era eso lo que más interesaba a Canario Negro, ni lo que hizo que le visitara en plena noche, sino el hecho más secreto de que Ken Nagura no era su verdadero nombre, ni su vida era más que una fachada, para ocultar los turbulentos negocios de su padre.
Su auténtico nombre era Ken Mayashi, y era hijo del máximo dirigente de Doomu, la organización que había asesinado a Andrew Martin, y que casi hizo lo mismo conmigo.
Hace dos semanas, cuando Nagura llegó en su descapotable rojo a su preciosa casa de la playa que compró a un famoso actor de Hollywood (y que últimamente visitaba con regularidad cada fin de semana), aparcó el coche en el garaje, al lado de los demás automóviles de lujo, y subió hasta el ático, donde estaba ubicado su dormitorio. Ya sabéis, piso de caoba, alfombra de piel de oso, inmensa balconada con vistas a un bello acantilado marino,... lo típico en un millonario que quiere jactarse de serlo. Pero ese día encontró algo más.
Al abrir la puerta del dormitorio, su cara de póker se llenó de asombro. Sobre la gran cama de dos por dos había una preciosa mujer americana, de ojos azules y larga melena rubia. Dinah, mi Dinah... Canario Negro, vestida con su moderno uniforme retro. Cuero ajustado, cinturón multiusos y medias de rejilla,... el sueño de cualquier hombre.
– Hola, Ken. ¿Jugamos…?
El idiota sonríe, y se le acerca confiado. Una de las mayores ventajas del uniforme de Dinah es que la gente suele subestimarla. La consideran una mezcla entre una corista y un póster sado–maso barato. A ella le gusta, tiene que ver con la tradición, la herencia superheroica de su madre, y esas cosas. Y tampoco le viene nada mal que la subestimen. Así que cuando el imbécil de Nagura caminó hasta ella relajado, sin miedo ni angustia, Dinah sonrió también, y permitió que se sentara a su lado.
– ¿Quién eres? ¿Una de esas finas rameras del puerto? ¿Un regalo de alguno de mis amigos...?
Puso una mano en su cadera, meloso, y ella de pronto cambió la cara, lo taladró con su mirada de hielo, y puso ambas manos en torno a su garganta. Asfixiándolo, puso a Nagura contra la pared, y le habló en susurros:
– Oh, no, amigo. Soy un regalo del Gobierno americano...
El japonés estaba confuso, pero no era tonto, y reaccionó deprisa. Con la velocidad del rayo, golpeó a Dinah con el talón de la mano izquierda, y luego en la rodilla con su pierna, haciéndola perder el equilibrio, y también el agarre. Aprovechó para impactar con la mano de canto en el hueco del hombro derecho, alcanzando el plexo braquial, y dejándole muerto todo el brazo. Entonces la sujetó firmemente por el cuello, y rió a carcajadas.
– ¡Ja, ja, ja! ¡El Gobierno americano debe estar en las últimas para enviar a un pajarito a hacer el trabajo de un halcón! ¡Je! ¡Siempre le digo a mi padre que sois un pueblo decadente, y hoy, por tu arrogancia, vas a morir sufriendo, princesita!
A pesar de las apariencias, Nagura era un experto en artes marciales, y su sadismo y crueldad lo hacían un oponente formidable.
Pero Dinah tampoco es ninguna novata. Lleva ya muchos años en este trabajo, y hace tiempo que dejó de ser aquella voluntariosa pero inexperta veinteañera que ayudó a fundar la JLA, e incluso entonces, había aprendido de los mejores. Es hija de la mayor luchadora contra el crimen de los años cuarenta y cincuenta, y tuvo como padrinos (y entrenadores personales) a gente como Wildcat, el primer Atom o Hawkman, cuyos nombres siguen mencionándose con miedo entre los círculos más clandestinos. Así que esta lucha no era tanto para ella.
Canario Negro apoyó firmemente la pierna izquierda en el suelo, ganando estabilidad, y lanzó la derecha contra su enemigo, clavándola con saña en el costado, y partiéndole varias costillas. Nagura gruñó de dolor, pero no le dio tiempo a nada más. Dinah tomó su brazo derecho, que ya no la sujetaba con tanta fuerza, y se lo retorció salvajemente. Lo rompió por cuatro sitios. Eso no lo aprendió de los héroes de la Golden Age, desde luego. En los cuarenta y cincuenta los “Hombres Misteriosos” no rompían brazos, lo más peleaban contra sonidos vivientes o monstruos radiactivos de seis brazos (aunque los treinta habían sido malos, una época de criminales muy duros, y héroes todavía más duros). El estúpido de Nagura nunca tuvo ninguna oportunidad.
Con el brazo retorcido, y las costillas partidas, Dinah le aplastó la cara contra la pared, y lo inmovilizó en esa posición. Iba a ser un interrogatorio muy curioso.
– Bien, tipejo, voy a explicarlo una sola vez, así que escucha atentamente. Mi nombre es Canario Negro, y era muy amiga de Andrew Martin, el agente secreto británico al que tu padre ordenó matar. Sé que tu eres la fachada legal de la organización, así que vas a explicarme todo, absolutamente todo lo que hacéis, porque ahora es mi turno de jugar con vuestras vidas.
¡Joder! ¡Menudo genio! Esta Dinah es mítica. La principal lección que aprendí de mis años con ella es a no cabrearla. Por supuesto, Nagura cantó como un jilguero.



Me observa con cariño, y me explica todo lo que ha averiguado, con esa voz dulce y al mismo tiempo impersonal que me dedica últimamente. Sé que aún me quiere, pero me odia por lo que le hice. Nunca podrá olvidar mi actitud rebelde e inconformista sin motivo, mi negativa crónica a comprometerme, y sobre todo mis infidelidades. Y esta vez, nada menos que con Lady Shiva, una mercenaria y asesina a sueldo. Sí, cada vez las eliges mejores, Ollie...
No ha hecho falta que le explique nada, sabe más de lo que me pasó, y de lo que hice en esta misión, que yo mismo. Casi diría que puede oler a Shiva en mis heridas...
Yo sé que la quiero, y que ella me quiere a mí, pero las relaciones son difíciles, y más con mi estúpida actitud de rebelde sin causa, de héroe de turno que tiene que salvar el día, y siempre se lleva a la chica de la película, sea quien sea. En fin, supongo que sólo soy otro idiota más que subestima a Canario Negro, como el propio Nagura y su brazo roto.
Pero como ya hemos hablado de esto muchas veces, la mayoría de forma violenta, ella ahora pasa de mí y de mis problemas. Se limita a preocuparse por mi salud y contarme lo que ha averiguado. Lo asumo, y realmente lo prefiero.
– Has metido la cabeza en un mal sitio, Ollie – me dice, fría e impersonal –, uno donde te la pueden cortar. Esa gente de Doomu son duros, y muy poderosos, y no tienen miramientos. Pude con Nagura gracias a que le cogí por sorpresa, y a que no tuve reparos en romperle algún hueso, pero te aseguro que el maldito desgraciado es rápido, y deshizo mi guardia como si yo fuera una colegiala. Volverá, cuando tenga el brazo curado, y ya no podré sorprenderle. Van a ser crueles, Ollie, y más vale que estemos preparados.
– Nosotros también podemos ser crueles...
– ¿Quieres seguir con esto? Ya ves cómo te han dejado. Más vale que te retires, Ollie, ya nos ocuparemos los demás...
– ¿Crees que soy un novato para hablarme así? “Échate a un lado, deja esto a los mayores”. Tengo cuarenta años, Dinah, y llevo en el negocio tanto como tú, así que no se te ocurra subestimarme...
– Lo siento, no lo dije con esa intención – recupera la calidez en sus palabras, está arrepentida de ofenderme, aunque yo también me ofendí en exceso a propósito –. Me refiero a que hay otros muchos superhéroes, y a los demás yo... – iba a decir “a los demás yo no los quiero como a ti”, pero se ha contenido; a los dos se nos pasó ya el plazo para las reconciliaciones, así que termina la frase como puede... – ellos no son tú.
La miro a los ojos, es una situación tensa, y yo echo mano de mi vieja actitud rebelde para salir del paso. Y ella también lo agradece.
– ¿Muchos superhéroes? ¿Quiénes? ¿Superman? ¿Wonder Woman? ¿El Detective Marciano? ¿Se ocuparán ellos de un mafioso japonés que vive en Venecia? No, Dinah, sabes que eso nos corresponde a nosotros, los tipos sin poderes, los héroes urbanos. Igual que nosotros no combatimos con Mecánicos Cuánticos que engarzan planetas en una hebra de ADN, ni viajamos al Alba de los Tiempos para derrotar a Brainiac 13, ellos no se preocupan de los villanos de la calle, los malos sin poderes, los mafiosos, los asesinos de a pie,... (5) No, pajarito, ése es nuestro trabajo, y siempre supimos que era peligroso.
– Pero no tiene por qué gustarnos. Ollie... he visto muchas muertes, incluida la tuya. No pude soportarlo entonces, y sería aún peor la segunda vez. Hazme ese favor y acepta que sea otro quien lleve el caso. ¿De acuerdo?
La tentación es grande. Aún me duele todo el cuerpo, y el recuerdo de ese maldito felino desgarrándome las tripas todavía me da escalofríos. No me apetece lo más mínimo volver a meterme en esa ratonera, y todos me advierten que no lo haga.
Pero es mi trabajo, es lo que soy, y para lo que mejor valgo. Cuando surgimos los modernos superhéroes, siguiendo la estela del grandioso Superman, era porque realmente hacíamos falta, porque el crimen y la maldad habían tomado el control de las calles, y era necesaria una nueva época del heroísmo que cambiara las cosas. Y vaya si lo hicimos. Le dimos duro a gente como Kanjar Ro, el Conde Vértigo o Félix Faust. ¿Que ahora los tiempos han cambiado, y los malos usan soldados genéticos que destripan a los buenos? Genial. Entonces los buenos tendremos que ser más rápidos y destriparlos antes.
Si ahora me retirara, si ahora volviera a Star City, a refugiarme en mi madriguera, nunca podría salir otra vez. Viviría siempre con miedo, y ya no importaría cuánto bien hubiera hecho en el pasado, cuántas batallas hubiera ganado. Los malos habrían ganado la guerra.
Ni hablar.
Miro a Dinah con cariño, y ya sabe lo que voy a contestarle.
– Lo siento, pajarito, pero éste es mi caso. Aún me falta tiempo para recuperarme, y no voy a ser tan loco de salir a las calles a medio gas. Si en ese transcurso alguien lo coge, es suyo, se lo regalo con un lazo. Pero si el tipo sigue libre cuando yo esté en forma de nuevo, desde luego que voy a ir a por él, y no le van a quedar ganas de atacar a más superhéroes.
Sonríe, y sus ojos se humedecen.
– Vamos, nena, no sientas miedo por mí, ¿vale? Soy un bocazas y un cargante, y no me quisieron ni en el Cielo. No sabes el lío que les monté por las condiciones laborales en que tenían a los querubines. ¡Eso era auténtica explotación infantil!
Ríe a carcajadas, su carita se llena de lágrimas, y me abraza con cariño.
– ¡Ey! Tranquila, pajarito. Soy un hombre viejo y herido, ¿eh? ¡No intentes abusar de mí!
– Eres un maldito tonto, y sabes lo mucho que te odio. Pero si sigues adelante, quiero ir contigo, ¿de acuerdo? Yo también tengo cuentas que arreglar con el bastardo que le hizo esto a mi ex–novio.
– Me parece bien. Siempre es bueno llevar un guardaespaldas. Y ahora, antes de que sigas provocándome y no tenga más remedio que hacerte el amor, cuéntame qué te dijo Nagura, ¿vale?
Me sonríe, pícara. ¿Tal vez no le importaría que no tuviera más remedio? Me gusta soñar...
– Vale, te cuento. Mayashi ha montado un buen negocio, con sucursales en las principales ciudades del mundo, y contactos con las más poderosas mafias de Oriente y Occidente. Sus primeros patrocinadores fueron los yakuza, pero desde entonces ha crecido mucho, y se dice que ahora tiene nuevos mecenas, muy poderosos, que nadie conoce.
– ¿Dónde se oculta?
– Esa villa que describes en Venecia es sólo una de muchas, lugares donde se reúne con sus socios y se entrevista con los nuevos clientes. Pero su cuartel general es ilocalizable. Se dice que vive en un antiguo submarino nuclear ruso, que compró de saldo tras la desaparición de la URSS, y que ha reconstruido y rearmado por completo. Es indetectable, viaja por todo el mundo en secreto, y si alguien tuviera el infortunio de encontrárselo, viene armado hasta con cabezas nucleares. Es un auténtico demonio... Sí, Ollie, tu querido Mayashi se guarda bien las espaldas.
– Bueno, entonces habrá que ser más listo que él, para lograr meternos en ese submarino indetectable...



Pasa una semana, y al fin puedo volver a caminar. Son las ventajas de la súper–velocidad compartida, y la curación ultra–rápida. Aún me duele todo el cuerpo, arde como si estuviera cubierto de brasas, y tengo que andar ayudándome con un bastón, pero por lo menos sigo vivo, y entero. Supongo que he estado más cerca de morir que nunca (excepto cuando morí de verdad, claro), y eso me hace valorar aún más la vida. Cada segundo, cada acto, cada lugar que piso, cada brizna de aire que respiro, son como regalos fantásticos bajo el árbol de Navidad. Espero que esta vez me dure un poco más...
Camino a duras penas a través de los inmensos pasillos de la Atalaya. Debería haber cogido un deslizador para estos larguísimos recorridos, pero estaba tan contento de verme andando que me lancé sin pensar. Es genial eso de tener plataformas anti–gravedad (no sé si sacadas de la tecnología de Krypton, de Marte o de Nueva Génesis, que a mí todas me parecen fantasías de Ray Bradbury hechas realidad). Y menos mal, porque las distancias en este lugar son enormes. Caminar por una ciudadela futurista plantada en mitad de la Luna, después de ser herido de muerte por un híbrido hombre–gato, y curado por un chaval pelirrojo que puede moverse a la velocidad de la luz... demasiado fuerte para mí. Quién me iba a decir que acabaría en estos líos cuando sólo era un mocoso de Star City. Yo, que viví de crío el Watergate, y ahora contemplo el planeta Tierra desde un pasillo semicircular de cristal reforzado... Cómo ha cambiado el mundo. Y yo con él.
Lo cierto es que odio este sitio. No lo considero justo para el resto del mundo. ¿Qué imagen da de nosotros? ¿Cómo podemos vivir en un palacio de oro en la Luna, mientras sigue habiendo hambre en África, y reclutan a niños inocentes para librar las guerras de los adultos, y esos mismos niños son mutilados por las minas anti–persona? ¿Qué conseguimos peleando contra gente como La Llave o los Señores del Caos, cuando los auténticos villanos son los que trafican con drogas nuevas aún más letales, o ponen bombas en un avión? Se supone que los héroes debemos salvar el mundo, protegerlo y cuidarlo, de los auténticos peligros que lo amenazan cada día, en vez de encerrarnos en esta fortaleza y vigilar a la humanidad como un Gran Hermano cósmico, sentados alrededor de una Tabla Redonda con hologramas.
Algunos como Superman argumentan que hay amenazas que no podemos abarcar, y otros menos tolerantes con mis ideas (como Hawkman) dicen que soy un demagogo y un soñador. Sé que no es posible cambiar el mundo, y que por mucho mal que venzamos, y muchas veces que salvemos el universo entero, siempre habrá otro más esperando en la puerta, otro aspirante a súper–conquistador, otro científico loco, o algún dios mezquino y cruel jugando con los mortales.
Pero eso no significa que no lo intentemos.
Llevo años abogando por una actitud diferente de la Liga, y unas prioridades muy distintas. Les digo que tendríamos que mostrarnos más cercanos, más accesibles para el público en general, que pudieran venir a nuestra base y contarnos sus problemas, y que vieran que nos preocupamos e intentamos solucionárselos. Pero en cambio, nos aislamos de ellos, salimos del planeta, nos marchamos cada vez más lejos, no vaya a ser que nos impliquen en los asuntos de la humanidad. ¿Qué van a pensar entonces de nosotros? Fríos y lejanos vigilantes, marcianos, policías galácticos, amazonas,... controlando a los hombres desde el Mar de la Tranquilidad, observándolos, siempre el ojo atento y escrutador en la superficie de la Luna.
Si yo fuera un humano corriente, y estuviera ahora allá abajo, me entraría un escalofrío cada vez que llegara la noche, y la viera en el cielo.
Por eso detesto la Atalaya. Mal me parecía ya el satélite, orbitando a miles de kilómetros por encima de los hombres, viendo los asuntos mundanos desde lejos. Pero esta ciudadela me parece aberrante, vergonzosa. Porque a esta distancia no se ven los hombres, ni siquiera los países; sólo puedes distinguir tierra y mar, y el mundo es mucho más que eso.
Pero en fin, no me voy a calentar más la cabeza con estas cosas. No es algo que yo pueda arreglar, no soy el líder de este grupo, y menos mal, porque seguramente no valdría para el cargo.
Llego por fin, después de una larga caminata renqueante, hasta la sala de archivos. El más potente ordenador del mundo, y la más completa colección de datos sobre todo el universo. No hay un nombre o una fecha o un planeta que no estén aquí metidos. Cruzaron el banco de datos de los Guardianes del Universo (esos graciosos enanitos azules que se autoproclamaron dioses y empezaron a vigilar el cosmos) con el Archivo Garrick (el diario de sesenta y cinco años de actividad superheroica, viajes por el tiempo, mundos alternativos, batallas, lugares, villanos y héroes), y nació este horror. La perfecta arma de vigilancia para cualquier tirano, protegida por los más estrictos sistemas de seguridad.
El ordenador identifica mi retina y una muestra de mi sangre para dejarme entrar (y pienso en una decena de villanos que podrían emular ambas cosas), y finalmente las puertas se abren a mi paso. La sala es grande y espaciosa, con un gran cilindro central que va del suelo al techo, y donde está almacenada toda la información; y una veintena de puestos de acceso alrededor. Me siento en una cómoda silla ergonómica, y tecleo el nombre que me ronda la cabeza: “CATSEYE”. Y allí aparecen, ante mis ojos, tanto su imagen holográfica como todos sus datos:


CATSEYE.

Status: Villano (fallecido).
Nombre real: Desconocido.
Ocupación: Asesino yakuza.
Base: Tokio, Japón.
Estatura: 1.86 m.
Peso: 85 kgs.
Ojos: Castaños.
Pelo: Negro.
Poderes especiales / Habilidades: Garras afiladas con veneno en la punta; asombrosa capacidad de salto; supervelocidad de bajo nivel.
Historia: Su nombre real y su origen siguen siendo un misterio, y con razón. Pues el implacable asesino conocido como Catseye fue un agente metahumano biodiseñado de la familia criminal yakuza. Chocó con varios miembros del ESCUADRÓN SUICIDA cuando dicha agencia secreta fue a Japón en una misión para recuperar un arsenal robado de armas rusas, conocido como el Tesoro del Dragón. Otros grupos clandestinos rivales buscaron también el Tesoro del Dragón, incluidos los Sombras Rojas rusos y los Khymer Rouge. Los miembros del Escuadrón Suicida MANHUNTER y TIGRE DE BRONCE fueron capturados por los yakuza y liberados por KATANA de los OUTSIDERS mientras combatían a ÁTOMO para controlar las armas robadas. Luego, en las selvas del sudeste de Asia, Catseye volvió a atacar al Escuadrón, esta vez en un templo antiguo, y se arañó con sus propias garras venenosas mientras combatía al Tigre de Bronce. El cuerpo de Catseye quedó incinerado en una explosión provocada por DEADSHOT.”


Sí, es él, no cabe duda, con su maldita piel de tigre y sus condenadas garras, aunque cuando yo luché con él era más grande y más pesado (pero no más lento). ¿Cómo pudo sobrevivir a aquella historia en la jungla? ¿Y qué fue de él hasta encontrármelo yo en una finca de la mafia en las afueras de Venecia? ¿Quién o qué demonios es Catseye?
El nexo común entre Doomu y Catseye son los yakuza. Ambos nacieron de sus largos tentáculos. Todo hace pensar que los yakuza deben poseer algún laboratorio de experimentación genética, gracias al que obtienen asesinos a la carta, hibridados con animales. Entonces, el Catseye al que me enfrenté, ¿es el mismo que conoció el Escuadrón Suicida, al que hayan curado y regenerado? ¿O es otro, criado en el mismo laboratorio que el primero? ¿Y habrá otros más como él? Y lo más importante de todo: ¿cómo haré para derrotarle, o al menos que esta vez no me mate?
Incluso ahora, contemplándolo sólo en holograma, me recorre un escalofrío. Un ser como ése, que rompe las normas básicas de la naturaleza, que sólo siente odio y sed de sangre, fabricado por encargo para buscar al asesino más letal y destructivo del mundo,... es monstruoso, inhumano. ¿Qué clase de animales son capaces de diseñar algo así, crearlo y soltarlo a la calle a que mate gente?
¿A qué demonios sin alma tengo enfrente...?
– Oliver...
La siniestra voz me saca de mis pensamientos. No he oído pasos, ni movimientos del aire a mi espalda (y eso, para alguien como yo entrenado en una isla desierta, con su naturaleza salvaje, significa moverse en absoluto silencio), y sin embargo ha llegado hasta mí. Me observa desde atrás, de pie en mitad de la sala, y su voz es grave y oscura, como él mismo.
– ¿Qué quieres, Bruce? – le contesto, sin volverme hacia la voz –. No tengo tiempo ahora para ti.
Se estremece, y encaja el golpe. No está acostumbrado a que le hablen así, pero yo hace tiempo que le perdí el miedo, y ya lo único que me provoca, y sólo de vez en cuando, es sorpresa.
Me giro sobre la silla, y le contemplo. Viste su terrible uniforme de Batman, el que diseñó hace una década para causar el miedo en el corazón de los hombres, y que no ha dejado de modernizar cada día para que no pierda ni un ápice de este efecto. Él dice que sólo pretende asustar a los criminales, que las personas de bien no deberían sentirse atemorizadas al contemplarle, sino protegidas; pero todos sabemos que eso es mentira, que le gusta provocar miedo en los demás, que le rehuyan y eviten en la Atalaya, y sobre todo que nadie se atreva a discutir sus órdenes.
Pero conmigo no funciona. Soy un perro viejo, demasiado, y llevo casi tanto en la profesión como él y el chico de Krypton, así que no me impresiona mucho.
– Oliver... me alegro de que te hayas recuperado tan pronto...
Sí, seguro. Lo dice con esa voz que parece que prefiriera verte muerto. Pero en realidad ya me da igual lo que piense.
– Bruce, te conozco bien, y no tienes que sentirte responsable de lo que me pasó. Tú ibas a lo tuyo, y yo me metí en la boca del lobo, tanto que al final la cerró, y me pilló en medio, así que el problema es sólo mío, ¿entiendes?
–No me siento responsable. Sabemos a lo que nos arriesgamos.
– Entonces, ¿por qué vienes a consolarme? No es tu estilo. Sabes que el recuerdo de esa noche te corroe por dentro. Admítelo.
– Debimos haber previsto el ataque de Catseye, pero no sabíamos que estaba en la finca, ni siquiera que hubiera sobrevivido. Fue una misión rutinaria, yo asistía a la fiesta como dueño de Empresas Wayne, que está colaborando con un proyecto espacial con base en Japón, y mientras mis agentes colocaron micrófonos por toda la finca, y grabaron importantes conversaciones de la familia yakuza.
– ¿Algo sobre Doomu?
– No, ni siquiera se nombra. Es una organización tan secreta que sólo tenemos tu palabra como prueba de su existencia. Nadie ha oído nunca hablar de ella, ni hay registros de sus operaciones. Es cierto que varios poderosos traficantes y terroristas han desaparecido sin dejar rastro en los últimos meses, pero no sabemos de nadie a quien podamos imputárselo.
– ¿Y acerca de Mayashi?
– Tampoco tengo noticias. No apareció en la fiesta, oficialmente el proyecto espacial es responsabilidad de Hiro Kamushi, el tipo elegido por el Gobierno japonés para contactar con las empresas privadas que aportarán su dinero. Mayashi es un nombre desconocido en cualquier base de datos, puede ser el líder en la sombra, pero en tal caso desde luego sabe cubrir su rastro como no he visto nunca antes.
– De acuerdo. Gracias. Sé que no te gusta compartir tu información.
– Esta vez te lo merecías. Los dos llegamos al mismo punto por caminos diferentes. En realidad, es así como somos tú y yo, Oliver: dos versiones diferentes de un mismo personaje.
Sonrío. ¿Batman se ha vuelto un filósofo?
– Tal vez, pero desde entonces hemos recorrido muchos caminos diferentes, no sólo el de Mayashi. Y ahora ya ni nos parecemos.
Brevemente, y sólo por un atisbo, intenta sonreír, pero enseguida su máscara se lo impide. Y no me refiero a la capucha de orejas puntiagudas...
– Me voy, Ollie. Si alguna vez necesitas ayuda, no vayas de héroe solitario y avisa a la caballería, ¿de acuerdo? Siempre serás miembro de la Liga de la Justicia, aunque no quieras.
– ¿Me dejas que te cuente un secreto, Bats? Dije que me iba, pero hice trampas, y no devolví el carné ni el inter–comunicador. ¿Crees que se enfadará el de la capa roja?
Se gira hacia la puerta, y se marcha sin contestar. Para mí, eso significa mucho, más que si hablara. Significa hermandad.





Capítulo 3: Star City



Una semana después (esto es, siete días y siete sesiones de súper–velocidad más) puedo moverme por mí mismo sin dificultades. El Doctor Mid – Nite revisa la herida, que también ha curado sorprendentemente rápido, y me quita los puntos (un prodigio este doctor, y un alivio para los superhéroes a los que atiende; aún no sé cómo es la historia, ¿sólo ve en la oscuridad y sus gafas le permiten ver de día, o es al revés? En fin, me da igual, no le miraré el diente al caballo...). Al fin vuelvo a ser una persona normal, no un espécimen de mesa de operaciones. Vuelvo a ser Oliver Queen.
Me despido de Flash y de Atom (Batman no aparece, por supuesto; Wally intenta alegar que está muy ocupado en la Bat–cueva con un asunto de robos de plutonio, pero yo no necesito explicaciones), y Dinah y yo nos dirigimos al teleportador. Condenada máquina, sé que es la mejor forma de viajar desde la Atalaya hasta mi casa, pero no lo soporto. El proceso es demoníaco: entras en un cilindro de cristal con tubos conectados (que más parece sacado de la serie del Dr. Who, y casi preferiría su vieja cabina de teléfono), cierran la puerta tras de ti y aseguran la cerradura atómica, pulsan unos cuantos botones en la consola de mandos, y ¡allá vas! ¡Hasta nunca, Scotty! Miro los ojos de Wally West, y su mano moviéndose a velocidad normal para despedirse, y la energía azulada de la máquina me inunda. Sientes que te penetra por completo, llena tu cuerpo y tu alma, las transforma, las vuelve suyas. Es como una violación a gran escala, como venderte al enemigo. Y cuando dejas de ser consciente de ti mismo, te has convertido en energía pura.
Pero tampoco entonces eres dueño de ti mismo, no, porque la maldita computadora redirige tu energía (vamos, tu cuerpo y tu mente, todo lo que eres) hacia el destino que le has marcado en la consola, y te envía a la Tierra dentro de un rayo láser invisible, que cruza la atmósfera a la velocidad de la luz e impacta contra la correspondiente antena de recepción instalada en tu destino. Y allí, el proceso contrario. Una computadora análoga a aquélla de la Luna capta los datos recibidos y los transforma en personas. Algo así como lo que dijo Einstein de la materia y la energía, pero con tecnología de Krypton. Y así es como vuelves a ser tú mismo, reincorporizado o como se llame, y desde luego con la tripa revuelta.
No hay un maldito día que no haga esto y no sienta ganas de vomitar allí mismo, tal y como bajo de la absurda máquina. Pero como se supone que soy un héroe, y tengo que dar imagen de tal, siempre he logrado contenerme, pero en este día estoy más cerca que nunca.
No me extraña que Superman, que puede llegar a la Atalaya por sus propios medios, nunca use este horror...



A cada miembro inicial de la Liga se nos dio a elegir dónde queríamos ubicar nuestra correspondiente cabina de teleportación. Unos dijeron que en su propio museo (Barry tenía ventajas que otros ni soñábamos) o en su Bat–cueva (obviamente). Yo al principio también tuve mi Flecha–cueva (lo sé, lo sé, nunca fui muy original), y allí puse lo que entonces consideraba un objeto preciado, un orgullo para un héroe sin poderes y modesto como yo, la prueba de pertenecer a algo tan fantástico como la JLA. Pero el tiempo pasó, abandoné la cueva y todo lo que conllevaba, y la Liga también dejó de ser tan divertida, así que llegó el día de cambiar la cabina de sitio. Y el lugar que elegí no podía ser otro que la oficina en Star City de Laboratorios S.T.A.R., donde siempre luchan por descubrir los secretos del mañana. Y que además, llevan años colaborando en proyectos de investigación con algunos miembros de la Liga, como Acero y Atom.
De modo que, en este día en que puedo finalmente poner un pie fuera de la Luna, aterrizo, nauseoso y mareado, en mitad del edificio de S.T.A.R., y de un experimento para hacer anfibios a los perros (¿de verdad estos tipos son los súper–científicos que quieren hacer creer al mundo?). Uno de los jefazos me da la bienvenida, me repite cuatro veces los orgullosos que están de que dos héroes de la talla de Flecha Verde y Canario Negro visiten sus oficinas, y me explica la utilidad de hacer que los perros respiren bajo el agua, pudiendo luego extrapolarlo al humano, y repitiendo así el experimento mágico que salvó la vida a los habitantes de la Atlántida, pero esta vez por medio de la ciencia. Apasionante. Me deshago de él en cuanto puedo, nos metemos en un coche, nos cambiamos a ropa de calle, y conduce Dinah hasta casa.
Por fin.



Observo mi ciudad durante el trayecto, y no ha cambiado nada. Yo pasé por un infierno de lucha y garras, de sangre y dolor, y de expiación, y ella en cambio se muestra impoluta ante mí. Sus altísimos rascacielos en el centro económico, los viejos edificios restaurados de los emblemáticos diarios de la ciudad, los museos de ciencias con sus visitas escolares, las rondas peatonales de la zona vieja con sus acogedores barecitos y sus músicos callejeros, los enormes parques y zonas verdes, con sus ancianos sentados en bancos, sus palomas revoloteando y sus estatuas de hombres célebres de la ciudad,... nada ha cambiado en mi ausencia.
También son los mismos los grandes centros comerciales, con sus anchas avenidas de cristal transparente, suspendidas en el aire a decenas de metros de altura. Y el metro, sucio y chirriante, con sus almas en pena que discurren de un lado a otro guiadas por la inercia de cada mañana. Y el aeropuerto, lugar de salida o llegada de miles de personas cada día, unos buscando la riqueza y prosperidad, otros sólo descanso o diversión, pero todos ansiosos. Y más que nada, la playa, azul e infinita, profunda y silenciosa, lamiendo la arena con la suavidad y dulzura de su continuo vaivén. Yo también viví en una playa como ésta, renací en un lugar como éste, y me forjé como un hombre nuevo. Ahora he regresado a la ciudad donde nací, y soy por fin consciente de quién soy y hacia dónde me dirijo.
Te llevo una, Star City, y no voy a dejar que nadie te haga daño.



– ¡Espera, Dinah! Frena, para aquí. Tengo que comprar el periódico.
Llevo treinta años haciendo lo mismo cada mañana que puedo: siempre me levanto, me ducho y bajo al quiosco a comprar el Daily Star. Luego vuelvo a casa, me preparo el desayuno y leo el periódico en silencio, antes de que nadie más se despierte en casa. Es un gustazo, es el placer supremo que puede tener un hombre por la mañana.
Al principio lo hacía para mi padre, que llevaba también otro tanto leyendo el Star, cada mañana de su vida, hasta que murió. Y entonces, como una especie de homenaje a su memoria, empecé a comprarlo yo. Y nunca más he podido dejarlo.
Es un buen periódico, sencillo y honesto, dedicado a la actualidad de Star City y su región, y secundariamente al resto del país y del mundo. Y no niego que de vez en cuando me gusta ver mi foto en la portada, deteniendo a unos terroristas, o salvando un coche en apuros. Estos tipos se las arreglan para conseguir siempre la imagen precisa.
Y el quiosquero es amigo mío desde que tengo uso de razón, y me regalaba caramelos cada día, cuando iba con mi padre tan de mañana.
– ¡Señor Queen, es usted! – me grita desde que me ve cruzar la calle –. ¡Qué alegría me da verlo! ¡Hacía mucho tiempo que no pasaba usted por aquí! Creí que ya no le interesaban mis periódicos.
– Qué tal, señor O´Donnell, yo...
Pero antes de que pueda decir nada más se lanza a mis brazos y me achucha como si yo fuera un niño.
– ¡Déjese de formalidades, señor Queen! ¿No habíamos quedado en que mi nombre es Charlie? Lleva siendo Charlie desde hace ochenta y cuatro años, así que no venga ahora a querer cambiarlo con eso de “señor O´Donnell”. ¡Ni que fuera usted de Hacienda! ¿O tengo que regalarle caramelos como cuando era chaval?
– No, no creo que haga falta, Charlie – le digo sonriendo –. Pero entonces usted tendrá que llamarme Oliver, u Ollie, como hace todo el mundo.
– ¿Ollie? ¿Eso es un nombre masculino? ¿De verdad? No, no se ría, en mis tiempos no había tantos nombres raros como hay ahora. El otro día una mujer me dijo que se llamaba Johnni. Sí, como Johnny Carson, pero en mujer, ¡y con un par de tetas que ni se imagina! ¿Y pretende que la llame Johnni? ¡Eso es como comerte una tarta de manzana y querer que la llames “mierda”!: ¡Le quita la gracia!
– Vale, vale, entonces Oliver.
– Eso me gusta más. Por cierto, ya me contó la señorita Lance lo que le ocurrió... No sabe cómo lo siento.
Por un segundo me estremezco. ¿Qué demonios le habrá contado Dinah al chismoso del barrio...?
– No... no sé... a qué se refiere, Charlie.
– Sí, hombre, ese asunto tan horroroso de que le pegaron unos matones por entrar en el barrio que no debía. ¿Es que esos tipejos no sabían que trabaja usted en el Centro de Menores?
Entonces respiro aliviado. Bendita Dinah y sus ocurrencias. Sabe más que nadie de salvaguardar una identidad secreta. Son muchos años los que lleva conociéndolas...
– No, Charlie, desde luego no lo sabían.
– Es horrible. Hay una gentuza en esta ciudad que no sé por qué la toleran. Debían echar a más de uno. La gente normal, como usted y como yo, tenemos que vivir asustados de esos grupos de chavales que hay por todas partes, con sus ropas de cuero y esas cadenas... A la señora Conway, de la calle Stern, la apalearon en su propio portal, antes de salir a la calle, le rompieron una cadera, y le quitaron el dinero que llevaba para la compra. ¡Veintiséis dólares, Oliver! ¿Usted cree que se puede pegar a una anciana por robarle veintiséis dólares? ¡Es vergonzoso! En mis tiempos también había chicos así, pero la solución era mandarlos al Ejército. Allí sí que aprendían disciplina, y no se pasaban con las tonterías, porque les metían en vereda en un segundo. Y encima aprendían a defender a su país. Ahora hablas de defender el país y te llaman fascista. ¡Fascista, Oliver! Cuando los fascistas eran aquéllos contra los que luchábamos, aquéllos que precisamente amenazaban este país y su libertad. Yo luché en aquella guerra, amigo mío, que ahora ya sólo se acuerdan de ella los historiadores y los mentirosos, y puede estar seguro que me siento orgulloso de haber defendido a mi país, de haber luchado por la libertad, y de haber ganado. Y que sepan estos niñatos que todas las comodidades y ventajas que ellos tienen ahora las tuvimos que ganar nosotros, con sangre y dolor, y a veces perdiendo amigos y hermanos en mitad de Alemania, para que ellos ahora puedan pavonearse de las libertades que disfrutan. Y en cambio se dedican a ensañarse con los ancianos... Este país se está yendo al infierno, Oliver...
– Tiene usted razón, Charlie...
Y sus palabras me hacen pensar. ¿Tendrá algo de razón...?
– Pero discúlpeme, Oliver, le estoy entreteniendo con mi charleta de viejo. Los que tenemos muchos años, ya sabe, el único vicio que nos queda es hablar... Pero tenga su periódico, que es lo que quería. No, no me pague, a éste y los de toda la semana le invito yo, que bastante mal lo ha pasado usted ya.
– Muchas gracias, Charlie. Le veo mañana, ¿no?
– Eso espero, Oliver. Si no me he muerto antes.
Me da otro abrazo, grita otro par de barbaridades y al fin me deja marchar. No es mal tipo, lleva medio siglo en esta misma esquina, y ha visto pasar un mundo entero por delante de sus ojos. Cada mañana leyendo los titulares, cada mañana charlando con los clientes sobre hacia dónde va el mundo, cada día abriendo y cerrando su quiosco para darnos a todos algo de qué hablar. Un buen hombre, de los que ya quedan pocos...



Seguimos viaje, pero no puedo quitarme las palabras del viejo O´Donnell de la cabeza. Es un tipo al que aprecio muchísimo, con su larga barba gris y su enorme panza, que casi no le deja entrar en el quiosco. Siempre habla a gritos, siempre defiende sus ideas con vehemencia, pero nunca insulta a nadie ni dice tacos (a diferencia de mí). Y con frecuencia, por mucho que me pese, da en el maldito clavo. ¿Se está yendo al infierno esta ciudad? ¿Qué les pasa a los jóvenes? Recuerdo lo de la anciana de la calle Stern, lo escuché en televisión, pero ni los reporteros ni yo le dimos mucha importancia. Hasta ahora.
– Piensas en lo que te dijo, ¿verdad? – me suelta Dinah, leyéndome la mente.
– ¿Cómo lo sabes?
– No has abierto el pico desde que salimos del quiosco, y ni siquiera has ojeado el periódico. Eres un buen hombre, Ollie, pero no puedes estar en todas partes...
– Lo sé, pero eso no cambia las cosas. Esta ciudad necesita algo más que un héroe, más que un salvador de ancianitas: necesita un símbolo, un faro que la guíe.
– ¿Y tú vas a ser ese símbolo?
– No lo sé, Dinah. No lo sé...
Y una espesa bruma cubre mis pensamientos. La bruma de mi futuro...



Pero todas las preocupaciones se evaporan cuando descubro a lo lejos la silueta de mi casa. Tan bonita, tan sencilla... Construida a pie de playa, de aspecto cuadrado, recubierta de paneles grisáceos de tono claro que repelen el calor, y llena de enormes ventanales, y una grandísima terraza colgada sobre el mar.
Por delante, una valla alta de blancos tablones de madera que la separan de la playa. Por detrás, un amplio jardín con hierba alta, flores, una mesa de patio y una barbacoa. Por debajo, subterráneo, el garaje, con mi coche y mis uniformes de superhéroe. Me encanta.
Es un lugar sencillo y modesto, pero adorable, que invita al descanso y la relajación. La compré hace años por casualidad, cuando aún era dueño de Industrias Queen, y fue en un lote con un avión privado y con dos yates. Esas cosas las perdí poco después, pero logré conservar esta casita de milagro, y me mudé aquí con los chicos hace bien poco.
– Vete entrando – me dice Dinah –, mientras saco las bolsas del maletero.
Camino por la senda empedrada que lleva hasta la puerta, flanqueada por sendos parterres de rosas y margaritas que relucen al sol, y sonrío como un niño. Soy tremendamente feliz de volver a casa. Me sorprende un poco que estén todas las persianas bajadas, pero debe ser para evitar el calor. Juego con las llaves, abro la puerta de par en par, y entro dando un paso largo, por la inercia de sentirme seguro. Pero me detengo al instante.
El interior está completamente a oscuras, sólo adivinado por la brillante luz que entra a mis espaldas desde la puerta abierta.. No hay un ruido, ni un movimiento, y por un segundo me huele a peligro. Doy un paso corto y lento hacia atrás, al tiempo que agarro el pomo de la puerta, dispuesto a cualquier cosa, preparado para protegerme si alguien intenta lanzarme un arma. Mi corazón bombea deprisa, intento respirar lenta y profundamente, recorro la estancia con ojos agudos, y aprieto las mandíbulas. Estoy listo para volver a pelear.
De pronto, resuena un grito en la sala, se encienden las luces, y mi mundo cambia de nuevo:
– ¡Sorpresa!
Y de detrás de los sillones y las mesas aparece mi familia: Roy, Lian, Connor y Mia. Y por detrás de mí llega Dinah con mis bolsas de viaje.
– ¿Qué demonios...? ¿Una fiesta sorpresa? ¿Qué queréis, que me dé un infarto? ¡Estaba preparado para luchar con Catseye, y aparecéis vosotros! ¡Sois unos malditos canallas! ¿Tú sabías esto, pajarito?
– Tenía... una vaga idea.
Y se ríe a mi costa. ¡Ten familia para esto!
Pero me da mucha alegría. Pocas veces puedes juntar a los tuyos para algo bueno, esas raras ocasiones en que no se muere nadie ni está en peligro todo el universo. A veces pasamos demasiado tiempo sin vernos, y parece que nos olvidamos un poco de los demás. Pero no es así, ni mucho menos.
Connor me abraza, y siento el extraño amor paternal que nunca creí que tendría (y que no recibí de mi padre, dicho sea de paso). Mia se encarga de desvalijarme el mini–bar, y tengo que aparentar mucho enfado para que deje en paz el whisky. Roy ha traído a Lian consigo, y le sirve con cariño una copa de champán sin alcohol que ella siempre lleva a propósito (parece que no soy el único que disfruta de su nueva experiencia de padre). Y Dinah aporta la música. Conecta la mini–cadena y pone a todo trapo el último éxito de Eminem. Esta chica...
¿No entiende que ya no tengo edad para el rap...?
La fiesta se alarga, las risas suben de tono, y el alcohol empieza a hacer efecto en todos nosotros.
– ¡Venga, Ollie, cuenta cuando nos enfrentamos a aquel bufón, Bull´s–Eye, “el Payaso del Crimen”! ¡Y tanto que era un payaso...!
– Oh, vamos, Roy, un poco de respeto por nuestros viejos villanos. Al fin y al cabo, gracias a ellos seguimos en activo. Otros tipos no encontraron buenos villanos a los que enfrentarse y no tuvieron más remedio que la jubilación.
– Ya lo sé, Ollie, pero lo cierto es que nosotros dos no teníamos la galería de enemigos más temible de todos. ¿El Arquero Arco Iris? ¿El Dardo Rojo? ¡Por Dios...!
– Sí, la verdad es que yo quería unos malos como los de Batman. Joker, Dos Caras,... Gente de peso, ¡y en cambio sólo nos enfrentábamos a idiotas! Y ahora en cambio preferiría seguir con aquellos idiotas, y no haber descubierto la verdadera cara del mundo...
Roy se pone serio por un momento, y asiente.
– Sí, tienes razón. Los viejos tiempos pasaron, y todos hemos cambiado con ellos. Hemos sufrido, y nos hemos hecho adultos. Hasta tuviste que abandonar las clásicas flechas–truco. Espero que fuera para bien...
– No. Preferiría poder seguir con ellas, pero el mundo se ha vuelto más canalla, y ahora no me dejan.
– ¡Por los viejos tiempos, Ollie! ¡Por que vuelva la aventura!
– ¡Por que vuelva de una vez!
Y chocamos nuestras copas de whisky con alegría, soñando con otra realidad.
Al final de la noche, todos se van marchando uno a uno, dándome la bienvenida de nuevo al mundo, y deseando que mejore pronto. Dinah se queda esta noche a hacerme compañía (aunque se apresura en dejar claro que dormirá en el sillón, “que ya me conozco todos tus trucos, arquero”). Se lo agradezco, no quisiera pasar solo mi primera noche de vuelta a la Tierra.
Y pasamos horas recordando nuestras antiguas aventuras con la Liga.
Es curioso que un lobo solitario como yo pueda haber encontrado una familia tan numerosa. Desde que murieron mis padres, me he sentido solo en el mundo, un rebelde sin lazos gritando contra toda la sociedad. Pero las cosas han sido muy diferentes. En el transcurso de los años he forjado lazos que no se romperán, con gente que vale su peso en oro. Clark, Bruce (incluso a su pesar), Arthur, J´Onn, el pobre Barry y Hal (aún recuerdo quién nos llamó “Los tres caballeros”, pero no sé quién sería cada uno...), Ralph, Tanna, hasta Carter si me aprietas... (6) Pero todos ésos son sólo amigos. Los que realmente conforman mi familia son los que han estado aquí esta noche. Mi mujer, mis hijos, y mi nieta. Así es como yo los considero, aunque la ley y la genética digan otra cosa. ¿Qué me importan esas cosas si los quiero...?
¡Joder, con los años me he vuelto un maldito sentimental y un llorica! ¡Voy a tener que salir a la calle a aporrear a unos cuantos asesinos para volver a ser yo mismo!



Pero no es fácil dormir esta primera noche. Despierto con frecuencia, presa de horribles pesadillas, bañado en sudor, y doliéndome las heridas. Veo imágenes de gatos y japoneses riéndose antes mi cadáver, un murciélago volando dentro de su cueva, y una asesina de rasgos orientales mirándome a la cara, permitiendo que acaben con mi vida sin inmutarse. Demasiado real todo. Cuando consigo despertar, el corazón golpea con saña contra mi pecho, y me falta el aliento. No debería beber más por un tiempo...
Pero de repente me doy cuenta de que no estoy solo. En la absoluta oscuridad de mi habitación, sólo cortada por un débil rayo plateado que proviene de la terraza mal cerrada, escucho una respiración. Es apenas un murmullo, tan sutil que nadie en el mundo sin súper–oído podría captarla, pero yo he sido entrenado para percibir esas escasas diferencias. Hay alguien aquí.
Al instante me pongo en guardia. Desaparece el sueño de mi cabeza, recupero la plena conciencia de mí mismo, y me preparo para luchar. Salto de la cama, me agazapo a un lado, flexionando el cuerpo para aguantar cualquier ataque. Pero una voz grave y tensa, proveniente de mi pasado, me detiene en seco.
– No hagas alarde ahora, Queen. Llevo aquí veinte minutos, y no me habría hecho falta ni uno para matarte. Un pajarito me dijo que estabas oxidado, pero nunca creí que tanto.
Le reconozco al instante, me relajo, y subo la persiana, para dejar que la blanca luz de la luna alumbre nuestro encuentro.
Es un hombre pequeño pero fornido, de esos tipos fibrosos que había antes, que no tenían que enseñar sus músculos para demostrar que pueden darte una paliza. Su cabello es negro, con sienes plateadas, aunque no demuestra ni mucho menos tanta edad como tiene. Viste una camisa marrón con las mangas subidas, unos vaqueros azules gastados y unas deportivas. ¿Quién podría pensar que éste fue el tipo que entrenó a Batman...?
Su nombre es Ted Grant, y se hizo célebre como campeón de los pesos pesados de boxeo, pero mucho más como Wildcat, su identidad secreta, posiblemente el mayor luchador contra el crimen de la Historia de la Humanidad, y fundador de la JSA.
Y entrenador personal de todos los superhéroes de los últimos cincuenta años.
– Hola, Ted. No esperaba visita. Llegas tarde a la fiesta.
–¿Empleas el sarcasmo conmigo? Muchacho, yo inventé el sarcasmo entre los superhéroes, así que no te hagas el listo. Entrar aquí fue más sencillo que ponerme el viejo traje de Wildcat. Si esos cerdos de La Cúpula quisieran volver a por ti, no podrías ponérselo más fácil.
– ¿Y por qué iban a querer volver a por mí? Ya me destruyeron, me apartaron de su camino como si yo no fuera más que una piedrecita sin valor.
– ¿Y lo eres? Depende de ti cómo te consideren...
– ¿Crees que hay vuelta atrás? Ted, son tipos grandes, no juegan a las canicas. Tal vez haya encontrado un enemigo al que no puedo vencer sólo con voluntad.
– Eres idiota, Queen, y te tienen consentido. ¿Quién te ha metido esas ideas en la cabeza, Dinah? Voy a tener que hablar con esa chica. ¡Por supuesto que puedes vencerlos sólo con voluntad! La voluntad humana es el arma más poderosa del universo, no hagas caso de lo que haya dicho Hal sobre su estúpido anillo. Pero esta lección ya la sabías. La única pregunta es si tu voluntad podrá estar a la altura.
– Ahora mismo tal vez necesite unas vacaciones, Ted. No estoy en forma.
– Para eso estoy aquí, tonto. ¿O crees que he venido sólo para escuchar tus ronquidos? Todo el mundo te dice que te retires, que dejes este caso a otros, que no te pongas de nuevo en peligro. Pues muy bien, esto es lo que yo te digo: entrena, practica, vuelve a ser el que eras, y patea el culo amarillo de esos malditos asesinos. ¿Quién mejor para derrotarlos que tú, que ya los conoces bien? Ése es tu trabajo, Queen, es la misión que te encomendaron, y ya estás tardando en cumplirla. Porque si llega Batman, o Canario Negro, y detienen a Doomu por ti, nunca podrás quitarte el miedo de dentro, y seguirás soñando con ellos durante el resto de tu vida (te lo digo por experiencia). Pero si sacas el miedo de ti y lo combates, nadie podrá volver a rajarte las tripas nunca. ¿Lo has entendido?
– Es muy gráfico, pero comprensible.
– Bien, entonces sólo queda una pregunta: ¿Qué quieres hacer, Oliver Queen? Es tu decisión, y sólo tú la puedes tomar. Respetaré lo que me digas.
– Sabes lo que decido. Espérame aquí. Voy por mi arco y mis flechas.
– Bien. Empezaremos ahora mismo. Hay mucho trabajo por hacer...
Y ambos sonreímos satisfechos. Sabemos que habrá que sudar, que lo pasaremos mal juntos hasta lograr resultados, pero también somos hombres de honor, y estamos dispuestos a esforzarnos por ello. Y también disfrutaremos.
Esto es algo que Flash no puede acelerar. Voy a contar cada segundo...




Capítulo 4: Wahington D.C.



Anochece en la capital, y las estrellas y los arqueros furtivos dominamos el cielo. Es la hora de la cacería.
Han pasado tres semanas para el mundo, y toda una vida para mí...
La Oficina Central de Inteligencia (“Central Bureau of Intelligence” o CBI) es una de las llamadas “agencias de enlace” dentro del Gobierno americano, esto es, una pequeña empresa de información dedicada a organizar y coordinar las actividades de agencias denominadas “mayores”, como la CIA o el FBI, para que no haya errores de transmisión, o doble archivo de datos, u operaciones contradictorias, por ejemplo. Su organigrama, así como los planos de su cuartel general, son completamente secretos, incluso para los miembros del gabinete presidencial, pero no para Bárbara Gordon, alias Oráculo, a la que gracias a Dios tengo de mi parte.
King Faraday es su director ejecutivo, esto es, el jefazo máximo del cotarro, como ya lo fue en su día Sarge Steel, y su principal tarea es la transmisión y garantía de la información entre agencias, aunque también de vez en cuando montan sus propias operaciones secretas (como la mía), y tienen sus propios agentes en nómina, como fueron en tiempos Richard Dragon y Ben Turner.
Cada noche, Faraday abandona su exclusivo despacho en la planta catorce del edificio Vandermont (enmascarado como un poderoso banco tapadera, que hasta cotiza en Bolsa con acciones inexistentes), se despide de su secretaria (de nombre, Lynn), se reúne con los dos guardaespaldas que le esperan en el pasillo, y desciende a los niveles inferiores para revisar los bancos de datos del día. Es una formalidad, una acción rutinaria de la que no tiene ninguna obligación, pero que le gusta hacer como comprobación personal. Es algo así como garantizar que el mundo libre sigue a salvo. Manías de la Guerra Fría...
Baja en el ascensor propulsado y recorre cincuenta plantas en unos segundos. Si la gente supiera el inmenso complejo subterráneo que ocupa la totalidad de Washington, y las increíbles armas e informaciones que se manejan en él... Faraday saluda al centenar de guardias que hay allí apostados, llamándolos a cada uno por su nombre, y luego entra en la cámara secreta. El ordenador inspecciona su retina, su voz y sus huellas dactilares, y al fin le permiten el acceso al gran banco de datos del Gobierno. Es una gigantesca sala diáfana con enormes estalactitas negras que cuelgan del techo, y que en realidad no son sino las computadoras más potentes del mundo, donde está guardado absolutamente todo lo que incumbe al planeta Tierra.
Faraday ya piensa en sus actos rutinarios de cada noche, abrirá la pesada puerta de titanio capaz de resistir una bomba atómica, la cerrará con cuidado tras de sí, y revisará una por una las cinco estalactitas de metal oscuro que son su vida. Confirmará que se estén guardando los datos correctamente, aplacará su ansiedad de viejo espía desconfiado, y luego volverá a marcharse, como cada día. Menos hoy.
Porque cuando empuja con esfuerzo el inmenso portalón de titanio, lo que halla no es una sala blanca y vacía, sino mi sonriente cara, apoyado con desdén sobre la pared opuesta, vestido con mi clásico uniforme de héroe, apuntándole con una flecha al corazón. Su rostro se vuelve más blanco que las paredes, sus rodillas tiemblan, y cierra deprisa la puerta a su espalda.
Flecha Verde está aquí.
– ¿C... có... cómo demonios has entrado aquí?
– Oh, vamos, Faraday, no pretenderás que sea tan difícil. ¡Joder, tenéis mucha menos seguridad que la Liga de la Justicia!
– ¿Qué estás diciendo? ¡Este lugar es el más seguro del planeta!
– Sí, claro. ¡Pero si sólo hace falta tener un amigo multiforme, como tengo yo a Rex Mason, para saltarse todas las alarmas!
– ¡Maldito seas, Queen, no saldrás de esto impune! ¿Crees que puedes burlarte del Gobierno americano y librarte sin más?
– Creo más bien que es el Gobierno americano quien me debe una disculpa. Sobreviví a duras penas a la misión contra Doomu, y la responsabilidad es vuestra.
– Falso. Yo intenté detenerte, Queen, y tú insististe.
– No te rías de mí, Faraday. Ya sé de qué va esto, de qué va todo el maldito cotarro. Doomu es una cortina de humo, en realidad no existe, sólo es un engaña–bobos. Mayashi tenía planes importantes, planes para independizarse de los yakuza, y buscó un patrocinador aún más poderoso que ellos. Es Luthor, ¿verdad? El único tipo que podía protegerle de la mafia japonesa, el que los supera en poder y crueldad, es el Presidente de los Estados Unidos.
– Elegiste bien dónde hablar de este tema, arquero. El único lugar del mundo donde podemos estar seguros de que no hay escuchas...
– ... Y lo demás era sólo un disfraz. Doomu fue creada para la ocasión, una especie de programa de protección de testigos a gran escala. Mafiosos, terroristas y súper–villanos accedían a ponerse a las órdenes de Luthor y denunciar a sus compañeros a cambio de un trato de favor. Y desaparecían por completo. Pero Andrew Martin lo averiguó, ¿no es cierto? Una de las prostitutas de Mayashi debió darle una información fundamental que le condujo a descubrirlo todo, como he hecho yo mismo. Eso le costó la vida. Sabíais que no podía salvarse y arriesgar todo el invento, así que alguien le encargó a Mayashi una muerte rápida y aparentemente natural para el fastidioso agente británico.
– Eso no fue así, Ollie. Me conoces...
– Calla. Ya no conozco a nadie. Aún me duelen las tripas, ¿sabes, amigo? Las mismas que destrozó el gatito de Mayashi. Porque no sé si sabes que el maldito japonés aún mantiene lazos con los yakuza, los suficientes como para hacer uso de uno de sus soldados genéticos y enviarlo contra mí.
» Sois unos cerdos. Supisteis que el Servicio Secreto Británico había descubierto el veneno en el cadáver de Martin, y que iban a iniciar una investigación sobre su muerte, así que decidisteis complicar la cosa un poco más. Y así aparece en escena Lady Shiva, la agente secreta ideal para los ingleses: letal, invencible, y dispuesta a servir al mejor postor. Lo que ellos no sabían era que vosotros ya la habíais contratado antes, para cubrir vuestro rastro y aparentar que Doomu trabajaba por su cuenta. Obtener los archivos secretos de Martin, tal y como querían los ingleses, pero falsificarlos para que no se nombrara para nada a la Casa Blanca. ¿Estoy en lo cierto de momento?
– Te juro que yo no supe nada de esto hasta hace pocos días, Oliver.
– Sí, seguro. Como si me importara. Lo fundamental es que yo me metí en el medio de la historia, y podía hacerla peligrar, así que lo mejor era arrojarme a los leones (o en este caso, al tigre) y hacerme callar mi enorme bocaza. Shiva hizo un papel excelente, incluso en la cama. ¿Cuándo habló contigo, mientras yo estaba en la ducha? ¿O llamó directamente a Mayashi, para contarle el plan de mi muerte?
– A Mayashi.
– Bien. Al fin una respuesta coherente. ¿Y creéis que Inglaterra se tragará una historia como ésa? Un grupo mafioso aparece de la nada, juega con los destinos del planeta, y luego desaparece por el mismo camino que llegó... Insultante.
– Sé que no suena creíble, pero a nuestro querido presidente sí se lo parece.
– Bueno, Luthor siempre fue hábil manipulando empresas y negocios, pero los Servicios Secretos saben manipular personas y naciones, así que creo que le ganan. Bueno, ¿vas a contarme entonces tu versión, Faraday?
– ¿Te interesa? Creí que sólo habías venido hasta aquí para contarme lo que habías descubierto y clavarme una flecha en el corazón.
– No seas idiota. Si fuera así, no lo habría hecho aquí, sino en tu casa de la playa, o en ese bar irlandés que frecuentas, o con tu novia habitual de los jueves.
– Touché. A veces nos olvidamos de que los superhéroes también tenéis cerebro, y podéis hacer vuestros deberes... Así que baja el arco, ¿de acuerdo?
– Vale. Me gusta darle dramatismo a estas escenas. Sé que tú no firmaste mi muerte, Faraday, te conozco demasiado bien después de tantos años, pero quería que supieras que no me gustas nada, que odio el mundo en el que te mueves, y a su gentuza.
– Tampoco me gusta a mí muchas veces, arquero, pero alguien tiene que hacer el trabajo sucio del Gobierno, y el mejor soy yo.
– De acuerdo. Lo acepto. Cuéntame entonces esta conspiración.
Respira hondo, y toma aire varias veces. Lo que está a punto de revelarme es uno de los mayores secretos de esta nación, pero sabe que me lo merezco.
– El Presidente Luthor lo montó por su cuenta. “Operación Reciclaje”, lo llamó. Los mayores traficantes y criminales del mundo pasarían a nuestro bando, gracias a unas medidas de amparo y protección contra sus socios que no tenían igual en la historia del mundo. Hubo una gran oposición por parte del gabinete presidencial, y Luthor pareció dejarlo correr, pero terminó montándolo en secreto incluso para ellos, por medio de agencias de espionaje de nueva creación. Lleva varios meses funcionando. Así hemos conseguido armas revolucionarias y tecnología experimental que sólo los mercenarios y señores del crimen tenían a su disposición.
» Mayashi es la cabeza visible de todo esto. No sé de dónde lo sacó, pero lo ha puesto al mando, y la idea es que, en algún momento, ese japonés engreído se haga público, y lo nombre director de la CIA o el FBI. Para él sería un triunfo sin precedentes, saliendo de la nada, del barro más cochino de los yakuza, llegar a la cúspide del Gobierno americano. Puedes imaginarte que los japoneses no están muy contentos con su compatriota...
– ¿Y quieres hacerme creer que tú no sabías nada de esto cuando hablamos la última vez? ¡Por Dios, Faraday, vuestro trabajo es saberlo!
– Te digo que Luthor levantó este asunto en absoluto secreto, incluso para su propio gabinete, y para todos nosotros. Tu intervención es lo que lo ha hecho público, y ahora busca apoyos en Washington, pero no es fácil. Ha salido en los periódicos que Flecha Verde resultó herido en una misión, y sólo los Servicios Secretos sabemos de qué va la historia, pero ya están temblando unos cuantos. La CIA estará a su lado en todo momento, pero el FBI duda, y la Agencia de Seguridad Nacional está en completo desacuerdo, pero no se posicionará hasta que lo hagan los demás. Yo mismo telefoneé esta mañana a sus directores, y soy el único que habla abiertamente en contra de la política de Luthor. Si yo actúo, y el CBI mueve ficha contra Mayashi, todos me seguirán. Pero debe ser ahora, o el Gobierno le brindará su apoyo completo.
– ¿Oigo bien? ¿Estás intentando mandarme otra vez contra Doomu?
– ¿Y a qué has venido, si no es a buscar ayuda?
– Quiero terminar con ellos, de una vez por todas.
– Bien. Destruye a La Cúpula y sus dirigentes, y yo me encargaré de sus bases, sus mercenarios y todas las ramificaciones con las que cuente. No te preocupes, Queen, esta vez no estarás solo...
– De acuerdo. Ahora vete. Contactaré contigo en tu casa en dos noches. Para entonces estaré listo.
– Bien. Pero, ¿cómo saldrás de aquí ahora?
– De la misma forma que entré, por supuesto. ¿Quieres marcharte de una vez?
Faraday sonríe, y obedece. Sabe que vuelve a contar con un profesional.
Y yo sonrío también. Sé que estoy en forma de nuevo, que regreso a la arena, y que no voy a descansar hasta obtener mi venganza.
Cueste lo que cueste.
Continuará...

Referencias:
(1) Ocurrido en el número anterior.

(2) Wally West (Flash) puede “compartir” sus poderes, haciendo que otras personas corran a súper–velocidad o se curen extremadamente rápido, como en este caso, aunque siempre algo más lento de lo que lo hace él mismo.

(3) Carter Hall (Hawkman), un hombre condenado a reencarnarse una y otra vez a lo largo de los tiempos, al igual que su eterna amada y el hombre que los mató a ambos, hasta que sus almas logren la paz.

(4) El Santuario Secreto fue el primer cuartel general de la Liga de la Justicia, en una gruta cercana a Happy Harbor, Rhode Island. Fue abandonado por motivos de seguridad, trasladándose el grupo a un avanzado satélite orbital ubicado a 22.300 millas de la Tierra. Más tarde, con el cambio de alineación, La Liga se situó en “El Búnker”, una fortaleza enterrada bajo una antigua factoría en la ciudad de Detroit, Michigan. Encarnaciones más recientes, y debido al carácter internacional que asumió el equipo, tomaron como base de operaciones un conjunto de embajadas distribuidas por todo el planeta, incluyendo Nueva York, París e incluso la Antártida. Pero el refugio actual es el más moderno y tecnológicamente dotado de todos, la Atalaya, una fortaleza erigida en pleno Mar de la Tranquilidad, en La Luna. Mezclando tecnología de Krypton, Marte, Vega, Oa, Thanagar y de los Nuevos Dioses, es el lugar más seguro del mundo, y sus dotaciones en armamento, sanidad y telecomunicaciones son las mejores conocidas. Fue diseñada fundamentalmente por Atom (Ray Palmer) y Acero (John Henry Irons), con la colaboración del resto de la JLA.

(5) Referencias a las sagas “JLA: Escalera hacia el cielo” y “Mundos en guerra”, en contraposición con el trabajo urbano y realista de Flecha Verde.

(6) Las identidades secretas listadas aquí por Ollie incluyen a: Superman, Batman, Aquaman, el Detective Marciano, el segundo Flash, el segundo Green Lantern, el Hombre Elástico, Zatanna y Hawkman. Todo un elenco de lo mejor de la JLA a lo largo de su historia.

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