Batman nº 9

Título: Licántropos
Autor: Igor Rodtem
Portada: Ovidio Miguel Maestro
Publicado en: Noviembre 2005

Una figura oscura recorre la ciudad.  Se abre un pequeño claro en el cielo, por donde se asoma, tímida, la luna. Ya ha comenzado a decrecer, y pronto se volverá invisible, para empezar de nuevo su ciclo. Batman la observa durante un momento pero un grito llama su atención. Aún quedan muchas bestias sueltas por la ciudad...

Hice una promesa ante la tumba de mis padres: librar a esta ciudad de la maldad que les quitó la vida. Soy Bruce Wayne, filántropo multimillonario. De noche, los criminales, esos cobardes y supersticiosos, me llaman...
Batman creado por Bob Kane

Bruce Wayne realiza una visita rutinaria a unos laboratorios de sus empresas, para comprobar el estado de los diferentes proyectos en marcha. En uno de ellos, se encuentra con los doctores Markheim y Wilkes, responsables de un estudio relacionado con la licantropía, lo cual llama la atención del millonario. Al parecer, los doctores habían dado con un virus que afectaba a los perros, causándoles graves alteraciones genéticas que hacían que se transformasen, de forma temporal, en unos animales feroces, más cercanos a los lobos que a los perros. Por lo visto, estas alteraciones iban en función de las fases lunares, siendo más notables las noches de luna llena, lo que había llevado a los doctores a investigar su posible efecto sobre los humanos, intuyendo una posible relación con el fenómeno de los hombre-lobo, la licantropía.

El doctor Wilkes explica a Wayne, con pelos y señales, el estado actual de la investigación, destacando el hallazgo de una variante del virus que, en teoría, afectaría a los humanos, convirtiéndoles en auténticos hombres-lobo. Sin duda, se trataría de un hallazgo increíble, pero Wayne se muestra receloso, pues únicamente prevé aplicaciones negativas del hallazgo. El doctor Markheim se muestra irascible con esos comentarios, argumentando que no sólo es un gran hallazgo científico, sino que puede suponer un gran avance en el mundo de la medicina. Wayne y Markheim acaban discutiendo, pero el doctor Wilkes consigue relajarlos finalmente. Wayne les permite continuar con su trabajo, pero no oculta sus reticencias, y les advierte que ha de pensar más detenidamente en todo aquello. También les pide datos de los virus y de la investigación, con la intención de analizarlos posteriormente, ya como Batman, en la Batcueva.

Más tarde. Bruce Wayne, enfundado en su traje de Batman, aunque liberado de la capucha y la capa, se encuentra en la Batcueva, analizando en el ordenador los extraños datos aportados por los doctores Wilkes y Markheim, sobre su estudio acerca de un posible virus causante de la licantropía. No exageraban en sus afirmaciones, todo parecía confirmarlo. Por suerte, dicho virus era muy inestable, lo que hacía que no fuera muy contagioso.

—Señor Bruce, aquí tiene la cena –Alfred entra en la Batcueva, portando una bandeja con unos alimentos,– libre de virus, claro.

—Esto es serio, Alfred...

—¿Y qué no lo es, cuando Batman anda por medio?

—Lo siento, Alfred, pero hoy no cenaré –Batman comienza a colocarse la capa y la capucha.– Ya he perdido mucho tiempo con esto, y ahí fuera hay criminales esperándome.

—Criminales con el estómago lleno... –replica Alfred.

Pero Batman no le responde ya, pues se dispone a partir hacia Gotham en el batmovil.

En un callejón cercano a los laboratorios de Industrias Wayne, se ve una sombra que avanza con rapidez. Se oye un gruñido. Un mendigo, que buscaba un lugar donde pasar la noche, agarra con fuerza una botella medio vacía. ¿Quién anda ahí?, grita, y como respuesta sólo recibe otro gruñido. De repente, escucha unos frenéticos pasos que se acercan hacia él, y el gruñido, que aumenta de intensidad, le provoca un escalofrío de terror, erizándole el vello de la nuca. Una enorme masa de carne y pelo se le abalanza, derribándole, y propinándole un feroz mordisco en el cuello. Un perro, piensa el mendigo, mientras nota cómo pierde las pocas fuerzas que tenía. El animal comienza a morderle salvajemente, pero el mendigo, incapaz de mover un solo músculo, ya no lo siente, pues poco a poco se le va escapando la vida. Antes de morir, otro pensamiento le viene a la cabeza: Un perro, no. Es un lobo...

Cerca de allí, en el laboratorio, una sombra se mueve torpemente entre la penumbra. Se sujeta la cabeza mientras murmura unas palabras, entre sollozos:

-Dios mío, qué he hecho...


Suena un largo y penetrante aullido en mitad de la noche, que asciende hacia el cielo estrellado. La luna brilla en su plenitud. Una bestia –un perro salvaje, según la policía y los medios de comunicación– está causando el pánico entre la población de Gotham, en las últimas noches, donde se han contabilizado siete ataques con víctimas mortales. Y todos ellos en los alrededores del laboratorio de los doctores Wilkes y Markheim, por lo que, desde un principio, Batman intuyó que estos ataques podían estar relacionados con sus investigaciones, y decidió visitar dicho laboratorio. Éstos admitieron que se les había escapado un perro infectado con el virus, pero Batman cree que ocultan algo. Los doctores son interrogados por la policía, aunque terminan por dejarles en libertad sin cargos.

Finalmente, el propio Bruce Wayne también visita los laboratorios, con la intención de terminar con el proyecto. Una vez allí, tiene una acalorada discusión con ambos doctores, pero no cambia su decisión. Les da veinticuatro horas para recoger sus cosas y marcharse de allí. Cuando Wayne se va, el doctor Markheim no puede reprimir el llanto.

Pero Batman no quiere esperar tanto tiempo, y decide volver a visitar el laboratorio esa misma noche. Cuando llega allí, se encuentra al doctor Wilkes inconsciente, tirado en el suelo. Batman lo reanima y le interroga por lo sucedido.

Unas horas antes, en el laboratorio. Los doctores Wilkes y Markheim discuten acaloradamente.

—No debimos hacerlo –solloza el doctor Markheim,– no debimos soltarlo. Fue una locura...

—Fuiste tú, Markheim. Tú tomaste la decisión –contesta Wilkes, con visibles signos de agitación.– Tú eres el único responsable.

—¡Pero los dos estuvimos de acuerdo!

—No, Markheim...

—Bueno, eso da igual ya. Lo que tenemos que hacer es detener esta locura.

—¿Cómo? –pregunta Wilkes, pero intuye la respuesta.

—Sólo hay una manera, Wilkes –mientras pronuncia estas palabras, Markheim, con un gesto grave en el rostro, sujeta en sus manos un pequeño frasco que contiene en su interior un extraño líquido amarillento.– Y ya que yo liberé al perro, seré yo quien lo detenga...

Batman sale a toda prisa del laboratorio. Por lo visto, el doctor Markheim se había inyectado un suero que contenía una variante del virus modificado, con la intención de convertirse en hombre-lobo, y así ser capaz de detener al perro asesino. Con ese suero, los doctores esperaban que el afectado no perdiese la consciencia totalmente al transformarse, y pudiera controlar sus actos. Así, Markheim podría encontrar y detener a la bestia suelta.

Nada más salir del laboratorio, Batman oye un gruñido delante de él. Una sombra aparece a unos metros de distancia, en mitad de un oscuro callejón. Se oye un intenso aullido e, inmediatamente, la sombra comienza a moverse hacia él, a gran velocidad. Cuando ya lo tiene prácticamente encima, Batman puede ver que se trata de un lobo de gran tamaño, de mirada salvaje, furiosa. El animal pega un magnífico salto, extendiendo sus patas delanteras, armadas de poderosas garras, y abriendo al máximo sus fauces. Batman observa cómo se le echan encima unos enormes y afilados dientes, en busca de su garganta.


Una figura permanece de pie en mitad de la noche, en un callejón mal iluminado. Es un hombre, pero parece un demonio. Es Batman. A sus pies yace, moribunda, una peluda bestia, que instantes antes había intentado devorarle. Es un perro, pero hacía tan sólo unos segundos, había tenido otro aspecto muy diferente: el de un salvaje y furioso lobo. Ahora estaba a punto de morir. La sangre no dejaba de brotarle de un pequeño orificio abierto en su cuello. Al menos no morirá siendo un monstruo, piensa Batman. A su espalda, una pareja de policías le apuntan con sus armas reglamentarias. Una de las armas aún está caliente.

—Quieto, Batman, si no quieres acabar como ese monstruo –dice uno de ellos, aunque su voz delata su nerviosismo.– Jorgesen, pide refuerzos. Hemos acabado con el perro salvaje, y tenemos al murciélago como premio.

Batman permanece inmóvil, sin provocar a los agentes. Analiza rápidamente la situación, aunque ya tiene en mente tres formas diferentes de poder escapar.

—No hacía falta matar al animal –contesta Batman.– Yo me hubiese encargado.

—Cállate...

Pero un grito les interrumpe. El agente de policía se gira, sorprendido y, al volverse de nuevo hacia Batman, éste ha desaparecido. Suelta una maldición y echa a correr, hacia donde provino el grito. Su compañero acude a ayudarle, y ambos recorren las callejuelas en busca de Batman, o de alguna explicación para el grito que han escuchado. Pronto, llegan los refuerzos, y acordonan la zona. Pero no encontrarán a Batman. Éste se encuentra a varias decenas de metros de allí, dentro del recinto de los laboratorios de Industrias Wayne, totalmente a salvo de los policías. Hasta allí ha llevado al autor del grito. Es el doctor Markheim, que está temblando y sudando a borbotones. Tiene la piel de un feo tono morado y su estado es lamentable. Batman había pretendido llevarlo a un hospital, pero el doctor le había detenido, consciente de su grave situación, pues necesitaba confesar su crimen...

Markheim confiesa que fue él quien soltó al perro infectado con el virus, en un momento de enajenación mental. Actuó sin pensar, presa del pánico, temiendo que la investigación que llevaba a cabo junto con su compañero no pudiese concluir, debido a la negativa de Bruce Wayne. Enseguida se dio cuenta de la barbaridad que había cometido y quería haberlo confesado todo, pero el doctor Wilkes le convenció para mantener el silencio. Finalmente, contó Markheim, incapaz de soportar la situación, decidió tomar el suero con el virus modificado, como ya sabía Batman, e intentar detener él mismo a la bestia. Pero algo iba mal, no era el suero lo que se había inyectado, sino alguna especie de droga o veneno, suministrado por el doctor Wilkes. Markheim pierde el conocimiento, por lo que Batman decide avisar a la policía, y regresa rápidamente a los laboratorios. Alguien tenía mucho que explicar...

"Maldición, debo darme más prisa" piensa Wilkes, mientras recoge las muestras y los datos de la investigación. Había engañado a su compañero, Markheim, e incluso al mismísimo Batman, pero no quería abusar de su suerte. Debía recoger todos los datos y muestras posibles, y continuar la investigación más adelante, lejos de Gotham, y bajo el amparo de alguien con menos escrúpulos que Bruce Wayne.

Wilkes... El leve susurro le paraliza de inmediato. Se gira, y ve una sombra que se le acerca. Sin pensárselo, arroja a lo loco unos frascos con diverso contenido. Coge sus muestras y sus datos, y echa a correr, intentando huir del laboratorio, totalmente asustado. Pero Batman sabe que va a atraparlo.

Las sirenas de la policía y de la ambulancia lo envuelven todo, pero Batman no les presta atención, no necesita distracciones. El cuerpo del doctor Wilkes reposa en el sucio asfalto. Está temblando. Batman se acerca y ve la cara descompuesta del hombre al que estaba persiguiendo. Duele... se queja Wilkes, mientras comienza a sufrir convulsiones. Una pequeña jeringuilla le cuelga del brazo. Batman se prepara para enfrentarse a la bestia.

La transformación de Wilkes es súbita. La convulsiones se precipitan alocadamente, y los músculos y huesos del doctor comienzan a transformarse con violencia, rasgando la piel, y derramando la sangre. Está mutando, convirtiéndose en una bestia, mitad hombre, mitad lobo. Tras unos segundos, se relaja totalmente, permaneciendo en el asfalto. Poco a poco, se va incorporando. Su tamaño es descomunal, cercano a los dos metros de estatura, y con una gran envergadura. Mantiene una figura vagamente humana, pero tiene el cuerpo cubierto de pelo, y con poderosas garras en lugar de manos. En la cabeza, de aspecto lobuno, destacan dos enormes orejas puntiagudas, y una amplia boca, hocico más bien, armado con afilados dientes. Sus ojos, inyectados en sangre, tienen una mirada frenética, asesina. No hay rastro del doctor Wilkes en esa mirada. Es solo una bestia con instintos salvajes y, como tal, lanza un pavoroso aullido a la luna llena, que hiela la sangre de todo aquel que lo oye...


Hospital de Gotham City, tres días después. 

En una de sus muchas habitaciones, Bruce Wayne permanece de pie ante una cama cuyo ocupante está inmerso en un profundo coma. Los médicos creen que no se va recuperar.

—Todo ha acabado, Markheim –Bruce Wayne pronuncia cada palabra consciente de que, en el estado en que se encuentra, es poco probable que el paciente le oiga.– Detuvieron al perro que soltaste...

Una enfermera entra en la habitación. Wayne la observa en silencio hasta que ésta vuelve a marcharse.

—Wilkes quería seguir con las investigaciones –prosigue hablando, con el semblante serio,– y quería ser el único en hacerlo. Por eso te envenenó, en lugar de administrarte el virus... De hecho, es increíble que no hayas muerto.

Bruce Wayne se detiene, pensativo. Ni siquiera sabe por qué está ahí, contándole lo ocurrido a un hombre en estado vegetal. Tal vez se lo deba. O tal vez se lo deba a sí mismo.

—Ahora Wilkes está muerto –reanuda su monólogo.– Optó por inyectarse el virus él mismo, al verse acorralado. Se convirtió en hombre-lobo y se enfrentó a Batman, pero en medio del enfrentamiento, murió, víctima de un paro cardíaco. Su cuerpo no soportó la terrible mutación. Mañana será enterrado, como también será enterrado todo lo referente a vuestras investigaciones...

Markheim respira de forma regular, inmutable, ajeno a todo lo que le rodea. Bruce Wayne recoge su abrigo y se encamina hacia la puerta. Antes de salir, pronuncia unas últimas palabras:

—Todo ha acabado ya, Markheim. Puedes dejar de sufrir...

Por la noche, una figura oscura recorre la ciudad. Hace frío, y las nubes cubren el cielo. Pronto, comenzará a llover, pero Batman permanecerá vigilando. Se abre un pequeño claro en el cielo, por donde se asoma, tímida, la luna. Ya ha comenzado a decrecer, y pronto se volverá invisible, para empezar de nuevo su ciclo. Batman la observa durante un momento, pensando en lo ocurrido en los últimos días, pero un grito llama su atención, y se pone en marcha de inmediato. Aún quedan muchas bestias sueltas por la ciudad...

FIN

Igor Rodtem
(03-02-2005)
igor_rodtem@hotmail.com

1 comentario :

  1. Reseña del 8 de Diciembre de 2005:
    Una historia sencilla y directa, en la que Igor Rodthem cuenta un enfrentamiento entre Batman y unos hombres lobo. No sé si es el primer fanfic que escribe Igor, pero le noto cierta "novatez" en su estilo. Por ejemplo, al plantear el argumento al comienzo de su historia, describe la situación e incluso una conversación entre Bruce Wayne y unos científicos sin detenerse a detallarlos, de forma que acaban expuestos a modo de resumen, con la consecuente pérdida de fuerza.
    En cualquier caso, creo que Igor tiene buenas ideas y se le nota el interés que pone en lo que cuenta.
    Me gustaría volver a leer en el futuro más fanfics de este autor.

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