Green Lantern nº 11

Titulo: La maldición de un hombre sin miedo
Autor: Gabriel Romero
Portada: Raul Peribañez
Publicado en: Abril 2008

¿Quién es Siniestro en realidad? ¿Quéle hizo ser como es hoy? ¿Por qué odia de esa forma a los Guardianes del Universo, a Hal Jordan, e incluso a los propios nativos de su mundo natal, Korugar? Descúbrelo en este episodio de Green Lantern, un relato que no podrás olvidar fácilmente, sobre un villano distinto a los demás.

En el día más brillante, en la noche más oscura, ninguna maldad escapará a mi mirada. Que los adoradores del Mal teman mi mi poder: la Luz de la …
 
Prólogo: Un cuento para dormir
– ¡Abuelo! ¡Venga, abuelo, cuéntame una historia!
El anciano Bellrioth se apartó del ventanal, y alejó de su mente los últimos rayos de sol sobre los techos de paja, y los hombres recogiendo sus pequeñas embarcaciones antes de que llegara la noche, y las risas de las jóvenes doblando la ropa limpia en las callejas.
Anochecía en la modesta y diminuta aldea de Kalann, y sus gentes volvían a los hogares para calentarse en silencio en torno a la lumbre.
Anochecía en Korugar, y la vida seguía adelante, pese a todo.
– Eres incansable, ¿eh, Lonnius?
El viejo sonreía, entre el mar de arrugas en que se había convertido su rostro, y el niño le observó con la alegría pintada en su carita de ángel.
– ¿Qué historia quieres que te cuente hoy?
– La de Kane, abuelo, por favor… Cuéntame la de Jon Kane.
– ¿Otra vez? Estoy seguro de que ya te la sabes mejor que yo...
– Sí, pero es mi favorita. Venga, abuelo, por favor…
– Muy bien, como quieras. Aquí la tienes...
El anciano respiró hondo, echó hacia atrás la cabeza, y dejó que los recuerdos le inundaran. No era grato volver a aquella época, a esa mezcla extraña de placer y sufrimiento…
Pero a veces es bueno recordar. Aprender del ayer. Entender lo que hicimos mal…
 Capítulo 1: El sometimiento

« Kane… Jon Kane…
Han pasado ya muchos años desde entonces, pero aquí no es posible olvidarle. Puede que el resto del Universo termine por borrarlo de sus recuerdos, y su estela se pierda en la bruma del tiempo, pero las cicatrices de sus actos permanecerán por siempre en Korugar...
Hace mucho tiempo ya de aquello, y los pocos que vivieron la historia desde su principio han muerto ya. Pero él mismo se ha encargado sobradamente de que los rumores y leyendas no le ignoren. De que le hagan inmortal. Poco importa ahora que sus actos fueran más o menos aceptables, si salvó vidas o las condenó… de un modo u otro, nadie olvidará nunca a Jon Kane.
Eran otros tiempos, una época dura y maldita, en la que nuestro mundo vivía sometido bajo un duro régimen dictatorial. Una inamovible estructura de pirámide basada en las diferentes castas militares, y en la que los korugarianos de piel añil no éramos más que títeres sin voz, esclavos para llenar sus minas y sus campos. En aquellos años, tal y como te han enseñado en la escuela, Korugar sufría el férreo dominio del vil Imperio Khund, cuyas fronteras se extendían, marcadas con nuestra sangre, hasta mucho más lejos de este sector espacial. Miles de planetas, sistemas y culturas diferentes, sometidos por el poder de las armas y el culto a la guerra.
Korugar fue conquistado hace diez generaciones, cuando nuestros ancestros eran simples granjeros, sin más poder que el de sus hoces y arados, y en cambio los Khunds ya viajaban en naves interplanetarias, y gobernaban un vasto imperio de cien galaxias con sus armas de destrucción masiva. No fuimos rivales, ni siquiera pudimos oponerles resistencia. En menos de una semana ya nos habían convertido en sus esclavos, en sus juguetes más sacrificables, y ese estado vil, esa opresión indigna, se prolongaría durante más de mil años. Hasta que llegó él.
Los Khunds son una sociedad cruel, basados en la guerra y la violencia. Cultivan sus instintos naturales, y enseñan a sus hijos a disfrutar odiando a los demás. Y suelen necesitar víctimas inocentes con las que entrenarse. Por eso viajan a través del universo, en busca de mundos primitivos que sojuzgar, planetas en estado de desarrollo, que les nutran de esclavos y trabajadores fieles sin que cueste mucho esfuerzo conquistarlos.
No creas que lo intentarán nunca con Oa o los Dominadores… No, en vez de eso vinieron a Korugar.
En aquella época, los korugarianos habían poblado sobradamente el hemisferio norte de este inmenso y bello planeta, dejando el resto inexplorado, a merced de las bestias salvajes que lo consideran su reino. Todos los continentes estaban enormemente habitados, constituyendo pequeñas colonias de agricultores que vivían en forma de comunidad, repartiendo por igual los cuantiosos beneficios que daba la tierra. Éramos individuos tranquilos y pacíficos, acostumbrados al trabajo en las huertas y las granjas, y a trabajar por el beneficio de todos. Sin odios, sin diferencias…
Y al final de cada día, cuando la noche hacía imposible seguir trabajando, los hombres se sentaban en las plazas, y las mujeres repartían néctar, y cerveza de hüll, y les secaban el sudor que resbalaba por sus cuerpos.
Y todos reían hasta bien entrada la noche.
Estas comunidades eran más o menos independientes, regidas por leyes autónomas decididas por consenso, y gobernadas por un líder local elegido entre los suyos, al que se denominaba Möish. Nadie discutía, ni peleaba por obtener ningún cargo, pues todos deseaban el bien común, y el ser elegido Möish de una aldea era percibido más como un honor y una responsabilidad que como un beneficio.
Después de todo, ¿en qué podría beneficiarse un Möish de su cargo, si ya repartían los bienes de un modo equitativo?
Por supuesto, había asuntos que superaban con mucho la capacidad de gobierno de las aldeas, como por ejemplo la resistencia contra los monstruos de la zona sur, o la gestión del agua de lluvia mediante canales, y por esa razón existía una capital, Ciudad Korugar, urbe brillante de palacios de cristal y puentes levadizos, que habían construido los más importantes ingenieros de todo el planeta. Era el orgullo de todo hombre y mujer de piel añil. Y allí habitaba la familia que, desde hace generaciones, se había encargado de guiarnos, de llevar bajo su mando los destinos de quinientos millones de seres, y buscar su felicidad. Su nombre era Kane, y su cargo, el de Gran Nébur de Korugar.
La leyenda cuenta que el primero de los Kane, Amigdar el Juicioso, se convirtió en Möish de su pequeña aldea en el sur del Continente de Jamman, y fue tan sabio y admirado que pronto muchas otras aldeas quisieron escuchar sus palabras, y muchos otros Möish vecinos pidieron que él les aconsejara. En apenas diez años, ya gobernaba con equidad y templanza todo su continente, y en quince más, era Korugar en pleno quien seguía ciegamente sus palabras.
Amigdar Kane llevó nuestro mundo hasta las más altas cotas que podían imaginarse. Creó la moneda que aún hoy utilizamos, y el calendario que sigue rigiendo nuestros días. Mandó edificar los más brillantes edificios para adornar la capital, y juntó a su lado a los sabios y expertos de todas las ciudades y aldeas, para que le aconsejaran en los asuntos de Estado. Gracias a él, Korugar dejó de ser un mundo de atrasadas aldeas independientes, para convertirse en un planeta unificado y valiente, generoso con todos los hermanos que vivían en él, y decidido a cambiar el futuro con el poder de su voluntad.
Muchos otros Kane vinieron después, y cada uno intentaba mejorar los logros de sus antepasados. El cargo de Gran Nébur siempre era heredado por el más sabio de cuantos hijos tuviera el anterior gobernante, y éstos eran educados desde su nacimiento para obtener lo mejor de ellos. Ciencia, tecnología, arte y vida… todo el saber de un millar de generaciones, para crear hombres perfectos que guiaran nuestros destinos.
Pero ni ellos pudieron hacer nada frente al horror que vino del espacio…
Un terrible día, miles de naves opacaron nuestro cielo, y no pudo verse sobre nuestras cabezas más que el frío metal khundio cegando la visión de quinientos millones de seres inocentes. No hubo señales de aviso, más que sus letales rayos de fuego convirtiendo los campos en cenizas, y sus gigantescas bombas de racimo destruyendo aldeas y ciudades, y sus destructores señalando la tierra como zona conquistada.
No hubo sino muerte y crueldad, las viejas características de los Khunds.
El anciano Senyar Kane, Gran Nébur de Korugar durante la corta semana que duró la conquista, intentó parlamentar con ellos, y arreglar un encuentro para frenar la matanza. Los Khunds enviaron un caza al lugar de las conversaciones, y desintegraron al Nébur al instante.
Querían dejar claro que el único trato que admitirían era el sometimiento absoluto.
El sucesor de Kane, su pequeño hijo Tendar, aceptó deprisa las condiciones de sus nuevos amos, con la promesa de que cesarían los ataques.
Así fue, pero nos aguardaba algo mucho peor…
Desde ese instante seríamos una más de las preciadas posesiones del Imperio Khund, y nuestros cuerpos y almas les pertenecían por completo.
Horadaron el suelo para hallar minerales que propulsaran sus vehículos, trajeron nuevas especies de plantas y animales que les dieran de comer, y levantaron sus propias ciudades hechas de metal y tecnología. Sobre los cuerpos agónicos de sus nuevos esclavos.
A lo largo de los siglos, llenaron sus minas de incontables seres inocentes, nacidos en cautividad, criados bajo la ley del látigo, obligados a obtener materias primas con las que alimentar sus terribles máquinas, sus naves interplanetarias, y sus ciudades súper–tecnificadas.
Invadieron el sur, que hasta entonces era libre y salvaje, y cazaron a las terribles bestias de largos colmillos y temidas garras, a las que emplearon como diversión en su Arena de la Muerte.
El horror hecho tortura…
Cientos de granjeros y pastores fueron llevados a luchar por su vida, enfrentados a gigantescas fieras traídas de los rincones más salvajes e inhabitados de nuestro mundo, o a sus formidables guerreros. Piensa, querido nieto, que aquellos hombres libres nunca habían empuñado otra cosa que sus aperos de labranza, ni habían peleado más que contra el pequeño zomirr que ataca las granjas en busca de alimento. No eran luchadores, ni pretendían serlo, pero a los Khunds poco les importaba eso…
Querían peleas, querían divertirse, aunque el resultado fuera sólo una matanza absurda, y un espectáculo burdo y sangriento. Una carnicería que sólo puede entretener a los seres más crueles e inhumanos del universo…
Cierto que trajeron la ciencia y la tecnología a los incultos labradores que éramos entonces, pero a cambio nos robaron el alma.
Los siglos pasaron, y la dominación de los Khunds era algo tan viejo y asentado que ya parecía inamovible.
Pero algunas voces fueron surgiendo poco a poco.
Entre ellas, la del único hijo del Gran Nébur de Korugar, el entonces señor de un mundo de esclavos, Ragman Kane.
Durante mil años, los tiranos habían conservado nuestros propios sistemas de gobierno y sociedad, con la idea de que eso nos haría sentir menos sometidos. Más respetados… ¿Es que acaso otorga la libertad al preso el que uno de ellos sea nombrado jefe de los otros, cuando todos siguen igual de encadenados? ¿Qué esperaban de nosotros, sino que en algún momento tratáramos de rebelarnos? Creo que en realidad lo deseaban, que llevan al límite a cada uno de los mundos sometidos bajo sus fuerzas, para ver cómo reaccionan y si pueden temer algo de ellos.
Otros opinaban que en realidad nunca creyeron nada de nosotros…
El caso es que Ragman Kane era aún gobernante de Korugar, y hacía su trabajo lo mejor que podía, defendiendo las vidas de sus hermanos contra los deseos homicidas de un loco dictador. Pero él sabía que no era mucho lo que podía hacer, y que en la mayoría de casos era simplemente tolerado por el auténtico dueño del planeta, el Duque Onin de Khund, sátrapa del Gran Emperador de Khundia, y regente absoluto de nuestros quinientos millones de almas. Si a Onin le apetecía, bien podía ordenar el ajusticiamiento de Ragman y el final de la dinatía de los Kane, y nadie tendría poder para negárselo. Por ahora, sin embargo, no le había apetecido…
Ragman Kane era un buen hombre, generoso y altruista, que había aprendido a ayudar a sus hermanos sin contrariar a sus terribles dueños, jugando a beneficiar a los dos bandos sin incurrir en la furia de ninguno. Pero su hijo no tenía intención de ser tan tolerante. El joven Jon se había criado en el pacifismo y la contemplación, igual que todos sus ancestros, pero esas enseñanzas no pudieron alcanzar su alma, que estaba llena de furia y libertad. Él soñaba con ser libre, necesitaba ser libre, y odiaba más que nada en la vida tener que someterse a la voluntad de unos seres mezquinos y cobardes. Tener que callar cuando ellos hablaban, bajar la cabeza y acatar sus órdenes. Obedecer sus más simples deseos, negar su propia voluntad y aceptar la de sus autoproclamados dueños.
Jon Kane odiaba a los Khunds, y así lo manifestó en audiencia privada.
– Te presento mis respetos, amado padre y Gran Nébur de Korugar – le dijo –, pero no pienso respetarte más.
– Sé lo que piensas – contestó Ragman –, y lo que planeas, y no puedo más que negártelo. Si te rebelas contra el Duque nos condenarás a todos. Pones la seguridad del planeta entero por detrás de tus propias ansias de liderazgo…
- No es liderazgo lo que ansío, padre, sino libertad, y lo sabes. Quiero traer la paz y la justicia a nuestra gente, quitarles el yugo que les aprisiona.
– ¿Y qué esperas que yo te diga? ¿Que te dé mi bendición? Sabes que es imposible. Conoces mi naturaleza pacífica y negociadora, y llevo años trabajando por la auténtica Korugar para dejar que hoy vengas tú a arruinarlo todo. Si te levantas en armas, serás mi enemigo, hijo, y testificaré en tu contra.
– Bien. Yo conozco tu naturaleza, y tú la mía. Sabes que no me quedaré sentado, ni aceptaré la sumisión como respuesta. Tenga tu bendición o no…
Y abandonó la sala, furioso y decidido.
El pobre Ragman no supo lo que hacer. Jon era su único hijo, y desautorizarle como sucesor implicaba el final de la Dinastía Kane, por lo que los esclavos quedarían sin una voz que los representara, sin un hombre dispuesto a defenderlos. Pero, ¿qué implicaría autorizarlo? El belicoso muchacho era capaz de iniciar una revuelta, de llevar Korugar a la guerra, y eso traería mucha más muerte, mucho más horror.
Por suerte, Ragman no tuvo que elegir…
Al día siguiente, Jon Kane, al frente de un escaso pelotón de hombres libres, atacó los cuarteles del Ejército de Tropas Voladoras de Khundia, destruyendo su arsenal y asesinando a casi quinientos militares entrenados, a los que sorprendió en pleno cambio de turno. La respuesta no se hizo esperar. El comando de revolucionarios fue inmediatamente ajusticiado, y sólo respetaron a su cabecilla, torturado e interrogado durante un largo mes de agonía. El Duque Onin pretendía matarlo de dolor, pero Kane se obcecó en seguir vivo, a pesar de las innombrables técnicas de tortura que usaron con él. Aplicaron toda la ancestral sabiduría de los Khunds para provocar el más terrible dolor que pueda imaginarse, pero Jon Kane permaneció vivo.
Más allá del suplicio, y de todo cuanto idearon sus carceleros para causarle una agonía inimaginable, Kane tuvo la imbatible fuerza de voluntad para seguir vivo.
Así que Onin ordenó matar a su padre.
El anciano Ragman fue secuestrado, muerto y despellejado, y sus restos expuestos durante un año entero en la plaza central de Ciudad Korugar. Y el Duque Onin rió a carcajadas, viendo la furia y desesperación del muchacho. Ya no quería matarlo. Prefirió encerrarlo de por vida en una celda con vistas a la plaza, para que contemplara durante años los restos vejados y degradados del que fue su propio padre.
Ése fue su error…
Porque aquel episodio terrible no causó en Jon Kane el fatalismo que los Khunds esperaban, sino un odio aún más atroz, y la determinación absoluta de expulsarlos de su mundo.
Logró escapar, matando salvajemente a sus carceleros (algo nunca visto en ningún planeta del universo, que un mortal escape vivo de una prisión khund), y se reunió con los suyos, que ya lo esperaban en el sur. Y organizó en pocos días el más terrible ejército que pueda imaginar la mente humana. Miles de korugarianos, armados con rayos y espadas que habían robado a los tiranos, y dispuestos a morir matando. No habría concesiones. La muerte de Ragman Kane había levantado los ánimos de toda la población, harta ya de injusticias y desmadres.
Estaban decididos a acabar para siempre con la dominación khund…
Pero Kane era inteligente, y sabía que llevarían las de perder ante el ejército bien entrenado de Khundia. Así que optó por una estrategia diferente: la guerra de guerrillas.
Atacaban las ciudades en pequeños grupos, asaltando primero los puestos militares y los polvorines, consiguiendo armas y refuerzos a cada paso que daban. Las ciudades se parapetaban ante ellos, pero en cuanto demostraban su fuerza, la misma población sometida barría a sus carceleros, haciendo fácil la ocupación de nuevos territorios. A veces tuvieron que luchar durante meses, cortando las vías de suministros y asediando grandes núcleos que lograban resistir. Pero nadie podía contener a los libertadores.
Kane había aprendido tácticas militares de sus mismos enemigos, y ahora las usaba en su contra. Los Khunds les menospreciaban, pensando que no tenían más que barrer a una estúpida masa de labriegos incultos, como mil años atrás… Pero él se encargó de demostrarles quiénes eran los estúpidos.
Y los viejos gladiadores eran los más felices de luchar contra sus tiranos…
El grupo central se hizo extremadamente famoso entre la población, que los tenía por sus héroes: Jon Kane era el líder innegable, pero otros le seguían con la misma fuerza. Tor Kalan, hijo de labradores, pero que aprendió bien y deprisa el uso de armas de mano. Bekk Moro, nacido de familia de gladiadores, y heredero de su crueldad y salvajismo en la arena… y ahora fuera de ella. El anciano Stilkirk, el estratega, poeta y bardo de los Khunds durante años, en los que aprendió mucho en secreto sobre sus artes de la guerra. Y la bellísima Katma Tui, noble de origen, que aprendió ingeniería en su edad más tierna, y sirvió fielmente a los tiranos construyendo puentes y edificios para ellos… y ahora los volaba en pedazos.
Héroes por derecho propio… y libertadores.
Con el paso de los años, se hizo obvio que no les iba a ser posible conquistar la capital. El ejército la tenía atrincherada, rodeada de vehículos pesados de enorme capacidad destructiva, y patrullada siempre por naves con sensores de movimiento.
En esa época, la Rebelión se había hecho ya con unos cuantos transportes ligeros, e incluso algunos cazas en buenas condiciones… pero seguían sin poder plantar cara al grueso de las fuerzas khunds.
Entonces, cuando ya cundía el desánimo, Kane tuvo la idea más brillante de todas: las Mimetizadoras.
Sabes que en el Polo Sur, lejos de cualquier ser vivo que exista, habita una raza de entes protoplásmicos gigantescos, de más de cien metros de altura, y absolutamente informes. Están compuestos de colonias celulares que mutan a cada instante, y cuyo único fin en la vida es la permanente auto–replicación. No habían tenido apenas contacto con los seres evolucionados de piel añil, pues siempre los temimos, considerándolos tremendamente peligrosos… pero Kane no temía a nada. Es más, supo entonces que aquellas masas repulsivas eran su única oportunidad de ganar la guerra.
Viajó hasta el Polo Sur, protegido por una armadura adaptada al frío, y solo.
Se presentó ante las Mimetizadoras, confiado y decidido, aunque sé de buena tinta que sudaba al contemplarlas. Eran inmensas, de un color pálido y transparente, como enormes babosas reptando sobre el hielo. Había veinte o treinta allí, ocultas entre las montañas, aunque él sabía que en aquel valle podían existir más de mil.
Y una de ellas le vio acercarse. No tenían ojos, ni nada parecido que captara imágenes, pero notaron que se aproximaba. Y la más cercana actuó de la forma más extraña que nuestro héroe hubiera podido imaginar: se transformó en un hombre.
Era un hombre pequeño de piel añil, regordete, vestido con ropas de nieve de hacía muchos siglos. Y Kane comprendió…
Comprendió cómo las Mimetizadoras se alimentan de todo cuanto alcanzan, lo digieren, y copian sus características para sobrevivir. Por eso las llamaron así…
Y aquella imagen que ahora se mostraba ante él era la del pobre Karan Tarr, el único explorador que viajó al Polo Sur hace dos mil años, y que volvió moribundo y sin piernas para contar la terrible historia de las Mimetizadoras.
Entonces comprendió Kane a dónde fueron a parar las piernas de Tarr, y cómo las babosas podían copiar un cuerpo entero sólo a partir de una pequeña muestra de su ADN.
– Hola – dijo el monstruo que pretendía parecer humano –. ¿Quién eres?
– Mi nombre es Jon Kane – respondió el héroe –. Y vengo a pedir ayuda.
– Eres un ser de la misma clase que éste que ahora te presento. Por eso no vamos a comerte, porque ya sabemos lo que eres y no nos interesas. Sin embargo, tienes el valor de presentarte ante nosotras, y eso nos causa curiosidad. ¿Qué te ha traído hasta este lugar desolado? ¿El ansia de aventura, igual que al otro?
– No. Mi mundo es muy distinto de aquél en que vivía Karan Tarr, y necesito algo de vosotras para que vuelva a ser el mismo. Vengo del norte, donde hay muchos más seres como yo.
– Lo imaginamos. Por eso nunca hemos abandonado este valle. Porque ya sabemos que hay más seres como vosotros, y no nos interesáis. Nuestra curiosidad está saciada desde que digerí las piernas de este hombre. ¿Qué más puedes ofrecernos?
– Ahora hay otros seres… conquistadores de un mundo lejano, que nos han convertido en sus siervos. Se hacen llamar Khunds y sé que sólo vosotras podréis ayudarme a liberar este planeta.
– Poco nos importan las guerras o las conquistas. Entendemos esos conceptos porque los aprendimos de Karan Tarr, pero no significan nada en este valle. Sin embargo… la presencia de otra raza… nuevos cuerpos que digerir… nuevas texturas que aprender… tenemos que hablar sobre esto.
Y el cuerpo que pretendía ser un hombre volvió a convertirse en babosa, y se escurrió hasta el lugar donde se hallaban sus hermanas. Kane no supo lo que hablaban, ni cuánto tiempo pudieron tardar, pero al fin el monstruo se hizo otra vez humano, y habló muy despacio.
– Sentimos curiosidad. Nuestra hambre es inmensa, pero nuestro deseo de conocimiento, mucho más. Viajaremos contigo hacia el norte, y exploraremos a esa nueva raza de la que hablas.
Y del enorme valle a su espalda surgieron no menos de cinco mil seres horripilantes, de unos cien metros de altura cada uno, reptando sobre el hielo. Sus formas eran variadas, asumiendo por zonas el aspecto de cada uno de los seres que habían digerido en milenios de existencia. A veces parecían hielo, a veces lluvia, a veces larvas o musgo o pequeñas bestias sin cerebro. E incluso había algunas que imitaban a las temidas bestias del Hemisferio Sur, con sus largos colmillos y afiladas garras. Pero no se mostraban feroces, sino dóciles y curiosas.
Mucho aprendió Jon Kane en ese arriesgado viaje al Polo Sur…
Él las condujo sin detenerse por todo el planeta, hasta llegar a la capital.
El camino fue largo, pero no hallaron problemas ni nada que los frenara. Los korugarianos de piel añil no suscitábamos el más mínimo interés en aquellos monstruos gigantescos, que pasaban al lado de la gente sin mirarlos siquiera.
Pero al llegar a Ciudad Korugar la situación fue otra.
Había un inmenso ejército allí acampado, millones de Khunds armados hasta los dientes, con sus poderosos vehículos, sus muros de metal y sus construcciones sacrílegas. Las Mimetizadoras se dieron todo un festín…
Surgieron de la nada, y se lanzaron sobre ellos como viejos depredadores. Los tragaban, los devoraban por cientos, ante la expresión horrorizada de sus compañeros, que intentaban sin éxito disparar sus armas de rayos. Pero no se puede matar a un ser sin forma…
La matanza fue portentosa.
Además, como el ejército khund se componía de miles de razas distintas de otros tantos planetas conquistados por toda la galaxia, el horror no se detuvo en los primeros. Siguió y siguió durante horas, y acabaron con miles de guerreros incapaces de defenderse, y el resto fue sencillo de matar.
La Batalla de Ciudad Korugar, que pudo haber sido un desastre y el final de la revuelta, se convirtió en un paseo militar.
Kane ganó por su astucia, pero también por su falta de escrúpulos con el enemigo.
Y en mitad de aquella guerra innoble, todos pudieron oír el dulce sonido que producían las Mimetizadoras al tragarse a sus víctimas. Una melodía suave y encantadora, como la voz de las sirenas.
Por eso Karan Tarr escribió que aquellos monstruos tenían que ser por fuerza todos mujeres… »
Capítulo 2: Gobernantes de su futuro
« Jon Kane había ganado la guerra, y Khundia, por primera vez en toda su existencia, había sido rechazada.
Las Mimetizadoras regresaron a su valle, una vez saciada su curiosidad. Y el resto de la población aprendió a vivir. Por primera vez tenían una voz, y una opinión.
Los guerrilleros capturaron al maldito Duque Onin tratando de escapar por una cloaca, y se lo llevaron a Kane. El héroe pensó en un segundo mil formas de tortura y muerte para el dictador, pero al fin se le ocurrió lo más cruel y vejatorio que podía hacérsele a un Khund:
– ¿Sabes cuál será tu castigo, bastardo? – le dijo –. Te regalaré la libertad, y una nave, para que puedas ir a contarles a tus amos lo que hemos hecho. Sé que no hay mayor deshonra para un ser de tu despreciable raza que aceptar la derrota, y no hay tortura mayor que la que los grandes poderes de Khundia imaginarán para ti. Ésa es mi sentencia…
– No… no puedes… – balbuceaba el cobarde.
– ¿Que no puedo? ¿Cómo que no puedo? ¿Sabes con quién estás hablando, animal? ¡Yo soy Jon Kane, Gran Nébur de Korugar! ¡Y yo gobierno este planeta!
Y así, su sentencia se cumplió.
Jon Kane y los suyos se convirtieron en nuestros grandes héroes, y nuestros nuevos gobernantes.
Katma Tui, la ingeniera, construyó de nuevo puentes y ciudades, esta vez para devolver la vida a la gente. Tor Kalan, el agricultor, organizó las tierras de labranza, consiguiendo que tuvieran algo que comer. El anciano Stilkirk, el poeta y bardo, se encargó de educar a los niños, y más tarde a los adultos, para aprender lo que sus amos nunca les habían permitido. Y finalmente, a Bekk Moro, el gladiador, se le entregó el mando del Ejército, para reforzar sus defensas, y asegurar que nunca volvieran a someterse a nadie.
Y Kane los guió a todos…
Muchos años duró aquella paz y felicidad, y Korugar aprendió a confiar en sus propias posibilidades.
Un día, la felicidad fue aún mayor, cuando se anunció que Jon Kane, Gran Nébur de Korugar, se había enamorado de la bellísima Katma Tui, y ambos decidieron casarse. Un año después, ella anunció que estaba embarazada.
El linaje de los Kane se perpetuaba…
Y por si eso fuera poco… por si no creyéramos lo bastante en el grandísimo hombre que nos guiaba… un día aparecieron en Korugar los Guardianes del Universo.
Habíamos oído hablar de ellos a los Khunds, como lejanas leyendas que protegían el cosmos de todo mal. Pero nunca creímos que fueran reales…
Sin embargo, aquel día aparecieron allí, flotando en el aire, envueltos en sus largas túnicas rojas, y rodeados de extrañas auras verdes de pura energía. Unos pequeños enanitos azules, pero que imponían con su simple presencia. Eran dioses, y eso se notaba en cada uno de sus movimientos.
Y querían que nuestro Nébur fuera además su Green Lantern…
Y así ocurrió: que Jon Kane de Korugar se convirtió en el Green Lantern del sector 1417, y llevó su valor y arrojo por todo el Universo.
Y fue uno de los mejores Lanterns de la Historia del Cosmos, orgullo de su raza, ejemplo de osados, maestro de jóvenes, y leyenda de Korugar.
Y nos enseñó una lección: que todo hombre debe gobernar su propio destino, sin que nada ni nadie pueda opinar al respecto… »
El anciano Bellrioth apartó la vista de la ventana, y al volver a mirar a su nieto, el pequeño Lonnius, vio que estaba dormido, como un ángel.
Sonrió, apagó la luz, y entre tinieblas salió de la habitación.
Un día más había acabado…
Capítulo 3: Héroe de unos, villano del resto
Sin embargo, al dejar el cuarto, se encontró cara a cara con su hija, la hermosa Zallan. Y su rostro era de enorme enfado.
– Padre, ¿qué has hecho?
– Hola, hija mía, ¿cómo estás?
– No me cambies de tema. Sabes de lo que hablo. No me gusta que le cuentes esas historias al niño.
– No quiero volver al tema de siempre, Zallan.
– Pero tú sigues haciéndolo. Le dices a Lonnius el gran héroe que fue Jon Kane, y luego va a la escuela, y allí le explican lo contrario, y el pobre niño tiene la cabeza hecha un lío. La semana pasada le discutió el asunto a la profesora de Historia, y ayer se peleó con un compañero. ¿Eso es lo que quieres para tu nieto?
– Es nuestra historia, Zallan, y son ellos los que la están negando. Si el niño es el único que sabe la verdad, ¿debo sentirme yo culpable por eso?
– Es tu verdad, padre, no la verdad absoluta. ¿O acaso niegas todo lo que pasó después?
– Eso es tema para otro día… Habría mucho que hablar al respecto…
– Oh, sí, claro, eso ya no te interesa, ¿verdad? Terminas tu historia con el gran héroe de la guerra convertido en Green Lantern, llevando su enorme sentido de la justicia por toda la galaxia… Pero ocurrieron muchas más cosas después. ¿O ya se te ha olvidado? Cuando usó su poder esmeralda para esclavizarnos, igual que habían hecho los Khunds…
– Eso no es cierto… No fue igual…
– ¿No fue igual? ¿Tengo que recordarte que fabricó robots–sonda que nos persiguieran a todos sitios, con micrófonos? ¿Y luego nos puso chips para seguir nuestros pasos, como si fuéramos animales? Oh, sí, no había Arenas de la Muerte, pero el resultado fue el mismo.
– Tú no puedes entenderlo… Eres demasiado joven… Él sólo quería nuestra seguridad. Los Khunds estaban furiosos, e hicieron de todo para reconquistar Korugar. Cuando nuestros ejércitos demostraron ser capaces de rechazarlos, infiltraron espías en la población. Durlanianos que se hacían pasar por nosotros… ¿Qué otra cosa podía hacer Kane?
– Sí, claro. Nada mejor que volver a esclavizar a su raza. Cualquier cosa con tal de no perder su puesto.
– Kane no lo hizo por el poder. Él ya había nacido con poder, estaba acostumbrado a gobernar Korugar, y sus pensamientos sólo se dirigían al bien común. Lo hizo por nosotros…
– Oh, sí, tenemos que estarle agradecidos. Díselo a la familia de Jannius, o a la de Nanarr, o a los Fraghan. O a los dos millones de represaliados que tuvo en sus años. Muertos, desaparecidos, mutilados… ¿Todo eso fue por nosotros?
– Algo harían…
La mujer miró a su padre, con el horror pintado en sus ojos. Nunca había pensado recibir esa contestación. Bajó la mirada, y le asustó seguir hablando con alguien capaz de pensar eso…
– Sí… es lo que dicen de todos los dictadores. Los que no sufrieron sus locuras…
– Tú no puedes entenderlo…
– Siempre dices eso, padre, pero olvidas que sí viví la peor época de Kane. Yo tenía cinco años cuando se casó con Katma Tui, y aún recuerdo la historia de cómo perdió el niño, porque ese maldito bastardo le pegó una paliza y la tiró por las escaleras.
– No hables así. Tú no sabes nada de aquello. Katma era la líder del nuevo movimiento rebelde contra Kane, la Plataforma por un Korugar Democrático. Y Kane pretendía cambiar un poco más este mundo antes de dejar que el pueblo votara su forma de gobierno. ¿Qué esperabas? No se puede dar el poder a la gente sin enseñarle antes a usarlo. Tuvo que retener el mando, aunque fuera en contra de sus propios amigos…
– Sí, es una razón muy poderosa para casi matar a tu mujer, y hacer que pierda a tu propio hijo… Maldito loco…
– Fue una época dura. Intentó cambiar el universo, y no le dejaron. Nos salvó de una invasión, y luego repelió un nuevo ataque de esos cerdos. ¿Recuerdas que Khundia volvió a intentarlo, y que sólo él y el poder de su anillo nos salvaron?
– Sí, desde luego… Porque en esa época ya le había quitado el mando del Ejército a Bekk Moro, y se había proclamado General en Jefe de todo Korugar. Nos hizo depender por completo de su anillo esmeralda, nos trató como a niños indefensos, sin dejar que fuéramos nunca adultos. Que siempre miráramos al cielo pidiendo su ayuda… Sí, nos salvó de un nuevo intento de invasión khund, en el tiempo en que era maestro de Hal Jordan, y su brutalidad fue tan horrible, su salvajismo tan flagrante, que el mismo Jordan se asustó de lo que estaba viendo…
– ¿Y qué esperabas? ¿Que fuera amable y sólo estropeara sus naves? ¿Después de todo lo que habían hecho en Korugar? No, los mató, desde luego que los mató, y de la forma más horrible que pudo imaginar. Si era duro con los suyos que pretendían traicionarlo, mucho más lo fue con los malditos animales que buscaban someternos de nuevo. Les quitó las ganas para siempre…
– Sí. Y perdió el anillo. Los Guardianes no consentían esas cosas…
– No me hables de los Guardianes, Zallan. Malditos enanos creídos… No se les ocurrió ayudarnos cuando éramos esclavos de los Khunds, ¿verdad? No, entonces estaban muy ocupados. Tuvimos que hacerlo nosotros solos. Y luego vienen y le dan a Kane un anillo de poder. ¿Para qué pensaban que iba a usarlo? ¿Para ser su perro faldero? ¿Su obediente soldado en esta galaxia? Kane no era así. Él no temía a nadie, ni siquiera a los Guardianes, y si tenía que desafiarlos, los desafiaría como nadie en toda la maldita Historia del Universo. Y luego le llamaron traidor, e indigno… Ellos sí que eran indignos del poder esmeralda. Tuvo que ser Jordan quien terminó con sus vidas, en la misma clase de rebelión que hizo Kane… Sólo que a él le salió bien.
– No tienes razón. Los Guardianes eran dioses cósmicos, y Kane no les tuvo ni respeto. Cuando compareció ante ellos para juzgarle por sus actos, se echó a reír, y les insultó una y otra vez. Se ganó su castigo.
– ¿Castigo? ¿Así es como lo llamas? Di que fue una burla. Ellos no se atrevieron a matarle, porque eso habría ido en contra de su maravillosa imagen de justicia y equidad. Así que fue mucho mejor mandarlo al Universo de Antimateria. A pelear contra los Armeros de Qward sin anillo ni armas. A morir solo como una bestia. Preferían que lo mataran sus enemigos más antiguos, para justificar que no lo habían hecho ellos mismos, pero ten por seguro que todo Korugar habría sabido que la sangre de Jon Kane manchaba sus manos azules. Les está bien empleado que no muriera…
– Sí, es un cabrón muy persistente. Vale, lo mandaron a morir, como él mató a muchos otros. Y en cambio el desgraciado consiguió domesticar a los Armeros y hacer que lo nombraran su líder. Desde entonces se hace llamar Siniestro…
– ¡Ja, ja, ja! ¡Qué ironía más cruel! Hacía ya mucho tiempo que le dábamos por muerto, y entonces empezamos a oír rumores, gente que hablaba de otra gente, que supo de otros acerca de un bandolero, que atacaba cargueros al frente de un ejército de Armeros de Qward. Y luego asaltó envíos de armas, y al fin planetas enteros. Un tal Siniestro, líder del Universo de Antimateria. Y su mayor poder era un anillo dorado…
– Supisteis enseguida que era Kane…
– ¿Y quién si no? Superó una situación claramente desfavorable, en la que otro cualquiera hubiera muerto, y se hizo rey de los mismos que buscaban su cabeza. No tenía miedo, igual que cuando resistió la tortura de los Khunds, y aguantó lo que pudieran echarle encima. Hasta que logró que le sirvieran.
– Porque odiaba a los Guardianes aun más que los Armeros, y era el único que conocía todos los secretos del anillo. Hasta entonces, los Green Lanterns no tenían problemas para repeler los ataques de Qward. Pero Kane les reveló todo cuanto sabía, y ellos crearon para él el anillo dorado, la única arma capaz de cambiar las tornas. Diseñado exclusivamente para matar GLs. ¿Eso no es ser un traidor?
– Ahora… ya no es quien fue… Ya sólo hay odio en su alma. Odio contra los Guardianes, contra los Lanterns, incluso contra Korugar… Siente que todos le hemos traicionado, que hemos pagado sus esfuerzos por protegernos con insidias y desconfianza. Ahora sólo quiere destruirnos a todos y acabar la historia. Matar a Jordan, y a los que testificaron en su contra…
– Por eso vuelve una y otra vez. ¿Cuántas veces ha regresado de entre los muertos, siempre más letal y horrible que la anterior?
– No sé… muchas… y lo seguirá haciendo… hasta que todos sus enemigos hayan muerto…
– Bueno… con Katma Tui va a llegar un poco tarde…
Zallan Bellrioth bajó la cabeza, y no pudo seguir hablando.
– Lo siento, hija – dijo al fin el anciano.
– Son historias demasiado dolorosas, padre… demasiado duras… No quiero que mi hijo forme parte de eso, al menos de momento… Sabes lo mucho que me cuesta ya criarlo yo sola, como para que ande metido en líos…
– De eso precisamente hablo, hija… En mis tiempos no estaba bien que una mujer criara a un hijo sola. El muchacho necesita a un padre.
– No. Eso sí que no pienso hablarlo otra vez.
– Vale. Me iré a casa…
Epílogo: El bardo huido
El anciano Bellrioth caminó solo y despacio por la diminuta aldea de Kalann, en dirección a su vieja choza. Y por primera vez en mucho tiempo, lloró en silencio.
Recordó la antigua belleza de Katma Tui, el ardor de la guerra, y la importancia de los valores por los que luchaban. Aquellos tiempos… Cuando aún había buenos y malos, y estaba claro quién pertenecía a cada bando. Antes de que todo cambiara, de que el hombre en el que confiaban se convirtiera en su enemigo, y tuvieran que enfrentarse a él como antes habían hecho con los Khunds.
Los tiempos en que Bellrioth se hacía llamar Stilkirk, poeta y bardo de los Khunds, y luego maestro de niños y adultos en los años de Jon Kane. Uno de los muchos que creía en los valores de la Rebelión, y de los pocos que estuvo al lado de Kane cuando las cosas se torcieron.
Pero que finalmente declaró en contra de su amigo en el juicio de los Guardianes.
Igual que Katma Tui (entonces aún Katma Kane), envuelta en lágrimas. Y Tor Kalan. Y Bekk Moro, que tuvo que acudir en silla de ruedas, porque Kane le había arrancado las dos piernas con el anillo de poder esmeralda.
Todos ellos se enfrentaron al hombre al que amaban como una leyenda, un mito, un hermano. Olvidaron sus sentimientos, su lealtad, y expusieron los hechos fríos y claros. Y gracias a sus testimonios, le quitaron el anillo, y lo exiliaron a Qward.
Ya no era Jon Kane. Se había transformado en otro hombre. Le había invadido el cruel demonio de la furia, del odio, de la ausencia completa de sentimientos. Había llevado su obsesión por el orden y su falta de miedo hasta límites imposibles: por encima de la vida humana.
Se había convertido en Siniestro… mucho antes de que le juzgaran los Guardianes.
Bellrioth miró a las estrellas, las mismas que les habían dado tanto, y quitado tantas cosas… y lloró amargamente.
Él era el último… no quedaba otro de aquéllos en todo el universo…
Ni Kalan ni Moro, a los que mató con el maldito anillo dorado, en medio de horribles torturas… Ni Katma Tui, que hizo una larga carrera como Green Lantern cuando ya nadie creía en el honor de los Guardianes, y devolvió el buen nombre a Korugar… pero luego murió a manos de la cruel Zafiro Estelar…
Y ahora sólo queda Stilkirk, oculto bajo otro nombre, para protegerse a sí mismo y a su familia, que es lo único que tiene en el mundo.
Miró a las estrellas, y supo que algún día Siniestro volvería a buscarle. Aunque tuviera que regresar desde el más profundo de los infiernos, y cruzar las infinitas dimensiones, con tal de llevar a cabo su venganza.
Y entonces, Bellrioth moriría, de alguna forma atroz.
Pero hasta entonces, decidió seguir con su pacífica vida, caminar hasta su vieja choza, y aguardar pacientemente el día en que ocurriera. Y disfrutar de su agradable vida en Korugar…
La que se habían ganado con tanto esfuerzo.
F I N

1 comentario :

  1. Reseña del 4 de mayo de 2008:

    Este mes hemos tenido ración doble de nuestro héroe esmeralda favorito (¿Hulk? Nah... Green Lantern, por supuesto), y en este número nos encontramos con otro autor invitado que no se queda a la zaja del anterior: Gabriel Romero, que además de hacernos disfrutar con sus episodios de Green Arrow y Catwoman, este mismo mes estrena una nueva etapa en los 4F.

    En este número nos encontramos con un interesante repaso/reinvención del origen de Siniestro, el principal enemigo de Hal Jordan (que os recuerdo que sigue muerto en la continuidad DC-AT), contado en forma de "leyenda" por un narrador que ofrece una perspectiva muy curiosa de la historia que se presenta.

    El origen del villano, que no lo fue tanto en sus comienzos, resulta realmente atractivo visto por Gabriel, y el autor se luce con una historia alienígena muy bien ambientada, en la que destacaría lo bien que está reflejada la maldad de los Khunds (mostrada a todos los niveles), y el espíritu indómito de un joven Siniestro que termina cometiendo graves errores (como todos los grandes villanos, por otra parte).

    La visión de Siniestro que ofrece Gabriel está realmente bien, pero no se queda atrás, ni mucho menos, la conversación final entre el narrador y su hija, que resulta muy reveladora y está muy bien escrita.

    Otro gran número en un gran mes para Green Lantern (¿verdad que no se echa de menos al autor regular de la serie? ).

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