Escritor: David Guirado
Portada: Roberto Cruz
Fecha de publicación: Junio 2011
En la gran tradición DC de "historias imaginarias" Tierra-53 tiene el gusto de retomar la edición de éstas bajo la cabecera "Elseworlds" . Preparaos, pues en ellas todo puede ser diferente a lo que hasta ahora habías creído. Redescubre con nosotros la historía del último superviviente de Krypton... la historia de Supergirl!!!
Hace 16 años.
Sector Espacial 2814
La nave espacial se encontraba desplazándose a gran velocidad, aproximándose a la Tierra. Era una especie de artefacto volador alargado, de color plateado, cuyo brillo destacaba en la noche. Tenía por la parte de atrás una especie de alerones, así como unas pequeñas alas en las esquinas, estás de color rojo.
Surcaba el espacio, acompañada de una cantidad ingente de meteoritos de color verde y acercándose por momentos a la atmósfera terrestre.
De sopetón una figura misteriosa, la cuál volaba sin ningún medio de transporte, se aproximó a la nave. Dicha figura iba vestida casi completamente de verde, incluso tenía un anillo que resplandecía, también de color esmeralda.
Mediante algún tipo de rayo misterioso, detuvo temporalmente el vehículo volador. Fue apretando, mediante fuerza de voluntad, decidido a hacer explotar la nave. Era el deber de ese ser. Era su trabajo, su misión. Puede que no le gustase, pero debía de cumplir sus juramentos. La nave y su contenido deberían ser destruidos antes de ponerse en contacto con la Tierra. Nunca había fallado al Cuerpo al que pertenecía, y no empezaría a hacerlo ahora.
Sin embargo, la figura de color verde, fue aflojando su presa cada vez más. Ni él mismo acababa de entender los motivos. Hacerlo conllevaría una traición. Sin embargo, ¿cómo hacerlo? Si esa nave se destruía, si acababa con lo que se encontraba dentro, traicionaría algo mucho más valioso: sus propias creencias acerca de lo que estaba bien y de lo que estaba mal. No podía hacerlo.
Aflojó del todo, soltando a la nave, dejando que siguiera su ruta. No había podido hacerlo. Si eso trascendiese, sería la deshonra del cuerpo. No importaba. Peor hubiese sido cometer un acto tan vil como el que tenía encomendado. Creía en las oportunidades, en que siempre hay otra opción. Y confiaba en encontrarla.
La nave siguió su rumbo previsto, preparándose para entrar en la atmósfera terrestre. No sería lo único que se adentraría. En apenas un parpadeo, la figura desapareció del ojo humano, volviéndose invisible e indetectable, y también se perdió, entrando en el Planeta Tierra.
Smallville, Kansas.
Los Kent eran una pareja relativamente joven Martha era una mujer de mediana estatura, pelirroja, de 32 años de edad. Llevaba unas pequeñas gafas, un recuerdo de sus tiempos en la universidad estudiando Empresariales. Una vista cansada bien valía el haber acabado una carrera con éxito. Sin embargo, no se arrepentía de haber sacrificado un futuro en el mundo empresarial, tras haber conocido y haberse enamorado del que ella consideraba el hombre más formidable del mundo, Jonathan Kent.
Jonathan Kent era un hombre de 34 años, alto y fuerte. Con el cabello de color rubio, y un temple de persona forjada a si misma, había sido siempre lo que se conoce como un hombre de campo, granjero de pies a la cabeza. Conocer a Martha Clark, casarse con ella y convertirla en Martha Kent fue lo mejor que pudo pasarle en la vida. Tras casi diez años de matrimonio, se seguían amando como el primer día.
Esa noche, Martha y Jonathan Kent se encontraban en su viejo coche. Se disponían a pasar una velada en el pueblo, tras pasar seis meses en Metrópolis, cuidando y haciendo los últimos días del padre de Martha más agradables, hasta su fallecimiento. Tras mucho tiempo fuera, se disponían a pasar una noche en el pueblo, ya que tras dicha pérdida, los Kent se habían pasado casi un mes encerrados con posterioridad en su granja. Bien sabía Martha que su marido necesitaba quitarse de la cabeza el fallecimiento de su padre.
La idea era pasar la noche en pareja, cenando algo, quizás incluso yendo al pequeño cine del pueblo, pero nunca se imaginaron, lo que estaban a punto de encontrarse, de camino a Smallville.
- Jonathan, hacía mucho que no salíamos- dijo una Martha Kent muy contenta de salir a cenar con su esposo.
- Demasiado, Martha- replicó su marido-, tú y yo debemos salir más. Quiero que todo el pueblo vea quién tiene a la chica más hermosa.
- ¡Oh, qué adulador eres! Jonathan, yo... – antes de que pudiese acabar la frase, Martha Kent se vio interrumpida por un fuerte estruendo.
El cielo se iluminó de golpe, como si todo se inundase de destellos. Un flash de luz, cruzó la noche. Empezaron a llover piedras del cielo.
- ¡Martha! ¡Ni pienses en salir del coche!- gritó Jonathan.
- ¿Qué es lo que pasa? Nunca había visto nada similar- quiso saber Martha.
Una avalancha de rocas salió del cielo, muchas de ellas, en dirección a Smallville y sus alrededores. Afortunadamente, aunque los daños materiales fueron sustanciosos, los humanos fueron mínimos.
Todo el pueblo se vio inmerso en una lluvia de rocas: una aterrizó atravesando el tejado de la peluquería del viejo Tom, otra destrozando el capó del coche aparcado de los Ross.
Montañas, el río, granjas, campos, etc.…. Por gran parte del pueblo y sus cercanías, acabaron muchas rocas verdes.
En unos breves instantes, decenas y decenas de meteoritos fueron como un azote para Smallville.
Sin embargo, algo extraño sucedió, pese a que los meteoritos dañaron propiedades, ninguna vida fue segada esa noche. Algunas pocas personas, jurarían a lo largo de los años que un misterioso resplandor verde los había salvado, apareciendo una silueta parpadeante de la nada y desviando con alguna especie de rayo de luz esmeralda las rocas, evitando ser aplastados o golpeados por la caída de meteoritos.
Todo pasó muy deprisa, y en breves instantes, los Kent fueron testigos de cómo una lluvia de meteoritos azotó Smallville. Pero no fueron únicamente meteoritos lo que bajó aquella noche del cielo.
Algo que sólo podía ser definido como una nave espacial fue lo siguiente en aterrizar, muy cerca del vehículo de los Kent. Era algo asombroso, nunca visto antes, no así, por el ojo humano. En la oscuridad de la noche, emitía una especie de parpadeos, que poco a poco fueron cesando.
El matrimonio salió inmediatamente del coche, desobedeciendo Martha las indicaciones de su esposo.
- Jonathan, ¿qué demonios está pasando?- inquirió la señora Kent.
Antes de que su esposo pudiese dar alguna respuesta, se abrió una compuerta del objeto, por la parte delantera, dejando ver a un bebé de pocos meses de edad.
- ¡Es un bebé! ¿Qué clase de monstruo haría algo así? Poner la vida de un recién nacido en peligro… es inhumano. – dijo una afligida Martha, mientras tomaba en brazos al retoño.
Martha Kent se quedó ensimismada mirando al bebe, el cual era muy rosadito. Le miro fijamente a sus ojos, que los mirabas y te podías perder en ellos. Esa mirada bastó para saber que quería cuidar de ese bebé para siempre.
- ¿Martha qué haces? ¿No deberíamos esperar a que viniese alguien? Este niño es de alguien y… - Jonathan Kent no tuvo la ocasión de finalizar la frase. Su esposa no le dio ocasión.
- No es un niño. Es una niña - rectificó Martha- y una niña muy hermosa. Y unos padres capaces de meter a esta preciosidad en un cohete o lo que quiera que sea eso, no se merecen volver a ponerle la mano encima.
Jonathan Kent no presentó más batalla ante su esposa. La conocía a la perfección, y ya sabía qué decisión había tomado. Se llevarían a la niña a su casa. Además, no se puede decir que él estuviese en desacuerdo con esa idea.
Una vez de vuelta a su casa, era el momento de tomar las decisiones difíciles.
- Jonathan Kent, sé que me conoces lo suficiente para saber qué me ronda por la cabeza – dijo Martha sin ninguna clase de tapujos.
- Sí. Y debo decir que lo que me preocupa no es si lo vamos a hacer. Si no el como – fueron las palabras de Jonathan.
- La solución es fácil. Diremos que ya estaba embarazada antes de partir hacia Metrópolis, de tres meses. Así cuadrarían las cuentas con el medio año que hemos pasado allí.
- ¿Y qué pasa con los papeles? – preguntó no sin motivos Jonathan.
- Aunque no sea la mejor solución del mundo, siempre podemos decir, que preferimos pedir el certificado de nacimiento de la niña en Smallville, para que quedase registrada en nuestro pueblo.
- Martha, nunca me dejas olvidar que me casé con la mujer más lista del mundo – piropeó Jonathan a su mujer.
- Más te vale no hacerlo, si sabes lo que te conviene - le sonrió ella.
Esa noche, Martha preparó una buena cama para la niña, alimentándola bien antes, a base de biberón de leche de vaca, bien calentada con antelación para desinfectarla de bacterias.
Mientras ella cuidaba con esmero a la pequeña niñita, Jonathan volvió al lugar donde habían encontrado el cohete. Allí cogió, con mucho esfuerzo, aquel trasto donde iba dentro el bebe, y lo metió dentro del vehículo, bien oculto con una manta, para no dejar constancia de que nada había acontecido allí.
Al volver a la granja, Jonathan ocultó la nave en lo más recóndito de su granero, debajo de una trampilla que allí permanecía.
Tras realizar este procedimiento destinado a salvaguardar a la pequeña, volvió a la habitación donde su esposa se encontraba arropándola.
- Martha, esta chiquilla es preciosa- exclamó Jonathan al ver dormir al bebe.
- Si, es una niña muy linda- le afirmó Martha- Querido, tenemos que ponerle un nombre al bebé.
- Lo acabas de hacer – sonrió el señor Kent- Se llama Linda. Linda Kent.
Hace 8 años.
Linda Kent había crecido, sana y fuerte. Era una chica con una melena rubia y unos preciosos ojos, capaces de llegar al alma de cualquiera. Era muy alta para su edad y se mantenía muy atlética.
Había sido una niña que gozó de muy buena salud, enfermando rara vez. De hecho no había padecido ni paperas, ni sarampión, ni siquiera una mala gripe. Tan sólo había presentado síntomas aquellas veces que se había acercado a los restos de alguna de esas piedras que llovieron del cielo aquella noche en la que entro en la vida de los Kent.
Jonathan y Martha se habían percatado de ello, un día en el que Linda había cogido uno de esas piedras siendo apenas un bebé y por tanto, procuraban alejarla lo máximo posible de cualquier posible contacto con ellos. Nunca olvidaron el susto que se llevaron cuan Linda con tan solo cuatro meses agarró una piedra verde que se encontró. La niña se puso muy enferma, produciéndole grandes convulsiones y sudores fríos. Afortunadamente, le quitaron la piedra inmediatamente y la alejaron de ella.
Los Kent temían que la proximidad al granero y a la nave espacial que se encontraba allí escondida produjera a Linda el mismo efecto que las piedras. En cambio, le producía el efecto contrario y le llenaba a rebosar de energía y vitalidad, como si fuese una especie de talismán.
Hasta la fecha, Linda fue una niña muy feliz, creciendo en un entorno en el que no le había faltado amor por parte de sus padres, desconociendo incluso su condición de “hija no biológica” del matrimonio.
Le encantaba jugar, correr con su larga melena rubia al viento, dándole el sol en su cara, haciéndole brillar sus preciosos ojos. Mientas otras chiquillas, como su mejor amiga Lana Lang, esa chica de pelo pelirrojo, disfrutaban con muñecas hechas de trapo, ella era vital y le encantaba desplazarse al prado cercano a su granja-
Una tarde, vio aparecer a su padre Jonathan a lo lejos, montado en su coche. Al verle la niña se alegró mucho.
Jonathan, que venía de comprar víveres en el pueblo, también notó llenarse de alegría su corazón ante la visión de su niñita ir corriendo hacia él. La vio venir muy a lo lejos, ir corriendo hacia su coche desde la distancia. Pero de pronto, pasó algo, de pronto Linda había desaparecido de su vista y cuando quiso darse cuenta, estaba enfrente de él, a pocos metros de su vehículo teniendo que frenarlo en seco.
No podía ser, no había forma humana de que aquello hubiese pasado de verdad. En su mente se postularon varías teorías, todos ellas demasiado increíbles. ¿Podría haberse teletransportado? ¿O quizás Linda había corrido a supervelocidad? Como ese Flash de la Segunda Guerra Mundial, del que su difunto padre le había contado historias. Sea como sea, algo fuera de lo común había tenido lugar.
La niña, parecía tan sorprendida como él, y se encontraba sollozando.
- Papá, ¿qué ha pasado?- lloraba Linda- de pronto empecé a correr y…. aparecí delante tuya.
- Tranquila, cariño. No pasa nada- la consolaba Jonathan-, todo va bien.
Martha había sido testigo de toda la escena, y tanto ella como su marido, la abrazaron fuertemente, diciéndole que todo marcharía bien y que no se preocupase.
Tan solo cuando la niña hubo parado de llorar, Martha y Jonathan repararon en que en el suelo había dejado como una especie de marca de “tierra quemada”, lo que no dejaba lugar a la duda, por increíble que fuese, que Linda había corrido a una velocidad muy superior a la humana.
A partir de entonces Jonathan y Martha, pusieron a prueba la habilidad especial de la que parecía hacer gala Linda, sobretodo de noche, cuando nadie podía descubrirles.
No fue nada fácil para ellos, en realidad, para nadie lo sería, pero era necesario. Fue una ardua tarea, Linda demostró tener mucha voluntad. Si bien las primeras veces siempre sobrepasaba la distancia que sus padres le indicaban que debía correr para luego frenar, ampliamente de hecho, la niña demostró tener una voluntad de acero; voluntad que le sirvió para aprender a controlarse.
Realizó pruebas tales como ser cronometrada, e ir bajando su velocidad poco a poco para poder emular la de una chica normal de su edad, para así no llamar la atención en clase de educación física o simplemente, jugando en el prado.
No fue la única, puesto que tuvo que hacer múltiples intentos para aprender a controlar las direcciones a una velocidad tan elevada. Sin embargo, esto no le resultó tan difícil, parecía como si sus ojos se hubiesen adaptado también a esa velocidad tan elevada. Era como si eso resultase algo muy natural para ellos.
Otra cosa que llamó la atención de los Kent, era que la ropa que usaba Linda, no resultaba dañada, ni se quemaba, pese a correr a una velocidad más elevada. Ni tan siquiera las zapatillas de la niña, sufrían apenas desgaste. Parecía como si la ropa que usaba, estuviese protegida de la fricción, como si su cuerpo la protegiese al llevarla puesta. Pero eso les parecía cosa de magia o de ciencia ficción. Sí, ciencia ficción era la palabra clave, teniendo en cuenta los orígenes de la niña.
Frecuentemente Martha y Jonathan, hablaban acerca de la conveniencia de confesarle a Linda su procedencia, mejor dicho, sobre cómo la encontraron, llegando siempre a la misma conclusión: era muy pequeña todavía para entenderlo. Demonios, ni tan siquiera ellos terminaban de creer qué hacía un bebé en esa nave. Pero después de descubrir la supervelocidad de la niña, ambos sabían que sus temores jamás expresados de que viniese de fuera de la Tierra, eran más fuertes que nunca. Sin embargo, la querrían igual y la apoyarían todo lo posible. Al fin y al cabo, era su niña y la amaban.
Hace 6 años.
Habían pasado un par de años desde que Linda adquirió supervelocidad. Había estado practicando desde entonces e intentaba controlar su poder en la medida de lo posible.
Su vida trascurría de un modo más o menos rutinario. O todo lo rutinario que podía serlo para una chica de sus características. Lana Lang seguía siendo su mejor amiga, y se confiaban todos los secretos, excepto uno que Linda tenía que ocultar a todo el mundo, por mandato de sus padres.
Últimamente, había empezado a ir con ellas ese chico rubio que tanto hacía reír a Linda, Pete Ross. Era muy divertido, a sus ojos, siempre contando chistes y le provocaba carcajadas.
En la escuela destacaba por sus buenas notas, debido al continuo esfuerzo que ponía en sus estudios.
La vida con sus padres, era muy feliz. Hacía justo diez años que había sido recogida por los Kent, aunque ella seguía pensando que era su hija de carne y de sangre. Si bien ese fin de semana celebraría un cumpleaños con Lana, Pete y sus compañeros de escuela (incluso ese Kenny Braverman que no le caía demasiado bien), esa noche para Jonathan y Martha era muy especial y querían celebrarla de alguna forma.
Por eso, Martha preparó su mejor pastel para que su hija pudiera comerlo. Le pusieron diez velas, para que pudiese soplar y pedir un deseo.
Cuando la pequeña Linda tomó aire, hinchó sus pulmones a tope, pensó en un deseo (unos patines nuevos) y sopló con todas sus fuerzas, lo que provocó un pequeño caos.
La tarta salió volando, y no fue lo único, también la mesa y todo lo que se encontraba encima de ella. Linda se puso muy nerviosa.
- No- decía ella. Yo no quería…. Ha sido sin querer…
- Cariño – le consolaba Martha- tranquilízate. Eres una niña muy especial. No diferente, si no especial. Y no pasa nada, cielo.
- Lo que intenta decir tu madre- añadió Jonathan- es que si poco a poco pudiste controlar lo de la velocidad, esto también lo lograremos, mi tesoro.
Linda se tranquilizó un poco más, puesto que era consciente de que sus padres cumplirían con su promesa. Quiénes no estaban tranquilos, eran Jonathan y Martha, conscientes de que cada vez más, se iba acercando el momento de tener que decirle a su hija la verdad sobre sus orígenes. O como acabaría pasando, que los descubriese ella misma.
Hace 4 años.
Con doce años, Linda Kent, había crecido mucho. Había pegado cierto estirón en su altura, pero permanecía intacta su hermosa cabellera rubia.
Una noche en su cuarto, sin poder dormir, se puso a pensar en las habilidades que iba descubriendo poco a poco: Primero fue la velocidad, luego el aliento, y hace apenas unos meses, había descubierto que era capaz de poder congelar cosas, convirtiendo ese aliento incluso en gélido. Pese a que por unos instantes al descubrir eso, se asustó, no le costó demasiado asimilar la capacidad de controlar esa habilidad.
Cuanto Linda más intentaba conciliar el sueño, más le costaba, sobre todo porque sus padres se habían dejado la televisión puesta, y no la dejaba dormir. La oía bien clara: eran las noticias nocturnas hablando de ese Lex Luthor que había nacido en Smallville, pero que hace unos 5 años se fue a Metrópolis y estaba levantando todo un imperio.
Bajó a apagar la televisión, pero se encontró la sorpresa de que asestaba apagada. De sopetón se dio cuenta que ahora tenía una capacidad auditiva muy superior a la media, pues la siguiente granja, estaba a medio kilómetro.
Asustada, subió a supervelocidad hasta su cuarto, y se tapó con la almohada la cabeza, para no oír más. Sin embargo, le iban llegando los sonidos de su entorno: perros ladrando a gran distancia o el sonido del viento soplando. La cabeza le retumbaba. Cualquier sonido, por minúsculo que fuese o por imperceptible para un oído humano normal que resultase, ella lo escuchaba como si tuviese un enorme altavoz en la cabeza.
Intentó menguar esa sensación, pero oía todo demasiado nítido, demasiado cercano. Cerró los ojos y empezó a relajarse.
Con una gran capacidad de concentración, no tardó en darse cuenta de que podía relajar esa habilidad, poco a poco y con gran esfuerzo, logró concentrarse, limitándose a escuchar lo que hasta ahora era su estandarte normal.
Para no preocupar a sus padres, mantuvo esta habilidad en secreto. La habían apoyado muchísimo cuando se trata de sus otras capacidades y no quería molestarles con otra.
Linda sufrió durante semanas en secreto. A veces, cuando menos se lo esperaba, se le “activaba”, por denominarlo de alguna manera, esa habilidad. En clase, escuchó un gran estruendo, el sonido del lápiz de Pete Ross cuando cayó de su pupitre al suelo. En clase de gimnasia, padeció una pequeña agonía cuando las pelotas de basket rebotaban una y otra vez.
Sin embargo, como por instinto, Linda rebajó el nivel de su percepción varios tonos, hasta quedar limitada a lo que estaba habituada a oír, pudiendo salvar la situación.
Fue practicando en secreto. Era como quitarle la voz a un televisor. Instintivamente, se concentraba y podía escuchar lo que deseaba.
Hay que reconocer que no fue una tarea sencilla. Sus padres sospecharon que le sucedía algo extraño, pues a veces se quejaba de que hablaban demasiado alto. No obstante, cada vez, le fue resultando más y más fácil, aprendiendo incluso a seleccionar lo que deseaba escuchar.
Unos días más tarde, haciendo gala de esa nueva habilidad, escuchó a sus padres una conversación que cambiaría su vida. Desde su cuarto, estando sus padres en el granero les oyó conversar acerca de su condición.
- Martha, - le decía su esposo- Linda ya tiene 12 años, y poco a poco va adquiriendo más habilidades extraordinarias. No sé lo que ocurre últimamente, pero noto como algo le pasa. Parece que se encuentra más sensible de lo normal. Debido a las circunstancias en que la encontramos, es indudable que se trata de alguien que no es de nuestro planeta. Sin embargo…
- Jonathan Kent, Linda es nuestra hija y es más humana – contestó una indignada Martha- que muchos.
- Lo sé, querida. La hemos criado y la quiero con todo mi corazón – se defendió Jonathan-. Es indiscutible, que es nuestra niña. No me dejaste acabar la frase. Quería decir que sin embargo, la vamos a seguir cuidando, protegiendo y, ante todo, queriendo.
Escuchar todo esto, supuso un shock para Linda. No era hija de los Kent. Posiblemente ni siquiera fuese humana. Por eso podía hacer cosas que los demás, no. Se puso a llorar en silencio, desconsoladamente. Había escuchado que sus padres la querrían siempre y cuidarían de ella, pero ahora ella se sentía sola, muy sola. No era de este planeta. Siempre había pensado para sus adentros que era alguien superpoderoso, eso era evidente. Pero creía que era alguien humano, como Flash, Wildcat, Canario Negro, y todos esos superhéroes que habían existido hacía décadas. No se había atrevido a sospechar que sus padres no lo eran realmente, y que ella no pertenecía a este mundo. Estaba sola.
Sin embargo, no lo estaba, una figura que brillaba con una tenue luz verde, una figura que hace ya una docena de años, tuvo un encuentro con ella, la vigilaba desde su ventana, acercándose inexorablemente hacia la desconsolada niña. Linda no reparaba en la presencia de tan inesperada compañía, debido a que estaba inmersa en sus pensamientos y en sus lloros…
Continuará...
estoy deseando leer las nuevas aventuras de supergirl!... y esa misteriosa figura verde que no se sabe quien es (jajaja) seguro que da mucho juego, pero lo que tiene que molar es ver sus aventuras en el insti ¿utilizara sus superpoderes para coronarse reina del baile? XD
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. Realmente el autor lo tiene complicado para "sorprender" utilizando elementos tan reconocibles, creo que que David aún tiene guardadas un par de ases en la manga para tratar de conseguirlo.
ResponderEliminarNo dejes de visitarnos para ver la continuación de la historia!!!
Muchas gracias por los comentarios!
ResponderEliminarLas aventuras en el Insti, empiezan en el Nº 4 de "Supergirl". Espero que sean de tu agrado!!!
Me gustaría destacar que en el Instituto, sin Spoilear mucho, quién va a ir llevando la voz cantante va a ser Lana Lang, quién en este universo, al no vivir siempre bajo la sombra de su enamorado y recatado Clark Kent, ha desarrollado una personalidad a lo "Cani" que va a ser una revolución.
Sobre la figura de "Luz Verde", en los próximos números más pistas... Aunque es evidente quién es , ¿O no? jejejejejeje
Gracias por los comments!!!