Escritor: Jose Angel Ares “Pater”
Portada: Jose Angel Ares “Pater”
Fecha de publicación: Marzo de 2007
Después de un tiempo alejado, Superman regresa a Metrópolis... ¿pero es realmente el último hijo de Krypton?
Nota del Editor: Fantasmas en el sótano es la primera miniserie de Superman que publicamos en Action Tales. Curiosamente ésta no entra en la continuidad, de ahí que en sus portadas luzca el símbolo de Elseworld (Otros mundos en castellano). También es el debut de Pater, escritor de la misma y quien se encarga de dibujar sus propias portadas. Espero que disfrutéis de su trabajo.
En una remota cordillera cercana al Círculo Ártico, el viento helado deambula temeroso por los alrededores de la Fortaleza de la Soledad, refugio de Superman. Desde hace unos minutos, allí se congregan fuerzas violentas que amenazan con destruir el lugar. En su interior dos siluetas combaten como titanes, provocando ondas expansivas que resquebrajan las estatuas de Jor-El y Lara, mientras una intermitente luz convierte la zona en un infierno de sombras salvajes.
La lucha se recrudece hasta el punto que ninguna vida humana podría sobrevivir en ese ambiente. Pero alguien observa a los contendientes detenidamente, y sonríe.
Barrio Residencial New Hope, un mes después.
La luz del amanecer despierta al joven Mathew, de 15 años. Desde su cama agudiza la vista para ver el final del dvd de “grabaciones personales” que su ordenador ha estado reproduciendo toda la noche, recordando con nostalgia el momento en el que, cansado de grabar como Frankie “Devorador” Gruther se comía su sexto donut consecutivo en el asiento de al lado del autobús, recogió en su videocámara la aparición de Superman, su héroe, volando sobre los coches para luego alejarse hacia las alturas y desaparecer; la secuencia finaliza con Frankie boquiabierto, apretando entre sus dedos el que iba a ser su séptimo donut.
Hace un mes de esa grabación, 30 días desde que Superman desapareció sin dejar rastro. Mathew se viste, recoge su mochila adornada con pins de Superman y sale de casa con un sándwich a medio hacer en la boca. Emprendiendo su camino hacia el instituto recoge un periódico y ve que el mundo continúa tranquilo, pero sin Superman ¿cuánto tiempo durará la calma antes de la tormenta?
El periódico está a punto de hacer canasta en una papelera, pero la atención de Mathew está puesta en un avión de pasajeros envuelto en humo que desciende a gran velocidad a menos de dos kilómetros de donde él se encuentra. Sus ojos siguen su fatídica trayectoria, que presagia su colisión en 5… 4… 3… 2… 1…
El avión desaparece tras la larga estructura de un futuro centro comercial en obras durante 2 segundos más, 2 segundos de eterno silencio, y a Mathew se le ilumina la cara, susurrando: “Superman”… pero la zona oeste del centro comercial desaparece con la explosión que revienta en pedazos la aeronave, provocando que el joven pierda el equilibrio y caiga de rodillas al suelo.
Sin emitir sonido alguno, Mathew se echa las manos a la cara, mientras sus vecinos salen confundidos y horrorizados de sus casas.
Metrópolis, 15 minutos después. El sol del nuevo día se va ocultando poco a poco entre una maraña de nubes tormentosas que amenazan con lluvia intensa las próximas horas.
El Daily Planet bulle de actividad a raíz de la noticia del avión estrellado; todos van de un lado a otro de las oficinas, atacando los teletipos, desenfundando móviles y quemando teclados. Lois Lane y Jimmy Olsen están en la oficina de Perry White, donde solo se oye su voz.
- No, Lois, de ninguna manera
- Vamos, Perry…- dice Lois- ya tienes a todos encargándose del avión, tienes todas las vías de investigación cubiertas, desde el acto terrorista hasta una posible conspiración gubernamental… deja que la mejor se ocupe de lo que nadie se ha dado cuenta aún…
- Looois…- se resigna a soltar Perry.
- El avión se ha estrellado, Perry… se habla de más de 200 muertos… 200 personas que no ha salvado Superman
- Eso es cierto, señor…- se atreve a decir Jimmy.
Perry dirige su dedo índice hacia Jimmy, que decide no seguir hablando; se da la vuelta y analiza desde su ventana las vistas de Metrópolis.
- Es tiempo de informar sobre los muertos, Lois… no sobre los desaparecidos. Coge tu libreta y tu grabadora y haz tu trabajo.
Lois refleja enfado en su cara pero se limita a coger su libreta de notas y su grabadora, tirándolas sobre la mesa de Perry. Abre la puerta de la oficina, deteniendo su marcha un segundo.
- Para hablar de víctimas me basta con mi cerebro.
Lois recorre todo la planta del edificio con Jimmy siguiéndola de cerca.
- Jimmy, vas en la dirección equivocada…
Los dos llegan junto a los ascensores; Lois se aleja de Jimmy y se coloca en el que hay al lado.
- ¿No vas al avión?- pregunta Jimmy, sorprendido.
Llega el ascensor de Lois y se abren las puertas.
- Voy a seguir otro plan de vuelo - revela Lois.
Se mete en el ascensor y las puertas se cierran. Jimmy se queda quieto, con gesto de preocupación; cuando llega su ascensor un pitido surge de su cámara de fotos digital, revelando que se le ha agotado la batería. Jimmy suelta un resoplido de resignación.
Horas después, la lluvia acompaña de la mano a un triste anochecer en Metrópolis. Por las calles del Barrio Rojo, zona de recreo y placer, aquellos que no van en coche o transporte público corren para resguardarse en portales o bares, salvo Saphira Gilier, que permanece empapada bajo la lluvia, abrazándose a si misma mientras los tacones de sus botas de imitación castañetean sobre las húmedas baldosas de la acera; enfrente suyo, y bien protegido por su elegante paraguas, está Maltus Denbergh, cuyo impoluto traje color cereza convertiría en condenada a muerte a la gota de agua que osase caer sobre él.
- Tápame con tu… - dice la chica.
Maltus extiende la palma de su mano con claro signo prohibitivo.
- Mi pequeña Saphi, ¿aún no lo entiendes? Soy el oído, los ojos y la voz del señor L en esta zona… o, para que te quede más claro aún… soy importante… tú no. ¿Qué pensarían los ciudadanos si te viesen en el mismo metro cuadrado de calle que yo ocupo? Seguramente albergarían esperanzas de escalar posiciones, de que algún día podrían ser parte de nosotros… parte importante de la ciudad, ¿recuerdas?
- No hace falta que…- susurra Saphi, apartando la mirada de Maltus.
- Vamos – sigue recreándose él- ¿ya no te acuerdas cuando pasabas por este barrio dentro de tu limusina, decidiendo qué joyas comprar con la calderilla de alguna de tus cuentas bancarias?
- Eso fue hace mucho…
- Hay películas que se recuerdan a lo largo de decenas de años, niña… pero una actriz caída en desgracia es como polvo en el desierto… Pero… no todo está perdido, no cuando aún veo talento en ti, niña…
- Solo quiero que me des la dirección del nuevo vendedor… me estoy quedando sin dosis… Maltus, por favor…
Maltus saca un papel del bolsillo interior de su chaqueta y la extiende hacia la chica; ella alarga la mano para cogerlo pero Maltus se lo aleja unos centímetros.
- Me caes bien, Saphira… consumes y no te mueres a los dos meses, gente como tú es buena para el negocio… por eso y porque siempre me gustaste, te hago una oferta.
- ¿Cuál?
Maltus la mira de abajo arriba, sonriendo.
- No ganaste ningún Oscar, pero luces como la más famosa de Hollywood… te hago un 50% de descuento más primas si accedes a… amenizar una fiesta privada mañana por la noche.
Saphira le mira, al principio enfurecida, poco después entristecida y al cabo de medio minuto agacha la cabeza, humillada.
- ¿De cuántos estamos hablando?- dice, con la voz ahogada.
- Entre diez y doce… tres de ellos superan los setenta años, así que no te darán muchos problemas…
Saphira coge el papel; mientras se lo guarda en el bolso, Maltus limpia con un pañuelo las pocas gotas que han caído en su traje.
- Has hecho bien, pequeña Saphi. Puede que éste sea el comienzo de una gran amistad.
- Que te jodan- sentencia ella.
La chica se aleja a paso ligero por el Barrio Rojo.
Casi una hora más tarde, Saphi accede a un callejón, esquivando como puede los profundos charcos que delimitan el puesto de Víctor Ovidian, sentado dentro de su caseta prefabricada de plástico con tres paraguas deshilachados coronando el techo y dos barriles antorcha calentando el escueto espacio en el que Víctor disfruta su estancia. La lluvia no le impide oír los pasos de la chica, que se presenta ante él como un ángel despojado de sus alas. Un ventanuco cortado seguramente con una sierra muy usada sirve de vía de comunicación entre ambos.
- ¿Eres… Víctor?
- ¿Quién más crees que estaría un día como el de hoy en un sitio como éste? ¿El presidente de los Estados Unidos?
- No, supongo… supongo que no…
- Todos los que vienen a mi vienen de parte de Maltus, así que ahórrate las explicaciones… ¿cuánto quieres?
- 10 gramos… por favor…
- Mmm, te vas a dar una buena fiesta, ¿eh?
Víctor abre la puerta de su caseta, invitando a Saphi a que entre. La chica se queda quieta, observando el interior decorado con varias revistas pornográficas, una papelera rebosante de desechos, un par de cajas de pizza, una caja fuerte con forma de torre de ordenador y una parrilla donde descansa en cadáver de una salchicha demasiado echa.
- ¡Entra, que se va el calor!- grita Víctor, soltando con cada sílaba más saliva de la que podría tragar.
Saphi entra. La puerta se cierra detrás de ella y, mientras intenta no golpearse con nada en su titubeante avance, Víctor echa lo que podría llamarse “pestillo”, sonriendo con disimulada picaresca.
- Siéntate mientras cojo lo tuyo… traerás dinero, ¿no?
Saphi se pone de cuclillas en el suelo.
- Claro, claro…
- Te reconozco, ¿sabes?- dice Víctor mientras abre la caja fuerte y rebusca en su interior- de “Con mi novio sobráis dos” y “Mentes cerradas”… eran pura basura directa para dvd pero salías muy buena, sobre todo…
Víctor echa un vistazo a las piernas de Saphi, mordisqueándose el labio agrietado.
- Sobre todo cuando llevabas esas faldas… tan cortas…
- Llevo un poco de prisa y… me gustaría llegar a casa para secarme…
Víctor le muestra una bolsita transparente con más droga de la que ella le ha pedido.
- A ver qué te parece… te llevas todo esto si me das todo tu dinero…
- Yo… yo solo tengo para 10 gramos…
- No me has dejado acabar, niña… esto es tuyo a cambio del dinero y media hora
- ¿Media hora? No…no no no, de ninguna manera – dice Saphira levantándose hacia la puerta- ¡no voy a…!
Víctor le corta el camino velozmente; en su mano ya no hay droga, sino una navaja oxidada.
- Me he tirado a zorras más importantes que tú, niñata… hoy hace frío y tú me vas a calentar…
- ¡Noooooooo!
Saphira grita desesperada, intentando echar sus brazos hacia la puerta sin éxito, pues un brusco forcejeo entre ella y Víctor se adueña del lugar, entorpeciendo cualquier movimiento o acción racional.
Víctor logra echar al suelo a Saphira y con cortes rápidos corta el fino abrigo de la chica, al tiempo que le produce algunos cortes poco profundos en manos y brazos. Ella araña y golpea donde y como puede, lo que no es mucho frente a su agresor, desbordado por la locura y la impaciencia.
- ¡Eres mía y harás lo que yo te…!- grita Víctor, pero una poderosa mano que ha atravesado la puerta con extrema facilidad le agarrota el cuello, impidiéndole decir nada más.
Acto seguido, la mano le arranca de la caseta hacia el exterior. Saphira, tiritando de miedo y con las lágrimas empañándole la vista, no puede ver más allá del velo de lluvia que franquea el habitáculo, pero alcanza a oír un grito, y después nada, salvo su respiración entrecortada y jadeante.
Poco a poco consigue hacerse dueña de su cuerpo y logra reincorporarse, doliéndose de las heridas y abrazando su maltrecho cuerpo.
Un paso. Luego otro. Saphira traspasa la los restos de la puerta y dos figuras van formándose delante de ella: una rota como una marioneta con demasiadas historias en sus extremidades, y otra, de pie, erguida como un titán bajo la lluvia.
La chica se acerca a su salvador, temerosa de sus intenciones, pero decidida a revelar su identidad. Ya a escasos centímetros ve al hombre, con el rostro oculto dentro del gorro de su chaqueta.
- ¿Quién…?
Los ojos del hombre se iluminan como dos volcanes y los ojos de Saphira, sin parpadear, logran ver las vendas que cubren su rostro y algo más, algo que vuelve a acelerar su pulso de forma desmedida… la “S” roja sobre fondo amarillo bajo la chaqueta.
- ¿Superman?
Al otro lado de la calle, un chico de no más de 12 años llena la batería de su cámara de fotos digital, apostado en la ventana de su habitación.
Media hora después, en su apartamento, Lois acaba de hacer el equipaje. Detrás de ella, en el escritorio, la pantalla del ordenador revela la reciente búsqueda de un billete de avión, mientras el televisor de plasma resuena por todo el piso, llegando la hora de las noticias. Y no es el avión accidentado lo que abre el noticiario, sino el aparente regreso de Superman, descrito con la ayuda de las borrosas fotos digitales adquiridas hace pocos minutos.
Lois acude junto al televisor con rapidez, subiendo el volumen sin dejar de mirar la pantalla.
Un testigo anónimo- informa el presentador- nos envió hace poco estas imágenes que parecen revelar el regreso del hombre de acero a Metrópolis, pero nada más se sabe sobre él. Fuentes relacionadas con…
Lois acude hasta la ventana del salón, apoyando sus manos en el cristal. Fuera, la lluvia amaina y Metrópolis reaparece con su colección de luces y sonidos nocturnos.
- Clark… ¿dónde estás?
Saphira sonríe como no lo hacía hace mucho tiempo mientras desciende, abrazada a su salvador, sobre la azotea del edificio donde se encuentra su vivienda. Toca suelo y se separa del hombre, no sin esfuerzo.
- ¿Quieres…? ¿quieres entrar en casa? Puedo… puedo darte ropa seca y…
- No- dice él, con gesto rígido.
- Bi… bien, vale… y-yo solo…
El hombre se eleva suavemente en el aire.
- ¡Gracias!- dice a toda prisa ella- gracias por salvarme, Superman… sea lo que sea que te pase, no diré nada… es… es lo menos que puedo hacer por ti, Superman.
¿Por qué me llamas “Superman”?- pregunta confundido.
Durante unos segundos Saphira asimila la sorpresa que le produce la pregunta, hasta que reacciona finalmente.
- Porque lo eres…- dice, señalándose el pecho.
El hombre echa la cabeza hacia el suyo y ve el símbolo que lleva bajo la chaqueta, quedándose sobrecogido por la revelación.
- Estás… ¿estás bien?- se interesa ella.
Él la mira impotente al no encontrar una respuesta. Cuando ve que ella avanza hacia él, se gira y con un estallido se aleja del lugar volando a supervelocidad. El golpe de viento remueve la melena de Saphira con violencia. Sus labios se entreabren para dejar volar en el aire una última palabra.
- Gracias
El hombre volador aterriza forzosamente en una barriada, en las afueras de Metrópolis, estrellándose contra varios contenedores apilados. Arrastrándose, se aleja de las pilas de basura, hablando en alto.
- Quién… soy… n-no recuerdo, no sé…
- Yo te ayudaré a recordar, Superman- dice una voz.
Se levanta y mira a su alrededor. De repente un silbido rompe el silencio del lugar, y su origen se encuentra en el hombre que camina hacia él, un hombre vestido con ropas color crema, de cabello largo y perilla profusa; unas gafas de sol ocultan sus ojos.
Se le acerca y le extiende la mano.
- Me llamo Klaus… encantado, Superman… es un verdadero placer conocerte.
El hombre de las vendas le estrecha la mano y durante unos segundos ambos revelan sus considerables fuerzas.
- Eres…
- ¿Fuerte?... sí, lo soy… ¿tanto como tú? Bueno, no lo creo, pero tengo más experiencia… y ya sabes lo que dicen de la experiencia, Superman…
- ¿Por qué me…?
- ¿Por qué te llamo Superman? Porque lo eres, muchacho… desde que llegaste a este planeta y te revelaste con todos tus poderes e intenciones altruistas eres Superman…
- Yo no… recuerdo… algo me ha ocurrido que…
Klaus le echa una mano sobre el hombro, sonriéndole.
- Tranquilízate, héroe… todo a su tiempo. Has pasado una noche dura y seguramente estés cansado… vienes desde muy lejos, ¿verdad?
- Sí… cómo lo…
- He venido a ayudarte, amigo mío…
Klaus se abraza a él y ambos emprenden el camino hacia el interior de la barriada, desapareciendo en su negrura.
- Confía en mí.
La lucha se recrudece hasta el punto que ninguna vida humana podría sobrevivir en ese ambiente. Pero alguien observa a los contendientes detenidamente, y sonríe.
Barrio Residencial New Hope, un mes después.
La luz del amanecer despierta al joven Mathew, de 15 años. Desde su cama agudiza la vista para ver el final del dvd de “grabaciones personales” que su ordenador ha estado reproduciendo toda la noche, recordando con nostalgia el momento en el que, cansado de grabar como Frankie “Devorador” Gruther se comía su sexto donut consecutivo en el asiento de al lado del autobús, recogió en su videocámara la aparición de Superman, su héroe, volando sobre los coches para luego alejarse hacia las alturas y desaparecer; la secuencia finaliza con Frankie boquiabierto, apretando entre sus dedos el que iba a ser su séptimo donut.
Hace un mes de esa grabación, 30 días desde que Superman desapareció sin dejar rastro. Mathew se viste, recoge su mochila adornada con pins de Superman y sale de casa con un sándwich a medio hacer en la boca. Emprendiendo su camino hacia el instituto recoge un periódico y ve que el mundo continúa tranquilo, pero sin Superman ¿cuánto tiempo durará la calma antes de la tormenta?
El periódico está a punto de hacer canasta en una papelera, pero la atención de Mathew está puesta en un avión de pasajeros envuelto en humo que desciende a gran velocidad a menos de dos kilómetros de donde él se encuentra. Sus ojos siguen su fatídica trayectoria, que presagia su colisión en 5… 4… 3… 2… 1…
El avión desaparece tras la larga estructura de un futuro centro comercial en obras durante 2 segundos más, 2 segundos de eterno silencio, y a Mathew se le ilumina la cara, susurrando: “Superman”… pero la zona oeste del centro comercial desaparece con la explosión que revienta en pedazos la aeronave, provocando que el joven pierda el equilibrio y caiga de rodillas al suelo.
Sin emitir sonido alguno, Mathew se echa las manos a la cara, mientras sus vecinos salen confundidos y horrorizados de sus casas.
Metrópolis, 15 minutos después. El sol del nuevo día se va ocultando poco a poco entre una maraña de nubes tormentosas que amenazan con lluvia intensa las próximas horas.
El Daily Planet bulle de actividad a raíz de la noticia del avión estrellado; todos van de un lado a otro de las oficinas, atacando los teletipos, desenfundando móviles y quemando teclados. Lois Lane y Jimmy Olsen están en la oficina de Perry White, donde solo se oye su voz.
- No, Lois, de ninguna manera
- Vamos, Perry…- dice Lois- ya tienes a todos encargándose del avión, tienes todas las vías de investigación cubiertas, desde el acto terrorista hasta una posible conspiración gubernamental… deja que la mejor se ocupe de lo que nadie se ha dado cuenta aún…
- Looois…- se resigna a soltar Perry.
- El avión se ha estrellado, Perry… se habla de más de 200 muertos… 200 personas que no ha salvado Superman
- Eso es cierto, señor…- se atreve a decir Jimmy.
Perry dirige su dedo índice hacia Jimmy, que decide no seguir hablando; se da la vuelta y analiza desde su ventana las vistas de Metrópolis.
- Es tiempo de informar sobre los muertos, Lois… no sobre los desaparecidos. Coge tu libreta y tu grabadora y haz tu trabajo.
Lois refleja enfado en su cara pero se limita a coger su libreta de notas y su grabadora, tirándolas sobre la mesa de Perry. Abre la puerta de la oficina, deteniendo su marcha un segundo.
- Para hablar de víctimas me basta con mi cerebro.
Lois recorre todo la planta del edificio con Jimmy siguiéndola de cerca.
- Jimmy, vas en la dirección equivocada…
Los dos llegan junto a los ascensores; Lois se aleja de Jimmy y se coloca en el que hay al lado.
- ¿No vas al avión?- pregunta Jimmy, sorprendido.
Llega el ascensor de Lois y se abren las puertas.
- Voy a seguir otro plan de vuelo - revela Lois.
Se mete en el ascensor y las puertas se cierran. Jimmy se queda quieto, con gesto de preocupación; cuando llega su ascensor un pitido surge de su cámara de fotos digital, revelando que se le ha agotado la batería. Jimmy suelta un resoplido de resignación.
Horas después, la lluvia acompaña de la mano a un triste anochecer en Metrópolis. Por las calles del Barrio Rojo, zona de recreo y placer, aquellos que no van en coche o transporte público corren para resguardarse en portales o bares, salvo Saphira Gilier, que permanece empapada bajo la lluvia, abrazándose a si misma mientras los tacones de sus botas de imitación castañetean sobre las húmedas baldosas de la acera; enfrente suyo, y bien protegido por su elegante paraguas, está Maltus Denbergh, cuyo impoluto traje color cereza convertiría en condenada a muerte a la gota de agua que osase caer sobre él.
- Tápame con tu… - dice la chica.
Maltus extiende la palma de su mano con claro signo prohibitivo.
- Mi pequeña Saphi, ¿aún no lo entiendes? Soy el oído, los ojos y la voz del señor L en esta zona… o, para que te quede más claro aún… soy importante… tú no. ¿Qué pensarían los ciudadanos si te viesen en el mismo metro cuadrado de calle que yo ocupo? Seguramente albergarían esperanzas de escalar posiciones, de que algún día podrían ser parte de nosotros… parte importante de la ciudad, ¿recuerdas?
- No hace falta que…- susurra Saphi, apartando la mirada de Maltus.
- Vamos – sigue recreándose él- ¿ya no te acuerdas cuando pasabas por este barrio dentro de tu limusina, decidiendo qué joyas comprar con la calderilla de alguna de tus cuentas bancarias?
- Eso fue hace mucho…
- Hay películas que se recuerdan a lo largo de decenas de años, niña… pero una actriz caída en desgracia es como polvo en el desierto… Pero… no todo está perdido, no cuando aún veo talento en ti, niña…
- Solo quiero que me des la dirección del nuevo vendedor… me estoy quedando sin dosis… Maltus, por favor…
Maltus saca un papel del bolsillo interior de su chaqueta y la extiende hacia la chica; ella alarga la mano para cogerlo pero Maltus se lo aleja unos centímetros.
- Me caes bien, Saphira… consumes y no te mueres a los dos meses, gente como tú es buena para el negocio… por eso y porque siempre me gustaste, te hago una oferta.
- ¿Cuál?
Maltus la mira de abajo arriba, sonriendo.
- No ganaste ningún Oscar, pero luces como la más famosa de Hollywood… te hago un 50% de descuento más primas si accedes a… amenizar una fiesta privada mañana por la noche.
Saphira le mira, al principio enfurecida, poco después entristecida y al cabo de medio minuto agacha la cabeza, humillada.
- ¿De cuántos estamos hablando?- dice, con la voz ahogada.
- Entre diez y doce… tres de ellos superan los setenta años, así que no te darán muchos problemas…
Saphira coge el papel; mientras se lo guarda en el bolso, Maltus limpia con un pañuelo las pocas gotas que han caído en su traje.
- Has hecho bien, pequeña Saphi. Puede que éste sea el comienzo de una gran amistad.
- Que te jodan- sentencia ella.
La chica se aleja a paso ligero por el Barrio Rojo.
Casi una hora más tarde, Saphi accede a un callejón, esquivando como puede los profundos charcos que delimitan el puesto de Víctor Ovidian, sentado dentro de su caseta prefabricada de plástico con tres paraguas deshilachados coronando el techo y dos barriles antorcha calentando el escueto espacio en el que Víctor disfruta su estancia. La lluvia no le impide oír los pasos de la chica, que se presenta ante él como un ángel despojado de sus alas. Un ventanuco cortado seguramente con una sierra muy usada sirve de vía de comunicación entre ambos.
- ¿Eres… Víctor?
- ¿Quién más crees que estaría un día como el de hoy en un sitio como éste? ¿El presidente de los Estados Unidos?
- No, supongo… supongo que no…
- Todos los que vienen a mi vienen de parte de Maltus, así que ahórrate las explicaciones… ¿cuánto quieres?
- 10 gramos… por favor…
- Mmm, te vas a dar una buena fiesta, ¿eh?
Víctor abre la puerta de su caseta, invitando a Saphi a que entre. La chica se queda quieta, observando el interior decorado con varias revistas pornográficas, una papelera rebosante de desechos, un par de cajas de pizza, una caja fuerte con forma de torre de ordenador y una parrilla donde descansa en cadáver de una salchicha demasiado echa.
- ¡Entra, que se va el calor!- grita Víctor, soltando con cada sílaba más saliva de la que podría tragar.
Saphi entra. La puerta se cierra detrás de ella y, mientras intenta no golpearse con nada en su titubeante avance, Víctor echa lo que podría llamarse “pestillo”, sonriendo con disimulada picaresca.
- Siéntate mientras cojo lo tuyo… traerás dinero, ¿no?
Saphi se pone de cuclillas en el suelo.
- Claro, claro…
- Te reconozco, ¿sabes?- dice Víctor mientras abre la caja fuerte y rebusca en su interior- de “Con mi novio sobráis dos” y “Mentes cerradas”… eran pura basura directa para dvd pero salías muy buena, sobre todo…
Víctor echa un vistazo a las piernas de Saphi, mordisqueándose el labio agrietado.
- Sobre todo cuando llevabas esas faldas… tan cortas…
- Llevo un poco de prisa y… me gustaría llegar a casa para secarme…
Víctor le muestra una bolsita transparente con más droga de la que ella le ha pedido.
- A ver qué te parece… te llevas todo esto si me das todo tu dinero…
- Yo… yo solo tengo para 10 gramos…
- No me has dejado acabar, niña… esto es tuyo a cambio del dinero y media hora
- ¿Media hora? No…no no no, de ninguna manera – dice Saphira levantándose hacia la puerta- ¡no voy a…!
Víctor le corta el camino velozmente; en su mano ya no hay droga, sino una navaja oxidada.
- Me he tirado a zorras más importantes que tú, niñata… hoy hace frío y tú me vas a calentar…
- ¡Noooooooo!
Saphira grita desesperada, intentando echar sus brazos hacia la puerta sin éxito, pues un brusco forcejeo entre ella y Víctor se adueña del lugar, entorpeciendo cualquier movimiento o acción racional.
Víctor logra echar al suelo a Saphira y con cortes rápidos corta el fino abrigo de la chica, al tiempo que le produce algunos cortes poco profundos en manos y brazos. Ella araña y golpea donde y como puede, lo que no es mucho frente a su agresor, desbordado por la locura y la impaciencia.
- ¡Eres mía y harás lo que yo te…!- grita Víctor, pero una poderosa mano que ha atravesado la puerta con extrema facilidad le agarrota el cuello, impidiéndole decir nada más.
Acto seguido, la mano le arranca de la caseta hacia el exterior. Saphira, tiritando de miedo y con las lágrimas empañándole la vista, no puede ver más allá del velo de lluvia que franquea el habitáculo, pero alcanza a oír un grito, y después nada, salvo su respiración entrecortada y jadeante.
Poco a poco consigue hacerse dueña de su cuerpo y logra reincorporarse, doliéndose de las heridas y abrazando su maltrecho cuerpo.
Un paso. Luego otro. Saphira traspasa la los restos de la puerta y dos figuras van formándose delante de ella: una rota como una marioneta con demasiadas historias en sus extremidades, y otra, de pie, erguida como un titán bajo la lluvia.
La chica se acerca a su salvador, temerosa de sus intenciones, pero decidida a revelar su identidad. Ya a escasos centímetros ve al hombre, con el rostro oculto dentro del gorro de su chaqueta.
- ¿Quién…?
Los ojos del hombre se iluminan como dos volcanes y los ojos de Saphira, sin parpadear, logran ver las vendas que cubren su rostro y algo más, algo que vuelve a acelerar su pulso de forma desmedida… la “S” roja sobre fondo amarillo bajo la chaqueta.
- ¿Superman?
Al otro lado de la calle, un chico de no más de 12 años llena la batería de su cámara de fotos digital, apostado en la ventana de su habitación.
Media hora después, en su apartamento, Lois acaba de hacer el equipaje. Detrás de ella, en el escritorio, la pantalla del ordenador revela la reciente búsqueda de un billete de avión, mientras el televisor de plasma resuena por todo el piso, llegando la hora de las noticias. Y no es el avión accidentado lo que abre el noticiario, sino el aparente regreso de Superman, descrito con la ayuda de las borrosas fotos digitales adquiridas hace pocos minutos.
Lois acude junto al televisor con rapidez, subiendo el volumen sin dejar de mirar la pantalla.
Un testigo anónimo- informa el presentador- nos envió hace poco estas imágenes que parecen revelar el regreso del hombre de acero a Metrópolis, pero nada más se sabe sobre él. Fuentes relacionadas con…
Lois acude hasta la ventana del salón, apoyando sus manos en el cristal. Fuera, la lluvia amaina y Metrópolis reaparece con su colección de luces y sonidos nocturnos.
- Clark… ¿dónde estás?
Saphira sonríe como no lo hacía hace mucho tiempo mientras desciende, abrazada a su salvador, sobre la azotea del edificio donde se encuentra su vivienda. Toca suelo y se separa del hombre, no sin esfuerzo.
- ¿Quieres…? ¿quieres entrar en casa? Puedo… puedo darte ropa seca y…
- No- dice él, con gesto rígido.
- Bi… bien, vale… y-yo solo…
El hombre se eleva suavemente en el aire.
- ¡Gracias!- dice a toda prisa ella- gracias por salvarme, Superman… sea lo que sea que te pase, no diré nada… es… es lo menos que puedo hacer por ti, Superman.
¿Por qué me llamas “Superman”?- pregunta confundido.
Durante unos segundos Saphira asimila la sorpresa que le produce la pregunta, hasta que reacciona finalmente.
- Porque lo eres…- dice, señalándose el pecho.
El hombre echa la cabeza hacia el suyo y ve el símbolo que lleva bajo la chaqueta, quedándose sobrecogido por la revelación.
- Estás… ¿estás bien?- se interesa ella.
Él la mira impotente al no encontrar una respuesta. Cuando ve que ella avanza hacia él, se gira y con un estallido se aleja del lugar volando a supervelocidad. El golpe de viento remueve la melena de Saphira con violencia. Sus labios se entreabren para dejar volar en el aire una última palabra.
- Gracias
El hombre volador aterriza forzosamente en una barriada, en las afueras de Metrópolis, estrellándose contra varios contenedores apilados. Arrastrándose, se aleja de las pilas de basura, hablando en alto.
- Quién… soy… n-no recuerdo, no sé…
- Yo te ayudaré a recordar, Superman- dice una voz.
Se levanta y mira a su alrededor. De repente un silbido rompe el silencio del lugar, y su origen se encuentra en el hombre que camina hacia él, un hombre vestido con ropas color crema, de cabello largo y perilla profusa; unas gafas de sol ocultan sus ojos.
Se le acerca y le extiende la mano.
- Me llamo Klaus… encantado, Superman… es un verdadero placer conocerte.
El hombre de las vendas le estrecha la mano y durante unos segundos ambos revelan sus considerables fuerzas.
- Eres…
- ¿Fuerte?... sí, lo soy… ¿tanto como tú? Bueno, no lo creo, pero tengo más experiencia… y ya sabes lo que dicen de la experiencia, Superman…
- ¿Por qué me…?
- ¿Por qué te llamo Superman? Porque lo eres, muchacho… desde que llegaste a este planeta y te revelaste con todos tus poderes e intenciones altruistas eres Superman…
- Yo no… recuerdo… algo me ha ocurrido que…
Klaus le echa una mano sobre el hombro, sonriéndole.
- Tranquilízate, héroe… todo a su tiempo. Has pasado una noche dura y seguramente estés cansado… vienes desde muy lejos, ¿verdad?
- Sí… cómo lo…
- He venido a ayudarte, amigo mío…
Klaus se abraza a él y ambos emprenden el camino hacia el interior de la barriada, desapareciendo en su negrura.
- Confía en mí.
Continuará...
Jose Angel Ares “Pater”
Jose Angel Ares “Pater”
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