Título: Cazador Cazado (y V) Autor: Gabriel Romero Portada: Edgar Rocha Publicado en: Noviembre 2007
“Cazador cazado”: Conclusión y consecuencias. La saga ha terminado, Leo Mayashi está muerto, y Doomu ha sido desarticulada, pero aún quedan algunos cabos sueltos para Oliver Queen, concretamente siete: La Liga de la Justicia, Bertrand Le Fay, Igor Krelenko, Lady Shiva, Star City, Canario Negro, y el mismísimo Lex Luthor. Porque todos, en un momento o en otro, somos cazadores cazados...
|
Tras naufragar en una isla desierta, el industrial Oliver Queen tuvo que aprender a cazar y a sobrevivir en la jungla. Hoy utiliza esas habilidades para continuar la caza en una jungla muy diferente. Armado sólo con su arco, sus flechas y sus agallas, lucha con todas sus fuerzas para hacer un mundo más justo. El es...
Creado por Mort Weisinger y George Papp
Gracias especiales a Jerónimo Thompson, por su colaboración en este número
Primer epílogo: Los héroes
Un infinito enjambre de helicópteros de guerra llena el cielo, como abejas revoloteando en torno a un panal. A cada momento se descuelgan soldados, con cuerdas y arneses, en dirección a los restos embarrancados del Tesoro del Mar, mientras otros ascienden cargados de armas, archivos o enemigos capturados. Hoy ha sido un gran día para la causa de la justicia. Hoy ha caído una gigantesca mafia internacional, temible y poderosa, intocable, y todos sus integrantes serán encausados. Se hablará durante largo tiempo de este día, y muchos otros criminales del mundo, que viven desde hace años al margen de la ley, empezarán a temblar y a pensárselo dos veces. La justicia tiene una nueva oportunidad.
– ¡Oliver, amigo mío, ven aquí!
Monto junto al resto de héroes en un helicóptero exclusivo, que nos llevará a casa, y Faraday me recibe con un fuerte abrazo. Está exultante, feliz, y ríe a carcajadas al verme.
– ¡Mi buen amigo Flecha Verde! ¡Un éxito completo! El submarino es nuestro por entero, con toda su carga, y mis hombres ya se están encargando del resto de la organización, por todo el mundo. París, El Cairo y San Francisco ya han caído en nuestras manos, pero aún quedan muchas más bases secretas de Doomu, que iremos descubriendo poco a poco. Hoy soy un hombre feliz, Oliver.
Le observo, y me muerdo los labios para no rebelarme. Sabe tan bien como yo que, de no ser por la Liga, ahora no tendría absolutamente nada, y yo estaría muerto. Por desgracia para él, yo no siento ninguna alegría.
– ¡No seas iluso, Faraday! Hemos tenido suerte, y nada más. ¿Por qué demonios tardasteis tanto en venir a por mí?
– Problemas técnicos. El campo de fuerza del submarino interceptaba la señal de tu GPS. De forma que, en el momento en que abandonasteis el puerto, no volvimos a saber nada de ti.
– ¿Entonces cómo...?
– Resultó complicado – interviene J´Onn J´Onzz –. Tuve que escanear telepáticamente todo el área, desde el puerto, en busca de tus pautas cerebrales específicas. Fue... un trabajo arduo.
Entonces me doy cuenta de que el marciano está exhausto. No sé exactamente dónde estamos, pero han debido ser miles de kilómetros de trabajo mental, buscándome, rastreando el océano, persiguiendo una señal fugaz. Sé que tengo buenos amigos.
– Y vosotros... ¿quién os ha metido en esto?
– Nos metimos nosotros solitos – dice Zatanna, con esa idílica sonrisa de maga en sus labios carnosos –. Alguien tenía que enseñarte una lección, Ollie: que los que tú consideras “los grandes superhéroes” también nos ocupamos de las cosas pequeñas. Que nunca estarás solo, amigo.
Y sonríe con toda la dulzura del mundo, y me conmueve. Ningún hombre que contemple esos labios curvados y esa luz en sus ojos podría llevarle la contraria (aún no entiendo cómo esta mujer tiene villanos).
Pero al mismo tiempo, lanzo una mirada asesina a Canario Negro. Ella es la culpable de todo esto, ella les dijo a los otros superhéroes lo que habíamos hablado en la Atalaya, y les implicó en la lucha contra Doomu. De no ser así, ellos nunca se habrían enterado de lo que realmente pienso, jamás habrían intervenido en una batalla como ésta, y yo habría muerto hace un buen rato. Maldita Dinah...
Ella es el eslabón que nos mantiene unidos a todos los demás superhéroes. Es extraña y compleja, inclasificable, a medio camino de diferentes mundos y personalidades. Heredó de su madre un asiento en la mesa de la JSA, a la que sirve con orgullo, pero al mismo tiempo ayudó a fundar la Liga. Trabaja como vigilante urbana, descubriendo peligrosas conspiraciones junto a su amiga Oráculo, pero es capaz de viajar al otro lado del universo si hace falta, y combatir a monstruos como Darkseid o Mongul, que a mí personalmente me producirían pesadillas...
Yo no soy así. Yo me quedé encasillado en mi papel de héroe sin poderes, de justiciero urbano, con algo de picaresca y mucho compromiso social. Digamos que una mala copia de Batman mezclada con una de Karl Marx (y quizá muy poco de original). Y así, con el tiempo, consciente o inconscientemente, me he ido alejando de los que considero los superhéroes “oficiales”, porque prefería jugar a mi propio juego, y sólo con mis reglas.
Tal vez aún me quede mucho que aprender de este pajarito...
Segundo epílogo: El correo
París, a medianoche.
Corre.
Corre. Corre. Corre.
Estás a punto de conseguirlo, de llegar, de huir del loco de las flechas que te persigue. Tan cerca, tan cerca...
El sudor te baja por la espalda y la cara, como una tupida cortina, como un río. Los ojos te pican, las rodillas te fallan. Corre. Olvida el dolor, el cansancio, el miedo. Puedes conseguirlo...
Tú eres alguien en este mundo, vales más que ese estúpido héroe. Tú eres Bertrand Le Fay, uno de los hombres más poderosos de Europa, el correo de las mafias, y relaciones públicas de Leo Mayashi, el cerebro de Doomu. ¿Cómo demonios te has visto mezclado en algo así? Malditos superhéroes...
Y ahora corres como un niño, intentando salvar el cuello, perseguido por un loco desgraciado que dispara flechas. Tú, que durante años fuiste un hombre a temer...
Y aún lo serías, de no haberse derrumbado todo el maldito organigrama de La Cúpula. Leo Mayashi, muerto y sepultado en el fondo del océano. Catseye, su mascota mutante, hecho pedazos por una granada. Hiro Kanegusi, el capitán del invencible submarino Tesoro del Mar, suicidándose con su propio cuchillo. Y así, uno tras otro, cayendo como fichas de dominó, en una loca progresión que ha sacudido el mundo. Pero tú no. Tú no serás el próximo. Tú vas a salvar el cuello.
Tenías que haberlo sospechado. Tenías que habértelo imaginado, cuando ayer leíste la nota, sin remitente, escrita con tinta verde:
« El Gobierno americano está acabando con todos y cada uno de los antiguos miembros de La Cúpula, y sabes que tú eres el próximo. Pero algunos todavía podemos salvarnos. Ven esta noche, con el dinero que puedas rescatar, al solar de la antigua panificadora Mardoux, trae esta carta, y sabremos que eres de los nuestros. »
Y tú, como un idiota, picaste. Como un niño al que tientan con un caramelo. Llamaste a tu banco, y recogiste un millón de dólares en metálico, que era todo lo que podían conseguir en tan poco tiempo. Y al caer la noche, fuiste como un imbécil al viejo solar en construcción, nervioso pero optimista. Tonto...
Pero, ¿qué otra cosa podías hacer? Mayashi está muerto, él, que durante años ha sido tu protector, tu mecenas. Y ahora estás solo, condenadamente solo, y perseguido por uno de los mayores poderes del mundo. Sí, desde luego, necesitabas que la carta fuera auténtica.
Fuiste a la reunión, y no eras el único. Cinco, ocho, diez hombres misteriosos empezaron a emerger de las sombras, y a todos los conocías.
– Soullier... Lamont... Brody... Kamura... ¿vosotros sois los responsables de esto?
Influyentes mafiosos, poderosos hombres de negocios, que en otro tiempo habían hecho tratos con La Cúpula, y que ahora vivían ocultos, protegidos de la horrible tormenta. ¿Podían haber organizado ellos este asunto, esta huida de emergencia...?
Pero no había conocimiento en sus ojos, más bien sorpresa, expectación, igual que en los tuyos. Y en sus manos, la misma carta de aviso, escrita con tinta verde. Es entonces cuando un escalofrío te recorre la espalda, porque sabes que es una trampa. Y es entonces cuando resuena la voz en aquel solar abandonado:
– ¡Quietos todos, en nombre de la Interpol y del Gobierno americano!
Explotaron bombas de humo, y un denso gas lacrimógeno llenó el local. Todos se ahogaban, tosían, lloriqueaban como niños, y se rendían enseguida. Sólo tú, por hallarte más cerca de la puerta, lograste salir a tiempo, escapar del enemigo, y echaste a correr avenida adelante. Correr. Correr...
Aún puedes conseguirlo. No importa que las rodillas te flaqueen, el sudor te ciegue los ojos, o los pulmones te ardan como carbones encendidos. Lo fundamental es que aún conservas tu millón de dólares, y enfrente tuyo está la maldita estación de tren, y si alcanzas alguno, el que sea, adonde vaya, nunca nadie podrá localizarte.
Corre. Corre.
Estás a punto de conseguirlo, de llegar. Tan cerca, tan cerca...
Abres la puerta de un empujón, y entras al lujoso vestíbulo. Estás aquí. Por fin. Respira, recupera el aliento. Llegas a la taquilla, y sabes que vas a poder escapar.
– Q... Qui... Quiero un... billete...
– ¿Para dónde, señor? – responde un anodino funcionario, visiblemente sorprendido por tu estado.
– ¿Cuál... cuál es el próximo?
– El tren para Burdeos, señor.
– Bien... Muy bien... Uno, por favor.
Coges el billete ansioso, como el náufrago se agarra a un salvavidas, y sonríes, ya más tranquilo. Estás seguro. En apenas veinte minutos habrás subido a un tren que te llevará a la salvación, y tus enemigos quedarán con un palmo de narices.
Algún día... Algún día les devolverás esto, sangre por sangre.
Necesitas ir al baño. Tienes que lavarte las manos, la cara, recuperar la compostura. Y de paso, decides vaciar la vejiga.
Aaaaaaaaaah!! Qué alivio, ¿verdad? Aunque sólo sea de pie frente a un modesto urinario de una estación de tren, pero de momento te sirve. Pues se te va a acabar lo bueno...
De pronto, una mano gigantesca te agarra por la nuca, y te impacta contra la pared. El golpe abre una brecha enorme en tu cabeza, y rompe un azulejo. Te vuelves, sorprendido, y un puño te acierta en la mandíbula, arrojándote al suelo, y casi partiéndola en dos. El dolor te recorre por entero.
Y entonces ves a tu enemigo: un hombre alto y espigado, cuarentón, blanco americano, rubio, con una delicada perilla de antiguo noble medieval. Viste una sencilla gabardina gris sobre un modesto traje marrón, y te observa con una sonrisa divertida.
Yo. El loco de las flechas, el maldito héroe americano. Y tu eterna condena, Le Fay...
Aún intentas sacar tu pistola de la funda, pero una patada la arroja fuera de tu alcance. Consigues girar sobre tu hombro derecho y ponerte en pie, y me observas furioso. Sabes que no llevo armas encima, porque soy un gran superhéroe americano, todo honor y justicia, pero tampoco me hacen falta. Sabes que en una pelea no llevas las de ganar.
Así que intentas huir, te das media vuelta y corres hacia la salida. Pero yo te alcanzo. Salto sobre ti, agarro tu cabeza y la golpeo contra la puerta, y luego te clavo una rodilla en el costado. Es una lucha sucia, cruel, más propia de pandilleros y duelos por el control de una calle. Lanzas un codo hacia atrás, y me golpeas en la sien izquierda. El dolor me hace perder el agarre, y aprovechas para torturar mis tripas. Eres un cerdo, Le Fay, y no vas a salir con bien de ésta.
En ese momento ocurre lo más importante de toda la pelea. Estoy indefenso, dolorido, y la ventaja es tuya. Pero, cuando podías haber corrido hacia la puerta y asegurar tu huida, prefieres saltar hacia la pistola, e intentar matarme. Ése es tu error, francés, y tu sentencia.
En cuanto veo lo que pretendes, mis manos se mueven automáticamente, en un acto inconsciente y aprendido: la izquierda hacia el arco plegable bajo la axila contraria, la diestra saca una flecha del diminuto carcaj oculto en mi espalda. En menos de un segundo, las plumas se pegan a la cuerda, apunto y estiro sin pensar, y disparo.
La pequeña flecha de color verde se hunde entre tus costillas, en el lado izquierdo. Gruñes, y agonizas sobre las baldosas. Tus ojos me observan llenos de sorpresa.
– Las órdenes eran capturaros con vida, pero no me has dejado otra opción. Debiste juzgarme mejor, Le Fay...
Y al fin te rindes, sin decir palabra, y te mueres. No me alegra, pero no voy a llorar.
Pulso un botón secreto en mi reloj de pulsera, activando la alarma para mis nuevos amigos, y tres agentes del CBI entran corriendo por la puerta. Sólo para hacer limpieza. Los mismos que estaban bloqueando la entrada.
¿Sabes una cosa, Le Fay? Si hubieras intentado escapar del aseo, te habrías encontrado la puerta cerrada. Eso me permitiría alcanzarte por detrás, y dejarte inconsciente. Capturarte con vida.
Ésa fue tu elección en este día: vida o muerte. Y ya sé lo que preferiste, por desgracia.
Me arranco la falsa perilla, igual a la mía que aún no ha crecido, y me pierdo entre los viajeros que acuden a la estación. Los agentes me observan, mientras cuelgan un cartel de “Aseo estropeado. Disculpen las molestias”. Les queda mucho trabajo por delante.
Yo, por mi parte, empiezo a dejar las cosas mucho más claras.
Tercer epílogo: El acromegálico
Frío. Viento. Neblina. La noche cae sobre Moscú.
El ancestral hogar de Josef Stalin se oculta vergonzoso tras una tupida cortina de niebla, y sólo los ojos avezados pueden adivinar la bella imagen de sus torres, sus minaretes, sus doradas cúpulas y agujas.
Aunque, para Igor Krelenko, la belleza hace tiempo que desapareció de su vida. Esos ojos, duros y fríos como el acero, no contemplan ya más que sangre y muerte, crueldad y daño, destrucción. Y hoy, descubriendo borrosa su ciudad natal, a través de la ventanilla empañada de su jet privado, ya no se parece en nada a aquel débil muchachito que huyó, en plena noche, veinte años atrás.
Hoy es un poderoso señor de la nueva mafia rusa, dueño de un gran negocio de transporte por carretera, y de una numerosa red de locales de fiesta, que han resultado la sensación de esa moderna burguesía rica que ahora reniega del antiguo comunismo en que nacieron. No es gustoso que un gobierno, del signo que sea, venga a decirte lo que tienes que hacer con el dinero que has robado a la sociedad. Krelenko es un experto en reconocer eso, y en darle a una población ávida de lujos todo lo que antiguos regímenes les negaron. Y se ha hecho inmensamente rico a su costa.
Ahora, sin embargo, es momento de ocultarse, y esperar a tiempos mejores. Muchos amigos de Krelenko han sufrido duros golpes en estos últimos días, y él no quiere ser el próximo. La Cúpula, la todopoderosa organización internacional que ha puesto en jaque a diversos gobiernos por medio mundo, acaba de ser desarticulada, hundida, destrozada. El nefasto CBI, la más secreta y desconocida agencia de espionaje a las órdenes del Pentágono, ha empezado una guerra cruel contra ellos, y no tiene ningún problema en no tomar prisioneros. Desde magnates de las telecomunicaciones japonesas al gabinete presidencial americano, todos están cayendo, uno a uno, y sin piedad. Muertos, heridos, arrestados,... al CBI poco le importa. Y si hasta el duro Mayashi ha caído en sus garras, Krelenko no sería mucho reto para ellos...
El avión aterriza en un pequeño aeropuerto secreto, y un modesto coche de alquiler le aguarda, para perderse en la noche. Circulará por carretera, a salvo de controles y vigilancia, hasta algún diminuto pueblecito del sur, donde nadie irá a buscarle. Y algún día, dentro de seis meses o un año, cuando ya nadie se acuerde de él, y los ánimos se hayan enfriado, Igor Krelenko resurgirá de sus cenizas. Y el mundo volverá a temblar al oír su nombre.
Si yo no puedo evitarlo.
El piloto guía el pequeño avión sin enseñas hasta un modesto y ruinoso hangar, que en otro tiempo fue usado de manera habitual por los vuelos privados de altos cargos del Ejército soviético, y que hoy quiere parecer abandonado. Aunque la organización de Krelenko lleva años haciendo buen uso de él. Basta con guardar las apariencias, mantener los guardias armados dentro del hangar, y eliminar rápidamente cualquier rastro o prueba de su presencia allí, incluyendo el avión, los coches, y hasta los alimentos que cenaron. Están bien acostumbrados. Las grandes mafias llevan décadas sobreviviendo así, a cobijo de los intentos de cualquier Gobierno por desarticularlos. Sólo que ahora les importa menos que se sepa.
El jet frena suavemente al cruzar las puertas, y la engrasada maquinaria se pone en marcha: dos técnicos cierran tras él, devolviendo al hangar su habitual aspecto deshabitado, y mientras, el resto de ellos prepara el descenso de su amo. Una ancha puerta se abre en el costado del avión, desplegando una escalerilla metálica, y allí está al fin. Igor Krelenko. El jefazo, el dueño y señor de la oscura mafia que soportaba los cimientos de Doomu, y uno de los mayores criminales impunes del mundo.
Un gigantesco acromegálico vestido con trajes de París.
Krelenko otea el panorama, revisa a sus hombres con un solo vistazo, y al comprobar que todo es seguro, baja del avión. Está contento, risueño, orgulloso de la enorme habilidad que ha demostrado siempre para huir de todos su enemigos. Hasta hoy.
Recorre la pista con paso seguro, confiado, dejándose adular por sus nerviosos subordinados, y entra en el coche que le aguarda. El coche que le llevará a su refugio seguro en el campo, y a una nueva vida. El coche en el que yo mismo le espero.
– Me alegra verle de nuevo, señor Connelly – y me da un fuerte apretón de manos, con una de esas enormes zarpas que tiene al final de los brazos –. Es una verdadera suerte que lográramos sacarle de aquel terrible apuro en el submarino de mi amigo.
– Bueno... la verdad es que ha sido una experiencia bastante desagradable. ¡Nadie me dijo que fuéramos a ser atacados por la Liga de la Justicia y el Ejército de los USA en pleno!
– ¡Era algo impensable! La Cúpula era una organización completamente segura, que llevaba años operando sin errores por todo el mundo.
– Pues ahora ha cometido el primero. Y por su culpa, he sido fichado en América.
– Lo sé, y lo siento. Por eso hemos intentado resarcir nuestra deuda con usted, pagando al abogado que lo sacó de prisión, y facilitando ahora su fuga al sudeste asiático, donde mi organización se ocupará de que viva con todos los lujos, hasta que el asunto se calme.
– Se lo agradezco. Y no tendré ningún problema en aceptar su amabilidad. Unas vacaciones pagadas en Tailandia me vendrán bien para relajarme. De todas formas, hay varios trabajos de ciertos altos cargos americanos que no sé si cogeré...
– Le entiendo. Con la desaparición de La Cúpula, la Administración Luthor se ha quedado sin sus ejecutores personales, y ahora hay mucha demanda de asesinos eficientes y discretos.
– Por eso. No creo que aguante mucho la inactividad, realmente...
Todo sale a la perfección.
El viejo auto se pierde entre los áridos campos de cosechas pobres, y Krelenko y yo nos hacemos amigos íntimos.
El plan es genial: conservo mi identidad como Tom Connelly, asesino a sueldo y mercenario a demanda, que resultó detenido durante el ataque de King Faraday al submarino de Doomu, y sólo gracias a la intervención de Igor Krelenko he podido librarme de los cargos. Ahora, él y yo somos grandes amigos, y cumpliré bien con la misión de infiltrarme en su mafia. Cuando menos se lo espere, el CBI estará ya informado de todos sus contactos y operaciones, y cuando lance la red, ningún pececito podrá escaparse.
Pero hay que hacerlo bien. Llegamos por carreteras secundarias hasta un pequeño cruce mal señalizado, donde aguarda un furgón sin luces ni ruidos. Nos detenemos a su lado, y Krelenko vuelve a tomar la palabra.
– Amigo Connelly, ahora tenemos que volver a separarnos. Esos hombres te llevarán hasta otro de mis aeropuertos privados, en el sur, donde podrás pasar la noche. Y mañana, vuelo directo a Tailandia, donde serás recibido como un rey. Todos tus deseos, por sucios e inconfesables que te parezcan, serán cumplidos. Y desde ese momento, serás un hombre libre. Sin pasado, y sin que nadie pueda encontrarte. Libre de decidir tu futuro. Si entonces quieres volver a América y a tu trabajo de asesino, por mí perfecto. Siempre podrás volver con nosotros...
– Te lo agradezco, de verdad. Es posible que acepte algún encargo, pero siempre sabré a quién debo mi libertad. Eres un buen amigo, Krelenko, y siempre estaré en deuda contigo. Si alguna vez necesitas algo, cualquier favor que esté en mi mano, no dudes en pedírmelo.
Sonríe, y sella nuestra amistad con un nuevo apretón. Salgo del coche, y entro en la modesta furgoneta, donde me reciben cuatro mercenarios rusos armados. Son tipos duros, acostumbrados a las penurias y la sangre, pero me muestran respeto. El coche se va.
Por un segundo, me siento despreciable. No es nada fácil introducirse en una organización para luego venderles al enemigo: tienes que tener muy claras tus prioridades, y tu moral.
Yo las tengo. Soy un superhéroe, y miembro de la Liga de la Justicia, aunque ahora esté realizando un trabajo encubierto. Y los hombres y mujeres entre los que me encuentro son lo más bajo y ruin que puede haber en la especie humana: asesinos a sueldo, ejecutores por encargo, a los que no importan nada ni los ideales ni la razón. Sólo quieren dinero.
Pero eso no significa que no me duela traicionarlos. En el fondo, son como una familia, cuidan de los suyos, y vengan sus afrentas. Y a mí tampoco es que a mí me entusiasme la traición, aunque sea a esta gentuza.
Mejor no pensar más en eso. Me quedan por delante unos cuantos días de vacaciones en Tailandia, hasta que Faraday se haga pasar por un alto cargo del Pentágono ofreciéndome un trabajo de eliminación, y me saque de allí.
Creo que voy a disfrutar de esta parte concreta de la misión...
Cuarto epílogo: La asesina
Londres, ocho de la mañana.
Unos rayos grises y tibios asoman perezosos por detrás de los altos bloques de cemento, ahuyentando las sombras de la noche, pero no su frío húmedo, que cala en los huesos.
Sola, en una pequeña mesita en la terraza de un bar, bebiendo una tacita de café que le caliente el estómago, una hermosa mujer de rasgos orientales contempla el infinito. Viste un elegante traje de chaqueta francés, pero sus ojos felinos demuestran que es mucho más que eso. Su nombre es Lady Shiva, la única de mis enemigos que ha salido impune, y en el maletín de cuero negro sobre la silla a su lado guarda los documentos que pueden destruir toda Europa Occidental. Maldita mujer...
Espía, mercenaria, asesina. Heroína y villana. Y hasta ahora, mi talón de Aquiles.
– Buenos días, Oliver.
Sonríe al levantar la cabeza, cuando ve cómo me acerco y me siento a su lado. No hay sorpresa en sus ojos, pero estoy convencido de que sí la hay en su cerebro. Debió darme por muerto en aguas rusas, pero ahora me ve aquí, enfrente de ella, y sabe que toda la maldita Cúpula ha caído ya en manos de Faraday.
– Hola, Shiva. Cuánto tiempo...
Aún faltan días para que recupere mi clásica perilla, pero visto lo visto, ella no tendría problemas para reconocerme aunque me disfrazara de Batman.
– Le dije a Mayashi que no estarías solo – me responde, con la indiferencia de quien habla del tiempo –, que toda la maldita Liga de la Justicia vendría a recatarte. Hice bien en largarme a tiempo. ¿Quieres un café?
– No, gracias. No voy a quedarme mucho. Sé lo que llevas en el maletín: el auténtico organigrama de La Cúpula, que tomaste del cadáver de mi amigo Roger Martin.
– No seas melodramático, Oliver. Tú mismo me has obligado a esto, haciendo público todo el montaje. Martin introdujo una espía en La Cúpula, haciéndose pasar por prostituta, y averiguó todo el engaño: que Leo Mayashi trabajaba realmente para la Casa Blanca.. No le dio tiempo al pobre espía a informar al MI6, pero sí a ocultar los documentos en un cofre que sepultó en el fondo de un canal en Venecia, y que yo tuve que rescatar. El Servicio Secreto Británico me contrató para esclarecer la pérdida de su agente, y el plan era entregarles una falsificación de los documentos originales, exculpando a Luthor de la trama. Pero ahora, gracias a tu intervención, eso es imposible...
– Y pretendes entregarles los verdaderos, adjudicándote los asesinatos de Mayashi y Catseye.
– ¿Y qué puedo hacer? Londres ya sabe que Luthor estaba detrás de todo, y de momento, hasta que se calmen las aguas, no es bueno que regrese a los Estados Unidos. Necesito un padrino, Ollie, y el Gobierno Británico hará bien ese papel.
– ¡Je! ¿Sabes una cosa? Llegué a hablar con Faraday para protegerte, para que no acabaran contigo en el asalto a La Cúpula. Soy un idiota, y tú te aprovechaste. Nuestro encuentro en Venecia fue el momento ideal para manipularme, ¿no es cierto?
– Bueno... no me culpes por querer salir viva del tiroteo...
– ¿Y eso incluye descubrirme ante Mayashi? Por tu culpa estuve a punto de morir en ese submarino, y toda la operación habría fracasado. ¿Te parecería bien?
Baja la vista, quiero pensar que avergonzada, y cuando vuelve a mirarme, sus ojos son fríos como el mismo hielo.
– Oliver, tienes que romper tus lazos conmigo. Yo no te guardo ninguna lealtad. Soy una mercenaria, sirvo sólo a la causa que me paga, y no respeto a otro hombre más que al que pueda derrotarme, y únicamente hasta que aprendo lo suficiente de él para acabar con su vida. Y tú... ni me pagas ni puedes vencerme. ¿Por qué deberías importarme lo más mínimo?
– ¿Y todo lo que hemos pasado juntos? Hace años...
– ¡Oh, vamos, Ollie! ¿Aún no lo has superado? Fue una bonita aventura, y no me arrepiento, pero los dos hemos cambiado demasiado desde entonces, el mundo ha cambiado, y no queda nada de esa época.
– Yo sigo siendo el mismo.
– Eres un soñador, pero no es mi culpa. Has visto suficiente muerte y dolor a tu alrededor para volverte un cínico, pero aun así prefieres continuar en tu rol del eterno rebelde sin causa. Muy bien, Ollie, pero no pretendas reclutar a los demás. Dean murió hace mucho...
– ¿Y acaso ahora el mundo está mejor? Los ideales han pasado de moda, los revolucionarios somos bichos raros, pero la gente sigue necesitándonos. ¿O es que ahora ya no hay pobreza, y nadie sufre? No, es mucho mejor mirar para otro lado, y dejar que cada uno haga lo que quiera. Y matar por dinero...
Sonríe, y baja la mirada. No le gusta que nadie la juzgue.
– ¿Y qué esperas que haga? ¿Tú me devolverías al lado bueno, Ollie? ¿Dónde? ¿Me buscarías trabajo en una pizzería, o vendiendo móviles?
– Faraday dijo lo mismo de ti. Veis el mundo en blanco y negro, pero todos merecemos una segunda oportunidad.
– Sí, desde luego tu amigo Faraday me la daría: en vez de matar para otros, querría que matara para él. No es tan sencillo, Ollie. Tú eres el único que lo ve de otra manera.
– Porque cuando yo te miro, lo que veo es a aquella muchacha inocente y optimista que quería recorrer todo el mundo, y descubrir quién había matado a su hermana. Porque incluso entonces no había rencor en ti, Shiva, ni esa rabia mal dirigida contra todos. Matas por dinero porque no te importa la vida de nadie, y la que menos te importa es la tuya.
– ¿Qué quieres, psicoanalizarme? Haberte acostado conmigo un par de veces no te da derecho a eso.
– Tengo lo nuestro en más consideración que sólo dos polvos...
Me mira fijamente, y bucea en mis ojos. Sabe que soy su única oportunidad para otra vida, su tabla de salvación.
Finalmente, rehuye mi mirada, al tiempo que la suya se llena de lágrimas.
– Tú no lo entiendes, Ollie. Tú escapaste a tiempo. A ti no te entrenó la Liga de Asesinos para convertirte en el arma perfecta. No te enseñaron que no importa nada más que tu propio poder. Que la vida, la muerte, el amor o la dignidad son sólo anécdotas a lo largo de los años. Estoy acostumbrada a utilizar a los demás para lograr mis fines, a manipular sus sentimientos y destrozar sus vidas, y no es fácil romper esas viejas costumbres. No me pesa lo que llevo hecho todos estos año, no me arrepiento, pero sí me duele saber que no me queda otra opción.
– Pues haz algo para cambiarlo.
Agarro su mano con fuerza, la observo intensamente. Quiero transmitirle toda la esperanza y la voluntad que siento en mi pecho.
– Confía en mí, Sandra. Podemos lograrlo. Encontrar la dulzura que sé que hay en ti. Huir juntos de todo, y averiguar quiénes somos de verdad
Retira la mano, y por sus mejillas corren lágrimas frías.
– No. Nunca más. Puedo darte mi cuerpo, pero nunca más mi alma. Llegas diez años tarde...
Silencio.
Un duro y correoso silencio.
Hay verdad en sus palabras, y mucha sinceridad en sus ojos. Sabe que soy su única oportunidad para otra vida, pero está dispuesta a dejarla pasar. Quizá ya no quede nada de Sandra Woosan, y con quien estoy hablando sea sólo Lady Shiva. Quizá la enseñaron tan bien que ahora está prisionera de su nuevo yo, y no sabe actuar de otra manera. De un modo u otro, rehuye la mano que le tiendo.
– ¿Es tu última palabra?
– Sí, por desgracia.
– Bien – rebusco en el bolsillo interior de mi chaqueta, y lo deslizo hacia ella sobre la mesa. El billete de avión que la alejará de mí para siempre –. Toma esto y márchate. Es un vuelo a México que sale en dos horas. Tengo la promesa del CBI de que nadie te perseguirá si dejas el trabajo. Sé que has ahorrado suficiente dinero para vivir con todos los lujos por el resto de tus días. Es la única salida...
– ¿Es que nunca te cansarás de salvarme?
– No lo entiendes. Faraday ha hablado con Londres. Saben que tú eras la mano derecha de Mayashi, y que tú mataste a Roger. La cita que han concertado contigo es una trampa. Si no coges este vuelo, sólo te esperan la cárcel, la deportación y la pena de muerte.
De pronto, su rostro se vuelve gélido e inexpresivo. Sabe que está atrapada. Nunca en los diez años que lleva de carrera había logrado nadie perjudicarla de esta forma, ni siquiera Batman. Coge el billete, y lo guarda en el bolso. Se pone en pie, y oculta las lágrimas tras sus gafas de sol.
– Eres bueno para este trabajo, Ollie, pero te falla una cosa: tienes sentimientos. Así que lárgate mientras puedas, antes de que te los quiten. Vuelve a tu ciudad, y nunca dejes de ser el rebelde sin causa, ¿de acuerdo?
– No te preocupes. Allí estaré. Ven a verme cuando quieras.
Sonríe, con toda la dulzura de antaño, y se marcha. Sin mirar nunca para atrás.
Me dejó el maletín, como un sucio recuerdo de una mala misión. La cerradura se abre con un código de tres letras. Durante el viaje en taxi de regreso al hotel, jugueteo con todas las posibilidades que se me ocurren. Finalmente, doy con el código correcto: “OJQ”.
Mis iniciales...
Interludio: Una parábola
Cuenta un relato popular africano que en las orillas del río Níger, vivía una rana muy generosa. Cuando llegaba la época de las lluvias ella ayudaba a todos los animales que se encontraban en problemas ante la crecida del río. Cruzaba sobre su espalda a los ratones, e incluso a alguna nutritiva mosca a la que se le mojaban las alas impidiéndole volar. Pues su generosidad y nobleza no le permitían aprovecharse de ellas en circunstancias tan desiguales.
También vivía por allí un escorpión, que cierto día le suplicó a la rana:
«Deseo atravesar el río, pero no estoy preparado para nadar. Por favor, hermana rana, llévame a la otra orilla sobre tu espalda»
La rana, que había aprendido mucho durante su larga vida, llena de privaciones y desencantos, respondió enseguida:
«¿Que te lleve sobre mi espalda? ¡Ni pensarlo! ¡Te conozco lo suficiente para saber que si lo hago, me inyectarás un veneno letal y moriré!»
El inteligente escorpión le dijo:
«No digas estupideces. Ten por seguro que no te picaré. Porque si así lo hiciera, tú te hundirías en las aguas y yo, que no sé nadar, perecería ahogado».
La rana se negó al principio, pero la incuestionable lógica del escorpión fue convenciéndola... y finalmente aceptó. Lo cargó sobre su resbaladiza espalda, donde él se agarró hábilmente, y comenzaron la travesía del río Níger.
Todo iba bien. La rana nadaba con soltura a pesar de sostener sobre su espalda al escorpión. Poco a poco fue perdiendo el miedo a aquel animal que transportaba.
Llegaron a mitad del río. Atrás había quedado una orilla. Frente a ellos se divisaba aquélla que debían alcanzar. La rana sorteó un remolino...
Fue aquí, y de repente, cuando el escorpión picó a la rana. Ella sintió un dolor agudo y percibió cómo el veneno se extendía por todo su cuerpo. Comenzaron a fallarle las fuerzas y su vista se nubló. Mientras se ahogaba, le quedaron fuerzas para gritarle al escorpión:
«¡Lo sabía!. Pero... ¿Por qué lo has hecho?».
El escorpión respondió:
«No puedo evitarlo. Es mi naturaleza»
Y juntos desaparecieron en medio del remolino mientras se ahogaban en las profundas aguas del río Níger.
Supongo que la rana, que debo ser yo, tampoco pudo evitarlo. Del mismo modo, también es su naturaleza.
Quinto epílogo: Mi ciudad
Me recuesto en el asiento, y me relajo.
Por fin. Por fin ha terminado. Mi gran aventura, mi gran tormento, la historia de La Cúpula y Leo Mayashi, acaba aquí. Todos sus miembros destacados han muerto o están bajo vigilancia, y todas sus bases secretas han sido desmanteladas. He ganado, ha ganado el CBI de King Faraday, pero sobre todo, ha ganado la justicia. Y eso es algo que, en el mundillo del espionaje y el crimen internacional, puede decirse pocas veces.
Entorno los ojos, y relego todo lo que ha pasado al archivo de los recuerdos menos importantes. Es el mayor desprecio que puedo hacer a esa gente.
De pronto, una voz por megafonía me despierta:
Pero, ¿qué otra cosa podías hacer? Mayashi está muerto, él, que durante años ha sido tu protector, tu mecenas. Y ahora estás solo, condenadamente solo, y perseguido por uno de los mayores poderes del mundo. Sí, desde luego, necesitabas que la carta fuera auténtica.
Fuiste a la reunión, y no eras el único. Cinco, ocho, diez hombres misteriosos empezaron a emerger de las sombras, y a todos los conocías.
– Soullier... Lamont... Brody... Kamura... ¿vosotros sois los responsables de esto?
Influyentes mafiosos, poderosos hombres de negocios, que en otro tiempo habían hecho tratos con La Cúpula, y que ahora vivían ocultos, protegidos de la horrible tormenta. ¿Podían haber organizado ellos este asunto, esta huida de emergencia...?
Pero no había conocimiento en sus ojos, más bien sorpresa, expectación, igual que en los tuyos. Y en sus manos, la misma carta de aviso, escrita con tinta verde. Es entonces cuando un escalofrío te recorre la espalda, porque sabes que es una trampa. Y es entonces cuando resuena la voz en aquel solar abandonado:
– ¡Quietos todos, en nombre de la Interpol y del Gobierno americano!
Explotaron bombas de humo, y un denso gas lacrimógeno llenó el local. Todos se ahogaban, tosían, lloriqueaban como niños, y se rendían enseguida. Sólo tú, por hallarte más cerca de la puerta, lograste salir a tiempo, escapar del enemigo, y echaste a correr avenida adelante. Correr. Correr...
Aún puedes conseguirlo. No importa que las rodillas te flaqueen, el sudor te ciegue los ojos, o los pulmones te ardan como carbones encendidos. Lo fundamental es que aún conservas tu millón de dólares, y enfrente tuyo está la maldita estación de tren, y si alcanzas alguno, el que sea, adonde vaya, nunca nadie podrá localizarte.
Corre. Corre.
Estás a punto de conseguirlo, de llegar. Tan cerca, tan cerca...
Abres la puerta de un empujón, y entras al lujoso vestíbulo. Estás aquí. Por fin. Respira, recupera el aliento. Llegas a la taquilla, y sabes que vas a poder escapar.
– Q... Qui... Quiero un... billete...
– ¿Para dónde, señor? – responde un anodino funcionario, visiblemente sorprendido por tu estado.
– ¿Cuál... cuál es el próximo?
– El tren para Burdeos, señor.
– Bien... Muy bien... Uno, por favor.
Coges el billete ansioso, como el náufrago se agarra a un salvavidas, y sonríes, ya más tranquilo. Estás seguro. En apenas veinte minutos habrás subido a un tren que te llevará a la salvación, y tus enemigos quedarán con un palmo de narices.
Algún día... Algún día les devolverás esto, sangre por sangre.
Necesitas ir al baño. Tienes que lavarte las manos, la cara, recuperar la compostura. Y de paso, decides vaciar la vejiga.
Aaaaaaaaaah!! Qué alivio, ¿verdad? Aunque sólo sea de pie frente a un modesto urinario de una estación de tren, pero de momento te sirve. Pues se te va a acabar lo bueno...
De pronto, una mano gigantesca te agarra por la nuca, y te impacta contra la pared. El golpe abre una brecha enorme en tu cabeza, y rompe un azulejo. Te vuelves, sorprendido, y un puño te acierta en la mandíbula, arrojándote al suelo, y casi partiéndola en dos. El dolor te recorre por entero.
Y entonces ves a tu enemigo: un hombre alto y espigado, cuarentón, blanco americano, rubio, con una delicada perilla de antiguo noble medieval. Viste una sencilla gabardina gris sobre un modesto traje marrón, y te observa con una sonrisa divertida.
Yo. El loco de las flechas, el maldito héroe americano. Y tu eterna condena, Le Fay...
Aún intentas sacar tu pistola de la funda, pero una patada la arroja fuera de tu alcance. Consigues girar sobre tu hombro derecho y ponerte en pie, y me observas furioso. Sabes que no llevo armas encima, porque soy un gran superhéroe americano, todo honor y justicia, pero tampoco me hacen falta. Sabes que en una pelea no llevas las de ganar.
Así que intentas huir, te das media vuelta y corres hacia la salida. Pero yo te alcanzo. Salto sobre ti, agarro tu cabeza y la golpeo contra la puerta, y luego te clavo una rodilla en el costado. Es una lucha sucia, cruel, más propia de pandilleros y duelos por el control de una calle. Lanzas un codo hacia atrás, y me golpeas en la sien izquierda. El dolor me hace perder el agarre, y aprovechas para torturar mis tripas. Eres un cerdo, Le Fay, y no vas a salir con bien de ésta.
En ese momento ocurre lo más importante de toda la pelea. Estoy indefenso, dolorido, y la ventaja es tuya. Pero, cuando podías haber corrido hacia la puerta y asegurar tu huida, prefieres saltar hacia la pistola, e intentar matarme. Ése es tu error, francés, y tu sentencia.
En cuanto veo lo que pretendes, mis manos se mueven automáticamente, en un acto inconsciente y aprendido: la izquierda hacia el arco plegable bajo la axila contraria, la diestra saca una flecha del diminuto carcaj oculto en mi espalda. En menos de un segundo, las plumas se pegan a la cuerda, apunto y estiro sin pensar, y disparo.
La pequeña flecha de color verde se hunde entre tus costillas, en el lado izquierdo. Gruñes, y agonizas sobre las baldosas. Tus ojos me observan llenos de sorpresa.
– Las órdenes eran capturaros con vida, pero no me has dejado otra opción. Debiste juzgarme mejor, Le Fay...
Y al fin te rindes, sin decir palabra, y te mueres. No me alegra, pero no voy a llorar.
Pulso un botón secreto en mi reloj de pulsera, activando la alarma para mis nuevos amigos, y tres agentes del CBI entran corriendo por la puerta. Sólo para hacer limpieza. Los mismos que estaban bloqueando la entrada.
¿Sabes una cosa, Le Fay? Si hubieras intentado escapar del aseo, te habrías encontrado la puerta cerrada. Eso me permitiría alcanzarte por detrás, y dejarte inconsciente. Capturarte con vida.
Ésa fue tu elección en este día: vida o muerte. Y ya sé lo que preferiste, por desgracia.
Me arranco la falsa perilla, igual a la mía que aún no ha crecido, y me pierdo entre los viajeros que acuden a la estación. Los agentes me observan, mientras cuelgan un cartel de “Aseo estropeado. Disculpen las molestias”. Les queda mucho trabajo por delante.
Yo, por mi parte, empiezo a dejar las cosas mucho más claras.
Tercer epílogo: El acromegálico
Frío. Viento. Neblina. La noche cae sobre Moscú.
El ancestral hogar de Josef Stalin se oculta vergonzoso tras una tupida cortina de niebla, y sólo los ojos avezados pueden adivinar la bella imagen de sus torres, sus minaretes, sus doradas cúpulas y agujas.
Aunque, para Igor Krelenko, la belleza hace tiempo que desapareció de su vida. Esos ojos, duros y fríos como el acero, no contemplan ya más que sangre y muerte, crueldad y daño, destrucción. Y hoy, descubriendo borrosa su ciudad natal, a través de la ventanilla empañada de su jet privado, ya no se parece en nada a aquel débil muchachito que huyó, en plena noche, veinte años atrás.
Hoy es un poderoso señor de la nueva mafia rusa, dueño de un gran negocio de transporte por carretera, y de una numerosa red de locales de fiesta, que han resultado la sensación de esa moderna burguesía rica que ahora reniega del antiguo comunismo en que nacieron. No es gustoso que un gobierno, del signo que sea, venga a decirte lo que tienes que hacer con el dinero que has robado a la sociedad. Krelenko es un experto en reconocer eso, y en darle a una población ávida de lujos todo lo que antiguos regímenes les negaron. Y se ha hecho inmensamente rico a su costa.
Ahora, sin embargo, es momento de ocultarse, y esperar a tiempos mejores. Muchos amigos de Krelenko han sufrido duros golpes en estos últimos días, y él no quiere ser el próximo. La Cúpula, la todopoderosa organización internacional que ha puesto en jaque a diversos gobiernos por medio mundo, acaba de ser desarticulada, hundida, destrozada. El nefasto CBI, la más secreta y desconocida agencia de espionaje a las órdenes del Pentágono, ha empezado una guerra cruel contra ellos, y no tiene ningún problema en no tomar prisioneros. Desde magnates de las telecomunicaciones japonesas al gabinete presidencial americano, todos están cayendo, uno a uno, y sin piedad. Muertos, heridos, arrestados,... al CBI poco le importa. Y si hasta el duro Mayashi ha caído en sus garras, Krelenko no sería mucho reto para ellos...
El avión aterriza en un pequeño aeropuerto secreto, y un modesto coche de alquiler le aguarda, para perderse en la noche. Circulará por carretera, a salvo de controles y vigilancia, hasta algún diminuto pueblecito del sur, donde nadie irá a buscarle. Y algún día, dentro de seis meses o un año, cuando ya nadie se acuerde de él, y los ánimos se hayan enfriado, Igor Krelenko resurgirá de sus cenizas. Y el mundo volverá a temblar al oír su nombre.
Si yo no puedo evitarlo.
El piloto guía el pequeño avión sin enseñas hasta un modesto y ruinoso hangar, que en otro tiempo fue usado de manera habitual por los vuelos privados de altos cargos del Ejército soviético, y que hoy quiere parecer abandonado. Aunque la organización de Krelenko lleva años haciendo buen uso de él. Basta con guardar las apariencias, mantener los guardias armados dentro del hangar, y eliminar rápidamente cualquier rastro o prueba de su presencia allí, incluyendo el avión, los coches, y hasta los alimentos que cenaron. Están bien acostumbrados. Las grandes mafias llevan décadas sobreviviendo así, a cobijo de los intentos de cualquier Gobierno por desarticularlos. Sólo que ahora les importa menos que se sepa.
El jet frena suavemente al cruzar las puertas, y la engrasada maquinaria se pone en marcha: dos técnicos cierran tras él, devolviendo al hangar su habitual aspecto deshabitado, y mientras, el resto de ellos prepara el descenso de su amo. Una ancha puerta se abre en el costado del avión, desplegando una escalerilla metálica, y allí está al fin. Igor Krelenko. El jefazo, el dueño y señor de la oscura mafia que soportaba los cimientos de Doomu, y uno de los mayores criminales impunes del mundo.
Un gigantesco acromegálico vestido con trajes de París.
Krelenko otea el panorama, revisa a sus hombres con un solo vistazo, y al comprobar que todo es seguro, baja del avión. Está contento, risueño, orgulloso de la enorme habilidad que ha demostrado siempre para huir de todos su enemigos. Hasta hoy.
Recorre la pista con paso seguro, confiado, dejándose adular por sus nerviosos subordinados, y entra en el coche que le aguarda. El coche que le llevará a su refugio seguro en el campo, y a una nueva vida. El coche en el que yo mismo le espero.
– Me alegra verle de nuevo, señor Connelly – y me da un fuerte apretón de manos, con una de esas enormes zarpas que tiene al final de los brazos –. Es una verdadera suerte que lográramos sacarle de aquel terrible apuro en el submarino de mi amigo.
– Bueno... la verdad es que ha sido una experiencia bastante desagradable. ¡Nadie me dijo que fuéramos a ser atacados por la Liga de la Justicia y el Ejército de los USA en pleno!
– ¡Era algo impensable! La Cúpula era una organización completamente segura, que llevaba años operando sin errores por todo el mundo.
– Pues ahora ha cometido el primero. Y por su culpa, he sido fichado en América.
– Lo sé, y lo siento. Por eso hemos intentado resarcir nuestra deuda con usted, pagando al abogado que lo sacó de prisión, y facilitando ahora su fuga al sudeste asiático, donde mi organización se ocupará de que viva con todos los lujos, hasta que el asunto se calme.
– Se lo agradezco. Y no tendré ningún problema en aceptar su amabilidad. Unas vacaciones pagadas en Tailandia me vendrán bien para relajarme. De todas formas, hay varios trabajos de ciertos altos cargos americanos que no sé si cogeré...
– Le entiendo. Con la desaparición de La Cúpula, la Administración Luthor se ha quedado sin sus ejecutores personales, y ahora hay mucha demanda de asesinos eficientes y discretos.
– Por eso. No creo que aguante mucho la inactividad, realmente...
Todo sale a la perfección.
El viejo auto se pierde entre los áridos campos de cosechas pobres, y Krelenko y yo nos hacemos amigos íntimos.
El plan es genial: conservo mi identidad como Tom Connelly, asesino a sueldo y mercenario a demanda, que resultó detenido durante el ataque de King Faraday al submarino de Doomu, y sólo gracias a la intervención de Igor Krelenko he podido librarme de los cargos. Ahora, él y yo somos grandes amigos, y cumpliré bien con la misión de infiltrarme en su mafia. Cuando menos se lo espere, el CBI estará ya informado de todos sus contactos y operaciones, y cuando lance la red, ningún pececito podrá escaparse.
Pero hay que hacerlo bien. Llegamos por carreteras secundarias hasta un pequeño cruce mal señalizado, donde aguarda un furgón sin luces ni ruidos. Nos detenemos a su lado, y Krelenko vuelve a tomar la palabra.
– Amigo Connelly, ahora tenemos que volver a separarnos. Esos hombres te llevarán hasta otro de mis aeropuertos privados, en el sur, donde podrás pasar la noche. Y mañana, vuelo directo a Tailandia, donde serás recibido como un rey. Todos tus deseos, por sucios e inconfesables que te parezcan, serán cumplidos. Y desde ese momento, serás un hombre libre. Sin pasado, y sin que nadie pueda encontrarte. Libre de decidir tu futuro. Si entonces quieres volver a América y a tu trabajo de asesino, por mí perfecto. Siempre podrás volver con nosotros...
– Te lo agradezco, de verdad. Es posible que acepte algún encargo, pero siempre sabré a quién debo mi libertad. Eres un buen amigo, Krelenko, y siempre estaré en deuda contigo. Si alguna vez necesitas algo, cualquier favor que esté en mi mano, no dudes en pedírmelo.
Sonríe, y sella nuestra amistad con un nuevo apretón. Salgo del coche, y entro en la modesta furgoneta, donde me reciben cuatro mercenarios rusos armados. Son tipos duros, acostumbrados a las penurias y la sangre, pero me muestran respeto. El coche se va.
Por un segundo, me siento despreciable. No es nada fácil introducirse en una organización para luego venderles al enemigo: tienes que tener muy claras tus prioridades, y tu moral.
Yo las tengo. Soy un superhéroe, y miembro de la Liga de la Justicia, aunque ahora esté realizando un trabajo encubierto. Y los hombres y mujeres entre los que me encuentro son lo más bajo y ruin que puede haber en la especie humana: asesinos a sueldo, ejecutores por encargo, a los que no importan nada ni los ideales ni la razón. Sólo quieren dinero.
Pero eso no significa que no me duela traicionarlos. En el fondo, son como una familia, cuidan de los suyos, y vengan sus afrentas. Y a mí tampoco es que a mí me entusiasme la traición, aunque sea a esta gentuza.
Mejor no pensar más en eso. Me quedan por delante unos cuantos días de vacaciones en Tailandia, hasta que Faraday se haga pasar por un alto cargo del Pentágono ofreciéndome un trabajo de eliminación, y me saque de allí.
Creo que voy a disfrutar de esta parte concreta de la misión...
Cuarto epílogo: La asesina
Londres, ocho de la mañana.
Unos rayos grises y tibios asoman perezosos por detrás de los altos bloques de cemento, ahuyentando las sombras de la noche, pero no su frío húmedo, que cala en los huesos.
Sola, en una pequeña mesita en la terraza de un bar, bebiendo una tacita de café que le caliente el estómago, una hermosa mujer de rasgos orientales contempla el infinito. Viste un elegante traje de chaqueta francés, pero sus ojos felinos demuestran que es mucho más que eso. Su nombre es Lady Shiva, la única de mis enemigos que ha salido impune, y en el maletín de cuero negro sobre la silla a su lado guarda los documentos que pueden destruir toda Europa Occidental. Maldita mujer...
Espía, mercenaria, asesina. Heroína y villana. Y hasta ahora, mi talón de Aquiles.
– Buenos días, Oliver.
Sonríe al levantar la cabeza, cuando ve cómo me acerco y me siento a su lado. No hay sorpresa en sus ojos, pero estoy convencido de que sí la hay en su cerebro. Debió darme por muerto en aguas rusas, pero ahora me ve aquí, enfrente de ella, y sabe que toda la maldita Cúpula ha caído ya en manos de Faraday.
– Hola, Shiva. Cuánto tiempo...
Aún faltan días para que recupere mi clásica perilla, pero visto lo visto, ella no tendría problemas para reconocerme aunque me disfrazara de Batman.
– Le dije a Mayashi que no estarías solo – me responde, con la indiferencia de quien habla del tiempo –, que toda la maldita Liga de la Justicia vendría a recatarte. Hice bien en largarme a tiempo. ¿Quieres un café?
– No, gracias. No voy a quedarme mucho. Sé lo que llevas en el maletín: el auténtico organigrama de La Cúpula, que tomaste del cadáver de mi amigo Roger Martin.
– No seas melodramático, Oliver. Tú mismo me has obligado a esto, haciendo público todo el montaje. Martin introdujo una espía en La Cúpula, haciéndose pasar por prostituta, y averiguó todo el engaño: que Leo Mayashi trabajaba realmente para la Casa Blanca.. No le dio tiempo al pobre espía a informar al MI6, pero sí a ocultar los documentos en un cofre que sepultó en el fondo de un canal en Venecia, y que yo tuve que rescatar. El Servicio Secreto Británico me contrató para esclarecer la pérdida de su agente, y el plan era entregarles una falsificación de los documentos originales, exculpando a Luthor de la trama. Pero ahora, gracias a tu intervención, eso es imposible...
– Y pretendes entregarles los verdaderos, adjudicándote los asesinatos de Mayashi y Catseye.
– ¿Y qué puedo hacer? Londres ya sabe que Luthor estaba detrás de todo, y de momento, hasta que se calmen las aguas, no es bueno que regrese a los Estados Unidos. Necesito un padrino, Ollie, y el Gobierno Británico hará bien ese papel.
– ¡Je! ¿Sabes una cosa? Llegué a hablar con Faraday para protegerte, para que no acabaran contigo en el asalto a La Cúpula. Soy un idiota, y tú te aprovechaste. Nuestro encuentro en Venecia fue el momento ideal para manipularme, ¿no es cierto?
– Bueno... no me culpes por querer salir viva del tiroteo...
– ¿Y eso incluye descubrirme ante Mayashi? Por tu culpa estuve a punto de morir en ese submarino, y toda la operación habría fracasado. ¿Te parecería bien?
Baja la vista, quiero pensar que avergonzada, y cuando vuelve a mirarme, sus ojos son fríos como el mismo hielo.
– Oliver, tienes que romper tus lazos conmigo. Yo no te guardo ninguna lealtad. Soy una mercenaria, sirvo sólo a la causa que me paga, y no respeto a otro hombre más que al que pueda derrotarme, y únicamente hasta que aprendo lo suficiente de él para acabar con su vida. Y tú... ni me pagas ni puedes vencerme. ¿Por qué deberías importarme lo más mínimo?
– ¿Y todo lo que hemos pasado juntos? Hace años...
– ¡Oh, vamos, Ollie! ¿Aún no lo has superado? Fue una bonita aventura, y no me arrepiento, pero los dos hemos cambiado demasiado desde entonces, el mundo ha cambiado, y no queda nada de esa época.
– Yo sigo siendo el mismo.
– Eres un soñador, pero no es mi culpa. Has visto suficiente muerte y dolor a tu alrededor para volverte un cínico, pero aun así prefieres continuar en tu rol del eterno rebelde sin causa. Muy bien, Ollie, pero no pretendas reclutar a los demás. Dean murió hace mucho...
– ¿Y acaso ahora el mundo está mejor? Los ideales han pasado de moda, los revolucionarios somos bichos raros, pero la gente sigue necesitándonos. ¿O es que ahora ya no hay pobreza, y nadie sufre? No, es mucho mejor mirar para otro lado, y dejar que cada uno haga lo que quiera. Y matar por dinero...
Sonríe, y baja la mirada. No le gusta que nadie la juzgue.
– ¿Y qué esperas que haga? ¿Tú me devolverías al lado bueno, Ollie? ¿Dónde? ¿Me buscarías trabajo en una pizzería, o vendiendo móviles?
– Faraday dijo lo mismo de ti. Veis el mundo en blanco y negro, pero todos merecemos una segunda oportunidad.
– Sí, desde luego tu amigo Faraday me la daría: en vez de matar para otros, querría que matara para él. No es tan sencillo, Ollie. Tú eres el único que lo ve de otra manera.
– Porque cuando yo te miro, lo que veo es a aquella muchacha inocente y optimista que quería recorrer todo el mundo, y descubrir quién había matado a su hermana. Porque incluso entonces no había rencor en ti, Shiva, ni esa rabia mal dirigida contra todos. Matas por dinero porque no te importa la vida de nadie, y la que menos te importa es la tuya.
– ¿Qué quieres, psicoanalizarme? Haberte acostado conmigo un par de veces no te da derecho a eso.
– Tengo lo nuestro en más consideración que sólo dos polvos...
Me mira fijamente, y bucea en mis ojos. Sabe que soy su única oportunidad para otra vida, su tabla de salvación.
Finalmente, rehuye mi mirada, al tiempo que la suya se llena de lágrimas.
– Tú no lo entiendes, Ollie. Tú escapaste a tiempo. A ti no te entrenó la Liga de Asesinos para convertirte en el arma perfecta. No te enseñaron que no importa nada más que tu propio poder. Que la vida, la muerte, el amor o la dignidad son sólo anécdotas a lo largo de los años. Estoy acostumbrada a utilizar a los demás para lograr mis fines, a manipular sus sentimientos y destrozar sus vidas, y no es fácil romper esas viejas costumbres. No me pesa lo que llevo hecho todos estos año, no me arrepiento, pero sí me duele saber que no me queda otra opción.
– Pues haz algo para cambiarlo.
Agarro su mano con fuerza, la observo intensamente. Quiero transmitirle toda la esperanza y la voluntad que siento en mi pecho.
– Confía en mí, Sandra. Podemos lograrlo. Encontrar la dulzura que sé que hay en ti. Huir juntos de todo, y averiguar quiénes somos de verdad
Retira la mano, y por sus mejillas corren lágrimas frías.
– No. Nunca más. Puedo darte mi cuerpo, pero nunca más mi alma. Llegas diez años tarde...
Silencio.
Un duro y correoso silencio.
Hay verdad en sus palabras, y mucha sinceridad en sus ojos. Sabe que soy su única oportunidad para otra vida, pero está dispuesta a dejarla pasar. Quizá ya no quede nada de Sandra Woosan, y con quien estoy hablando sea sólo Lady Shiva. Quizá la enseñaron tan bien que ahora está prisionera de su nuevo yo, y no sabe actuar de otra manera. De un modo u otro, rehuye la mano que le tiendo.
– ¿Es tu última palabra?
– Sí, por desgracia.
– Bien – rebusco en el bolsillo interior de mi chaqueta, y lo deslizo hacia ella sobre la mesa. El billete de avión que la alejará de mí para siempre –. Toma esto y márchate. Es un vuelo a México que sale en dos horas. Tengo la promesa del CBI de que nadie te perseguirá si dejas el trabajo. Sé que has ahorrado suficiente dinero para vivir con todos los lujos por el resto de tus días. Es la única salida...
– ¿Es que nunca te cansarás de salvarme?
– No lo entiendes. Faraday ha hablado con Londres. Saben que tú eras la mano derecha de Mayashi, y que tú mataste a Roger. La cita que han concertado contigo es una trampa. Si no coges este vuelo, sólo te esperan la cárcel, la deportación y la pena de muerte.
De pronto, su rostro se vuelve gélido e inexpresivo. Sabe que está atrapada. Nunca en los diez años que lleva de carrera había logrado nadie perjudicarla de esta forma, ni siquiera Batman. Coge el billete, y lo guarda en el bolso. Se pone en pie, y oculta las lágrimas tras sus gafas de sol.
– Eres bueno para este trabajo, Ollie, pero te falla una cosa: tienes sentimientos. Así que lárgate mientras puedas, antes de que te los quiten. Vuelve a tu ciudad, y nunca dejes de ser el rebelde sin causa, ¿de acuerdo?
– No te preocupes. Allí estaré. Ven a verme cuando quieras.
Sonríe, con toda la dulzura de antaño, y se marcha. Sin mirar nunca para atrás.
Me dejó el maletín, como un sucio recuerdo de una mala misión. La cerradura se abre con un código de tres letras. Durante el viaje en taxi de regreso al hotel, jugueteo con todas las posibilidades que se me ocurren. Finalmente, doy con el código correcto: “OJQ”.
Mis iniciales...
Interludio: Una parábola
Cuenta un relato popular africano que en las orillas del río Níger, vivía una rana muy generosa. Cuando llegaba la época de las lluvias ella ayudaba a todos los animales que se encontraban en problemas ante la crecida del río. Cruzaba sobre su espalda a los ratones, e incluso a alguna nutritiva mosca a la que se le mojaban las alas impidiéndole volar. Pues su generosidad y nobleza no le permitían aprovecharse de ellas en circunstancias tan desiguales.
También vivía por allí un escorpión, que cierto día le suplicó a la rana:
«Deseo atravesar el río, pero no estoy preparado para nadar. Por favor, hermana rana, llévame a la otra orilla sobre tu espalda»
La rana, que había aprendido mucho durante su larga vida, llena de privaciones y desencantos, respondió enseguida:
«¿Que te lleve sobre mi espalda? ¡Ni pensarlo! ¡Te conozco lo suficiente para saber que si lo hago, me inyectarás un veneno letal y moriré!»
El inteligente escorpión le dijo:
«No digas estupideces. Ten por seguro que no te picaré. Porque si así lo hiciera, tú te hundirías en las aguas y yo, que no sé nadar, perecería ahogado».
La rana se negó al principio, pero la incuestionable lógica del escorpión fue convenciéndola... y finalmente aceptó. Lo cargó sobre su resbaladiza espalda, donde él se agarró hábilmente, y comenzaron la travesía del río Níger.
Todo iba bien. La rana nadaba con soltura a pesar de sostener sobre su espalda al escorpión. Poco a poco fue perdiendo el miedo a aquel animal que transportaba.
Llegaron a mitad del río. Atrás había quedado una orilla. Frente a ellos se divisaba aquélla que debían alcanzar. La rana sorteó un remolino...
Fue aquí, y de repente, cuando el escorpión picó a la rana. Ella sintió un dolor agudo y percibió cómo el veneno se extendía por todo su cuerpo. Comenzaron a fallarle las fuerzas y su vista se nubló. Mientras se ahogaba, le quedaron fuerzas para gritarle al escorpión:
«¡Lo sabía!. Pero... ¿Por qué lo has hecho?».
El escorpión respondió:
«No puedo evitarlo. Es mi naturaleza»
Y juntos desaparecieron en medio del remolino mientras se ahogaban en las profundas aguas del río Níger.
Supongo que la rana, que debo ser yo, tampoco pudo evitarlo. Del mismo modo, también es su naturaleza.
Quinto epílogo: Mi ciudad
Me recuesto en el asiento, y me relajo.
Por fin. Por fin ha terminado. Mi gran aventura, mi gran tormento, la historia de La Cúpula y Leo Mayashi, acaba aquí. Todos sus miembros destacados han muerto o están bajo vigilancia, y todas sus bases secretas han sido desmanteladas. He ganado, ha ganado el CBI de King Faraday, pero sobre todo, ha ganado la justicia. Y eso es algo que, en el mundillo del espionaje y el crimen internacional, puede decirse pocas veces.
Entorno los ojos, y relego todo lo que ha pasado al archivo de los recuerdos menos importantes. Es el mayor desprecio que puedo hacer a esa gente.
De pronto, una voz por megafonía me despierta:
« Atención, señores viajeros: Les rogamos que abrochen de nuevo sus cinturones de seguridad, y comprueben que su asiento se encuentra en posición vertical y su mesa plegada. Vamos a aterrizar en el aeropuerto internacional de Star City en breves minutos »
Star City. Mi hogar. Por fin. Llevo demasiado tiempo lejos de ella.
Miro por la diminuta ventanilla, y entre las tupidas nubes que aún nos separan, empiezo a adivinarla.
Lo primero que descubro es el Star Bridge, el más llamativo de los puentes colgantes de toda la Costa Oeste, con dos gigantescas torres que se hunden firmemente en las profundidades del río, coronada cada una por una gigantesca estrella dorada. Tal y como afirmaba su arquitecto, “De este modo, cuando el público visite nuestra ciudad, lo primero que aparecerá a sus ojos es el símbolo de nuestra forma de vida: las estrellas”. Tan hermoso, tan formidable... Aún me sorprende cada vez que lo veo.
Más allá, en el mismo corazón de la urbe, surge ante mí el grandioso Papp Stadium, el hogar de los Star City Rockets (¡por Dios, espero que ese chaval nuevo, Jace, pueda hacer algo más con su bateo, porque si no, este año estamos condenados!). Tengo que llevar un día a los chicos a ver un partido. Ya es hora de que su viejo les enseñe las verdades de la vida (¡y el béisbol es la más importante de todas!).
Después, la visión se vuelve turbia, cuando el accidentado panorama de los barrios llena toda la visión. El Triángulo, Lamb Valley, South End, los Glades, Orchid Bay, Adam Heights… mundos diferentes y enfrentados, en los que cinco millones de personas sobreviven a cada momento, en circunstancias y escenarios tan distintos como la noche y el día. Crimen, pobreza, delincuencia, marginalidad... Sí, vuelvo a mi ciudad, y hay mucho trabajo por delante. Flecha Verde va a tener unas cuantas noches moviditas a partir de ahora...
Sexto epílogo: Mi chica
– ¿Estás bien? – me pregunta sutilmente Dinah, en el viaje en coche de vuelta a casa.
– Aún estoy un poco mareado. Sabes que nunca me ha entusiasmado volar...
– Sí, siempre fuiste de estómago delicado. Al menos ahora podrás tomarte el descanso que te mereces. Faraday ya se ha encargado de todas las ramificaciones de La Cúpula, y tú de los jefazos, así que puedes descansar tranquilo.
– Sí, todos esos desgraciados han pagado por sus tejemanejes.
– Todos... excepto uno.
– ¿Uno? ¿Quién?
– El principal. El cerebro de todo esto. Luthor, por supuesto. ¿Qué has pensado para él?
– ¿Pensado? No te entiendo...
– ¿Va a quedar impune? ¿Es eso lo que habéis planeado Faraday y tú?
– ¿Y qué quieres que haga? Es el Presidente electo de los Estados Unidos. Ésa es la base de nuestra democracia. Está ahí porque el pueblo le ha votado, y precisamente los héroes debemos ser los que más respetemos eso. Si pudiera, lo sacaría del Despacho Oval a patadas, y luego le destrozaría la cabeza... pero no puedo, así que tendré que aguantarme. Pero ten por seguro que estaré ahí cuando caiga, y seré el primero en clavar la tapa de su ataúd.
Respiro hondo, y me relajo. Lo último que quiero ahora es discutir con ella, y menos por política.
– ¿Pajarito? Hay algo... de lo que deberíamos hablar.
– Sé lo que es... y no me importa.
– Dinah, creo que es importante. Tenemos que hablar sobre Shiva.
– Sabes lo que pienso de ella, y sé que os acostasteis, así que no hay nada más que decir.
– Dinah... por favor... déjame explicártelo...
– No tienes que explicarme nada, Ollie. Hace tiempo que no somos pareja, y puedes hacer con tu cuerpo lo que quieras. Eres un hombre adulto, y entiendo que quieras estar con alguna mujer, y no me importa. Yo sigo pensando que Shiva es una asesina despreciable, y me da asco sólo vivir en el mismo mundo que ella... pero tú tienes derecho a hacer lo que te plazca...
– Yo... yo...
– Eres libre, Ollie. Puedes jugar con tu flecha cuanto quieras.
Siento su furia, y su desprecio, que escuda bajo una falsa indiferencia. Bajo la mirada, avergonzado, e intento responder, pero ya es tarde. El coche se aproxima a la entrada de mi vieja casa de la playa, y mi familia está allí esperándome. Roy con su pequeña, Connor, Mia...
No hay más tiempo para reproches, sólo para la alegría del reencuentro. La discusión tendrá que esperar a otro día.
Salgo corriendo hacia ellos, y los abrazo. Por fin estoy en casa.
Interludio: Un regalo de cortesía
– ¡Ah, se me olvidó contarte una cosa, papá!
– ¿El qué?
– Ayer dejaron un paquete en nuestra puerta, a tu nombre, con una tarjeta. No te preocupes, está revisado, y no contiene nada peligroso.
–¿Y qué es? Dámelo.
– No va a ser posible. Tendrás que ir por él tú mismo.
Connor me lleva hasta la parte trasera de la casa, con un aire misterioso y divertido, y me la enseña: una caja inmensa, de unos dos metros de alto por seis de largo, metálica, de color marrón. Y en su lateral cuelga una diminuta tarjeta de regalo. Nada más leerla, ya sé al instante de qué se trata, y me apresuro a desenvolverlo.
Allí está, tan gigantesco y brillante como yo lo recordaba, pero completamente arreglado y listo para arrancar su portentoso motor: el nuevo Flecha–móvil.
Y la tarjeta es de lo más explícita:
Miro por la diminuta ventanilla, y entre las tupidas nubes que aún nos separan, empiezo a adivinarla.
Lo primero que descubro es el Star Bridge, el más llamativo de los puentes colgantes de toda la Costa Oeste, con dos gigantescas torres que se hunden firmemente en las profundidades del río, coronada cada una por una gigantesca estrella dorada. Tal y como afirmaba su arquitecto, “De este modo, cuando el público visite nuestra ciudad, lo primero que aparecerá a sus ojos es el símbolo de nuestra forma de vida: las estrellas”. Tan hermoso, tan formidable... Aún me sorprende cada vez que lo veo.
Más allá, en el mismo corazón de la urbe, surge ante mí el grandioso Papp Stadium, el hogar de los Star City Rockets (¡por Dios, espero que ese chaval nuevo, Jace, pueda hacer algo más con su bateo, porque si no, este año estamos condenados!). Tengo que llevar un día a los chicos a ver un partido. Ya es hora de que su viejo les enseñe las verdades de la vida (¡y el béisbol es la más importante de todas!).
Después, la visión se vuelve turbia, cuando el accidentado panorama de los barrios llena toda la visión. El Triángulo, Lamb Valley, South End, los Glades, Orchid Bay, Adam Heights… mundos diferentes y enfrentados, en los que cinco millones de personas sobreviven a cada momento, en circunstancias y escenarios tan distintos como la noche y el día. Crimen, pobreza, delincuencia, marginalidad... Sí, vuelvo a mi ciudad, y hay mucho trabajo por delante. Flecha Verde va a tener unas cuantas noches moviditas a partir de ahora...
Sexto epílogo: Mi chica
– ¿Estás bien? – me pregunta sutilmente Dinah, en el viaje en coche de vuelta a casa.
– Aún estoy un poco mareado. Sabes que nunca me ha entusiasmado volar...
– Sí, siempre fuiste de estómago delicado. Al menos ahora podrás tomarte el descanso que te mereces. Faraday ya se ha encargado de todas las ramificaciones de La Cúpula, y tú de los jefazos, así que puedes descansar tranquilo.
– Sí, todos esos desgraciados han pagado por sus tejemanejes.
– Todos... excepto uno.
– ¿Uno? ¿Quién?
– El principal. El cerebro de todo esto. Luthor, por supuesto. ¿Qué has pensado para él?
– ¿Pensado? No te entiendo...
– ¿Va a quedar impune? ¿Es eso lo que habéis planeado Faraday y tú?
– ¿Y qué quieres que haga? Es el Presidente electo de los Estados Unidos. Ésa es la base de nuestra democracia. Está ahí porque el pueblo le ha votado, y precisamente los héroes debemos ser los que más respetemos eso. Si pudiera, lo sacaría del Despacho Oval a patadas, y luego le destrozaría la cabeza... pero no puedo, así que tendré que aguantarme. Pero ten por seguro que estaré ahí cuando caiga, y seré el primero en clavar la tapa de su ataúd.
Respiro hondo, y me relajo. Lo último que quiero ahora es discutir con ella, y menos por política.
– ¿Pajarito? Hay algo... de lo que deberíamos hablar.
– Sé lo que es... y no me importa.
– Dinah, creo que es importante. Tenemos que hablar sobre Shiva.
– Sabes lo que pienso de ella, y sé que os acostasteis, así que no hay nada más que decir.
– Dinah... por favor... déjame explicártelo...
– No tienes que explicarme nada, Ollie. Hace tiempo que no somos pareja, y puedes hacer con tu cuerpo lo que quieras. Eres un hombre adulto, y entiendo que quieras estar con alguna mujer, y no me importa. Yo sigo pensando que Shiva es una asesina despreciable, y me da asco sólo vivir en el mismo mundo que ella... pero tú tienes derecho a hacer lo que te plazca...
– Yo... yo...
– Eres libre, Ollie. Puedes jugar con tu flecha cuanto quieras.
Siento su furia, y su desprecio, que escuda bajo una falsa indiferencia. Bajo la mirada, avergonzado, e intento responder, pero ya es tarde. El coche se aproxima a la entrada de mi vieja casa de la playa, y mi familia está allí esperándome. Roy con su pequeña, Connor, Mia...
No hay más tiempo para reproches, sólo para la alegría del reencuentro. La discusión tendrá que esperar a otro día.
Salgo corriendo hacia ellos, y los abrazo. Por fin estoy en casa.
Interludio: Un regalo de cortesía
– ¡Ah, se me olvidó contarte una cosa, papá!
– ¿El qué?
– Ayer dejaron un paquete en nuestra puerta, a tu nombre, con una tarjeta. No te preocupes, está revisado, y no contiene nada peligroso.
–¿Y qué es? Dámelo.
– No va a ser posible. Tendrás que ir por él tú mismo.
Connor me lleva hasta la parte trasera de la casa, con un aire misterioso y divertido, y me la enseña: una caja inmensa, de unos dos metros de alto por seis de largo, metálica, de color marrón. Y en su lateral cuelga una diminuta tarjeta de regalo. Nada más leerla, ya sé al instante de qué se trata, y me apresuro a desenvolverlo.
Allí está, tan gigantesco y brillante como yo lo recordaba, pero completamente arreglado y listo para arrancar su portentoso motor: el nuevo Flecha–móvil.
Y la tarjeta es de lo más explícita:
« Te olvidaste esta cosita en una pobre villa arrasada en Venecia. Lo menos que puedo hacer es devolvértela. Sólo he tenido que estirar un poco la chapa»
Maldito perro engañoso. Te adoro, Jamal...
¿Y quién pensaba que una historia tan dura como ésta no podría tener un final feliz?
Séptimo epílogo: El hombre más poderoso del mundo
El Despacho Oval, uno de los lugares más seguros del planeta, donde se gobierna una nación y se rigen los destinos del resto, y donde nacen las decisiones más importantes que se puedan tomar. El refugio del hombre más poderoso del mundo.
Pero hoy este hombre no estaba contento. Su nombre era Alexander Luthor, y fue su ansia de poder lo que le llevó a la Casa Blanca, al mayor puesto de gobierno de la primera nación democrática, y durante mucho tiempo eso le bastó. Tenía el país entero a sus pies, a sus millones de habitantes y todas sus instituciones,... los omnipotentes Estados Unidos de América le pertenecían, para gobernarlos como quisiera. Incluso el odiado Superman.
Cuando el kryptoniano le miraba, ya no podía ver en él sólo a un ambicioso hombre de negocios empeñado en matarle. Ahora Lex Luthor era su comandante, el Jefe del Estado, el Presidente de la Nación, y su poder llegaba también a los malditos superhéroes. La Liga de la Justicia, la Sociedad de la Justicia, los Titanes,... también gobernaba sobre ellos, y su palabra era ley, y como tal debía ser tomada. Ahora nadie estaba por encima de él, y nunca volverían a estarlo...
Pero en el día de hoy, esa ley había sido burlada. La tremenda soberanía del pueblo personificada en él fue engañada con desprecio, en un solo momento, por la inmensa demostración de poder llevada a cabo por los Más Grandes Superhéroes del Mundo en aguas territoriales rusas. Y de paso, destruyeron una poderosa mafia criminal respaldada por el propio Luthor, y asesinaron a un viejo amigo, el temido Leo Mayashi, que sembró el caos y la muerte durante décadas en Japón. Luthor estaba triste, y furioso, y deseoso de vengarse. Y lo peor es que no podía demostrarlo, porque oficialmente la JLA había librado al mundo de una peligrosa organización terrorista, y bastante tenía la Administración Luthor con librarse de los cargos que la imputaban en ella. Así que además experimentaba una terrible frustración.
Laverne DeRenal, su amiga y confidente, su mano derecha, y la única persona al tanto de sus verdaderos sentimientos, revisaba curiosa los informes de los espías.
– Desde luego, tienes enemigos poderosos, Lex. La Cúpula estaba muy bien construida, sin fisuras, y ha caído por completo en sólo unos pocos días, como un castillo de naipes.
Luthor contemplaba distraído los árboles del jardín, como si no la escuchara, pero por dentro bullía una ira capaz de fundir los polos.
– Todo se ha perdido – dijo de pronto, sin girarse –. No entiendo cómo es posible. ¿Quién ha podido hacerme esto, Laverne? ¿Quién ha organizado este golpe?
– Bueno, Lex, parece que tienes más de un topo en tu maizal. Por un lado, King Faraday comandaba la flota de cazas y helicópteros que rodeó al submarino de Mayashi...
– Sí, el CBI tomó parte fundamental, y utilizó mi propio poder para golpearme. Ya ajustaré cuentas con Faraday en el momento preciso, no voy a olvidar esta traición. ¿Quién más, Laverne? ¿Qué has averiguado?
– Los superhéroes, Lex. Tu talón de Aquiles vuelve a aparecer en nuestros asuntos. El asalto al submarino fue liderado por la JLA.
Luthor se volvió hacia la mujer, y sus ojos ardían con un fuego capaz de consumirla. Golpeó sobre la mesa, y apretó los dientes con fuerza.
– ¡Esos malditos! Gobierno la nación más poderosa del mundo, y se supone que ellos están a mis órdenes. ¿Cómo es posible que aparezcan en las noticias del mediodía destapando una organización terrorista a la que yo apoyo? ¿Es que debo encontrármelos siempre metiendo las narices en mis asuntos?
– Creo que esta historia es un poco más compleja de lo que parece, Lex. No es sólo cuestión de súper–fuerza o invisibilidad. Ese submarino era indetectable, y ni siquiera los malditos metahumanos serían capaces de hallarlo. Ni conocían su existencia, ni la de La Cúpula o Mayashi, o los hubieran combatido hace tiempo. No, esto es trabajo de alguien más, alguien desconocido, infiltrado en el grupo, para aniquilarlo desde dentro.
La mirada de Luthor se volvió repentinamente fría, expectante, maligna.
– Quién. Dime sólo quién ha sido, y tráeme su piel. No me importa si el responsable fue Superman o el Papa, quiero ver su cabeza clavada en la verja que rodea a la Casa Blanca. ¿Lo entiendes, Laverne? ¡Debe sufrir por lo que ha hecho!
DeRenal sonrió maliciosa. Tenía lo que él le estaba pidiendo.
– Sí, creo que sé a quién te refieres. Tanto el servicio de seguridad de Empresas Nagura en Tokio, como los mercenarios contratados para proteger la finca de Mayashi en Venecia, hablaron de un loco vestido de negro que les atacaba con flechas. Al principio creímos que se trataba de Merlyn, pero nuestros contactos lo han descartado. Y al mismo tiempo, hemos sabido que Flecha Verde, el antiguo miembro de la JLA, fue terriblemente herido hace unas semanas por un hombre–gato, y operado en la Atalaya por el Doctor Mid–Nite.
– ¿Un... hombre–gato?
– Catseye, el híbrido genéticamente alterado de Mayashi, que robó del laboratorio secreto de los yakuza.
– ¿Flecha Verde?... ummm...
– Te recuerdo, Lex, que el amigo Oliver Queen trabajó hace unos años con la CIA, en sus comienzos como superhéroe, e incluso llevó a cabo algunas misiones para Faraday, de modo que posee el entrenamiento y los contactos adecuados...
– Sí. Flecha Verde. Es él. Quien me ha hecho esto, quien se ha burlado de mi autoridad, y me ha mostrado ante mis votantes como un ser ruin y conspirador. ¿Cómo puedo destruirle, Laverne? ¿Cuál es su punto débil?
– Bueno, matarle ahora sería demasiado evidente para la JLA, y ante la ausencia de Mayashi, nos implicaría directamente. Tampoco podemos matar a su familia, porque todos son superhéroes: Canario Negro, Arsenal, el otro Flecha Verde...
– ¿Y a qué se dedica?
– Trabaja en el Centro de Menores de Star City. Cuando empezó poseía una gran empresa, Industrias Queen, heredada de su familia, pero luego la perdió, robada por su socio, y eso despertó en él una especie de conciencia social muy marcada. Ha escrito artículos para periódicos y revistas, siempre llamando al compromiso social de toda la población, y entre los superhéroes es tenido como un soñador y un idealista, el eterno activista político y amigo de los pobres. Un imbécil, vamos...
– Sí, sí, muy bonito. Un personaje de tercera que busca su lugar en el mundo. Pues yo se lo voy a quitar. Ésa es la clave, Laverne: su ciudad, su ambiente, las personas que le rodean,... Voy a quitarle todo eso, voy a robarle la paz de sus días. Nadie volverá a mirarle igual, nadie volverá a relacionarse con él del mismo modo. Y cuando eso ocurra, sabrá que ha sido por mi mano.
– ¿En qué estás pensando?
– En descubrirle ante el mundo. Deberás estar preparada. Cuando yo te diga, quiero que la identidad secreta de Flecha Verde esté en portada de los principales diarios del país. Que un antiguo agente de la CIA retirado se lo cuente a los periodistas, o algo así. Que todos lo sepan, revistas, televisión... Que su vida cambie para siempre. Que todos los héroes tiemblen, pensando a quién vamos a vender después. Que sepan que no se pueden meter con Lex Luthor en vano...
– Umm, me gusta. Oliver Queen dejará de existir como tal, y todos verán a Flecha Verde cuando le miren a la cara. Perderá su intimidad, su vida privada, y estará condenado para siempre. Me ocuparé de todo, no temas...
Y Laverne DeRenal abandonó la sala.
Y Luthor sintió una extraña satisfacción en sus tripas. La tristeza, la ira y la frustración se habían aplacado, al menos de momento. Sólo quedaban las ansias de venganza, y estaba en sus manos verlas cumplidas. Guardaría ese as en la manga, esperando el momento concreto de ponerlo sobre la mesa, sabiendo que ése sería el día en que destruiría la vida de su enemigo...
De modo que, observando de nuevo la belleza del jardín, rió para sus adentros.
¿Y quién pensaba que una historia tan dura como ésta no podría tener un final feliz?
Séptimo epílogo: El hombre más poderoso del mundo
El Despacho Oval, uno de los lugares más seguros del planeta, donde se gobierna una nación y se rigen los destinos del resto, y donde nacen las decisiones más importantes que se puedan tomar. El refugio del hombre más poderoso del mundo.
Pero hoy este hombre no estaba contento. Su nombre era Alexander Luthor, y fue su ansia de poder lo que le llevó a la Casa Blanca, al mayor puesto de gobierno de la primera nación democrática, y durante mucho tiempo eso le bastó. Tenía el país entero a sus pies, a sus millones de habitantes y todas sus instituciones,... los omnipotentes Estados Unidos de América le pertenecían, para gobernarlos como quisiera. Incluso el odiado Superman.
Cuando el kryptoniano le miraba, ya no podía ver en él sólo a un ambicioso hombre de negocios empeñado en matarle. Ahora Lex Luthor era su comandante, el Jefe del Estado, el Presidente de la Nación, y su poder llegaba también a los malditos superhéroes. La Liga de la Justicia, la Sociedad de la Justicia, los Titanes,... también gobernaba sobre ellos, y su palabra era ley, y como tal debía ser tomada. Ahora nadie estaba por encima de él, y nunca volverían a estarlo...
Pero en el día de hoy, esa ley había sido burlada. La tremenda soberanía del pueblo personificada en él fue engañada con desprecio, en un solo momento, por la inmensa demostración de poder llevada a cabo por los Más Grandes Superhéroes del Mundo en aguas territoriales rusas. Y de paso, destruyeron una poderosa mafia criminal respaldada por el propio Luthor, y asesinaron a un viejo amigo, el temido Leo Mayashi, que sembró el caos y la muerte durante décadas en Japón. Luthor estaba triste, y furioso, y deseoso de vengarse. Y lo peor es que no podía demostrarlo, porque oficialmente la JLA había librado al mundo de una peligrosa organización terrorista, y bastante tenía la Administración Luthor con librarse de los cargos que la imputaban en ella. Así que además experimentaba una terrible frustración.
Laverne DeRenal, su amiga y confidente, su mano derecha, y la única persona al tanto de sus verdaderos sentimientos, revisaba curiosa los informes de los espías.
– Desde luego, tienes enemigos poderosos, Lex. La Cúpula estaba muy bien construida, sin fisuras, y ha caído por completo en sólo unos pocos días, como un castillo de naipes.
Luthor contemplaba distraído los árboles del jardín, como si no la escuchara, pero por dentro bullía una ira capaz de fundir los polos.
– Todo se ha perdido – dijo de pronto, sin girarse –. No entiendo cómo es posible. ¿Quién ha podido hacerme esto, Laverne? ¿Quién ha organizado este golpe?
– Bueno, Lex, parece que tienes más de un topo en tu maizal. Por un lado, King Faraday comandaba la flota de cazas y helicópteros que rodeó al submarino de Mayashi...
– Sí, el CBI tomó parte fundamental, y utilizó mi propio poder para golpearme. Ya ajustaré cuentas con Faraday en el momento preciso, no voy a olvidar esta traición. ¿Quién más, Laverne? ¿Qué has averiguado?
– Los superhéroes, Lex. Tu talón de Aquiles vuelve a aparecer en nuestros asuntos. El asalto al submarino fue liderado por la JLA.
Luthor se volvió hacia la mujer, y sus ojos ardían con un fuego capaz de consumirla. Golpeó sobre la mesa, y apretó los dientes con fuerza.
– ¡Esos malditos! Gobierno la nación más poderosa del mundo, y se supone que ellos están a mis órdenes. ¿Cómo es posible que aparezcan en las noticias del mediodía destapando una organización terrorista a la que yo apoyo? ¿Es que debo encontrármelos siempre metiendo las narices en mis asuntos?
– Creo que esta historia es un poco más compleja de lo que parece, Lex. No es sólo cuestión de súper–fuerza o invisibilidad. Ese submarino era indetectable, y ni siquiera los malditos metahumanos serían capaces de hallarlo. Ni conocían su existencia, ni la de La Cúpula o Mayashi, o los hubieran combatido hace tiempo. No, esto es trabajo de alguien más, alguien desconocido, infiltrado en el grupo, para aniquilarlo desde dentro.
La mirada de Luthor se volvió repentinamente fría, expectante, maligna.
– Quién. Dime sólo quién ha sido, y tráeme su piel. No me importa si el responsable fue Superman o el Papa, quiero ver su cabeza clavada en la verja que rodea a la Casa Blanca. ¿Lo entiendes, Laverne? ¡Debe sufrir por lo que ha hecho!
DeRenal sonrió maliciosa. Tenía lo que él le estaba pidiendo.
– Sí, creo que sé a quién te refieres. Tanto el servicio de seguridad de Empresas Nagura en Tokio, como los mercenarios contratados para proteger la finca de Mayashi en Venecia, hablaron de un loco vestido de negro que les atacaba con flechas. Al principio creímos que se trataba de Merlyn, pero nuestros contactos lo han descartado. Y al mismo tiempo, hemos sabido que Flecha Verde, el antiguo miembro de la JLA, fue terriblemente herido hace unas semanas por un hombre–gato, y operado en la Atalaya por el Doctor Mid–Nite.
– ¿Un... hombre–gato?
– Catseye, el híbrido genéticamente alterado de Mayashi, que robó del laboratorio secreto de los yakuza.
– ¿Flecha Verde?... ummm...
– Te recuerdo, Lex, que el amigo Oliver Queen trabajó hace unos años con la CIA, en sus comienzos como superhéroe, e incluso llevó a cabo algunas misiones para Faraday, de modo que posee el entrenamiento y los contactos adecuados...
– Sí. Flecha Verde. Es él. Quien me ha hecho esto, quien se ha burlado de mi autoridad, y me ha mostrado ante mis votantes como un ser ruin y conspirador. ¿Cómo puedo destruirle, Laverne? ¿Cuál es su punto débil?
– Bueno, matarle ahora sería demasiado evidente para la JLA, y ante la ausencia de Mayashi, nos implicaría directamente. Tampoco podemos matar a su familia, porque todos son superhéroes: Canario Negro, Arsenal, el otro Flecha Verde...
– ¿Y a qué se dedica?
– Trabaja en el Centro de Menores de Star City. Cuando empezó poseía una gran empresa, Industrias Queen, heredada de su familia, pero luego la perdió, robada por su socio, y eso despertó en él una especie de conciencia social muy marcada. Ha escrito artículos para periódicos y revistas, siempre llamando al compromiso social de toda la población, y entre los superhéroes es tenido como un soñador y un idealista, el eterno activista político y amigo de los pobres. Un imbécil, vamos...
– Sí, sí, muy bonito. Un personaje de tercera que busca su lugar en el mundo. Pues yo se lo voy a quitar. Ésa es la clave, Laverne: su ciudad, su ambiente, las personas que le rodean,... Voy a quitarle todo eso, voy a robarle la paz de sus días. Nadie volverá a mirarle igual, nadie volverá a relacionarse con él del mismo modo. Y cuando eso ocurra, sabrá que ha sido por mi mano.
– ¿En qué estás pensando?
– En descubrirle ante el mundo. Deberás estar preparada. Cuando yo te diga, quiero que la identidad secreta de Flecha Verde esté en portada de los principales diarios del país. Que un antiguo agente de la CIA retirado se lo cuente a los periodistas, o algo así. Que todos lo sepan, revistas, televisión... Que su vida cambie para siempre. Que todos los héroes tiemblen, pensando a quién vamos a vender después. Que sepan que no se pueden meter con Lex Luthor en vano...
– Umm, me gusta. Oliver Queen dejará de existir como tal, y todos verán a Flecha Verde cuando le miren a la cara. Perderá su intimidad, su vida privada, y estará condenado para siempre. Me ocuparé de todo, no temas...
Y Laverne DeRenal abandonó la sala.
Y Luthor sintió una extraña satisfacción en sus tripas. La tristeza, la ira y la frustración se habían aplacado, al menos de momento. Sólo quedaban las ansias de venganza, y estaba en sus manos verlas cumplidas. Guardaría ese as en la manga, esperando el momento concreto de ponerlo sobre la mesa, sabiendo que ése sería el día en que destruiría la vida de su enemigo...
De modo que, observando de nuevo la belleza del jardín, rió para sus adentros.
“Y la vida de Oliver Queen nunca volvió a ser la misma...”
No hay comentarios :
Publicar un comentario