Escritor: Gabriel Romero
Portada:Overlander
Fecha de publicación: Febrero de 2008
La trama prosigue, el pasado y el presente se mezclan sin conciencia, augurando un dramático final. En este número: Batman, Nightwing, el Alcalde Hull, Marko Esteven, Diablo, la ryu Axura...
Y dos bajas: la muerte de Susan Rogers... ¡y la de Catwoman!
Y dos bajas: la muerte de Susan Rogers... ¡y la de Catwoman!
Anteriormente en Catwoman: Selina Kyle ha reaparecido en Gotham City, pero ahora convertida en heroína, dispuesta a proteger su antiguo barrio, el East End. Ya no es la ladrona de antaño, y eso puede costarle caro.
El antiguo mafioso Marko Esteven también ha vuelto a la ciudad, después de una década en prisión, y está dispuesto a vengarse de aquéllos que le encerraron: Batman (el misterioso defensor de la ciudad sin ley), y Catwoman (la socia que le traicionó). En aquella época, la Felina era la mejor ladrona del mundo, y se vio forzada a colaborar con Marko en el robo de los planos del Edificio Siracusa, en las bóvedas subterráneas del Banco Central de Gotham. Pero fue descubierta por el Murciélago, teniendo que huir rápidamente de la ciudad para escabullirse de su enemigo. Marko se quedó sin aquello que ansiaba…
Hoy, se ha convertido de nuevo en un poderoso señor del crimen en Gotham, enriqueciéndose con las drogas que antes despreciaba, concretamente con el peligroso éxtasis líquido, que llena sus bolsillos de dólares al mismo tiempo que la morgue de jóvenes inocentes.
Pero Marko prepara un golpe aún más poderoso, algo llamado Proyecto Demolición, que pondrá a sus pies toda Gotham y a su alcalde (el insigne pero incapaz David Hull). Para ello necesita verse libre primero de sus odiados enemigos, y contrata a la más mortífera escuela de asesinos ninjas del planeta: la ryu Axura, famosa por sus mil años de precisos asesinatos por encargo.
Diablo, el líder de los Axura, acepta el encargo de matar personalmente al Hombre Murciélago, y al mismo tiempo organiza una trampa mortal a la Felina: creyendo dirigirse a salvar a su mejor amiga, Susan, Catwoman es atrapada por un grupo de ninjas, y una bomba explota en su propia cara…
El antiguo mafioso Marko Esteven también ha vuelto a la ciudad, después de una década en prisión, y está dispuesto a vengarse de aquéllos que le encerraron: Batman (el misterioso defensor de la ciudad sin ley), y Catwoman (la socia que le traicionó). En aquella época, la Felina era la mejor ladrona del mundo, y se vio forzada a colaborar con Marko en el robo de los planos del Edificio Siracusa, en las bóvedas subterráneas del Banco Central de Gotham. Pero fue descubierta por el Murciélago, teniendo que huir rápidamente de la ciudad para escabullirse de su enemigo. Marko se quedó sin aquello que ansiaba…
Hoy, se ha convertido de nuevo en un poderoso señor del crimen en Gotham, enriqueciéndose con las drogas que antes despreciaba, concretamente con el peligroso éxtasis líquido, que llena sus bolsillos de dólares al mismo tiempo que la morgue de jóvenes inocentes.
Pero Marko prepara un golpe aún más poderoso, algo llamado Proyecto Demolición, que pondrá a sus pies toda Gotham y a su alcalde (el insigne pero incapaz David Hull). Para ello necesita verse libre primero de sus odiados enemigos, y contrata a la más mortífera escuela de asesinos ninjas del planeta: la ryu Axura, famosa por sus mil años de precisos asesinatos por encargo.
Diablo, el líder de los Axura, acepta el encargo de matar personalmente al Hombre Murciélago, y al mismo tiempo organiza una trampa mortal a la Felina: creyendo dirigirse a salvar a su mejor amiga, Susan, Catwoman es atrapada por un grupo de ninjas, y una bomba explota en su propia cara…
Prólogo
Danny Callahan nunca fue un mal chico, pero tampoco tuvo grandes oportunidades. Su padre trabajaba en una fábrica de automóviles en Keystone City, y su madre era costurera. El dinero no abundaba en la época de la recesión, y ni él ni su hermana Lissy tuvieron nunca mucho de lo que presumir. Pero eran honrados. Si algo les enseñó el viejo Tom Callahan a lo largo de los años, fue que el dinero hay que ganarlo trabajando, y que no hay nada más digno para un hombre que su empleo. En esa sencilla mentalidad sureña, el mayor elogio que se le podía dedicar a un hombre era que le gustaba trabajar, y el mayor insulto, llamarlo vago.
Pero el joven Danny aspiraba a más. Él quería el lujo y los derroches que veía por televisión, los trajes caros de los famosos, los deportivos italianos, y las modelos ligeras de ropa. Todo eso que nunca estaría al alcance de su mano en la modesta Keystone City.
Así que se marchó de casa.
Cogió sus bártulos y se fugó, acompañado por su viejo amigo Joey Larkin, en dirección al único lugar donde se decía que un chico podía ganar un millón de dólares en sólo un mes: la corrupta Gotham City. Su padre le mataría si lo hubiera visto…
Se alojaron en una ruinosa pensión junto a las cocheras de los trenes (lo único que podían costearse con los ahorros de sus pagas), y empezaron a buscar trabajo. Recorrieron todas las oficinas de empleo, consultaron todas las ofertas de los periódicos, e incluso pusieron carteles,… pero no lograron nada. ¿Dónde estaba su millón de dólares…?
Nadie da empleo a dos chavales de quince años, sin experiencia ni papeles…
Hasta que el empleo vino a buscarles a casa.
Un día, muy de mañana, mientras arreglaban la habitación para una nueva jornada de caminos y desilusiones, alguien llamó al timbre. Y al abrir, un viejo rostro familiar les miró desde el otro lado de la puerta.
– ¡Billy Summers! ¡Qué alegría! ¡Hace más de un año que no te vemos, desde que te marchaste de Keystone!
– Sí, he estado viviendo en Gotham desde entonces. El otro día os vi caminando por la calle Adams, y no podía creer que fuerais vosotros. ¿Qué estáis haciendo?
– Vinimos a ganarnos la vida, pero no tenemos trabajo… Parece que no es tan fácil como parecía…
– ¿Estáis buscando trabajo? ¿Por qué no os venís conmigo? Yo gano bastante dinero, y necesitan gente…
– ¿Dónde estás?
– Soy… mensajero. Llevo paquetes de un lugar a otro de la ciudad, y me pagan bien. Mi jefe, el señor D´Angelo, es generoso con los chicos que saben trabajar y mantienen la boca cerrada…
– ¿Por qué? – dijo Danny, desconfiando –. ¿Es algo ilegal…?
– Yo no sé lo que hay en los paquetes, y nadie quiere que preguntes. Sólo procura que no te cojan con eso encima, y si la pringas, te ayudarán a salir con tal de que no hables. En el momento que alguien vaya de listo y nombre al señor D´Angelo, estará solo en el mundo. ¿Lo habéis entendido?
– A mí no me gusta – protestó Joey –. No tenemos por qué hacerlo, Danny…
– ¿Cómo que no? Éste es nuestro sueño. Dinero fácil, sólo por ir de un sitio a otro con un paquete. Ya estamos recorriendo toda la ciudad estos días, y nadie nos paga un centavo. Ahora vamos a hacer lo mismo, pero cobrando. A mí sí me gusta. Si a ti no, puedes volver a Keystone City cuando quieras…
El pequeño Joey Larkin se quedó mirando al vacío, temeroso y escamado. ¿Quién iba a pagar a dos chavales sólo por transportar cosas…? Por fuerza tenía que ser malo…
Pero no quería dejar solo a su amigo (ni perder la oportunidad si aquello resultaba bien), así que finalmente aceptó.
– Muy bien… iremos…
– Perfecto – respondió Billy Summers –. Pasaros mañana por el Orfanato de San Pablo, en la calle O´Neill, y preguntad por Jared. Es un chico negro muy alto, de más de dos metros. Él es el que lleva el asunto. Decid que vais de mi parte, y que queréis ganar mucho dinero. Ya veréis qué bien sale todo…
Así empezó la historia. Con chicos fugados de casa, un trabajo turbio, una organización clandestina que no hace preguntas a sus mensajeros, y demasiada ansia de dinero. Nunca nadie conoce a los jefes, sino sólo a su inmediato superior, y eso mantiene el secreto. Es lo que da seguridad a los grandes jefazos. Ésos que viajan siempre en limusina y cenan en restaurantes de lujo, mientras sus criados corren por la ciudad con diminutos paquetes que transportan para ellos, y viven junto a las cocheras de los trenes.
Hoy Danny Callahan está muerto, a la edad de dieciséis años.
Sobredosis. Éxtasis líquido, una nueva variedad demasiado pura que acaba de llegar a la ciudad.
Ahora sus sueños no importan, ni sus esfuerzos por llegar a la cima de una sociedad corrupta que se burlaba de él. Ahora da igual lo que él pretendiera conseguir, y lo poco que obtuviera. Su vida, sus proyectos de futuro, su esperanza,… se han perdido para siempre. No fue más que un juguete en manos de los poderosos, de los intocables, y cuando se cansaron de jugar con él, simplemente lo tiraron a la basura.
Sus padres se lo han llevado a casa, y todo el barrio ha asistido al funeral.
Gente buena y sencilla, trabajadora, que lo conoció desde niño, y que ahora tiene que enterrarlo. Ningún padre debería enterrar a su hijo, no es el orden natural de la vida.
Se supone que debería existir algo de justicia en el mundo, para evitar que estas cosas ocurran. Se supone que hay vigilantes superpoderosos que patrullan las calles, para prevenir estos hechos y castigar a los culpables.
¿Dónde estaban ahora? ¿Dónde se habían metido cuando más falta hacían?
Tal vez sólo se ocupan de cuestiones importantes, de conquistadores alienígenas y dimensiones paralelas. Tal vez ya se han olvidado de lo que realmente juraron proteger. Deben estar muy cómodos en su refugio en la Luna, bebiendo con sus amigos y contemplando desde lejos los problemas de la Tierra, que ya no les preocupan.
¿Es que no hay nadie a quien le importe estas cuestiones? ¿No hay ni uno solo, en toda esa enorme masa de héroes disfrazados, que de verdad esté ahí cuando haga falta…?
¿Nadie…?
Anoche. Almacén abandonado de “Chocolatinas Tulipán”, 02:31 h.
Catwoman sabía que aquello era una trampa, e intentó apresurar la ascensión para escapar de allí a toda velocidad. Trepó por la cuerda con la agilidad de un auténtico felino, y calculó la poca distancia que le separaba ya de las sólidas vigas, desde las que podría alcanzar la claraboya… y la libertad.
Por desgracia, tener que soportar en vilo los setenta kilos de su amiga Susan la retrasaba bastante. En un par de ocasiones estuvo tentada de arrojarla desde lo alto y salvarse ella… pero ya no era así. Había cambiado desde los duros tiempos en que hacía esas cosas. Y quizá por ese motivo, ahora iba a morir.
Antes de que pudiera haber llegado a las alturas, la bomba explotó.
Fue una detonación salvaje y monstruosa, precedida sin embargo de un breve chasquido aparentemente banal. El almacén se llenó de fuego y humo, y el techo cayó en pedazos.
Catwoman fue sorprendida por el estallido a mitad de ascensión, y aunque trató de girar sobre sí misma para proteger el cuerpo de su amiga… lo cierto es que no pudo más que rezar y aguantar el envite.
La onda expansiva la golpeó con saña, destrozando su uniforme, su piel y sus pulmones, y empujándola sin remedio contra el techo. Las llamas la rodearon, haciendo presa en su cabello y sus ropas, abrasándola. Y entonces se le escapó entre los dedos el cuerpo ancho y tembloroso de la joven Susan Rogers. No pudo más que verla alejarse, convertida en una brillante llamarada, y aún gritando su miedo, por encima del brutal estruendo que las envolvía. Selina quiso estirarse, llegar hasta ella y tirar hacia su propio cuerpo, envolverla, protegerla… Pero ahora la Felina tenía sus propios problemas. La onda la hizo volar como si tuviera alas, y la estrelló duramente contra el techo. Por suerte, ya no podía sentir dolor.
Notó cómo sus huesos se partían, al mismo tiempo que los agudos cristales de la claraboya la cortaban en pedazos. Sangre y hueso brotaban como de una fuente, sólo para verse inmediatamente calcinados por las terribles llamas que nacían de ella.
Dolor, dolor, dolor…
Sus terminaciones nerviosas habían sido ya destruidas, así que no podía sentir dolor en absoluto. Su cerebro se paralizó, bloqueado en el mismo segundo en que explotó la bomba, y se negaba a asumir la aniquilación de su cuerpo, tal y como sabía que estaba ocurriendo.
Era como un sueño, como si le estuviera pasando a otra…
Y así fue como Selina Kyle se convirtió en una estrella fugaz en la noche de Gotham, y aterrizó, con todos los huesos molidos y los tejidos calcinados, a dos manzanas de “Chocolatinas Tulipán”, en un sucio tejado en construcción.
Y allí quedó.
Y allí murió…
Dos meses después Sobre las azoteas de Gotham, 05:30 h.
La noche estaba en calma, y eso resultaba un mal presagio.
No había ladrones en las calles, ni prostitutas, ni mafiosos. No había reuniones secretas en pisos escondidos, ni conspiraciones a la espalda, ni asesinatos por encargo.
Por una vez en toda su historia, Gotham City era un lugar pacífico.
Y eso parecía aún más siniestro a ojos de la oscura silueta con forma de murciélago que recorría en silencio los tejados de su ciudad. ¿Cómo era posible? ¿Qué se estaba preparando?
Después de tantos años conociendo aquella ciudad como la palma de su mano, pocas cosas sorprendían ya al Señor de la Noche, pero ésta fue una de ellas. Si Gotham estaba en calma, era porque algo aún más terrible se estaba planeando en secreto, y pronto explotaría en su cara si no hacía algo para prevenirlo.
Pero, ¿de qué se trataba…?
Tenía que estar relacionado con Marko Esteven, el nuevo jefe mafioso de la droga. Él había llenado los bajos fondos con esa porquería del éxtasis líquido, y estaban muriendo niños a cientos por su culpa. Mientras él se hacía rico a manos llenas…
Por desgracia, de momento no había pruebas que le incriminaran, y tanto el Murciélago como el valioso equipo del comisario Atkins se veían impotentes. Sabían a ciencia cierta que Marko era el causante de todo, el cerebro detrás de las nuevas remesas de droga,… pero no podían más que verlo crecer, incapaces de relacionarlo con crimen alguno.
Batman se detuvo en un pequeño tejado frente al antiguo almacén de “Chocolatinas Tulipán”. O mejor dicho, frente a los restos calcinados que dejó Marko. El detective miró en derredor, y la tristeza volvió a inundarle. No había encaminado sus pasos hacia aquel sitio de manera consciente, sino que habían sido la inercia y los recuerdos quienes le guiaron. Aquí es donde fue… Aquí había ocurrido todo. En ese lugar maldito es donde Marko Esteven contrató a Catwoman hace una década, y donde acabó con ella…
El olor a ceniza aún seguía en el aire… mezclada con la carne de una mujer…
De repente, una sutil ráfaga de viento anunció el ataque, y lo siguiente que notó el Murciélago fue una terrible patada que casi le arranca la cabeza de los hombros. Intentó girar sobre sí mismo, aprovechar la inercia del golpe para protegerse, pero lo único que obtuvo fue un dolor salvaje en el costado izquierdo, y el crujido de varias costillas rotas. Levantó un brazo, y apartó a su atacante con el revés de la mano, ganando cierto tiempo y espacio.
Y de pronto, estaba solo de nuevo. Tan veloz como había surgido, desapareció.
Por toda respuesta, Batman saltó del tejado.
Lanzó un garfio hacia la pared contraria, y se descolgó a tremenda velocidad por la noche de Gotham, en dirección un pequeño patio interior abandonado. Allí podría esperar a su enemigo, bajo la protección de las cálidas sombras. Por suerte, el East End estaba lleno de lugares como ése, viejos y solitarios, cargados de recuerdos de otra época, y hoy sólo útiles para los vigilantes enmascarados y los asesinos.
De repente, y mientras Batman se parapetaba tras unos maderos aguardando a su rival, la muerte llegó por la espalda: un dardo, minúsculo e invisible, que fue a clavarse silenciosamente entre sus costillas. Sólo el dolor le avisó de la condena que le aguardaba.
Fue entonces cuando apareció el enemigo: era un hombre pequeño, aunque de aspecto musculoso, vestido por entero con ropas negras y ligeras, y una máscara que ocultaba por completo sus facciones, salvo únicamente sus ojos, oscuros y profundos, de un brillo maligno. Se descolgó velozmente de los tejados, y al aterrizar junto al héroe, se echó a reír.
– ¡Vaya, no creí que fuera tan fácil! ¡El gran vigilante de Gotham ya está en mis manos! ¿Quieres saber lo que lleva ese dardo? Nada menos que kamusi, el veneno más mortal que se conoce. Te quedan sólo cinco horas de vida, Batman, y será el tiempo más horrible que hayas vivido nunca. Morirás entre espasmos de dolor, consumido por la fiebre, y devorado por las alucinaciones. ¿No te parece un panorama atractivo, Murciélago, tú que has hecho sufrir tanto a los que son como yo?
Moviéndose como una sombra, y con la velocidad del rayo, el héroe emergió de su escondite, y de un solo golpe derribó al asesino. Un solo puñetazo tiró al pequeño hombre de negro sobre el suelo del patio, y otro más lo inutilizó.
Fue en ese instante cuando Batman comenzó su interrogatorio.
– Dime quién eres, y por qué haces esto.
– Mi nombre es Diablo, y soy líder de la ryu Axura. ¿Sabes quiénes somos?
– Una secta de asesinos dementes. Os da igual a quién matéis con tal de que esté bien pagado. La clase de gentuza que yo persigo. ¿Quién te encargó eliminarme?
– Eso es secreto profesional, Batman. Pero dado que ya te he vencido, no me importa revelar que fue el propio Marko Esteven quien ordenó tu eliminación. Quiero que vayas al otro mundo sabiendo que fue su mano quien firmó tu pena de muerte.
– Estás loco. Ni me has vencido, ni voy a morir. Entrégame el antídoto, antes de que me enfade de verdad…
– ¡Ja, ja, ja! ¡No hay antídoto, imbécil! Ésa es la gran maravilla del kamusi. Aquél que lo recibe, muere sin remedio.
Batman golpeó nuevamente al asesino, y otra vez, y otra, consumido por su propia furia.
– ¡No mientas! No te arriesgarías a jugar con un veneno sin poder revertirlo…
– ¡Ja! Ya empieza a afectarte… No puedes controlar tus emociones, ¿verdad? Miedo, furia, odio… Pronto empezarán las visiones, luego el temblor, y finalmente el olvido…
Los puños del Murciélago siguieron cebándose con el rostro y el cuerpo de su enemigo, hasta que de pronto, Diablo levantó una mano, y detuvo los golpes en el aire.
– Ya es suficiente. No voy a seguir tolerando tu comportamiento. Quise hasta ahora que murieras por la mano cruel y dolorosa del kamusi, pero no voy a dejar que pagues tu descontrol en mí. Aún sigo siendo Diablo, el Señor de los Axura… Y va a quedarte muy claro…
El asesino lanzó sus manos hacia delante, veloces como cuchillos, y las puntas de sus dedos se clavaron profundamente en la carne del Murciélago, abriendo feas heridas bajo ambos costados. Luego proyectó hacia arriba una rodilla, impactando con un ruido sordo contra el mentón del héroe. Batman cayó sobre los abandonados tablones, desangrándose, y a la vez mareado.
Diablo rió, y caminó hacia delante en busca de su presa. En busca del golpe de gracia.
Pero el detective no estaba derrotado.
Tan pronto como su enemigo dio un paso hacia él, su pie voló a una velocidad endiablada, hundiéndose con crudeza entre los pulmones del ninja. Una patada mortal en cualquier otro hombre… pero que en Diablo no pudo más que romperle el esternón.
El asesino quedó mirándole, estupefacto. Sus ojos parecían ir a salirse de las órbitas, mientras sus manos agarraban el pecho destrozado. Sin duda debe estar doliéndote como un maldito infierno…
Pero no era eso lo que más indignaba al atacante, sino la certeza, que no había tenido hasta el momento, de con quién estaba luchando…
– Tú no eres él – dijo de pronto Diablo –. No eres Batman…
– ¿De qué demonios hablas? – masculló el héroe, entre el dolor y la niebla.
– Le he estudiado, llevo años conociendo su estilo y su método, y sé perfectamente que tú no eres él. No hay tácticas como ésa en su repertorio.
– Estás loco…
– No, sé bien lo que digo. Tú debes ser Nightwing, su antiguo ayudante. Supe que habías estudiado con otros maestros, y que aprendiste cosas que él no hace. Como esa patada. En cualquier hombre normal habría supuesto la muerte instantánea. Te la enseñó Lady Shiva, ¿verdad?
Fue entonces cuando el hombre bajo la capa empezó a temblar.
– ¿Dónde está él? – siguió Diablo –. ¿Por qué se ha marchado de Gotham y deja una mala copia en su lugar? ¿A dónde ha ido?
– Púdrete… – susurró el héroe, y lanzó un nuevo puñetazo al rostro de su enemigo.
– Eres bueno, chico, lo reconozco… y sería un digno reto doblegar tu furia… pero no es a ti a quien quiero. No debo emplear mis energías más que en mi auténtica diana. Dile esto a Batman: le estaré esperando, y cuando regrese a Gotham, sabrá quién es su verdadero enemigo… En cuanto a ti, carece de sentido todo cuanto he hecho hoy… Podría matarte, sólo con dejarte aquí y esperar a que murieras… pero no me han pagado por eso, y mi honor exige que no atente contra tu vida. Toma… bebe esto y vivirás… al menos hasta que volvamos a cruzar nuestros caminos…
Arrojó al suelo una diminuta botella de cristal, y luego desapareció trepando por la fachada. El héroe recogió la botella, y contempló su oscuro contenido. No tenía razón alguna para fiarse de aquel tipo, que de sobra sabía que era un asesino de la peor calaña… pero sus huesos le decían que el veneno pronto haría su efecto, y no tenía opciones mejores. De modo que bebió el líquido de un solo trago… y luego se desmayó.
Una hora después, Alfred Pennyworth trabajaba duramente. Sus habilidades como cirujano habían sido de gran ayuda durante los años de trabajo nocturno de su señor, pero esta noche no se lo estaban poniendo nada fácil. Reparar heridas profundas causadas por las manos de un asesino ninja no era su especialidad, a pesar de lo bien dotado que estaba aquel refugio subterráneo. La Batcueva. El mítico hogar del más temido justiciero del mundo.
Hoy su ocupante estaba herido, pero al menos ya no corría peligro su vida.
– Ha sido impresionante, Bruce. Ese tipo se movía como si tuviera súper–velocidad, y sus manos desnudas eran auténticas armas letales…
- Hace mucho tiempo que oí hablar de los Axura, Richard – dijo una voz en el teléfono
–, aunque nunca tuve la desagradable oportunidad de cruzarme con ellos. Son seres legendarios, nombrados en susurros por todo Oriente. Hay historias sobre su destreza matando que se remontan a los comienzos de la Edad Media.
– Pues este tipo es muy real. Y fue gracias a que reconoció mi estilo de lucha que ahora no estoy criando malvas.
– No me gusta tener que confiar en la suerte. Analiza los restos de veneno que queden en tu sangre, y el antídoto de la botella. No creo que vuelva a utilizarlos, pero es mejor que estemos preparados por si acaso.
– Sí, ya los he introducido en la computadora. La verdad es que el ataque le salió fatal. Ahora sabemos que Marko quiere verte muerto, y que esperará cualquier oportunidad para conseguirlo. Y encima ha perdido el factor sorpresa.
– Ése es su único error. Ya sabíamos que la droga venía de Marko, y que estaba deseando quitárseme de en medio para actuar libremente. Ahora sabemos que ha contratado a unos asesinos profesionales, y conocemos a nuestro enemigo tan bien como parece que él nos conoce a nosotros… Sí, tal vez ahora la ventaja sea nuestra.
– Bruce… ese tipo es peligroso… lleva cuidado, ¿vale? ¿Cuándo volverás a Gotham?
– Mañana. El asunto de California está acabado. Tengo vuelo a primera hora. No te preocupes por Marko ni por Diablo, Richard. Ahora son cosa mía, y podré controlarlos bien.
– ¿Quieres que me quede un tiempo más por aquí?
– No. Como te digo, podré controlarlos bien. Termina de curar tus heridas y regresa a Blüdhaven, ¿de acuerdo? Esto ya no es asunto tuyo.
Y colgó.
“Sigue siendo el mismo”, se dijo Dick Grayson. El tiempo había pasado, él ya no era Robin, ni la Batcueva era su hogar… pero algunas cosas nunca cambian.
Y por un segundo, dio gracias a las tácticas de combate mortal que le enseñara Lady Shiva. Hoy le habían salvado el cuello, y sin tener que cobrarse ningún otro.
Hace diez años. París, 22:30 h.
Una suave canción de amor resonaba por las orillas del Sena, mientras la luna se reflejaba perezosa en sus aguas. Varias parejas de enamorados paseaban sobre los numerosos puentes que cruzaban el río, jurándose amor eterno con la noche sobre sus cabezas.
Pero no había amor, ni felicidad, en el apartamento de la americana Jennifer Lawson, dueña de una importante empresa de cosméticos femeninos. De hecho, en esta misma noche, la famosa empresaria se dedicaba a gritar a todo pulmón a través del teléfono, en un inglés casi ininteligible.
catwoman julie
– ¡No, André, no quiero excusas! Ese maldito Marko Esteven puede irse al cuerno si se obceca con el condenado edificio. Y tu deber sería averiguar por qué tiene tanto interés en conseguir esos planos en concreto. ¿Qué demonios hay en el Edificio Siracusa para querer a la mejor ladrona del mundo, a cualquier precio?
– Eso es lo que esperaba que tú me dijeras – pronunció una misteriosa voz desde la ventana.
En ese instante, la mujer soltó el teléfono, y el terror más puro se dibujó en su rostro, al tiempo que una alta y sombría figura vestida de murciélago penetraba en su apartamento.
– ¿Qui… Quién es usted?
– No te hagas la tonta conmigo, Catwoman – dijo la aparición –. He venido siguiendo tu rastro desde Gotham. ¿Crees que no averiguaría que toda la empresa es ficticia, sólo una cara cortina de humo que encubra tus actividades?
– No… no sé de qué me habla…
El enmascarado se acercó mucho a su rostro, y gritó con la furia plasmada en su férrea mandíbula.
– ¡He dicho que no te hagas la tonta conmigo!
La mujer se quedó estupefacta, pero enseguida comprendió que todo había acabado. Se puso en pie, y miró a su invitado con resignación. Entonces se quitó la peluca rubia, y dejó la pose encorvada.
– ¿Có… cómo lo has sabido?
– Hace tiempo que no es un secreto para mí – contestó el detective, recuperando la serenidad –. Creaste la empresa bajo la falsa identidad de Jennifer Lawson, para que cubriera tus viajes y te proporcionara una excusa en caso de problemas. Pero por desgracia para ti, mis redes también llegan al mercado bursátil. No es difícil descubrir una empresa fantasma, si sabes hacerlo.
– De acuerdo… – dijo ella, compungida –. ¿Me llevarás a la cárcel?
– Puedo ofrecerte un trato. Por tu conversación ya sé que fue Marko Esteven el tipo que te contrató para asaltar el Banco Central de Gotham, y él es un pez mucho más gordo que tú. Le quiero entre rejas. Dámelo… y tendrás una nueva oportunidad.
– ¿Esperas que le traicione? Yo no soy de esa clase de chicas.
– Es tu única oportunidad, Catwoman. Tienes veinticuatro horas para decidirte. Entrégame pruebas que inculpen a Esteven y te dejaré marchar. Intenta engañarme… – y al decir esto volvió a acercarse a la joven, amedrentándola – y lo lamentarás…
Y desapareció otra vez hacia la noche.
Y allí quedó Jennifer Lawson, sola y perdida en su lujoso apartamento francés, dividida entre sus principios como ladrona, su escasa lealtad hacia un tipo que le había dado la espalda, y su instinto de supervivencia.
Tenía sólo veinticuatro horas para decidirse…
Anoche. Sobre los tejados de Gotham City, 02:32 h.
El suave zumbido en su cinturón alertó inmediatamente al Señor de la Noche.
Hasta entonces, la ronda se había presentado monótona y extraña, con varios pequeños malhechores de baja estofa que le habían retenido en los estrechos callejones de la zona alta de Gotham, sin poder ocuparse de lo que realmente le estaba preocupando: el auténtico crimen en los barrios bajos. Sabía por sus informadores que algo grande se preparaba, algún misterioso movimiento de las viejas Familias, pero aún no llegaba a entender el qué. Ni de dónde vendría…
¿Falcone? ¿Los Gabrielli? ¿Techenko? ¿Alguien nuevo…? Ni la menor idea.
Tony Vega había muerto, y su territorio se deshizo como llevado por la marea. En los círculos del crimen organizado de la mítica Ciudad Corrupta no se perdonaban los errores, y cualquier paso en falso era castigado con la pena más dura. Sus socios no habían tardado en apropiarse del imperio que Vega tardó años en levantar, pero… ¿quién le había matado? ¿A quién beneficiaba, aparte de a las clásicas sanguijuelas que corrieron a sacar partido de su fin?
Tal vez averiguando eso podría ver lo que se estaba preparando.
Detuvo su vuelo al pasar sobre una de las altas torres de la iglesia católica de Gotham, y allí, mezclado entre las viejas gárgolas de antaño, contestó a la llamada:
– Sí.
– Batman, aquí Oráculo – resonó en el diminuto altavoz implantado en su oído –. Ha pasado algo. Uno de mis satélites ha detectado una enorme fuente de calor en el East End, que apareció misteriosamente hace un minuto. Parece una explosión, y bastante grande, en el emplazamiento del antiguo almacén de “Chocolatinas Tulipán”.
– Bien. Lo investigaré. Batman fuera.
El East End. ¿Podría ser…? ¿Tal vez tuviera algo que ver con el misterio que le daba vueltas en la cabeza? Era el territorio de Catwoman… pero también el antiguo territorio de Marko Esteven. Y los recuerdos volvieron a la mente del héroe…
Pulsó un botón oculto en su completo cinturón de trucos, y más abajo, en los solitarios callejones de Gotham City, rugió el poderoso motor del Batmóvil.
No tardó más de dos minutos en cruzar toda la ciudad y alcanzar su objetivo. Y en horrorizarse. El viejo almacén estaba completamente arrasado. Sin duda tuvo que ser una bomba. Ninguna causa natural podía destruir tan completamente un edificio, aniquilarlo por completo, reducirlo a cenizas como si nunca hubiera existido.
Pero… ¿por qué?
¿Qué gana alguien con volar un almacén abandonado?
Aún no había salido del coche cuando la idea ya se había fraguado por completo en su cabeza: para tender una trampa mortal. Un lugar apartado, donde nadie va a venir a molestarte, y que las autoridades tampoco se molestarán en revisar.
Pulsó el mando de telecomunicación directa, controlado por voz.
– Oráculo – ordenó, y la computadora de su traje inició la conexión por satélite.
– Dime, Batman – respondió la voz distorsionada electrónicamente.
– Busca a Catwoman.
– Enseguida.
Y mientras hablaba, sola en su misterioso refugio en la Torre del Reloj, Barbara Gordon puso en marcha su complejo sistema de ordenadores. La que una vez fuera la Batgirl original, herida y lisiada por el demente Joker en uno de sus arranques de psicosis homicida, ahora se había convertido en la más poderosa hacker del mundo, la principal controladora de información en este moderno planeta informatizado, y una de las más valiosas aliadas del Murciélago.
Sin embargo, esta vez sus esfuerzos eran inútiles.
– No… no sé qué puede ocurrir, Batman. No recibo señal alguna de su emisor. Sabes que incluí un localizador en el cinturón multiusos que le dimos… pero por alguna razón ya no está activado. Pero eso es imposible. Sé cómo funciona, y no hay nadie en todo Occidente capaz de desconectarlo. No entiendo qué puede…
Pero el detective ya se había puesto en marcha, mientras susurraba:
– Yo sí sé qué puede haber sido. La explosión de un almacén abandonado.
Su capa ondeó como una bandera mientras el Murciélago recorría frenético los restos calcinados del enorme edificio, aún plagados de gigantescas y luminosas llamas, mientras la tela reforzada de sus guantes se veía incapaz de sobrevivir ante las horribles temperaturas de las ruinas, y sus manos empezaban a abrasarse. Pero él no se detuvo…
Hasta que se le ocurrió dónde podría encontrarla: en los tejados de alrededor.
Tres segundos después la vislumbraba.
Sola, abandonada, como un resto de basura desechado por el mundo. Perdida, consumida, negra y carbonizada, reducida poco más que a huesos y cenizas. Muerta.
La tomó en sus brazos, como la madre que abraza a sus hijos heridos, y de pronto, bajo la impertérrita máscara del héroe, empezó a llorar.
La había perdido. La había perdido para siempre.
Pero no se rindió.
Eso es lo que realmente significa ser Batman: nunca sentir miedo, y nunca dar un paso atrás.
Volvió a conectar con Oráculo, y gritó sus órdenes como un irascible general en medio de una cruenta guerra.
– Escúchame bien, porque no voy a repetirlo. Avisa a la Unidad de Quemados del Hospital General de Gotham. Diles que estoy transportando a una paciente en muy mal estado, y que necesito a toda la plantilla preparada. Que llamen a cualquiera que esté en la ciudad, me da igual que tengan permiso o vacaciones. Quien no venga ahora mismo a trabajar, me ocuparé personalmente de que lo expulsen por la mañana. Hay que salvarla como sea.Avisa también a la Liga, y a la Sociedad de la Justicia. Incluso a los Titanes y los Outsiders si hace falta. Que el Doctor Mid–Nite se ocupe de la cirugía. Ellos ya saben lo que hay que hacer, estamos preparados para cosas como ésta. Y activa el Centro Médico Wayne en Los Ángeles. No me importa qué hora sea allí. Diles que mañana a primera hora vamos a trasladarla, y que tengan todo listo. ¿Lo has entendido bien, Oráculo?
Y en ese instante, Barbara Gordon temió por la cordura del Murciélago… que más que cualquier otra cosa, era su amigo.
– ¿Batman…? ¿Estás bien?
– Eso no importa ahora. Lo único que debe preocuparnos es cómo va a estar ella. Una compañera ha resultado herida… y no pienso perder a nadie más. Batman fuera.
Y fue entonces cuando la hija del comisario Gordon lo entendió todo.
Jason… Ella misma… el propio Dick…
En medio de su estricta guerra contra el crimen, Batman había vivido demasiadas pérdidas… muchas bajas de amigos y aliados fieles, que sólo por seguirle habían sufrido horrores sin límite, e incluso en el caso del más joven, una muerte desagradable.
Y ahora, Catwoman…
Hoy. En algún lugar clandestino en Gotham City, 20:30 h.
Felicidad.
La satisfacción del trabajo bien hecho.
Diablo, el salvaje líder de la más salvaje escuela de asesinos del mundo, la ryu Axura, se sentía realizado. El plan estaba resultando a la perfección.
Catwoman había sido la primera víctima.
Su jefe, el temido mafioso Marko Esteven, les había contratado para eliminar cualquier rival que pudiera tener en su camino hacia el poder en Gotham City, pero también para liquidar un par de cuentas pendientes: Batman y Catwoman.
Esos dos habían provocado que Esteven fuera a la cárcel durante una larga década, y ellos se encargarían de que lo pagaran con sus vidas. Y los Axura nunca fallan…
La Gata lo había comprobado en persona la noche anterior.
El plan fue una auténtica maravilla: coaccionar a la prostituta para que trabajara en su favor atrayéndola al almacén, mientras unos cuantos ninjas disfrazados de modestos maleantes entretenían al héroe durante un par de horas.
Y claro, salió perfecto.
Ahora sólo tenían que presionar a la Policía para que olvidaran la explosión del almacén, con un falso dictamen científico atribuyéndola a un escape de gas, y destruir rápidamente los cadáveres antes de que nadie pudiera identificarlos. Por mucha influencia que tuvieran los Axura en el equipo del comisario Atkins, si alguien llegaba a enterarse de que la fallecida era Selina Kyle, Catwoman, nadie podría evitar una investigación oficial. Quizá incluso se inmiscuyera el FBI…
No. Inadmisible.
La idea era que todo se olvidara deprisa, dejándolo como “un triste accidente que todos sentimos” (eso había dicho el Alcalde por la mañana, en un bello discurso de lo más conmovedor). Y cuando descubrieran que dos prostitutas estaban durmiendo en el almacén cuando se produjo el escape de gas, seguro que el bueno de Hull hasta lloraba…
Caso cerrado.
Ahora quedaba el otro asunto: el Murciélago.
Diablo estaba realmente excitado con la posibilidad de medirse contra el más formidable rival de todo Occidente. Batman era un nombre mítico entre los Axura, considerado como un magnífico guerrero que nadie debía menospreciar.
Y ahora le habían encargado matarlo…
Diablo sonrió. Si lo lograba, sería el hombre más admirado durante décadas. Y si no, al menos moriría de una forma honorable.
¿Y qué pasaba con el maldito Proyecto Demolición de Marko Esteven?
Ellos no estaban de acuerdo, no les pagaban para esa clase de cosas… pero en el fondo no eran sino mercenarios, y tenían que aceptar lo que sus jefes quisieran hacer después de pagarles.
Al menos, se asegurarían de estar lejos de Gotham cuando ocurriera…
Se adecentó, y marchó de cena con su jefe.
Continuará...
Danny Callahan nunca fue un mal chico, pero tampoco tuvo grandes oportunidades. Su padre trabajaba en una fábrica de automóviles en Keystone City, y su madre era costurera. El dinero no abundaba en la época de la recesión, y ni él ni su hermana Lissy tuvieron nunca mucho de lo que presumir. Pero eran honrados. Si algo les enseñó el viejo Tom Callahan a lo largo de los años, fue que el dinero hay que ganarlo trabajando, y que no hay nada más digno para un hombre que su empleo. En esa sencilla mentalidad sureña, el mayor elogio que se le podía dedicar a un hombre era que le gustaba trabajar, y el mayor insulto, llamarlo vago.
Pero el joven Danny aspiraba a más. Él quería el lujo y los derroches que veía por televisión, los trajes caros de los famosos, los deportivos italianos, y las modelos ligeras de ropa. Todo eso que nunca estaría al alcance de su mano en la modesta Keystone City.
Así que se marchó de casa.
Cogió sus bártulos y se fugó, acompañado por su viejo amigo Joey Larkin, en dirección al único lugar donde se decía que un chico podía ganar un millón de dólares en sólo un mes: la corrupta Gotham City. Su padre le mataría si lo hubiera visto…
Se alojaron en una ruinosa pensión junto a las cocheras de los trenes (lo único que podían costearse con los ahorros de sus pagas), y empezaron a buscar trabajo. Recorrieron todas las oficinas de empleo, consultaron todas las ofertas de los periódicos, e incluso pusieron carteles,… pero no lograron nada. ¿Dónde estaba su millón de dólares…?
Nadie da empleo a dos chavales de quince años, sin experiencia ni papeles…
Hasta que el empleo vino a buscarles a casa.
Un día, muy de mañana, mientras arreglaban la habitación para una nueva jornada de caminos y desilusiones, alguien llamó al timbre. Y al abrir, un viejo rostro familiar les miró desde el otro lado de la puerta.
– ¡Billy Summers! ¡Qué alegría! ¡Hace más de un año que no te vemos, desde que te marchaste de Keystone!
– Sí, he estado viviendo en Gotham desde entonces. El otro día os vi caminando por la calle Adams, y no podía creer que fuerais vosotros. ¿Qué estáis haciendo?
– Vinimos a ganarnos la vida, pero no tenemos trabajo… Parece que no es tan fácil como parecía…
– ¿Estáis buscando trabajo? ¿Por qué no os venís conmigo? Yo gano bastante dinero, y necesitan gente…
– ¿Dónde estás?
– Soy… mensajero. Llevo paquetes de un lugar a otro de la ciudad, y me pagan bien. Mi jefe, el señor D´Angelo, es generoso con los chicos que saben trabajar y mantienen la boca cerrada…
– ¿Por qué? – dijo Danny, desconfiando –. ¿Es algo ilegal…?
– Yo no sé lo que hay en los paquetes, y nadie quiere que preguntes. Sólo procura que no te cojan con eso encima, y si la pringas, te ayudarán a salir con tal de que no hables. En el momento que alguien vaya de listo y nombre al señor D´Angelo, estará solo en el mundo. ¿Lo habéis entendido?
– A mí no me gusta – protestó Joey –. No tenemos por qué hacerlo, Danny…
– ¿Cómo que no? Éste es nuestro sueño. Dinero fácil, sólo por ir de un sitio a otro con un paquete. Ya estamos recorriendo toda la ciudad estos días, y nadie nos paga un centavo. Ahora vamos a hacer lo mismo, pero cobrando. A mí sí me gusta. Si a ti no, puedes volver a Keystone City cuando quieras…
El pequeño Joey Larkin se quedó mirando al vacío, temeroso y escamado. ¿Quién iba a pagar a dos chavales sólo por transportar cosas…? Por fuerza tenía que ser malo…
Pero no quería dejar solo a su amigo (ni perder la oportunidad si aquello resultaba bien), así que finalmente aceptó.
– Muy bien… iremos…
– Perfecto – respondió Billy Summers –. Pasaros mañana por el Orfanato de San Pablo, en la calle O´Neill, y preguntad por Jared. Es un chico negro muy alto, de más de dos metros. Él es el que lleva el asunto. Decid que vais de mi parte, y que queréis ganar mucho dinero. Ya veréis qué bien sale todo…
Así empezó la historia. Con chicos fugados de casa, un trabajo turbio, una organización clandestina que no hace preguntas a sus mensajeros, y demasiada ansia de dinero. Nunca nadie conoce a los jefes, sino sólo a su inmediato superior, y eso mantiene el secreto. Es lo que da seguridad a los grandes jefazos. Ésos que viajan siempre en limusina y cenan en restaurantes de lujo, mientras sus criados corren por la ciudad con diminutos paquetes que transportan para ellos, y viven junto a las cocheras de los trenes.
Hoy Danny Callahan está muerto, a la edad de dieciséis años.
Sobredosis. Éxtasis líquido, una nueva variedad demasiado pura que acaba de llegar a la ciudad.
Ahora sus sueños no importan, ni sus esfuerzos por llegar a la cima de una sociedad corrupta que se burlaba de él. Ahora da igual lo que él pretendiera conseguir, y lo poco que obtuviera. Su vida, sus proyectos de futuro, su esperanza,… se han perdido para siempre. No fue más que un juguete en manos de los poderosos, de los intocables, y cuando se cansaron de jugar con él, simplemente lo tiraron a la basura.
Sus padres se lo han llevado a casa, y todo el barrio ha asistido al funeral.
Gente buena y sencilla, trabajadora, que lo conoció desde niño, y que ahora tiene que enterrarlo. Ningún padre debería enterrar a su hijo, no es el orden natural de la vida.
Se supone que debería existir algo de justicia en el mundo, para evitar que estas cosas ocurran. Se supone que hay vigilantes superpoderosos que patrullan las calles, para prevenir estos hechos y castigar a los culpables.
¿Dónde estaban ahora? ¿Dónde se habían metido cuando más falta hacían?
Tal vez sólo se ocupan de cuestiones importantes, de conquistadores alienígenas y dimensiones paralelas. Tal vez ya se han olvidado de lo que realmente juraron proteger. Deben estar muy cómodos en su refugio en la Luna, bebiendo con sus amigos y contemplando desde lejos los problemas de la Tierra, que ya no les preocupan.
¿Es que no hay nadie a quien le importe estas cuestiones? ¿No hay ni uno solo, en toda esa enorme masa de héroes disfrazados, que de verdad esté ahí cuando haga falta…?
¿Nadie…?
Anoche. Almacén abandonado de “Chocolatinas Tulipán”, 02:31 h.
Catwoman sabía que aquello era una trampa, e intentó apresurar la ascensión para escapar de allí a toda velocidad. Trepó por la cuerda con la agilidad de un auténtico felino, y calculó la poca distancia que le separaba ya de las sólidas vigas, desde las que podría alcanzar la claraboya… y la libertad.
Por desgracia, tener que soportar en vilo los setenta kilos de su amiga Susan la retrasaba bastante. En un par de ocasiones estuvo tentada de arrojarla desde lo alto y salvarse ella… pero ya no era así. Había cambiado desde los duros tiempos en que hacía esas cosas. Y quizá por ese motivo, ahora iba a morir.
Antes de que pudiera haber llegado a las alturas, la bomba explotó.
Fue una detonación salvaje y monstruosa, precedida sin embargo de un breve chasquido aparentemente banal. El almacén se llenó de fuego y humo, y el techo cayó en pedazos.
Catwoman fue sorprendida por el estallido a mitad de ascensión, y aunque trató de girar sobre sí misma para proteger el cuerpo de su amiga… lo cierto es que no pudo más que rezar y aguantar el envite.
La onda expansiva la golpeó con saña, destrozando su uniforme, su piel y sus pulmones, y empujándola sin remedio contra el techo. Las llamas la rodearon, haciendo presa en su cabello y sus ropas, abrasándola. Y entonces se le escapó entre los dedos el cuerpo ancho y tembloroso de la joven Susan Rogers. No pudo más que verla alejarse, convertida en una brillante llamarada, y aún gritando su miedo, por encima del brutal estruendo que las envolvía. Selina quiso estirarse, llegar hasta ella y tirar hacia su propio cuerpo, envolverla, protegerla… Pero ahora la Felina tenía sus propios problemas. La onda la hizo volar como si tuviera alas, y la estrelló duramente contra el techo. Por suerte, ya no podía sentir dolor.
Notó cómo sus huesos se partían, al mismo tiempo que los agudos cristales de la claraboya la cortaban en pedazos. Sangre y hueso brotaban como de una fuente, sólo para verse inmediatamente calcinados por las terribles llamas que nacían de ella.
Dolor, dolor, dolor…
Sus terminaciones nerviosas habían sido ya destruidas, así que no podía sentir dolor en absoluto. Su cerebro se paralizó, bloqueado en el mismo segundo en que explotó la bomba, y se negaba a asumir la aniquilación de su cuerpo, tal y como sabía que estaba ocurriendo.
Era como un sueño, como si le estuviera pasando a otra…
Y así fue como Selina Kyle se convirtió en una estrella fugaz en la noche de Gotham, y aterrizó, con todos los huesos molidos y los tejidos calcinados, a dos manzanas de “Chocolatinas Tulipán”, en un sucio tejado en construcción.
Y allí quedó.
Y allí murió…
Dos meses después Sobre las azoteas de Gotham, 05:30 h.
La noche estaba en calma, y eso resultaba un mal presagio.
No había ladrones en las calles, ni prostitutas, ni mafiosos. No había reuniones secretas en pisos escondidos, ni conspiraciones a la espalda, ni asesinatos por encargo.
Por una vez en toda su historia, Gotham City era un lugar pacífico.
Y eso parecía aún más siniestro a ojos de la oscura silueta con forma de murciélago que recorría en silencio los tejados de su ciudad. ¿Cómo era posible? ¿Qué se estaba preparando?
Pero, ¿de qué se trataba…?
Tenía que estar relacionado con Marko Esteven, el nuevo jefe mafioso de la droga. Él había llenado los bajos fondos con esa porquería del éxtasis líquido, y estaban muriendo niños a cientos por su culpa. Mientras él se hacía rico a manos llenas…
Por desgracia, de momento no había pruebas que le incriminaran, y tanto el Murciélago como el valioso equipo del comisario Atkins se veían impotentes. Sabían a ciencia cierta que Marko era el causante de todo, el cerebro detrás de las nuevas remesas de droga,… pero no podían más que verlo crecer, incapaces de relacionarlo con crimen alguno.
Batman se detuvo en un pequeño tejado frente al antiguo almacén de “Chocolatinas Tulipán”. O mejor dicho, frente a los restos calcinados que dejó Marko. El detective miró en derredor, y la tristeza volvió a inundarle. No había encaminado sus pasos hacia aquel sitio de manera consciente, sino que habían sido la inercia y los recuerdos quienes le guiaron. Aquí es donde fue… Aquí había ocurrido todo. En ese lugar maldito es donde Marko Esteven contrató a Catwoman hace una década, y donde acabó con ella…
El olor a ceniza aún seguía en el aire… mezclada con la carne de una mujer…
De repente, una sutil ráfaga de viento anunció el ataque, y lo siguiente que notó el Murciélago fue una terrible patada que casi le arranca la cabeza de los hombros. Intentó girar sobre sí mismo, aprovechar la inercia del golpe para protegerse, pero lo único que obtuvo fue un dolor salvaje en el costado izquierdo, y el crujido de varias costillas rotas. Levantó un brazo, y apartó a su atacante con el revés de la mano, ganando cierto tiempo y espacio.
Y de pronto, estaba solo de nuevo. Tan veloz como había surgido, desapareció.
Por toda respuesta, Batman saltó del tejado.
Lanzó un garfio hacia la pared contraria, y se descolgó a tremenda velocidad por la noche de Gotham, en dirección un pequeño patio interior abandonado. Allí podría esperar a su enemigo, bajo la protección de las cálidas sombras. Por suerte, el East End estaba lleno de lugares como ése, viejos y solitarios, cargados de recuerdos de otra época, y hoy sólo útiles para los vigilantes enmascarados y los asesinos.
De repente, y mientras Batman se parapetaba tras unos maderos aguardando a su rival, la muerte llegó por la espalda: un dardo, minúsculo e invisible, que fue a clavarse silenciosamente entre sus costillas. Sólo el dolor le avisó de la condena que le aguardaba.
Fue entonces cuando apareció el enemigo: era un hombre pequeño, aunque de aspecto musculoso, vestido por entero con ropas negras y ligeras, y una máscara que ocultaba por completo sus facciones, salvo únicamente sus ojos, oscuros y profundos, de un brillo maligno. Se descolgó velozmente de los tejados, y al aterrizar junto al héroe, se echó a reír.
– ¡Vaya, no creí que fuera tan fácil! ¡El gran vigilante de Gotham ya está en mis manos! ¿Quieres saber lo que lleva ese dardo? Nada menos que kamusi, el veneno más mortal que se conoce. Te quedan sólo cinco horas de vida, Batman, y será el tiempo más horrible que hayas vivido nunca. Morirás entre espasmos de dolor, consumido por la fiebre, y devorado por las alucinaciones. ¿No te parece un panorama atractivo, Murciélago, tú que has hecho sufrir tanto a los que son como yo?
Moviéndose como una sombra, y con la velocidad del rayo, el héroe emergió de su escondite, y de un solo golpe derribó al asesino. Un solo puñetazo tiró al pequeño hombre de negro sobre el suelo del patio, y otro más lo inutilizó.
Fue en ese instante cuando Batman comenzó su interrogatorio.
– Dime quién eres, y por qué haces esto.
– Mi nombre es Diablo, y soy líder de la ryu Axura. ¿Sabes quiénes somos?
– Una secta de asesinos dementes. Os da igual a quién matéis con tal de que esté bien pagado. La clase de gentuza que yo persigo. ¿Quién te encargó eliminarme?
– Eso es secreto profesional, Batman. Pero dado que ya te he vencido, no me importa revelar que fue el propio Marko Esteven quien ordenó tu eliminación. Quiero que vayas al otro mundo sabiendo que fue su mano quien firmó tu pena de muerte.
– Estás loco. Ni me has vencido, ni voy a morir. Entrégame el antídoto, antes de que me enfade de verdad…
– ¡Ja, ja, ja! ¡No hay antídoto, imbécil! Ésa es la gran maravilla del kamusi. Aquél que lo recibe, muere sin remedio.
Batman golpeó nuevamente al asesino, y otra vez, y otra, consumido por su propia furia.
– ¡No mientas! No te arriesgarías a jugar con un veneno sin poder revertirlo…
– ¡Ja! Ya empieza a afectarte… No puedes controlar tus emociones, ¿verdad? Miedo, furia, odio… Pronto empezarán las visiones, luego el temblor, y finalmente el olvido…
Los puños del Murciélago siguieron cebándose con el rostro y el cuerpo de su enemigo, hasta que de pronto, Diablo levantó una mano, y detuvo los golpes en el aire.
– Ya es suficiente. No voy a seguir tolerando tu comportamiento. Quise hasta ahora que murieras por la mano cruel y dolorosa del kamusi, pero no voy a dejar que pagues tu descontrol en mí. Aún sigo siendo Diablo, el Señor de los Axura… Y va a quedarte muy claro…
El asesino lanzó sus manos hacia delante, veloces como cuchillos, y las puntas de sus dedos se clavaron profundamente en la carne del Murciélago, abriendo feas heridas bajo ambos costados. Luego proyectó hacia arriba una rodilla, impactando con un ruido sordo contra el mentón del héroe. Batman cayó sobre los abandonados tablones, desangrándose, y a la vez mareado.
Diablo rió, y caminó hacia delante en busca de su presa. En busca del golpe de gracia.
Pero el detective no estaba derrotado.
Tan pronto como su enemigo dio un paso hacia él, su pie voló a una velocidad endiablada, hundiéndose con crudeza entre los pulmones del ninja. Una patada mortal en cualquier otro hombre… pero que en Diablo no pudo más que romperle el esternón.
El asesino quedó mirándole, estupefacto. Sus ojos parecían ir a salirse de las órbitas, mientras sus manos agarraban el pecho destrozado. Sin duda debe estar doliéndote como un maldito infierno…
Pero no era eso lo que más indignaba al atacante, sino la certeza, que no había tenido hasta el momento, de con quién estaba luchando…
– Tú no eres él – dijo de pronto Diablo –. No eres Batman…
– ¿De qué demonios hablas? – masculló el héroe, entre el dolor y la niebla.
– Le he estudiado, llevo años conociendo su estilo y su método, y sé perfectamente que tú no eres él. No hay tácticas como ésa en su repertorio.
– Estás loco…
– No, sé bien lo que digo. Tú debes ser Nightwing, su antiguo ayudante. Supe que habías estudiado con otros maestros, y que aprendiste cosas que él no hace. Como esa patada. En cualquier hombre normal habría supuesto la muerte instantánea. Te la enseñó Lady Shiva, ¿verdad?
Fue entonces cuando el hombre bajo la capa empezó a temblar.
– ¿Dónde está él? – siguió Diablo –. ¿Por qué se ha marchado de Gotham y deja una mala copia en su lugar? ¿A dónde ha ido?
– Púdrete… – susurró el héroe, y lanzó un nuevo puñetazo al rostro de su enemigo.
– Eres bueno, chico, lo reconozco… y sería un digno reto doblegar tu furia… pero no es a ti a quien quiero. No debo emplear mis energías más que en mi auténtica diana. Dile esto a Batman: le estaré esperando, y cuando regrese a Gotham, sabrá quién es su verdadero enemigo… En cuanto a ti, carece de sentido todo cuanto he hecho hoy… Podría matarte, sólo con dejarte aquí y esperar a que murieras… pero no me han pagado por eso, y mi honor exige que no atente contra tu vida. Toma… bebe esto y vivirás… al menos hasta que volvamos a cruzar nuestros caminos…
Arrojó al suelo una diminuta botella de cristal, y luego desapareció trepando por la fachada. El héroe recogió la botella, y contempló su oscuro contenido. No tenía razón alguna para fiarse de aquel tipo, que de sobra sabía que era un asesino de la peor calaña… pero sus huesos le decían que el veneno pronto haría su efecto, y no tenía opciones mejores. De modo que bebió el líquido de un solo trago… y luego se desmayó.
Una hora después, Alfred Pennyworth trabajaba duramente. Sus habilidades como cirujano habían sido de gran ayuda durante los años de trabajo nocturno de su señor, pero esta noche no se lo estaban poniendo nada fácil. Reparar heridas profundas causadas por las manos de un asesino ninja no era su especialidad, a pesar de lo bien dotado que estaba aquel refugio subterráneo. La Batcueva. El mítico hogar del más temido justiciero del mundo.
Hoy su ocupante estaba herido, pero al menos ya no corría peligro su vida.
– Ha sido impresionante, Bruce. Ese tipo se movía como si tuviera súper–velocidad, y sus manos desnudas eran auténticas armas letales…
- Hace mucho tiempo que oí hablar de los Axura, Richard – dijo una voz en el teléfono
–, aunque nunca tuve la desagradable oportunidad de cruzarme con ellos. Son seres legendarios, nombrados en susurros por todo Oriente. Hay historias sobre su destreza matando que se remontan a los comienzos de la Edad Media.
– Pues este tipo es muy real. Y fue gracias a que reconoció mi estilo de lucha que ahora no estoy criando malvas.
– No me gusta tener que confiar en la suerte. Analiza los restos de veneno que queden en tu sangre, y el antídoto de la botella. No creo que vuelva a utilizarlos, pero es mejor que estemos preparados por si acaso.
– Sí, ya los he introducido en la computadora. La verdad es que el ataque le salió fatal. Ahora sabemos que Marko quiere verte muerto, y que esperará cualquier oportunidad para conseguirlo. Y encima ha perdido el factor sorpresa.
– Ése es su único error. Ya sabíamos que la droga venía de Marko, y que estaba deseando quitárseme de en medio para actuar libremente. Ahora sabemos que ha contratado a unos asesinos profesionales, y conocemos a nuestro enemigo tan bien como parece que él nos conoce a nosotros… Sí, tal vez ahora la ventaja sea nuestra.
– Bruce… ese tipo es peligroso… lleva cuidado, ¿vale? ¿Cuándo volverás a Gotham?
– Mañana. El asunto de California está acabado. Tengo vuelo a primera hora. No te preocupes por Marko ni por Diablo, Richard. Ahora son cosa mía, y podré controlarlos bien.
– ¿Quieres que me quede un tiempo más por aquí?
– No. Como te digo, podré controlarlos bien. Termina de curar tus heridas y regresa a Blüdhaven, ¿de acuerdo? Esto ya no es asunto tuyo.
Y colgó.
“Sigue siendo el mismo”, se dijo Dick Grayson. El tiempo había pasado, él ya no era Robin, ni la Batcueva era su hogar… pero algunas cosas nunca cambian.
Y por un segundo, dio gracias a las tácticas de combate mortal que le enseñara Lady Shiva. Hoy le habían salvado el cuello, y sin tener que cobrarse ningún otro.
Hace diez años. París, 22:30 h.
Una suave canción de amor resonaba por las orillas del Sena, mientras la luna se reflejaba perezosa en sus aguas. Varias parejas de enamorados paseaban sobre los numerosos puentes que cruzaban el río, jurándose amor eterno con la noche sobre sus cabezas.
Pero no había amor, ni felicidad, en el apartamento de la americana Jennifer Lawson, dueña de una importante empresa de cosméticos femeninos. De hecho, en esta misma noche, la famosa empresaria se dedicaba a gritar a todo pulmón a través del teléfono, en un inglés casi ininteligible.
catwoman julie
– ¡No, André, no quiero excusas! Ese maldito Marko Esteven puede irse al cuerno si se obceca con el condenado edificio. Y tu deber sería averiguar por qué tiene tanto interés en conseguir esos planos en concreto. ¿Qué demonios hay en el Edificio Siracusa para querer a la mejor ladrona del mundo, a cualquier precio?
– Eso es lo que esperaba que tú me dijeras – pronunció una misteriosa voz desde la ventana.
En ese instante, la mujer soltó el teléfono, y el terror más puro se dibujó en su rostro, al tiempo que una alta y sombría figura vestida de murciélago penetraba en su apartamento.
– ¿Qui… Quién es usted?
– No te hagas la tonta conmigo, Catwoman – dijo la aparición –. He venido siguiendo tu rastro desde Gotham. ¿Crees que no averiguaría que toda la empresa es ficticia, sólo una cara cortina de humo que encubra tus actividades?
– No… no sé de qué me habla…
El enmascarado se acercó mucho a su rostro, y gritó con la furia plasmada en su férrea mandíbula.
– ¡He dicho que no te hagas la tonta conmigo!
La mujer se quedó estupefacta, pero enseguida comprendió que todo había acabado. Se puso en pie, y miró a su invitado con resignación. Entonces se quitó la peluca rubia, y dejó la pose encorvada.
– ¿Có… cómo lo has sabido?
– Hace tiempo que no es un secreto para mí – contestó el detective, recuperando la serenidad –. Creaste la empresa bajo la falsa identidad de Jennifer Lawson, para que cubriera tus viajes y te proporcionara una excusa en caso de problemas. Pero por desgracia para ti, mis redes también llegan al mercado bursátil. No es difícil descubrir una empresa fantasma, si sabes hacerlo.
– De acuerdo… – dijo ella, compungida –. ¿Me llevarás a la cárcel?
– Puedo ofrecerte un trato. Por tu conversación ya sé que fue Marko Esteven el tipo que te contrató para asaltar el Banco Central de Gotham, y él es un pez mucho más gordo que tú. Le quiero entre rejas. Dámelo… y tendrás una nueva oportunidad.
– ¿Esperas que le traicione? Yo no soy de esa clase de chicas.
– Es tu única oportunidad, Catwoman. Tienes veinticuatro horas para decidirte. Entrégame pruebas que inculpen a Esteven y te dejaré marchar. Intenta engañarme… – y al decir esto volvió a acercarse a la joven, amedrentándola – y lo lamentarás…
Y desapareció otra vez hacia la noche.
Y allí quedó Jennifer Lawson, sola y perdida en su lujoso apartamento francés, dividida entre sus principios como ladrona, su escasa lealtad hacia un tipo que le había dado la espalda, y su instinto de supervivencia.
Tenía sólo veinticuatro horas para decidirse…
Anoche. Sobre los tejados de Gotham City, 02:32 h.
El suave zumbido en su cinturón alertó inmediatamente al Señor de la Noche.
Hasta entonces, la ronda se había presentado monótona y extraña, con varios pequeños malhechores de baja estofa que le habían retenido en los estrechos callejones de la zona alta de Gotham, sin poder ocuparse de lo que realmente le estaba preocupando: el auténtico crimen en los barrios bajos. Sabía por sus informadores que algo grande se preparaba, algún misterioso movimiento de las viejas Familias, pero aún no llegaba a entender el qué. Ni de dónde vendría…
¿Falcone? ¿Los Gabrielli? ¿Techenko? ¿Alguien nuevo…? Ni la menor idea.
Tony Vega había muerto, y su territorio se deshizo como llevado por la marea. En los círculos del crimen organizado de la mítica Ciudad Corrupta no se perdonaban los errores, y cualquier paso en falso era castigado con la pena más dura. Sus socios no habían tardado en apropiarse del imperio que Vega tardó años en levantar, pero… ¿quién le había matado? ¿A quién beneficiaba, aparte de a las clásicas sanguijuelas que corrieron a sacar partido de su fin?
Tal vez averiguando eso podría ver lo que se estaba preparando.
Detuvo su vuelo al pasar sobre una de las altas torres de la iglesia católica de Gotham, y allí, mezclado entre las viejas gárgolas de antaño, contestó a la llamada:
– Sí.
– Batman, aquí Oráculo – resonó en el diminuto altavoz implantado en su oído –. Ha pasado algo. Uno de mis satélites ha detectado una enorme fuente de calor en el East End, que apareció misteriosamente hace un minuto. Parece una explosión, y bastante grande, en el emplazamiento del antiguo almacén de “Chocolatinas Tulipán”.
– Bien. Lo investigaré. Batman fuera.
El East End. ¿Podría ser…? ¿Tal vez tuviera algo que ver con el misterio que le daba vueltas en la cabeza? Era el territorio de Catwoman… pero también el antiguo territorio de Marko Esteven. Y los recuerdos volvieron a la mente del héroe…
Pulsó un botón oculto en su completo cinturón de trucos, y más abajo, en los solitarios callejones de Gotham City, rugió el poderoso motor del Batmóvil.
No tardó más de dos minutos en cruzar toda la ciudad y alcanzar su objetivo. Y en horrorizarse. El viejo almacén estaba completamente arrasado. Sin duda tuvo que ser una bomba. Ninguna causa natural podía destruir tan completamente un edificio, aniquilarlo por completo, reducirlo a cenizas como si nunca hubiera existido.
Pero… ¿por qué?
¿Qué gana alguien con volar un almacén abandonado?
Aún no había salido del coche cuando la idea ya se había fraguado por completo en su cabeza: para tender una trampa mortal. Un lugar apartado, donde nadie va a venir a molestarte, y que las autoridades tampoco se molestarán en revisar.
Pulsó el mando de telecomunicación directa, controlado por voz.
– Oráculo – ordenó, y la computadora de su traje inició la conexión por satélite.
– Dime, Batman – respondió la voz distorsionada electrónicamente.
– Busca a Catwoman.
– Enseguida.
Y mientras hablaba, sola en su misterioso refugio en la Torre del Reloj, Barbara Gordon puso en marcha su complejo sistema de ordenadores. La que una vez fuera la Batgirl original, herida y lisiada por el demente Joker en uno de sus arranques de psicosis homicida, ahora se había convertido en la más poderosa hacker del mundo, la principal controladora de información en este moderno planeta informatizado, y una de las más valiosas aliadas del Murciélago.
Sin embargo, esta vez sus esfuerzos eran inútiles.
– No… no sé qué puede ocurrir, Batman. No recibo señal alguna de su emisor. Sabes que incluí un localizador en el cinturón multiusos que le dimos… pero por alguna razón ya no está activado. Pero eso es imposible. Sé cómo funciona, y no hay nadie en todo Occidente capaz de desconectarlo. No entiendo qué puede…
Pero el detective ya se había puesto en marcha, mientras susurraba:
– Yo sí sé qué puede haber sido. La explosión de un almacén abandonado.
Su capa ondeó como una bandera mientras el Murciélago recorría frenético los restos calcinados del enorme edificio, aún plagados de gigantescas y luminosas llamas, mientras la tela reforzada de sus guantes se veía incapaz de sobrevivir ante las horribles temperaturas de las ruinas, y sus manos empezaban a abrasarse. Pero él no se detuvo…
Hasta que se le ocurrió dónde podría encontrarla: en los tejados de alrededor.
Tres segundos después la vislumbraba.
Sola, abandonada, como un resto de basura desechado por el mundo. Perdida, consumida, negra y carbonizada, reducida poco más que a huesos y cenizas. Muerta.
La tomó en sus brazos, como la madre que abraza a sus hijos heridos, y de pronto, bajo la impertérrita máscara del héroe, empezó a llorar.
La había perdido. La había perdido para siempre.
Pero no se rindió.
Eso es lo que realmente significa ser Batman: nunca sentir miedo, y nunca dar un paso atrás.
Volvió a conectar con Oráculo, y gritó sus órdenes como un irascible general en medio de una cruenta guerra.
– Escúchame bien, porque no voy a repetirlo. Avisa a la Unidad de Quemados del Hospital General de Gotham. Diles que estoy transportando a una paciente en muy mal estado, y que necesito a toda la plantilla preparada. Que llamen a cualquiera que esté en la ciudad, me da igual que tengan permiso o vacaciones. Quien no venga ahora mismo a trabajar, me ocuparé personalmente de que lo expulsen por la mañana. Hay que salvarla como sea.Avisa también a la Liga, y a la Sociedad de la Justicia. Incluso a los Titanes y los Outsiders si hace falta. Que el Doctor Mid–Nite se ocupe de la cirugía. Ellos ya saben lo que hay que hacer, estamos preparados para cosas como ésta. Y activa el Centro Médico Wayne en Los Ángeles. No me importa qué hora sea allí. Diles que mañana a primera hora vamos a trasladarla, y que tengan todo listo. ¿Lo has entendido bien, Oráculo?
Y en ese instante, Barbara Gordon temió por la cordura del Murciélago… que más que cualquier otra cosa, era su amigo.
– ¿Batman…? ¿Estás bien?
– Eso no importa ahora. Lo único que debe preocuparnos es cómo va a estar ella. Una compañera ha resultado herida… y no pienso perder a nadie más. Batman fuera.
Y fue entonces cuando la hija del comisario Gordon lo entendió todo.
Jason… Ella misma… el propio Dick…
En medio de su estricta guerra contra el crimen, Batman había vivido demasiadas pérdidas… muchas bajas de amigos y aliados fieles, que sólo por seguirle habían sufrido horrores sin límite, e incluso en el caso del más joven, una muerte desagradable.
Y ahora, Catwoman…
Hoy. En algún lugar clandestino en Gotham City, 20:30 h.
Felicidad.
La satisfacción del trabajo bien hecho.
Diablo, el salvaje líder de la más salvaje escuela de asesinos del mundo, la ryu Axura, se sentía realizado. El plan estaba resultando a la perfección.
Catwoman había sido la primera víctima.
Su jefe, el temido mafioso Marko Esteven, les había contratado para eliminar cualquier rival que pudiera tener en su camino hacia el poder en Gotham City, pero también para liquidar un par de cuentas pendientes: Batman y Catwoman.
Esos dos habían provocado que Esteven fuera a la cárcel durante una larga década, y ellos se encargarían de que lo pagaran con sus vidas. Y los Axura nunca fallan…
La Gata lo había comprobado en persona la noche anterior.
El plan fue una auténtica maravilla: coaccionar a la prostituta para que trabajara en su favor atrayéndola al almacén, mientras unos cuantos ninjas disfrazados de modestos maleantes entretenían al héroe durante un par de horas.
Y claro, salió perfecto.
Ahora sólo tenían que presionar a la Policía para que olvidaran la explosión del almacén, con un falso dictamen científico atribuyéndola a un escape de gas, y destruir rápidamente los cadáveres antes de que nadie pudiera identificarlos. Por mucha influencia que tuvieran los Axura en el equipo del comisario Atkins, si alguien llegaba a enterarse de que la fallecida era Selina Kyle, Catwoman, nadie podría evitar una investigación oficial. Quizá incluso se inmiscuyera el FBI…
No. Inadmisible.
La idea era que todo se olvidara deprisa, dejándolo como “un triste accidente que todos sentimos” (eso había dicho el Alcalde por la mañana, en un bello discurso de lo más conmovedor). Y cuando descubrieran que dos prostitutas estaban durmiendo en el almacén cuando se produjo el escape de gas, seguro que el bueno de Hull hasta lloraba…
Caso cerrado.
Ahora quedaba el otro asunto: el Murciélago.
Diablo estaba realmente excitado con la posibilidad de medirse contra el más formidable rival de todo Occidente. Batman era un nombre mítico entre los Axura, considerado como un magnífico guerrero que nadie debía menospreciar.
Y ahora le habían encargado matarlo…
Diablo sonrió. Si lo lograba, sería el hombre más admirado durante décadas. Y si no, al menos moriría de una forma honorable.
¿Y qué pasaba con el maldito Proyecto Demolición de Marko Esteven?
Ellos no estaban de acuerdo, no les pagaban para esa clase de cosas… pero en el fondo no eran sino mercenarios, y tenían que aceptar lo que sus jefes quisieran hacer después de pagarles.
Al menos, se asegurarían de estar lejos de Gotham cuando ocurriera…
Se adecentó, y marchó de cena con su jefe.
Continuará...
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