Título: El loco y la moneda Autor: Igor Rodtem Portada: Watson Publicado en: Marzo 2007
Se ha producido un motín en el Asilo de Arkham. Dos Caras ha salido de su celda y ha tomado rehenes. ¿Como podrá Batman resolver la situación si Bruce Wayne es uno de ellos?
|
Hice una promesa ante la tumba de mis padres: librar a esta ciudad de la maldad que les quitó la vida. Soy Bruce Wayne, filántropo multimillonario. De noche, los criminales, esos cobardes y supersticiosos, me llaman...
Batman creado por Bob Kane
Resumen de lo publicado: La policia aún discute la situación de Harvey Dent después de que los médicos hayan certificado el fin de su locura. Pero Harvey rebela que la personalidad que ha sobrevivido al proceso es la de "Dos Caras" y secuestra al Fiscal del Distrito y a Renee Montoya. Batman acude al rescate y consigue rescatarlos cuando la moneda decide perdonarles la vida.
"—Me llamo Beatrice Drake –dijo con gran solemnidad–. Podrá comprobarlo en mi certificado de lunática.”
Extraído de la novela La esfera y la cruz, de G. K. Chesterton.
Prólogo
Gotham City es una ciudad oscura. Siempre lo ha sido, desde que nació, allá por el siglo XVII. No sólo es oscura por su arquitectura gótica, sus sombras y tonos grises. Su gente es algo oscura también –algunos, especialmente oscuros–. Y casi nunca brilla el sol en lo alto. Pero a veces, muy pocas veces, el astro rey encuentra la manera de iluminar la ciudad. Hoy es uno de esos extraños días en los que sol amanece bañando a los gothamitas desde el horizonte. Un cielo azul invita a tener un buen día. ¿Por qué no? ¿Cómo es posible tener un mal día con este sol, con este magnífico tempo? ¿Cómo es posible?
—¿¡Cómo es posible!?
El grito recorre todo el viejo –aunque reformado– edificio en unos pocos segundos, retumbando en las paredes de piedra.
—¡Por todos los demonios! ¿¡Cómo es posible!?
Apenas es la hora de desayunar pero un enorme revuelo se ha formado ya en Arkham Asylum, oficialmente llamado Sanatorio Arkham para Delincuentes Enfermos Mentales¬, una prisión-manicomio especializada en psicópatas y criminales insanos peligrosos. Uno de los internos está gritando de forma histérica y descontrolada, en el amplio comedor común. Varios enfermeros y celadores acuden rápidamente a la mesa de donde proceden los gritos, amparados por guardias armados, no con armas de fuego, prohibidas ahora en Arkham, pero sí con fuertes porras y descargadores eléctricos. El autor de los gritos no es otro más que un desquiciado Dos-Caras, que está destrozando todo lo que encuentra a su alrededor, dando puñetazos sin sentido en la mesa y pateando los bancos para sentarse. Los internos que se encuentran cerca de él también reciben algún que otro fuerte golpe, pero pronto se alejan de él, asustados.
—¡Ya basta, Dent! –ordena uno de los enfermeros, mientras los guardias rodean al lunático–. ¡Para de una vez!
—No soy Dent. Mi nombre es Dos-Caras –se había detenido por unos instantes, pero de repente comienza a cargar contra uno de los guardias, aunque enseguida se ve sujeto por varios pares de brazos que tratan de inmovilizarle.
—¡Cálmate, Dos-Caras! –grita uno de los enfermeros, comenzando a llenar una jeringuilla con una sustancia sedante.
—¡Nooooo...! –y Dos-Caras, soltándose ligeramente de sus captores, vuelve a arremeter contra todo lo que se le pone al alcance, gritando desquiciadamente y sin ningún tipo de control.
—¡Dos-Caras!... ¡Dent!... ¡Detente ya o atente a las consecuencias!
—¡No! –vuelve a gritar el desquiciado–. No puedo...
—¿Qué es lo que te ocurre? –pregunta otro de los enfermeros, mientras los guardias vuelven a inmovilizarle, aunque se ven obligados a golpearle con todas sus fuerzas.
—¡La moneda! –responde Dos-Caras, con furia, aunque ya parece haberse detenido.
—¿Qué? –responden los enfermeros y los guardias, algo desconcertados.
—Ha desaparecido –contesta Dos-Caras con la mirada perdida–. ¿Cómo es posible que haya desaparecido?
Cuando parece que ya se ha calmado, vuelve a tener un acceso de furia, y los guardias vuelven a bloquearlo, permitiendo a unos de los enfermeros que pueda sedarlo con la jeringuilla. Dos-Caras acaba perdiendo el conocimiento, aunque antes dice una última frase:
—Alguien ha cogido la moneda. Y va a pagar por ello...
El loco y la moneda
El doctor Jeremiah Arkham, director del asilo que lleva su propio apellido, sale de su despacho, en dirección a la recepción, donde esperan los visitantes. Se va a celebrar una visita guiada al manicomio, y los invitados son algunos de los personajes más influyentes de Gotham City. El objetivo: recaudar fondos, por supuesto. El doctor Arkham avanza por un sombrío pasillo, escasamente iluminado. Camina cabizbajo y a disgusto, y en su cara se puede leer claramente la resignación, pues le espera una dura jornada, muy poco apetecible. Lo único que a él le interesa es tratar a sus pacientes, analizar sus mentes, intentando solucionar sus problemas; y lo último que le apetece es hacer de relaciones públicas, pero sabe que debe mostrar su mejor imagen y sonríe ampliamente cuando llega a la recepción. Entre la docena de asistentes, Jeremiah Arkham reconoce sin dificultad a Bruce Wayne, el millonario favorito de la ciudad, que ha venido acompañado de Lucius Fox, principal asesor en sus empresas (a las que conviene tener cerca, reconoce para sí mismo Arkham). También ha acudido, aunque al doctor no le hace demasiada gracia, Oswald Chesterfield Cobblepot, más conocido como el Pingüino, aunque en los últimas semanas está intentando hacer un lavado de imagen, con el objetivo de convertirse en uno de los principales inversores y mecenas de la ciudad. Le acompaña, además de un par de gorilas enormes incapaces de esbozar una mínima sonrisa, su asesora personal, una bella mujer de cabello plateado a la que el doctor Arkham no logra reconocer. El resto del grupo lo conforman otros personajes influyentes de Gotham City, a los que se les une, llegando con retraso en el último instante, un extraño y algo oscuro personaje. Llega, además, de forma cautelosa, y muy pocos de los presentes se percatan de ello. Bruce Wayne es uno de los que le ve llegar, lo que le hace sobresaltarse ligeramente. Su presencia provoca –aunque Bruce no sabe por qué– que se le erice el vello y que un escalofrío le recorra el cuerpo. Tiene la sensación de conocerlo, pero es incapaz de identificarlo...
Jeremiah Arkham saluda uno a uno a los visitantes y, tras las presentaciones y cordialidades necesarias, les guía hacia otras estancias del vasto edificio, haciendo un breve resumen de la historia del asilo, empezando por su fundación en 1921 de manos de su propio tío Amadeus Arkham, quien atendió al primer paciente de la institución, Martin “Perro Loco” Hawkins, que acabaría asesinando a la mujer y la hija del propio Amadeus. Éste terminaría igualmente encerrado en el asilo, tras aplicarle un severo correctivo a Hawkins. Jermuah también cuenta cómo, en la historia más reciente de la institución, el criminal Bane demolió el edificio original, por lo Arkham Asylum tuvo que ser trasladado a la intrincada Mansión Mercey, un lugar más sombrío aún, si cabe.
—Éste es el patio... –comienza a decir cuando llegan a un espacio amplio–. El patio de recreo, por así decirlo.
—La sala de juegos –replica una voz, al observar que la enorme estancia estaba repleta de diversos juegos y otros elementos similares. El grupo ríe, y eso alivia la tensión que genera un lugar como Arkham, pero saben que el resto del edificio es bastante tétrico y quizás ya no tengan oportunidad de volver a reír.
El grupo continúa la marcha, y los asistentes comienzan a charlar entre sí más animadamente.
—No entiendo tu fascinación por este lugar –comenta Lucius Fox con Bruce Wayne, aprovechando el momento de distensión.
—Ya me conoces –contesta Bruce, con cierta sonrisa irónica–. Tengo gustos un tanto... excéntricos.
—Hola, Bruce –les interrumpe Silver St. Cloud, la asesora de Cobblepot–. Un placer volver a verte...
—Silver, el placer es todo mío –Bruce le besa en la mejilla y le presenta a Lucius Fox.
—La última vez que nos vimos te marchaste... hum... precipitadamente(1) –le regaña Silver a Bruce, medio coqueteando.
—Tenía asuntos importantes que atender –responde Bruce con voz grave.
—¿Negocios? –pregunta Silver con picardía.
—Bruce tiene fama de millonario playboy –es Lucius Fox quien, curiosamente, sale al rescate de Bruce–, pero en realidad es un magnífico hombre de negocios, con una agenda demasiado apretada.
—No lo dudo –contesta Silver con cierta ironía, mientras Bruce mira con agradecimiento a Lucius. Cuando va a añadir algo, se ven interrumpidos por un desagradable graznido.
—¡Cuarck! –se trata de Cobblepot, claro–. Siento interrumpir esta agradable reunión... pero necesito de la presencia de la srta. St. Cloud –el Pingüino agarra por el brazo a Silver–. Quiero que le comente al doctor Arkham cuáles son nuestros proyectos, así como las posibles donaciones a este... antro.
Antes de irse, Silver le susurra a Bruce en el oído: “en cuanto pueda, me escapo cinco minutos y me sigues hablando de tus... negocios”. Bruce se queda observándola mientras se aleja acompañada de la oronda y enana figura de Cobblepot. Un leve codazo le saca de su ensimismamiento.
—Quizás no tengas gustos tan excéntricos –le dice Lucius Fox enarcando las cejas.
—Obviamente, no todos los pacientes gozan de las mismas condiciones –la voz de Jeremiah Arkham resuena por encima del resto, haciendo que el grupo guarde silencio y le escuche–. Los más peligrosos han de ser controlados de forma estricta y rigurosa. Están aquí porque son dañinos para la sociedad. Han cometido crímenes por los que deben pagar. Pero no hay que olvidar que también son enfermos que han de ser tratados. El principal objetivo ha de ser buscar una solución a su problema, buscar una cura a su enfermedad. En definitiva, que puedan reinsertarse de nuevo en la sociedad como un ciudadano más.
El doctor calla y nadie pronuncia una sola palabra. Es el propio Jeremiah quien rompe el silencio reinante.
—Esto es Arkham Asylum. A eso nos dedicamos aquí, con todas nuestras fuerzas y recursos posibles...
Entonces, se ve interrumpido por Cobblepot y su bella acompañante que, al parecer, quieren mantener una conversación de índole más privada con el doctor. Entre el resto de asistentes comienzan a oírse nuevamente los susurros.
—Parece que el doctor Arkham se ha aprendido bien su discurso –le dice Lucius Fox a Bruce Wayne.
—No es fácil hacer buena publicidad de un sitio como éste ¬–responde Bruce seriamente.
—Me acuerdo cuando, hace ya unos cuantos años, el doctor Arkham era un joven inexperto y nervioso –comenta Lucius–. Nadie creía en él. Nadie pensaba que podría sacar adelante un lugar como éste.
—Pero lo hizo, a pesar de todo –contesta Bruce–. Con todo lo que ha ocurrido por aquí, con las experiencias que le ha tocado vivir en este lugar, sólo le quedaban dos opciones: salir reforzado en mente y alma, o hundirse definitivamente.
—Parece que, afortunadamente, ha sido lo primero.
—En un sitio como Arkham –añade Bruce, aunque su voz es casi la de Batman–, nada es definitivo. La paz de hoy puede convertirse en la locura de mañana.
—Y bien, señores y señoras –grita el mencionado doctor, una vez que se ha deshecho de Cobblepot–. Nos vamos a adentrar por los corredores de Arkham, rumbo a la zona de celdas. Por supuesto, no hace falta recordar que no corren ningún tipo de peligro, pero sí quiero advertirles de lo que se van a encontrar. Deben estar preparados para oír delirios, gemidos y gritos desesperados. No se asusten. Es lo normal, por desgracia. Puede ser una experiencia un tanto... perturbadora. Están a tiempo de quedarse aquí si lo desean...
Jeremiah Arkham se detiene, observando atentamente al grupo, pero nadie hace amago de quedarse allí, a pesar del evidente nerviosismo y de la creciente tensión que va apoderándose de los presentes, ahora que van a adentrarse en la zona más oscura del manicomio.
Bruce Wayne, por su parte, intenta acercarse nuevamente a Silver St. Cloud. Disimuladamente, se sitúa a su lado y le dirige un saludo cordial, pero de repente se ve interrumpido por una joven de cabello largo y rubio.
—Oh, señor Wayne –dice la chica, ante el evidente disgusto de Bruce que, sin embargo, sabe disimularlo perfectamente, mostrando la mejor de sus sonrisas de playboy–. No sabe las ganas que tenía de conocerle en persona...
—Y yo a usted, señorita, aunque no tengo ni idea de quién es...
Bruce Wayne se aleja con la joven, cumpliendo a la perfección con el papel que se ha autoimpuesto cumplir ante los ciudadanos de Gotham, esa fachada de rico playboy cuyo principal interés son las mujeres. Ante la mirada disgustada de Silver, Bruce acierta a dibujarle una frase sorda con sus labios: “lo siento”.
El grupo de visitantes, guiado por el doctor Arkham, lleva ya un buen rato avanzando por los corredores donde están las celdas de los locos menos peligrosos. Llevan varios minutos avanzando entre delirios e improperios gritados por los enfermos, y la sonrisa de los asistentes se ha tornado en una cierta intranquilidad.
—Bien –dice el doctor, indicando una enorme puerta al final del pasillo–. Señores y señoras, vamos a entrar en el ala de los enfermos más peligrosos. Reforzaremos la seguridad con unos cuantos guardias más, aunque les recuerdo que todo está perfectamente bajo control.
El doctor Arkham guía a sus invitados, mostrando las celdas de algunos personajes de sobra conocidos en Gotham. Uno de dichos personajes causa gran expectación. Se trata de Victor Zsasz. Los visitantes se quedan impresionados al verle a través de la ventana situada en la puerta de su celda. Su sola presencia provoca miedo e intranquilidad, a pesar de que permanece atado de pies y manos dentro de su propia celda. En su torso desnudo pueden verse multitud de pequeñas cicatrices.
—Victor Zsasz –dice el doctor– es demasiado peligroso incluso para dejarlo suelto en su propia celda. Ha cometido infinidad de asesinatos a sangre fría y sin sentido. Crímenes que podemos ver reflejados eb las cicatrices de su cuerpo, pues se hace una marca por cada víctima que cae en sus manos...
—Tengo un trozo de piel reservado para ti, doctor Arkham... –la voz de Zsasz llega un tanto apagada desde el interior de la celda, pero hiela la sangre a cada miembro del grupo, y rápidamente Jeremiah Arkham les insta a continuar la visita, mientras se frota la frente nerviosamente. De fondo, se oyen las estruendosas carcajadas de Zsasz.
—Jervis Tetch –continúa con la exposición el doctor, unas celdas más adelante–, alias el Sombrerero Loco, obsesionado con los sombreros, los cuales usa mediante diversos mecanismos para controlar a sus víctimas, y obsesionado también con la historia de Alicia en el País de las Maravillas... Para que vean el grado de locura que afecta a algunos de los internos, haremos una demostración con Tetch. Pueden estar tranquilos, sin un sombrero cerca que pueda manipular, Jervis Tetch es completamente inofensivo. McMorris, Keanson, acompáñenme dentro.
Jeremiah Arkham se introduce en la celda del Sombrerero Loco, amparado por los dos guardias, uno completamente calvo, con pinta de estar algo trastornado por todo el tiempo que ha pasado entre locos, y el otro de aspecto más fuerte y con barba. Una vez dentro, el doctor se sitúa ante Tetch, que permanece sentado en el suelo, ante la expectación de los visitantes.
—Jervis –dice el doctor, mientras el enfermo alza la cabeza y le mira con atención y, aparentemente, sin ningún signo de locura en sus ojos–. Señor Tetch. Dígame, ¿ha recapacitado sobre sus acciones pasadas? ¿Ha pensado acerca de aquellos actos que le han llevado a ser internado en este lugar?
El Sombrerero Loco se alza y, ahora sí, con la mirada totalmente extraviada, comienza a recitar:
“—Pero yo no quiero estar entre locos –comentó Alicia.
—Oh, eso no puedes evitarlo –dijo el Gato–. Aquí todos estamos locos. Yo estoy loco. Tú estás loca.
—¿Cómo sabes que estoy loca? ¬–preguntó Alicia.
—Debes de estarlo –dijo el Gato–. O no habrías venido aquí.”
—Ya lo ven –sentencia Jeremiah Arkham, saliendo apresuradamente de la celda–. Se pasa el día recitando a Lewis Carroll...
Y el grupo continúa la visita sin pronunciar palabra.
—Y en la siguiente celda... –dice Jeremiah Arkham ante una nueva celda–. Su ocupante es el doctor Jonathan Crane, anteriormente un prestigioso psiquiatra, que incluso llegó a trabajar en esta institución, y ahora un psicópata trastornado, obsesionado con el miedo en cualquiera de sus variantes...
—¡Je! –sonríe Cobblepot –. Mi viejo amigo el Espantapájaros...
—Brrr... qué escalofrío... –comenta la chica rubia agarrándose fuertemente al brazo de Bruce Wayne, tras observar a Crane a través del cristal de la puerta de la celda.
La mayor parte de los asistentes tiemblan al mirar a través de dicho cristal. La figura que se ve al otro lado rezuma un patetismo repleto de desgraciada tristeza. Se trata de un hombre escuálido, casi en los huesos. El buzo naranja de Arkham Asylum le cubre casi como si fuera una túnica. Mira al frente, a la puerta de la celda, al cristal, y su mirada está embriagada de locura. Una mirada perdida aunque aterradora, que llena de inquietud a todo aquel que le observa.
—Nos está mirando –susurra una voz temblorosa entre los visitantes.
—No, no, tranquilos –responde el doctor Arkham, intentando tranquilizar al personal–. El cristal de la puerta es modulable. Desde fuera siempre se ve el interior, pero desde dentro podemos decidir que sea bien un cristal transparente o bien que actúe como espejo. Lo único que está viendo ahora Crane es su propio reflejo.
Pero incluso el doctor Arkham podía notar la mirada desquiciada del Espantapájaros sobre su nuca. De repente, el loco se incorpora y se acerca a la puerta de la celda, colocando su mano sobre el cristal. Con la mirada aún perdida, pronuncia unas palabras, con una voz desgarrada y desgarradora, que eriza el vello de los visitantes:
—Prepárate, Gotham. Sufrirás el TERROR como nunca antes lo has sufrido...
Jeremiah Arkham se apresura a llevarse a los visitantes de allí. Ya va siendo hora de terminar la visita. Mientras el grupo avanza hacia la siguiente celda –la última–, Bruce Wayne se queda un instante ante la celda del Espantapájaros, observándole inquisitoriamente a través del cristal de la puerta.
—¿Qué estás tramando, Crane? –susurra casi imperceptiblemente Bruce, aunque con la voz grave y ronca de Batman.
—Y aquí... –dice nuevamente el doctor Arkham, deseando acabar la visita lo antes posible–, la joya de la corona: la celda del Joker.
El silencio se apodera de todo el grupo y el propio Jeremiah Arkham se regocija de ello, aun sin desearlo. El Joker es, sin duda alguna, el ser más terrorífico de Gotham City, y estar ante su celda impone de veras. Los asistentes intentan mirar a través del cristal, pero el doctor Arkham se interpone y extiende un brazo.
—Por favor –dice–, si quieren ver la celda, lo mejor es que entremos en ella.
Y saca un juego de llaves con no menos de un centenar de ellas, introduciendo una en la cerradura y abriendo la celda del Joker, ante la estupefacción del grupo de visitantes, que comienzan a murmurar, con una inquietud creciente.
—Tranquilos –dice el doctor Arkahm, sonriendo con cierta malicia nerviosa–. Está vacía. El Joker anda suelto actualmente, como ya sabrán. Pero seguro que volverá aquí muy pronto...
—Y pronto volverá a irse –grazna el Pingüino–. Es la historia de siempre...
—Curioso que alguien como tú diga eso, Cobblepot –le espeta Bruce Wayne con seriedad, una vez reincorporado al grupo.
—¡Cuarck! –se enfada el Pingüino–. Señor Wayne, tiene fama de volver locas a las mujeres... –Cobblepot atrae las miradas del resto, y se recrea en la situación–. ¿Acaso está buscando a alguna de sus ex-novias entre estas celdas...?
Gol. Touch-down. Home-run. Ensayo. Triple. Un hoyo en uno. Juego, set y partido... Al Pingüino se le ocurre toda una serie de símiles deportivos para definir lo que le acaba de hacer al estúpido de Bruce Wayne. Ja, quería burlarse de mí, piensa Cobblepot, pero le he metido un buen tanto. Y se regocija al ver cómo Wayne le mira furioso, ante las sonrisas del resto de los asistentes. Cobblepot se encanta a sí mismo.
Unos segundos después, el momento de distensión se disipa cuando penetran en la celda del Joker.
—Como ven –explica Arkham–, no hay ningún tipo de mobiliario ni utensilio. Cuantos menos recursos se le ofrezca al Joker, más segura estará Gotham City.
El grupo sale rápidamente de la celda. La locura, una locura aterradora y sin sentido, se puede respirar en el ambiente.
—Bueno –comenta finalmente el doctor, frotándose las manos nerviosamente–. Ahora iremos a la sala museo de Arkham Asylum. Allí verán objetos realmente curiosos e interesant...
—¿Y esa otra celda, doctorcito? –pregunta con desprecio el Pingüino–. ¿Quién está ahí dentro?
Cobblepot se acerca a dicha celda y, poniéndose de puntillas, mira a través del cristal.
—O quién debería estar, mejor dicho...
Jeremiah Arkham da muestras de un creciente nerviosismo. Su serenidad y seguridad en sí mismo parecen disiparse a marchas forzadas. Comienza a balbucear y tartamudear, y a duras penas se hace entender, aunque finalmente logra explicar que el ocupante de dicha celda no es otro que Harvey Dent, alias Dos-Caras, quien por lo visto ha sufrido una pequeña “crisis” a primera hora de la mañana, por lo que ha tenido que ser recluido en una celda especial de aislamiento, en otra zona del manicomio. “No hay nada que temer” es una frase que no deja de repetir el doctor Arkham, mientras un sudor frío le recorre por el cuerpo. Una sensación de “algo no va bien” se le cruza por la cabeza, pero intenta reponerse como puede y comienza a dirigir la comitiva hacia la sala-museo de Arkham, un lugar donde probablemente podrá relajarse y explayarse hablando sobre la multitud de curiosidades que allí se encuentran.
Enfrascado en estos pensamientos, Jeremiah Arkham se adelanta unos metros al resto del grupo, y se interna por el pasillo que da a la sala-museo. Apenas es consciente de lo que ocurre a continuación: una figura se le echa encima con violencia, derribándole. Una voz susurra “doctor Arkham”, y éste enseguida se ve fuertemente sujeto por el cuello. Una figura a sus espaldas le obliga a avanzar hacia donde está el grupo de visitantes. Por el rabillo del ojo, Jeremiah Arkham puede ver que se trata de Dos-Caras.
—Señor comisario, ¿cuál es la situación exacta en el interior?
El comisario Akins intenta zafarse de los periodistas, apartando micrófonos a su alrededor, logrando por fin penetrar en el cordón policial formado alrededor de Arkham Asylum. Se ha formado una especie de motín en el interior del manicomio, originado por Harvey Dent, alias Dos-Caras, que, a pesar de que haber sido encerrado en una celda de aislamiento, ha logrado liberarse en un descuido. Al parecer, ha soltado a algunos locos (afortunadamente no a todos, piensa con alivio el comisario, tan sólo a unos pocos que son de su confianza o sabe que puede mantener bajo su influencia), y retiene contra su voluntad a varios rehenes: el doctor Jeremiah Arkham, director del manicomio, junto a varios miembros de su equipo (la policía aún no ha establecido el número exacto, pero se trata de varios enfermeros y un par de doctores, pues los guardias fueron inmediatamente expulsados por Dos-Caras, quien cerró posteriormente el edificio, imposibilitando así la entrada o salida del mismo); también están secuestrados alrededor de una docena de visitantes que se encontraban en el interior de Arkham. La situación es grave. Dos-Caras parece bastante alterado y podría cometer alguna locura. Pronto anochecerá y, aunque no le agrada la idea, el comisario ordenará encender la bat-señal.
En el interior de Arkham Asylum, concretamente dentro de la sala-museo, Bruce Wayne no deja de pensar en la manera de detener aquella locura pero, de momento, no quiere precipitarse ni comprometer su identidad secreta. Si la situación lo requiere, no dudará en entrar en acción, aunque eso signifique descubrirse, pero, de momento, prefiere seguir actuando como Bruce Wayne.
—Harvey, debes tranquilizart...
—¡Cállate, Wayne! ¬–Dos-Caras empuña una de las porras eléctricas de los guardias–. Dent no está aquí para escucharte.
—Esta gente no te ha hecho nada –insiste Wayne–, debes dejarlas salir de aq...
—¡He dicho que te calles! –Dos-Caras mira con furia a Bruce Wayne, que simula aterrarse y baja la cabeza. Bruce es consciente de que tiene a Dos-Caras a una distancia suficiente para noquearle sin problemas, y el resto de los locos que andan sueltos no deberían suponer más que una molestia. Si actúa, levantará sospechas. Si no actúa, quizás lo tenga que lamentar posteriormente. Pero entonces, Dos-Caras se dirige a unos de los locos que ha liberado y le dice:
—Sujeta a esa mujer. Si alguien intenta algo, mátala. ¿Sabrá hacerlo, escoria?
El loco, un tipejo pequeño y delgado, asiente con vehemencia y coge por el brazo a Silver St. Cloud, que intenta defenderse infructuosamente. Silver mira a Bruce con cierta desesperación, y éste hace un leve gesto de negación con la cabeza, por lo que Silver deja de forcejear.
—Dent... –vuelve a insistir Bruce.
—¡Ya basta, Wayne! No quiero hacer daño a nadie, pero necesito rehenes para mi propia seguridad... ¬–Dos-Caras se dirige entonces a Jeremiah Arkham–. Ahora, mi pequeño doctor, me vas a ayudar a encontrar mi moneda...
Poco después, en el despacho del doctor Arkham, quien está ofreciendo una moneda al criminal psicópata Dos-Caras. Una moneda con una de las caras marcada. Una moneda que el loco reconoce.
—Es una de mis monedas –dice al cogerla.
—En efecto –responde el doctor, visiblemente nervioso.
—¿Tienes más?
—Cu-cuatro o cinco más.
Dos-Caras esboza una sonrisa que acaba degenerando en una sonora carcajada.
—¿Por qué?
—Para emergencias... Para casos como éste... –contesta Arkham–. Para mantenerte tranquilo. Si no tienes una moneda que lanzar, te pones...
—Algo nervioso, sin duda –y Dos-Caras vuelve a sonreír, lo que le da un aspecto aún más terrorífico. Está jugueteando con la moneda, aunque sin lanzarla.
—¿Y bien? –pregunta Jeremiah–. Ya tienes la moneda. ¿Te vas a entregar ahora...?
—Te agradezco el detalle, Arkham –responde Dos-Caras–. Pero estoy buscando una moneda en concreto. Una moneda, digamos, especial. Esta mañana la tenía en mi poder al levantarme. Y la llevé conmigo a esa especie de desayuno comunitario que se te ha ocurrido montar. Cuando fui a echar mano de ella, la moneda ya no estaba. Alguien me la ha robado, y voy a averiguar quién ha sido.
—Dent...
—¡Mi nombre es Dos-Caras!
—Ya hemos hablado de esto, Dent. Debes dejar que te ayudemos. Te habíamos dejado desayunar con el resto de pacientes porque ibas a colaborar, pero esta reacción no es nada positiv...
Dos-Caras le suelta un fuerte guantazo a Arkham, derribándolo y haciéndole sangrar de la nariz.
—Mi pequeño doctor... –le susurra al oído, agachándose–. No sé si se ha fijado en que ahora soy yo quien está al mando. Tan sólo he liberado a unos pocos pobres diablos, pero será mejor que colabore conmigo si no quiere que suelte a tipos como Zsasz o Crane. Creo, además, que están deseando hablar con usted cara a cara, no sé si me entiende...
—Está bien, Dent. ¿Qué quieres de mí?
—Dos cosas, por supuesto... Que me llames Dos-Caras, y que me ayudes a encontrar al ladrón.
—¿Y cómo quieres que lo haga?
—Quien me haya quitado la moneda tiene que ser un ladrón muy hábil...
—Quizás aprovechó algún descuido tuyo... –comienza a decir el doctor Arkham, pero Dos-Caras se enfurece y se vuelve contra él, agarrándole por el cuello, enfadado. Arkham le pide disculpas y Dos-Caras parece calmarse.
—De los locos que hay en Arkham y que ya conocía de antes, no ha sido ninguno –continúa hablando el psicópata–. De eso estoy seguro. Pero hay muchos tipos aquí dentro que no conozco... y que por lo visto no me conocen demasiado bien a mí tampoco... Sin embargo, tú estás familiarizado con cada paciente, ¿verdad, doctor?
—Es mi labor...
—Magnífico...
Un rato después, Dos-Caras sale del despacho del doctor Arkham con un juego de llaves que da acceso a cualquier parte del manicomio, y con el nombre de tres posibles candidatos a haberle robado la dichosa moneda. Tres enfermos mentales con cierta habilidad para la apropiación de lo ajeno. Jeremiah Arkham se queda en su despacho, apesadumbrado y pensativo. Le gustaría poder hacer algo para curar a Harvey Dent, pero parece un caso definitivamente perdido...
Sala-museo de Arkham Asylum. El grupo de rehenes es vigilado por media docena de enfermos mentales cuyas ideas y pensamientos giran entorno a vorágines y espirales mentales. En fin, que están como una cabra, lo que les hace más peligrosos e impredecibles. Los rehenes, recluidos en un rincón, entre diversos objetos, mantienen la boca cerrada, por si acaso, pero los locos no dejan de soltar frases incoherentes y sin sentido. Sin embargo se callan, asustados, cuando regresa Dos-Caras.
—¿Cómo lo lleváis, muchachos? ¿Ha habido algún valiente? ¿Se ha portado bien el Pingüino? –pregunta el recién llegado.
—Todo bien, señor... señor, todo bien... Dos-Caras, señor. Todo bien. Los rehe he he... ellos han estado tranquilos, y nosotros...
—Nosotros hemos construido nuestro propio pequeño Arkham Asylum.
—Sí... Nuestro Arkham Asylum “petit comité”.
—Os adoro, muchachos –responde Dos-Caras, sonriendo, mientras toma rumbo a la zona de celdas–. Seguid así. Lo estáis haciendo muy bien.
—Qué gran tipo –dice uno de los locos, ante lo cual asienten los demás desenfrenadamente.
—Sí –añade otro–. Este lugar pierde mucho sin el Joker, pero menos mal que aún nos queda el viejo Caras...
Los locos siguen enfrascados en su mundo particular, tal vez pensando en escapar del manicomio arrojando un pesado lavabo sobre los ventanales, como hizo el jefe indio en “Alguien voló sobre el nido del cuco”, aunque no osan desobedecer a Dos-Caras y permanecen en sus puestos. Mientras, los rehenes están demasiado asustados y paralizados como para advertir que alguien se ha escabullido de allí, silenciosamente, tras los pasos de Dos-Caras. Tan sólo Silver St. Cloud se percata de que Bruce Wayne ha desaparecido.
Dos-Caras ya ha comenzado la búsqueda de su moneda. El primer nombre de la lista que le ha dado el doctor Arkham corresponde a un pequeño loco hipernervioso y demasiado enclenque como para durarle un minuto a Dos-Caras. No es el ladrón.
El segundo sospechoso es, en cambio, un tipo fuerte y listo. Un tipo duro que logra oponerle resistencia a Dos-Caras, pero que acaba cayendo igualmente. Y tampoco es el ladrón.
Tiene que ser, por tanto, el tercer y último nombre de la lista. Dos-Caras se permite una sonrisa. Pronto recuperará su moneda.
Enseguida se sitúa ante la celda del tercer candidato. El pasillo está casi a oscuras, como suele ser costumbre en Arkham Asylum, pero le da igual. Sólo piensa en recuperar su moneda. Pero...
—Dent... –una voz grave susurra en el pasillo.
—¿Quién demonios...? –Dos-Caras se gira, pero no logra ver a nadie.
—Dent. Ya sabes quién soy.
—Batman... –los músculos de Dos-Caras se tensan–. ¿Qué haces tú aquí?
—No puedo dejar que actúes a tu libre albedrío –dice Batman, sin llegar a mostrarse.
—No quiero hacer daño a nadie –replica Dos-Caras–. Sólo quiero recuperar mi moneda.
—¿Y los rehenes?
—No quiero que la policía entre en el edificio, y tú tampoco deberías estar aquí –Dos-Caras no deja de mirar por el pasillo, tratando de localizar a Batman, en vano–. Sólo quiero mi moneda. Cuando la tenga, me iré tranquilamente a mi celda y me portaré como un niño bueno. Incluso seré el favorito del doctor Arkham, si es necesario...
—¿Por qué no te has ido ya de Arkham?
—Mi lugar es ahora este sitio, esta casa de locos –responde Dos-Caras–. Necesito pensar. Necesito recapacitar... Y necesito mi moneda.
—¿Qué tiene de especial esa moneda? Puedes conseguir cualquier otra...
—Es mi moneda. No quiero que ningún imbécil se piense que puede robarme, a mí, impunemente –responde Dos-Caras, mientras saca el juego de llaves del doctor Arkham–. Además, se ha cometido un robo, y hay que aplicar justicia...
Dos-Caras se gira rápidamente y se introduce en la celda, cerrándola desde dentro. Bruce Wayne echa a correr lo más rápido posible pero cuando alcanza la puerta, ya no puede abrirla. Mira a través del espejo y ve cómo Dos-Caras se acerca amenazadoramente al pobre loco que está ahí encerrado. En ese preciso instante, comienza a vibrar un pequeño comunicador que lleva Bruce.
—Adelante, Oráculo –habla Bruce directamente al comunicador, mientras intenta abrir la puerta de la celda, aunque sabe que es imposible.
—##Batman ##–dice la voz de Barbara Gordon, alias Oráculo, al otro lado de la línea–,## hay una crisis con rehenes en Arkham Asy...##
—Lo sé. Bruce Wayne es uno de los rehenes.
—.##.. ¿Estás dentro?## –pregunta Oráculo, tras unos segundos de asombro.
—Dos-Caras ha montado un pequeño motín –explica Bruce–, pero creo que va a terminar en breve. Dile a Dick que venga lo antes posible –Bruce reflexiona un instante y luego añade–: Que venga como Batman.
—##¿Y tú? ##–pregunta Oráculo, mientras por otra línea está poniéndose en contacto con Dick Grayson, alias Nightwing.
—Me temo que debo seguir siendo Bruce Wayne para no levantar sospechas –responde él–. Cuando llegue Dick, sólo tendrá que asegurase de que Dos-Caras está tranquilo.
Bruce escucha cómo Oráculo le pide a Dick que acuda a Arkham. A éste no le hace ninguna gracia ir como Batman, aunque no es la primera vez que hace algo así, pero termina por acatar la orden.
—##Bruce, ¿qué está ocurriendo ahí dentro? ##–pregunta Oráculo, mientras Dick Grayson se mantiene en línea para estar al tanto de la situación.
—Está obsesionado con una moneda –responde Wayne.
—##Eso no es nuevo...##
—Con una moneda en concreto –aclara él–. Una moneda que, por alguna razón, resulta especial para Dent, y voy a descubrir por qué. Dick, cuando entres en Arkham, dirígete a la celda 237. Ahora mismo Dos-Caras está torturando a un pobre diablo en su interior, intentando recuperar la dichosa moneda.
—¿Y tú qué vas a hacer? –preguntan casi al unísono Oráculo y Dick Grayson.
—Voy a hablar con el doctor Arkham –responde Bruce, poniéndose en movimiento por el pasillo–, antes de que el resto de rehenes eche de menos a Bruce Wayne.
—Comisario. Ya ha anochecido...
—Sí, tienes razón –responde el comisario Akins, extendiendo el brazo para que el agente de policía pueda darle el radio-comunicador–. Stacy, aquí Akins... ¿me recibes?
—##Sí, comisario ##–responde la voz apagada de Stacy a través del comunicador–.## Ya estoy preparada en la azotea. ¿Enciendo la señal?##
El comisario Akins suelta un largo y quejumbroso suspiro pero, antes de que pueda contestarle a Stacy, se forma un revuelo entre los agentes apostados en el cordón policial montado alrededor de Arkham Asylum. Batman acaba de entrar en el manicomio.
—No hace falta, Stacy –contesta finalmente Akins–. El Murciélago está dentro.
Michael Akins se sujeta con fuerza las sienes. En momentos como éste desearía haber elegido otra profesión.
—Comisario –un agente le acerca de nuevo el comunicador–. Desde comisaría nos han desviado una llamada procedente del interior del manicomio.
—¿Dent? –pregunta Akins ansioso, agarrando con fuerza el comunicador.
—##No## –contesta una voz a través del aparato–.## Soy Jeremiah Arkham...##
El doctor le cuenta al comisario la situación en el interior del manicomio, y Akins le insta a salir de allí, pero Arkham insiste en volver con el resto de los rehenes. “Es mi obligación”, dice, “mi responsabilidad”. Además insiste en que todo acabará pronto, en cuanto Dent obtenga la moneda que está buscando. Jeremiah Arkham cuelga el teléfono y sale del despacho, cabizbajo y alicaído. En cuanto cierra la puerta, oye una voz procedente de las sombras.
—Doctor Arkham –dice la figura oculta en la penumbra, sin que se pueda distinguir su contorno–, tenemos que hablar sobre Dent.
—¿Batman?
Bruce Wayne se queda silencioso, aún oculto por la oscuridad.
—Te diré dónde está Dent –dice finalmente el doctor.
—Ya sé dónde está –le interrumpe la voz– Quiero saber con qué otros internos ha tenido un especial contacto desde que volvió a ser ingresado en Arkham Asylum.
—No entiendo...
—Dent está ahora buscando una moneda que al parecer le ha robado uno de los internos –explica Batman, mientras Arkham asiente con la cabeza–. Una moneda con alguna particularidad especial.
—Por eso rechaza cualquier otra moneda e insiste en recuperar la que le han robado...
—Exacto –continúa Batman, manteniéndose en las sombras–. Y creo que esa moneda se la entregó antes otro de los lunáticos de Arkham.
—Bueno... –titubea el doctor–. Durante los primeros días de su reingreso me pareció que insistía en coincidir con Abe Rachs, un pobre criminal, aspirante a mafioso de segunda, que sufre de paranoia y manía persecutoria. No le di demasiada importancia entonces...
—¿Celda?
—La 217...
Jeremiah Arkham se queda de pie ante la entrada de su despacho. “¿Batman?”, pregunta a las sombras, “¿Batman? ¿Estás ahí?”. Pero no obtiene respuesta.
Bruce Wayne, ataviado con uno de sus trajes de Armani, que empieza a estar cada vez más arrugado, entra en la celda 217. Ni siquiera tiene que usar sus ganzúas, pues la puerta está abierta.
Dick Grayson, enfundado en el traje de Batman, algo que siempre le hace sentir un tanto incómodo, entra en la celda 237, la del supuesto ladrón de la moneda. La puerta está abierta de par en par.
Bruce entra en la celda y se topa con un cuerpo que yace inerte sobre un charco de espesa sangre roja. Ha sido degollado, una profunda hendidura le recorre horizontalmente el cuello. En la pared hay una frase escrita con la propia sangre de la víctima: "Y el chivato calló. Y la Justicia triunfó."
Batman –Dick Grayson– entra en la celda y se encuentra un cadáver tirado sobre un charco de sangre húmeda, que ha comenzado a coagularse. Observa que al pobre tipo le han cortado las manos y probablemente haya muerto desangrado. En la pared, escrita con sangre, Dick puede leer lo siguiente: "Y el ladrón dejó de robar. Y la Justicia triunfó."
Bruce Wayne avanza por un pasillo y se encuentra de frente a Batman. Durante un breve –brevísimo– instante, se siente raro y algo confundido, como si estuviera fuera de lugar e incluso fuera de sí mismo. Pero no tarda en reconocer a Dick Grayson bajo la máscara de Batman.
—Vamos, Dick –dice Bruce Wayne con voz autoritaria, mientras reanuda la marcha–. Ya era hora de que vinieras.
—Bruce –responde Dick Grayson–, he venido lo antes posible.
—Lo imagino.
—Vengo de la celda 237 –explica Dick, siguiendo a Bruce por el pasillo–. Su ocupante está muerto. Degollado.
—No me sorprende. Yo me he topado con otro cadáver.
—Ha sido Dos-Caras, ¿verdad?
—Sí –responde Bruce, deteniéndose un momento–. Pero es culpa mía. No pensaba que llegaría a tales extremos; está más desquiciado que nunca. Tendría que haberle detenido antes...
Dick está a punto de replicarle a Bruce, decirle que no se eche la culpa de los actos criminales de los demás, pero sabe que eso es una batalla perdida. Bruce marcha rápidamente por el pasillo y Dick se limita a seguirle, mientras se terminan de poner al día de la situación en Arkham. Es Dick quien lleva en ese momento el manto del murciélago, pero sigue siendo Bruce Wayne el que manda.
Llegan a la sala-museo y se detienen. Dos-Caras aún no está allí. Los locos que ha liberado siguen custodiando a los rehenes, y parece que no se han percatado de la ausencia de uno de ellos. Bruce ordena a Dick que permanezca oculto y atento, y sigilosamente se adentra en la sala, ocupando nuevamente su lugar entre el resto de rehenes, junto a Lucius Fox, que parece ser el único en notar su regreso.
—¿Dónde se supone que has estado, Bruce? –le pregunta Lucius.
—Tenía que ir al baño –contesta Bruce, intentando sonar algo azorado, aunque Lucius Fox le observa pensativo y suspicaz.
En ese momento, entra Dos-Caras en la estancia, provocando el silencio al instante. Se detiene y permanece de pie, observando a los presentes.
—Dos-Caras –dice uno de los locos con cierta ansiedad–, todo está bajo control. El motín pirata sigue adelante...
—Lo siento, pequeño loco –responde Dos-Caras con seriedad–. Este motín ‘pirata’ se ha terminado. Volved a vuestras celdas y dejad en libertad e esta gente.
—Pero...
Ante la inicial negativa de los locos, Dos-Caras coge a uno de ellos por el cuello, con extrema violencia, apretando de manera que apenas le deja respirar.
—He dicho que se acabó –sentencia Dos-Caras, y el grupo de locos se apresura a obedecer.
Se dirigen a sus celdas, cabizbajos y llenos de tristeza, pero también asustados y obedientes, temerosos de Dos-Caras, que les observa con seriedad. Los locos sabían que tarde o temprano se tenía que acabar la diversión. Se encaminan por el pasillo y llegan a pasar junto a Dick Grayson, aún ataviado como Batman, aunque no son conscientes de ello, pues se oculta entre las sombras. Una vez que los locos desaparecen por el pasillo, Dick se asoma lo suficiente para hacerse visible a Dos-Caras.
—¿Dónde te habías metido, Bats? –pregunta con ironía Dos-Caras.
—Vamos a tu celda –ordena Dick, imitando casi a la perfección la voz de Batman–. Ya ha terminado todo.
Un buen rato después, todo está solucionado, aunque no totalmente aclarado, y la normalidad –si ésta es posible en un lugar como Arkham Asylum– ha llegado al manicomio. La policía se ha asegurado de que todos los internos liberados por Dos-Caras han vuelto a sus respectivas celdas, y ha tomado declaración a los rehenes, que ya se disponen a marchar.
—¡Bruce, espera! –éste se gira y ve a Silver St. Cloud corriendo tras él.
—Lucius –le dice Bruce a su consejero–, espera un momento. Tengo que despedirme de Silver.
—Claro, Bruce –contesta Lucius, con una amplia sonrisa, que se amplía aún más cuando ve a la pareja dándose un largo y apasionado beso, estrechándose entre sus respectivos brazos, y acariciándose mutuamente.
Bruce y Silver se miran a los ojos con intensidad, pronunciando cada uno el nombre del otro en un leve susurro. Lucius sigue sonriendo y decide darse la vuelta y no sentirse más como un voyeur.
—Pensaba que Bruce Wayne estaba soltero y sin compromiso... –comenta la chica rubia que se acercó a Bruce durante la visita del manicomio.
—Puede que eso haya cambiado –le responde Lucius Fox, mientras la chica le mira enfurruñada.
Más tarde, ya avanzada la noche, en la Batcueva. Alfred entra portando una bandeja con unos sandwiches, y la coloca sobre una mesa, junto a Dick Grayson. No hay nadie más en la cueva.
—Gracias, Alfred –dice Dick Grayson, cogiendo rápidamente uno de los sandwiches. Acaba de quitarse el traje de Batman y ahora viste con el uniforme azul y negro de Nightwing–. Ya tenía ganas de quitarme la capa y la capucha...
—Parece que al único al que excitan esas orejas es al amo Bruce –comenta el mayordomo en su habitual humor sardónico, mientras recoje el traje de Batman. Los dos hombres sonríen un instante hasta que se ven interrumpidos.
—¡Alfred! –grita la voz del recién llegado a la cueva–. No guardes el traje...
—¿Amo Bruce? –pregunta Alfred–. Pensaba que ya había tenido suficiente con el incidente de Arkham Asylum.
—Aún queda mucha noche... –responde Bruce Wayne secamente, quitándose la chaqueta y desabrochándose la camisa.
—Quizás la aprovecharía mejor junto a la señorita St. Cloud –le espeta Alfred, lo que hace que Bruce se quede inmóvil unos instantes y le mire fijamente–. El amo Richard acaba de contarme lo de su... hum... beso.
—Alfred, llámame Dick, por favor. Sólo tú me llamas Richard –intenta replicar Dick Grayson, intentando esquivar la ruda mirada que le echa Bruce Wayne.
—Es cierto –responde finalmente Bruce, con cierta cautela.
—Aún a riesgo de ser un tanto entrometido –dice Alfred–, me gustaría preguntarle si esto significa que van a retomar su... relación. He de decir que me agradaría considerablem...
—Efectivamente –le interrumpe Bruce–, estás siendo un entrometido. Y ahora tenemos trabajo que hacer. Dick –se dirige ahora al más joven de los tres–, en lugar de contar chismorreos, ¿por qué no hablamos sobre Dos-Caras y su moneda?
—Lo siento, Bruce –dice el joven, aunque en su rostro aún se refleja una sonrisa.
—¿Y bien? –pregunta Bruce Wayne, terminando de colocarse el traje de Batman–. ¿Sabemos algo de la dichosa moneda que buscaba Dos-Caras?
—Nada de nada –contesta Dick, ahora ya con seriedad–. He registrado al propio Dent y toda su celda lo mejor que he podido, dadas las circunstancias. Tan sólo he encontrado una moneda. Un dólar de plata con una de las caras desfiguradas.
—La típica moneda de Dos-Caras –apuntilla Alfred.
—Exacto –continúa Dick–. Aparte de las marcas, es una moneda absolutamente normal.
—¿La has cogido? –pregunta Bruce.
—Se la he llevado a Oráculo, pero ya te adelanto que no creo que encuentre nada raro –responde Dick–. Creo que Dos-Caras ha logrado ocultar la moneda que buscaba, y ni siquiera ha opuesto una mínima resistencia a que me llevara su otra moneda.
—¿Seguro que has buscado bien? –pregunta Batman.
—Amo Bruce –interviene Alfred, ante el malestar de Dick Grayson–, si se me permite decirlo, el amo Richard es tan infalible como su mentor...
Una de las pantallas se enciende y aparece la imagen de Oráculo.
—Hola, chicos –dice dicha imagen–. ¿Aceptáis una chica en vuestro club?
—Sin bromas, Oráculo –ordena Batman.
—La moneda que me ha traído Dick no tiene nada de especial... –continúa Oráculo.
—Lo sé.
—Y he investigado un poco a los dos internos que ha asesinado Dos-Caras –mientras Oráculo habla, Batman recibe los informes sobre los mismos, que automáticamente van apareciendo en otra pantalla–. Ahí tienes todos lo datos, pero resumiendo: el interno de la celda 237, el supuesto ladrón, era realmente un cleptómano obsesivo. Seguramente le robó la moneda a Dos-Caras por el simple placer de hacerlo. De hecho, había tenido más episodios similares con otros internos de Arkham.
—¿Y el otro? ¬–pregunta Batman, aunque ya está ojeando los informes.
—Abe Rachs –prosigue Oráculo–. Antes de ingresar en Arkham, al parecer con claros síntomas de paranoia y manía persecutoria, estuvo estrechamente relacionado con diversos grupos criminales y mafiosos. Había un rumor, muy vago pero sin embargo bastante extendido, que decía que Rachs poseía información comprometedora sobre algunos jefes criminales, y sobre ciertos ciudadanos de Gotham cuya reputación podría verse ensuciada...
—Conozco el rumor –responde Batman.
—Se decía que tenía cientos de datos guardados, al parecer ocultos en un pequeño microchip –termina Oráculo–. Ya sé que tal vez sea fantasear un poco, casi sin pruebas, pero quizás Dos-Caras haya ocultado ese microchip, en caso de ser cierto el rumor, en una de sus monedas...
—Gracias, Oráculo –dice finalmente Batman. Tras unos segundos de silencio, añade–: Buen trabajo.
—¿Tú que piensas, Bruce? –pregunta Dick, una vez que ha desaparecido la imagen de Oráculo.
—Creo que Oráculo ha dado en el clavo. Ese rumor era más cierto de lo que les gustaría a algunos –responde Batman, poniéndose la capucha y la capa–. La pregunta es: ¿qué está tramando Dos-Caras?
—La policía va a realizar un registro en profundidad de Arkham Asylum –añade Dick, poco convencido–. Tal vez tengan suerte y den con la maldita moneda...
—No –responde Batman–. Estamos hablando de Dos-Caras. Encontrar esa moneda no va a ser nada fácil.
Arkham Asylum. Dos-Caras está encerrado en su celda. Está tranquilo y ha permanecido obediente desde que ha terminado todo el incidente. Está sentado en el suelo, y mantiene una apacible conversación consigo mismo.
—¿Dent? ¿Estás ahí?
—Hola, Dos-Caras –es la voz de Harvey Dent la que responde, una voz más tranquila y suave–. ¿Qué quieres de mí?
—Vamos a trabajar juntos –responde la voz dura y rasgada de Dos-Caras–. Vamos a impartir justicia.
—¿Cómo lo haremos? –pregunta Dent.
—Está bien –contesta con resignación Dos-Caras–, si vamos a trabajar juntos, tendré que contártelo todo.
Entonces Dos-Caras comienza un monólogo en el que cuenta cómo el ya ex-fiscal del distrito Herbert Frank le confesó, durante el secuestro al que le sometió recientemente(2), que Abe Rachs estaba a punto de facilitarle una información vital sobre algunos crímenes sin resolver de Gotham City. Una información que, obviamente le interesaba a Dos-Caras, dispuesto a impartir “justicia” en Gotham. Una vez dentro de Arkham, Dos-Caras acosó a Rachs hasta que consiguió que le proporcionara dicha información, contenida en un pequeño microchip, que Dos-Caras acabó por introducir en una de sus monedas, una moneda hueca por dentro, preparada especialmente para ello por uno de sus múltiples contactos en el exterior. Todo se desmoronó con la desaparición de la moneda con el microchip, pero ya se había solucionado todo, y ahora la moneda permanecía perfectamente escondida, y ya no quedaba ningún cabo suelto.
—Por supuesto –dice Dos-Caras–, no te voy a decir dónde está moneda, Dent. Eso es sólo cosa mía. Ahora ya sólo queda esperar al momento adecuado para actuar...
Epílogo
A la mañana siguiente, en la Mansión Wayne. Bruce descansa en su habitación, mientras Alfred entra portando una bandeja con el desayuno.
—Hoy tiene una reunión con la ejecutiva de Industrias Wayne –dice el mayordomo, entregándole la bandeja.
—Gracias, Alfred.
—Espero que al menos telefonee a la señorita St. Cloud y la lleve a cenar a algún lujoso restaurante.
—Lo haré, Alfred...
—Y no hace falta que trabaje esta noche, señor –insiste el mayordomo–. El amo Richard se va a quedar en Gotham.
Bruce se dispone a replicar, pero en ese momento quien parece estar al mando es Alfred Pennyworth.
—Por cierto –dice este último–. Anoche encontré esta tarjeta en uno de los bolsillos de su chaqueta:
—¿¡Cómo es posible!?
El grito recorre todo el viejo –aunque reformado– edificio en unos pocos segundos, retumbando en las paredes de piedra.
—¡Por todos los demonios! ¿¡Cómo es posible!?
Apenas es la hora de desayunar pero un enorme revuelo se ha formado ya en Arkham Asylum, oficialmente llamado Sanatorio Arkham para Delincuentes Enfermos Mentales¬, una prisión-manicomio especializada en psicópatas y criminales insanos peligrosos. Uno de los internos está gritando de forma histérica y descontrolada, en el amplio comedor común. Varios enfermeros y celadores acuden rápidamente a la mesa de donde proceden los gritos, amparados por guardias armados, no con armas de fuego, prohibidas ahora en Arkham, pero sí con fuertes porras y descargadores eléctricos. El autor de los gritos no es otro más que un desquiciado Dos-Caras, que está destrozando todo lo que encuentra a su alrededor, dando puñetazos sin sentido en la mesa y pateando los bancos para sentarse. Los internos que se encuentran cerca de él también reciben algún que otro fuerte golpe, pero pronto se alejan de él, asustados.
—¡Ya basta, Dent! –ordena uno de los enfermeros, mientras los guardias rodean al lunático–. ¡Para de una vez!
—No soy Dent. Mi nombre es Dos-Caras –se había detenido por unos instantes, pero de repente comienza a cargar contra uno de los guardias, aunque enseguida se ve sujeto por varios pares de brazos que tratan de inmovilizarle.
—¡Cálmate, Dos-Caras! –grita uno de los enfermeros, comenzando a llenar una jeringuilla con una sustancia sedante.
—¡Nooooo...! –y Dos-Caras, soltándose ligeramente de sus captores, vuelve a arremeter contra todo lo que se le pone al alcance, gritando desquiciadamente y sin ningún tipo de control.
—¡Dos-Caras!... ¡Dent!... ¡Detente ya o atente a las consecuencias!
—¡No! –vuelve a gritar el desquiciado–. No puedo...
—¿Qué es lo que te ocurre? –pregunta otro de los enfermeros, mientras los guardias vuelven a inmovilizarle, aunque se ven obligados a golpearle con todas sus fuerzas.
—¡La moneda! –responde Dos-Caras, con furia, aunque ya parece haberse detenido.
—¿Qué? –responden los enfermeros y los guardias, algo desconcertados.
—Ha desaparecido –contesta Dos-Caras con la mirada perdida–. ¿Cómo es posible que haya desaparecido?
Cuando parece que ya se ha calmado, vuelve a tener un acceso de furia, y los guardias vuelven a bloquearlo, permitiendo a unos de los enfermeros que pueda sedarlo con la jeringuilla. Dos-Caras acaba perdiendo el conocimiento, aunque antes dice una última frase:
—Alguien ha cogido la moneda. Y va a pagar por ello...
El loco y la moneda
El doctor Jeremiah Arkham, director del asilo que lleva su propio apellido, sale de su despacho, en dirección a la recepción, donde esperan los visitantes. Se va a celebrar una visita guiada al manicomio, y los invitados son algunos de los personajes más influyentes de Gotham City. El objetivo: recaudar fondos, por supuesto. El doctor Arkham avanza por un sombrío pasillo, escasamente iluminado. Camina cabizbajo y a disgusto, y en su cara se puede leer claramente la resignación, pues le espera una dura jornada, muy poco apetecible. Lo único que a él le interesa es tratar a sus pacientes, analizar sus mentes, intentando solucionar sus problemas; y lo último que le apetece es hacer de relaciones públicas, pero sabe que debe mostrar su mejor imagen y sonríe ampliamente cuando llega a la recepción. Entre la docena de asistentes, Jeremiah Arkham reconoce sin dificultad a Bruce Wayne, el millonario favorito de la ciudad, que ha venido acompañado de Lucius Fox, principal asesor en sus empresas (a las que conviene tener cerca, reconoce para sí mismo Arkham). También ha acudido, aunque al doctor no le hace demasiada gracia, Oswald Chesterfield Cobblepot, más conocido como el Pingüino, aunque en los últimas semanas está intentando hacer un lavado de imagen, con el objetivo de convertirse en uno de los principales inversores y mecenas de la ciudad. Le acompaña, además de un par de gorilas enormes incapaces de esbozar una mínima sonrisa, su asesora personal, una bella mujer de cabello plateado a la que el doctor Arkham no logra reconocer. El resto del grupo lo conforman otros personajes influyentes de Gotham City, a los que se les une, llegando con retraso en el último instante, un extraño y algo oscuro personaje. Llega, además, de forma cautelosa, y muy pocos de los presentes se percatan de ello. Bruce Wayne es uno de los que le ve llegar, lo que le hace sobresaltarse ligeramente. Su presencia provoca –aunque Bruce no sabe por qué– que se le erice el vello y que un escalofrío le recorra el cuerpo. Tiene la sensación de conocerlo, pero es incapaz de identificarlo...
Jeremiah Arkham saluda uno a uno a los visitantes y, tras las presentaciones y cordialidades necesarias, les guía hacia otras estancias del vasto edificio, haciendo un breve resumen de la historia del asilo, empezando por su fundación en 1921 de manos de su propio tío Amadeus Arkham, quien atendió al primer paciente de la institución, Martin “Perro Loco” Hawkins, que acabaría asesinando a la mujer y la hija del propio Amadeus. Éste terminaría igualmente encerrado en el asilo, tras aplicarle un severo correctivo a Hawkins. Jermuah también cuenta cómo, en la historia más reciente de la institución, el criminal Bane demolió el edificio original, por lo Arkham Asylum tuvo que ser trasladado a la intrincada Mansión Mercey, un lugar más sombrío aún, si cabe.
—Éste es el patio... –comienza a decir cuando llegan a un espacio amplio–. El patio de recreo, por así decirlo.
—La sala de juegos –replica una voz, al observar que la enorme estancia estaba repleta de diversos juegos y otros elementos similares. El grupo ríe, y eso alivia la tensión que genera un lugar como Arkham, pero saben que el resto del edificio es bastante tétrico y quizás ya no tengan oportunidad de volver a reír.
El grupo continúa la marcha, y los asistentes comienzan a charlar entre sí más animadamente.
—No entiendo tu fascinación por este lugar –comenta Lucius Fox con Bruce Wayne, aprovechando el momento de distensión.
—Ya me conoces –contesta Bruce, con cierta sonrisa irónica–. Tengo gustos un tanto... excéntricos.
—Hola, Bruce –les interrumpe Silver St. Cloud, la asesora de Cobblepot–. Un placer volver a verte...
—Silver, el placer es todo mío –Bruce le besa en la mejilla y le presenta a Lucius Fox.
—La última vez que nos vimos te marchaste... hum... precipitadamente(1) –le regaña Silver a Bruce, medio coqueteando.
—Tenía asuntos importantes que atender –responde Bruce con voz grave.
—¿Negocios? –pregunta Silver con picardía.
—Bruce tiene fama de millonario playboy –es Lucius Fox quien, curiosamente, sale al rescate de Bruce–, pero en realidad es un magnífico hombre de negocios, con una agenda demasiado apretada.
—No lo dudo –contesta Silver con cierta ironía, mientras Bruce mira con agradecimiento a Lucius. Cuando va a añadir algo, se ven interrumpidos por un desagradable graznido.
—¡Cuarck! –se trata de Cobblepot, claro–. Siento interrumpir esta agradable reunión... pero necesito de la presencia de la srta. St. Cloud –el Pingüino agarra por el brazo a Silver–. Quiero que le comente al doctor Arkham cuáles son nuestros proyectos, así como las posibles donaciones a este... antro.
Antes de irse, Silver le susurra a Bruce en el oído: “en cuanto pueda, me escapo cinco minutos y me sigues hablando de tus... negocios”. Bruce se queda observándola mientras se aleja acompañada de la oronda y enana figura de Cobblepot. Un leve codazo le saca de su ensimismamiento.
—Quizás no tengas gustos tan excéntricos –le dice Lucius Fox enarcando las cejas.
—Obviamente, no todos los pacientes gozan de las mismas condiciones –la voz de Jeremiah Arkham resuena por encima del resto, haciendo que el grupo guarde silencio y le escuche–. Los más peligrosos han de ser controlados de forma estricta y rigurosa. Están aquí porque son dañinos para la sociedad. Han cometido crímenes por los que deben pagar. Pero no hay que olvidar que también son enfermos que han de ser tratados. El principal objetivo ha de ser buscar una solución a su problema, buscar una cura a su enfermedad. En definitiva, que puedan reinsertarse de nuevo en la sociedad como un ciudadano más.
El doctor calla y nadie pronuncia una sola palabra. Es el propio Jeremiah quien rompe el silencio reinante.
—Esto es Arkham Asylum. A eso nos dedicamos aquí, con todas nuestras fuerzas y recursos posibles...
Entonces, se ve interrumpido por Cobblepot y su bella acompañante que, al parecer, quieren mantener una conversación de índole más privada con el doctor. Entre el resto de asistentes comienzan a oírse nuevamente los susurros.
—Parece que el doctor Arkham se ha aprendido bien su discurso –le dice Lucius Fox a Bruce Wayne.
—No es fácil hacer buena publicidad de un sitio como éste ¬–responde Bruce seriamente.
—Me acuerdo cuando, hace ya unos cuantos años, el doctor Arkham era un joven inexperto y nervioso –comenta Lucius–. Nadie creía en él. Nadie pensaba que podría sacar adelante un lugar como éste.
—Pero lo hizo, a pesar de todo –contesta Bruce–. Con todo lo que ha ocurrido por aquí, con las experiencias que le ha tocado vivir en este lugar, sólo le quedaban dos opciones: salir reforzado en mente y alma, o hundirse definitivamente.
—Parece que, afortunadamente, ha sido lo primero.
—En un sitio como Arkham –añade Bruce, aunque su voz es casi la de Batman–, nada es definitivo. La paz de hoy puede convertirse en la locura de mañana.
—Y bien, señores y señoras –grita el mencionado doctor, una vez que se ha deshecho de Cobblepot–. Nos vamos a adentrar por los corredores de Arkham, rumbo a la zona de celdas. Por supuesto, no hace falta recordar que no corren ningún tipo de peligro, pero sí quiero advertirles de lo que se van a encontrar. Deben estar preparados para oír delirios, gemidos y gritos desesperados. No se asusten. Es lo normal, por desgracia. Puede ser una experiencia un tanto... perturbadora. Están a tiempo de quedarse aquí si lo desean...
Jeremiah Arkham se detiene, observando atentamente al grupo, pero nadie hace amago de quedarse allí, a pesar del evidente nerviosismo y de la creciente tensión que va apoderándose de los presentes, ahora que van a adentrarse en la zona más oscura del manicomio.
Bruce Wayne, por su parte, intenta acercarse nuevamente a Silver St. Cloud. Disimuladamente, se sitúa a su lado y le dirige un saludo cordial, pero de repente se ve interrumpido por una joven de cabello largo y rubio.
—Oh, señor Wayne –dice la chica, ante el evidente disgusto de Bruce que, sin embargo, sabe disimularlo perfectamente, mostrando la mejor de sus sonrisas de playboy–. No sabe las ganas que tenía de conocerle en persona...
—Y yo a usted, señorita, aunque no tengo ni idea de quién es...
Bruce Wayne se aleja con la joven, cumpliendo a la perfección con el papel que se ha autoimpuesto cumplir ante los ciudadanos de Gotham, esa fachada de rico playboy cuyo principal interés son las mujeres. Ante la mirada disgustada de Silver, Bruce acierta a dibujarle una frase sorda con sus labios: “lo siento”.
El grupo de visitantes, guiado por el doctor Arkham, lleva ya un buen rato avanzando por los corredores donde están las celdas de los locos menos peligrosos. Llevan varios minutos avanzando entre delirios e improperios gritados por los enfermos, y la sonrisa de los asistentes se ha tornado en una cierta intranquilidad.
—Bien –dice el doctor, indicando una enorme puerta al final del pasillo–. Señores y señoras, vamos a entrar en el ala de los enfermos más peligrosos. Reforzaremos la seguridad con unos cuantos guardias más, aunque les recuerdo que todo está perfectamente bajo control.
El doctor Arkham guía a sus invitados, mostrando las celdas de algunos personajes de sobra conocidos en Gotham. Uno de dichos personajes causa gran expectación. Se trata de Victor Zsasz. Los visitantes se quedan impresionados al verle a través de la ventana situada en la puerta de su celda. Su sola presencia provoca miedo e intranquilidad, a pesar de que permanece atado de pies y manos dentro de su propia celda. En su torso desnudo pueden verse multitud de pequeñas cicatrices.
—Victor Zsasz –dice el doctor– es demasiado peligroso incluso para dejarlo suelto en su propia celda. Ha cometido infinidad de asesinatos a sangre fría y sin sentido. Crímenes que podemos ver reflejados eb las cicatrices de su cuerpo, pues se hace una marca por cada víctima que cae en sus manos...
—Tengo un trozo de piel reservado para ti, doctor Arkham... –la voz de Zsasz llega un tanto apagada desde el interior de la celda, pero hiela la sangre a cada miembro del grupo, y rápidamente Jeremiah Arkham les insta a continuar la visita, mientras se frota la frente nerviosamente. De fondo, se oyen las estruendosas carcajadas de Zsasz.
—Jervis Tetch –continúa con la exposición el doctor, unas celdas más adelante–, alias el Sombrerero Loco, obsesionado con los sombreros, los cuales usa mediante diversos mecanismos para controlar a sus víctimas, y obsesionado también con la historia de Alicia en el País de las Maravillas... Para que vean el grado de locura que afecta a algunos de los internos, haremos una demostración con Tetch. Pueden estar tranquilos, sin un sombrero cerca que pueda manipular, Jervis Tetch es completamente inofensivo. McMorris, Keanson, acompáñenme dentro.
Jeremiah Arkham se introduce en la celda del Sombrerero Loco, amparado por los dos guardias, uno completamente calvo, con pinta de estar algo trastornado por todo el tiempo que ha pasado entre locos, y el otro de aspecto más fuerte y con barba. Una vez dentro, el doctor se sitúa ante Tetch, que permanece sentado en el suelo, ante la expectación de los visitantes.
—Jervis –dice el doctor, mientras el enfermo alza la cabeza y le mira con atención y, aparentemente, sin ningún signo de locura en sus ojos–. Señor Tetch. Dígame, ¿ha recapacitado sobre sus acciones pasadas? ¿Ha pensado acerca de aquellos actos que le han llevado a ser internado en este lugar?
El Sombrerero Loco se alza y, ahora sí, con la mirada totalmente extraviada, comienza a recitar:
“—Pero yo no quiero estar entre locos –comentó Alicia.
—Oh, eso no puedes evitarlo –dijo el Gato–. Aquí todos estamos locos. Yo estoy loco. Tú estás loca.
—¿Cómo sabes que estoy loca? ¬–preguntó Alicia.
—Debes de estarlo –dijo el Gato–. O no habrías venido aquí.”
—Ya lo ven –sentencia Jeremiah Arkham, saliendo apresuradamente de la celda–. Se pasa el día recitando a Lewis Carroll...
Y el grupo continúa la visita sin pronunciar palabra.
—Y en la siguiente celda... –dice Jeremiah Arkham ante una nueva celda–. Su ocupante es el doctor Jonathan Crane, anteriormente un prestigioso psiquiatra, que incluso llegó a trabajar en esta institución, y ahora un psicópata trastornado, obsesionado con el miedo en cualquiera de sus variantes...
—¡Je! –sonríe Cobblepot –. Mi viejo amigo el Espantapájaros...
—Brrr... qué escalofrío... –comenta la chica rubia agarrándose fuertemente al brazo de Bruce Wayne, tras observar a Crane a través del cristal de la puerta de la celda.
La mayor parte de los asistentes tiemblan al mirar a través de dicho cristal. La figura que se ve al otro lado rezuma un patetismo repleto de desgraciada tristeza. Se trata de un hombre escuálido, casi en los huesos. El buzo naranja de Arkham Asylum le cubre casi como si fuera una túnica. Mira al frente, a la puerta de la celda, al cristal, y su mirada está embriagada de locura. Una mirada perdida aunque aterradora, que llena de inquietud a todo aquel que le observa.
—Nos está mirando –susurra una voz temblorosa entre los visitantes.
—No, no, tranquilos –responde el doctor Arkham, intentando tranquilizar al personal–. El cristal de la puerta es modulable. Desde fuera siempre se ve el interior, pero desde dentro podemos decidir que sea bien un cristal transparente o bien que actúe como espejo. Lo único que está viendo ahora Crane es su propio reflejo.
Pero incluso el doctor Arkham podía notar la mirada desquiciada del Espantapájaros sobre su nuca. De repente, el loco se incorpora y se acerca a la puerta de la celda, colocando su mano sobre el cristal. Con la mirada aún perdida, pronuncia unas palabras, con una voz desgarrada y desgarradora, que eriza el vello de los visitantes:
—Prepárate, Gotham. Sufrirás el TERROR como nunca antes lo has sufrido...
Jeremiah Arkham se apresura a llevarse a los visitantes de allí. Ya va siendo hora de terminar la visita. Mientras el grupo avanza hacia la siguiente celda –la última–, Bruce Wayne se queda un instante ante la celda del Espantapájaros, observándole inquisitoriamente a través del cristal de la puerta.
—¿Qué estás tramando, Crane? –susurra casi imperceptiblemente Bruce, aunque con la voz grave y ronca de Batman.
—Y aquí... –dice nuevamente el doctor Arkham, deseando acabar la visita lo antes posible–, la joya de la corona: la celda del Joker.
El silencio se apodera de todo el grupo y el propio Jeremiah Arkham se regocija de ello, aun sin desearlo. El Joker es, sin duda alguna, el ser más terrorífico de Gotham City, y estar ante su celda impone de veras. Los asistentes intentan mirar a través del cristal, pero el doctor Arkham se interpone y extiende un brazo.
—Por favor –dice–, si quieren ver la celda, lo mejor es que entremos en ella.
Y saca un juego de llaves con no menos de un centenar de ellas, introduciendo una en la cerradura y abriendo la celda del Joker, ante la estupefacción del grupo de visitantes, que comienzan a murmurar, con una inquietud creciente.
—Tranquilos –dice el doctor Arkahm, sonriendo con cierta malicia nerviosa–. Está vacía. El Joker anda suelto actualmente, como ya sabrán. Pero seguro que volverá aquí muy pronto...
—Y pronto volverá a irse –grazna el Pingüino–. Es la historia de siempre...
—Curioso que alguien como tú diga eso, Cobblepot –le espeta Bruce Wayne con seriedad, una vez reincorporado al grupo.
—¡Cuarck! –se enfada el Pingüino–. Señor Wayne, tiene fama de volver locas a las mujeres... –Cobblepot atrae las miradas del resto, y se recrea en la situación–. ¿Acaso está buscando a alguna de sus ex-novias entre estas celdas...?
Gol. Touch-down. Home-run. Ensayo. Triple. Un hoyo en uno. Juego, set y partido... Al Pingüino se le ocurre toda una serie de símiles deportivos para definir lo que le acaba de hacer al estúpido de Bruce Wayne. Ja, quería burlarse de mí, piensa Cobblepot, pero le he metido un buen tanto. Y se regocija al ver cómo Wayne le mira furioso, ante las sonrisas del resto de los asistentes. Cobblepot se encanta a sí mismo.
Unos segundos después, el momento de distensión se disipa cuando penetran en la celda del Joker.
—Como ven –explica Arkham–, no hay ningún tipo de mobiliario ni utensilio. Cuantos menos recursos se le ofrezca al Joker, más segura estará Gotham City.
El grupo sale rápidamente de la celda. La locura, una locura aterradora y sin sentido, se puede respirar en el ambiente.
—Bueno –comenta finalmente el doctor, frotándose las manos nerviosamente–. Ahora iremos a la sala museo de Arkham Asylum. Allí verán objetos realmente curiosos e interesant...
—¿Y esa otra celda, doctorcito? –pregunta con desprecio el Pingüino–. ¿Quién está ahí dentro?
Cobblepot se acerca a dicha celda y, poniéndose de puntillas, mira a través del cristal.
—O quién debería estar, mejor dicho...
Jeremiah Arkham da muestras de un creciente nerviosismo. Su serenidad y seguridad en sí mismo parecen disiparse a marchas forzadas. Comienza a balbucear y tartamudear, y a duras penas se hace entender, aunque finalmente logra explicar que el ocupante de dicha celda no es otro que Harvey Dent, alias Dos-Caras, quien por lo visto ha sufrido una pequeña “crisis” a primera hora de la mañana, por lo que ha tenido que ser recluido en una celda especial de aislamiento, en otra zona del manicomio. “No hay nada que temer” es una frase que no deja de repetir el doctor Arkham, mientras un sudor frío le recorre por el cuerpo. Una sensación de “algo no va bien” se le cruza por la cabeza, pero intenta reponerse como puede y comienza a dirigir la comitiva hacia la sala-museo de Arkham, un lugar donde probablemente podrá relajarse y explayarse hablando sobre la multitud de curiosidades que allí se encuentran.
Enfrascado en estos pensamientos, Jeremiah Arkham se adelanta unos metros al resto del grupo, y se interna por el pasillo que da a la sala-museo. Apenas es consciente de lo que ocurre a continuación: una figura se le echa encima con violencia, derribándole. Una voz susurra “doctor Arkham”, y éste enseguida se ve fuertemente sujeto por el cuello. Una figura a sus espaldas le obliga a avanzar hacia donde está el grupo de visitantes. Por el rabillo del ojo, Jeremiah Arkham puede ver que se trata de Dos-Caras.
—Señor comisario, ¿cuál es la situación exacta en el interior?
El comisario Akins intenta zafarse de los periodistas, apartando micrófonos a su alrededor, logrando por fin penetrar en el cordón policial formado alrededor de Arkham Asylum. Se ha formado una especie de motín en el interior del manicomio, originado por Harvey Dent, alias Dos-Caras, que, a pesar de que haber sido encerrado en una celda de aislamiento, ha logrado liberarse en un descuido. Al parecer, ha soltado a algunos locos (afortunadamente no a todos, piensa con alivio el comisario, tan sólo a unos pocos que son de su confianza o sabe que puede mantener bajo su influencia), y retiene contra su voluntad a varios rehenes: el doctor Jeremiah Arkham, director del manicomio, junto a varios miembros de su equipo (la policía aún no ha establecido el número exacto, pero se trata de varios enfermeros y un par de doctores, pues los guardias fueron inmediatamente expulsados por Dos-Caras, quien cerró posteriormente el edificio, imposibilitando así la entrada o salida del mismo); también están secuestrados alrededor de una docena de visitantes que se encontraban en el interior de Arkham. La situación es grave. Dos-Caras parece bastante alterado y podría cometer alguna locura. Pronto anochecerá y, aunque no le agrada la idea, el comisario ordenará encender la bat-señal.
En el interior de Arkham Asylum, concretamente dentro de la sala-museo, Bruce Wayne no deja de pensar en la manera de detener aquella locura pero, de momento, no quiere precipitarse ni comprometer su identidad secreta. Si la situación lo requiere, no dudará en entrar en acción, aunque eso signifique descubrirse, pero, de momento, prefiere seguir actuando como Bruce Wayne.
—Harvey, debes tranquilizart...
—¡Cállate, Wayne! ¬–Dos-Caras empuña una de las porras eléctricas de los guardias–. Dent no está aquí para escucharte.
—Esta gente no te ha hecho nada –insiste Wayne–, debes dejarlas salir de aq...
—¡He dicho que te calles! –Dos-Caras mira con furia a Bruce Wayne, que simula aterrarse y baja la cabeza. Bruce es consciente de que tiene a Dos-Caras a una distancia suficiente para noquearle sin problemas, y el resto de los locos que andan sueltos no deberían suponer más que una molestia. Si actúa, levantará sospechas. Si no actúa, quizás lo tenga que lamentar posteriormente. Pero entonces, Dos-Caras se dirige a unos de los locos que ha liberado y le dice:
—Sujeta a esa mujer. Si alguien intenta algo, mátala. ¿Sabrá hacerlo, escoria?
El loco, un tipejo pequeño y delgado, asiente con vehemencia y coge por el brazo a Silver St. Cloud, que intenta defenderse infructuosamente. Silver mira a Bruce con cierta desesperación, y éste hace un leve gesto de negación con la cabeza, por lo que Silver deja de forcejear.
—Dent... –vuelve a insistir Bruce.
—¡Ya basta, Wayne! No quiero hacer daño a nadie, pero necesito rehenes para mi propia seguridad... ¬–Dos-Caras se dirige entonces a Jeremiah Arkham–. Ahora, mi pequeño doctor, me vas a ayudar a encontrar mi moneda...
Poco después, en el despacho del doctor Arkham, quien está ofreciendo una moneda al criminal psicópata Dos-Caras. Una moneda con una de las caras marcada. Una moneda que el loco reconoce.
—Es una de mis monedas –dice al cogerla.
—En efecto –responde el doctor, visiblemente nervioso.
—¿Tienes más?
—Cu-cuatro o cinco más.
Dos-Caras esboza una sonrisa que acaba degenerando en una sonora carcajada.
—¿Por qué?
—Para emergencias... Para casos como éste... –contesta Arkham–. Para mantenerte tranquilo. Si no tienes una moneda que lanzar, te pones...
—Algo nervioso, sin duda –y Dos-Caras vuelve a sonreír, lo que le da un aspecto aún más terrorífico. Está jugueteando con la moneda, aunque sin lanzarla.
—¿Y bien? –pregunta Jeremiah–. Ya tienes la moneda. ¿Te vas a entregar ahora...?
—Te agradezco el detalle, Arkham –responde Dos-Caras–. Pero estoy buscando una moneda en concreto. Una moneda, digamos, especial. Esta mañana la tenía en mi poder al levantarme. Y la llevé conmigo a esa especie de desayuno comunitario que se te ha ocurrido montar. Cuando fui a echar mano de ella, la moneda ya no estaba. Alguien me la ha robado, y voy a averiguar quién ha sido.
—Dent...
—¡Mi nombre es Dos-Caras!
—Ya hemos hablado de esto, Dent. Debes dejar que te ayudemos. Te habíamos dejado desayunar con el resto de pacientes porque ibas a colaborar, pero esta reacción no es nada positiv...
Dos-Caras le suelta un fuerte guantazo a Arkham, derribándolo y haciéndole sangrar de la nariz.
—Mi pequeño doctor... –le susurra al oído, agachándose–. No sé si se ha fijado en que ahora soy yo quien está al mando. Tan sólo he liberado a unos pocos pobres diablos, pero será mejor que colabore conmigo si no quiere que suelte a tipos como Zsasz o Crane. Creo, además, que están deseando hablar con usted cara a cara, no sé si me entiende...
—Está bien, Dent. ¿Qué quieres de mí?
—Dos cosas, por supuesto... Que me llames Dos-Caras, y que me ayudes a encontrar al ladrón.
—¿Y cómo quieres que lo haga?
—Quien me haya quitado la moneda tiene que ser un ladrón muy hábil...
—Quizás aprovechó algún descuido tuyo... –comienza a decir el doctor Arkham, pero Dos-Caras se enfurece y se vuelve contra él, agarrándole por el cuello, enfadado. Arkham le pide disculpas y Dos-Caras parece calmarse.
—De los locos que hay en Arkham y que ya conocía de antes, no ha sido ninguno –continúa hablando el psicópata–. De eso estoy seguro. Pero hay muchos tipos aquí dentro que no conozco... y que por lo visto no me conocen demasiado bien a mí tampoco... Sin embargo, tú estás familiarizado con cada paciente, ¿verdad, doctor?
—Es mi labor...
—Magnífico...
Un rato después, Dos-Caras sale del despacho del doctor Arkham con un juego de llaves que da acceso a cualquier parte del manicomio, y con el nombre de tres posibles candidatos a haberle robado la dichosa moneda. Tres enfermos mentales con cierta habilidad para la apropiación de lo ajeno. Jeremiah Arkham se queda en su despacho, apesadumbrado y pensativo. Le gustaría poder hacer algo para curar a Harvey Dent, pero parece un caso definitivamente perdido...
Sala-museo de Arkham Asylum. El grupo de rehenes es vigilado por media docena de enfermos mentales cuyas ideas y pensamientos giran entorno a vorágines y espirales mentales. En fin, que están como una cabra, lo que les hace más peligrosos e impredecibles. Los rehenes, recluidos en un rincón, entre diversos objetos, mantienen la boca cerrada, por si acaso, pero los locos no dejan de soltar frases incoherentes y sin sentido. Sin embargo se callan, asustados, cuando regresa Dos-Caras.
—¿Cómo lo lleváis, muchachos? ¿Ha habido algún valiente? ¿Se ha portado bien el Pingüino? –pregunta el recién llegado.
—Todo bien, señor... señor, todo bien... Dos-Caras, señor. Todo bien. Los rehe he he... ellos han estado tranquilos, y nosotros...
—Nosotros hemos construido nuestro propio pequeño Arkham Asylum.
—Sí... Nuestro Arkham Asylum “petit comité”.
—Os adoro, muchachos –responde Dos-Caras, sonriendo, mientras toma rumbo a la zona de celdas–. Seguid así. Lo estáis haciendo muy bien.
—Qué gran tipo –dice uno de los locos, ante lo cual asienten los demás desenfrenadamente.
—Sí –añade otro–. Este lugar pierde mucho sin el Joker, pero menos mal que aún nos queda el viejo Caras...
Los locos siguen enfrascados en su mundo particular, tal vez pensando en escapar del manicomio arrojando un pesado lavabo sobre los ventanales, como hizo el jefe indio en “Alguien voló sobre el nido del cuco”, aunque no osan desobedecer a Dos-Caras y permanecen en sus puestos. Mientras, los rehenes están demasiado asustados y paralizados como para advertir que alguien se ha escabullido de allí, silenciosamente, tras los pasos de Dos-Caras. Tan sólo Silver St. Cloud se percata de que Bruce Wayne ha desaparecido.
Dos-Caras ya ha comenzado la búsqueda de su moneda. El primer nombre de la lista que le ha dado el doctor Arkham corresponde a un pequeño loco hipernervioso y demasiado enclenque como para durarle un minuto a Dos-Caras. No es el ladrón.
El segundo sospechoso es, en cambio, un tipo fuerte y listo. Un tipo duro que logra oponerle resistencia a Dos-Caras, pero que acaba cayendo igualmente. Y tampoco es el ladrón.
Tiene que ser, por tanto, el tercer y último nombre de la lista. Dos-Caras se permite una sonrisa. Pronto recuperará su moneda.
Enseguida se sitúa ante la celda del tercer candidato. El pasillo está casi a oscuras, como suele ser costumbre en Arkham Asylum, pero le da igual. Sólo piensa en recuperar su moneda. Pero...
—Dent... –una voz grave susurra en el pasillo.
—¿Quién demonios...? –Dos-Caras se gira, pero no logra ver a nadie.
—Dent. Ya sabes quién soy.
—Batman... –los músculos de Dos-Caras se tensan–. ¿Qué haces tú aquí?
—No puedo dejar que actúes a tu libre albedrío –dice Batman, sin llegar a mostrarse.
—No quiero hacer daño a nadie –replica Dos-Caras–. Sólo quiero recuperar mi moneda.
—¿Y los rehenes?
—No quiero que la policía entre en el edificio, y tú tampoco deberías estar aquí –Dos-Caras no deja de mirar por el pasillo, tratando de localizar a Batman, en vano–. Sólo quiero mi moneda. Cuando la tenga, me iré tranquilamente a mi celda y me portaré como un niño bueno. Incluso seré el favorito del doctor Arkham, si es necesario...
—¿Por qué no te has ido ya de Arkham?
—Mi lugar es ahora este sitio, esta casa de locos –responde Dos-Caras–. Necesito pensar. Necesito recapacitar... Y necesito mi moneda.
—¿Qué tiene de especial esa moneda? Puedes conseguir cualquier otra...
—Es mi moneda. No quiero que ningún imbécil se piense que puede robarme, a mí, impunemente –responde Dos-Caras, mientras saca el juego de llaves del doctor Arkham–. Además, se ha cometido un robo, y hay que aplicar justicia...
Dos-Caras se gira rápidamente y se introduce en la celda, cerrándola desde dentro. Bruce Wayne echa a correr lo más rápido posible pero cuando alcanza la puerta, ya no puede abrirla. Mira a través del espejo y ve cómo Dos-Caras se acerca amenazadoramente al pobre loco que está ahí encerrado. En ese preciso instante, comienza a vibrar un pequeño comunicador que lleva Bruce.
—Adelante, Oráculo –habla Bruce directamente al comunicador, mientras intenta abrir la puerta de la celda, aunque sabe que es imposible.
—##Batman ##–dice la voz de Barbara Gordon, alias Oráculo, al otro lado de la línea–,## hay una crisis con rehenes en Arkham Asy...##
—Lo sé. Bruce Wayne es uno de los rehenes.
—.##.. ¿Estás dentro?## –pregunta Oráculo, tras unos segundos de asombro.
—Dos-Caras ha montado un pequeño motín –explica Bruce–, pero creo que va a terminar en breve. Dile a Dick que venga lo antes posible –Bruce reflexiona un instante y luego añade–: Que venga como Batman.
—##¿Y tú? ##–pregunta Oráculo, mientras por otra línea está poniéndose en contacto con Dick Grayson, alias Nightwing.
—Me temo que debo seguir siendo Bruce Wayne para no levantar sospechas –responde él–. Cuando llegue Dick, sólo tendrá que asegurase de que Dos-Caras está tranquilo.
Bruce escucha cómo Oráculo le pide a Dick que acuda a Arkham. A éste no le hace ninguna gracia ir como Batman, aunque no es la primera vez que hace algo así, pero termina por acatar la orden.
—##Bruce, ¿qué está ocurriendo ahí dentro? ##–pregunta Oráculo, mientras Dick Grayson se mantiene en línea para estar al tanto de la situación.
—Está obsesionado con una moneda –responde Wayne.
—##Eso no es nuevo...##
—Con una moneda en concreto –aclara él–. Una moneda que, por alguna razón, resulta especial para Dent, y voy a descubrir por qué. Dick, cuando entres en Arkham, dirígete a la celda 237. Ahora mismo Dos-Caras está torturando a un pobre diablo en su interior, intentando recuperar la dichosa moneda.
—¿Y tú qué vas a hacer? –preguntan casi al unísono Oráculo y Dick Grayson.
—Voy a hablar con el doctor Arkham –responde Bruce, poniéndose en movimiento por el pasillo–, antes de que el resto de rehenes eche de menos a Bruce Wayne.
—Comisario. Ya ha anochecido...
—Sí, tienes razón –responde el comisario Akins, extendiendo el brazo para que el agente de policía pueda darle el radio-comunicador–. Stacy, aquí Akins... ¿me recibes?
—##Sí, comisario ##–responde la voz apagada de Stacy a través del comunicador–.## Ya estoy preparada en la azotea. ¿Enciendo la señal?##
El comisario Akins suelta un largo y quejumbroso suspiro pero, antes de que pueda contestarle a Stacy, se forma un revuelo entre los agentes apostados en el cordón policial montado alrededor de Arkham Asylum. Batman acaba de entrar en el manicomio.
—No hace falta, Stacy –contesta finalmente Akins–. El Murciélago está dentro.
Michael Akins se sujeta con fuerza las sienes. En momentos como éste desearía haber elegido otra profesión.
—Comisario –un agente le acerca de nuevo el comunicador–. Desde comisaría nos han desviado una llamada procedente del interior del manicomio.
—¿Dent? –pregunta Akins ansioso, agarrando con fuerza el comunicador.
—##No## –contesta una voz a través del aparato–.## Soy Jeremiah Arkham...##
El doctor le cuenta al comisario la situación en el interior del manicomio, y Akins le insta a salir de allí, pero Arkham insiste en volver con el resto de los rehenes. “Es mi obligación”, dice, “mi responsabilidad”. Además insiste en que todo acabará pronto, en cuanto Dent obtenga la moneda que está buscando. Jeremiah Arkham cuelga el teléfono y sale del despacho, cabizbajo y alicaído. En cuanto cierra la puerta, oye una voz procedente de las sombras.
—Doctor Arkham –dice la figura oculta en la penumbra, sin que se pueda distinguir su contorno–, tenemos que hablar sobre Dent.
—¿Batman?
Bruce Wayne se queda silencioso, aún oculto por la oscuridad.
—Te diré dónde está Dent –dice finalmente el doctor.
—Ya sé dónde está –le interrumpe la voz– Quiero saber con qué otros internos ha tenido un especial contacto desde que volvió a ser ingresado en Arkham Asylum.
—No entiendo...
—Dent está ahora buscando una moneda que al parecer le ha robado uno de los internos –explica Batman, mientras Arkham asiente con la cabeza–. Una moneda con alguna particularidad especial.
—Por eso rechaza cualquier otra moneda e insiste en recuperar la que le han robado...
—Exacto –continúa Batman, manteniéndose en las sombras–. Y creo que esa moneda se la entregó antes otro de los lunáticos de Arkham.
—Bueno... –titubea el doctor–. Durante los primeros días de su reingreso me pareció que insistía en coincidir con Abe Rachs, un pobre criminal, aspirante a mafioso de segunda, que sufre de paranoia y manía persecutoria. No le di demasiada importancia entonces...
—¿Celda?
—La 217...
Jeremiah Arkham se queda de pie ante la entrada de su despacho. “¿Batman?”, pregunta a las sombras, “¿Batman? ¿Estás ahí?”. Pero no obtiene respuesta.
Bruce Wayne, ataviado con uno de sus trajes de Armani, que empieza a estar cada vez más arrugado, entra en la celda 217. Ni siquiera tiene que usar sus ganzúas, pues la puerta está abierta.
Dick Grayson, enfundado en el traje de Batman, algo que siempre le hace sentir un tanto incómodo, entra en la celda 237, la del supuesto ladrón de la moneda. La puerta está abierta de par en par.
Bruce entra en la celda y se topa con un cuerpo que yace inerte sobre un charco de espesa sangre roja. Ha sido degollado, una profunda hendidura le recorre horizontalmente el cuello. En la pared hay una frase escrita con la propia sangre de la víctima: "Y el chivato calló. Y la Justicia triunfó."
Batman –Dick Grayson– entra en la celda y se encuentra un cadáver tirado sobre un charco de sangre húmeda, que ha comenzado a coagularse. Observa que al pobre tipo le han cortado las manos y probablemente haya muerto desangrado. En la pared, escrita con sangre, Dick puede leer lo siguiente: "Y el ladrón dejó de robar. Y la Justicia triunfó."
Bruce Wayne avanza por un pasillo y se encuentra de frente a Batman. Durante un breve –brevísimo– instante, se siente raro y algo confundido, como si estuviera fuera de lugar e incluso fuera de sí mismo. Pero no tarda en reconocer a Dick Grayson bajo la máscara de Batman.
—Vamos, Dick –dice Bruce Wayne con voz autoritaria, mientras reanuda la marcha–. Ya era hora de que vinieras.
—Bruce –responde Dick Grayson–, he venido lo antes posible.
—Lo imagino.
—Vengo de la celda 237 –explica Dick, siguiendo a Bruce por el pasillo–. Su ocupante está muerto. Degollado.
—No me sorprende. Yo me he topado con otro cadáver.
—Ha sido Dos-Caras, ¿verdad?
—Sí –responde Bruce, deteniéndose un momento–. Pero es culpa mía. No pensaba que llegaría a tales extremos; está más desquiciado que nunca. Tendría que haberle detenido antes...
Dick está a punto de replicarle a Bruce, decirle que no se eche la culpa de los actos criminales de los demás, pero sabe que eso es una batalla perdida. Bruce marcha rápidamente por el pasillo y Dick se limita a seguirle, mientras se terminan de poner al día de la situación en Arkham. Es Dick quien lleva en ese momento el manto del murciélago, pero sigue siendo Bruce Wayne el que manda.
Llegan a la sala-museo y se detienen. Dos-Caras aún no está allí. Los locos que ha liberado siguen custodiando a los rehenes, y parece que no se han percatado de la ausencia de uno de ellos. Bruce ordena a Dick que permanezca oculto y atento, y sigilosamente se adentra en la sala, ocupando nuevamente su lugar entre el resto de rehenes, junto a Lucius Fox, que parece ser el único en notar su regreso.
—¿Dónde se supone que has estado, Bruce? –le pregunta Lucius.
—Tenía que ir al baño –contesta Bruce, intentando sonar algo azorado, aunque Lucius Fox le observa pensativo y suspicaz.
En ese momento, entra Dos-Caras en la estancia, provocando el silencio al instante. Se detiene y permanece de pie, observando a los presentes.
—Dos-Caras –dice uno de los locos con cierta ansiedad–, todo está bajo control. El motín pirata sigue adelante...
—Lo siento, pequeño loco –responde Dos-Caras con seriedad–. Este motín ‘pirata’ se ha terminado. Volved a vuestras celdas y dejad en libertad e esta gente.
—Pero...
Ante la inicial negativa de los locos, Dos-Caras coge a uno de ellos por el cuello, con extrema violencia, apretando de manera que apenas le deja respirar.
—He dicho que se acabó –sentencia Dos-Caras, y el grupo de locos se apresura a obedecer.
Se dirigen a sus celdas, cabizbajos y llenos de tristeza, pero también asustados y obedientes, temerosos de Dos-Caras, que les observa con seriedad. Los locos sabían que tarde o temprano se tenía que acabar la diversión. Se encaminan por el pasillo y llegan a pasar junto a Dick Grayson, aún ataviado como Batman, aunque no son conscientes de ello, pues se oculta entre las sombras. Una vez que los locos desaparecen por el pasillo, Dick se asoma lo suficiente para hacerse visible a Dos-Caras.
—¿Dónde te habías metido, Bats? –pregunta con ironía Dos-Caras.
—Vamos a tu celda –ordena Dick, imitando casi a la perfección la voz de Batman–. Ya ha terminado todo.
Un buen rato después, todo está solucionado, aunque no totalmente aclarado, y la normalidad –si ésta es posible en un lugar como Arkham Asylum– ha llegado al manicomio. La policía se ha asegurado de que todos los internos liberados por Dos-Caras han vuelto a sus respectivas celdas, y ha tomado declaración a los rehenes, que ya se disponen a marchar.
—¡Bruce, espera! –éste se gira y ve a Silver St. Cloud corriendo tras él.
—Lucius –le dice Bruce a su consejero–, espera un momento. Tengo que despedirme de Silver.
—Claro, Bruce –contesta Lucius, con una amplia sonrisa, que se amplía aún más cuando ve a la pareja dándose un largo y apasionado beso, estrechándose entre sus respectivos brazos, y acariciándose mutuamente.
Bruce y Silver se miran a los ojos con intensidad, pronunciando cada uno el nombre del otro en un leve susurro. Lucius sigue sonriendo y decide darse la vuelta y no sentirse más como un voyeur.
—Pensaba que Bruce Wayne estaba soltero y sin compromiso... –comenta la chica rubia que se acercó a Bruce durante la visita del manicomio.
—Puede que eso haya cambiado –le responde Lucius Fox, mientras la chica le mira enfurruñada.
Más tarde, ya avanzada la noche, en la Batcueva. Alfred entra portando una bandeja con unos sandwiches, y la coloca sobre una mesa, junto a Dick Grayson. No hay nadie más en la cueva.
—Gracias, Alfred –dice Dick Grayson, cogiendo rápidamente uno de los sandwiches. Acaba de quitarse el traje de Batman y ahora viste con el uniforme azul y negro de Nightwing–. Ya tenía ganas de quitarme la capa y la capucha...
—Parece que al único al que excitan esas orejas es al amo Bruce –comenta el mayordomo en su habitual humor sardónico, mientras recoje el traje de Batman. Los dos hombres sonríen un instante hasta que se ven interrumpidos.
—¡Alfred! –grita la voz del recién llegado a la cueva–. No guardes el traje...
—¿Amo Bruce? –pregunta Alfred–. Pensaba que ya había tenido suficiente con el incidente de Arkham Asylum.
—Aún queda mucha noche... –responde Bruce Wayne secamente, quitándose la chaqueta y desabrochándose la camisa.
—Quizás la aprovecharía mejor junto a la señorita St. Cloud –le espeta Alfred, lo que hace que Bruce se quede inmóvil unos instantes y le mire fijamente–. El amo Richard acaba de contarme lo de su... hum... beso.
—Alfred, llámame Dick, por favor. Sólo tú me llamas Richard –intenta replicar Dick Grayson, intentando esquivar la ruda mirada que le echa Bruce Wayne.
—Es cierto –responde finalmente Bruce, con cierta cautela.
—Aún a riesgo de ser un tanto entrometido –dice Alfred–, me gustaría preguntarle si esto significa que van a retomar su... relación. He de decir que me agradaría considerablem...
—Efectivamente –le interrumpe Bruce–, estás siendo un entrometido. Y ahora tenemos trabajo que hacer. Dick –se dirige ahora al más joven de los tres–, en lugar de contar chismorreos, ¿por qué no hablamos sobre Dos-Caras y su moneda?
—Lo siento, Bruce –dice el joven, aunque en su rostro aún se refleja una sonrisa.
—¿Y bien? –pregunta Bruce Wayne, terminando de colocarse el traje de Batman–. ¿Sabemos algo de la dichosa moneda que buscaba Dos-Caras?
—Nada de nada –contesta Dick, ahora ya con seriedad–. He registrado al propio Dent y toda su celda lo mejor que he podido, dadas las circunstancias. Tan sólo he encontrado una moneda. Un dólar de plata con una de las caras desfiguradas.
—La típica moneda de Dos-Caras –apuntilla Alfred.
—Exacto –continúa Dick–. Aparte de las marcas, es una moneda absolutamente normal.
—¿La has cogido? –pregunta Bruce.
—Se la he llevado a Oráculo, pero ya te adelanto que no creo que encuentre nada raro –responde Dick–. Creo que Dos-Caras ha logrado ocultar la moneda que buscaba, y ni siquiera ha opuesto una mínima resistencia a que me llevara su otra moneda.
—¿Seguro que has buscado bien? –pregunta Batman.
—Amo Bruce –interviene Alfred, ante el malestar de Dick Grayson–, si se me permite decirlo, el amo Richard es tan infalible como su mentor...
Una de las pantallas se enciende y aparece la imagen de Oráculo.
—Hola, chicos –dice dicha imagen–. ¿Aceptáis una chica en vuestro club?
—Sin bromas, Oráculo –ordena Batman.
—La moneda que me ha traído Dick no tiene nada de especial... –continúa Oráculo.
—Lo sé.
—Y he investigado un poco a los dos internos que ha asesinado Dos-Caras –mientras Oráculo habla, Batman recibe los informes sobre los mismos, que automáticamente van apareciendo en otra pantalla–. Ahí tienes todos lo datos, pero resumiendo: el interno de la celda 237, el supuesto ladrón, era realmente un cleptómano obsesivo. Seguramente le robó la moneda a Dos-Caras por el simple placer de hacerlo. De hecho, había tenido más episodios similares con otros internos de Arkham.
—¿Y el otro? ¬–pregunta Batman, aunque ya está ojeando los informes.
—Abe Rachs –prosigue Oráculo–. Antes de ingresar en Arkham, al parecer con claros síntomas de paranoia y manía persecutoria, estuvo estrechamente relacionado con diversos grupos criminales y mafiosos. Había un rumor, muy vago pero sin embargo bastante extendido, que decía que Rachs poseía información comprometedora sobre algunos jefes criminales, y sobre ciertos ciudadanos de Gotham cuya reputación podría verse ensuciada...
—Conozco el rumor –responde Batman.
—Se decía que tenía cientos de datos guardados, al parecer ocultos en un pequeño microchip –termina Oráculo–. Ya sé que tal vez sea fantasear un poco, casi sin pruebas, pero quizás Dos-Caras haya ocultado ese microchip, en caso de ser cierto el rumor, en una de sus monedas...
—Gracias, Oráculo –dice finalmente Batman. Tras unos segundos de silencio, añade–: Buen trabajo.
—¿Tú que piensas, Bruce? –pregunta Dick, una vez que ha desaparecido la imagen de Oráculo.
—Creo que Oráculo ha dado en el clavo. Ese rumor era más cierto de lo que les gustaría a algunos –responde Batman, poniéndose la capucha y la capa–. La pregunta es: ¿qué está tramando Dos-Caras?
—La policía va a realizar un registro en profundidad de Arkham Asylum –añade Dick, poco convencido–. Tal vez tengan suerte y den con la maldita moneda...
—No –responde Batman–. Estamos hablando de Dos-Caras. Encontrar esa moneda no va a ser nada fácil.
Arkham Asylum. Dos-Caras está encerrado en su celda. Está tranquilo y ha permanecido obediente desde que ha terminado todo el incidente. Está sentado en el suelo, y mantiene una apacible conversación consigo mismo.
—¿Dent? ¿Estás ahí?
—Hola, Dos-Caras –es la voz de Harvey Dent la que responde, una voz más tranquila y suave–. ¿Qué quieres de mí?
—Vamos a trabajar juntos –responde la voz dura y rasgada de Dos-Caras–. Vamos a impartir justicia.
—¿Cómo lo haremos? –pregunta Dent.
—Está bien –contesta con resignación Dos-Caras–, si vamos a trabajar juntos, tendré que contártelo todo.
Entonces Dos-Caras comienza un monólogo en el que cuenta cómo el ya ex-fiscal del distrito Herbert Frank le confesó, durante el secuestro al que le sometió recientemente(2), que Abe Rachs estaba a punto de facilitarle una información vital sobre algunos crímenes sin resolver de Gotham City. Una información que, obviamente le interesaba a Dos-Caras, dispuesto a impartir “justicia” en Gotham. Una vez dentro de Arkham, Dos-Caras acosó a Rachs hasta que consiguió que le proporcionara dicha información, contenida en un pequeño microchip, que Dos-Caras acabó por introducir en una de sus monedas, una moneda hueca por dentro, preparada especialmente para ello por uno de sus múltiples contactos en el exterior. Todo se desmoronó con la desaparición de la moneda con el microchip, pero ya se había solucionado todo, y ahora la moneda permanecía perfectamente escondida, y ya no quedaba ningún cabo suelto.
—Por supuesto –dice Dos-Caras–, no te voy a decir dónde está moneda, Dent. Eso es sólo cosa mía. Ahora ya sólo queda esperar al momento adecuado para actuar...
Epílogo
A la mañana siguiente, en la Mansión Wayne. Bruce descansa en su habitación, mientras Alfred entra portando una bandeja con el desayuno.
—Hoy tiene una reunión con la ejecutiva de Industrias Wayne –dice el mayordomo, entregándole la bandeja.
—Gracias, Alfred.
—Espero que al menos telefonee a la señorita St. Cloud y la lleve a cenar a algún lujoso restaurante.
—Lo haré, Alfred...
—Y no hace falta que trabaje esta noche, señor –insiste el mayordomo–. El amo Richard se va a quedar en Gotham.
Bruce se dispone a replicar, pero en ese momento quien parece estar al mando es Alfred Pennyworth.
—Por cierto –dice este último–. Anoche encontré esta tarjeta en uno de los bolsillos de su chaqueta:
“Buen trabajo en Arkham Asylum.
Pero tu futuro es oscuro...
No dudes en llamarme cuando me necesites.”
Hombre Misterioso
Bruce se queda pensativo, rememorando en su mente el día anterior en el manicomio, y recordando a cierto extraño –y desconocido– personaje que se apuntó a la visita a última hora. Tenía un aspecto sombrío, algo oscuro, aunque indefinido. A Bruce le dio la sensación de conocerlo de antes, aunque ni entonces en Arkham, ni ahora en la mansión, es capaz de darle un nombre o de identificarlo mínimamente. Tampoco recuerda haberlo tenido lo suficientemente cerca en toda la visita como para haberle introducido aquella tarjeta en el bolsillo pero, de alguna manera, sabe que ha sido él.
FIN
Igor Rodtem
(17-3-2007)
igor_rodtem@hotmail.com
Referencias:
(1) Ocurrió en Batman (AT) nº 12: Silver y Bruce estaban cenando en un lujoso restaurante, pero la batseñal reclamó la presencia de Batman ante los disturbios que estaba causando Dos-Caras. Recordemos que, además, Silver St. Cloud sabe que Bruce Wayne es Batman.
(2) El secuestro del fiscal Herbert Frank por parte de Harvey Dent ocurrió en Batman (AT) nº 12. En el transcurso de ese secuestro Harvey Dent volvió a convertirse en Dos-Caras.
No hay comentarios :
Publicar un comentario