Título: Empezar y acabar en Gotham Autor: Igor Rodtem Portada: Edgar Rocha Publicado en: Noviembre 2007
Un policía y un ladrón llegan a Gotham dispuestos a cumplir sus
metas: uno el de defender al ciudadano y el otro a hacerse una
reputación entre los delincuentes. Y aunque no se conocen sus caminos
están destinados a unirse
|
Cuando la cae la noche comienza la pesadilla. Los monstruos campan por sus calles y es entonces que sólo el murciélago puede protegerlos. Pero aún con todo se muestran valientes ante lo que muchos otros huirían. Ellos son Ciudadanos de Gotham.
“Hace apenas 24 horas que he vuelto a la ciudad y ya estoy más loco que un bastardo en el día del padre...”
Spider Jerusalem en Transmetropolitan (escrito por Warren Ellis)
"En general, los grandes acontecimientos, así como los extraños, que exceden la experiencia humana, con frecuencia afectan menos a hombres y mujeres que detalles mucho más pequeños de la vida cotidiana”.
H. G. Wells, El hombre invisible
—Bueno, muchacho, ¿qué tal tu primer día?
John Harkness, Johnny, el joven rubio de profundos ojos azules aún está emocionado. Hoy es su primer día como policía en Gotham City, tras un duro periodo de pruebas. Pero hay algo más. Toda su formación la había pasado en Chicago, ciudad en la que nació –hacía apenas un cuarto de siglo– y creció, pero nada más obtener la placa pidió su traslado a Gotham City, ciudad que le fascinaba enormemente. No obtuvo problema alguno para conseguir dicho traslado. Es más, fue inminente, dado que Gotham no era precisamente un lugar al que quisieran ir muchos policías, ya fueran novatos o veteranos. Y es que Gotham City siempre ha sido conocida por su alto índice de criminalidad, y también por la presencia de multitud de psicópatas y locos, a cada cual más estrafalario, y no menos peligroso. Y por Batman, claro.
A Johnny le atraía Gotham y sus locos disfrazados. Quería detener a alguno de ellos. Quería llegar a ver a Batman, comprobar si era real o tan solo una leyenda. Además, en Gotham estaba Jim Gordon, ex-comisario de policía, y viejo amigo de su familia, de cuando éste aún vivía en Chicago. Para Johnny, Jim Gordon era un espejo en el que mirarse, quería seguir sus pasos y llegar algún día a convertirse, quizás, en el propio comisario de policía. Ser el máximo responsable a la hora de detener a aquella multitud de criminales y tratar mano a mano con Batman (de esto último no estaba tan seguro, había demasiadas leyendas en cuanto a la propia existencia de Batman y de su posible relación con el departamento de policía). Y por fin, después de un duro periodo de preparación, allí estaba él, en Gotham City, a punto de empezar su brillante carrera como policía. Y ahora está, además, hablando con el mismísimo Jim Gordon.
—Y bien, ¿qué tal?
—Genial, sr. Gordon –contesta finalmente el aún pensativo muchacho–. Genial, estoy que aún no me lo creo.
—Pues debes estar alerta, Johhny. Si quieres sobrevivir en Gotham City, has de estar alerta las veinticuatro horas del día.
El joven asiente ante las sabias palabras del ex-comisario, toda una eminencia en el mundo policial. Se mantuvo en activo hasta hace bien poco, cuando estuvo a punto de fallecer en un atentado [1] . Ahora imparte clases de criminología en la Universidad de Gotham, y hasta allí se ha desplazado Johnny, para saludarle. Jim se alegra de verle, aunque apenas le recuerda. De hecho, no podía reconocerle, pues la última vez que le había visto, antes de partir de Chicago hacia Gotham, era apenas un crío. Pero también teme por él, pues sabe mejor que nadie que ser policía en Gotham es, si no un suicidio, sí una vida dura y penosa, plagada de momentos tristes y dolorosos, que en pocas ocasiones se ve recompensada.
Tras charlar un buen rato, sobre todo acerca del trabajo policial –algo que, en cierta manera, entristece a Jim Gordon, pues le hace recordar viejos tiempos, aunque Johnny no se percate de ello–, los dos hombres se despiden. Jim regresa a la universidad, mientras Johnny se dirige hacia comisaría, pues aún no ha acabado su jornada, con una brillante sonrisa en el rostro.
En otro punto de la ciudad, un tren comienza a detenerse lentamente, chirriando con furia estridente. Los pasajeros se preparan para abandonar el tren y mezclarse entre el bullicio reinante en la estación ferroviaria de Gotham City. En los últimos vagones, sin embargo, se transportan mercancías y diversos cargamentos, y entre ellos dormitan un par de polizones, que se ven despertados por el penetrante ruido del tren al frenar. Uno de ellos se asoma por una pequeña ventana y recoge su destartalado petate.
—Por fin, Gotham –exclama, mientras su compañero se despereza.
Se acerca a la puerta del vagón, cuyo cerrojo está forzado. Fue él mismo quien lo forzó, unas horas antes, cuando decidió tomar este tren con destino a Gotham; más tarde se le uniría su compañero.
—Bueno, amigo –se despide de su acompañante, que por fin parece haberse despertado completamente–. Yo me bajo aquí. Gotham City me está esperando impaciente.
- Que te vaya bien, buscavidas –la voz del compañero suena vieja, igual que su aspecto. Es un pobre anciano vagabundo, vestido con apenas unos andrajos extremadamente sucios y malolientes.
—¿De verdad que vas a continuar el viaje, J. S.? –se dispone a saltar ya, pues la velocidad del tren ha disminuido lo suficiente para ello–. No sé qué se te ha perdido en Metrópolis.
El anciano sonríe, mostrando sus negros dientes.
—Debo ir allí para desbancar a mi impostor –dice el vagabundo, sin abandonar su sonrisa, pero con la mirada triste.
-¿Impostor?
—Sí... Hay alguien que se está haciendo pasar por mí... Yo soy el auténtico Superman.
El anciano sigue sonriendo tras decir estas palabras, pero ahora una lágrima le cae por la mejilla. El otro decide que ya ha llegado la hora de bajarse del tren, y salta al suelo empedrado antes de que el tren termine de detenerse.
Nada más tocar el suelo, observa cómo algunos empleados de seguridad de la estación se dirigen hacia él corriendo, pero no le preocupa, está acostumbrado a huir desde que era poco más que un crío, aunque no hace tanto de ello. Echa a correr, alejándose de la estación, con la idea de internarse en la ciudad, en la sombría Gotham City. “¿Qué puedes ofrecerme, Gotham?”
Gotham puede ofrecerle una vida ligada al crimen, que es el camino que ha elegido, o se ha visto obligado a elegir. Hasta ahora, pequeños hurtos y robos, y de vez en cuando, algo de trapicheo de drogas. Incluso en una ocasión dio una paliza a un tipo a cambio de un par de cientos de dólares. Nada realmente grave. Aún. Porque no se pone ningún límite. Peter Gladyk ha venido a Gotham a ganarse la vida, como sea. ¿Y por qué Gotham? ¿Por qué una ciudad en la que hay un justiciero enmascarado implacable contra el crimen (o al menos eso dicen)? Precisamente por ello. Batman (y por extensión la ingente cantidad de monstruos dementes y psicópatas disfrazados que pululan por Gotham) ejerce una enorme atracción sobre Peter. No le da miedo, quiere derrotarle, convertirse en el rey de Gotham.
Varios días después. Puerto de Gotham. 02:04 AM. La negrura de la noche amenaza lluvia.
Acaba de producirse un fuerte tiroteo entre la policía y unos supuestos contrabandistas. Aún retumban los ecos de los disparos en el puerto. Johnny Harkness sujeta su arma con las dos manos. Su pulso está acelerado, pero consigue mantener despejada la cabeza. Es su deber como policía. A su lado, Renee Montoya, una de las más reputadas detectives de Gotham, está dando instrucciones al resto de agentes desplegados por el puerto, tras pedir refuerzos por radio. Llevaba semanas investigando a Killer Croc, y por fin había encontrado una información valiosa, que le había llevado hasta ahí. Killer Croc iba a recoger un cargamento de armas de contrabando aquella misma noche y, tras varias horas de aburrida espera, por fin habían aparecido los contrabandistas. En cuanto se pusieron a descargar unas cajas de un barco en concreto, Montoya dio la orden de detenerlos y, en cuestión de segundos, el puerto tronó con los disparos. Había más contrabandistas de los que parecía en principio, por lo que Montoya y sus hombres se vieron obligados a ponerse a cubierto, quedando los contrabandistas junto al barco y la policía rodeándoles. En medio se podían ver los cuerpos de varios delincuentes que habían caído en el tiroteo. En breve llegarían más refuerzos y pronto acabaría todo. Quien no había hecho acto de presencia en el puerto era el propio Killer Croc. Hasta ese momento...
—Harkness... ¿verdad? –pregunta Montoya, dirigiéndose a Johnny.
—¿Perdón? –pregunta a su vez él, un tanto desconcertado. Estaba plenamente concentrado en la peligrosa situación en la que se encuentran.
—Tu nombre es Harkness, ¿no?
—Sí –siente el joven.
—No llevas mucho aquí –comenta la detective–, pero ya habrás comprobado que todos los días tenemos acción a raudales.
—Lo sé. Por eso quise que me destinaran a Gotham.
—Nadie quiere venir a Gotham –comenta finalmente Montoya, mientras se levanta, pues le parece oír algún ruido a su espalda.
Montoya indica a Harkness y otro agente que la sigan, hacia donde le ha parecido oír el ruido, dejando al resto de agentes rodeando a los contrabandistas. Se introducen por un pequeño callejón, entre dos almacenes, perdiendo así contacto visual con el resto de los compañeros. A lo lejos, las sirenas de la policía se hacen cada vez más audibles. Se acercan los refuerzos, y pronto acabará todo...
Avanzan unos metros más, cuando Johhny Harkness escucha un pequeño ruido a su espalda. Comienza a girarse, pero antes de completar el movimiento, nota un fuerte empujón que le lanza al suelo. Para cuando quiere recuperarse, puede observar a Killer Croc sujetando a Montoya. La tiene agarrada por el cuello con uno de sus poderosos brazos de lagarto, mientras que en la otra mano lleva una pistola con la que apunta a los agentes.
—Queríais aguarme la fiesta, ¿eh? –la voz de Killer Croc tiene una tonalidad repugnante, muy a juego con su aspecto reptiliano.
—Jones [2], suéltame... –Montoya no puede continuar hablando, pues Killer Croc aumenta la presión de su brazo sobre el cuello de ella.
—Suéltala, monstruo... –el otro agente hace amago de acercarse a Croc, pero éste no duda en dispararle. El agente cae muerto, con un certero disparo entre los ojos, ante la mirada paralizada de Johnny, que se ve incapaz de mover un solo músculo.
El disparo hace que unos metros más allá comience un nuevo tiroteo sin control entre los agentes y los contrabandistas, pues los nervios están a flor de piel.
Killer Croc apunta con su arma a Johnny, que permanece de pie, desarmado y con los brazos en alto. La situación es harto complicada y no se atreve a hacer ningún movimiento. Killer Croc sonríe, mostrando sus afilados dientes. Se dispone a disparar sobre el pobre Johnny, y está disfrutando del momento, por lo que no se da cuenta de la mueca que acaba de aparecer en el rostro del policía. Johnny acaba de ver una enorme sombra desplazarse por detrás de Croc.
Waylon Jones, alias Killer Croc, apenas es consciente de lo que sucede a continuación. Recibe un fuerte golpe en la nuca, calculado con precisión matemática, que lo desequilibra al instante. Cae al suelo, soltando a Renee Montoya, y casi perdiendo el conocimiento. Quien le ha golpeado no es otro sino Batman.
A pesar de la penumbra del callejón, su figura es imponente. Johnny Harkness se queda boquiabierto ante su presencia. Es la primera vez que se encuentra ante un superhéroe. Ante una leyenda urbana que es real. Muy real. Pero Batman no parece hacer el menor caso al asombrado agente. Killer Croc ya se está levantando, y no con muy buena intenciones.
Renee Montoya permanece arrodillada en el asfalto, tratando de recuperar el aliento, pero ya ha visto a Batman, y sabe que Croc no tiene nada que hacer. También observa a Harkness, inmóvil cual estatua, al que le arrea un puntapié en el tobillo.
—Reacciona, Harkness... –le ordena la detective, entre jadeos, mientras trata de erguirse–. Estás en Gotham City... Aquí hay monstruos prácticamente a diario... Y también tenemos a Batman... Si quieres ser policía en esta ciudad, tienes que acostumbrarte a ello...
—Batman... –es lo único que acierta a decir el pobre Johnny.
Killer Croc, lleno de furia, se abalanza sobre la figura oscura que tiene delante, pero éste parece fundirse con la negrura de la noche. Croc topa con una pared desconchada y emite un gruñido empapado de furia. Se gira, pero recibe un fuerte impacto en el rostro. El puño izquierdo de Batman está caliente.
—Si es demasiado para ti –continúa diciendo Montoya, sujetando a Johnny por la camisa y haciéndole reaccionar por fin–, será mejor que abandones.
—Lo... lo siento –contesta Harkness, volviendo finalmente en sí mismo.
Killer Croc vuelve a abalanzarse contra Batman como un animal, sin ser consciente de que éste le tiene dominado. Batman se aparta del camino de Croc, poniéndole la zancadilla, desequilibrándole. Antes de que pueda incorporarse, Batman le asesta una patada en el costado, haciendo que el villano se doble de dolor, soltando un grito gutural, animal. Batman le sujeta la nuca, aplicándole una llave que deja finalmente inconsciente al criminal. El silencio se cierne entonces sobre la escena, aunque a lo lejos se puede oír el barullo que se ha montado al llegar los refuerzos a la zona del tiroteo. Una leve lluvia comienza a caer.
—Tranquilo –le dice Renee a Johnny, ahora sonriendo levemente–. La primera vez siempre impresiona.
—Tranquilo –le dice Renee a Johnny, ahora sonriendo levemente–. La primera vez siempre impresiona.
En otro punto de Gotham City, no muy lejos del puerto, una pequeña sombra oscura corretea por un callejón, tratando de protegerse de la lluvia. Se para ante una puerta de metal y golpea insistentemente, hasta que por fin se abre. Al otro lado de la misma aparece un tipo enorme, con cara de pocos amigos.
—Llegas tarde, Gladyk –dice el tipo de la puerta.
—Aún no conozco bien la ciudad –contesta Peter, también con cara de pocos amigos.
—No hace falta que entres –dice el otro, poniendo su gran mano sobre el pecho de Peter, impidiéndole el paso, y entregándole una nota–. Aquí tienes apuntada la dirección. Ve allí y haz el trabajo.
—¿Cuándo?
—Bueno... –el tipo enorme sonríe, mostrando una amplia dentadura, plagada de dientes de oro–, ¿tienes algo que hacer ahora?
Acaba de hacer el puente a un coche. Nada del otro mundo. Peter Gladyk ya va camino de su primer “trabajito” en Gotham: propinarle una paliza a un pobre hombre, un abogaducho de tercera metido en problemas. El juego es su vicio y le ha llevado a tener unas deudas que le cuesta demasiado pagar. Ahora Peter va a “recordarle” que los plazos se acaban. Peter ni siquiera sabe para quién trabaja, pero hay que empezar como sea. Estuvo varios días merodeando por los garitos de las peores zonas de la ciudad, escuchando conversaciones ajenas e intentando ofrecerse como matón. En algún momento dado, alguien le dijo adónde podía acudir. Se siente nervioso, claro, pero está dispuesto a hacer su labor. Afortunadamente, parece que ya han cesado de sonar las sirenas que se oían a lo lejos.
Dos semanas después. Parece que Peter Gladyk se ha ido ganando la confianza de Lance Battier, el matón que le ha ido ofreciendo los encargos durante estos últimos días. Battier trabaja para alguien más importante, sin duda, pero Peter no sabe quién es, ni le importa; al menos de momento. Poco a poco, quiere ir haciéndose un hueco dentro del mundillo criminal de Gotham. Ahora, va camino de la Mansión Four Kings, a las afueras de la ciudad, junto con otros cuatro matones, incluido el propio Battier. Van a desvalijar la mansión. Esperan que sea un golpe sonado, no sólo por el dinero o la ingente cantidad de joyas que saben que habrá en su interior, sino porque el dueño de dicha mansión tiene demasiados contactos con diversos grupos mafiosos que operan en Bludhaven, ciudad vecina de Gotham. Pretenden hacerse con una buena cantidad de documentación comprometedora, a la que darle un uso particular posteriormente. El dueño de la mansión está fuera del país y el nivel de seguridad será mínimo, aunque digno de tenerse en cuenta. Peter está contento por haber sido tenido en cuenta para este golpe. Siente que va por buen camino. No sabe que Batman se va a cruzar en él mucho antes de lo que le habría gustado.
Una hora después, en la Mansión Four Kings. Los ladrones han conseguido el botín que venían a buscar, pero la salida de la casa no está siendo tan sencilla. Los guardias de seguridad les han cortado el camino y han comenzado un tiroteo sin cuartel. Las cosas se complican al desatarse un pequeño incendio que, poco a poco, va creciendo, obligando finalmente a todos a salir de la mansión. Peter Gladyk intenta escapar por una ventana, aunque el espeso humo apenas le deja ver nada.
A duras penas consigue salir al jardín y busca a Battier, a quien ve saltando el muro exterior junto a otro de sus compañeros. Les sigue, intentando alcanzarles, pero tras saltar el muro puede ver, unos metros por delante de él, como una enorme sombra se abalanza sobre ellos. Peter se queda paralizado, observando la escena. Observando cómo Batman noquea a los dos hombres con sendas patadas, perfectamente ejecutadas. Peter es incapaz de moverse, hipnotizado –y aterrorizado– ante la majestuosa presencia de Batman. Por suerte, está protegido tras unos arbustos, y Batman no se ha dado cuenta de su presencia. De repente, aparecen dos de los matones de la mansión, que se acercan a Batman, apuntándole con sus armas.
—Son nuestros, Murciélago –exclama uno de ellos.
—Son para la policía –responde Batman, desafiante. Su voz es potente y autoritaria, y le produce un escalofrío a Peter, que sigue oculto, paralizado por la sola presencia de Batman.
—Ni hablar. Tienen mucho que respondernos...
Sin previo aviso, Batman lanza unos pequeños objetos sobre los tipos (Peter no lo sabe, pero se tratan de batarangs), desarmándoles. Prácticamente al mismo tiempo, salta sobre ellos, derribando a uno con una patada en la rodilla, y al otro con una llave de artes marciales.
—No os busquéis más problemas –les dice Batman–. Responderán ante la justicia, no ante vosotros.
Peter observa la escena boquiabierto e impresionado. Aterrorizado por si Batman se diera cuenta de su presencia. Detrás de él comienzan a oírse las sirenas de la policía, y se gira instintivamente. Cuando vuelve a mirar a la escena anterior, Batman ya ha desaparecido. Eso le hace despertarse de alguna manera, y decide que ya va siendo hora de escabullirse de allí, antes de que la policía se presente. El golpe ha salido mal. Muy mal. Pero, dentro de lo que cabe, él ha tenido suerte. Y ya no tiene tantas ganas de enfrentarse a Batman.
—Batman es una constante en nuestras vidas –afirma el agente veterano–. La gente de la calle, y las noticias de televisión, siempre andan dudando o fantaseando de su existencia. Que si es sólo una leyenda urbana, que si en realidad es un ejército de hombres. Incluso hay quien dice que no es humano... que es como ese tipo enorme y verde de la JLA... ¿cómo se llama?
—El Detective Marciano –responde Johnny Harkness, bien atento a lo que le está contando su compañero, mientras patrullan en coche por las calles de Gotham.
—Ese mismo, el marciano –continúa el veterano, cercano ya a su jubilación, y con el pelo cubierto de canas–. Pero si eres policía en Gotham City, no tardas mucho en descubrir la verdad. Tarde o temprano, acabas topando con él. Y comprendes que existe, que Batman es real. Y, por Dios misericordioso, que es humano, que es un tipo como podemos ser tú y yo. Aunque cueste creerlo.
—Yo ya lo he visto en acción...
—Lo sé, hijo. Impresionante, ¿verdad?
—Fue increíble –contesta Johnny, recordando lo ocurrido apenas unos días antes, aunque no había vuelto a ver a Batman desde entonces.
—Pues puedes estar seguro de que no tardarás demasiado en volver a toparte con Batman.
Peter Gladyk está tomando una cerveza en un oscuro garito del East End de Gotham. Parecía haber empezado con buen pie en la ciudad, pero con el desastre del último golpe, tiene que empezar de nuevo otra vez. Lance Battier ha sido detenido y Peter no sabe a quién acudir. Parece que tiene que empezar otra vez de cero. Sin que se percate de ello, alguien se sitúa detrás de él.
—Tú eres Gladyk, ¿verdad?
Éste da un brinco al oír aquella voz desgarradora. Se gira rápidamente y suelta un grito infantiloide al ver a aquel monstruo. Un tipo vestido como Al Capone, y con la cara completamente oscura.
—Mi nombre es Roman Sionis –dice el mafioso, extendiendo su mano–. Aunque todos me llaman Máscara Negra ¿Por qué será?
Suelta una carcajada terrible e insta a Gladyk a que le estreche la mano. Éste, asustado, obedece y asiente con la cabeza.
—Ven conmigo –le ordena Máscara Negra–. Sentémonos en un rincón más apartado. Tenemos que hablar.
Peter se entera de que Battier estaba a sueldo de Máscara Negra, y que ahora éste quiere seguir contando con sus servicios, al fin y al cabo fue el único que logró escapar del fiasco de la Mansión Four Kings. Peter acepta sin dudarlo. Su suerte vuelve a cambiar. Sólo espera no cruzarse con Batman demasiado pronto.
Unos días después.
Hoy toca ronda nocturna. Quizás vuelva a encontrarme con Batman, piensa Johnny Harkness. Desde el incidente en el puerto, con Killer Croc, no ha vuelto a toparse con él y, cada vez que le toca un turno por la noche, Johnny tiene la esperanza de volver a verle en acción. Termina de ponerse el uniforme en el vestuario y se dirige al coche patrulla, donde ya le espera su compañero.
Peter Gladyk fuma nervioso en un destartalado almacén. Lleva ya unos días trabajando para Máscara Negra. Hasta ahora, amenazas y extorsión, pero esta noche toca algo de más envergadura. La mafia rusa ha estado intentando meter el morro en la zona de Máscara Negra y éste ha decidido tomar represalias. Van a adentrarse en el terreno de los rusos a armar un poco de jaleo. Como cada noche, Peter se pone nervioso, pensando en la posibilidad de un nuevo encuentro no deseado con Batman. Por nada del mundo le apetece volver a verlo.
Johnny Harkness y su compañero reciben un aviso por radio, desde la central. Hay un tiroteo no lejos de donde están, en territorio de la mafia rusa. Se necesitan refuerzos policiales. Allá vamos, dice Johnny. Está convencido de que esta noche volverá a encontrarse con Batman.
Joder, la que se ha liado, piensa Johnny mientras corre por un callejón oscuro, buscando refugio. A su alrededor no dejan de sonar disparos y gritos. Sabe que Batman no tardará en aparecer. Tiene que esconderse.
Cuando Harkness y su compañero llegan al lugar donde se están enfrentando los criminales, la policía ya se está haciendo con la situación. Los rusos se están replegando y los hombres de Máscara Negra intentan escapar, antes de verse atrapados entre dos fuegos. Los disparos comienzan a cesar poco a poco, mientras la zona se va acordonando.
Johnny Harkness entra, junto con otros agentes, en unos de los edificios abandonados, donde parece que se han refugiado algunos de los hombres de Máscara Negra. Una serie de pequeñas explosiones hace que reine el desconcierto. Gritos, humo y disparos por todas partes. Harkness acaba perdiendo el sentido de la orientación y casi sin darse cuenta se ve en una especie de habitación medio derruida. Tose, por culpa del espeso humo, y tarda unos segundos en recuperarse y calmarse. Para cuando consigue vislumbrar algo entre el humo, a quien ve es a Máscara Negra, apuntándole con su arma, y sonriendo ampliamente. Una enorme y maliciosa sonrisa resplandeciente en un fondo negro como el carbón.
—Cómo me gustan estas situaciones... –exclama el villano, sin dejar de sonreír.
Johnny es consciente de que antes de que piense incluso en apuntar su arma contra Máscara Negra, éste habrá tenido tiempo suficiente para acertarle entre los ojos. Pero antes de que las palabras “voy a morir” se crucen por la cabeza al pobre Harkness, una sombra se cierne sobre la habitación, sobre Roman Sionis, sobre Máscara Negra. Johnny apenas parpadea y de repente ve a Batman sujetando por el cuello a Máscara Negra, que suplica de rodillas, dolorido.
—Aquí ya no tiene nada que hacer, agente –le dice Batman, con voz grave y autoritaria–. Váyase.
El joven policía obedece sin rechistar, aún impresionado por la súbita aparición del Murciélago, e incluso está a punto de contestar “a sus órdenes”. Pero cuando aún no ha terminado de salir de allí, alguien más se presenta, entrando por otra puerta. Es Peter Gladyk, que avanza empuñando un arma contra Batman y murmurando unas palabras apenas inteligibles:
—Batman... te voy a matar...
—¡Alto, policía! –grita Harkness, que ha vuelto a la estancia–. ¡Suelta el arma o disparo!
Pero Peter Gladyk no parece escucharle, está como hipnotizado por la figura de Batman, al que sigue apuntando.
Entonces los acontecimientos se precipitan, y todo parece ocurrir a cámara rápida.
Batman consigue desarmar a Gladyk lanzándole un preciso batarang que impacta en la pistola. Ésta salta por los aires, no sin antes soltar una bala perdida con una fuerte detonación. Dicha detonación provoca un ligero movimiento reflejo en el agente Johnny Harkness: el dedo índice de su mano derecha se contrae, llevándose consigo el gatillo de su arma reglamentaria. El disparo alcanza de lleno al pecho de Peter Galdyk, que cae desplomado al suelo.
—¡Dios mío! –exclama Johnny, que queda inmediatamente paralizado por el error –horror– que acaba de cometer.
—He dicho que te vayas de aquí –le dice Batman al inmóvil agente de policía, en un momento de confusión que aprovecha el escurridizo Máscara negra para zafarse de Batman e intentar escabullirse de allí.
Batman se propone perseguirlo cuando oye un nuevo disparo. Se gira y ve al agente de policía sujetándose el abdomen, que poco a poco va humedeciéndose de rojo. Tirado en el suelo, Peter Gladyk suelta su humeante arma y deja de respirar para siempre. Ha cometido su último crimen en el justo momento de morir. Cerca de él, el agente se desploma y cae igualmente muerto al suelo. Sus familiares tendrán el vano consuelo de que cayó como un héroe, en acto de servicio, haciendo aquello para lo que había nacido. Gotham City se lleva dos almas más. Dos víctimas más que pesarán en la rabia de Batman.
Jim Gordon se encuentra triste, a pesar de haber vivido tantas escenas como ésta. Tantos funerales como agentes de policía caídos. Una escena demasiado habitual en Gotham City. El comisario Akins dice unas palabras amables sobre el joven agente asesinado, y Gordon evoca su breve encuentro unas semanas antes. Toda la ilusión del muchacho desapareció en un instante, en el breve aunque definitivo gesto de apretar un gatillo.
El funeral se celebra en el cementerio de Gotham, a las afueras de la ciudad, aunque más bien de forma representativa, pues el cuerpo del joven será enterrado en su ciudad natal, Chicago. La fina lluvia que había estado cayendo hasta entonces se convierte en un fuerte aguacero, que pone punto y final a la ceremonia.
—¡Qué asco de lluvia! –exclama Roman Sionis, alias Máscara Negra, en uno de los callejones del East End. Entra en un desvencijado local donde espera uno de sus matones.
—Hemos sufrido varias bajas en la escaramuza contra los rusos... –comienza a decir el hombre de Máscara Negra, siguiendo a este último mientras avanza por la estancia a grandes pasos.
—Pues busca a otros –contesta secamente el jefe criminal.
—Tenemos algunas cosas de Gladyk –continúa el tipo–. No creo que vaya a reclamarlas nadie...
—¿De quién? –pregunta Máscara Negra, sin detenerse.
—Peter Gladyk, uno de los que han muerto en el rifi-rafe con los rusos...
—Deshazte de todo eso, tenemos asuntos más importantes que atender...
En el depósito de cadáveres reposa el cuerpo de Gladyk. Sin familiares vivos conocidos. Sin amigos. Su muerte es una más en la ciudad. Su paso por Gotham apenas ha dejado una borrosa huella.
FIN
Igor Rodtem
22-09-2007
REFERENCIAS:
[1]: Ocurrió en la saga “Agente herido” (Batman: El Señor de la Noche # 6 a 8, de la edición de Norma).
[2]: Waylon Jones es el verdadero nombre de Killer Croc.
No hay comentarios :
Publicar un comentario