Batman nº 20

Titulo: La noche de los gatos negros
Autor: Factoria de creación
Portada: Javier Cuevas
Publicado en: Septiembre  2010

Tras los terribles acontecimientos acaecidos en su serie, los caminos de Catwoman y Batman vuelven a cruzarse. ¿Esta vez será como aliados... o como enemigos?
Hice una promesa ante la tumba de mis padres: librar a esta ciudad de la maldad que les quitó la vida. Soy Bruce Wayne, filántropo multimillonario. De noche, los criminales, esos cobardes y supersticiosos, me llaman...
Batman creado por Bob Kane

Resumen de lo publicado: Sam Earle, consejero delegado de Empresas Wayne, se ha enfrentado a Bruce Wayne por la política de la Corporación, debido a la negativa de este último de vender misiles inteligentes a Irán, lo que supone la pérdida de un contrato de millones de dólares. Mientras tanto, Batman y Gordon tienen que enfrentarse al regreso de Scarface, esta vez acampañado de Lydia Lauton, antigua novia de Bruce Wayne, dominada ahora por el muñeco. Gordon y Batman diseñan un plan para tenderle una trampa a Scarface, poniéndole en bandeja de plata las joyas de la Corona Inglesa, expuestas en el musea de la ciudad. Tras el enfrentamiento, donde Batman da buena cuenta de los sicarios de Scarface y James Gordon destroza el muñeco de un puñetazo, Lydia Lauton queda liberada del trance en el que se encontraba
Posteriormente, Batman llevó los restos de Scarface al Asilo de Arkham. En uno de los pasillos del complejo, una voz salió de una de las celdas: "¿Batman, estás preparado para lo que vendrá?"


Gotham City.

El sol se encontraba prácticamente vertical sobre la mansión Wayne. Hacía ya muchas horas que había amanecido en Gotham City, pero Bruce Wayne no tenía por costumbre madrugar, a pesar que tenía la firme convicción de dedicarse en mayor medida a su puesto de presidente de la corporación familiar. Alfred, su leal mayordomo, había esperado una hora más a que su señor estuviera listo para la reunión que tenía programada. Las puertas de la mansión Wayne comenzaron a abrirse pausadamente. Detrás de la verja, un Bentley gris esperaba con el motor encendido.

- ¿Y qué sabemos de Scarlett Sunders? –preguntó Bruce mientras se revolvía en su asiento para ponerse el cinturón de seguridad del vehículo-.

- Esperaba que eso me lo pudiera contestar usted, señor Bruce –el rostro de Alfred se mantuvo inexpresivo-. Al fin de cuentas, fue usted quien la contrató.

- Si, eso dice el contrato que firme con ella, pero fuiste tu quien decidió que esa sería la mejor elección para la Fundación Thomas Wayne.

El vehículo salió del recinto y las puertas comenzaron a cerrarse rápidamente tras ellos. La mansión Wayne se encontraba a varios kilómetros de la ciudad, alejada del mundanal ruido y de las peligrosas calles de Gotham, y estaba rodeada de verdes colinas que impedían que los curiosos pudieran ni siquiera acercarse a los secretos de Bruce Wayne.

Alfred suspiró pacientemente y volvió a repetir, una a una, cada una de las palabras que le dijo el día que le dio su opinión sobre la persona que debía de ocupar la gerencia de la fundación.

- Señor, de todas las candidatas que su equipo de comunicación le seleccionó, y en vista de la información incluida en los currículums que nos han facilitado, creí y sigo manteniendo, que la mejor preparada es la señorita Sunders. Al parecer, cuenta con         una gran experiencia dirigiendo organizaciones sin ánimo de lucro y fundaciones de grandes corporaciones. Justo antes de que la contratáramos, dirigía el proyecto “Educación para niños” de la UNESCO en Nueva York.

- Y dime una cosa, Alfred. ¿Por qué dirigiendo un proyecto tan ambicioso en Nueva York, ha preferido venir a Gotham para dirigir la fundación de la corporación?.

Alfred miró el retrovisor y se incorporó a la autopista que les llevaría al Club de Golf, lugar donde se había acordado la reunión.

- Creo que la oferta que hizo la fundación era muy atractiva para una persona con las inquietudes de la señorita Sunders.

- ¿De veras? –dudo Bruce-.

- Si, el puesto es muy ambicioso. Dirigir el conjunto de la fundación, tener a su mando la totalidad de los proyectos que se realicen y capacidad de decidir cuales se llevan a cabo y cuales hay que guardarlos en un cajón… y además, permítame decírselo, el sueldo era muy persuasivo.

- Espero pensar que Scarlett Sunders tenga un tercer motivo –dijo Bruce mientras miraba hacia el despejado cielo a través del cristal del coche-.

- ¿Si? – dudó esta vez Alfred-.

- Que tenga esperanza en la ciudad, esperanza en todo lo que se pueda conseguir y esperanza en que cada paso que demos sea hacia delante.

- Un bonito discurso, señor Bruce, casi consigue hacerme llorar, aquí mismo, al volante, pero creo que me estoy haciendo viejo y mis sentimientos se han vuelto mucho más prácticos. Yo me conformaría en que a cada persona que podamos ayudar, hagamos de su día un día mejor, sin importar lo que pueda pasar al día siguiente.

- ¿Has pensado en presentarte a la alcaldía? –le preguntó con sarcasmo Bruce-. En apenas unas semanas habrá elecciones y con tus discursos seguro que te puedes meter en el bolsillo algunos votos.

- Y si yo fuera alcalde, ¿quién iba a lavarle su ropa interior, señor?.

Bruce torció el gesto y se hundió en su asiento. Alfred sonrió.

El Bentley llegó al Club de Golf. Un guardia de seguridad se acercó al vehículo, comprobó el número de matrícula y seguidamente preguntó el nombre a los ocupantes. Tras una serie de comprobaciones, el vehículo reemprendió la marcha y entró en el recinto.

En el restaurante del Club de Golf esperaba Scarlett Sunders. Su aspecto era joven, no superaría los 35 años, y vestía con un traje de chaqueta y pantalón oscuro que le confería un aire serio y responsable.

- Señor Wayne, soy… -comenzó diciendo-.

- ¿Scarlett? –interrumpió Bruce-. Lo sé, yo mismo la contraté.


El despacho de Lucius Fox era una mezcla caótica de papeles y productos diseminados por toda la estancia. Como Director del Departamento de Investigación y Desarrollo, el señor Fox tenía acceso a todos los productos que la Corporación estaba desarrollando, en secreto o no. Bruce Wayne había preferido darle ese puesto en lugar del de Director General, dado que la confianza en él era total y los puentes que existían entre las empresas Wayne y Batman eran más que evidentes. Un director del tipo de Sam Earle hubiera sido muy peligroso e incómodo y aunque, formalmente, Lucius Fox estaba por debajo de Earle, su sueldo y su opinión estaban muy por encima para Bruce.

También había que tener en cuenta que la mente de Lucius estaba mucho más preparada para el tipo de trabajo que Bruce esperaba. Sam Earle era un  economista más con ínfulas de rey del mundo, mientras que Lucius era mucho más emprendedor y en ocasiones, filantrópico.

Lucius, con sus gafas colocadas a media altura de su nariz, buscaba insistentemente algún papel que en alguna ocasión anterior había visto y que ahora no era capaz de volver a encontrar. Miró hacia su teléfono y marcó la extensión de su colaborador más cercano, Matt Greenwall.

- ¿Si? –contestaron al otro lado del aparato-.

- Matt, ¿sabes si ya hemos recibido las vainas esterilizadoras?

- ¿Perdón?.

- Si, las vainas esterilizadoras –insistió Lucius. La verdad es que no sabía muy bien el futuro que le esperaba a ese nuevo producto. Lo habían desarrollado a partes iguales entre Bruce, uno de los ingenieros del departamento y él, pero era lo que llamaba: algo grandioso para gente lamentable. Las vainas habían sido desarrolladas con el objetivo de ser transportadas a zonas de guerra y que en el caso de que algún soldado fuese herido durante el combate pudiese ser introducido en una de ellas hasta su traslado al hospital más cercano. Bruce le había comentado que la mayoría de las muertes sufridas después del combate eran provocadas por infecciones en heridas durante el transporte de los heridos. El problema estaba en que un tullido, siempre sería un tullido y nunca volvería a ser un soldado, y por lo tanto, los ejércitos podrían considerar que era un gasto excesivo e inútil para sus propósitos. Un buen soldado era un buen soldado hasta que dejaba de ser un soldado, y el resto ya no importaba.

- Señor Fox, la verdad es que no se de que me habla, sé que hay un proyecto en el departamento sobre vainas esterilizadoras, pero nunca se llegó a concretar la fabricación de los prototipos.

- ¿Cómo que no?, Matt. Yo mismo firmé el pago de dos millones de dólares para la producción de mil unidades. Espera, tengo el documento por aquí. –De nuevo volvió a revolver entre las columnas de papeles que había encima de su mesa. Parecía una locura que pudiera encontrar algo, pero Lucius era ese tipo de persona que tenía su desorden ordenado y sabía en todo momento donde estaba todo, por pequeño que fuera. Encontró un papel y giró su cabeza para poder mirarlo a través de sus gafas-. ¿Ves?, aquí está. El pago lo ordené hace un mes y el periodo de recepción era el pasado lunes, ya debería de estar aquí.

- ¿Cuál es la orden de pedido, señor? –el ruido que hacía Matt al golpear las teclas de su ordenador se oían a través del auricular-.

- Apunta, letra E, y el número de pedido es el 259004.

Mientras Matt Greenwall introducía las claves necesarias para solicitar el pedido en los sistemas informáticos, Lucius guardó un silencio expectante. Recordó el día en el que había firmado dicho pago, junto con otros más y todos parecían estar de acuerdo a los pedidos registrados en los sistemas, aunque por otra parte, era extraño que Matt no estuviera al tanto de los proyectos que se enviaban a producción, era el colaborador más cercano y no tenía secretos para él. ¿Quizás se le había olvidado comentárselo?, pero no era propio de él.

- Señor, el pedido E259004 del sistema corresponde a la producción de cascos de kevlar para el ejercito norteamericano. No habla en absoluto de las vainas esterilizadoras y en ningún caso se trata de prototipos. ¿Está seguro que ordenó el pago?.

Lucius asintió ligeramente y colgó el teléfono. ¿Qué estaba pasando?. Estaba seguro de haber revisado cada una de las órdenes de pago con los correspondientes proyectos y no había habido ninguna incidencia, y ahora, ese pedido había desaparecido como por arte de magia. Lucius se preguntó si alguien había sido tan estúpido de pensar que no sería descubierto o, si bien,  sería lo suficientemente inteligente para haber hecho desaparecer todas las pistas que se hubiera dejado por el camino. Cogió de nuevo la orden de pago y se fijó en el importe: dos millones de dólares; lo cierto es que era un importe considerable, y fácilmente rastreable: Seguidamente se fijó en el proveedor: Singapur Security Health Limited.

Era el momento de avisar a Bruce.
 

 
La ciudad estaba de nuevo a oscuras. Desde lo alto de los edificios, Gotham parecía una ciudad limpia de todo crimen, sin muertes, violencia, depravación, el lugar idílico para disfrutar de la vida. Desde su posición, Catwoman podía olfatear los olores a comida que salían de las chimeneas de los extractores, los inquilinos del edificio estarían preparándose para degustar un estofado, un rico pescado o algo ligero. Quizás celebraban que no habían sido devorados por la ciudad un día más.

Justo en el edificio de enfrente, varias ventanas se encontraban iluminadas. Las ligeras cortinas en algunas de ellas apenas dejaban traspasar lo que había más allá en el interior. Catwoman, se arrinconó aún más en las sombras de la azotea en la que se encontraba. No esperaba problemas, pero, en esa ciudad de locos, cualquier prudencia era poca. Busco en su cinturón y sacó unos prismáticos, los acercó a sus ojos y miró a través de ellos el apartamento que se encontraba a la misma altura que ella, justo en el edificio de enfrente. Todo parecía a oscuras.

 El apartamento pertenecía a Jack Russell, uno de los delincuentes más glamorosos de Gotham. Tenía contactos con todos los peces gordos de la ciudad, y en realidad, no pertenecía a ninguno de ellos. Había conseguido esa autonomía trabajando bien, y haciéndose un nombre. Eso no era fácil en la ciudad, máxime cuando la ciudad estaba dividas en bandas, y a todo eso había que sumarle el elevado número de locos que, sin controlar ninguna parte de la ciudad, atemorizaban la ciudad entera, como el Pingüino, Joker o Dos Caras.

Ser uno de los delincuentes más conocidos y glamorosos de Gotham tenía sus ventajas y sus inconvenientes, ya que cualquiera que estuviera dispuesto a hablar por algo de dinero pondría tu cabeza en bandeja de plata. Catwoman sabía moverse bien. Durante años había sido la “ladrona” de Gotham y había creado una red de contactos en los bajos fondos que ni el mismísimo Batman había conseguido igualar, pero ahora, el “East End” de Gotham le pertenecía y Jack Russell había cometido un atraco en una de las casas de apuestas que había en esa parte de la ciudad y debía darle una pequeña lección, para que no volviera a ocurrir. Nadie debía entrar en su territorio. Además, a pesar de que ya no tenía necesidades de obtener dinero de donde fuera, se acordó de algo en lo que podría invertir el dinero robado por Russell. Sólo era cuestión de perspectiva.

Catwoman sacó un gancho de su cinturón. Apenas había cincuenta metros hasta el edificio de enfrente. Catwoman elevó el gancho por encima de su cabeza y comenzó a hacerlo oscilar circularmente como los antiguos cowboys del oeste americano. Había hecho eso cientos de veces y su agilidad no tenía rival. Lo lanzó y el gancho quedó clavado en una de las columnas de la magnifica terraza del apartamento.

Catwoman ajustó su extremo a una de las columnas de las chimeneas del edificio en el que se encontraba, y se dispuso a atravesar el desnivel entre un edificio y otro, deslizándose por el gancho.

- Pensaba que ya habías dejado tu anterior vida de ladrona, Selina –le espetó una sombra detrás de ella-.

Se giró.

- ¿Batman?,  –su rostro se volvió burlesco y una sonrisa zalamera apareció en sus labios-. Esta visita, ¿me buscabas?, ¿o simplemente me has encontrado por casualidad?.

- ¿Qué estas haciendo, Selina?

- Siempre tan directo. Nunca te ha dicho Alfred que te pones muy tenso cuando llevas el traje –Catwoman se acercó hasta el lugar donde se encontraba Batman-. Llevabas mucho tiempo sin querer saber de mí, quizás te atormentan tus miedos.

Batman recordó el pasado. Tiempo atrás le había contado su secreto, le había dicho que era Bruce Wayne, el millonario filántropo de Gotham, incluso le había llevado a la cueva y presentado a su familia, Alfred, Dick, Tim… Alfred incluso llegó a sorprenderse, ya que no era propio de él contar sus secretos a alguien que no fuera de la “familia”. Siempre poniéndose la máscara del caballero oscuro o bien la del millonario empresario irresponsable. Sin embargo, su dificultad para entablar una relación con cualquier persona, ya fuera una mujer o fuera Dick o Tim, provocaba que siempre acabara mal, y finalmente Selina y él se habían distanciado algo.

- Perdona que no te buscara antes, -le dijo Batman apartándose algo avergonzado- quizás no sabía que decirte. Nunca se me han dado bien estas cosas.

- Un  “¿qué tal?” habría estado bien. En fin, siempre puedes llamarme, tienes el número de Catwoman y el de Selina Kyle. Tu eliges. Ahora, si no te importa, tengo cosas que hacer.

- Selina, ¡espera!. No voy a dejar que vuelvas a las andadas.

- Señor Batman, -le gritó ella- si no le importa, deje de llamarme por mi nombre de pila. Me estrujé bastante el cerebro para ponerme un nombre vistoso, llamativo, para que un idiota en traje me llamara por el nombre que aparece en mi tarjeta de identidad. Además, tienes la mala costumbre de aparecer en el peor momento, cuando no tienes invitación, y pretender dar lecciones de civismo y justicia.

Catwoman comenzó a avanzar a través del cable que había dispuesto entre los dos edificios. Batman cogió un batarang, ató una cuerda en uno de los extremos y lo lanzó. El batarang alcanzó la distancia que había recorrido Selina, apenas unos 10 metros, se enrrolló alrededor de su cuerpo y se tensó. Batman tiró con fuerza.

El cuerpo de Catwoman cayó sobre el suelo de la azotea.

- Imbécil, ¿crees que esta ciudad te necesita en todo momento? –Catwoman se levantó de un salto y golpeó el rostro de Batman-.

Una gata colérica comenzó a golpear enérgicamente al murciélago buscando los puntos donde la armadura representaba menos protección. Batman, mientras tanto, intentaba parar los golpes sin atacar.

Catwoman miró intensamente a Batman, sonrió, y lanzó un golpe en la boca desprotegida. Batman sintió dolor, eso dejaba de ser un juego, y lanzó un manotazo a Catwoman quien salió despedida unos metros. La gata cayó de pie, buscó otro gancho y lo lanzó a las piernas de Batman. Las cuerdas se cerraron entre sus piernas y Catwoman tiró con fuerza hacia ella, Batman no pudo hacer otra cosa que caer de espaldas.

- ¡¿Te suena, Bruce?!, yo también se hacerlo –Catwoman se acercó al cuerpo tumbado de Batman-. ¿Crees que la pobre Selina va a volver a meterse en líos?, ¿qué el gran caballero tendrá que salvarme de nuevo para no caer en el pozo de la delincuencia?. Creo que tienes un serio problema pensando que Gotham no sobreviviría sin ti. En esta ciudad hay personas que demuestran mucho más su valor esforzándose cada día, sin el cobijo de tu mansión y tu dinero.

- No sé que quieres decir, Selina. Sólo quiero saber porque estás intentado robar el apartamento de Jack Russell.

- Siento ganas de llorar con tanta preocupación hacia mi persona. ¿Es que acaso te has dado un golpe en la cabeza y ahora te dedicas a cultivar relaciones?. Jack Russell robó en la casa de apuestas “Billy´s Star”. Eso es territorio del East End. Es decir, mi territorio. Todo allí me pertenece, o al menos le pertenece a la gente del East End. Sólo voy a darle un mensaje, pero no te preocupes, no le dolerá.

Catwoman dio un paso hacia atrás para que Batman pudiera levantarse.

- Ya sabes que me gusta ser autosuficiente.

Batman terminó de ponerse en pie.

- Jack está metido en algo más grande de lo que parece. La semana pasada me encontré con él y con sus dos esbirros en el atraco. Él escapó pero pude ponerle un localizador al coche. De eso a obtener el número de su apartamento es fácil, aunque cambie las placas de la matrícula. Ya sabes como es Oráculo. La mejor. Sus esbirros no deben de tenerle mucho cariño, le cantaron bastantes cosas a Gordon. El dinero no termina en Jack Russell, sigue hacia arriba y no es nadie que conozcamos, no está asociado con Pingüino ni con Whale la Ballena, puede ser peligroso.

- Bruce, contigo o sin ti, voy a hacer mi trabajo, y no me vendría mal el dinero, ya que acabo de tener una gran idea.

- Selina, hagamos un trato –Batman alargó su mano derecha para que Catwoman la tomara-.

Catwoman se acercó y le cogió la mano.


Catwoman se fue internando en las sombras. El ático de Jack Russell tenía una amplia terraza desde la que se veía por completo la ciudad. El apartamento parecía en completo silencio. Las cortinas que ocultaban el interior estaban completamente echadas. Un solo vistazo a esa casa, y a los trabajos “legales” de Jack Russell daban una ecuación en la que el menos listo de la clase sabía que algo no cuadraba. La equis de la ecuación debería de ser ilegal, porque nadie podía pagarse ese apartamento levantándose a las seis de la mañana.

Catwoman llegó a la altura de la puerta de cristal de la terraza, sacó un aparato del tamaño de una mano y lo acercó a la puerta. Una luz roja tintineaba insistentemente. El aparato se quedó acoplado por ventosas al cristal. De pronto, la luz roja que tintineaba se convirtió en verde. En ese instante, toda la corriente de la casa estaba cortada, si alguien hubiera querido encender la luz de la casa le hubiera sido imposible. No era de mucha ayuda, a no ser que el intruso tuviera unas gafas infrarrojas. Catwoman se bajó las gafas y sacó un cortador de cristal de su cinturón. En un instante, el cristal que estaba cercano a la llave de la puerta quedó acoplado a una ventosa y Catwoman pudo introducir una mano, girar la llave que se encontraba echada y la puerta de la terraza quedó completamente abierta.

Lo siguiente era entrar lo más sigilosamente posible que pudiera. Parecía que no hubiese nadie dentro, pero era posible que la estuvieran esperando. Una persona con tanto dinero encima y con tanto “amigos” en el mundo del hampa debía de estar siempre nervioso de lo que pudiera encontrarse cada vez que llegase a casa.

Las hojas de la puerta de la terraza se deslizaron con facilidad. Catwoman retiró parcialmente las cortinas y se introdujo en la casa. La distribución de la casa era muy sencilla, apenas había paredes y muebles, y todo estaba decorado de manera minimalista. Al final de lo que debía de ser un salón había unas escaleras estilo caracol que debían de llevar al dormitorio de la planta superior. Un poco a la derecha de dicha escalera, la casa tenía una amplia cocina estilo americana, que se comunicaba directamente con el salón. Catwoman pensó que, posiblemente, Jack Russell no usaría demasiado esa cocina, no lo veía con un delantal delante de los fogones.

No se veía ningún tipo de movimiento. La casa estaba en silencio, y no parecía que hubiese nadie dentro. Catwoman se quitó las gafas de infrarrojos y pulsó un botón en su cinturón. El aparato que había colocado en la puerta de la terraza volvió a tintinear con una luz roja. Volvía a haber corriente.

Buscó un interruptor en la oscuridad y se acercó a él. De pronto, las luces de toda la casa se encendieron, pero… ella no había llegado a pulsarlo.

- ¿Sabes lo que le hizo la curiosidad al gato? – oyó una voz tras ella.

Catwoman se giró lentamente. Los ojos los tenía parcialmente cerrados. No esperaba el fogonazo de luz y sus ojos no estaban aún preparados para apreciar todos los detalles, pero sabía que era Russell.

- ¿Y tu sabes lo que le hizo la imprudencia al ladronzuelo? –le contestó ella.

- Yo no soy un ladronzuelo. Llevo demasiado en esto como para no estar orgulloso de todo lo que he conseguido y aun sigo vivo. No creo que tenga muchos enemigos, he sabido dar a todos lo que necesitaban y jamás les he traicionado. No me insultes llamándome ladronzuelo.

- ¿Crees que puedes entrar en el East End y hacer lo que te plazca?. No vuelvas a pisar mi territorio. Tuviste suerte de que pudieses escapar de Batman, aunque claro, para lograrlo dejaste a tus compañeros en la estacada. Huiste como un animal salvaje acobardado. Pónmelo fácil, tira el arma, y dime donde está el dinero.

- Tienes la boca muy grande –le contestó Russell con desprecio-. Venir a mi casa, a insultarme, y a… ¿robarme?. A veces tienes que sacrificar cosas para lograr un plan mayor. ¿Crees que ahora me dedico a pegar pequeños golpes?. No, esto es mucho mayor. Dicen que mi jefe es el preferido del alcalde, ¿has oído?, del alcalde. Yo sólo trabajo para él y me quedo con una pequeña parte, pero no pregunto.

- ¿Quién es tu jefe? – preguntó Catwoman -.

Russell sonrió. Catwoman pensó en la situación. Era idiota, se había dejado sorprender, no había terminado de investigar la casa cuando había desconectado el inhibidor de corriente.

- Creo que eso ya no importa. No vas a poder hacer nada con eso. Hoy acaba tu miserable vida.

Russell introdujo su mano en su chaqueta y extrajo un arma. La levantó y apuntó a Catwoman.

- Adiós.

Russell quitó el seguro del arma y apretó el gatillo.


Jack notó un fuerte golpe en la mano con la que sujetaba el arma. El disparo se desvió varios metros de la dirección en la que pretendía acertar a la gata. No entendía nada. La mujer no se había movido, de hecho seguía inmóvil en el mismo lugar en el que la había sorprendido.

Giró la mirada hacia el lugar de donde había venido el golpe y sólo pudo ver un gran murciélago. Era la armadura de Batman, levantó la mirada y pudo ver unos grandes ojos fríos que le miraban con actitud desaprobadora. ¿Cómo había podido entrar sin que pudiera darse cuenta?. En ese momento recordó como había podido escapar una semana antes de él, dejando a sus dos compañeros tirados en aquel callejón mientras él huía en el coche con el dinero. No había sido una actitud muy valiente, pero había cumplido con la misión.

Una mano le agarró del cuello mientras otra le quitaba el arma que se encontraba en su malherida mano. Batman le había arrinconado contra una pared.

- ¿Quién es tu jefe?. –le gritó el murciélago-.

- Estás loco, quieres que me maten. Prefiero sufrir tu ira a la de ellos. Dicen que tú nunca matas.

- Yo no, -le dijo el murciélago- pero ella si. Quieres que te deje con ella y ver como te saca los ojos hasta que contestes.

Por un momento, Jack vaciló. No estaba seguro de que hacer, había oído cosas horribles de su jefe. Batman no le haría nada y no dejaría que la gata loca le hiciera daño.

- No voy a deciros nada.


Batman no mostró decepción, estaba acostumbrado a que algunos de los delincuentes de la ciudad tuvieran más miedo a algunos de los dementes que se movían por Gotham que a él mismo. Algunos necesitaban pasar por un tiempo de desesperación en la penitenciaría antes de hablar a cambio de una reducción de la pena, o en ocasiones, unas pocas horas en los calabozos de la comisaría sufriendo un duro interrogatorio de manos de Bullock era suficiente.

- Muy bien, como quieras –le dijo conciliador Batman-. Tenemos todo el tiempo del mundo hasta que te decidas a hablar, pero por el momento te vas con Gordon.

La cara de Jack reflejó … ¿calma quizás?.

Un estruendo se escuchó en el otro extremo de la calle, y medio segundo después el cristal de la terraza crujió. Era el sonido de un disparo. De pronto, el cuerpo de Jack Russell quedó sin fuerza y cayó contra Batman. La sangre manaba de su cabeza como un riachuelo que se desborda. Alguien había disparado contra él, alguien que no quería que “cantara” todo lo que pudiera saber, alguien que quería seguir en el anonimato.

- ¡Catwoman! –le gritó desesperado Batman, pero la gata ya había salido en busca del posible asesino. Pero no había nadie ya.

Batman dejó en el suelo a Jack Russell. Ya no podía hacer nada por él. Había muerto. La sensación de angustia cuando alguien moría le era muy desagradable, daba igual que fuera un conocido delincuente, o alguien que una semana antes había ordenado acabar con varios de los vigilantes de la casa de apuestas. No tenía sentido, que alguien matase a otra persona. Nada tenía sentido. ¿Tenía la ciudad sentido?.

Varios minutos después volvió a entrar Catwoman.

- No hay nadie fuera. Quien lo haya echo ha sido muy rápido.

- Quizás nos estaban vigilando, -le contestó Batman- y cuando han sentido miedo de que descubriésemos lo que está pasando han preferido eliminar a quien pudiera desvelarlo.

- No te atormentes, Bats –le dijo Catwoman- no era más que escoria. Quizás nos han hecho un favor. Pero no te olvides del trato.

Batman se quedó un rato en silencio, pero decidió pensar en el trabajo que tenían que hacer: encontrar el dinero que Jack había robado, para después llamar a Gordon para que sus hombres vinieran a limpiar el cuerpo sin vida de Russell.

- No te preocupes –le dijo Batman con un cierto aire de reproche- si lo único que te preocupa es tu parte del dinero, lo tendrás. Ahora ayúdame a encontrarlo.

- No te equivoques, Bruce, lo que quiero es que no volváis a mi territorio.

 

El motor del Batmovil se escuchaba como un horrendo grito entre las paredes de la  Batcueva, debido a los altos techos de la gruta que multiplicaban por mil cualquier ruido que existiera. Batman apagó el motor y todo quedo en un silencio absoluto. Frente a él, Alfred esperaba de pie con una toalla en la mano.

- Señor Bruce, ¿qué tal ha sido su velada nocturna? –le preguntó.

Bruce salió del vehículo y se retiró la capucha. El ligero aire que provenía de los conductos que años antes había instalado para permitir la respiración de aire limpio en la inmensidad de la Batcueva acarició su rostro empapado en sudor.

- Jack Russell ha muerto –los ojos de Alfred se abrieron asombrados-. Cuando ya le teníamos, alguien le disparó desde el exterior. No tuvimos ninguna oportunidad de salvarle, la bala le dio en la cabeza.

-    ¿Tuvimos?, señor.

- Selina...  –Bruce hizo una pausa, quizás una larga pausa incomoda-. Tuvimos unas palabras antes de entrar. Había ido a darle una lección a Jack Russell por entrar en el East End sin su permiso.

- ¿Y ahora usted me dirá que le ayudó a darle esa lección al señor Russell? –el tono socarrón de Alfred molestó a Bruce-. Y yo que pensaba que la obsesión de ponerse un traje de murciélago era por puro hedonismo.

- Alfred, quizás sea hora de que dejes de trabajar para mí y busques un trabajo mucho más artístico. Creo que en el club Flamenco están buscando a un humorista.

Alfred respiró exageradamente y se giró, un “bip” empezó a sonar en la pantalla del ordenador de la Batcueva.

- Selina sólo quería dejarle un mensaje y llevarse el dinero que consideraba suyo, considerando que cualquier robo a un tipo de su calaña no sería un delito sino un acto de justicia social.

- ¿Y se lo dio? –preguntó Alfred dudando de los férreos principios del señor Wayne.

- No, Russell guardaba el dinero en su casa. Encontramos una maleta con el dinero robado una semana antes, pero lo puse todo a disposición de Gordon. De todas formas, Selina se conformó con una cantidad mucho menor, y Bruce Wayne le hizo una pequeña transferencia por dicho importe, digamos que… a fondo perdido.

Alfred escuchaba de espaldas mientras operaba en el ordenador de la Batcueva intentando descubrir que había motivado ese “bip”, asintiendo en todo lo que decía Bruce. En el fondo estaba satisfecho del gesto que había tenido. Aquellos momentos en los que tenía sentimientos eran pocos pero importantes, era una forma de no perderle, de que el traje no le consumiera y que, por mucho que a veces lo dudara, la parte de la vida en la que era Bruce Wayne estuviera por encima de aquella en la que era Batman.
Bruce se acercó a dos metros de él.

-    Señor, creo que tenemos un pequeño problema –Alfred se giró preocupado-. En la frecuencia de la policía se está anunciando que el asilo de Arkham ha denunciado la desaparición de Jervis Tetch. No le encuentran en su celda.

El rostro de Bruce se ensombreció. Jervis Tetch, El Sombrerero Loco. ¿Es que acaso no había forma de mantener encerrados a los locos más peligrosos de Gotham?. En ese momento, Bruce recordó las palabras que le había oído la semana anterior cuando fue a acompañar a la policía en la entrega de Scarface:

“- ¡Batman! –se habían oído risas-. ¿Estás preparado para lo que vendrá?”.

Y su rostro se ensombreció aún más.



El hospital de Gotham era un ultramoderno centro en el que el alcalde había invertido hasta el último dólar de la caja del Ayuntamiento. Era su obra maestra, era uno de los principales méritos que le tenían que dar la reelección, o eso al menos era lo que pensaba él e iba repitiendo a cualquier acto al que fuera.

A las diez de la mañana, Selina entró en la recepción del hospital. No tuvo que preguntar nada, sabía perfectamente a quién quería visitar y donde la encontraría. Detrás de la habitación 412, una chica aparentemente joven estaba tumbada en la cama. Completamente consciente, tenía varias vías conectadas a un par de “bolsas” que alimentaban el cuerpo de la joven, o con nutrientes o con antibióticos.

- ¡Selina! –exclamó risueña la joven al verla-. No esperaba verte aún, es demasiado pronto y no sueles madrugar mucho.

- Hola, Josephine –sonrió Selina-. Siempre soy capaz de madrugar para las cosas importantes y eso que ayer no me acosté especialmente pronto, aunque la verdad es que no podía esperar a contarte algo, no podía dormir.

Josephine se quedó en silencio esperando a que le explicara aquello tan importante que no dejaba dormir a una reconocida dormilona.

- Tengo el dinero, los 30.000 dólares necesarios para el tratamiento. Te dije que lo conseguiría.

La cara de Josephine era una mezcla entre gratitud y sorpresa. Hace dos meses, en una revisión rutinaria, el médico le diagnosticó un cáncer linfático que podría acabar con su vida en apenas unos meses, la parte buena de la historia era que Josephine era joven y por tanto, con fuerzas para soportar el tratamiento, pero la parte mala de la historia era que el tratamiento era caro.

- Pero… ¿cómo lo has conseguido?.

Selina se acercó al oído de su amiga y con una leve sonrisa la contestó:

- Me lo ha dado un conocido, para una de mis amigas del East End.

Continuará...



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