Green Lantern nº 17

Titulo: El ataque de los Hombres Halcón (V)
Autor: Jerónimo Thompson
Portada: Roberto Cruz
Publicado en: Diciembre 2009

La sangre de los inocentes ha salpicado el suelo de Oa... ¿Quién detendrá a las fuerzas invasoras de Thanagar cuando todo parece estar ya perdido?
Él es el Elegido, el Portador de la Antorcha que evitará que el Cuerpo y su Luz se extingan en sus horas más bajas.
Es una carga muy grande pero él la llevará porque nadie más va a hacerlo, porque nadie más puede hacerlo. Él ha nacido para esto. Él es un héroe. Él es...
Kyle Rayner creado por Ron Marz, Bill Willingham y Darryl Banks


En el episodio anterior… Hawkman y Hawkwoman caen en una emboscada organizada por el Alto Mor de Thanagar, que concluye con la muerte de Shayera Hol y el encierro de Carter en un laboratorio del Rectorado XII. Mientras tanto, John Stewart inicia un ataque desesperado contra la flota thanagariana que orbita alrededor de Oa, al tiempo que Kyle Rayner se introduce en la Ciudadela de los Guardianes para liberar a Ganthet y al resto de prisioneros allí recluidos. Viendo peligrar su posición en Oa, la capitana Merkan Rad activa un mecanismo que acaba con la vida de todos los Guardianes infantiles, destruyendo una tercera parte de la Ciudadela en el proceso.

La pequeña Lagzia se divertía proyectando imágenes de diversas formas y colores, con la ayuda del transmentat que le había regalado su Comunidad durante la pasada festividad de la cosecha. Su madre, Munni Jah, la observaba distraída desde las escaleras flotantes que subían hasta su hogar de estructura elipsoide, situado a varios metros del suelo sobre una estrecha columna piramidal.
Los flujos de colores generados por el transmentat oscilaban entre los diminutos dedos rosados de la niña, zigzagueando a continuación entre las briznas de hierba de la pradera que se extendía al pie de la casa, para volver rápidamente a sus manos.
La pequeña Lagzia había estado entreteniéndose con estas sencillas creaciones de su mente desde que su padre se marchara a la Ciudad una hora antes, pero aún no mostraba signos de cansancio. Sin embargo, su madre se removió inquieta en el escalón sobre el que reposaba, cuando la niña se incorporó de repente, apretando su cabeza rasurada con ambas manos.
-¿Lagzia? –exclamó Munni con tono preocupado. -¿Estás bien?-.
La pequeña había cerrado los ojos con fuerza, al tiempo que sus proyecciones mentales confluían en un único punto frente a ella, adoptando una forma cada vez más definida. Su madre bajó rápidamente las escaleras, mientras Lagzia comenzaba a gritar desesperadamente, rodeada por las enormes manos sin sustancia de una figura aparentemente humana y de piel muy pálida. Un largo manto de color verde cubría casi por completo el rostro de aquel espectro surgido de la nada, que sin embargo, no lograba ocultar el brillo refulgente de sus ojos.
Cuando Munni Jah llegó por fin hasta su hija, la proyección mental había vuelto a cambiar adoptando la forma de un planeta cubierto casi completamente por el agua, y en el mismo instante en que su madre la rodeaba con los brazos, Lagzia perdió la consciencia derrumbándose sobre ella. El transmentat se desactivó de inmediato, y la niña apenas alcanzó a pronunciar unas pocas palabras antes de sumirse en un profundo estado de sueño:
-Hal... La elección es tuya...-.

La doctora K’mele contempló el devastado sector noreste de la Ciudadela desde una altura de cien metros, suspendida en el interior de la esfera esmeralda que había creado el anillo de Kyle Rayner para protegerla(1). Las densas columnas de polvo ennegrecido que ascendían desde los restos calcinados de aquella zona, sobre la que tan sólo unos minutos antes se habían alzado las torres más altas y orgullosas de la Ciudadela, impedían que la anciana pudiera apreciar en toda su magnitud el alcance de los daños causados por la explosión. No obstante, lo poco que llegó a vislumbrar fue suficiente para hacer palidecer su rostro abundante en arrugas.
La esfera de energía descendió lentamente hacia el suelo cubierto de escombros a través de aquella humareda sofocante, deteniéndose en el punto exacto donde debía encontrarse Kyle Rayner. A continuación, el anillo de poder realizó un escaneo sistemático del área circundante, y tras verificar las lecturas que recibía de su entorno, enunció con su característica voz impersonal:
-Localización del Green Lantern asignado: desconocida-.
-¿Estás seguro? –preguntó la doctora K’mele dirigiéndose al pequeño objeto esmeralda que reposaba en la palma de su mano. –Quizá, bajo todos estos escombros...-.
-Este anillo atiende únicamente a los deseos del Green Lantern asignado. Última orden recibida: “Proteger a la doctora K’mele de los thanagarianos, y volver con Kyle Rayner cuando ella lo indique”(2)-.
La talkoriana trató de ocultar su frustración, mientras buscaba las palabras adecuadas para convencer al anillo de que siguiera activo durante un poco más de tiempo.
-No pretendo decirte cómo tienes que cumplir con tus funciones, anillo, ¿pero no crees que te sería más fácil “volver con Kyle Rayner” si por ejemplo, dispersas toda esta humareda para que pueda ayudarte a encontrarlo con mis propios ojos? Y bueno, si además retiras algunos escombros, de forma que...-.
-La retirada de escombros –contestó el anillo, -podría provocar un derrumbe en los niveles inferiores, que pusiera en peligro la vida de Kyle Rayner si éste se encontrara allí abajo: un riesgo inaceptable, sin una orden directa del Green Lantern asignado-.
La doctora se mordió el labio inferior, reprimiendo la respuesta airada que merecía aquella “cosa” estúpida e insensible. En cambio, se dirigió al anillo con toda la dulzura que fue capaz de fingir:
-Por supuesto... Tienes razón en lo de retirar los escombros, pero... ¿Y lo de despejar todo este polvo para que pueda ayudarte a buscarlo...?-.
El anillo de poder permaneció en silencio durante unos segundos, y entonces, sin añadir una palabra más, creó alrededor de la esfera un gran número de pequeños ventiladores, que hicieron retroceder la humareda hasta formar un perímetro de unos cincuenta metros de diámetro, en cuyo interior la visibilidad era del cien por cien.
El espectáculo que se descubrió frente a la doctora K’mele conforme se dispersaba la nube de polvo y humo, dejó sobrecogida a la talkoriana: a escasos metros de donde se había posado la esfera esmeralda, se abría un cráter de gran tamaño, excavado entre los restos de aquella zona de la Ciudadela; y en el mismo centro de este cráter, una enorme figura de casi cinco metros de altura retiraba escombros a ritmo frenético, sin reparar en la presencia de la recién llegada.
-¿Quién... o qué es eso? –preguntó la anciana con labios temblorosos.
-Defina mejor los términos de su pregunta –se limitó a responder el anillo.
-¡¿Que quién es ese gigante que está cavando delante de nosotros, removiendo todos los malditos escombros?! –gritó la doctora furiosa. -¿Me he expresado ahora con suficiente precisión?-.
-No detecto signos vitales en este área. Sólo un desplazamiento de escombros de origen desconocido-.
-¿Origen descon...? ¿Pero no lo ves? ¡Es una especie de humanoide de tamaño descomunal! No reconozco su raza, pero su piel carece de pigmentación y...-.
-Este anillo ya ha cumplido la última orden recibida. A continuación, pasará a modo inactivo-.
Dicho lo cual, desaparecieron todos los ventiladores que habían despejado la zona, junto con la esfera de energía que rodeaba a la talkoriana. La doctora no supo qué hacer entonces, y se limitó a avanzar lentamente hasta el borde del cráter, para observar con cautela el avance de la excavación, mientras fragmentos de piedra, cristal y plástico vitrificado volaban sobre su cabeza, lanzados por el impulsivo gigante.
Un par de minutos después, el Espectro (pues no era otra la identidad de aquella figura pálida, cubierta por un manto de color verde) se detuvo bruscamente, y con una delicadeza que contrastaba con el frenesí con que había acometido su labor de desescombro, recogió los cuerpos inertes de Ganthet y Kyle.
-No... –susurró la doctora K’mele temiéndose lo peor. Un susurro apenas audible, que sin embargo llegó hasta los oídos del Espíritu de la Venganza, y le hizo girarse lentamente hacia ella.
El Espectro depositó al Guardián y al Green Lantern a los pies de la anciana; y ésta, a pesar del terror que la sobrecogió al verse cara a cara con aquel ser de pesadilla, pudo advertir que ambos cuerpos se encontraban rodeados por un aura esmeralda que se desvaneció al tocar el suelo. Entonces, habló el Espectro:
-Ganthet ha salvado sus vidas al invertir sus últimas fuerzas en crear un campo energético que les protegiera de la explosión. Permanecerá inconsciente durante varios días, mientras su cuerpo se recupera de todo el esfuerzo realizado. Kyle, sin embargo, volverá en sí dentro de unos minutos. Cuida de ellos-.
-Pero... –acertó a decir la doctora. -¿Quién eres? ¿Y qué sabes de todo esto?-.
El Espectro recibió aquellas preguntas como si de golpes físicos se tratara. Y desvaneciéndose en el aire, respondió:
-Yo... sé más de lo que quisiera saber... Fui el responsable de que la sangre de los Guardianes salpicara el suelo de este planeta por primera vez... Y también quien vengará esta segunda-.

La imagen en tres dimensiones que reproducía el rostro del comandante de la flota thanagariana en Oa observaba a la capitana Merkan Rad con dureza. Se trataba de un militar de la vieja escuela, con una enorme cicatriz que cruzaba su cara desde la oreja izquierda hasta más allá de la sién derecha. Su tez ligeramente enrojecida mostraba con claridad la intensa cólera que bullía en su interior:
-¿Se da cuenta de lo que ha hecho, capitana? –dijo el comandante con voz entrecortada, debido a las fluctuaciones de energía que aún sacudían aquella zona de la Ciudadela tras la terrrible explosión.
-Me doy cuenta de que era lo único que podía hacer, comandante. Nos enfrentábamos al ataque coordinado de al menos dos Green Lanterns, y era sólo cuestión de minutos que el portador del anillo que se encontraba aquí, en la superfie del planeta, estuviera en disposición de liberar a los Guardianes del Universo-.
-¡Estupideces! –gritó su superior. -En primer lugar: es “sólo cuestión de minutos” que eliminemos al Green Lantern que ha cometido la temeridad de atacar a nuestra flota en solitario; y aunque es cierto que ha causado más daños de lo que hubiera sido deseable, su aparición nunca ha supuesto un peligro para la misión-.
El militar thanagariano hizo una breve pausa en su airada disertación, mientras estudiaba el rostro impertérrito de la capitana Rad.
-En segundo lugar: su equipo, y usted como principal responsable del asalto a la Ciudadela, fracasaron en su cometido al permitir que ese Green Lantern que han localizado ahí abajo lograra introducirse en el área asegurada, e incluso tuviera la oportunidad de liberar a los Guardianes del Universo-.
-Con el debido respeto, comandante –masticó más que pronunció la capitana. –Si el Alto Mor hubiera aprobado el envío de soldados que solicité cuando...-.
-¡No se atreva a culparnos a nosotros de su fracaso, capitana! El Alto Mor depositó en usted una confianza sin duda inmerecida, y ahora, es mi flota la que tiene que responsabilizarse de mantener nuestra posición en Oa, sin la valiosa baza que suponía contar con los Guardianes del Universo como rehenes. ¿Qué impedirá a los aliados que tiene Oa, por ejemplo en la Tierra, atacarnos ahora que no disfrutamos de esa ventaja? ¿La vida de un puñado de científicos que no importan a nadie(3)? ¡Se da cuenta de lo que ha hecho, capitana Rad! ¡Puede dar por seguro que la llevaré frente a un Consejo de Guerra cuando todo esto acabe! ¡Y por los Siete Demonios qu...!-.
El rostro del comandante de la flota se desvaneció entonces en el aire. Tan repentinamente como se desconectaron todos los sistemas electrónicos dispuestos por los thanagarianos en aquel gimnasio reconvertido en sala de control, y al mismo tiempo, se interrumpió el suministro de energía que recibía aquel edificio de la Ciudadela.
El grupo de técnicos que hasta ese momento había estado tratando de relocalizar el anillo de poder de Kyle Rayner (aunque bien es cierto que estaban dedicando más atención a las palabras del comandante que a sus propios monitores), se volvió hacia su capitana buscando una respuesta para el inesperado apagón. La sala entera se había sumido de repente en la penumbra, disponiendo únicamente de la luz exterior que les llegaba a través de unos estrechos ventanales colocados junto al techo de la estancia, a varios metros por encima de sus cabezas.
-¿Sargento? –indagó Merkan Rad, aún aturdida por las amenazantes últimas palabras de su superior.
-No sé qué ha ocurrido, capitana –respondió su segundo con gesto de confusión. –Quizá una sobrecarga tardía de las líneas por efecto de la explosión...-.
-Pero... –se atrevió a añadir uno de los técnicos. –La mayor parte de nuestro equipo es autosuficiente, y no depende en modo alguno del suministro energético de la Ciudadela...-.
-¡Ouch! –exclamó entonces el sargento, frotándose el brazo derecho con rapidez.
-¿Qué? –preguntó la capitana.
Pero antes de que ésta llegara a recibir su respuesta, un par de técnicos thanagarianos lanzaron también breves exclamaciones de dolor, al tiempo que apretaban con fuerza diferentes partes de su cuerpo. Y a estos dos les siguieron tres más, que en pocos segundos se vieron acompañados por todos los demás miembros del grupo. Mientras tanto, el sargento ya se había derrumbado sobre sus rodillas, con ambas manos hundidas en el abdomen.
-¿Pero qué...? –susurró Merkan Rad. Y entonces, palideciendo de forma ostensible, retrocedió varios pasos, y cubrió su rostro con la mano derecha: -¡Nos están atacando!-.
Sintiendo que su vida corría peligro en aquella sala, posiblemente contaminada por algún tipo de agente químico o biológico, la capitana recogió de forma apresurada el casco alado que había dejado sobre una pequeña mesa flotante, y colocándoselo rápidamente, salió de inmediato por el acceso que le quedaba más próximo. Los filtros automáticos de su casco se activaron tan pronto como ella se lo ajustó sobre la cabeza, haciéndole posible respirar aire purificado mientras corría ya por el estrecho vestuario sin iluminar que quedaba al otro lado, en dirección a la puerta que le permitiría salir del edificio. Lo que no pudo filtrar el casco fueron los gritos desgarrados de sus hombres, que parecían estar sufriendo la más terrible de las agonías en aquella sala que dejaba atrás.
Al alcanzar el extremo opuesto del vestuario, la capitana Rad palpó a ciegas el lado izquierdo de la puerta, tratando de activar su mecanismo de apertura. Sin embargo, cuando por fin lo encontró, y presionó varias veces sin obtener resultado, comprendió que el sistema electrónico que controlaba aquel acceso también había caído tras el apagón.
Consciente de la desesperada situación en la que se encontraba, la capitana apoyó su espalda contra la puerta bloqueada, y tomando dos armas que colgaban de su cinto, trazó un arco de 180 grados con ellas, a la espera de que sus enemigos, probablemente ocultos en aquella inquietante oscuridad, la atacaran. ¿Más Green Lanterns?, pensó. Lo dudaba: aquellos mojigatos nunca hubieran matado a sangre fría a sus hombres, como esos atacantes parecían haber hecho. Pero entonces... ¿Quién?
-Tus armas no te servirán de nada contra mí, Merkan Rad –dijo una voz profundamente grave que la thanagariana fue incapaz de localizar, y mucho menos de reconocer.
-¿Quién eres? –preguntó con poco interés en conocer la respuesta; lo único que pretendía era que aquel bastardo siguiera hablando el tiempo suficiente para que ella pudiera situarlo, y acabar con él de una certera descarga láser.
-Soy la voz de los muertos, Merkan. El grito vengador de los Guardianes caídos, que os hará pagar todas las atrocidades cometidas por Thanagar. Soy la llama que consumirá vuestros delirios de poder desmedido.Yo... soy tu muerte-.
La capitana movía frenéticamente sus armas de un lado para otro, tratando de fijar una diana precisa, pero la voz de aquel intruso parecía llegarle desde todos los rincones del vestuario.
-¿Estás preparada para responder por tus actos, Merkan? –concluyó el Espectro, a la vez que mostraba sus ojos como dos pequeñas estrellas binarias suspendidas en la densa oscuridad de la estancia.
La capitana Rad disparó varias descargas láser con sus armas, que tomando la posición de aquellos dos puntos de luz como referencia, barrieron el lugar exacto donde debía encontrarse su enemigo. Y cuando supuso que ya debía de haber acabado con él, volvió a lanzar varias series de descargas adicionales para asegurarse.
Los ojos del Espectro, por su parte, no se movieron del sitio donde habían aparecido. De hecho, apenas unos segundos más tarde, en el silencio ominoso que siguió al tremendo despliegue armamentístico realizado por la thanagariana, aquellos puntos de luz marcaron el lugar exacto de donde surgiría el Espíritu de la Venganza: al extenderse por todo el vestuario una difusa luz esmeralda de origen indeterminado, el Espectro se mostró ante ella envuelto en su pesado manto de color verde oscuro.
Merkan Rad se supo condenada en el mismo instante en que sus ojos lo contemplaron. Y seguidamente, pronunció sus últimas palabras:
-Me ordenaron que ocupara la Ciudadela de los Guardianes en Oa, y así lo hice. Me ordenaron que mantuviera nuestra posición aquí, y así traté de hacerlo. Sólo he cumplido con mi deber de militar-.
A continuación, la capitana Rad empezó a sentir fuertes punzadas en brazos y piernas, que rápidamente crecieron en número e intensidad hasta lacerar todo su cuerpo. Cuando los pequeños gusanos se abrieron paso a través de su piel para salir al exterior, sus gritos pusieron de manifiesto el mismo tormento que ya habían sufrido sus hombres en la sala contigua.
Para entonces, sin embargo, el Espectro ya se había ido.

Al abrir de nuevo los ojos, John Stewart observó que el navío de guerra thanagariano que ocupaba ya todo su campo de visión, parecía flotar a la deriva. Un comportamiento insólito, sin duda, que contrastaba poderosamente con la determinación que había mostrado hasta ese momento la flota que orbitaba Oa, en su intento de acabar con la vida del Green Lantern.
El combate que había tenido lugar durante la última hora había puesto al límite tanto el poder del anillo como la voluntad de John, y aunque fueron muchas las naves que resultaron dañadas al enfrentarse al Green Lantern, su gran número había terminado por doblegarle.
De esta manera, cuando John Stewart, con el brazo derecho roto y una preocupante perforación en el pulmón izquierdo, vio avanzar hacia él a uno de los mayores destructores de la flota, se limitó a cerrar los ojos y prepararse para la batalla final.
Sin embargo...
El destructor parecía moverse ahora por inercia, sin una dirección definida. Y John Stewart, al girarse a ambos lados y estudiar detenidamente a las restantes naves de la flota que habían esperado la actuación del navío de guerra para unirse de nuevo al combate, observó en ellas el mismo desplazamiento errático que mostraba ahora su “hermano mayor”.
-¿Pero qué está ocurriendo? –murmuró para sí, decidido a repetirle la misma pregunta a su anillo para que iniciara un análisis completo de la situación.
-Todo ha terminado, John –se adelantó una voz familiar que escuchó justo a su espalda. Al volverse, por supuesto, fue al Espectro a quién encontró.
-¡Hal! –exclamó el Green Lantern. -¿Has venido a ayudarnos?-.
-No, John. He venido a vengaros. Y si ha habido un día en esta segunda “vida” que me fue dada en el que he estado más lejos de ser Hal, ese día es hoy-.
-No te entiendo...-.
-Los Guardianes del Universo han muerto. Sólo Ganthet ha sobrevivido a la masacre. Y el renacer de todo lo que fue destruido por mi mano, el nuevo comienzo que hizo posible Kyle Rayner(4), se ha malogrado para siempre-.
-¿Los Guardianes? ¿Muertos? –preguntó John Stewart con sorpresa, olvidando por un momento el intenso dolor que punzaba su pecho.
El Espectro asintió gravemente, y tras un breve silencio, sentenció:
-Reúnete en la Ciudadela con Ganthet y Kyle, John. Necesitarán tu ayuda-.
-No me encuentro en las mejores condiciones para volar hasta allí, Hal... Y de todos modos... ¿Qué pasa con la flota?-.
El Espectro posó su mano abierta sobre el pecho del Green Lantern durante apenas unos instantes, añadiendo a continuación:
-Tus heridas han sanado. Y no tienes por qué preocuparte por estas naves: todos sus ocupantes están muertos. Han sufrido el mismo destino que los thanagarianos que invadieron la Ciudadela-.
-Pero Hal... –dijo John horrorizado. -¿Eres responsable de eso? ¿Tú los has matado?-.
-No me llames Hal. Hoy soy el Espíritu de la Venganza. Y no me detendré hasta que todos hayan pagado por sus pecados-.
-¿Pero quiénes son todos? Si lo que dices es cierto, ya has matado a miles de thanagarianos. ¡Has asesinado a sangre fría a toda su flota!-.
Los ojos del Espectro centellearon con un intenso fulgor esmeralda al contestar al Green Lantern:
-No es suficiente. La sangre de los Guardianes del Universo exige venganza, y yo voy a ofrecérsela. Voy a destruir Thanagar-.

Concluirá...

(1) Ver número anterior.
(2) Cosa que ya hizo el anillo en el número anterior.
(3) Se refiere a los miembros del Rectorado Prima de Oa que aún permanecen bajo su custodia.
(4) Kyle Rayner empleó todo el poder de Ión que poseía para reiniciar la Batería Central de Oa y resucitar a los Guardianes del Universo como niños; todo ello en Green Lantern v3 #150 USA, publicado por Planeta en el tomo Green Lantern: El Poder de Ión.

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