Batman nº 15

Título: Biguidela (Y II)
Escritor: Igor Rodtem   
Portada: -
Fecha de publicación: Octubre 2007

Miguel piensa en perseguir a aquel tipo, pero Carlos le detiene, sujetándole por el brazo y señalándole el interior de la bodega. Allí, medio a oscuras, pueden ver dos enormes siluetas golpeándose entre sí. "¡Un murciélago!" piensa con asombro Miguel; "¡Biguidibela!" exclama incrédulo Miguel
Hice una promesa ante la tumba de mis padres: librar a esta ciudad de la maldad que les quitó la vida. Soy Bruce Wayne, filántropo multimillonario. De noche, los criminales, esos cobardes y supersticiosos, me llaman...
Batman creado por Bob Kane



Anteriormente en Batman: En una pequeña aldea mexicana, una valiosa figura –una estatuilla que representa al dios murciélago Biguidibela– ha sido robada, y los hermanos Carlos y Miguel, sus legítimos propietarios, tienen razones para pensar que el culpable es Ernesto Fratel, el hombre más poderoso y mezquino de la aldea. Sus pesquisas les llevarán hasta Gotham City, donde Batman intenta demostrar que Oswald Chesterfield Cobblepot, alias el Pingüino, no ha abandonado su vida criminal, tal y como se empeña en afirmar. Entre sus actos como renovado ciudadano de Gotham se encuentra una subasta que va a organizar en su prestigioso club Iceberg. Dispuesto a investigar a fondo los negocios del Pingüino, Batman se adentra en el buque Breyfogle, proveniente de México, que transporta diversas mercancías para Cobblepot. Una de esas mercancías es precisamente la figura robada en la aldea mexicana, que está siendo transportada ilegalmente. Batman intercepta al capitán del barco con dicha figura, pero se ve interrumpido por la súbita aparición de Bane...

Sobre el vasto puerto de Gotham revolotean varios murciélagos, y esa parece ser la única actividad en el lugar a esas horas de la noche. Uno de los barcos atracados en el puerto es el Breyfogle, que reposa tranquilamente en las tranquilas y oscuras aguas, aunque en su interior dos titánicas figuras se disponen a enfrentarse.

Batman observa a su oponente. Bane permanece de pie en la entrada de la bodega. El barco apenas se mece suavemente en la calma nocturna del puerto gothamita. Bane hace crujir los huesos de sus manos, y muestra orgulloso su enorme y cuidada musculatura. Su rostro está cubierto por una máscara de color azul, pero Batman sabe que bajo ella, Bane está sonriendo con malicia.

—No he venido a pelear contigo, Batman –la voz de Bane, a pesar de la máscara, suena grave y con potencia–. Dame esa... cosa, y me iré sin más.
—Esta figura tiene toda la pinta de haber sido robada –responde Batman, depositándola de nuevo en su caja–. No sabía que ahora te dedicabas al robo.
—El origen de esa figura no es de mi incumbencia –replica Bane, un tanto molesto–. En cuanto a mi trabajo... Soy un mercenario. Me contratan y cumplo mi misión.
—¿Y ahora trabajas para Cobblepot? –pregunta Batman, adoptando una posición defensiva–. Creía que tenías mayores aspiraciones.
—Ha ha ha... –ríe Bane, haciendo que su voz resuene por toda la bodega–. Ya logré el mayor objetivo que podía tener en mi vida: te destruí, Batman... Te vencí... Te rompí (1)...
—Lárgate, Bane.
—No. He venido a por un murciélago. No me importará cargar con otro de más...

Fuera, en los muelles, dos jóvenes avanzan titubeantes en busca del barco llamado Breyfogle. Carlos y Miguel han viajado desde México a Gotham en avión, en busca de la figura de Biguidibela. Gracias a su charla con el Sr. Fratel, Carlos sabe que el destino de la figura es esa ciudad, y el único barco que había salido de México en la última semana con ese rumbo, era el Breyfogle. Miguel, su hermano pequeño, prefiere guiarse por sus creencias místico-religiosas, y no hace más que repetir que el espíritu de Biguidibela les está guiando para encontrar la figura robada.

—¡Mira, Carlos! –grita de repente el menor de los hermanos.

Delante de ellos, a unos cincuenta metros, pueden ver un amplio grupo de murciélagos apelotonándose en el aire, revoloteando sobre un barco. Parecen estar haciendo extrañas indicaciones a los dos hermanos para que se acerquen. Una vez allí, comprueban que se trata del barco que están buscando, el Breyfogle. Aunque Carlos y Miguel están asustados, no dudan en entrar en el barco, con la esperanza de encontrar la figura robada.

Una vez dentro, oyen unos ruidos, similares a fuertes golpes, como si alguien se estuviera peleando. Siguen dichos sonidos, que les llevan hacia la bodega. Un hombre choca contra ellos, corriendo como un loco y desequilibrándolos. Ellos no lo saben, pero se trata del capitán del barco, que huye de allí, aterrorizado. Miguel piensa en perseguir a aquel tipo, pero Carlos le detiene, sujetándole por el brazo y señalándole el interior de la bodega. Allí, medio a oscuras, pueden ver dos enormes siluetas golpeándose entre sí. Y también pueden ver una pequeña caja tirada en el suelo, con una figura en su interior. Ambos hermanos se acercan hasta ella y, cuando la van a recoger, Miguel puede ver entonces con claridad quiénes se están peleando en la bodega. Uno de ellos le parece un demonio, o más bien... "¡Un murciélago!" piensa con asombro Miguel; "¡Biguidibela!" exclama incrédulo Miguel. Carlos, por su parte, toma la figura con forma de murciélago entre sus temblorosas manos e insta a su hermano a salir de allí. No deja de repetir ¡corre, Miguel, corre!, pero éste se encuentra literalmente paralizado ante la presencia de lo que él cree que es el espíritu de Biguidibela.

Ante la llegada de los dos extraños, Batman y Bane dejan de pelear.

—Si tengo que elegir a uno solo de los murciélagos... –dice Bane reculando.

De repente, salta sobre quien se encuentra más cerca, el paralizado Miguel, que sigue sin ser capaz de reaccionar. Bane le rodea con su enorme brazo, sujetándole por el cuello. Acaba de poner la situación a su favor.

—Un movimiento en falso –advierte Bane a Batman, que responde con un gruñido–, y estrangulo a este chico.
—Biguidibela... –exclama Miguel, que no parece ser consciente de su peliaguda situación.
—Y tú... –Bane se dirige ahora a Carlos, situado casi en la entrada de la bodega, con la pequeña figura con forma de murciélago entre sus brazos–. Dame eso. Ahora.

Carlos permanece unos instantes de pie, sin hacer amago de entregarle la estatuilla, pero Bane aprieta el cuello de Miguel, haciendo que éste gima dolorido, y a Carlos no le queda más remedio que entregarle la figura.

—Y ahora... –vuelve a ordenar Bane– os vais a quedar aquí bien tranquilitos vosotros dos. Sobre todo tú, Batman... Yo me voy con este chico a dar un paseo...

Y Bane se marcha de allí, llevándose a Biguidibela como botín, y a Miguel como rehén.

Carlos se queda mirando a Batman. No le sorprende que su hermano le confundiera con el espíritu de Biguidibela, dado su aspecto.

—Eres Batman, ¿verdad? –pregunta Carlos, dubitativo. Nunca había visto de cerca de un superhéroe, y a Batman le había considerando siempre más bien una leyenda urbana.
—¿Y quién eres tú? –pregunta a su vez Batman, observándole con frialdad.
—Yo... mi hermano... Biguidibela...
—Tú y tu... hermano –dice finalmente Batman, poniéndose en marcha–, tendréis que responderme a unas cuantas preguntas, pero antes hay que ir a por Bane.
—Pero ese tipo ha dicho... –pero Carlos no termina la frase. Batman ya ha ido en busca del criminal.

Batman sube a la cubierta del barco y se encuentra con un espectáculo inesperado: centenares, tal vez incluso miles de murciélagos revolotean alocadamente alrededor y sobre el Breyfogle. Cubren el barco con un espeso manto inquieto. Apenas dejan ver nada a escasos metros, como si de una espesa niebla se tratara, y sus agudos chillidos, entonados en un coro desigual e informe, perforan los oídos hasta casi enloquecer.

Unos metros por delante de él, Batman puede observar –o más bien intuir– cómo Bane se debate y forcejea contra la marabunta de murciélagos, intentando avanzar por el barco, en busca de la salida a los muelles, aunque no lo tiene nada fácil. Consciente de que Batman irá tras él, Bane decide lanzar a su rehén por la borda. Miguel grita mientras cae al agua y Bane consigue finalmente alcanzar tierra firme. Batman ha avanzado también, no sin dificultad, entre los murciélagos, y prácticamente podría alcanzar ya a Bane de un salto, pero observa cómo el pobre Miguel se debate en el agua, agitándose desesperadamente y braceando inútilmente para no hundirse. Su hermano Carlos, que ha seguido a duras penas a Batman, se impacienta al ver la situación.
—¡No sabe nadar! –grita, preparándose para saltar del barco, pero Batman se lo impide, deteniéndole con la mano.
—Me encargo yo.

Batman se lanza al agua y rescata sin problemas a Miguel. Pero sabe que en los pocos segundos que va a tardar en ponerle a salvo, Bane ya habrá conseguido esfumarse.

Un par de noches después, en el club Iceberg, propiedad de Oswald Chesterfield Cobblepot, hay un gran revuelo. La gran subasta-fiesta nocturna ya está en marcha. Silver St. Cloud, la asesora personal de Cobblepot, se está encargando de que todo vaya adecuadamente. El primer objeto subastado, una colección de paraguas multiusos –un vestigio de la época criminal de Cobblepot en su rol de Pingüino–, ha causado una gran sensación y las pujas han subido bien alto. Cobblepot está encantado de cómo marcha la velada y no para de sonreír a todo el mundo, mientras Silver se preocupa de que vaya bien hasta el más mínimo detalle.

—El siguiente objeto –anuncia el pequeño actor Danny DeVito, contratado como excepcional presentador de los objetos subastados–, se trata de una maravillosa y detalladísima maqueta de Gotham City, previa al terremoto que la asoló recientemente (2), diseñada por el magnífico artista Anton Furst; una auténtica obra de arte que...

Cobblepot, habiendo comprobado que todo marcha a la perfección, se da la vuelta y se aleja del gran salón-bar donde se desarrolla la subasta. Tiene otra cita, en una pequeña sala privada del club. Una sala con acceso restringido, donde se va a celebrar una subasta alternativa. Una subasta con ciertos objetos robados, algunos de los cuales han sido peticiones especiales, aunque los invitados exclusivos de esta subasta tendrán que pujar igualmente por ellos. En la entrada a la sala espera Bane.

—¿Alguna novedad? –pregunta Cobblepot.
—De momento, todo está en su sitio –contesta Bane.
—Perfecto...
—No tan perfecto –replica Bane.
—¿Por qué?
—El Murciélago...
—¡Cuarck!
—Batman estaba en el barco cuando fui a recoger la figura, y sin duda aparecerá por aquí esta noche.
—No quiero volver a oír su nombre –ordena Cobblepot–. Me pone la piel de... gallina.
—Eso no acabará con el problema...
—¡Cuarck! ¡Maldia sea, Bane! –grita Cobblepot, visiblemente enfadado y alterado–. No tiene pruebas. Absolutamente ninguna. No puede hacer nada contra mí.
—Intentará colarse aquí dentro –responde Bane, que permanece impasible e inmutable en su puesto–. Intentará encontrar las pruebas aquí mismo.
—Por supuesto que intentará entrar en el Iceberg, pero el local está... herméticamente cerrado. No he reparado en seguridad...
—Pero estamos hablando de Batman... –vuelve a replicar Bane–. Es capaz de...
—¡Cuarck! ¡Ya basta, Bane! –grita de nuevo Cobblepot, quien se enciende un cigarrillo con manos ligeramente temblorosas–. El alcalde Hull ha acudido a la subasta. A la legal, me refiero. Y, además, ha venido bien acompañado por varios miembros del departamento de policía. Podemos dedicarnos a lo nuestro sin necesidad de preocuparnos, y si al Murciélago se le ocurre presentarse en la fiesta sin invitación, Hull ordenará su detención por allanamiento de morada.
—Estás jugando con fuego, Cobblepot.
—¡Cuarck! –grazna éste–. Tú dedícate a vigilar, Bane, y déjame a mí llevar mis negocios...

Cobblepot entra en la sala especialmente habilitada para la subasta alternativa. Una sala con acceso restringido y cuya existencia y actividad permanece oculta a los asistentes de la subasta ordinaria celebrada en el gran salón-bar del Iceberg. Tras Cobblepot, aparecen algunos tipos más: los últimos invitados a la subasta. Los matones de la puerta comprueban su identidad para dejarlos entrar, ante la atenta vigilancia de Bane.

—¿Tu nombre? –pregunta uno de los matones a un tipo alto con bigote y gafas de sol.
—Oh, vamos... –contesta el tipo, con marcada chulería–, pensaba que tenía cierta reputación...

El tipo levanta la mano, en la que sujeta una cerilla, que se la lleva a la boca, colocándosela entre los dientes.

—Mi nombre es Cerillas Malone, y tengo una invitación para este... evento.

Bane le echa un vistazo de arriba abajo e indica a los matones de la puerta que le dejen entrar.

Poco después, en dicha subasta alternativa, Cobblepot presenta su primer objeto: un extraño cuadro pintado por el Bosco, que había desaparecido meses antes de un importante museo de Metrópolis. Las pujas comienzan altas y sin pausa. Entre los asistentes, venidos no sólo de Gotham, sino de todo el planeta, podemos encontrar desde grandes empresarios y amantes del coleccionismo, hasta mafiosos y contrabandistas de la peor calaña. Entre ellos, una figura trata de pasar desapercibida. Cerillas Malone observa a Cobblepot, sin intención de pujar en la subasta, simplemente esperando el mejor momento para dar rienda suelta a Batman (3). Observa también a los asistentes a la subasta y ve algo que no le hace la más mínima gracia. Hay alguien allí que no debería estar. Nadie se percata de ello, pero en la cara de Cerillas Malone se puede vislumbrar un signo de preocupación.

—A continuación –exclama Cobblepot desde el atril donde está presentando los objetos a subastar–, tengo el placer de presentarles un objeto en verdad exclusivo.

A un gesto de Cobblepot, uno de sus hombres descubre la figura de Biguidibela.

—Esta magnífica figura de origen mexicano representa a un dios murciélago, Por un lado, igual de feo que el... ¡cuarck! Murciélago que tenemos aquí, en Gotham –risas nerviosas de los asistentes–, pero por el otro lado nos muestra una auténtica maravilla, incrustada en diversas piedras preciosas, de una gran vistosidad... y valor económico, por supuesto.

Cobblepot se recrea unos instantes en la escena, y continúa hablando:

—Pero para piedras preciosas... –un nuevo gesto de Cobblepot y otro de sus matones descubre una serie de brillantes y llamativas joyas–. Tenemos aquí un magnífico juego de joyas únicas e inigualables, traídas desde lo más profundo de Asia...
—¡Joyas robadas! –le interrumpe una voz gritando desde el fondo de la sala–. Joyas robadas tras asesinar a toda una familia...
—¡Cuarck! ¿Quién demonios osa...?

Cobblepot se irrita ante tal insolencia, y se queda asombrado al ver cómo una figura de mujer salta hacia él con increíble agilidad y rapidez.

—¿Catwoman? –pregunta un boquiabierto Cobblepot.

—Selina... –susurra para sí mismo Cerillas Malone, quien ya la había visto unos instantes antes–. ¿Por qué has venido? Lo vas a estropear todo...
—Esas joyas pertenecen a un amigo mío –dice una Catwoman desafiante a un Cobblepot sorprendido–, y he venido a por ellas... Esto de parte de Mysto (4)...

Catwoman le suelta un tremendo puñetazo a Cobblepot, ante la sorpresa de los asistentes, que se han quedado mudos y paralizados ante la presencia femenina, al igual que los matones del Pingüino, que permanecen inmóviles y boquiabiertos. Cobblepot se toca la comisura de los labios, dolorido tras el puñetazo, y no menos sorprendido.

—¿Qué coj...? –comienza a decir, pero Catwoman vuelve a la carga.
—Y esto de mi parte –dice Selina mientras le suelta un zarpazo en la cara que hace que Cobblepot se retuerza de dolor y grite desconsoladamente.

Es entonces cuando los asistentes comienzan a reaccionar y se dan cuenta de que la situación se torna peligrosa para su propios intereses particulares, y es mejor salir pitando de allí, por lo que empiezan a buscar la salida de forma descontrolada. Selina, por su parte, actúa rápida e inteligentemente, apoderándose de las joyas. Los invitados a la subasta alternativa se van marchando de la sala a trompicones y de forma escandalosa, mientras que los matones del Pingüino poco a poco consiguen rodear a una Catwoman que, sin embargo, no deja de sonreír, mientras guarda las joyas en una pequeña bolsa de cuero.

Mientras la sala se va vaciando desordenadamente, un hombre se acerca a los matones que rodean a Catwoman.

—Caballeros –dice dicho hombre–. La señorita no desea ser molestada. Por otro lado, todo mago necesita que le presten un poco de atención cuando va a realizar su actuación...

El hombre hace entonces un movimiento con su brazo y se oye una pequeña detonación. Instantáneamente la sala comienza a cubrirse de humo, impidiendo cada vez más la visibilidad.

—Gracias, Rick –le dice Catwoman al hombre–, pero se suponía que te ibas a limitar a facilitarme la entrada. ¿Por qué has entrado tú también?
—Aún tengo un asunto pendiente... –le contesta Mysto.
—¡No, Rick! –grita Catwoman–. Ya tenemos las joyas. Vayámonos de aquí.
—Lo siento, Selina...

Un repentino fogonazo ciega a Catwoman, y Mysto se escabulle, buscando al Pingüino. Buscando venganza por su familia asesinada.

Mientras tanto, y aprovechando la confusión, Cerillas Malone ha dejado su lugar a Batman, quien se mueve con agilidad entre el desconcierto de la sala, activando la visión nocturna de su máscara para poder ver en la habitación repleta de humo. Rápidamente, se hace con la figura de Biguidibela, que permanecía olvidada. Se vuelve hacia Selina, dirigiéndola hacia la puerta.

—Sal de aquí, Selina. Y llévate esto –le dice, dándole la figura con forma de murciélago–. Asegúrate de no perderlo. Y ya hablaremos luego... Muy seriamente.
—Tú no me das órdenes –le replica Catwoman con su orgullo felino.
—Bastante habéis hecho ya al aparecer los dos aquí –insiste Batman–. Haz lo que te digo si quieres que todo acabe bien.
—¿Y Mysto?
—Yo me encargo.

Cobblepot, por su parte, ha huido de la escena cual ardilla asustada y ha ido a refugiarse en su despacho, situado unos pisos por encima. Antes, ha ordenado a Bane solucionar la situación. Mientras, en el salón principal la subasta oficial ha seguido su marcha, con sus invitados ajenos a lo que sucede en la otra parte del club.

Batman avanza por un pasillo en busca de Mysto, pero con quien se topa es de nuevo con Bane.

—Otra vez, Murciélago –dice éste.
—Me estás entorpeciendo, Bane –dice Batman–. Tengo asuntos pendientes con el Pingüino.
—Y conmigo. Acabemos lo que empezamos antes.

Bane se abalanza sobre Batman pero éste se aparta y se aprovecha del impulso del villano para empujarlo contra una pared, Bane se gira y Batman le suelta un fuerte derechazo, pero Bane se retuerce con rapidez, se agacha y se lanza nuevamente contra su oponente, empujándole con sus anchos hombros. Lo levanta en vilo y lo aplasta contra la otra pared.

—Por cierto, Murciélago... –le dice Bane con cierta sorna–. ¿Dónde has dejado a la gatita?

Batman se encoge, sujeto por su rival. Levanta las rodillas, colocándolas entre su pecho y Bane, alzándolas no sin esfuerzo hasta casi tocarse la barbilla, y súbitamente extiende las piernas, golpeando con fuerza en el pecho de Bane.

—Brillante... –comenta Bane, recuperándose del golpe.

Ambos contendientes se observan, uno frente al otro, dispuestos a echarse uno encima del otro en cualquier momento, pero algo les interrumpe nuevamente. A su alrededor, empieza a extenderse una pequeña pero densa capa de humo.

—¿Más humo? –pregunta Bane con extrañeza.
—Éste es diferente –exclama Batman–. Es humo de fuego.
—Un incendio...

Los dos hombres se vuelven a mirar y tácitamente deciden posponer su enfrentamiento. Ambos tienen ahora otras prioridades. Bane debe poner a salvo a Cobblepot, mientras que Batman debe asegurarse de que el incendio no provoca ninguna víctima mortal.

La zona abierta al público del Iceberg se ve consumida poco a poco por las llamas, sin que los bomberos puedan hacer mucho por combatirlo. La policía, a su vez, está poniendo a salvo a los asistentes a la subasta, y Batman les echa una mano desde las sombras. Una de las personas a quien pone a salvo es Silver St. Cloud.

—¿Qué has hecho, Bruce? –le pregunta Silver, una vez que Batman ya la ha puesto a salvo fuera del edificio en llamas, pero aún medio aturdida por la situación. Batman no responde, y se vuelve nuevamente hacia el incendio. La prioridad ahora mismo es evitar que haya víctimas mortales.

En una de las plantas superiores, Cobblepot sigue recogiendo algunos objetos y papeles importantes, dispuesto a marcharse rápidamente de allí. El humo del incendio se va colando poco a poco a su alrededor... junto a alguien más.

—Eres un asesino, Cobblepot, y has de pagar por ello.
—¡Cuarck! No sé quién eres, ni cómo has entrado aquí. Y no tengo la menor idea de lo que estás hablando, así que ya te puedes ir largando de aquí antes de q...

Mysto se lanza sobre Cobblepot y le agarra por el cuello, ante la sorpresa de éste último.

—¡Maldita sea! ¡Mataste a mi familia!
—Estás pirado, amigo –responde el Pingüino, intentando zafarse infructuosamente.

Unas enormes manos sujetan a Mysto con fuerza y lo levantan en vilo. Bane, que ha acudido al rescate de Cobblepot, lo sujeta en el aire, lanzándole finalmente hacia un rincón a varios metros de distancia. Mysto se golpea fuertemente en la cabeza, perdiendo el conocimiento.

—Cobblepot –dice Bane–. Debemos irnos ya. El fuego va a llegar hasta aquí de un momento a otro.

Cobblepot asiente respirando entrecortadamente, y aún con cara de susto, comienza a lloriquear desconsoladamente.

—¿Te encuentras bien, Cobblepot? –le pregunta Bane, un tanto sorprendido.
—Mi local... Mi Iceberg...

Un poco después, cuando Bane ya se ha llevado a su jefe fuera del club, y justo antes de que las llamas terminen de devorarlo todo, aparece Batman y rescata a un Mysto inconsciente. Sabe que el fuego va a quemar un montón de papeles comprometedores y pruebas de los actos criminales del Pingüino, pero ya no le queda tiempo para buscarlos. Es más importante salvar la vida de Mysto, y no puede demorarse, pues el fuego avanza con rapidez letal. Cobblepot seguirá libre, piensa Batman con resignación.

Unos minutos más tarde. Las llamas han consumido el anteriormente espectacular club Iceberg, aunque los bomberos por fin empiezan a tener el fuego controlado. Unos cuantos metros por encima de los últimos coletazos, y a pesar del humo, un pequeño grupo de murciélagos parece recrearse en la escena, revoloteando alocada y estridentemente.

Mysto ya ha recuperado la consciencia y es introducido, esposado, en un coche de la policía. Un agente le dice:

—Rick Carter, queda detenido por el incendio premeditado del club Iceberg. Tiene derecho a permanecer en silencio. Cualquier cosa que diga o haga podrá ser...

Un poco más allá, perfectamente ocultos a la vista de cualquier testigo, dos figuras –una alta y robusta, con aspecto oscuro, y la otra de aspecto sensual– discuten acaloradamente.

—Lo has estropeado todo, Selina –dice Batman, sin ocultar su enfado, aunque sin perder su habitual frialdad–. Tú... y Mysto... Lo habéis echado todo a perder.
—Sólo queríamos recuperar las joyas –responde Selina, sin amilanarse–. Es lo único que le queda a Rick de su familia.
—Deberíais haberlo dejado en mis manos.
—Oh, el gran héroe –replica Catwoman en tono irónico–. No todo el mundo somos unos desdichados necesitados de tu gran ayuda. Los hay que sabemos defendernos por nosotros mismos.
—Y ya ves cómo ha acabado todo –responde Batman–. Cualquier prueba incriminatoria contra el Pingüino se ha convertido ya en cenizas...
—No ha sido culpa mía –se defiende una vez más Selina–. No esperaba que Rick perdiera la cabeza de esa manera... Que prendiera fuego al local del Pingüino...
—Podía haber matado a muchas personas.
—Se ha vuelto loco...
—El Pingüino es el responsable de la muerte de su familia –dice Batman–. Es culpable por su asesinato, pero Mysto ha decidido tomarse la justicia por su mano...
—Es comprensible –replica Catwoman–. ¿Acaso no haces tú lo mismo?
—Yo no mato –responde él–. Yo sólo intento ayudar a esta ciudad, y a sus habitantes. Él ha estado a punto de provocar una tragedia.
—Rick no es mal tipo, de verdad. Pero lo está pasando muy mal.
—No estará mucho tiempo en la cárcel –añade Batman–. Se le acusará de provocar un incendio, no de asesinato.
—Y dudo que Cobblepot le denuncie.
—Sin duda. Además, le ayudará su pronta confesión y el hecho de haberse entregado voluntariamente –Batman pronuncia esta última palabra con un cierto tono irónico–. Con un buen abogado, no le irá demasiado mal.
—¿Y quién va a pagar ese buen abogado? –pregunta Selina.
—Habla con tu amigo Bruce Wayne –contesta Batman tras unos segundos de reflexión.

Éste hace amago de marcharse ya, pero Catwoman le sujeta por el brazo. Batman se gira y ambos se observan detenidamente. Catwoman se le aproxima lentamente, acercando su rostro al de él, hasta casi rozarlo. Se queda unos breves instantes así, y acaba dándole un fugaz beso en la comisura de los labios. Después le susurra al oído la palabra “gracias”. Batman la observa con curiosidad y acaba marchándose sin añadir nada más.

Hotel M. Rogers, donde los hermanos Carlos y Miguel esperan impacientes la llegada del Murciélago. Éste se presenta, cómo no, por la ventana, y les entrega la figura de Biguidibela, ante la alegría desbordante de los dos muchachos.

—Gracias, gracias, gracias... –no deja de repetir Carlos.
—El espíritu de Biguidibela está en ti –le dice Miguel a Batman.
—Aquí tenéis también dos billetes de avión para volver a casa –dice Batman, entregándoles los mismos–. Y un pase especial para la aduana.
—¿Y qué pasa con Fratel? –pregunta Carlos, el mayor–. No creo que le haga mucha gracia saber que volvemos con Biguidibela.
—No os pasará nada –responde Batman–. Debéis confiar en mí.

A la mañana siguiente, bien temprano, en la Mansión Wayne, Bruce cierra una maleta y se dispone a marchar al aeropuerto para coger el próximo vuelo hacia México.

—Señor Bruce –le interrumpe Alfred, el mayordomo–. Tiene una visita.
—Lo siento, Alfred –contesta Bruce–. Tengo el tiempo justo para llegar al aeropuerto...
—Me temo, señor, que es una visita que no puede eludir.

Bruce Wayne se gira y, junto a Alfred, aparece una enfadada Silver St. Cloud.

—¡Aún estoy esperando que respondas a mi pregunta! –grita Silver, sin hacer el más mínimo esfuerzo por ocultar su enfado–. ¿¡Qué has hecho, Bruce!? ¿¡Qué pretendes!? ¿¡Hundirme!?
—Si me necesitan –comenta Alfred, escabulléndose rápidamente– estaré abajo... limpiando la plata.
—¿¡Es que no puedes respetar mi trabajo!? –continúa gritando Silver, totalmente ajena a la marcha del mayordomo.
—Silver, tranquilízate –Bruce la sujeta con suavidad por los hombros. Ambos se miran intensamente.
—Bruce... lo que has hecho... el incendio –una lágrima comienza a bajar por la mejilla de Silver–. ¿Te das cuenta de que he organizado un evento que ha terminado en un completo desastre? Y todo por tu culpa...
—Silver... –contesta Bruce, un tanto abrumado–. Yo respeto tu trabajo, aunque no me parezca bien que trabajes para un tipo como Cobblepot...
—Sigues insistiendo en que es un criminal –le interrumpe ella–, y aún no me has mostrado una sola prueba.
—Lo haré, Silver, debes creerme. En cuanto al incendio, no fue culpa mía, y no pude hacer nada por evitarlo... De hecho, ha sido el incendio lo que ha destruido todas las pruebas q...
—¡Ya basta, Bruce! –grita de nueva Silver–. ¡Estoy harta!
—Silver, tenemos que hablarlo más tranquilamente. Pero ahora no puedo, tengo que irme un par de días fuera de la ciudad...
—Muy bien –contesta ella, enfadada–. Llámame cuando vuelvas...

Vuelo C-240-LS-77 con origen en Gotham City y destino México D.F. En el asiento 26-A, junto a la ventanilla, Bruce Wayne teclea sin pausa en su portátil.

—¿Viaje de negocios? –le pregunta el joven sentado a su derecha.
—Se podría decir que sí –responde Bruce.
—Espero que vaya todo bien.
—¿De vuelta a casa? –le pregunta Bruce, tras asentir con la cabeza.
—Sí –responde el joven mexicano, radiante–. Mi hermano y yo por fin regresamos a casa.

A su lado, otro joven –por su aspecto, obviamente su hermano–sujeta con fuerza una bolsa deportiva.

—Hemos recuperado algo muy importante para nosotros.

Ya es de noche en la aldea. Carlos y Miguel han preparado una hoguera, como ya hicieron unos días atrás. Su abuelo se sienta frente a la misma, con la figura de Biguidibela en su regazo. La sonrisa ha vuelto a su rostro. Aunque no puede verlos, puede oír y sentir la multitud de murciélagos que revolotea por encima de ellos. Los murciélagos también han vuelto a la aldea.

En su vasta hacienda, el Sr. Fratel se frota su oronda barriga mientras se dirige a unos de los cuartos de baño. Unos metros más atrás vigila uno de sus fornidos guardaespaldas. Una vez en el baño, Fratel comienza a cantar con estruendo, mientras orina. Entona, o mejor dicho lo intenta, un fragmento de la opereta Die Fledermaus (5), de Johan Strauss hijo, mientras su vejiga se vacía con alivio. Cuando termina, se dirige al lavabo y comienza a lavarse las manos. Se agacha ligeramente y se refresca la cara, pero cuando alza el rostro y se mira en el espejo, el reflejo de una sombra detrás de él le hace palidecer de terror. Se gira y, antes de que la luz se extinga repentinamente, le parece ver una enorme figura demoníaca. Un terrible demonio o... un enorme murciélago. Biguidibela.

Ernesto Fratel comienza a gritar como un niño atemorizado, pero se queda sin voz cuando siente una fuerte presión en el cuello. Su vista, que poco a poco se va acostumbrando a la falta de luz, le permite vislumbrar lo que se haya ante él, horrorizándole de pies a cabeza. No le cabe la menor duda, el espíritu de Biguidibela ha tomado cuerpo y forma y ha venido a vengarse. El terror le recorre el cuerpo de arriba a abajo. Su vejiga está vacía y no tiene nada que soltar, pero su esfínter anal pierde el control con asquerosa vehemencia.

—Lárgate del pueblo, Fratel –dice el monstruo, la sombra–. Biguidibela no te quiere más aquí.

Fratel nota cómo se libera su cuerpo, mientras aquel monstruo se funde definitivamente en las tinieblas de la oscuridad. Aún temblando, decide huir del cuarto de baño. Recorre la enorme casa descubriendo, tirados por el suelo, los cuerpos inconscientes y derrotados de sus guardaespaldas y matones. Fratel corre con desesperación por pasillos y habitaciones. Tiene miedo, y nota cómo va perdiendo el control de su mente y de su cuerpo. Decide salir afuera, a toda prisa, pero no da ni tres pasos en el exterior cuando se le echan encima cientos y cientos de murciélagos, cubriéndole totalmente, mordiéndole, arañándole, ahogándole.

Epílogo

—¿Cómo ha ido todo, señor?
—No estoy seguro, Alfred –contesta Bruce Wayne, mientras avanza por el aeropuerto de México D.F.–. Fratel ha sufrido una especie de accidente.
—¿Un accidente?
—Ha sido atacado por cientos de murciélagos.
—Verdaderamente extraño, señor –comenta el mayordomo–. Parece que no ha bastado con un único... murciélago.
—No le encuentro una explicación lógica...
—Quizá, al fin y al cabo, exista realmente ese espíritu, ese... Biguidibela.
—En cualquier caso –determina Bruce Wayne–, Fratel ya no supondrá un problema para la aldea y todo parece haber terminado. Mi vuelo de regreso a Gotham sale en tres horas y media.
—Le tendré el almuerzo preparado, como siempre.
—Algo ligero. Hay trabajo que hacer.
—Como siempre –suspira Alfred–. Por cierto, y hablando de negocios, aunque sean de una índole bien diferente. Le ha telefoneado el señor Fox.
—¿Lucius? –pregunta Bruce, extrañado.
—Sí, señor –responde el mayordomo–. Y dado que actualmente está... hum... saliendo con la señorita St. Cloud, no me pareció prudente utilizar la excusa de siempre.
—¿La excusa de siempre?
—Ya sabe a lo que me refiero: “El señor Wayne y la señorita X han decidido escaparse unos días a Cancún o un sitio similar...” –dice Alfred, hablando como un autómata–. En lugar de eso, decidí usar la segunda opción.
—Hum... ¿segunda opción?
—Espeleología –contesta el mayordomo, tras un breve suspiro–. Aunque creo que ya la había usado usted antes en otra ocasión.
—Es posible. ¿Te ha dicho la razón de su llamada?
—Tan sólo me ha comentado que, al parecer, durante las últimas semanas ha estado habiendo una serie de movimientos extraños en las cuentas de Empresas Wayne...
—No me gusta cómo suena eso.
—El señor Fox parecía ciertamente preocupado, señor. Y hablando de preocupaciones... Sé que es meterme donde no me llaman pero, la señorita St. Cloud y usted...
—Tengo que dejarte, Alfred. Ya hablaremos cuando regrese a Gotham.


FIN


Igor Rodtem
(27-9-2007)
igor_rodtem@hotmail.com

Referencias:
(1) Ocurrió en la saga La Caída del Murciélago, donde Bane, tras agotar a Batman obligándole a enfrentarse a la mayor parte de los criminales de Gotham, consiguió vencerle en un combate, dejándole incluso paralítico.
(2) Ocurrió en la saga Cataclismo.
(3) Cerillas Malone es la identidad –disfraz– que usa Batman para infiltrarse sin ser descubierto entre el mundo criminal de Gotham.
(4) Para conocer la historia de Mysto y las joyas, ver Batman # 11 (Action Tales): Rick Carter ha tenido varias ocupaciones durante su vida, desde mago profesional (con el nombre de Mysto) hasta detective aficionado, así como piloto privado. En un viaje al Tíbet se enamoró y se quedó a vivir allí, hasta que su mujer y la familia de ésta fueron asesinados para arrebatarles unas valiosas joyas. Mysto ha seguido el rastro del asesino hasta Gotham City.
(5) Die Fledermaus = El Murciélago

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