Título: La balada de Bibbo Autor: Jose Luis Miranda Portada: Juan Andres Campos Maillo Publicado en: Noviembre 2006
¿Que ofrece América? De momento, libertad y justicia. Allí un hombre puede labrarse su camino. Es una tierra de oportunidades. Y también de desgracias. América esta llena de grandes historias...
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Enviado a la Tierra desde el moribundo planeta Krypton, Kal-El fue criado por los Kent en Smallville. Ahora como un adulto, Clark Kent lucha por la verdad y la justicia como...
Creado por Jerry Siegel y Joe Shuster
Parte I: América.
1973
El cielo parecía hecho de cemento. La lluvia empezaba a caer a la par que un viento frío soplaba con fuerza. El tiempo metereológico creaba un escenario de tristeza y soledad para la llegada de un barco repleto de inmigrantes. Una vez en tierra firme, sin siquiera salir del puerto, todos ellos tenían el mismo par de pensamientos. El primero, lo he conseguido, por fin estoy en América. Pero, tras la euforia venía el segundo: ¿y ahora qué? Era una duda que podía paralizar al más decidido de los hombres.
Bibbo Bibbowski |
- Bueno, Bibbowski, dos polacos en América. ¿Qué hacemos ahora? No sé si nos arrepentiremos de …
- ¿Arrepentirse?-dijo Bibbo recuperando su energía. Lo único que teníamos era hambre y dictadura. Esto es América, la tierra en la que los sueños se cumplen.
- Pues yo sólo veo un futuro oscuro.¿Has saciado ya tu hambre? ¿Qué nos ofrece América?
- De momento, libertad y justicia. Aquí un hombre puede labrarse su camino. Es una tierra de oportunidades.
- ¿Libertad y justicia? ¿Crees que te van a hacer presidente de la nación? Deja que te diga algo. El mundo es una mierda. La gente se ha pisado siempre y se seguirá pisando. Nadie ayuda a nadie. Aquí, en Polonia o en la China. Ya veremos cuánto tardas en despotricar contra esta América.
- Si piensas así, vuélvete a Polonia.
- Sabes que allí era hombre muerto. Al menos en esta Metrópolis tardaré más en morir.
- Bueno, deja de protestar y sígueme. Tenemos que buscar trabajo.
Bibbowsky recogió su petate y, seguido por su amigo, se encaminó hacia lo que parecía una oficina de contratación del puerto.
Parte II: El Pacto.
Parte II: El Pacto.
1974
Perry White había comenzado su carrera vendiendo periódicos en las calles de la ciudad. Tuvo una infancia difícil motivada por los escasos recursos económicos de su familia. Sabía lo dura que era la vida y lo que costaba salir adelante. Por las mañanas, vendía el Planet. Por las tardes, se puso a trabajar en todos los oficios que un crío de diez años podía realizar. Muchas veces, tuvo la oportunidad de meterse en negocios al margen de la ley. Nunca lo hizo. Ni formó parte de banda alguna, ni cometió jamás un hurto. La droga que poblaba las calles del Distrito Suicida, así se conocía a su barrio, nunca manchó las manos de Perry. Su padre le inculcó un sentido de la justicia muy simple pero directo en una frase que le repetía incesantemente: Muérete de hambre antes que robar. Esta dura vida le confirió un rudo carácter, aunque su corazón estaba forjado de auténtico oro.
Para poder pagarse la carrera de periodismo tuvo que compaginar tres trabajos. Dormía apenas tres horas y media por noche. Por suerte, logró publicar sus primeros artículos antes de obtener el título. De hecho, sus últimos años de licenciatura se los pagó con el dinero que obtuvo del periodismo.
En 1974 empezaba a obtener cierto renombre. Su pluma era comprometida y valiente. No se aminalaba ante nada por conseguir una noticia. Había denunciado casos de corrupción en políticos por los que recibió amenazas de muerte. Gracias a sus escritos se desmanteló a una organización emparentada con el Ku Klus Klan, que operaba en Metrópolis. Era incansable, siempre en busca de la verdad.
Fue contratado por el Daily Planet, el mejor periódico de la ciudad. La gente de Metrópolis veía al Planet como un símbolo de esperanza. El diario nunca publicaba nada sin pruebas. Lo que afirmaba lo demostraba. Las páginas de opinión estaban bien delimitadas y separadas de las de información. Si el Planet denunciaba a una empresa significaba su ruina, los habitantes de Metrópolis dejaban de adquirir sus productos. Si hacía alguna denuncia a políticos o ciudadanos la fiscalía se ponía a investigar.
Su actual jefe, George Taylor [2] editor y director del periódico, le había encargado un reportaje sobre peleas clandestinas de boxeo. Un contacto le había facilitado el día y la hora de una de ellas. Allí estaba White, en la puerta de la nave abandonada donde se iba a celebrar la ilegal pelea. Esperaba a su contacto. En dos minutos apareció. Era George Kirk, un boxeador retirado hace ya una década. Kirk le saludó.
- Señor White.
- Señor Kirk
Ambos entraron en la nave. Lo primero que le sorprendió a White fue la cantidad de gente que asistía. En torno a un ring improvisado, se disponían, al menos, setecientas personas en sillas de madera dispuestas para la ocasión. El griterío era ensordecedor. Kirk iba explicando a Perry los pormenores de la ilegal velada:
- Ya le dije que a este combate vendría mucha gente. Aunque creo que esta vez no ha podido asistir el alcalde, sí que hay un par de políticos municipales y algún que otro comisario de policía.
- Vaya, me hubiese encantado pillar al alcalde. ¿Y ese tal Mr. Q. está por aquí?
- Sí, es aquel del puro.- Kirk señaló a un hombre sentado en primera fila. Lleva un par de empresas en los muelles. Pero comentan que es el amo de los negocios ilegales de Metrópolis, que se ocupa de drogas, armas, prostitución… Se dice que hasta tiene sobornada a la policía. Desde luego, nunca ha estado ante un juez.
- ¿Y el delgaducho que tiene a su lado?
- Tenga cuidado con ese. Su aspecto es insignificante, pero es un verdadero hijo de puta sin corazón. No dudaría un segundo en matar a su madre si Mr. Q lo ordenase. Es su guardaespaldas. Le apodan el Rata, sólo tiene que verle las facciones de la cara… esos dientes salidos y afilados… esa nariz aguileña… Nunca pronuncia palabra, pero cuando Mr. Q le ordena algo lo zanja en segundos. Seguro que lleva revolver. Mire, ¿quiere un consejo de amigo? Aléjese de esos dos. Vivirá más tranquilo.
- La tranquilidad y yo no nos llevamos demasiado bien. Pero, volvamos a los combates, ¿hay reglas en este tipo de luchas?
- Realmente no. Bueno, se siguen más o menos las reglas del boxeo legal. Lo que ocurre es que la pelea acaba realmente cuando uno de los dos cae al suelo y no puede levantarse. Hay asaltos infinitos. Por ahí, hay un árbitro y creo que suelen tener a un médico… bueno más bien a algún enfermero….
- ¿Hay apuestas?
- Claro. Al fondo, en aquel mostrador, ¿lo ve?. ¿De dónde cree que cobran la bolsa los púgiles? Todavía está a tiempo si quiere apostar un par de….
- Paso. Sólo he venido a observar.
- ¿Para qué periódico trabaja?
- El Daily Planet.
- ¿El Planet? Mierda… Oiga si publica algo en el Planet habrá problemas… Seguro que empiezan a investigar y a realizar redadas…
- Kirk… has cobrado por traerme, ¿verdad? Pues lo que pase en el futuro deja de ser asunto tuyo. Además, no digas una palabra a nadie. Te verías incriminado.
- No, no, desde luego… espero que mi nombre no se mencione en absoluto.
- Puedes contar con ello.
White y Kirk se sentaron en dos de las sillas plegables que rodeaban al ring. La gente rugía, vociferaba pidiendo la salida de los boxeadores. Algunos se apresuraban a completar sus apuestas. Cuando el último apostante hubo terminado, el encargado de recoger el dinero gritó:
- ¡¡No se admiten más para el primer combate…!!
Entonces, del fondo del local apareció el primero de los contendientes. Su apodo era Quebrantanueces. Se trataba de una mole de músculos de casi metro noventa de alto. Levantaba los brazos como si hubiera ganado y sonreía mostrando una boca en la que faltaban por lo menos tres piezas. Según anunciaron había vencido los últimos ocho combates.
Por una cortina opuesta, salió hacia el ring su rival. Era Bibbo Bibbowski, al que presentaron como Bibbo. Aunque había conseguido trabajo en los muelles no era suficiente para poder pagar el alquiler y comer todos los días. En estas peleas le ofrecían un buen pellizco, tanto si ganaba como si perdía. Le acompañaba su amigo Ivan, que hacía las veces de manager y entrenador. Como en EE.UU. el nombre de Ivan sonaba a ruso, por tanto a comunista, se lo había cambiado por el apodo de Bear (oso) y, así, era conocido.
Cuando Bibbo llegó al cuadrilátero vio por vez primera a su contrincante. Era más alto que él y, sin duda, un veterano. Empezó a insultar a Bibbo con expresiones xenófobas y de índole sexual. Intentaba amedrentarle y que saliese al ring nervioso. Pero a Bibbo no le afectaba. Se dio la vuelta para que Bear le quitase la bata. Su amigo, aprovechó para hablarle:
- Joder, como chilla ese cabrón… dice que te lo has hecho con tu madre… ¿es eso cierto?- dijo en tono socarrón Bear.
- Sí, lo que no sé es como se ha podido enterar ese bocazas… contestó Bibbo con una sonrisa.
- Mira, Bibbo… ahora en serio… no sé si ha sido buena idea meternos en esto… Ese tipo parece muy… fuerte… y…- Bear cambió el tono. Estaba realmente preocupado.
- Bear… gritando no se ganan combates. Además, tengo demasiada hambre para permitirme el lujo de perder… Y, por si fuera poco, el maldito cabrón ha insultado a mi madre… creo que tengo que defender su honor… ¿no?
- Por supuesto, chico. Por supuesto. Dale duro. Ten cuidado.
Cuando sonó la campana el Quebrantanueces se arrojó hacia Bibbo decidido a terminar cuanto antes. Pero Bibbo era más rápido y le esquivó, una tras otra, todas las acometidas. Bibbo empezó a golpearle repetidas veces en los costados. Quebrantanueces se cubría el rostro, pero dejaba al descubierto sus costillas y allí atizaba Bibbo sin cesar.
Los asaltos se sucedían. En el tercero, Bibbo fue alcanzado por un directo. Por un momento, perdió el sentido y recibió otro golpazo que le tiró a la lona. El árbitro empezó a contar. Bibbo, recuperó la conciencia, apretó los dientes y se levantó. Su rival volvió a abalanzarse con rabia, pero Bibbo volvió a eludirle conectándole un nuevo impacto en las costillas.
Tres asaltos después, Quebrantanueves estaba asfixiado. Ningún rival le había durado tanto. No podía seguir moviéndose. Entonces, Bibbo redobló su ataque sin descanso. Aquella mole se convirtió en un juguete en sus manos. Por fin, en el asalto octavo, Bibbo le partía la nariz de un puñetazo, derrotándolo sin remisión. El árbitro aceleró la cuenta viendo que Quebrantanueces no se movía del suelo.
Bibbo quedó agotado. Le dolía todo el cuerpo. Al día siguiente, tendría que levantarse a las cinco, como siempre, para ir a cargar al muelle. En la esquina, Bear daba saltos de alegría. Ambos entraron a los improvisados camerinos que estaban detrás del ring cubiertos por cortinas. Por supuesto, no sin que Bear se detuviera en el mostrador de las apuestas para recoger la bolsa que les correspondía por la victoria. Una vez a solas, Bear hablaba exultante a Bibbo:
- Ok, campeón lo has conseguido. Siempre lo dije. Eres el mejor con los puños.
- Sí, Bear. Pero, ha costado… joder… ese tipo pegaba de lo lindo…
- ¿Te encuentras bien? Mira, tenemos unos cuantos de los grandes. El alquiler de este mes no será un problema, ni el del mes siguiente ya puestos. Además, mañana es día de cobro en el muelle ¿Qué te parece si al salir del trabajo nos vamos a tomar un par de cervezas al pub ese irlandés?
- Gran idea, Bear… pero hoy vámonos a dormir… que me duele todo el cuerpo y necesito descansar para mañana.
Dos hombres se acercaron hacia nuestros protagonistas. El primero llevaba un carísimo abrigo y fumaba un enorme puro. Denotaba riqueza y prepotencia. Una amplia sonrisa ocupaba su rostro. Le seguía un delgaducho, mucho peor vestido, con una raída gorra verde y cuyo rostro recordaba a las facciones de las ratas. Se trataban de Mr. Q. y el Rata. El hombre del puro habló:
- Hola, señores. ¿Me conceden un minuto? Déjenme presentarme. Mi nombre es Quayle Aunque por aquí todos me conocen con el apodo de Mr. Q. Quería felicitarles por la pelea. ¡Gran juego de piernas campeón! – tendió la mano a Bibbo, éste la estrechó. ¿Y usted, supongo, será su entrenador, manager… me equivoco?- hizo lo mismo con Bear. También la aceptó. Encantado. Bueno, ¿por dónde iba? Sí, quiero que sepan que he ganado unos cuantos pavos por apostar por Bibbo. Ya saben… reconozco que me gusta el boxeo. Toda mi vida la he pasado viendo combates. Incluso de este tipo. Y, últimamente, bueno… digamos que estoy introduciéndome en este mundillo de manera profesional. Estoy llevando a algunos chicos que empiezan. Pero, verán, yo soy un hombre directo. No suelo andarme por las ramas. Me gustaría patrocinarles. Es decir, que lucharan para mí.
- ¿Boxeo profesional?- dijo Bear.
- Claro… aquí hay madera. Yo veo la buena madera. Quiero que… ¿puedo tutearos, verdad?... quiero que boxeéis para mí. Oh, no cambiará nada, tu amigo seguirá siendo tu manager. Sólo que yo buscaré los combates. Yo decidiré cuando peleas. Eso es todo. Mi comisión será del 30 por cien. Parece mucho pero os aseguro que a mi lado las bolsas multiplicarán su valor. Ganaréis más dinero que nunca en vuestra vida. Bueno, ¿qué contestáis?
- Aceptamos, dijo Bear eufórico.
- Pero… señor… Quayle- dijo Bibbo.
- Llámame Mr. Q.
- … Mr…Q… tenemos que pensarlo ¿Sabe usted? No se ofenda, pero es que ahora mismo no estoy preparado para tomar una decisión así y…
- Ok, ok. Lo entiendo, chico, lo entiendo. Pero mira hijo, el tren de las oportunidades sólo aparece una vez en la vida, si no te montas pasará de largo. Pero, te entiendo, te entiendo. Mira… ¿sabes qué? mañana no iréis a trabajar… ninguno de los dos. Tendréis el día libre para pensar.
- Pero, nos despedirán si no acudimos. Otros ocuparán nuestros puestos.
- Lo dudo.
- ¿Por…?
- Trabajáis para mí… yo soy el dueño de la empresa que os paga en el muelle.
Los dos se quedaron con la boca abierta.
- Así que pensadlo y cuando vengáis pasado mañana a visitarme no olvidéis contestarme... espero que afirmativamente.
Diciendo esto último, Mr Q se encaminó a la salida, seguido por el Rata que no había pronunciado una sola palabra.
Esa noche, Bibbo y Bear, acudieron a la taberna irlandesa llamada Green. El local era propiedad de un tipo apellidado O’Barr. Se trataba de un inmigrante irlandés que se había hecho de oro con negocios como ese. O’Barr llegaba a las cinco de la tarde al local y se sentaba en una esquina a beber whiskie con dos o tres de sus matones y varias señoritas despampanantes. Quien realmente llevaba el negocio era el camarero Smith. Un hombre realmente simpático y afable. Desde el primer día, entabló buenas migas con Bibbo y Bear. Su rasgo físico más destacado era un enorme bigote que juraba no se afeitaría jamás. En esa taberna no sólo se vendía alcohol. Detrás de la barra, Smith suministraba copas, armas y drogas, siempre que los clientes contaran con el beneplácito de O’Barr.
Bibbo y Bear lo pasaron en grande. Gastaron bastante más de lo que tenían pensado. Estuvieron bebiendo y riendo muchas horas. Incluso un par de billetes se les fueron en invitar a más de una chica.
- ¡Otra ronda Smith! Esta voy a tomármela a la salud de tus bigotes. No olvides servir también a las damas… La fortuna nos sonríe…- bromeaba Bear.
Mientras Smith servía las cervezas. Bear giró el rostro y miró a su amigo.
- Bueno Bibbo, ¿entonces qué le diremos a Mr. Q?
- Supongo que lo que tú dices. Nos introducirá en el boxeo profesional. Podremos dejar los muelles. Dejar de pasar necesidad. Aceptaremos su oferta.
- Lo sabía, lo sabía. Sabes… odio reconocer que me he equivocado, pero tú tenías razón… el sueño americano… el sueño americano… existe de veras. Ya lo creo que existe.
- Te lo dije cuando llegamos…Bear… aquí hay justicia.
1976
Dos años después, el señor Quayle odiaba que le llamasen Mr. Q. Los negocios que regentaba habían prosperado, tanto los legales como los ilegales. Sus empresas blanqueaban dinero proveniente de la prostitución, la venta de drogas, de armas, etc. El boxeo seguía siendo su afición preferida y una fuente inmensa de dinero. Bajo su tutela, la carrera de Bibbo iba de éxito en éxito. Había ganado catorce combates y era un claro aspirante a disputar el título de los pesos pesados.
Mr Q. se encontraba en Filadelfia, junto con Bibbo y Bear. Les habían invitado a presenciar un combate del actual campeón del mundo: Apolo Creed. Se trataba de un combate de exhibición. El boxeador aspirante al título había fallado y Apollo daba la oportunidad a un boxeador local, un don nadie llamado Rocky Balboa, de medirse contra él. Realmente, nadie esperaba que Rocky resistiera un solo asalto, pero para Quayle, Bibbo y Bear era una oportunidad de oro de ver al campeón en acción.
Sentados en sus asientos esperaban que empezase el combate. El señor Quayle hablaba:
- El campeón Apollo se lo va a merendar.
- Sí, Apollo es, sin duda, uno de los mejores púgiles de la historia. Ese Rocky lo va a tener muy difícil.- dijo Bear.
- Bueno, Bibbo… si tu progresión continúa de esta manera… pronto disputarás el título contra Apollo.- habló Quayle mirando a Bibbo.
- Eso espero. Estoy deseando que ese día llegue.
- De hecho, llevas en los últimos dos años 14 peleas contadas por victorias. Estás preparado para Apollo. Cuando machaque a este Rocky…por cierto… ¿cómo le llaman…? ¿ el caballo…?
- El potro italiano…, dijo Bear.
- Eso es, cuando triture a este potro se encontrará contigo…
- Tengo paciencia sé que mi momento llegará.
El combate comenzó. Apollo parecía dispuesto a terminar con Rocky Balboa en segundos. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no sería una pelea fácil. Rocky, no solo aguantó hasta el último asalto de pie, si no que , incluso, pudo vencer la lucha. No se rindió en ningún momento y aunque los jueces dieron como vencedor a Apollo, muchos en el público abuchearon la decisión. Al terminar la lid, Rocky gritaba insistentemente un nombre: Adrian. Días después, Bibbo leería en la prensa que se trataba de su mujer.
Parte IV: Rose
Parte IV: Rose
1977
Bibbo celebraba su 25 cumpleaños en la barra del pub Green. El camarero Smith servía copas sin parar de hablar con Bear:
- No siempre se gana una pelea el día en el que se cumplen los años. ¿Cuántas lleva?- decía Smith.
- Diecisiete… diecisiete combates seguidos ganados. – recalcó Bear algo entonado por el alcohol. La prensa le califica de verdadero aspirante al título.
- Pero, ¿para cuándo el enfrentamiento contra Apollo?- insistía Smith.
- Se ha retrasado porque Apollo quiere la revancha contra Rocky.
- Pero si le ganó.
- Ya, pero quiere demostrar que puede tumbarle. Mucha gente opina que Rocky debió haber ganado aquel combate.
En ese instante, un cliente no habitual, llamó a Smith. Éste se disculpó ante Bear y fue a atenderle. Smith escuchó lo que le pedía y se puso tenso. Señaló al fondo del local en donde se encontraba el dueño O’Barr con sus matones y sus chicas. El hombre cruzó el bar y con toda educación le pidió algo. O’Barr gritó: ¡¡Ok, Smith, dale a este caballero lo que busca!! Bibbo no quitaba ojo. Smith introdujo al cliente en el almacén y cuando salieron el hombre portaba un paquete bajo el brazo. Bibbo supo que era un arma. Bear habló a su amigo:
- Cambia la dirección de los ojos.
- ¿Por…?
- ¿Sabes lo que se ha llevado?
- Sí…
- No es asunto nuestro. Centrémonos en cosas más agradables. ¿Has visto a la rubia del fondo de la barra?
- ¿Cómo no verla?
- Te lleva mirando cerca de una hora. Creo que es el momento de que te levantes y gastes algunos dólares en invitarla.
- ¿Sabes qué, Bear?
- Dime.
- Que yo opino lo mismo.
Bibbo se levantó y se sentó al lado de la chica. La había visto un par de veces por allí. Trabajaba de dependienta en la tienda de enfrente. Al cerrar, solía tomar una cerveza en el pub. Desde luego, era muy guapa. El pelo, teñido de rubio, era largo y ondulado. Los ojos marrones, aunque resaltaban debido a la sombra azul del maquillaje. Los labios recién pintados de rojo carmín. Pero, lo que más le llamó a Bibbo la atención era que siempre miraba a los ojos cuando le hablaban.
- Hola, ¿me permite que la invite a una copa?
- Me iba ya a casa, pero bueno un último trago hará más llevadero el retorno.
- ¡Smith! Ponnos dos de lo mismo.- dijo al camarero. Giró el rostro hacia la rubia.
- Me llamo Bibbo…
- Lo sé. Eres una celebridad por aquí. Mi nombre es Rose.
- Precioso nombre. Allí, en Polonia recuerdo una vez que mi abuelo le regaló a mi abuela una docena de rosas blancas
- Pues lamento desilusionarte…
- ¿Por?
- Porque yo soy una rosa roja… casi casi de fuego…
El corazón de Bibbo giraba como una peonza. Aquella rubia de ojos marrones le absorbía toda la atención. Ya de madrugada, Bibbo y Rose hacían el amor en casa de esta última. Al acabar, se abrazaron y Rose quedó dormida en sus brazos. La mente de Bibbo se trasladó al combate entre Rocky y Apollo. Recordó que al término Rocky gritaba una y otra vez el nombre de su mujer: Adrian. Ni siquiera prestaba atención al anuncio de las decisiones de los jueces. Bibbo pensó que alguna vez él gritaría en el ring el nombre de Rose.
La semana siguiente se produjo el segundo combate entre Rocky y Apollo. La intensidad igualó a su primer enfrentamiento. El sacrificio y la entrega de los dos boxeadores fue de proporciones épicas. Ambos dieron todo lo que tenían, pero en esta ocasión Rocky se alzó con la victoria. Ante la sorpresa de la crítica especializada, un boxeador que parecía acabado se había convertido en el nuevo campeón de los pesos pesados. Bibbo disfrutó con el combate. Se sentía identificado con aquel joven. Pero, pensaba cuando me toque tendré que derrotarlo. ¿Seré lo suficientemente bueno?
Parte V: El Aspirante
1979
Rocky se convirtió en la estrella del momento. Tras su pelea contra Apollo, contaba sus siguientes combates por victorias. Bibbo era el gran aspirante al título pero tuvo mala fortuna. En el último duelo, se fracturó la muñeca. Cuando el combate acabó un dolor terrible se adueñó de Bibbo. Tenía el brazo paralizado. Su rival había sido claramente inferior, pero en el transcurso de la lucha un golpe mal dado había provocado la fractura. De todos modos, Bibbo ganó el combate a los puntos. Esa noche Rose y Bear no se despegaron de él en el hospital. El diagnóstico médico concluyó que tendría que estar al menos seis meses sin combatir. Rocky debería esperar.
Mientras tanto, Rocky había vencido a diez rivales. Se rumoreaba que su entrenador, la leyenda del boxeo Mickey Goldmill, le buscaba sólo rivales de poca categoría. Decían que las continuas peleas le habían pasado factura a su forma física. Entonces, llegó Clubber Lang. En una rueda de prensa en la Rocky se disponía a anunciar su retirada, Lang le amenazó para que aceptara pelear con él. Finalmente, Rocky puso el título en juego ante la oposición de su entrenador y de su familia. Lang había tenido una carrera similar a la de Bibbo y al estar éste convaleciente se convirtió en el principal aspirante. Lang fue imparable, Balboa fue un muñeco en sus manos y acabó besando la lona totalmente derrotado. Lang era el campeón. Su siguiente rival, sería Bibbo…
Casi a la hora del cierre de la edición, el editor del Planet, George Taylor, había llamado a Perry White a su despacho. Taylor también era un hombre curtido en las zonas bajas de Metrópolis, periodista de vocación, rudo y enérgico. Sin duda, un buen maestro de White. Perry le saludó al entrar:
- ¿Quería verme, jefe?
- White, te he dicho mil veces que no me llames jefe. Siéntate.
Perry se sentó, mientras Taylor buscaba algunos recortes de prensa en el cajón de su escritorio. Cuando los encontró se los ofreció a Perry. Eran artículos sobre Bibbo. Taylor espero a que White los viese y empezó a hablar:
- Este chico es el próximo aspirante al título de campeón de los pesos pesados. ¿Recuerdas aquel artículo que escribiste hace años sobre el boxeo clandestino?
- Claro, Bibbo era uno de los púgiles en aquella velada.
- Quiero que le entrevistes…
- No hablará en serio, jefe. Tengo asuntos más importantes entre manos que entrevistar a un boxeador. Encárgueselo a alguien de deportes.
- Primero, te lo encargo a ti. Y te callas y cumples. Segundo, el motivo es que le patrocina ese tal Mister Q., del que se rumorea que sigue siendo el principal mafioso de Metrópolis, aunque nunca se le haya podido demostrar nada ilícito en sus negocios. Y, tercero, te repito que no me llames jefe. Si vuelves a hacerlo, te traslado a la sección de los cotilleos del corazón. ¿Ha quedado todo claro?
- Como la pura y cristalina agua, jef…, como la pura y cristalina agua...
- Ok, pues no sé a qué cojones esperas para levantar tu jodido culo de la silla y ponerte a trabajar.
Al día siguiente, White contactaba con Bibbo y concertaba una entrevista. Quedaron en el pub irlandés a una hora temprana en la que no había apenas clientes. La entrevista tenía por objeto descubrir si Bibbo conocía la naturaleza de los negocios sucios de Quayle. Perry comenzó con preguntas típicas a un aspirante al título. Pero en un momento determinado le interrogó por Mister Q.:
- Su patrocinador es el señor Quayle. ¿No es cierto?
- Sí. El señor Quayle es uno de las claves de mi ascenso pugilístico.
- Supongo que sus tratos con él solamente se circunscriben al mundo del boxeo.
- Claro, es mi promotor. Él me busca los combates y se lleva un porcentaje. Mi caché gracias a él se ha multiplicado por mil.
- Ya, pero me refiero a los rumores…
- ¿Rumores…?
- Bueno, se comenta en los bajos fondos de Metrópolis que es el rey de las actividades ilegales…
- ¿Ilegales…? espere… eso no…
- Tráfico de drogas, venta de mercancía robada, venta de armas, prostitución…
- No sé de qué me habla. El Señor Quayle es un honrado empresario y punto. Me ha ayudado muchísimo en mi carrera. Otra insinuación como esa y saldrá de este bar con un diente menos y un ojo morado de más.
White no era de los que se asustan fácilmente. Sin embargo, lo último que pretendía era atizarse con un aspirante al título. Además, estaba claro que Bibbo parecía honrado y que no tenía ni idea de la vida oculta de Q.
- No te enfades, campeón. Zanjamos el asunto. Para terminar…, ¿cómo está esa muñeca?
- Ha quedado perfecta. Volveré a los rings y seré campeón del mundo.
Parte VI: La verdadera cara del diablo
1980
Bibbo recibió la noticia de que era el próximo aspirante a los pesos pesados al mismo tiempo que el señor Quayle le convocaba a una reunión en su despacho. Acompañado de Bear entraba exultante en el edificio de oficinas que pertenecía a su promotor. La secretaria de Quayle les hizo pasar. Allí estaban, Quayle sentado y detrás de él, su mano derecha, el Rata. Ambos perfecta y lujosamente trajeados, silenciosos y mirando la ventana como si Bibbo y Bear no hubiesen entrado en la estancia. Quayle volvió el rostro y habló:
- Hola, sentaos… Veréis… tengo algo que deciros. Sé que no os va a hacer gracia, pero escuchadme hasta el final. Creo que, a la larga, os resultará beneficioso. Es sobre el combate…
- ¿Contra Lang?
- Sí, claro contra Lang… Bueno, cuando Lang derrotó a Rocky fui a charlar con él. Ya sabéis…, siempre estoy ojo avizor a los buenos talentos. Bueno… digamos que ahora también trabaja para mí.
- No le entiendo. Creí que este combate era lo que llevábamos esperando muchos años… -interrumpió Bibbo. Puedo derrotar a Lang… ¿por qué promocionar al que va a ser mi rival?
- La victoria que ha obtenido sobre Rocky ha puesto a Lang en lo más alto de la montaña. Oh, ya sé que el público no le aprecia de la misma forma. Lang es un bocazas prepotente, pero es muy bueno… y puede que en el futuro sea uno de los mejores boxeadores de todos los tiempos.
- No entiendo nada.
- Mira, hijo. Creo que suelo hablar claro. Quiero que pierdas ese combate.
- ¿Cómo?
- Que te tires. No quiero que te emplees a fondo. Quiero que Lang gane y su leyenda siga creciendo.
Bibbo miró a Bear, éste se mantenía en silencio. No se atrevía a decir nada. Bibbo elevó el tono de voz.
- No lo haré. No pienso hacerlo. Puedo ganarle.
- No, no puedes. Lang es más joven, fuerte y rápido que tú. Además, tu muñeca nunca estará a la altura de lo que era. Las circunstancias han hecho que tu gran oportunidad se haya retrasado. Lang te derrotaría de todas maneras. Aún así, prefiero que te tires y que ninguno salga realmente dañado. Pero, entiendo que esto te resulte molesto. Para compensarte te pagaré más del triple de la bolsa del campeón. Luego, al retirarte, te daré el puesto de capataz en uno de mis negocios del puerto. Así que te irás rico y bien colocado. Por supuesto, Bear ocupará un cargo similar. ¿Qué me dices?
Bibbo volvió a intentar encontrar apoyo en Bear. No lo halló. Miró a los ojos de Mr. Q. y sólo pronunció una palabra:
- No.
Mr. Q. cambió el tono de voz amable a uno más rudo y la expresión tranquila y sonriente por una de enfado:
- Mira hijo. Eres lo que yo he querido que seas. Y, ahora, se acabo. Tienes 28 años… Aunque ganes ¿qué te quedarán? ¿dos, tres,… hasta que un jovenzuelo de 20 te triture? ¿Obtendrás otra fractura de muñeca en el próximo combate? Ni hablar. Quiero que Clubber Lang sea campeón. Te he dado dinero y fama. Ahora será para otro. Quiero que te tires a la mitad del combate y que te quedes muy pegadito a la lona. ¿Entendido?
- No
- No intentes joderme. Si te tiras ganarás mucho dinero. Serás rico y tu futuro estará asegurado. Si no me obedeces, tu vida será un infierno. Y ahora, ¡fuera!. ¡Largo de mi despacho…!
El Rata al oír estas palabras, introdujo la mano en el interior de la chaqueta y acarició el arma que llevaba. Pero, no tuvo que actuar. Bear y Bibbo se levantaron y salieron del despacho en silencio. Nada más salir del edificio. Bibbo se dirigió a Bear:
- ¿Le has oído? ¿Has escuchado…? ¿Qué vamos a hacer?
- Ha costado mucho llegar aquí, pero… bueno… quizá este sea el fin del camino. Piensa que Clubber es una bestia, machacó a Rocky y Rocky no era ningún pelele. Además, es cierto lo de tu muñeca. Puede resentirse. Quizá lo mejor sea aguantar tres o cuatro asaltos y, luego, tirarse.
- No puedo creer que hables así. Puedo ganarle.
- Voy a ser sincero. La lesión de la muñeca te impide estar como en tus mejores tiempos.
- Al menos lo intentaré.
- Contradecir a Q. es acabar en el fondo de un ataúd. Mira Bibbo, piensa en Rose. Esto es una mierda, que follen a este mundo y a ese Mr. Q. Tírate, nos haremos de oro y nos retiraremos. Yo no le daría más vueltas.
- Vete a la mierda, Bear.
- En el fondo, ambos lo sabíamos.
- ¿De qué estás hablando?
- El sueño americano era demasiado bonito para ser cierto…
- Aquí hay leyes… Quayle no se saldrá con la suya…
- Ya… justicia y libertad… ¿verdad?
- Sí, Bear, sí… No pienso tirarme… voy a ser campeón.- diciendo esto se alejó a toda prisa de Bear.
- Bibbo piensa con la cabeza no con el corazón… Bibbo vuelve, ¡¡hazme caso…¡! - gritaba Bear sin que Bibbo se detuviera.
Bibbo llegó a casa apesadumbrado. La conversación no se le iba de la cabeza. Rose lo notó en cuanto entró por la puerta:
- ¿Qué te pasa?
- Nada.
- No puedes engañarme. Te conozco.
- Mr Q… me acaba de decir que me tire en el campeonato por el título.
- Dios…
- Si lo hago, triplicará mi bolsa y me colocará en los muelles de capataz. Esas son las órdenes. Clubber tiene que seguir como campeón…
- ¿Y Bear, qué dice?
- Que le haga caso… que me tire y que me olvide de todo… ¿Puedes creerlo? Esto es una mierda… no pienso tirarme… voy a ganar cueste lo que cueste.
- Cariño… no te va a gustar lo que voy a decir. Sé el esfuerzo que ha supuesto luchar por el título, pero piensa en mí… en nosotros. Es sólo una pelea…no nos compliquemos la vida. Ahora la vida nos va bien…
- ¿Tú también?
- Sólo digo que no pasaría nada… nadie se enteraría y tendríamos dinero para empezar una nueva vida.
- Yo lo sabría. No se trata de dinero. Se trata de no ser un perdedor, de poder mirar a la cara a este puto mundo y decirle: te he vencido, he llegado, soy el campeón.
- ¿Y eso te dará de comer? ¿De qué vale ganar si acabas muerto? No volverás a boxear ¿Y qué será de nosotros y de la familia que queremos formar? ¿Crees que mi sueldo en la tienda puede sacarnos adelante? Bibbo… cariño… sé que es una injusticia, pero tírate, ganarás dinero y nos olvidaremos de este horrible mundo.
- Toda mi vida ha sido una constante derrota. He tenido que huir de mi país… Mira mis manos, están destrozadas de trabajar en los muelles por una miseria de salario. Y mi nariz partida de los golpes que me han dado. Y la muñeca aún me arde cada noche. Me he merecido esta oportunidad. No la voy a desaprovechar. Voy a ser campeón de los pesos pesados. Quayle no se atreverá a hacerme nada siendo el campeón. En este país hay justicia. Justicia y libertad…
- No digas eso. Joder. Te matarán. Prométeme que te tirarás…
- Rose, no me pidas eso.
- Prométemelo o cuando vuelvas a casa no estaré.
- ¿Qué…?
- Júramelo.
- Rose…
- ¡¡Júramelo!!
- …
- No volverás a verme…
- Rose. De acuerdo. Lo haré. Me tiraré.
- Júramelo.
- Te lo juro.
- Es lo mejor. Creeme. No te arrepentirás.
Bibbo no pudo dormir esa noche. La pasó mirando al techo mientras su cabeza no dejaba de dar vueltas. Soy un perdedor… se decía asimismo sin cesar. A las cuatro de la mañana se levantó de la cama procurando no despertar a Rose. Salió a la calle y comenzó a caminar con un destino en mente. Llegó hasta un edificio en el Distrito Suicida. La puerta del portal estaba rota y entró. Subió y llamó insistentemente al timbre de uno de los pisos. Abrió la puerta un Perry White medio dormido, con cara de enfado, en pijama y con un bate de béisbol en la mano:
- ¿Quién cojones es a esta hora de…? ¿Bibbo Bibbowski?
- Señor White…
- Espera… - White giró el rostro y gritó para tranquilizar a su mujer- ¡No pasa nada Alice, es un amigo…! - Volvió a mirar a Bibbo y prosiguió la conversación. Son las cuatro y media de la madrugada… mañana tienes la pelea… ¿Qué demonios haces aquí…? ¿Cómo has sabido donde vivo?
- Usted tenía razón… Quayle no es trigo limpio…
- Quizá debiéramos hablar mañana…
- Escúcheme, señor White… no pienso tirarme… aunque lo pierda todo… no pienso tirarme…
- ¿Es que te ha propuesto amañar el combate?
- Recuérdelo, no pienso tirarme. Sólo quería que lo supiese alguien. ¿Usted cree en la justicia?
- No creo en otra cosa.
- Entonces me entiende, ¿verdad?
- Claro… Bibbo, te entiendo. Si puedo hacer algo...
- Ya lo ha hecho. Gracias, perdone si le he causado molestias. Le veré mañana.
Bibbo se dio media vuelta dando por concluida la conversación. White se quedó preocupado varios minutos en la puerta de su casa antes de volver a la cama.
Parte VII: La última pelea.
1980
La pelea se celebraba en Metrópolis. El Palacio de los Deportes, Curt Swan, estaba a reventar. White había pedido al Planet una acreditación para presenciar el combate. Bibbo y Clubber Lang ya habían sido presentados. Estaban frente a frente escuchando las instrucciones del árbitro. Bibbo golpeó a modo de saludo los guantes de Lang y se fue a su rincón. Allí, Bear le puso el protector. Al sonar la campana, Clubber, como un rayo, se abalanzó hacia él.
Los primeros cuatro asaltos fueron sin duda favorables a Lang. Bibbo resistía como podía los ataques de su rival. Lang era una furia sin control. Lanzaba a una velocidad endiablada un repertorio de golpes terribles. Comenzó con unos jab para distraer al rival y soltaba sin aviso unos directos y ganchos demoledores. Bibbo se sentía desfallecer. Cuando restaban segundos para el término del cuarto asalto, un gancho de Clubber conectó con la mandíbula de Bibbo y éste perdió el conocimiento por un segundo. Lo recuperó recostado sobre las cuerdas sintiendo como Clubber le golpeaba en las costillas con varios swing. La campana le salvó de ser derrotado. Nada más sentarse en la esquina Bear le habló:
- Te está destrozando. Déjalo ya. Has tenido ya ocasión para tirarte. ¿Cuánto más vas a esperar?
- Vete a la mierda, Bear.
- Joder, ¿no ves que es superior a ti?
- Puedo aguantar un poco más. No voy a dejarme caer.
- Por favor, … dejémoslo. Quayle está en primera fila…
- Que le den por culo a Quayle.
- Vas a hacer que nos maten Bibbo.
- No lo entiendes, Bear.
- ¿Qué tengo que entender?
Bibbo se giró, miró a los ojos de su amigo y le habló:
- Justicia y libertad, Bear. Justicia y libertad. ¿No lo recuerdas? Si tengo que explicarte algo más es que eres un retrasado.
- Bibbo…
- Puede que me gane… pero no se lo voy a poner fácil.
La campana indicó que comenzaba el quinto asalto. Durante éste y el siguiente las tornas se igualaron. Bibbo había pasado lo peor. Lang estaba más cansado y sus ganchos carecían de la fuerza del principio. Bibbo empezó a responder con varios ataques y en uno de ellos un hook golpeó en el mentón de su rival obligándole a dar varios pasos hacia atrás. A partir del séptimo asalto Bibbo fue imponiéndose a Lang. En un intercambio brutal de golpes, Lang se llevaba la peor parte. Bibbo resistía los embites de Lang devolviéndole tanto como recibía. En el octavo, Bibbo esquivó el ataque de Clubber y lanzó un crochet que atinó en el rostro de su contrincante mandándole a la lona por casi ocho segundos. La campana salvó esta vez a Lang. Al sentarse en el intermedio la muñeca de Bibbo parecía arder:
- No me lo creo, casi le has tumbado.-decía Bear.
- Puedo hacerlo, ¿verdad? Puedo hacerlo.
- Claro que sí. Vamos a por ese cabrón. Justicia y libertad.
- Justicia y libertad.
El noveno, el décimo y el undécimo fueron claramente favorables para Bibbo. Casi consiguió tumbar de nuevo a Lang. Las papeletas de los tres jueces daban a Bibbo como ganador por siete asaltos contra cuatro. Aún restaba uno. En el duodécimo y último, Lang, desesperado, perdió los nervios, propinó un fuerte pisotón que pasó desapercibido por el árbitro. Bibbo perdió la concentración y recibió un uppercut que le hizo caer al suelo. Intentó agarrarse a las cuerdas pero los brazos estaban sudados y no pudo. El golpe fue brutal. Los sentidos se le nublaron. Por un segundo, dejó de oír el griterío del público. Sentía dolor y el estar allí tumbado lo mitigaba. Ya he cumplido se dijo es el momento de descansar y dejarlo estar. Es lo que quiere Rose,es lo que quiere Quayle, es lo que quiere Bear… dejémoslo ya. He hecho lo que he podido.
Un momento de silencio y de olvido que fue quebrado por un sonoro…
No
- A la mierda con todo. No voy a ser derrotado. Aunque sea lo último que haga en mi vida. Voy a ganar este combate. No por Rose, ni por Bear, ni por Quayle… Es por mí, sólo por mí.
Cuando sus oídos se conectaron el árbitro acababa de pronunciar un seis. Bibbo se aferró a las cuerdas y lentamente empezó a alzarse. Sobre el nueve se había puesto de pie. El árbitro se le acercó para ver si podía seguir. Bibbo asintió con firmeza, fijó su mirada en la del rival y le dijo al árbitro:
- Todavía tengo combustible.
- Ok, chico adelante.
Clubber Lang salió disparado. Era consciente de que el combate lo estaba perdiendo a los puntos y su única opción consistía en noquear a Bibbo. Bibbo recibió dos golpes terribles, se protegió con los brazos y los puñetazos de Clubber resbalaron sin causar el daño que pretendían. Bibbo dio un paso atrás. Clubber lanzó otro directo que falló. Luego, un gancho que Bibbo esquivó haciendo gala de una felina agilidad. Clubber estaba ciego, tenía que tumbarle como fuera. Volvió a propinar dos golpes y descuidó la guardia. Bibbo conectó un directo en pleno rostro que llevó a Clubber a la lona.
El árbitro empezó la cuenta, Clubber Lang estaba K.O. Pero, el sonido de la campana acalló el número cinco que escapaba de los labios del colegiado. Nada más terminar el combate, los entrenadores de Lang salieron con sales y le despertaron enseguida. Clubber estaba aturdido. Le levantaron y le dijeron que alzara los brazos para influir en el veredicto. Clubber decía una y otra vez: soy el campeón, soy el campeón… Bibbo también alzó los brazos. Fue hacia Clubber para saludarle, pero éste no quiso ni darle la mano.
Los tres jueces terminaban sus deliberaciones. El trío daba como vencedor por puntos a Bibbo. De repente, uno de ellos, notó como una mano entraba en el bolsillo de su chaqueta depositando un papel. Miró rápidamente y vio como un hombrecillo con cara de rata se alejaba de allí apresurado. El juez empezó a sudar mares. Sacó la nota y leyó el mensaje que tenía escrito: Clubber gana. Una Q lo firmaba. Miró a los demás y les enseñó la nota. Uno de ellos, sintió que se le disparaba el corazón. El otro no lo entendía. El veredicto final fue de tablas. Combate nulo. Por tanto, Clubber Lang retenía el título. Las decisiones de los árbitros y de los jueces resultan definitivas y sin apelación.
El público empezó a abuchear cuando Clubber saltaba de satisfacción. Bibbo no entendía nada, sabía que había sido mejor. Perry White vio a la perfección como el Rata se había acercado a los jueces. White echó a correr hacia el Rata. Atravesó el pasillo entre el público que gritaba el nombre de Bibbo y apartando a varias personas llegó hasta él cogiéndole del brazo:
- No podías dejar que ganara Bibbo. ¿Ha sido Q? ¿Verdad? ¿Qué les has dicho a los jueces?
- Déjame en paz, periodista. Yo no sé nada. Yo no he hecho nada.
- Eres un malnacido.
Rata metió la mano en el abrigo y se enfundó en el puño una muñequera metálica. Sacó con violencia la mano y golpeó en el rostro a White tirándolo al suelo. Rata huyó en segundos. White se levantó aturdido. Se tocó la mejilla, el puño americano le había hecho una herida.
Bibbo entraba en el camerino. Estaba destrozado. Sabía que había sido mejor. Bear gritaba:
- Te han robado, Bibbo. Nos han robado el título. Recurriremos. Ha sido un tongo monumental. No puedo creerlo. Los jueces han estado ciegos. Has sido el mejor…
Bibbo pasó a las duchas. Podía oír a su amigo seguir con las protestas. El agua resbalaba por su cuerpo refrescándole, quitándole el sudor, le parecía que sanaba sus heridas y acababa con su cansancio. Aunque no era cierto, la muñeca parecía partida de nuevo, al menos una costilla bailaba y la nariz no dejaba de sangrar. De repente, oyó un silbido y Bear dejó de gritar. Extrañado salió de la ducha y se encontró a Bear muerto de un disparo en la cabeza. Su primera intención fue salir al exterior gritando, pero al ver un papel junto al cadáver de su amigo lo recogió y lo leyó: La nota decía: Debiste hacer caso. Por tu culpa un oso y una rosa van a sufrir.
- ¡¡Rose!!- exclamó Bibbo.
Se vistió a toda prisa y salió disparado hacia su casa. Cuando llegó, encontró la puerta abierta y a su mujer fallecida con otro tiro en la cabeza. La resistencia de Bibbo llegó al límite, perdió el conocimiento y cayó al suelo.
Parte VIII: Humillación
Parte VIII: Humillación
1980
El dolor le martilleaba la cabeza. Al despertar, pensó que había muerto porque lo veía todo blanco. En realidad, estaba en una cama de hospital. Tenía enyesado el brazo de la muñeca dañada y un vendaje en las costillas. Había unas flores en la mesita de al lado, un hilo musical de Glen Miller y una persona sentada al lado de su cama: Quayle.
- Hijo de puta. Bibbo quiso incorporarse pero no pudo. Se lo impedían las escayolas y los vendajes.
- Hola hijo. ¿Qué tal estás? Buena pelea, sin duda. Lástima que los jueces dieran el combate por empate. Clubber ha revalidado su título. Tanto esfuerzo para nada.
- Cállate cabrón… Has matado a Bear y a Rose… Voy a contarlo todo, la policía…
- No, cállate tú. Vas a escucharme- Quayle se puso de pie amenazándole con el puro encendido.
- No pienses que esto ha sido por dinero. Es porque no me hiciste caso. Yo mando aquí, chico. Tú no puedes incumplir mis órdenes. Espero que te haya quedado claro… Seguro que tu mujer y tu manager sí que lo han comprendido.
- ¿Por qué no me has matado a mí? Ellos no tuvieron nada que ver en mi decisión. Yo soy el único culpable…
- Por que quiero que lo entiendas. Que entiendas que yo soy tu dueño… porque quiero que sirvas de ejemplo…. Cada vez que me desobedezcas, sufrirá la gente que tienes alrededor, la gente a la que quieres. El próximo puede ser ese camarero tan amigo o tus propios padres en Polonia...
- Maldito seas…
- Volverás a trabajar para mí en el muelle.
- Estás loco… pretendes…que siga trabajando para ti… después de lo que has hecho…
- Pretendo decirte que eres de mi propiedad y que vas a volver a trabajar en el muelle y que todos lo van a saber. No vas a poder volver al boxeo, no vas a tener licencia y Metrópolis es mía. Yo soy el que decide quien trabaja aquí. No encontrarás otro empleo… ¿cómo vas a a ganarte la vida?
La sangre le ardía. Sentía deseos de intentar estrangular a aquel cabrón. Pero, no podía ni levantarse. Bibbo se calmó. Nada podía hacer.
- Trabajarás en el muelle como un perro. Y cuando te recuperes, si yo lo decido volverás al ring. Para hacer lo que yo decida que hagas. ¿Está claro?
- Sí.
- No te he oído… ¿has dicho sí señor Quayle?
Bibbo apretó los dientes:
- Sí, señor Quayle.
- Así me gusta. En cuanto te den el alta, empiezas. Mueve la colita y sé buen chico. Por cierto, el desequilibrado mental que asesinó a tu manager y a tu mujer ha sido detenido. Que fatal casualidad. Un evadido del psiquiátrico. Ya ha confesado.
En ese momento, Perry White apareció por la puerta. Al ver a Quayle se hizo cargo de la situación. White habló incisivamente:
- Bibbo. Esto no puede quedar así. Cuenta con mi ayuda. Descubriremos quién lo ha hecho.- dijo White.
Quayle se dirigió a Perry y se entabló un tenso diálogo entre los dos:
- Eso estaba diciéndole en estos momentos parece que han detenido al loco que lo hizo.
- Eso no se lo cree nadie, señor Quayle o debería llamarle Mister Q.- volvió a decir White.
- ¿Quién usted?
- Alguien que sabe la verdad. No se saldrá con la suya. Acabará entre rejas. Vi a su guardaespaldas presionar a los jueces.
- No sé de qué me está usted hablando. Díselo Bibbo.
- Déjelo Señor White. No importa nada.- dijo en tono apagado Bibbo.
- Pero… Bibbo, habla conmigo. Sacaremos este asunto a la luz… Confía en mí.- insistía White.
- Déjelo Señor White. Nada importa ya…- Bibbo hablaba con un tono de voz cada vez más apagado.
- Ya ha oído al chico. Lárguese antes de que le denuncie por calumnias.- sonreía Quayle.
- Bibbo… joder… cuéntamelo todo. Confía en mí.- White se desesperaba intentando hacer reaccionar a Bibbo.
- Le he dicho, que me deje en paz, señor White. Largo.
- ¿Y la justicia?
- No existe justicia… ni libertad… tampoco. Déjeme en paz.
White estuvo a punto de golpear a Quayle. Cerró los puños y se fue de la habitación dando un portazo. Quayle concluyó:
- Veo que lo has entendido. Por lo que a mí respecta este es un nuevo comienzo. Pelillos a la mar. Dejemos a un lado diferencias pasadas. Cuando estés un tiempo en los muelles quizá me plantee tu vuelta a los rings. Ya veremos. Que pases un buen día.
Parte IX: Justicia y libertad
1980
Ese día el árbitro Brett Johansen estaba un bar. Eran las once de la noche y llevaba ya tres cervezas. Estaba solo. Sin aviso, un hombre se sentó a su lado y pidió una copa. Brett le observó, venía empapado por la lluvia del exterior. El hombre se quitó la gabardina y el sombrero, era Perry White:
- Hola, señor Johansen.
- ¿Me conoce?
- Sí. Le conozco… pronto será más popular…
- No le entiendo.
- Hay cosas que no se entienden… Por ejemplo, que un púgil tenga un combate ganado y se lo birlen a los puntos…
- No sé de qué me habla…
- Usted y los otros jueces cambiaron el veredicto. La pelea estaba amañada.
- Camarero, la cuenta…
- No creo que quiera irse sin ver esto…- White arrojó un sobre en el mostrador. En su interior fotografías del árbitro manteniendo relaciones sexuales con una menor de edad. Vicios caros. Debió costarle mucho dinero. ¿Qué opinará su mujer de todo esto? ¿Y la Federación de boxeo? Creo que en este estado esto supone cárcel.
- ¿Cómo ha conseguido estas fotografías?
- Digamos que hasta en los burdeles me deben favores.
- ¿Qué quiere?
- Quiero una declaración. Quiero que vayamos a ver al fiscal y que le cuente que fueron presionados para cambiar el veredicto del combate. Quiero meter entre rejas a Mister Q. y quiero que se le otorgue el título a su verdadero dueño: Bibbo Bibboswki.
Terminaba el día cuando Bibbo salió del trabajo. Eres un cobarde. Se decía así mismo una y otra vez. Un fracasado. Un mierda, que no ha sabido defender a los suyos. Ni ganar el combate. La vida es injusta, la vida es una mierda. No hay justicia en este mundo. Ni libertad. Los nazis masacraron a mi pueblo, los comunistas después. El hambre… la miseria…. Y aquí se burlan de ti, te explotan, te utilizan… Gente como Mister Q se convierten en millonarios debido al sufrimiento de los demás. Pisan al resto. A nadie le importa, nadie hace nada para impedirlo. Y yo… sólo soy un bufón… un esclavo, un perro de Mister Q. Pero no … no puedo soportarlo más.
Bibbo fue al Pub Green. Se acercó a la barra y habló con Smith. Éste quedó sorprendido y le contestó:
- ¿Estás seguro? ¿Para qué cojones quieres tú…?
- ¿Qué te importa…?
- Tienes que hablar con O’Barr. Está sentado al fondo.
Bibbo dejó la barra y se encaminó al fondo del local. Una humareda cubría el ambiente. En la última mesa el señor O’Barr estaba sentado con dos de sus hombres y tres explosivas señoritas. Reían y bromeaban. Bibbo se situó enfrente de su mesa. Se quitó la gorra y la estrechó entre sus manos.
- ¿Señor O’Barr … puede dedicarme un minuto?
Las risas cesaron y O’Barr habló:
- Ahora estamos ocupados. Vuelve en otro momento…
- Por favor… necesito hablar con usted un minuto…
- Te he dicho que estamos…
- Sólo será un minuto… de verás.
Uno de los acompañantes se levantó violentamente:
- Si el Señor O’Barr dice que vuelvas luego es que vuelvas luego…
- No le importunaré ni un segundo… Smith me ha dicho que tenía que hablar con usted… quiero…
- Es que no me has oído asqueroso … dijo el matón levantado, mientras agarraba Bibbo de la chaqueta…
- Por favor,… sólo quiero comprar un arma…
- Puto polaco… El matón tiró de Bibbo hacia atrás, pero este clavó su codo en el estómago y le propinó un puñetazo que le partió la mandíbula…Los otros dos hombres se levantaron y fueron hacia Bibbo pero O’Barr detuvo la situación:
- Basta, joder basta. Esto es una fiesta… no lo convirtamos en un funeral… Mira chico… ¿sólo quieres un arma?...
- Sí señor…
- Ok, ok. ¿Tienes dinero?
Bibbo abrió la cartera y mostró algunos billetes
- Ok, ok, supongo que para una barata bastará. ¡¡Smith…! -Desde la barra el camarero miró hacia allí-. Atiende al caballero en lo que necesite.- Miró de nuevo a Bibbo…- Petición cumplida. -O’Barr vio el rostro de Bibbo por vez primera.- Espera, ¿te conozco…? ¿eres Bibbo Bibbowski? Si, vienes mucho por aquí, te vi en la tele… Tienes buena pegada…seguro que Mick, miró al matón todavía inconsciente en el suelo….puede corroborarlo…Bueno… no es asunto mío pero un boxeador no debería tener problemas con la justicia.
- ¿Es que existe? Si la justicia existiera gente como yo no necesitaría un arma… quizá porque no habría gente como usted
- Je, je, je. No abuses de mi paciencia. Largo de aquí. Compra el arma y vete.
Bibbo compró el arma, un viejo revolver con seis balas. Bibbo iba como un zombi. El arma en su bolsillo le pesaba como si tuviera mil kilos. Llegó hasta la lujosa casa del Rata. El timbre sonó y éste se levantó malhumorado. No en vano, tenía a dos rubias desnudas sentadas en su salón esnifando rayas de coca en un espejo. Se puso apresurado un batín y abrió la puerta encontrando a Bibbo encañonándole. Nunca lo hubiera imaginado.
- Polaco de mierda. ¿Te atreves a …?
- Entra.
El Rata se maldijo por haber sido tan descuidado. Las dos rubias empezaron a gritar cuando vieron entrar a los dos hombres en tal situación. Bibbo les gritó:
- Callad, coged la ropa y salid de aquí.
Ni dos segundos tardaron en agarrar varias prendas y salir disparadas por la puerta. El Rata mostraba tranquilidad.
- Imbécil. Irán a la policía en dos minutos estaremos rodeados por sirenas… No tienes cerebro…
- No voy a tardar dos minutos- acabada la frase Bibbo disparó tres veces al pecho del criminal. El Rata encajó los tres disparos cayendo sobre el sofá.
- Hijo de …, me has… matado…
Bibbo guardó el arma y fue hacia la puerta. El Rata intentaba taponar la sangre que manaba, pero casi no podía respirar
- Me… has… matado… me has…
Bibbo salía de la casa mientras el Rata exhalaba su último suspiro. Llegó al edificio de Q. y se plantó en la puerta de su despacho. Sólo una secretaria estaba allí. Bibbo se dirigió con determinación hacia la puerta. La secretaria intentó frenarle:
- ¿Tiene usted cita…? No va a poder pasar sin ella.
Bibbo la empujó y entró en el despacho. Mr. Q. estaba solo, escribiendo algo. Cuando le vio con el arma en la mano no perdió un ápice de sonrisa:
- Pero, chico… ¿qué crees que vas a hacer? Yo te he dado todo lo que tienes. El sueño americano, ¿recuerdas? Yo te lo di, hijo. Deja el arma y hablemos de hombre a hom…
Bibbo disparó las tres balas que le quedaban. La primera en la frente, las otras en el cuello. Mr. Q murió al instante. La secretaria empezó a chillar como si le hubiesen cortado una mano y salió corriendo. Bibbo se sentó en un sillón a esperar la llegada de la policía. Cerró los ojos y pensó en Bear y en su mujer. Libertad y justicia … libertad y justicia… las palabras que pronunciara Bear resonaban en su cabeza… libertad y justicia. Algo se rompió en su cerebro. Algo se desconectó. Quizá para poder soportar todo lo que le había ocurrido. Mentalmente Bibbo no volvió a ser el mismo.
La policía le sacaba esposado en medio de un revuelo de gente y prensa. White estaba entre la multitud y abriéndose paso a empujones llegó hasta Bibbo diciéndole:
- ¿Por qué lo has hecho? Les tenía. Tengo la confesión de dos jueces. Les tenía … te hubieran devuelto el título y Quayle hubiera ido a la cárcel… Debiste confiar en mí.
- ¿También hubiera devuelto la vida a mi mujer y a mi amigo…?
White calló… Bibbo dijo una última cosa antes de que lo metieran el coche policial:
- Señor White es usted un buen hombre. Gracias, por preocuparse por mí. Quizá si hubiera más gente como usted el mundo sería un lugar bueno para vivir.
Las pruebas de White consiguieron reducir la condena de Bibbo. Se consiguió demostrar que Quayle y Rata fueron responsables de las muertes de Rose y Bear. El abogado de Bibbo alegó enajenación mental transitoria. Bibbo cumplió casi una década en la cárcel pero eludió la perpetua y la pena de muerte. No obtuvo el título de los pesos pesados. Aunque el apaño quedó demostrado, la Federación se negó a concedérselo a una persona inculpada por asesinato. Así que Clubber Lang lo mantuvo, si bien fue por poco tiempo. Rocky solicitó la revancha y derrotó a Lang en pocos asaltos. Rocky volvía a ser campeón.
Parte X: Superman
Parte X: Superman
Bibbo se sentaba cada noche en la barra del bar Ace O’Club. Algunos clientes jugaban al billar mientras la mayoría bebían. El pub Green había sido clausurado. O’Barr también había acabado en la cárcel. Nada sabía de Smith. Uno de los clientes estaba muy nervioso hablando en voz alta:
- Os lo juro. Le he visto. Puede volar.
- No digas tonterías- dijo el fornido camarero de color. ¿Un hombre volador?
- Os doy mi palabra. Lo he visto con mis propios ojos. Además, el Planet también habla de él. Le llaman Superman. Dicen que lucha por la justicia.
Bibbo se dirigió a quien hablaba.
- Si lucha por la justicia será mi preferido. Realmente la justicia es algo que escasea en este mundo.
Apuró su cerveza y escuchó los acordes de una triste canción cuya letra decía:
Ya no puedo darte el corazón.
Iré donde quieran mis botas
y si quieres que te diga qué hay que hacer
te diré que apuestes por mi derrota.
Quítate la ropa. Así está bien.
No dejes nada por hacer.
Si has venido a comprarme, lárgate.
Si vas a venir conmigo, agárrate.
Larguémonos chica, hacia el mar.
No hay amanecer en esta ciudad
y no sé si nací para correr
pero, quizás, si que nací para apostar.
Sé que ya nada va a ocurrir.
Ahora estoy contra las cuerdas
y no veo ni una forma de salir
pero, voy a apostar fuerte mientras pueda.
Larguémonos chica, hacia el mar.
No hay amanecer en esta ciudad
y no sé si nací para correr
pero, quizás, sí que nací para apostar.
Ya no puedo darte el corazón,
perdí mi apuesta por el rock and roll,
es la deuda que tengo que pagar.
Y ya no tiene sentido abandonar
Ya no tiene sentido abandonar. ¡Oh no!
Late el corazón. [3]
Dedicado a mi hermano Javier.
Enero- octubre de 2006.
José Luis Miranda Martínez
jlmirandamartinez@hotmail.com
Referencias:
[1] Bibbo Bibbowski fue creado por Marv Wolfman y Jerry Ordway en el 428 de la serie The Adventures of Superman mayo 1987.
[2] George Taylor era el nombre del director del Daily Star en las primeras aventuras de Superman con Jerry Siegel y Joe Shuster. Pronto, el nombre del periódico cambió a Daily Planet y el nombre de Taylor fue sustituido por el de White. En esta historia ambientada en el pasado de los personajes he decidido que Taylor fuera director del Planet en los comienzos de Perry.
[3] Canción titulada Apuesta por el Rock and Roll. Compuesta por Mauricio Aznar Müller y Gabriel Sopeña. Existe una gran versión interpretada por Enrique Bunbury. La canción habla de intento, derrota y esperanza. El corazón sigue latiendo.
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