Título: Bienvenidos a Gotham Autor: The Bat-Fan Portada: - Publicado en: Octubre 2006 La ciudad de Gotham puede ser fascinante, sobre todo si eres forastero. Hay algo en el ambiente que te atrapa, a pesar de todas las historias que circulan por ahí. Pero, por encima de todas las cosas, ellos han venido para verle a él, para saber si es real... |
Cuando la cae la noche comienza la pesadilla. Los monstruos campan por sus calles y es entonces que sólo el murciélago puede protegerlos. Pero aún con todo se muestran valientes ante lo que muchos otros huirían. Ellos son Ciudadanos de Gotham.
- ¿Falta mucho?
- Joder, Bob. No han pasado dos horas desde que lo preguntaste por última vez. Pareces un niño pequeño.
- Es que es un niño pequeño. ¿Verdad, Bobby? ¿Verdad que eres un niño pequeñito?
Bob se revolvió, arqueó su brazo derecho y le dio un codazo a Deke lo más cerca del estómago que pudo. Odiaba que le llamasen Bobby. Y él lo sabía.
Deke no siempre fue así. Antes no era un capullo. Pero es que antes no salía con aquella estúpida de Jenny. Ni tenía que aparentar que era mayor. Ni tenía que estar pendiente a cada momento de que ella no estuviese cansada, aburrida o enfadada. Y Dios sabía que aquello no era una tarea fácil, porque Jenny parecía hacer verdaderos esfuerzos por cansarse, aburrirse o enfadarse por cualquier cosa. Y a veces, incluso, las tres cosas a la vez.
Deke se giró hacia él, le agarró las muñecas con la mano izquierda y le dio un puñetazo en la pierna. En la que antes no se le había dormido, claro. Bob trató de protegerse y evitar el golpe, pero no lo consiguió. En eso sí se notaba que tenía un año más que él: pegaba más fuerte y más rápido. Como respuesta, Bob le soltó un manotazo que le golpeó las costillas. Pero no debió hacerle mucho daño: la risa burlona de Deke ahogó los inaguantables quejidos de protesta de su novia.
- Como no os estéis quietos de una puta vez, os juro que paro el coche y nos volvemos a casa. ¿Lo habéis oído?
A Bob le pareció que hasta el motor dejó entonces de emitir el molesto ronroneo que llevaba haciendo desde que salieron. Miró al frente y vio los ojos de Alan a través del retrovisor. No estaba seguro de si le miraban sólo a él pero, por si acaso, decidió estarse quieto. Durante muchos minutos.
Era verdad que hacía menos de dos horas que había preguntado si faltaba mucho. Pero es que le dolían las piernas. No podía evitarlo. Necesitaba ir al baño desde hacía mucho tiempo. Tal vez un año, que era lo que parecía que llevaban allí dentro. Pero no se había quejado por ello. Podía aguantar. Lo peor eran las piernas. Alan y Dave estarían cómodos allí delante, pero detrás había muy poco espacio. Apenas si podían moverse. Habría condenados a muerte que estarían pasándolo mejor que cuando a él se le durmió la pierna izquierda. Pero no se lamentó. No señor. Sólo preguntó si faltaba mucho. Nadie se quejó cuando Jenny exigió que pararan. Y Alan le pidió disculpas por haber tardado más de tres minutos en hacerlo. Bruja manipuladora.
Movió un poco la espalda en el respaldo y se puso a calcular mentalmente cuánto tiempo faltaría para llegar. Pero no consiguió recordar qué distancia le había dicho Alan que llevaban recorrida la última vez que habían parado, así que trató de averiguarlo por algún cartel de la carretera. Mientras miraba por la ventanilla, pensó que estaría más cómodo si Jenny no estuviera. Le molestó no saber qué pintaba ella allí. No tenía ninguna obligación de ir. No había hecho la promesa. Seguro que cuando la hicieron ella no había oído ni una sola noticia sobre el tema. Además, estaba convencido de que no tenía el más mínimo interés en lo que iban a ver. Sólo iba para no separarse de Deke. Su falta de confianza en él le pareció tan romántica...
Por un segundo, se le vino a la cabeza el cumpleaños de su padre. Pero enseguida comenzó a recordar, de nuevo, la imagen de aquella actriz saliendo de una tarta que había visto en televisión tres días atrás. No podía dejar de pensar en ello. Nunca en su vida había visto nada igual. Meredith Jones le dijo al día siguiente que, bien vestidas y pintadas, todas las mujeres eran prácticamente igual de hermosas. Pero aquella actriz no se parecía a ninguna mujer, incluso maquillada, que él hubiese visto jamás. No en esta vida, al menos. Y no era precisamente por ir bien vestida. Pensó en Meredith saliendo de una tarta. La imagen apenas duró en instante en su mente. Luego pensó en Jenny. Se inclinó hacia adelante, giró la cabeza y, disimulando, la miró. Ella no pareció darse cuenta. Después de un rato, la miró a la cara. Y volvió a apoyarse otra vez en el respaldo. Sonrió para sus adentros. Meredith Jones iría al infierno por sus mentiras o al cielo por su ingenuidad. Pero, definitivamente, el problema no era el maquillaje.
El siguiente pensamiento que se fue formando en su cabeza fue un rostro muy blanco con cabellos verdes. ¿Sería pintura? Probablemente no. Un enfrentamiento bajo la lluvia se convertiría en algo de lo más ridículo. Aunque, a lo mejor, no ejecutaba ningún crimen cuando los del servicio meteorológico pronosticasen mal tiempo. Además, enfrentarse a él ya debía ser suficientemente horrible sin ninguna tormenta como para hacerlo aún más aterrador. Sería imposible verlo, entre las sombras y la lluvia. Sin embargo, tal vez, un oportuno relámpago podría delatar su enorme presencia. Podría vérsele, entonces, saltando con la capa extendida, sobrevolando la ciudad. Verlo. El rostro que atemorizaba a delincuentes y asesinos. ¿Sería un hombre? Cuando era pequeño, pensó que era un demonio. Tenía pesadillas con él. Su padre le dijo que no era real. Como el Zorro o la Sombra. Pero Bob nunca había oído a nadie decir en televisión que le había salvado la vida un misterioso espadachín enmascarado aficionado a la enchilada y el guacamole.
Su padre le dijo que si fuera real y fuera malvado, la policía ya lo habría detenido. Como a esa panda de chiflados que había en aquella ciudad, que se disfrazaban de Halloween para cometer crímenes, y que, en realidad, sólo eran unos pobres locos. Y si fuera real y fuera bueno, no saldría por las noches. Se dejaría ver, se daría a conocer, para que la gente le aplaudiera y le agradeciera lo que hacía por ellos. “Como el tipo ese de Metrópolis”. No estaba muy seguro de que su padre tuviera razón, pero las pesadillas desparecieron. Aunque nunca dejó de pensar en él. En aquel hombre enorme vestido de Drácula que...
- ¡Mirad!
El inesperado grito de su hermano le sobresaltó. Deke se dio cuenta y sonrió. Se acercó a Jenny, le dijo algo al oído y ambos rieron. Capullo y bruja manipuladora. Bob trató de ignorarlos. Delante de ellos, a lo lejos, la silueta negra y diminuta de unas estalagmitas de metal y cemento cada vez más grandes se recortaba en el grisáceo horizonte. Más cerca, sobre la carretera, un cartel se elevaba por encima de sus cabezas. “Gotham. 3 millas”. Ya no faltaba mucho. En ese momento, sin saber por qué, Bob recordó que llevaba un buen rato deseando ir al baño...
Dave no dejaba de preguntarse por qué, teniendo la cama de su hermano sin hacer, justo al lado, Derek y Jenny habían tenido que tumbarse en la suya nada más terminar de arreglarla. No le sorprendió que fueran a su habitación a charlar, porque, al fin y al cabo, era la única desde la que se podía ver algo por la ventana. Pero no entendía por qué habían elegido su cama y no la de Bob. Después tendría que volver a hacerla. Pese a todo, siguió dando gracias al cielo de que estuvieran allí, aunque fuera en su cama, y no se hubieran encerrado en su habitación nada más llegar.
- ¿Que qué más da eso? ¿Te parece poco tener un arsenal y ser experto en técnicas de combate?
- Comparado con el miedo, sí. El miedo es su mejor arma.
Dave continuó vaciando su bolsa de viaje. Había muy poco espacio, pero también era verdad que había tenido suerte: Bob no se molestaría siquiera en deshacer su equipaje.
- ¿El miedo? Claro. Imagínate que te está apuntando con un rifle de...
- Dicen que no usa armas.
- Ya. Y tú te lo crees. ¿Y cómo pudo, entonces, atacar a todos los guardaespaldas de Falcone cuando se metió en su casa, hace años? ¿Escupiéndoles?
- Con el miedo, tío. Con el miedo.
- Joder con el miedo, Bobby. Ni que los matara de un infarto...
- Dicen que no mata.
Dos pantalones, una camiseta, dos camisas, un jersey y la ropa interior. Y no le cabía. Dave se preguntó cuántos clientes sin equipaje habrían tenido problemas de espacio en aquel motel. Comenzó a sacar las cosas de aseo y a ponerlas sobre el mueble en el que había guardado la ropa.
- ¿Tú que crees, Dave? ¿Qué es lo que más acojona de él: las armas o que dé miedo?
No le sorprendió que la pregunta fuera tan estúpida. Miró a la pared y no se dio la vuelta para responder.
- Creo que se siente solo y quiere venganza. Creo que alguien le hizo una...una cosa horrible, y quiere vengarse. Y no parará hasta que lo consiga. ¿No querrías tú devolverle el dolor a alguien que te hubiese hecho mucho daño?
- Uh...Pues...No sé. Sí. Supongo. Pero...¿Y a todos los que detiene? No todos le habrán hecho algo. ¿No?
Dave cogió las cosas de aseo y se fue al baño. Oyó la voz de Derek, pero no entendió sus palabras. Cuando terminó de colocarlas, se quedó un rato sentado en el borde de la bañera, esperando. Hubiera apostado su alma a que él no era capaz de apreciar el dulce olor a algodón de azúcar que podía respirarse en la habitación desde que ella había entrado. Claro que no. Tendría que reencarnarse cien veces para ello. Y, aun así, nunca sabría lo que era quedarse por las noches sin dormir, pensando regalos que nunca le haría. Nunca sabría lo que era jugar a los espejos para ver a escondidas su precioso rostro reflejado, sin ser descubierto. Nunca sabría lo que era hablar a solas con ella y contarle sus sentimientos y pensamientos, sin que ella estuviera delante. Nunca sentiría lo que él sentía.
Tragó saliva, se aclaró la garganta y volvió a la habitación. Se fue directamente a la ventana, apoyó su brazo en el cristal y posó su frente en su antebrazo. Bob y Derek seguían discutiendo sobre miedos y preparación militar. Estaban discutiendo sobre él. Hacía años que no lo hacían. Dave pensó que casi tantos como desde que hicieron la promesa de ir a aquella ciudad. No pudo reprimir un leve suspiro. Le pareció que había transcurrido mucho tiempo desde entonces, pero, a la vez, tenía la sensación de que había pasado muy deprisa.
- ¿Y si resulta que es una persona normal? O a lo mejor incluso es una chica. De vez en cuando, en las noticias, dicen que algunos delincuentes no lo describen como un hombre grande, sino como una joven más o menos de mi edad...
Hubo unos segundos de silencio. Dave sonrió. Se la imaginó con un uniforme negro, surcando aquel cielo plomizo. Conociéndola, seguro que ella le daría un toque de color a la Justicia y se pondría una capa azul y unos guantes amarillos. O tal vez unas botas.
- ¿Q-qué?...¿Lo estás diciendo en serio?
- Eh...Bueno...A lo mejor no. No sé. Pero no es una mala idea. ¿No?
- Claro que no, Jenny. No puedes saber cómo es, porque nunca le has visto. Y Bobby tampoco.
- Para eso estamos aquí. ¿O no?
El edificio del Departamento de Policía le pareció a Dave bastante diferente a como se veía en televisión. Parecía más pequeño. Y mucho más antiguo. Aunque la verdad era que nadie en su sano juicio se atrevería a decir que los que lo rodeaban acabaran de ser construidos. En realidad, nada parecía nuevo en aquella ciudad. Bajó la vista y se fijó en la gente que recorría el tramo de acera que tenía delante de él. ¿Cuántos le habrían visto alguna vez? ¿A cuántos habría salvado la vida?
- Bueno...A lo mejor no es una chica. Pero puede que sea un adolescente normal, como nosotros, que necesita ayudar a los que le rodean porque tiene algún poder especial y siente que tiene una gran responsabilidad. A lo mejor le mordió un murciélago cuando era pequeño y eso hace que ahora pueda volar. O guiarse por el sonido. O...
- Eso es una estupidez, Jenny. No hace nada de eso.
A Dave no le gustó el tono de voz de su hermano. En realidad, no le gustaba nada de todo aquello. Se dio la vuelta y miró a Bob.
- Se está haciendo tarde. Vete a despertar a Alan, que para cuando lleguemos va a estar cerrado.
En ese momento, tres pequeños golpes secos sonaron contra la puerta de la habitación. Bob se levantó a abrir y dejó pasar a Alan, que llevaba un plano de la ciudad en su mano. Parecía descansado.
- Vámonos, que se nos va a hacer tarde. Tenemos que coger el coche, atravesar Robinson Park hasta llegar a la plaza del monolito que vimos al llegar, y después girar a...
Alan continuó hablando mientras todos salían. Dave fue el último en hacerlo. Antes de cerrar la puerta, apagó la luz y aspiró la suave fragancia a algodón de azúcar que aún impregnaba la habitación y que tanto le gustaba. Le encantaba ese perfume...
Las cosas que hace una dosis de realidad. Alan aún estaba asombrado. La impresionante verja que lo rodeaba, el imponente diseño del edificio, el oscuro jardín que lo envolvía...La tormenta que se había desatado ayudaba a reforzar la primera impresión que se tenía al llegar allí. Cierto. Pero hubiera apostado a que un luminoso día de primavera no lograría reducir el impacto que generaba aquel lugar. Alan se preguntó por qué en las fotografías no provocaba escalofríos. Y cuando leyó la placa, lo primero que sintió fueron ganas de resistirse a entrar o de planear una fuga. “Arkham Asylum. Para criminales mentalmente perturbados”. No sabría decir qué palabra le incomodaba más...
Al traspasar la puerta, tuvo la misma sensación que se siente al oír voces desde el interior de un ascensor que al empezar a abrirse parecía vacío. Una sala grande, en tonos claros, débilmente iluminada, acogía a los visitantes. Y al fondo, detrás de un mostrador, se veía una figura sentada. Parecía un maniquí hasta que movió la cabeza. No supo por qué, pero a Alan le inquietó aquel gesto. Dave fue el primero en acercarse a ella. Los demás le siguieron en silencio.
- Buenas tardes.
La mujer que parecía un maniquí ni siquiera levantó la vista. Siguió metiendo cigarrillos en una cajetilla, sin inmutarse, y al cabo de un rato movió los labios.
- ¿Queréis algo?
Una taza de café caliente. Un jersey seco. Poder chillar. La paz en el mundo. Y ver cara a cara al mayor criminal vivo de la Historia de la humanidad. Alan se decantó por expresar este último deseo.
- Pues...Quería visitar a mi tío. No sé si se ha acabado ya el horario de visitas, pero es que...Estoy de paso con mis amigos y he pensado que podía...que podíamos verle.
La mujer no hizo el más mínimo gesto. Alan la miró a los ojos y, al hacerlo, no pudo evitar pensar en cómo debían estar los que ocupaban las celdas. Probablemente no hacía falta estar loco para trabajar allí, pero seguro que ayudaba. ¿Le habría oído o tendría que repetirlo?
- ¿Nombre?
- Eh...Se llama...Joker.
Si hubiera estado jugando al poker, por la expresión de su rostro Alan hubiera jurado que aquel maniquí llevaba escalera de color. Como mínimo.
- Aquí no hay nadie con ese nombre.
Claro. Idiota. El viejo “tío” Joker alguna vez tuvo que tener un nombre de verdad. Pero, ¿cuál? Bob sonrió, tomó la palabra y enseñó sus cartas.
- Perdón. Creo que quiso decir Dent. Harvey Dent.
El maniquí pareció contrariado. ¿Eso significaba que Bob había ganado?
- ¿De quién de los dos es tío?
- Mío, mío. Es que en mi familia le llamaban...Lo siento. No me di cuenta.
Mientras la mujer tecleaba en el ordenador, Alan miró a Bob y sonrió. Todos estaban sonriendo.
- No hay nadie registrado con ese nombre.
Alan dejó de sonreír y maldijo las escaleras de color. Pensó que no había oído bien la respuesta.
- ¿Cómo?
- Que a-quí no hay na-die con ese nombre.
“Nombre no encontrado”. Pudo leerlo en la pantalla del ordenador que la mujer le mostraba. Trató de pensar rápido. Nada. Imposible. ¿Por qué la maldita prensa no empleaba casi nunca sus nombres reales? Nadie sonreía ya. Tampoco el maniquí. Alan pensó que antes debía haber elegido chillar.
- Espere un momento, por favor.
Dio unos cuantos pasos hacia atrás y esperó a que los demás le rodearan. Cuando lo hicieron, bajó la voz hasta hacer de ella un susurro.
- ¿Qué hacemos?
- Pregunta por otro. Por el Espantapa...
- Deke. No los tienen registrados por el nombre que ellos se ponen.
- Jonathan. Jonathan...Algo. No sé cuál es el apellido. Bob, ¿tú no te acuerdas?
- Joder. Lo leí una vez, sí. Era...Jonathan...¿Kane? No sé si era Kane...
Alan miró a Bob y a Dave. Luego chasqueó la lengua y miró a Deke. Ni siquiera tuvo en cuenta que Jennifer también estaba allí.
- ¿Qué hacemos?
- Vamos a probar con el nombre que ha dicho Bobby y, si no, nos vamos. Yo me muero de hambre. Y este lugar no me gusta nada. No sé si fue buena idea venir...
- ¿Que no fue buena idea venir? Pues te recuerdo que tú eras de los que más ganas tenían. No parabas de decir que en cuanto Alan se sacara el carnet, teníamos que venir a Gotham y que...
- A Gotham, sí. Te estoy diciendo aquí.
La mujer debía estar oyéndolos. Alan decidió adelantarse hasta el mostrador.
- Perdone otra vez. Es Kane. Jonathan Kane.
El maniquí volvió a parecer contrariado. Volvió a teclear en el ordenador. Y Alan volvió a lamentar no haber elegido chillar con todas sus fuerzas.
- No hay nadie registrado con ese nombre.
Se dio la vuelta y miró a los demás. También lo habían oído. Encogió los hombros y forzó una sonrisa lo más falsa que pudo.
- Bueno, pues nada. Muchas gracias de todas formas.
Avanzó un par de pasos y se metió las manos en los bolsillos. Empezó a sentir frío.
- Venga. Vamos a tomar algo. A ver si por lo menos hay suerte con la señal.
La voz pausada e inexpresiva de la mujer les sorprendió antes de empezar a andar.
- La próxima vez que vengáis a visitar a un familiar, además del nombre, traed una orden judicial- Alan se dio la vuelta. El maniquí estaba sonriendo- Esto no es un psiquiátrico normal.
Una taza de café caliente. Un jersey seco. Poder chillar (ahora por otros motivos). La paz en el mundo. Y matar a esa mujer. Eso es lo que Alan quería. Y no precisamente en ese orden...
- ¿Habéis decidido ya qué queréis?
Una hamburguesa con bacon, queso y lechuga, patatas fritas y un batido. Deke ya había decidido. Jenny sólo tomaría una ensalada y una botellita de agua, aunque él le insistió en que pidiera un pedazo de aquella tarta de manzana a la que no le había quitado el ojo desde que entraron. Un día es un día. Pero si ella había dicho que no, ya no había nada que hacer.
“Billy’s” era el restaurante más cercano a su motel. Y, probablemente, a juzgar por el número de agentes de policía que ocupaban algunas mesas a la entrada, también el más barato. Muchos tomaban algo después de un duro día de trabajo. Otros tantos, antes de empezarlo. Deke pensó que era difícil distinguirlos. E, inmediatamente, se preguntó qué pensarían aquellos hombres de él. De un tipo para el que no existían límites ni obstáculos, ni papeleos ni burocracias, ni siquiera la Ley. Lo más probable es que le admiraran y envidiaran al mismo tiempo. Al fin y al cabo, él era la Ley. Cada noche. Hacía lo que había que hacer. Lo que los demás no se atrevían pero todo el mundo esperaba que alguien hiciese. Y algunos se rasgaban las vestiduras por sus “métodos”...
Bobby se giró hacia ellos y preguntó algo en voz baja. Pero era el que más lejos de él quedaba en la barra y Deke no le oyó. Le pidió que lo repitiera.
- Que a qué hora pensáis que la encenderán.
- ¿Y qué era lo que decías?
- Que yo imagino que aún es pronto. Y la tormenta cada vez está peor. Incluso los criminales se quedan en sus casas cuando llueve.
Eso era ridículo. No se quedaron en casa cuando el tornado estaba cerca y atracaron a los padres de Jenny al salir de un Lex-E-Fast. Tampoco cuando el ayuntamiento pidió a la gente que no saliera de sus casas a causa de la nevada y a su padre le golpearon para quitarle el maletín. No les importaba una mierda el tiempo que hiciera. Ellos siempre estaban ahí. Los muy cabrones siempre estaban ahí.
- Oiga...Perdone. Es que no somos de aquí y nos preguntábamos...¿Sabe a qué hora se enciende la señal?
A aquel hombre obeso y con cara de buena persona la pregunta de Alan pareció sonarle como si le interrogaran sobre en qué ciudad se encontraban.
- ¿Que a qué hora? Hijo, eso no es un cine. No tiene sesiones programadas.
- P-pero...La encienden cada noche. ¿No?
- Casi todas. Todas no.
Genial. Eso significaba que podían pasarse toda la noche contemplando el diluvio universal para, tal vez, no ver otra cosa que el mismo cielo que se veía desde sus confortables hogares. Deke lamentó no haber apostado en las carreras aquel día.
- Y...¿Puede verse desde...desde un tercer piso? Es que estamos en el motel de aquí al...
- Puede verse desde la maldita Blüdhaven.
Bobby y Dave se pusieron a cuchichear en cuanto el hombre obeso se marchó. Pero enseguida volvió con los platos que le habían pedido.
- Falta tu batido. Ahora te lo traen- El camarero cogió un vaso y se puso a limpiarlo con un trapo sucio. Les sonrió y les guiñó un ojo- ¿Sabéis por qué no la encienden cada noche?
Sólo Jenny hundió su tenedor en el plato de ensalada que tenía delante. Los demás no se movieron.
- Si la encendieran todos los días, perdería su significado. Ya sabréis cuál es. ¿No?
Avisarle. Deke lo sabía. Pero no asintió. Ninguno lo hizo. Antes de que el hombre continuara apareció una mujer con un vaso en la mano. Esperó a que el hombre obeso con cara de buena persona le hiciese algún gesto y se acercó a Deke. Le dio su batido, le dedicó una sonrisa y se quedó de pie, al otro lado de la barra, esperando. Era mayor. Tendría más de treinta. Pero a Deke le pareció bastante atractiva, con aquel peinado y aquel uniforme rosa y blanco. Cuando le devolvió la sonrisa, sintió la mano de Jenny en su pelo, y sus labios en su mejilla. No pudo evitar sonreír mentalmente.
- Asustarlos. Ésa es su función. Les llena de pánico. Les hace llamar a gritos a sus madres. Por eso es tan grande. Para que la vean. Para que la vean todos.
- Todos...¿Quiénes?
Jenny lo preguntó mientras, disimuladamente, cogía del plato de Deke un par de patatas fritas. A él le pareció que eran las dos que más ketchup tenían.
- Todos los delincuentes. Para eso se creó. Lo criminales son cobardes y...
- Y supersticiosos.
El hombre obeso pareció molesto con la interrupción. La camarera hizo un gesto divertido sacando la lengua y se marchó. A Deke le pareció muy simpática.
- Son cobardes y la señal les asusta.
Volvió la vista hacia un lado y vio aparecer la cabeza de Bobby por detrás de Dave, inclinándose hacia delante y arqueando las cejas mientras le miraba sonriente.
- Quien quiera que tuviese la idea en el Departamento fue muy inteligente. Algunos dicen que fue el anterior comisario de policía, aunque otros aseguran que en realidad fue el antiguo fiscal del...
Un momento. ¿“En el Departamento”?
- No deberías repetirle a los clientes la propaganda que te sueltan esos caras de palo a los que inflas a rosquillas, Billy. Te hace parecer más tonto.
Deke, Jenny, Alan, Dave y Bobby se dieron la vuelta.
- ¿No te das cuenta de que eso es una estupidez? ¿Qué sentido tiene asustar a los criminales con una linterna y luego decirles que detrás de ella no hay ningún hombre del saco que vaya a llevárselos? Dicen que es para darles miedo y niegan que exista aquél a quien temen. Los de azul nunca han sido muy listos.
Deke y Alan miraron al hombre obeso, que dejó el vaso bajo la barra y murmuró algo entre dientes. Se dio la vuelta y se metió en la cocina. El resto siguió pendiente del hombre corpulento que se comía un enorme filete sentado a sus espaldas.
- Entonces...Es verdad que existe. ¿No?
- Preguntádselo a los habitantes de Arkham, a ver quién los ha detenido y les ha hecho confesar, llorando como niñas. Con perdón.
A Deke le hizo gracia aquella expresión: “como niñas”. Pero no supo si se había disculpado con Jenny por ese comentario o con todos ellos por el conato de eructo.
- ¿Y por qué no le avisan cada noche? Siempre habrá algún delito que pueda evitar. ¿No?
- Supongo que para darle descanso. Aunque resulte difícil de creer, a veces incluso ellos solos atrapan a algún ladrón de caramelos sin su ayuda. Son magníficos.
- Dicen que va disfrazado de...
- Ya. La gente dice muchas cosas. Sobre todo, los que nunca le han visto. Pero puede que sea verdad. Mientras haga su trabajo, ¿qué importa que esté chiflado?
“Su trabajo”. Pese a haber estado muriéndose de hambre hasta hacía pocos minutos, Deke cada vez tenía menos apetito. Y, por las caras del resto, a los demás parecía pasarles lo mismo. Salvo a Jenny.
- Tiene usted razón. Yo llevo cincuenta y siete años en esta ciudad y jamás le he visto. Alguien debería impedir que desde la alcaldía siguieran engañando a los pobres turistas.
El hombre corpulento dejó de comer su filete y miró al tipo pequeño y de aspecto cansado que tomaba una copa en la barra, al lado de Bobby. Lo miró como si, de repente, en mitad de su trozo de carne se hubiera encontrado una espina de pescado.
- Joder, amigo. ¿Ha oído algo de lo que he dicho?
Pero el hombre no parecía oír nada.
- Dicen que han bajado los índices de criminalidad, pero no dicen nada de cuánto ha subido el de visitantes desde que la prensa empezó a hablar de él. Aquí antes no venía nadie. Hasta que pusieron eso en el tejado de la comisaría.
- ¿Quiere hablar de índices? ¿Por qué no dice nada del de hijos de puta que ha metido en Arkham? ¿Eh?
Deke miró a los demás. Todos estaban contando monedas en las palmas de sus manos o en la barra, aunque aún quedaba algo de comida en sus platos. En todos menos en el de Jenny. Se alegró por eso.
El debate continuaba cuando salieron de allí. El tipo de la barra y el del filete discutían sobre la bajada de impuestos que había prometido el alcalde Dickerson. A Deke le dolía la cabeza. Puede que por eso se le olvidara insistirle a Jenny antes de irse de que pidiera una porción de aquella tarta de manzana que él sabía que a ella tanto le apetecía...
Tumbada en aquella cama, mientras acariciaba el pelo de su novio, Jenny se sintió tremendamente satisfecha. Aquel condenado pastel tenía una pinta deliciosa. Pero no había caído. Aunque estuvo cerca de hacerlo cuando Deke le insistió que un día era un día y que así probaría cómo eran los postres de aquella feísima ciudad. Pero no había caído. Jenny sabía que la tarta era lo de menos. Que lo importante era demostrarse a sí misma que podía hacerlo. Y había podido. Estaba muy orgullosa de ello.
Pero el silencio que había en aquella habitación la deprimía. Ni Deke, ni Alan, ni David habían abierto la boca desde que salieron de la cafetería. Ni siquiera Bobby, tumbado al lado de ella, en su deshecha cama, había soltado ninguna de sus habituales y divertidas tonterías de niño pequeño. ¿Sería por lo del manicomio? ¿O tal vez por la discusión de la cena? Jenny decidió probar fortuna a ciegas.
- ¿Quién creéis que llevaba razón: el dueño, el que parecía un vendedor de seguros o el...?
- Un reclamo para turistas, un cazarrecompensas de la policía o un fantasma para asustar a los delincuentes. ¿Qué más da? Esto es una mierda.
Vale. Alan lo había dejado claro. Era por lo del restaurante. Les habían tirado abajo el mito en el que habían creído desde niños. A veces era difícil darse cuenta de que no seguían siéndolo. Pero, en realidad, todavía lo eran.
- Yo creo que el gordo tenía razón. Pensadlo. Utilizan la señal para avisarle. Le dan una misión. Lo equipan bien y él hace su trabajo. Pagan a un solo hombre por lo que una unidad entera no es capaz de hacer. Y puede que incluso se disfrace, como dicen. Debe ser el mejor en lo que hace. Probablemente sea un veterano loco que esté de vuelta de todo y...
- Eso ya está pasado, Deke. Creo que el camarero decía la verdad. Puede que no sea más que un truco de la policía. Ya habéis oído al otro: los índices de delincuencia han...
- Ya, Bobby. Pero, ¿y los delincuentes que salen diciendo que un tipo de dos metros que lleva una capa y una máscara les ha pegado una paliza?
- ¿Qué? ¿Cómo sabes que no están mintiendo a cambio de una reducción de sus condenas?
Jenny no podía entender cómo eran capaces de estar hablando sobre aquello en serio. Y durante horas, nada menos. No se daban cuenta de lo aburridos que podían llegar a resultar. Excepto David, a quien parecía cansarle el tema tanto como a ella. Jenny hubiera jurado que llevaba horas allí, de pie, mirando la lluvia a través de la ventana, sin moverse. Aunque la verdad era que no le sorprendía demasiado: hacía semanas que David se comportaba de una forma muy extraña.
- Vale. Imagínate que mienten. ¿Y todos los de Arkham? A esos no me diréis que también les reducen las penas...
- Deke. Son enfermos. Están mal de la cabeza. Pueden decir que les ha arrestado el puto Paul Bunyan [1] y creérselo de verdad. Y, además, ni Bob ni tú estáis teniendo en cuenta una cosa muy importante. Hemos estado en Arkham. Y acojonar, acojona. No lo niego. Pero...¿Cómo sabéis que realmente allí están quienes se supone que tienen que estar? Porque hemos preguntado por los tres más famosos y no estaba ninguno.
- Bueno. Yo a lo mejor me equivoqué. Puede que no se llame Jonathan Kane.
- Vale. Y al Joker no lo tienen registrado con ese nombre. Pero...¿Dónde coño está Harvey Dent? Se supone que Dos Caras tiene que estar en Arkham. ¿No?
De nuevo volvió el silencio. Jenny estaba pensando en la camarera de la cena. Debería haber una ley en todos los Estados del país que impidiera a las camareras coquetear con los clientes para conseguir más propina. Ella no se le insinuaba al señor O’Toole cuando iba a cuidar al pequeño Timmy para que le pagara más por las horas que estaba...Jenny pensó que a las camareras que no sólo servían mesas debía llamárseles por su verdadero nombre.
- Entonces, Alan, según tú...
- Según yo, esta maldita ciudad es una estafa. Creo que vieron la fama que estaba teniendo Metrópolis y pensaron: “Vamos a decir que nosotros también tenemos uno. Uno al que nadie ve, pero que es mucho más interesante y misterioso que el que todo el mundo conoce. No podéis verle, pero podéis venir y ver el foco. Y la casa del terror que tenemos en las afueras. Y luego no olvidéis contárselo a vuestros amigos”. Y eso han hecho. La policía, la prensa...Todos los que podían decir la verdad, están implicados. Todos salen beneficiados. ¿No os parece realmente extraño?
Otra vez. El insoportable silencio. Jenny prefería que siguieran hablando, aunque fuera de aquella tontería, antes de que se quedaran callados. Le hubiera gustado que Deke contara otra vez aquella teoría suya sobre un miembro de los Cuerpos Especiales que abandonaba el Ejército y decidía imponer la Ley en una pequeña ciudad. Pero, para su sorpresa, no fue eso lo que le oyó decir.
- ¿Sabéis qué? Creo que Alan tiene razón. Jenny lo dijo esta tarde: cada criminal lo describe de una manera. A veces, incluso, como si fuera una tía de nuestra edad.
- ¿Y no es muy raro que en otras ciudades los asesinos no se pongan disfraces ni nombres absurdos, como los de aquí?
- ¿Queréis la mejor prueba de todas? Nosotros.
Hubo unos segundos de incomodísimo silencio hasta que Alan continuó hablando.
- ¿Creéis que alguna vez habríamos gastado un maldito centavo en esta ciudad si no lo conociéramos? ¿Quién demonios sabía dónde estaba Gotham antes de que se empezara a hablar de él?
Jenny no daba crédito a lo que estaba oyendo. Hubiera jurado que estaban madurando en minutos lo que no habían hecho en los últimos diez años. ¿Y todo gracias a aquella horrible ciudad?
- ¿Tú qué crees, Dave?
Pero David no se movió. Parecía que siempre hubiese estado en esa misma posición. Pegado a la ventana, mirando la lluvia.
- Creo que ya han pasado más de quince minutos desde que encendieron la señal y no se ve a nadie en el tejado de la comisaría. Y menos un murciélago gigante esperando recibir una misión.
Bobby saltó de su cama y se asomó a la ventana. Alan y Deke ni siquiera se movieron.
- Esto es una mierda...
- Os propongo una cosa. A ver qué os parece. ¿Y si mañana cogemos el coche, nos largamos de aquí y nos vamos a Metrópolis, a ver a un héroe de verdad? A uno que sí que existe.
Jenny no podía creerse que hubiera sido al aburrido de Alan a quien se le hubiera ocurrido esa idea tan maravillosa.
- Y si tampoco lo viéramos, siempre podremos visitar la sede central de LexCorp y el antiguo despacho del presidente Luthor. ¿Os parece bien?
Era tarde y habían tenido un día muy largo. Pero eso no impidió que se pasaran mucho tiempo preparando el viaje que harían al día siguiente. Hablaron de cómo sería la Ciudad del Mañana, de qué sentirían al estar allí, de lo mucho que contarían al regresar a casa, de cómo sería él...
Cuando se acostaron, Jenny estaba terriblemente emocionada. Tanto que no podía dormir. Metrópolis. Siempre había soñado con visitarla. La ciudad de las tiendas, de los grandes edificios, de la gente de verdad...No podía esperar a que amaneciera. A que llegara el momento de salir de allí. A poder decir, por fin, adiós a Gotham...
Fin
Referencias:
[1] Paul Bunyan es el protagonista de una antigua leyenda estadounidense. Se supone que fue un gigante nacido en Maine, que se convirtió en leñador y que, acompañado por un buey azul llamado Babe, taló todos los bosques de Dakota del Norte en un solo mes.
- Joder, Bob. No han pasado dos horas desde que lo preguntaste por última vez. Pareces un niño pequeño.
- Es que es un niño pequeño. ¿Verdad, Bobby? ¿Verdad que eres un niño pequeñito?
Bob se revolvió, arqueó su brazo derecho y le dio un codazo a Deke lo más cerca del estómago que pudo. Odiaba que le llamasen Bobby. Y él lo sabía.
Deke no siempre fue así. Antes no era un capullo. Pero es que antes no salía con aquella estúpida de Jenny. Ni tenía que aparentar que era mayor. Ni tenía que estar pendiente a cada momento de que ella no estuviese cansada, aburrida o enfadada. Y Dios sabía que aquello no era una tarea fácil, porque Jenny parecía hacer verdaderos esfuerzos por cansarse, aburrirse o enfadarse por cualquier cosa. Y a veces, incluso, las tres cosas a la vez.
Deke se giró hacia él, le agarró las muñecas con la mano izquierda y le dio un puñetazo en la pierna. En la que antes no se le había dormido, claro. Bob trató de protegerse y evitar el golpe, pero no lo consiguió. En eso sí se notaba que tenía un año más que él: pegaba más fuerte y más rápido. Como respuesta, Bob le soltó un manotazo que le golpeó las costillas. Pero no debió hacerle mucho daño: la risa burlona de Deke ahogó los inaguantables quejidos de protesta de su novia.
- Como no os estéis quietos de una puta vez, os juro que paro el coche y nos volvemos a casa. ¿Lo habéis oído?
A Bob le pareció que hasta el motor dejó entonces de emitir el molesto ronroneo que llevaba haciendo desde que salieron. Miró al frente y vio los ojos de Alan a través del retrovisor. No estaba seguro de si le miraban sólo a él pero, por si acaso, decidió estarse quieto. Durante muchos minutos.
Era verdad que hacía menos de dos horas que había preguntado si faltaba mucho. Pero es que le dolían las piernas. No podía evitarlo. Necesitaba ir al baño desde hacía mucho tiempo. Tal vez un año, que era lo que parecía que llevaban allí dentro. Pero no se había quejado por ello. Podía aguantar. Lo peor eran las piernas. Alan y Dave estarían cómodos allí delante, pero detrás había muy poco espacio. Apenas si podían moverse. Habría condenados a muerte que estarían pasándolo mejor que cuando a él se le durmió la pierna izquierda. Pero no se lamentó. No señor. Sólo preguntó si faltaba mucho. Nadie se quejó cuando Jenny exigió que pararan. Y Alan le pidió disculpas por haber tardado más de tres minutos en hacerlo. Bruja manipuladora.
Movió un poco la espalda en el respaldo y se puso a calcular mentalmente cuánto tiempo faltaría para llegar. Pero no consiguió recordar qué distancia le había dicho Alan que llevaban recorrida la última vez que habían parado, así que trató de averiguarlo por algún cartel de la carretera. Mientras miraba por la ventanilla, pensó que estaría más cómodo si Jenny no estuviera. Le molestó no saber qué pintaba ella allí. No tenía ninguna obligación de ir. No había hecho la promesa. Seguro que cuando la hicieron ella no había oído ni una sola noticia sobre el tema. Además, estaba convencido de que no tenía el más mínimo interés en lo que iban a ver. Sólo iba para no separarse de Deke. Su falta de confianza en él le pareció tan romántica...
Por un segundo, se le vino a la cabeza el cumpleaños de su padre. Pero enseguida comenzó a recordar, de nuevo, la imagen de aquella actriz saliendo de una tarta que había visto en televisión tres días atrás. No podía dejar de pensar en ello. Nunca en su vida había visto nada igual. Meredith Jones le dijo al día siguiente que, bien vestidas y pintadas, todas las mujeres eran prácticamente igual de hermosas. Pero aquella actriz no se parecía a ninguna mujer, incluso maquillada, que él hubiese visto jamás. No en esta vida, al menos. Y no era precisamente por ir bien vestida. Pensó en Meredith saliendo de una tarta. La imagen apenas duró en instante en su mente. Luego pensó en Jenny. Se inclinó hacia adelante, giró la cabeza y, disimulando, la miró. Ella no pareció darse cuenta. Después de un rato, la miró a la cara. Y volvió a apoyarse otra vez en el respaldo. Sonrió para sus adentros. Meredith Jones iría al infierno por sus mentiras o al cielo por su ingenuidad. Pero, definitivamente, el problema no era el maquillaje.
El siguiente pensamiento que se fue formando en su cabeza fue un rostro muy blanco con cabellos verdes. ¿Sería pintura? Probablemente no. Un enfrentamiento bajo la lluvia se convertiría en algo de lo más ridículo. Aunque, a lo mejor, no ejecutaba ningún crimen cuando los del servicio meteorológico pronosticasen mal tiempo. Además, enfrentarse a él ya debía ser suficientemente horrible sin ninguna tormenta como para hacerlo aún más aterrador. Sería imposible verlo, entre las sombras y la lluvia. Sin embargo, tal vez, un oportuno relámpago podría delatar su enorme presencia. Podría vérsele, entonces, saltando con la capa extendida, sobrevolando la ciudad. Verlo. El rostro que atemorizaba a delincuentes y asesinos. ¿Sería un hombre? Cuando era pequeño, pensó que era un demonio. Tenía pesadillas con él. Su padre le dijo que no era real. Como el Zorro o la Sombra. Pero Bob nunca había oído a nadie decir en televisión que le había salvado la vida un misterioso espadachín enmascarado aficionado a la enchilada y el guacamole.
Su padre le dijo que si fuera real y fuera malvado, la policía ya lo habría detenido. Como a esa panda de chiflados que había en aquella ciudad, que se disfrazaban de Halloween para cometer crímenes, y que, en realidad, sólo eran unos pobres locos. Y si fuera real y fuera bueno, no saldría por las noches. Se dejaría ver, se daría a conocer, para que la gente le aplaudiera y le agradeciera lo que hacía por ellos. “Como el tipo ese de Metrópolis”. No estaba muy seguro de que su padre tuviera razón, pero las pesadillas desparecieron. Aunque nunca dejó de pensar en él. En aquel hombre enorme vestido de Drácula que...
- ¡Mirad!
El inesperado grito de su hermano le sobresaltó. Deke se dio cuenta y sonrió. Se acercó a Jenny, le dijo algo al oído y ambos rieron. Capullo y bruja manipuladora. Bob trató de ignorarlos. Delante de ellos, a lo lejos, la silueta negra y diminuta de unas estalagmitas de metal y cemento cada vez más grandes se recortaba en el grisáceo horizonte. Más cerca, sobre la carretera, un cartel se elevaba por encima de sus cabezas. “Gotham. 3 millas”. Ya no faltaba mucho. En ese momento, sin saber por qué, Bob recordó que llevaba un buen rato deseando ir al baño...
Dave no dejaba de preguntarse por qué, teniendo la cama de su hermano sin hacer, justo al lado, Derek y Jenny habían tenido que tumbarse en la suya nada más terminar de arreglarla. No le sorprendió que fueran a su habitación a charlar, porque, al fin y al cabo, era la única desde la que se podía ver algo por la ventana. Pero no entendía por qué habían elegido su cama y no la de Bob. Después tendría que volver a hacerla. Pese a todo, siguió dando gracias al cielo de que estuvieran allí, aunque fuera en su cama, y no se hubieran encerrado en su habitación nada más llegar.
- ¿Que qué más da eso? ¿Te parece poco tener un arsenal y ser experto en técnicas de combate?
- Comparado con el miedo, sí. El miedo es su mejor arma.
Dave continuó vaciando su bolsa de viaje. Había muy poco espacio, pero también era verdad que había tenido suerte: Bob no se molestaría siquiera en deshacer su equipaje.
- ¿El miedo? Claro. Imagínate que te está apuntando con un rifle de...
- Dicen que no usa armas.
- Ya. Y tú te lo crees. ¿Y cómo pudo, entonces, atacar a todos los guardaespaldas de Falcone cuando se metió en su casa, hace años? ¿Escupiéndoles?
- Con el miedo, tío. Con el miedo.
- Joder con el miedo, Bobby. Ni que los matara de un infarto...
- Dicen que no mata.
Dos pantalones, una camiseta, dos camisas, un jersey y la ropa interior. Y no le cabía. Dave se preguntó cuántos clientes sin equipaje habrían tenido problemas de espacio en aquel motel. Comenzó a sacar las cosas de aseo y a ponerlas sobre el mueble en el que había guardado la ropa.
- ¿Tú que crees, Dave? ¿Qué es lo que más acojona de él: las armas o que dé miedo?
No le sorprendió que la pregunta fuera tan estúpida. Miró a la pared y no se dio la vuelta para responder.
- Creo que se siente solo y quiere venganza. Creo que alguien le hizo una...una cosa horrible, y quiere vengarse. Y no parará hasta que lo consiga. ¿No querrías tú devolverle el dolor a alguien que te hubiese hecho mucho daño?
- Uh...Pues...No sé. Sí. Supongo. Pero...¿Y a todos los que detiene? No todos le habrán hecho algo. ¿No?
Dave cogió las cosas de aseo y se fue al baño. Oyó la voz de Derek, pero no entendió sus palabras. Cuando terminó de colocarlas, se quedó un rato sentado en el borde de la bañera, esperando. Hubiera apostado su alma a que él no era capaz de apreciar el dulce olor a algodón de azúcar que podía respirarse en la habitación desde que ella había entrado. Claro que no. Tendría que reencarnarse cien veces para ello. Y, aun así, nunca sabría lo que era quedarse por las noches sin dormir, pensando regalos que nunca le haría. Nunca sabría lo que era jugar a los espejos para ver a escondidas su precioso rostro reflejado, sin ser descubierto. Nunca sabría lo que era hablar a solas con ella y contarle sus sentimientos y pensamientos, sin que ella estuviera delante. Nunca sentiría lo que él sentía.
Tragó saliva, se aclaró la garganta y volvió a la habitación. Se fue directamente a la ventana, apoyó su brazo en el cristal y posó su frente en su antebrazo. Bob y Derek seguían discutiendo sobre miedos y preparación militar. Estaban discutiendo sobre él. Hacía años que no lo hacían. Dave pensó que casi tantos como desde que hicieron la promesa de ir a aquella ciudad. No pudo reprimir un leve suspiro. Le pareció que había transcurrido mucho tiempo desde entonces, pero, a la vez, tenía la sensación de que había pasado muy deprisa.
- ¿Y si resulta que es una persona normal? O a lo mejor incluso es una chica. De vez en cuando, en las noticias, dicen que algunos delincuentes no lo describen como un hombre grande, sino como una joven más o menos de mi edad...
Hubo unos segundos de silencio. Dave sonrió. Se la imaginó con un uniforme negro, surcando aquel cielo plomizo. Conociéndola, seguro que ella le daría un toque de color a la Justicia y se pondría una capa azul y unos guantes amarillos. O tal vez unas botas.
- ¿Q-qué?...¿Lo estás diciendo en serio?
- Eh...Bueno...A lo mejor no. No sé. Pero no es una mala idea. ¿No?
- Claro que no, Jenny. No puedes saber cómo es, porque nunca le has visto. Y Bobby tampoco.
- Para eso estamos aquí. ¿O no?
El edificio del Departamento de Policía le pareció a Dave bastante diferente a como se veía en televisión. Parecía más pequeño. Y mucho más antiguo. Aunque la verdad era que nadie en su sano juicio se atrevería a decir que los que lo rodeaban acabaran de ser construidos. En realidad, nada parecía nuevo en aquella ciudad. Bajó la vista y se fijó en la gente que recorría el tramo de acera que tenía delante de él. ¿Cuántos le habrían visto alguna vez? ¿A cuántos habría salvado la vida?
- Bueno...A lo mejor no es una chica. Pero puede que sea un adolescente normal, como nosotros, que necesita ayudar a los que le rodean porque tiene algún poder especial y siente que tiene una gran responsabilidad. A lo mejor le mordió un murciélago cuando era pequeño y eso hace que ahora pueda volar. O guiarse por el sonido. O...
- Eso es una estupidez, Jenny. No hace nada de eso.
A Dave no le gustó el tono de voz de su hermano. En realidad, no le gustaba nada de todo aquello. Se dio la vuelta y miró a Bob.
- Se está haciendo tarde. Vete a despertar a Alan, que para cuando lleguemos va a estar cerrado.
En ese momento, tres pequeños golpes secos sonaron contra la puerta de la habitación. Bob se levantó a abrir y dejó pasar a Alan, que llevaba un plano de la ciudad en su mano. Parecía descansado.
- Vámonos, que se nos va a hacer tarde. Tenemos que coger el coche, atravesar Robinson Park hasta llegar a la plaza del monolito que vimos al llegar, y después girar a...
Alan continuó hablando mientras todos salían. Dave fue el último en hacerlo. Antes de cerrar la puerta, apagó la luz y aspiró la suave fragancia a algodón de azúcar que aún impregnaba la habitación y que tanto le gustaba. Le encantaba ese perfume...
Las cosas que hace una dosis de realidad. Alan aún estaba asombrado. La impresionante verja que lo rodeaba, el imponente diseño del edificio, el oscuro jardín que lo envolvía...La tormenta que se había desatado ayudaba a reforzar la primera impresión que se tenía al llegar allí. Cierto. Pero hubiera apostado a que un luminoso día de primavera no lograría reducir el impacto que generaba aquel lugar. Alan se preguntó por qué en las fotografías no provocaba escalofríos. Y cuando leyó la placa, lo primero que sintió fueron ganas de resistirse a entrar o de planear una fuga. “Arkham Asylum. Para criminales mentalmente perturbados”. No sabría decir qué palabra le incomodaba más...
Al traspasar la puerta, tuvo la misma sensación que se siente al oír voces desde el interior de un ascensor que al empezar a abrirse parecía vacío. Una sala grande, en tonos claros, débilmente iluminada, acogía a los visitantes. Y al fondo, detrás de un mostrador, se veía una figura sentada. Parecía un maniquí hasta que movió la cabeza. No supo por qué, pero a Alan le inquietó aquel gesto. Dave fue el primero en acercarse a ella. Los demás le siguieron en silencio.
- Buenas tardes.
La mujer que parecía un maniquí ni siquiera levantó la vista. Siguió metiendo cigarrillos en una cajetilla, sin inmutarse, y al cabo de un rato movió los labios.
- ¿Queréis algo?
Una taza de café caliente. Un jersey seco. Poder chillar. La paz en el mundo. Y ver cara a cara al mayor criminal vivo de la Historia de la humanidad. Alan se decantó por expresar este último deseo.
- Pues...Quería visitar a mi tío. No sé si se ha acabado ya el horario de visitas, pero es que...Estoy de paso con mis amigos y he pensado que podía...que podíamos verle.
La mujer no hizo el más mínimo gesto. Alan la miró a los ojos y, al hacerlo, no pudo evitar pensar en cómo debían estar los que ocupaban las celdas. Probablemente no hacía falta estar loco para trabajar allí, pero seguro que ayudaba. ¿Le habría oído o tendría que repetirlo?
- ¿Nombre?
- Eh...Se llama...Joker.
Si hubiera estado jugando al poker, por la expresión de su rostro Alan hubiera jurado que aquel maniquí llevaba escalera de color. Como mínimo.
- Aquí no hay nadie con ese nombre.
Claro. Idiota. El viejo “tío” Joker alguna vez tuvo que tener un nombre de verdad. Pero, ¿cuál? Bob sonrió, tomó la palabra y enseñó sus cartas.
- Perdón. Creo que quiso decir Dent. Harvey Dent.
El maniquí pareció contrariado. ¿Eso significaba que Bob había ganado?
- ¿De quién de los dos es tío?
- Mío, mío. Es que en mi familia le llamaban...Lo siento. No me di cuenta.
Mientras la mujer tecleaba en el ordenador, Alan miró a Bob y sonrió. Todos estaban sonriendo.
- No hay nadie registrado con ese nombre.
Alan dejó de sonreír y maldijo las escaleras de color. Pensó que no había oído bien la respuesta.
- ¿Cómo?
- Que a-quí no hay na-die con ese nombre.
“Nombre no encontrado”. Pudo leerlo en la pantalla del ordenador que la mujer le mostraba. Trató de pensar rápido. Nada. Imposible. ¿Por qué la maldita prensa no empleaba casi nunca sus nombres reales? Nadie sonreía ya. Tampoco el maniquí. Alan pensó que antes debía haber elegido chillar.
- Espere un momento, por favor.
Dio unos cuantos pasos hacia atrás y esperó a que los demás le rodearan. Cuando lo hicieron, bajó la voz hasta hacer de ella un susurro.
- ¿Qué hacemos?
- Pregunta por otro. Por el Espantapa...
- Deke. No los tienen registrados por el nombre que ellos se ponen.
- Jonathan. Jonathan...Algo. No sé cuál es el apellido. Bob, ¿tú no te acuerdas?
- Joder. Lo leí una vez, sí. Era...Jonathan...¿Kane? No sé si era Kane...
Alan miró a Bob y a Dave. Luego chasqueó la lengua y miró a Deke. Ni siquiera tuvo en cuenta que Jennifer también estaba allí.
- ¿Qué hacemos?
- Vamos a probar con el nombre que ha dicho Bobby y, si no, nos vamos. Yo me muero de hambre. Y este lugar no me gusta nada. No sé si fue buena idea venir...
- ¿Que no fue buena idea venir? Pues te recuerdo que tú eras de los que más ganas tenían. No parabas de decir que en cuanto Alan se sacara el carnet, teníamos que venir a Gotham y que...
- A Gotham, sí. Te estoy diciendo aquí.
La mujer debía estar oyéndolos. Alan decidió adelantarse hasta el mostrador.
- Perdone otra vez. Es Kane. Jonathan Kane.
El maniquí volvió a parecer contrariado. Volvió a teclear en el ordenador. Y Alan volvió a lamentar no haber elegido chillar con todas sus fuerzas.
- No hay nadie registrado con ese nombre.
Se dio la vuelta y miró a los demás. También lo habían oído. Encogió los hombros y forzó una sonrisa lo más falsa que pudo.
- Bueno, pues nada. Muchas gracias de todas formas.
Avanzó un par de pasos y se metió las manos en los bolsillos. Empezó a sentir frío.
- Venga. Vamos a tomar algo. A ver si por lo menos hay suerte con la señal.
La voz pausada e inexpresiva de la mujer les sorprendió antes de empezar a andar.
- La próxima vez que vengáis a visitar a un familiar, además del nombre, traed una orden judicial- Alan se dio la vuelta. El maniquí estaba sonriendo- Esto no es un psiquiátrico normal.
Una taza de café caliente. Un jersey seco. Poder chillar (ahora por otros motivos). La paz en el mundo. Y matar a esa mujer. Eso es lo que Alan quería. Y no precisamente en ese orden...
- ¿Habéis decidido ya qué queréis?
Una hamburguesa con bacon, queso y lechuga, patatas fritas y un batido. Deke ya había decidido. Jenny sólo tomaría una ensalada y una botellita de agua, aunque él le insistió en que pidiera un pedazo de aquella tarta de manzana a la que no le había quitado el ojo desde que entraron. Un día es un día. Pero si ella había dicho que no, ya no había nada que hacer.
“Billy’s” era el restaurante más cercano a su motel. Y, probablemente, a juzgar por el número de agentes de policía que ocupaban algunas mesas a la entrada, también el más barato. Muchos tomaban algo después de un duro día de trabajo. Otros tantos, antes de empezarlo. Deke pensó que era difícil distinguirlos. E, inmediatamente, se preguntó qué pensarían aquellos hombres de él. De un tipo para el que no existían límites ni obstáculos, ni papeleos ni burocracias, ni siquiera la Ley. Lo más probable es que le admiraran y envidiaran al mismo tiempo. Al fin y al cabo, él era la Ley. Cada noche. Hacía lo que había que hacer. Lo que los demás no se atrevían pero todo el mundo esperaba que alguien hiciese. Y algunos se rasgaban las vestiduras por sus “métodos”...
Bobby se giró hacia ellos y preguntó algo en voz baja. Pero era el que más lejos de él quedaba en la barra y Deke no le oyó. Le pidió que lo repitiera.
- Que a qué hora pensáis que la encenderán.
- ¿Y qué era lo que decías?
- Que yo imagino que aún es pronto. Y la tormenta cada vez está peor. Incluso los criminales se quedan en sus casas cuando llueve.
Eso era ridículo. No se quedaron en casa cuando el tornado estaba cerca y atracaron a los padres de Jenny al salir de un Lex-E-Fast. Tampoco cuando el ayuntamiento pidió a la gente que no saliera de sus casas a causa de la nevada y a su padre le golpearon para quitarle el maletín. No les importaba una mierda el tiempo que hiciera. Ellos siempre estaban ahí. Los muy cabrones siempre estaban ahí.
- Oiga...Perdone. Es que no somos de aquí y nos preguntábamos...¿Sabe a qué hora se enciende la señal?
A aquel hombre obeso y con cara de buena persona la pregunta de Alan pareció sonarle como si le interrogaran sobre en qué ciudad se encontraban.
- ¿Que a qué hora? Hijo, eso no es un cine. No tiene sesiones programadas.
- P-pero...La encienden cada noche. ¿No?
- Casi todas. Todas no.
Genial. Eso significaba que podían pasarse toda la noche contemplando el diluvio universal para, tal vez, no ver otra cosa que el mismo cielo que se veía desde sus confortables hogares. Deke lamentó no haber apostado en las carreras aquel día.
- Y...¿Puede verse desde...desde un tercer piso? Es que estamos en el motel de aquí al...
- Puede verse desde la maldita Blüdhaven.
Bobby y Dave se pusieron a cuchichear en cuanto el hombre obeso se marchó. Pero enseguida volvió con los platos que le habían pedido.
- Falta tu batido. Ahora te lo traen- El camarero cogió un vaso y se puso a limpiarlo con un trapo sucio. Les sonrió y les guiñó un ojo- ¿Sabéis por qué no la encienden cada noche?
Sólo Jenny hundió su tenedor en el plato de ensalada que tenía delante. Los demás no se movieron.
- Si la encendieran todos los días, perdería su significado. Ya sabréis cuál es. ¿No?
Avisarle. Deke lo sabía. Pero no asintió. Ninguno lo hizo. Antes de que el hombre continuara apareció una mujer con un vaso en la mano. Esperó a que el hombre obeso con cara de buena persona le hiciese algún gesto y se acercó a Deke. Le dio su batido, le dedicó una sonrisa y se quedó de pie, al otro lado de la barra, esperando. Era mayor. Tendría más de treinta. Pero a Deke le pareció bastante atractiva, con aquel peinado y aquel uniforme rosa y blanco. Cuando le devolvió la sonrisa, sintió la mano de Jenny en su pelo, y sus labios en su mejilla. No pudo evitar sonreír mentalmente.
- Asustarlos. Ésa es su función. Les llena de pánico. Les hace llamar a gritos a sus madres. Por eso es tan grande. Para que la vean. Para que la vean todos.
- Todos...¿Quiénes?
Jenny lo preguntó mientras, disimuladamente, cogía del plato de Deke un par de patatas fritas. A él le pareció que eran las dos que más ketchup tenían.
- Todos los delincuentes. Para eso se creó. Lo criminales son cobardes y...
- Y supersticiosos.
El hombre obeso pareció molesto con la interrupción. La camarera hizo un gesto divertido sacando la lengua y se marchó. A Deke le pareció muy simpática.
- Son cobardes y la señal les asusta.
Volvió la vista hacia un lado y vio aparecer la cabeza de Bobby por detrás de Dave, inclinándose hacia delante y arqueando las cejas mientras le miraba sonriente.
- Quien quiera que tuviese la idea en el Departamento fue muy inteligente. Algunos dicen que fue el anterior comisario de policía, aunque otros aseguran que en realidad fue el antiguo fiscal del...
Un momento. ¿“En el Departamento”?
- No deberías repetirle a los clientes la propaganda que te sueltan esos caras de palo a los que inflas a rosquillas, Billy. Te hace parecer más tonto.
Deke, Jenny, Alan, Dave y Bobby se dieron la vuelta.
- ¿No te das cuenta de que eso es una estupidez? ¿Qué sentido tiene asustar a los criminales con una linterna y luego decirles que detrás de ella no hay ningún hombre del saco que vaya a llevárselos? Dicen que es para darles miedo y niegan que exista aquél a quien temen. Los de azul nunca han sido muy listos.
Deke y Alan miraron al hombre obeso, que dejó el vaso bajo la barra y murmuró algo entre dientes. Se dio la vuelta y se metió en la cocina. El resto siguió pendiente del hombre corpulento que se comía un enorme filete sentado a sus espaldas.
- Entonces...Es verdad que existe. ¿No?
- Preguntádselo a los habitantes de Arkham, a ver quién los ha detenido y les ha hecho confesar, llorando como niñas. Con perdón.
A Deke le hizo gracia aquella expresión: “como niñas”. Pero no supo si se había disculpado con Jenny por ese comentario o con todos ellos por el conato de eructo.
- ¿Y por qué no le avisan cada noche? Siempre habrá algún delito que pueda evitar. ¿No?
- Supongo que para darle descanso. Aunque resulte difícil de creer, a veces incluso ellos solos atrapan a algún ladrón de caramelos sin su ayuda. Son magníficos.
- Dicen que va disfrazado de...
- Ya. La gente dice muchas cosas. Sobre todo, los que nunca le han visto. Pero puede que sea verdad. Mientras haga su trabajo, ¿qué importa que esté chiflado?
“Su trabajo”. Pese a haber estado muriéndose de hambre hasta hacía pocos minutos, Deke cada vez tenía menos apetito. Y, por las caras del resto, a los demás parecía pasarles lo mismo. Salvo a Jenny.
- Tiene usted razón. Yo llevo cincuenta y siete años en esta ciudad y jamás le he visto. Alguien debería impedir que desde la alcaldía siguieran engañando a los pobres turistas.
El hombre corpulento dejó de comer su filete y miró al tipo pequeño y de aspecto cansado que tomaba una copa en la barra, al lado de Bobby. Lo miró como si, de repente, en mitad de su trozo de carne se hubiera encontrado una espina de pescado.
- Joder, amigo. ¿Ha oído algo de lo que he dicho?
Pero el hombre no parecía oír nada.
- Dicen que han bajado los índices de criminalidad, pero no dicen nada de cuánto ha subido el de visitantes desde que la prensa empezó a hablar de él. Aquí antes no venía nadie. Hasta que pusieron eso en el tejado de la comisaría.
- ¿Quiere hablar de índices? ¿Por qué no dice nada del de hijos de puta que ha metido en Arkham? ¿Eh?
Deke miró a los demás. Todos estaban contando monedas en las palmas de sus manos o en la barra, aunque aún quedaba algo de comida en sus platos. En todos menos en el de Jenny. Se alegró por eso.
El debate continuaba cuando salieron de allí. El tipo de la barra y el del filete discutían sobre la bajada de impuestos que había prometido el alcalde Dickerson. A Deke le dolía la cabeza. Puede que por eso se le olvidara insistirle a Jenny antes de irse de que pidiera una porción de aquella tarta de manzana que él sabía que a ella tanto le apetecía...
Tumbada en aquella cama, mientras acariciaba el pelo de su novio, Jenny se sintió tremendamente satisfecha. Aquel condenado pastel tenía una pinta deliciosa. Pero no había caído. Aunque estuvo cerca de hacerlo cuando Deke le insistió que un día era un día y que así probaría cómo eran los postres de aquella feísima ciudad. Pero no había caído. Jenny sabía que la tarta era lo de menos. Que lo importante era demostrarse a sí misma que podía hacerlo. Y había podido. Estaba muy orgullosa de ello.
Pero el silencio que había en aquella habitación la deprimía. Ni Deke, ni Alan, ni David habían abierto la boca desde que salieron de la cafetería. Ni siquiera Bobby, tumbado al lado de ella, en su deshecha cama, había soltado ninguna de sus habituales y divertidas tonterías de niño pequeño. ¿Sería por lo del manicomio? ¿O tal vez por la discusión de la cena? Jenny decidió probar fortuna a ciegas.
- ¿Quién creéis que llevaba razón: el dueño, el que parecía un vendedor de seguros o el...?
- Un reclamo para turistas, un cazarrecompensas de la policía o un fantasma para asustar a los delincuentes. ¿Qué más da? Esto es una mierda.
Vale. Alan lo había dejado claro. Era por lo del restaurante. Les habían tirado abajo el mito en el que habían creído desde niños. A veces era difícil darse cuenta de que no seguían siéndolo. Pero, en realidad, todavía lo eran.
- Yo creo que el gordo tenía razón. Pensadlo. Utilizan la señal para avisarle. Le dan una misión. Lo equipan bien y él hace su trabajo. Pagan a un solo hombre por lo que una unidad entera no es capaz de hacer. Y puede que incluso se disfrace, como dicen. Debe ser el mejor en lo que hace. Probablemente sea un veterano loco que esté de vuelta de todo y...
- Eso ya está pasado, Deke. Creo que el camarero decía la verdad. Puede que no sea más que un truco de la policía. Ya habéis oído al otro: los índices de delincuencia han...
- Ya, Bobby. Pero, ¿y los delincuentes que salen diciendo que un tipo de dos metros que lleva una capa y una máscara les ha pegado una paliza?
- ¿Qué? ¿Cómo sabes que no están mintiendo a cambio de una reducción de sus condenas?
Jenny no podía entender cómo eran capaces de estar hablando sobre aquello en serio. Y durante horas, nada menos. No se daban cuenta de lo aburridos que podían llegar a resultar. Excepto David, a quien parecía cansarle el tema tanto como a ella. Jenny hubiera jurado que llevaba horas allí, de pie, mirando la lluvia a través de la ventana, sin moverse. Aunque la verdad era que no le sorprendía demasiado: hacía semanas que David se comportaba de una forma muy extraña.
- Vale. Imagínate que mienten. ¿Y todos los de Arkham? A esos no me diréis que también les reducen las penas...
- Deke. Son enfermos. Están mal de la cabeza. Pueden decir que les ha arrestado el puto Paul Bunyan [1] y creérselo de verdad. Y, además, ni Bob ni tú estáis teniendo en cuenta una cosa muy importante. Hemos estado en Arkham. Y acojonar, acojona. No lo niego. Pero...¿Cómo sabéis que realmente allí están quienes se supone que tienen que estar? Porque hemos preguntado por los tres más famosos y no estaba ninguno.
- Bueno. Yo a lo mejor me equivoqué. Puede que no se llame Jonathan Kane.
- Vale. Y al Joker no lo tienen registrado con ese nombre. Pero...¿Dónde coño está Harvey Dent? Se supone que Dos Caras tiene que estar en Arkham. ¿No?
De nuevo volvió el silencio. Jenny estaba pensando en la camarera de la cena. Debería haber una ley en todos los Estados del país que impidiera a las camareras coquetear con los clientes para conseguir más propina. Ella no se le insinuaba al señor O’Toole cuando iba a cuidar al pequeño Timmy para que le pagara más por las horas que estaba...Jenny pensó que a las camareras que no sólo servían mesas debía llamárseles por su verdadero nombre.
- Entonces, Alan, según tú...
- Según yo, esta maldita ciudad es una estafa. Creo que vieron la fama que estaba teniendo Metrópolis y pensaron: “Vamos a decir que nosotros también tenemos uno. Uno al que nadie ve, pero que es mucho más interesante y misterioso que el que todo el mundo conoce. No podéis verle, pero podéis venir y ver el foco. Y la casa del terror que tenemos en las afueras. Y luego no olvidéis contárselo a vuestros amigos”. Y eso han hecho. La policía, la prensa...Todos los que podían decir la verdad, están implicados. Todos salen beneficiados. ¿No os parece realmente extraño?
Otra vez. El insoportable silencio. Jenny prefería que siguieran hablando, aunque fuera de aquella tontería, antes de que se quedaran callados. Le hubiera gustado que Deke contara otra vez aquella teoría suya sobre un miembro de los Cuerpos Especiales que abandonaba el Ejército y decidía imponer la Ley en una pequeña ciudad. Pero, para su sorpresa, no fue eso lo que le oyó decir.
- ¿Sabéis qué? Creo que Alan tiene razón. Jenny lo dijo esta tarde: cada criminal lo describe de una manera. A veces, incluso, como si fuera una tía de nuestra edad.
- ¿Y no es muy raro que en otras ciudades los asesinos no se pongan disfraces ni nombres absurdos, como los de aquí?
- ¿Queréis la mejor prueba de todas? Nosotros.
Hubo unos segundos de incomodísimo silencio hasta que Alan continuó hablando.
- ¿Creéis que alguna vez habríamos gastado un maldito centavo en esta ciudad si no lo conociéramos? ¿Quién demonios sabía dónde estaba Gotham antes de que se empezara a hablar de él?
Jenny no daba crédito a lo que estaba oyendo. Hubiera jurado que estaban madurando en minutos lo que no habían hecho en los últimos diez años. ¿Y todo gracias a aquella horrible ciudad?
- ¿Tú qué crees, Dave?
Pero David no se movió. Parecía que siempre hubiese estado en esa misma posición. Pegado a la ventana, mirando la lluvia.
- Creo que ya han pasado más de quince minutos desde que encendieron la señal y no se ve a nadie en el tejado de la comisaría. Y menos un murciélago gigante esperando recibir una misión.
Bobby saltó de su cama y se asomó a la ventana. Alan y Deke ni siquiera se movieron.
- Esto es una mierda...
- Os propongo una cosa. A ver qué os parece. ¿Y si mañana cogemos el coche, nos largamos de aquí y nos vamos a Metrópolis, a ver a un héroe de verdad? A uno que sí que existe.
Jenny no podía creerse que hubiera sido al aburrido de Alan a quien se le hubiera ocurrido esa idea tan maravillosa.
- Y si tampoco lo viéramos, siempre podremos visitar la sede central de LexCorp y el antiguo despacho del presidente Luthor. ¿Os parece bien?
Era tarde y habían tenido un día muy largo. Pero eso no impidió que se pasaran mucho tiempo preparando el viaje que harían al día siguiente. Hablaron de cómo sería la Ciudad del Mañana, de qué sentirían al estar allí, de lo mucho que contarían al regresar a casa, de cómo sería él...
Cuando se acostaron, Jenny estaba terriblemente emocionada. Tanto que no podía dormir. Metrópolis. Siempre había soñado con visitarla. La ciudad de las tiendas, de los grandes edificios, de la gente de verdad...No podía esperar a que amaneciera. A que llegara el momento de salir de allí. A poder decir, por fin, adiós a Gotham...
Fin
Referencias:
[1] Paul Bunyan es el protagonista de una antigua leyenda estadounidense. Se supone que fue un gigante nacido en Maine, que se convirtió en leñador y que, acompañado por un buey azul llamado Babe, taló todos los bosques de Dakota del Norte en un solo mes.
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