Título: La maldición de Hiroshima Autor: Jose Luis Miranda Portada: Alberto Rico Publicado en: Octubre 2005 |
Enviado a la Tierra desde el moribundo planeta Krypton, Kal-El fue criado por los Kent en Smallville. Ahora como un adulto, Clark Kent lucha por la verdad y la justicia como...
Creado por Jerry Siegel y Joe Shuster
Prólogo.
Zod estaba sobrevolando Metrópolis. Había pasado días observando a su enemigo. Ya sabía que vivía escondido como un reportero del Daily Planet, quién era su mujer, quiénes sus amigos, a quiénes consideraba sus padres, qué héroes le acompañaban. Sabía dónde compraba la comida, dónde adquiría libros, dónde solía comer...
- Estúpido, vivir como un simple mortal siendo muy superior a ellos. Maldito patán. Creer que los humanos son nuestros iguales. Establecer relaciones afectivas con ellos. Su Krypton debió ser un lugar débil y frío. El mío hervía de poder. Maldito Señor del Tiempo, creador de una mentira.
Capítulo 1: Laboratorios Star. Metrópolis.
Ray Palmer, el superhéroe conocido como Átomo, llevaba cinco días estudiando a Steve Garney. Sus conclusiones habían sido las mismas que las de los científicos de Star Labs: en apenas 48 horas la energía que portaba en su interior explotaría llevándose consigo media ciudad. Sólo su padre, Jack Garney, se negaba a aceptar la realidad. No habían logrado cura alguna. La única solución que barajaban era llevarlo a una zona deshabitada donde no hiciera daño. Algunos abogaban por un desierto y otros por llevarle fuera del planeta.
- No pienso dejar morir a mi hijo- gritó Jack, en la reunión. Esto es inhumano. Tanto superhéroe aquí, tantas cosas que podéis hacer. Salvad a mi hijo.
El Átomo tomó la palabra:
- Lo siento. El problema nos ha superado. He consultado con los mayores expertos científicos tanto de la JLA como de la JSA y no se puede hacer nada. También tuvimos aquí al Doctor Fate, por si la magia resultaba una solución. Su proposición fue trasladarle a una dimensión deshabitada. Lo único que podemos hacer es evitar que más gente salga dañada. Ojalá pudiera decir otra cosa.
- Lo intentaremos hasta que no quede otra opción.- añadió Superman.
Jack Garney se acercó a su hijo.
- Hijo, ¿puedes escucharme?
Steve estaba temblando. Se suponía que las máquinas debían minarle su energía, pero algo iba mal. Cada vez notaba más fuerza, más vitalidad. La energía aumentaba y sentía como nada parecía contenerla.
- Papá ¿qué está pasando? No pueden curarme, ¿verdad?.
- No te preocupes acabaremos encontrando una solución. Ya queda poco.
Jack, apretó los puños y los dientes. Sentía rabia, dolor. Sonrió a su hijo y se alejó. Se acercó a Atom y los demás científicos y les dijo con voz apenada:
- Hagan lo que sea necesario, pero, lo suplico, por favor que no sufra.
Después se dirigió en concreto a Superman:
- Se lo pido de rodillas. Pase lo que pase, no le deje morir solo. Nadie merece morir solo.
Superman asintió con la cabeza. De nuevo su superoído captó una llamada de auxilio. Su visión telescópica le mostró el problema. - Debo irme. Ahora mismo vuelvo.
Capítulo 2: La Casa Blanca. Washington D.C.
Lex Luthor estaba en el despacho oval. Sentado, con las manos entrecruzadas, miraba fijamente al señor Angle, su colaborador más reciente. Angle había sido militar, veterano de la Guerra del Golfo. Cuando el ejército le expulsó por torturar a prisioneros, trabajó como asesino a sueldo y traficante de drogas. Era un perfecto conocedor de los bajos fondos y, sobre todo, un especialista en conseguir lo que hiciera falta. En este caso, información de Star Labs:
- Señor Presidente, nuestro topo en los laboratorios Star nos acaba de informar que están preparando el traslado del chico radiactivo. Parece ser que han planeado que Superman lo lleve al espacio.
- ¿El llamado Hiroshima? Quedó infectado debido a los experimentos que realizamos. Todos los demás murieron. ¿Cómo es que el chico ha sido el único en sobrevivir?
- No lo sabemos. Lo cierto es que la radiación destruía lo que le rodeaba sin dañar su cuerpo. Más bien parece que lo regeneraba. Hasta ahora, claro. Va a estallar con la fuerza de varias bombas atómicas.
- Señor Angle. Manténgame informado.
Capítulo 3: Metropolis.
Ya había detenido a los tres atracadores. Se dirigió al policía que estaba tendido en el suelo. Su visión de rayos equis enfocó el pecho del agente. Dos balas se alojaban muy cerca del corazón. No había tiempo de esperar una ambulancia. Su visión de calor desinfectó sus dedos, mientras los hacía vibrar como le había visto hacer a su fallecido amigo Barry Allen. Insensibilizó la zona con un soplo helado, e introdujo los dedos en el cuerpo del agente hasta que llegó a las balas extrayéndolas en décimas de segundo. A la par, iba cauterizando las heridas que se producían, dejando intactas las venas y arterias dañadas. Sostuvo en brazos al policía y con la velocidad necesaria para no agravar su estado lo llevó volando al hospital más cercano. De repente, en el vuelo se sintió observado, un reflejo, una intuición. Superman miró al cielo con su visión telescópica y le pareció ver una figura vestida de negro en la estratosfera. La imagen no fue clara, apenas vio más que un borrón. Preocupado continuó su viaje al hospital. Nada más llegar informó de la situación exacta del herido. Aquel hombre viviría.
En el espacio Zod se maldecía. En un descuido casi había sido descubierto. Debía tener más cuidado. - Si yo puedo verle él puede hacerlo también y todavía no es el momento– pensó.
Nada más abandonar el hospital se dirigió al Daily Planet. Perry esperaba los últimos encargos. Clark entraba apresurado, se sentó ante su ordenador. Miró a su alrededor y observó a los presentes, seis personas. Calculó la trayectoria que llevaban sus miradas y llegó a la conclusión de que en los próximos siete segundos nadie miraría hacia él. Le sobraron dos. Guardo en el disco duro lo escrito y pulsó el botón de impresión para llevar una copia a Perry. Entró en el despacho de Perry, éste se volvió y le habló:
- Clark. Escucha un segundo. He enviado a Lois a entrevistar a dos mujeres que han sido víctimas de malos tratos. Una de ellas fue salvada por Superman la pasada noche. Me gustaría que escribieras una columna de opinión sobre el tema.
- Lo haré, Perry. Tengo que dejarte. Necesito ir a un sitio con urgencia. Nos veremos luego.
Capítulo 4.
Steve Garney se consumía dándole vueltas a los más tristes pensamientos. La cara de su padre le confirmaba su peor temor: Iba a morir. Jamás debió aceptar la oferta de aquel hombre. Claro que entonces dos mil dólares le parecieron justo premio a dejarse utilizar como conejillo de indias en aquellos experimentos. Cuando empezaron los dolores y la energía le desbordaba el cuerpo derritiendo todo lo que tocaba, acudió al mismo lugar descubriendo un local vacío sin rastro de los científicos y máquinas que le habían convertido en lo que era.
Tan absorto estaba en sus pensamientos que no se percató de la mujer que se le acercaba. Tenía la mirada llena de determinación. Entre las manos temblorosas un diminuto bolso. Nadie se había dado cuenta de su presencia hasta que uno de los presentes se dirigió a ella:
- Señora disculpe, no puede acercarse sin autorización. ¿Trabaja usted aquí?
En momentos, la mujer extrajo un arma del bolso y lo blandió con decisión. El científico pegó un grito y se alejó rápidamente del lugar. Todos volvieron sus ojos a la mujer que estaba apuntando a Steve. Era la esposa de uno de los guardias de seguridad que habían perecido en el robo de la armadura.
- Tú mataste a mi marido, maldito Hiroshima. Así te llama la prensa, ¿verdad? ¡Es hora de que pagues!
Dicho esto apretó el gatillo tres veces. Las balas rebotaron en la armadura de Hiroshima y se dispersaron en tres direcciones diferentes. Una de las cuales tomó el rumbo de las máquinas que mantenían controlada la energía. Con el impacto de la bala la máquina explotó envolviendo a ambos. Steve sintió como la energía iba a escapársele de las manos y para no dañar a los presentes concentró el poder en las piernas dando un salto que le llevó, atravesando el techo, fuera de los laboratorios Star. La mujer quedó casi de inmediato carbonizada.
Capítulo 5.
Las llamas se extendían, Atom sujetó uno de los extintores y dirigió la espuma para sofocarlas. Pulsó su señal de la Liga, en concreto avisando a Superman. Éste ya se dirigía hacia allí. Su visión estaba enfocando el laboratorio. Superman entró por el agujero del techo, con un soplo sofocó el incendio y sin apenas dar tiempo a que le vieran se lanzó en pos del chico. Cuando le alcanzó, Steve descendía. Estaban en una zona desértica, en las afueras de la ciudad. Al posarse cayó en la cuenta de que allí estaba Superman. Sonrió y le habló:
- ¿Sabes? Eras mi héroe preferido. Nunca imaginé que acabaría convirtiéndome en uno de tus supervillanos. ¿Estoy a su altura? ¿Soy más poderoso que Metallo? ¿Soy más fuerte que Doomsday? ¿Quizá pudiera competir con Darkseid? ¿O soy sólo un payaso del que te olvidarás en cuanto muera? Esa mujer me ha llamado Hiroshima. Es un buen nombre ¿verdad?
- No eres mi enemigo. No tienes la culpa de lo que te está pasando. Superman observaba como el suelo parecía derretirse bajo el peso del chico. Su visión de rayos equis le confirmó que la energía estaba aumentando por momentos. Sin el control de los aparatos de Star la explosión podía producirse de un momento a otro.
- Ahora se supone que deberíamos pelear. Es lo que pasa en todos los cómics. Pero, no tengo ganas de luchar más. Voy a morir. Dile a mi padre que le quiero, que lamento no haber sido el hijo que merece.
Superman no sabía que decirle ¿Qué se le dice a un chico que va a morir? ¿Cómo pedirle que se dejara llevar al espacio para que la explosión no afectara a la ciudad? No podía discutir con él, no había tiempo. Debía obligarle por la fuerza. Steve le ahorró la decisión:
- Sé lo que estás pensando. Quieres llevarme a otro lugar. Todavía estamos cerca de la ciudad. De acuerdo, tú mandas. Pero hay algo que quiero que hagas por mí. Hay una chica, Susan Baker, vive en ... bueno..., mi padre te dirá donde vive. Le prometí una ..., bueno..., una carta de amor. No voy a poder escribírsela, ya sabes ... , el motivo. ¿Puedes escribírsela por mí? Dile que la quiero mucho.
- Lo haré. Cualquier padre estaría orgulloso de ti. Susan también. Tenemos que irnos.
- ¿Dolerá?
- Te prometo que no.- Superman volvió a observarle. La energía chisporroteaba queriendo salir de aquella armadura. Sujetó al chico por debajo de los hombros y se elevó con rapidez, faltaba poco tiempo.
- Vete, lánzame al espacio. Siento que no puedo contenerlo más- murmuró Steve.
- No, no te dejaré morir solo. Lo he prometido. Aunque no pueda hacer nada, estaré contigo. Los sentidos de Superman se esforzaban en calcular la brutalidad de la futura explosión. ¿Podría soportarla?
- Decía mi padre que esa es la máxima expresión de la amistad.
En cuanto llegaron al límite de la atmósfera Steve Garney estalló. La fuerza a bocajarro del impacto partió un brazo, una pierna y dos costillas al Hombre de Acero. Sus ojos, oídos y nariz sangraban. Superman caía sobre la Tierra sin poder evitarlo. Pero, antes de perder la conciencia, pudo dirigir su caída al mar.
Brainiac y Zod en la nave habían presenciado toda la escena. Zod observaba como su enemigo caía herido. Brainiac dijo:
-Ahora es un buen momento para rematarlo. Está seriamente dañado.
- No. Quiero matarle, pero quiero más que sufra. Que sepa quién es su enemigo. Quiero hacer de su vida un infierno. Mataré a su mujer, a sus amigos, a sus padres, antes de destrozarle. Quiero que se recupere y que esté en plenitud de facultades cuando nos enfrentemos. Quiero que sepa que le he derrotado y que soy su superior. Necesito que se arrodille ante mí y que me suplique por su vida. Ahora soy yo quien te pide a ti paciencia.
Epílogo.
Había pasado un día. El sol restableció a Superman de sus heridas. El choque con el agua le despertó y, en cuanto recibió los primeros rayos solares, su constitución kryptoniana comenzó a regenerarle. Ahora volaba por un barrio residencial de Metrópolis. Su visión telescópica iba leyendo los nombres de las calles. Por fin, encontró la casa que buscaba. Descendió y dejó en su buzón una carta. Cuando Susan Baker recogió el correo, vio asombrada como antes de morir Steve Garney le había escrito la prometida carta de amor.
"Querida Susan:
Estas líneas sólo sirven para decirte una cosa: Te quiero. No me imagino mi vida sin que tú estés a mi lado. Me gustaría decirte que tenemos un futuro y una vida por delante en común. Un camino en el que poder encontrar juntos la felicidad. Nada de eso será posible. Pero quiero que seas feliz, porque si tú eres feliz yo también lo seré. Tal es mi amor por ti. Así que sonríe cuando pienses en mí y haz que tu vida sea plena y alegre. Haz que tu vida merezca la pena. Te quiere, como nunca, Steve."
las lágrimas de Susan caían sobre el papel distorsionando la tinta.
Desde el espacio Zod no dejaba de mirar:
- Patético sentimental.
Continuará...
José Luís Miranda Martínez
Dedicado a mi mujer Mari Paz y a mi, recién nacida, hija Diana.
Diciembre 2004- Enero 2005.
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